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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Gestotecnia (III): ingeniería de lo salvaje
28 / 10 / 2022


Venimos intentando describir, a lo largo de otras entradas de este blog, la noción de "gestotecnia", un tipo de poder actual que hemos analizado en Tierra y destino, Barcelona, Herder, 2022. Desarrollamos, hasta ahora, dos ejemplos de gestotecnia: (1) las técnicas de construcción actual de un "heroismo privado" y (2) las técnicas que hoy son empleadas para convertir el malestar colectivo en mero malestar privado, es decir, las técnicas de privatización del malestar. Presentamos ahora, querido lector, el concepto general de este poder.

La rigidez creciente de los procesos anónimos y automatizados que recorren el espacio social reduce progresivamente la auto-organización creativa de la vida. Esta tiende a ser experimentada en nuestro tiempo como vida fatídica, es decir, como vida capitaneada por un oscuro y vago fatum al que nos incorporamos nada más comenzar el día y del que resulta extremadamente difícil ausentarse.

La vida fatídica es una vida en secuestro, impide la gesta vital. Como hemos dicho, el término "gesta" designa la auto-organización de la vida socio-cultural humana. Y ello en dos sentidos. Tal auto-organización es, en primer lugar, un un proceso de génesis autocreadora de la colectividad, un gestarse inventivo y no reglable (pues lo creativo y lo inventivo inventan, ellos mismos, su regla). Es una gesta la auto-organización colectiva, en segundo lugar, porque involucra una lucha y, en ese sentido, una épica que hoy estamos perdiendo. Pues bien, la gesta vital, así entendida, está siendo sustituida por la dirección anónima que imponen, como hemos analizado en otro lugar, tres poderes ciegos que se entrecruzan: el capitalismo, la racionalización procedimental y el espíritu de cálculo. El trenzado de estos tres poderes tiende a escapar a nuestra voluntad y a arrastrarnos, obligándonos a una vida fatídica. Es un poder thanatológico.

Llamaremos gestotecnia a la producción social, en todas sus variantes, de técnicas cuyo efecto es el de suspender los procesos de la gesta vital humana y sustituirlos por sistemas de reglas. Tales «técnicas» no son necesariamente «tecnologías» en el sentido habitual de este término, es decir, sofisticadas herramientas artificiales. Se trata, más bien, de procedimientos reglados o dispositivos que se incorporan en la praxis y se convierten en patrones inconscientes de comportamiento. Las tres fuerzas ciegas que hemos señalado no son, ellas mismas, gesto-técnicas, sino fuentes de técnicas que poseen ese sentido. Dicho de otro modo, las fuerzas ciegas son impulsos, tendencias globales yacentes en la profundidad del dinamismo social, mientras que las gestotécnicas son conjuntos concretos de normas o pautas que dan forma estructurada a tales fuerzas, expresándolas de manera explícita y sistemática.

Las fuerzas ciegas del capital, por ejemplo, abonan el terreno para la aparición de técnicas como las inspiradas por la «ingeniería social», al menos en su versión más radical. K. Popper extendió este término a partir de los años 40 del pasado siglo para referirse a la programación de intervenciones en el tejido social con un rigor científico semejante al que posee la ingeniería en el sector industrial . Si bien pensaba con ello en técnicas que sirviesen para eliminar problemas de la comunidad, como el de la pobreza, las planteó como alternativa a la transformación social por medio de utopías, de las que desconfiaba radicalmente, introduciendo el pragmatismo de los procedimientos eficaces y calculados.

Este pragmatismo procedimental rige otras formas de ingeniería social más agresivas en el ámbito de la economía y de la empresa, orientadas a generar en los trabajadores intereses y afectos que los vinculen motivacionalmente a la producción y la hagan más rentable . Se trata de técnicas, en general, para producir premeditadamente comportamientos que no habrían tenido lugar de modo natural y son las que introduce el nuevo capitalismo a través del marketing y de todas las variedades de mercadotecnia. En cierto modo, evocan muy peligrosamente a esa ingeniería de la manipulación metódica que, de modo extremo, se ha llevado a cabo en regímenes políticos totalitarios. Una reciente versión de ingeniería social, de hecho, es desarrollada por los así llamados hackers y utilizada para robar informaciones secretas personales o corporativas a través de ciberataques. En su forma más conocida está al servicio de delincuentes profesionales. Pero lo esencial no es, estrictamente, el origen y los fines concretos que posee; tampoco el despliegue técnico que necesita. Radica lo fundamental en que, para alcanzar éxito, esta ingeniería social debe penetrar en la personalidad humana y domesticarla. El experto Kevin D. Mitnick no tiene escrúpulos, por ejemplo, en explicar que lo más eficaz de la ingeniería social cibernética consiste en programar, no algo así como el spyware, sino la voluntad humana misma, aprovechando rasgos del rol profesional e impulsos como el deseo de ayudar, el de ganarse la simpatía, o el miedo.

