Giorgio Chirico. Pintura metafísica. Sole sul cavalletto, 1972.
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Blog de Luis Sáez Rueda
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Causas ontológicas, espectros

Febrero 10, 2025

Hay causas de lo que sucede en nuestro mundo presente que no son ni físicas, ni psíquicas, ni políticas; causas que podríamos llamar "ontológicas".

Los griegos que habitaron en el esplendor occidental inicial estaban convencidos de que el ser humano posee un instinto, por decirlo así, "ontológico". Se trata de una inclinación natural intensa a lo que se llamó más tarde Metafísica, un saber más allá de la mera física, tá metá tá physiká. Como se sabe, tal es el nombre que, en el siglo I a.c., Andrónico de Rodas dio a aquella fracción de textos aristotélicos que, estando situados después de los ocho libros de la Física, se dedicaban a una ciencia que se busca (zetouméne episteme; Met., III, 2, 996b2-3). La metafísica es la encarnación inicial de lo que hoy solemos referir con el término ontología: saber acerca de «lo que es en tanto que es» (tò ón hêi ón; Aristóteles, Met. IV 1 1003a21-22), es decir, del ser.

Todo tiene su ontología, lo que parece implicar una obviedad. Significa, en efecto, que todo posee su "en tanto tal", eso que "es en tanto que es". Pero no estamos, pese a la apariencia, ante ninguna obviedad, sino ante algo de importancia capital. La ontología de un árbol, de una institución o de cualquier otro "ser", es lo que este es desde sí. Lo que es, no en relación con un poder extraño, no en relación con una voluntad dominadora y, en fin, no en dependencia respecto a los deseos arbitrarios de los seres humanos. Lo que es en virtud de su propio ser. Lo ontológico de algo es aquello que lo hace ser inherentemente a partir de su propia profundidad. Nuestro "instinto ontológico", por tanto, vendría a consistir en una tendencia a conocer lo que las cosas son en tanto tales, tal y como son más allá de nuestros intereses, y, desde un punto de vista ético, una propensión a dejar ser en todo cuanto nos rodea eso que es desde sí.

Giorgio Chirico. Pintura metafísica. Las musas inquietantes (1916-1918)

Sin embargo, a la altura del siglo XXI, nuestro instinto ontológico parece estar profundamente adormecido, porque a todo le buscamos su ser en relación con lo que lo hace relevante para la voluntad humana. Y este fenómeno, propio del mundo en el que vamos entrando, tiene un extraño e inquietante envés: el impulso del ser humano a hacer dependiente lo existente de su voluntad subjetiva se independiza, él mismo, de la voluntad humana.

Toda una paradoja, pues se trata de una voluntad de dominio que ya no necesita al ser humano y que habita en torno a él como un espectro, como un alma separada que vaga por doquier y se incrusta, a placer, en las cosas mismas, invadiendo su ser.

Giorgio Chirico. Pintura metafísica. Plaza de Italia (1913)
Giorgio Chirico. Pintura metafísica. Enigma de una tarde de otoño (1909)
Giorgio Chirico. Pintura metafísica. Caballos (1952)

Para explicar lo que ocurre recurrimos primero a la política y buscamos, en consecuencia, razones ideológicas. Es un paso absolutamente necesario, pues -ya se sabe- la política está en todo. Ahora bien, de que algo esté "en todo", es decir, de su ubicuidad, no se desprende su efectividad causal. Lo que es ubicuo puede equivaler, incluso, a lo más trivial y menos eficaz causalmente. De que el aire, por ejemplo, sea ubicuo en el mundo en el que me muevo no se deriva que todo lo que ocurre en dicho mundo proceda del aire. Así que quien se obsesiona con las causas políticas quizás se esté obsesionando con algo tan volátil como el aire.

¿Qué más, entonces? Es en este punto donde tomamos impulso y nos atrevemos a ir un poco más allá. Pensamos ahora en algo más sutil, más escurridizo y, sobre todo, más siniestro. Nos percatamos de que hay a nuestro alrededor, o en un estrato más profundo, poderes anónimos que mueven los hilos de la política sin que esta tenga que inventarlos y pregonarlos. No se trata, en este caso, de los poderes que la política hace nacer desde ella, sino de otros, de esos que le llegan al mundo político por la espalda, como un vendaval que empuja inmisericorde y mueve irremediablemente. Pues hay poderes anónimos, impersonales, fuerzas sin propietario o impulsos sin sujeto.

Nacho Reboleiro. De espaldas a Dios (2012)

Poderes como el capitalismo, hoy desbocado e indomable. Poderes como la racionalización procedimental de la existencia, un tipo de coacción que no se ve, ni se toca, ni se huele, pero que existe de un modo más rotundo incluso que la roca o el roble. Poderes como el espíritu de cálculo, este aún más invisible, más delicadamente imperceptible, pero tan real, también, como las tormentas y las danas.

Todos estos poderes nacieron alguna vez en la vida política de los seres humanos, pero fueron tomando para sí protagonismo hasta que se convirtieron en procesos autonomizados y sin cabeza, inhumanos, aborreciblemente indomeñables. Son inercias que, de tanta autonomía, se han convertido en destinos que actúan en la trastienda de la vida y que son capaces, a la larga, de poner de rodillas a la vida colectiva de la que surgieron. De los tres mencionados ya hemos hablado en otra ocasión. Pues bien, esto se puede traducir al lenguaje filosófico diciendo que lo que sucede en nuestro mundo ha llegado a adquirir una "ontología parasitaria", una ontología en la que están incluidos tales poderes.


Lo que un fenómeno "es" en cuanto tal se está transfigurando en algo constituido espectralmente por poderes independizados de la voluntad humana misma

Este fenómeno, si lo meditamos con cuidado y suficiente demora, produce estupefacción: el interés egoísta, separado de los propios seres humanos como un alma que deja al cuerpo, ha invadido lo que las cosas son hasta el punto de convertirse en su "en tanto tal". La sustitución del ser propio de las cosas por el espurio produce el efecto de un espectáculo surreal. Nos encontramos en una época en la que lo subjetivamente humano, autonomizado, se ha incrustado en el ser de las realidades que nos rodean y se comporta en ellas como un parásito ontológico y espectral que nos alcanza de vuelta, generándonos una oscura inquietud. Este pensamiento, una vez aprehendido en su justa medida, produce pavor.

 

Van Gogh. Campo de trigo con cuervos (1890)

El ser del bosque es devorado por una voluntad de dominio que ya no pertenece a los hombres. Como un vuelo de cuervos, planea este espectro deshumanizado sobre los campos de trigo. Y ambos, bosque y trigal, llegan a perder su propio ser para convertirse en fuente de recursos. El saber se convierte en el conjunto de informaciones que nos hacen más competitivos. La cultura, en lo que nos otorga “respetabilidad” y “prestigio”. La investigación, en lo que conduce a resultados útiles. La amistad, en lo que podemos aprovechar en el orden emotivo y llena nuestro vacío interior. La paz aparece como lo que nos pone en camino hacia una guerra larvada. La política no tiene la fuerza de la vida en común, eso que podría ser su “en tanto ella misma”, el lugar propio desde el que nos podría interpelar, haciendo que nos sintiésemos obligados a una tarea más alta que la de nuestra individual supervivencia. No. Adopta progresivamente el aspecto de una obra teatral sin autor en la que el tiempo se ha detenido y en la que los inquietantes espíritus de Chirico, Reboleiro o Van Gogh vagan huérfanos y perdidos.