La gravedad de la crisis ecológica actual no se debe a que pone en riesgo la supervivencia de nuestra especie. Reside, más bien, en que el mero interés por sobrevivir, cuando se trata de nuestra especie, se convierte en un interés por someter a la totalidad de lo existente. En ningún otro ser se da esta transformación del instinto biológico de autoconservación en principio ontológico de dominio sobre todo lo que es: sobre el ser mismo. Merced a esta transfiguración, el ser humano rompe los lazos inmateriales que lo unen a la Tierra. Lazos que permitieron alguna vez habitarla
En esta tesitura, hemos ido siendo sobrepasados, además, por un malestar civilizatorio al que se le podría denominar Infirmitas, que significa "enfermedad" y, al mismo tiempo, "falta de suelo firme". Desde una filosofía de la naturaleza más allá del mecanicismo y del espiritualismo, el texto avanza hacia una reivindicación del espíritu trágico. Pues la tragedia surgió como confrontación de la dignidad humana con las acechanzas del destino. Y hoy, a pesar de la libertad que se enarbola en nombre del individuo y sus intereses egoistas, estamos entregrados a una forma nueva de coacción universal: a la inercia sobrehumana de un entramado de poderes autonomizados, poderes ciegos que tienden a convertirse en destinos irrevocables
Luis Sáez Rueda emprende en este libro la ambiciosa tarea de mostrar las bases de la crisis que atraviesa Occidente, conectando sus causas sociales y políticas a causas ontológicas, un tipo de diagnóstico que la filosofía contemporánea ha desarrollado con gran intensidad, subrayando fenómenos como el nihilismo y el olvido del ser. Olvidando este análisis ontológico, la filosofía política actual corre el riesgo de centrarse en lo puramente inmediato, recayendo en una factopolítica
El texto aborda, desde una teoría de la civilización, los movimientos tectónicos de comunidad occidental y el subsuelo espiritual de la cultura. Sobre la base de este análisis, Sáez sostiene que el ocaso de Occidente radica en una agenesia sub-estructural, de la que emanan patologías civilizatorias que cobran forma en procesos concretos sociales y políticos. Hay que atravesar desde dentro esta noche del ocaso para que se hagan realidad las luces de aurora que hoy se vislumbran y que el autor cifra en tres fundamentales: el centelleo pro-barroco, el destello del espíritu trágico y los principios de una ética de la lucidez.
Estamos arraigados y, en el corazón del arraigo, parte ya una línea de fuga hacia lo extranjero y extraño. Siendo en la tierra, estamos desterrados, pero no como flotando en el aire, sino en el trayecto de conformar una nueva tierra que todavía no existe. Ser errático, por ello, es ser tránsito, lugar de un «entre» que opera como una especie de no-lugar, una especie de nada productiva. El hombre es el ser que se sostiene en la tensión entre su centricidad y su excentricidad
Ahora bien, en nuestra época el hombre anda a la deriva, de manera que su ser errático se desdibuja y rebaja. Vive en un movimiento sin cese, pero éste es sólo un devenir aparente, una obsesiva organización del vacío, apoyada en procesos de clausura y parálisis: los nuevos rostros del capital, la administración funcional de la praxis, la judicialización del mundo de la vida, el resentimiento generalizado
No cabe duda de que el enfrentamiento entre estas dos tradiciones corre el riesgo de degenerar en una situación sin retorno. Si no son sometidas a una revisión profunda, en efecto, su exacerbación posible podría conducir a un desencuentro a todas luces insólito. No es inimaginable que semejante situación convierta la diferencia en una indiferencia, y ello en virtud de sendos prejuicios. Tal vez el continental se abandone a lo que podríamos llamar prejuicio del fundador: ya que ha sido en su terreno donde ha surgido y se ha desplegado el manantial originario del pensamiento, se expone a la tentación de hacer oídos sordos ante el nuevo idioma del analítico, so pretexto de que no dice nada nuevo sino que traduce lo dicho a otro lenguaje.
Para otorgarle el beneficio del reconocimiento le impondría entonces una condición: integrarse en el juego lingüístico continental, proseguir sus hazañas haciendo uso de las mismas armas conceptuales. Y en tal caso, lo condenaría a elegir entre un destierro o una vergonzante asimilación. Por su parte, el analítico podría sucumbir a lo que podríamos llamar prejuicio del iniciador: considerando inútil el lenguaje entero en el que el continental ha formulado sus interrogantes y sus respuestas, podría pensar que en su proyecto le ha sido dado el privilegio de comenzar desde un punto cero, desde un novísimo eslabón desconectado de la cadena histórica. En tal caso, adoptaría una actitud monacal: enclaustrado en el edificio de su propia tradición, no se atrevería a rebasar sus contornos por miedo a perder la paz de su aislamiento
Sin renunciar a una exposición sistemática y a una disposición temporal de las diferentes corrientes filosóficas del siglo xx, el autor ha perseguido poner de relieve las singladuras, los enlaces y los hiatos. Pues está convencido de que es en la configuración entera, reticular y tensional de los trayectos, más que en las escuelas mismas, donde reside lo más fascinante, y a la vez problemático, del pensamiento actual. Solo reconociendo y afrontando las demandas específicas que surgen en ese "pólemos" podrá ser vigorizado, frente a la acechante claudicación de la filosofía, un pensamiento que no concluye, pero que interroga y que se mantiene en estado naciente.
El libro tiene dos fines fundamentales. En primer lugar, sintetizar la filosofía de K.-O. Apel, vinculando las diversas facetas de ésta y contextualizándola en las polémicas en las que se desarrolla. En segundo lugar, realizar una crítica a esta filosofía dialógica, intentando mostrar que el proyecto de una fundamentación última filosófica carece de sentido. El autor del libro no es apeliano, pero se interna en dicha línea de pensamiento por considerarla de gran importancia para comprender la retícula del pensamiento contemporáneo. Al hacerlo, se ha esforzado por articular el pensamiento apeliano del modo más objetivo posible, excepto en la crítica mencionada. Otros artículos suyos ulteriores desarrollan una crítica al trascendentalismo apeliano, extendida también al pensamiento de J. Habermas
La ontología de la erraticidad de Luis Sáez Rueda es el punto de partida de la reflexión netamente hispanoamericana que propone esta obra. El libro no pretende, sin embargo, homenajear o celebrar a un pensador, sino dar un paso inicial para gestar un pensamiento común, pero al mismo tiempo diverso, a partir de la ineludible erraticidad que caracteriza al ser humano
La condición errática del hombre, la irresoluble tensión entre, por un lado, la gravitación céntrica por la que todos nosotros radicamos en un mundo concreto en el que encontramos abrigo y protección, y el extrañamiento excéntrico, por otro, que impulsa a trascender los límites de esa y cualquier otra radicación, articula un entramado filosófico en el que la nostalgia y el retorno al origen no pueden orientar un proyecto vital deseable