La ingeniería social —que se extiende también al ámbito de la competencia empresarial y de las políticas de dirección de masas— pretende fabricar comportamientos y dinamismos sociales reglados. Anticipa, así, posibles gestotécnicas futuras más sofisticadas aún, cuyo sentido, interpretado desde el marco conceptual que venimos utilizando, es el de introducir sistemas de reglas en las conductas, dirigidas a ocupar el lugar de esa creación de regla sin regla que caracteriza al ser-salvaje humano, utilizando la nomenclatura de M. Merleau-Ponty. A esta luz, revelan ser parte de una domesticación de la physis inherente a la vida y a la gesta que ésta representa.

Estas técnicas de domesticación (o reglamentación de lo irreglable) comienzan a proliferar. Si fijamos la atención en las que dan cuerpo a la fuerza ciega de la instrumentalización procedimental no faltan los ejemplos. Así, en el ámbito social de los procesos educativos corremos el riesgo de suplantar los fines del saber con los instrumentos del aprendizaje. Alentados por una pedagogía inflacionaria, tantos son y tan variados en las últimas décadas estos instrumentos, que propenden a transformar la comprensión de problemas y contenidos en una instrucción minuciosa acerca de cómo encontrarlos en los innúmeros sistemas de archivo —tanto tradicional como digital—, de cómo organizarlos y de cómo manejarlos. El medio de aprendizaje se convierte paulatinamente en el fin. Algo parecido ocurre con la investigación. Un sistema de evaluación de su calidad, que alguna vez tuvo un sentido, degenera paulatinamente en el ajuste a criterios de excelencia rígidamente formalizados y determinados por reglas cada vez más uniformadoras. El valor de la meritocracia, oculto en un régimen muy competitivo, se convierte en la persecución de expectativas relacionadas con la cantidad, el ritmo y la corrección formal de los productos de investigación: el medio del pensamiento desplaza al pensamiento y se erige en fin.

Por su parte, la fuerza ciega que impele al cálculo de todo cuanto existe se inviste de gestotécnicas muy variadas. El proyecto transhumanista, por ejemplo, el que enarbola la bandera del mejoramiento humano a través de la biotecnología, podrá parecernos inocuo a primera vista. De hecho, no hay motivo para demonizar parte de sus propósitos, como es el de alargar la vida humana o prevenir enfermedades que tienen una base genética. Ahora bien, todo proyecto humano tiene un modelo de «lo humano» a su base. Y el que subyace al transhumanismo tecnológico asume el modelo científico más rigorista y se une a la gestotecnia. Declara que lo que somos es explicable según procesos reglados de base, bien de carácter físico-químico, bien de la computación, imaginando, en este último caso, que los algoritmos de un ordenador muy complejo podrán en el futuro reproducir la inteligencia humana, sus emociones y hasta sus ideales. Supone, pues, que el poder autogestante de la vida es sustituible por un complejo plexo de pautas computacionales. Tal es el proyecto de la Inteligencia Artificial a día de hoy, que aplica una vez más la metáfora de la máquina al vincular lo humano y la artificialidad robótica.

El espíritu de cálculo que proviene de la Mathesis Universalis se afianza en otros muchos contextos. La creación de saber se transfigura, en nuestra sociedad de la comunicación, en enormes cúmulos de información contable; el ideal de sabio ya no es el del que atesora ideas cualitativas de largo alcance y experiencias curtidas en los avatares del tiempo. Va siendo relevado por el técnico que se mueve con agilidad en el festín de novedades diarias, inmediatas y pasajeras y adquiere la habilidad de ensartarlas en una componenda atractiva para las multitudes, cuyo criterio de gusto impera: la sabiduría irreglable es reemplazada por la lógica de los conjuntos, por las rápidas deducciones y por las leyes que impone el reconocimiento externo de las mayorías. El espíritu de cálculo se encubre en muchos ordenamientos de la vida: hace que lo relevante en política no sean los cambios tectónicos en función de ideales, sino el frío cómputo de utilidad. Determina que la cualidad de las relaciones personales se diluya en la cantidad de los contactos virtuales. Convierte a todo lo cualitativo en cantidad procesable. Actúa por doquier como una forma de procesamiento que conecta un input de deseos, propósitos o problemas con un output de resultados convenientes por el camino más eficiente. Y este proceder se extiende en una multitud de contextos, como si los sistemas computacionales habitasen fantasmalmente la vida.

Las gestotécnicas constituyen un paso más en nuestra historia de reglamentación y son, con mucha probabilidad, las que amenazarán a la humanidad futura. Y, en ese sentido, dibujan un panorama algo más siniestro, a nuestro juicio, del que se viene formulando desde el paradigma del adiestramiento. Foucault supo desbrozar con detalle el tupido enredo de poderes que, hasta hoy, vienen constituyendo a los sujetos, forjando la subjetividad, hasta el punto de ver en ellos la obra de una sutil «genealogía del alma humana». Si en la Edad Media el poder se hace valer mediante la amenaza de castigos represivos extremos, a partir de la modernidad, desde el siglo XVI aproximadamente, opera -señala el pensador francés- mediante técnicas de adiestramiento del comportamiento. El castigo se estereotipa y descentraliza, transfigurándose en procesos que disciplinan y normalizan la conducta en multitud de claustros velados como la escuela, la fábrica, el ejército o el hospital psiquiátrico. Se desarrolla toda una tecnología que pretende encauzar a las almas, que vigila rutinas y examina celosamente el cumplimiento de expectativas de comportamiento, de pautas conductuales .

La sociedad disciplinaria que se extiende en Occidente por la fuerza de estas técnicas de subjetivación desarrolla, de modo más explícito desde el siglo XIX, procesos de biopoder, de un poder sobre la vida que no necesita de represión alguna, porque actúa promoviendo activamente formas de vida, moldeándolas y conformándolas, creando una libre sujeción . El poder, en este sentido, se hace más invisible y controla sin obligar. G. Deleuze ha descrito, tomando el relevo de este análisis, cómo en el presente las sociedades disciplinarias se expanden, en efecto, en la forma más refinada de las sociedades de control. En estas la producción de disciplina tiende a prescindir del confinamiento; procede, por así decir, a plena luz del día; no necesita moldes predeterminados de conducta, pues se aplica sobre la modulación constante de la dinámica social. Sustituye, por ejemplo, a la fábrica por la empresa ilocalizable y semoviente que ofrece sus servicios al hilo del tiempo, o desplaza a la escuela a través de la formación permanente que permea las almas sin necesidad de paredes. Nuestra sociedad ya no tiende a regular el comportamiento en lugares determinados y cerrados, sino a hacerlo ubicuamente. Adopta la forma de un disciplinamiento versátil, fluido o sibilino, que se adapta a las contorsiones sociales y a sus rápidos dinamismos. «Hemos pasado de un animal a otro, del topo a la serpiente», concluye Deleuze .

Ahora bien, creemos que las gestotécnicas que se vislumbran en el horizonte de las sociedades occidentales y del mundo globalizado adquieren una forma más siniestra que las que gobernaron a las sociedades disciplinarias y las que pueblan a las sociedades de control. Todas esas técnicas de adiestramiento, predominantes hasta ahora, se mueven todavía en el espacio de lo posible y lo vivible. Las técnicas en las que piensan Foucault y Deleuze se aplican sobre una vida que, de todas formas, persiste. Se ejercen sobre ella o en su interior y la conforman por dentro, dirigiéndola. Necesitan, por eso, que la vida no pierda su propio impulso autogestante. Exigen mantener activo ese impulso para infiltrarse en él y lograr, de este modo, moldearlo o modularlo. Se asemejan a un parásito que redirige a su favor las funciones orgánicas del anfitrión sin bloquearlas. Por eso, la serpiente del control es, en realidad, una tenia desmedida que se hospeda en las subestructuras intestinales de una sociedad y prospera hasta adueñarse del sistema nervioso de su gobernanza sin destruirlo.

Las gestotécnicas, a diferencia de las técnicas de las sociedades de control, se mueven en el terreno de lo imposible e invivible. Están dirigidas a un tipo de domesticación que, en su extremo, no modela la vivida, sino que cancela su sentido, su intrínseco poder autocreador. Operan de una forma paradójica: de un modo que paraliza lo que intentan domesticar, como un virus que pone en serio peligro la vida del anfitrión. No tienden a alojarse simplemente en ese dinamismo de autocreación, como si lo parasitasen, sino a adueñarse de él y a hacerlo construible, lo cual equivale a aniquilarlo. Son aporéticas, paradójicas, contradictorias. Se encaminan a reglamentar la creación de regla sin regla. Están animadas por un contrasentido, por lo que no es posible y vivible, y en este punto su carácter siniestro se hace coincidente con el esperpento: son parangonables a una imaginaria academia que alardeara de disponer de un método para reproducir la espontaneidad creativa de los procesos vitales objetivos.

La gestotecnia es, en su propio propósito, un despropósito. No hay técnica para generar la capacidad misma de generación. Ningún procedimiento puede dar a luz al proceder en cuanto tal, porque para ello tendría que presuponerlo. No hay ingeniaría, por lo mismo, para construir el ingenio, pues ella misma ha de ponerlo en marcha en todas y cada una de sus elaboraciones. La genealogía del término ya induce, por cierto, a la confusión de planos: del latín ingenium procede tanto la capacidad de «ingenio» (en el sentido del poder para inventar), como el objeto «ingenio» (en el sentido de un artefacto construido ingeniosamente). Pero no significan la misma cosa: uno designa al acto, otro al producto del acto. Cualquier arte de ingenio, es decir, cualquier ingeniería, ya sea social, ya sea bio-genética, psicológica, educativa, política o cibernética, puede utilizar la fuerza inventiva, pero no crearla. Y hacer esto último es precisamente lo que las gestotécnicas incuban en su fondo como meta a largo plazo.

Es posible que hasta ahora este tipo de técnicas hayan ofrecido solo su rostro más amable, presentándose ante nosotros en la forma de métodos con fines filantrópicos. Pero lo que las moviliza oscuramente es reglar la capacidad de reglar, construir lo que hemos llamado gesta. La gestotecnia es, pues, el propósito imposible de una ingeniería de lo salvaje. Semejante ingeniería, absurda y cómica, constituye sin embargo algo bien serio. Es la culminación de la lógica del poder sobre la Tierra y de la domesticación de la naturaleza como physis, el cénit de esa carrera de dominio que va del poder premoderno de la espada al poder moderno de adiestramiento, tanto del confinado de las sociedades disciplinarias, como del abierto de las sociedades de control. Configura la naciente sociedad agenésica, como nos gustaría denominarla. Su efecto ya no es biopolítico, es decir, el de una creación de vida normalizada y reglada, sino thanatopolítico y nihilista. Thanatopolítico, porque abre la puerta a un peligroso y novedoso poder de muerte diferente al medieval, que estaba vinculado a la espada: el de la muerte en vida que supone la aniquilación del poder auto-gestante y la reafirmación de una vida fatídica. Nihilista, porque persigue un fin autocontradictorio: lo que consigue al intentar domesticar el dinamismo auto-gestante es vaciarlo, arrebatarle su sentido.

«Tengo la impresión de que alguien vive mi vida», escribía Clarice Lispector en Un soplo de vida . La sentencia es inquietante por su ambivalencia. Porque puede señalar a la gesta creativa que habita en nosotros y nos desborda desde lo profundo. Pero puede también aludir a esta ausencia de gesta vital que se intensifica en nuestra época, como si tal ausencia fuese un anónimo agenésico en nuestro interior, experimentado como agente oscuro de una vida fatídica.

El hombre que espera ante la Ley en el conocido relato de Kafka, pregunta a su guardián: «Todos buscan la Ley ¿Y cómo es que en todos los años que llevo aquí, nadie más que yo ha solicitado permiso para llegar a ella?» El guardián, que «comprende que el hombre está a punto de expirar», «le grita, para que sus oídos debilitados perciban las palabras. Nadie más podía entrar por aquí, porque esta entrada estaba destinada a ti solamente. Ahora cerraré». Tal vez estemos elaborando los humanos del presente un universo mental más inquietante que el que construyen nuestras acciones en el mundo que tocamos. Seremos en el futuro como las fantasías más persistentes del presente nos obliguen a imaginarnos. Y parecería que estamos empeñados en elaborar una humanidad ante la ley, cuyas puertas cerradas reservamos para nosotros mismos.

[Extracto de Sáez Rueda, L., Tierra y destino (cuestiones centrales del capítulo 6.3., pp. 143 ss.)]

Temas relacionados: (1) las tres fuerzas ciegas que se trenzan en el presente (capitalismo, racionalidad procedimental y espíritu de cálculo) y (2) el tipo de poder general que este trenzado genera y que es el paradigma actual del poder, a mi juicio: el poder gestionario y agenésico.



Referencias

Popper, K., La sociedad abierta y sus enemigos, México, Paidós, 1992, cap. 9.

William Howe Tolman, Social engineering (New York, McGraw Pub., 1909).

V. Mitnick, K.D., El arte de la intrusión, México, Alfaomega, 2007, pp. 299-322.

L. Sáez Rueda, El conflicto entre continentales y analíticos, Barcelona, Crítica, cap. 6, § 1.

Foucault, M., Vigilar y Castigar, Madrid, Siglo XXI, 1975.

Foucault, M., La voluntad de saber, México, Siglo XXI, 1998. Un excelente resumen del poder biopolítico es el entero capítulo V —«Derecho de muerte y poder sobre la vida»).

Deleuze, G., «Post-scriptum sobre las sociedades de control», en Conversaciones, Valencia, Pretextos, 1999, p. 282.

Lispector, C., Un soplo de vida, Madrid, Siruela, 2016.