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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Los tres poderes del presente: capitalismo, procedimentalización y espíritu de cálculo
25 / 09 / 2022


[Extracto de Tierra y Destino, Barcelona, Herder, 2021]

Si la Tierra es hoy cosificada es porque asistimos a procesos que la convierten en algo enteramente disponible. Se desarrollan en nuestro tiempo dinamismos de dominio que son ciegos. Creo que estos dinamismos son fundamentalmente tres: el del capitalismo, el de la racionalización instrumental (o procedimental) de la vida y el del espíritu de cálculo de todo lo existente, vinculado al ideal moderno de la Mathesis Universalis.

Capitalismo

El uso no coincide con la usura. La Tierra puede ser usada como medio de supervivencia sin que, por ello, sea experimentada como una posesión. Pero si los medios que necesitamos para vivir se mitifican como posesiones que el ser humano administra a su antojo, todo lo que puebla la Tierra se convierte en algo que tiene un mero valor mercantil. Así analizó Marx, precisamente, el fetichismo de la mercancía, que no es más que el mito camuflado bajo los mecanismos económicos . Tal fetichismo consiste en la cosificación de todo lo existente y en su supeditación al valor que adquiere en el mercado. En vez de referirme al capitalismo en general, tomaré este fetichismo como estandarte de sus progresos: es su sanctasanctórum si lo contemplamos como una de las formas más exitosas de la mitologización moderna y contemporánea. La mercancía posee el halo mágico y enigmático de lo sagrado. Es aquello que se separa del uso habitual y asciende a un intrincado movimiento mercantil en el que adquiere otra forma de existencia, la forma de existencia de lo reverenciable. Un objeto cualquiera es, para quien lo usa, sólo eso, algo útil que necesita. Pero en cuanto entra en el mercado, tal objeto empieza a adquirir el carácter de una cosa que posee otro valor añadido. Esto se logra por su adherencia a un remoto valor de cambio por el camino de un mercado que ya no se limita a satisfacer necesidades humanas, sino que las crea y las satisface. Todo comienza con el dinamismo del intercambio como trueque y luego el de compra y venta. A él llegan las producciones humanas y son puestas en circulación. Hay muchas cosas que nadie vendería, porque se le da un valor incondicional. Son esas cosas, precisamente, que forman parte del espacio que habitamos y convertimos en morada. Ahora bien, el fetichismo de la mercancía finalmente penetra en ese mundo reservado a la morada y lo usurpa colocándolo a su servicio. El intercambio mercantil sólo se sostiene revolucionándose y creciendo, pues pone en vigor un régimen de competencia por el cual los actores en juego han de mejorar continuamente, unos frente a otros, su eficacia rentabilizadora. Las mercancías entran, así, en relaciones recíprocas complejas que terminan independizándose de las voluntades directas y de las intenciones concretas. Las cosas llegan a ser estimadas en función de un proceso mercantil que se autonomiza al mismo ritmo por el que se hace más complejo, tomando un rumbo ciego e indeterminable. ¿Quién puede aventurar lo que un producto valdrá alguna vez en el mercado? Este valor depende de tantas transacciones que se hace impredecible. Y aquí se inicia el fetichismo. Al incorporarse en esa autonomizada dinámica, las cosas adquieren un valor que ya no es controlable por los individuos, pues depende de leyes que imponen su propia inercia más allá de la suma de las actividades individuales, como las que relacionan oferta y demanda o inversión y beneficio. Y a este proceso se une también una cotización simbólica de las cosas, dependiente de la seducción que éstas ejercen sobre estilos de vida y ávidas modas. Las mercancías aparecen finalmente como jeroglíficos cuyo secreto valor y significado social toma un rumbo propio y se convierte, en consecuencia, en algo misterioso que va adoptando un valor al margen de las voluntades concretas. Pero ese valor parece emanar, no del mercado y sus transacciones, sino de las mercancías mismas. He aquí el núcleo de fetichismo la mercancía. Se transforman las cosas en fetiches, tal y como el atuendo que porta el estampado de un antiguo prócer activista adquiere míticos dones subversivos por el hecho de vestirlo. Lo que al principio es una controlable lonja o un rastro susceptible de ser supervisado se prolonga en una ajetreada vibración de transacciones, tanto materiales como inmateriales, que se hace indisponible. Todos los productos de la acción humana, y las acciones mismas, se integran entonces en una fuerza ciega que queda exonerada de la tutela consciente y que la desborda. Las propias necesidades humanas son generadas por ella. Y a la postre, ya no hay morada a salvo: todo tiene un valor de cambio.

El fetichismo de la mercancía crea potencias dinámicas tan indomeñables y sacralizadas como lo eran las autoridades divinas del mito. Y estas fuerzas ciegas se vuelven contra el ser humano, supeditando la vida de éste a su inercia y amenazando con devastar la Tierra. Se puede decir que en las sociedades modernas lo divino ha sido sustituido por el dinero. Él «despojó de su halo de santidad a todo lo que antes se tenía por venerable y digno de piadoso acatamiento. Convirtió en sus servidores asalariados al médico, al jurista, al poeta, al sacerdote, al hombre de ciencia» . Y, como nos enseña M. Weber, transformó el ascetismo religioso en un ascetismo intramundano, es decir, en una austeridad monacal metamorfoseada que ya no piensa en la redención ultramundana sino en la salvación a través del trabajo minucioso y constante. Esa austeridad religiosa se convierte en austeridad laboral y llega a dar forma al un nuevo espíritu del capitalismo : espíritu metódico, gestor implacable del tiempo y de la vida. La vida humana misma, como denuncian los críticos del biocapitalismo, es asimilada por las inercias del capital, que son ya capaces de crear desde ellas hábitos, costumbres, ritmos e identidades, involucrando de este modo a la colectividad entera, deglutiéndola y dando lugar a una sociedad autófaga .

La vida humana genera, pues, fuerzas que se vuelven sobre ella en la forma de dinamismos ciegos y la fagocitan. El capital es sólo una de ellas. Tales «fuerzas ciegas» sustituyen hoy a aquellas que, en el mito, trazaban el destino de los seres humanos e incluso el de los dioses. Son el nuevo fatum, oscuro poder inhumano sobre lo humano.

Podríamos entender el significado de «fuerza ciega» del siguiente modo. Una fuerza es un dinamismo, no una estructura. La estructura de una fábrica, por ejemplo, no es lo que realmente genera un movimiento, sino el fabricar, la acción de elaborar. No es una estructura educativa la que realmente «moviliza», sino el «educar», el proceso dinámico del aprendizaje. En general, las fuerzas ponen en movimiento a las estructuras. Una fuerza no es inherentemente ciega. Parte de la voluntad humana. El producir, el educar, el usar instrumentos, son dinamismos o procesos humanos intencionales y conscientes. Una fuerza es ciega cuando se separa de la voluntad de los seres humanos y comienza a producir efectos por sí misma. Pasa de ser una fuerza vinculada a propósitos de individuos o grupos a adoptar un rumbo autonomizado. Cuando esto ocurre la relación entre la fuerza y la voluntad humana se invierte: la primera envuelve con su dinamismo a la segunda y la gobierna en virtud de su inercia.


El fetichismo de la mercancía es una causa, pero también una consecuencia. Cualquiera que hoy se acerque a círculos críticos con el rumbo civilizacional occidental podrá apreciar que en ellos predomina la crítica al capitalismo. Pero el tipo de crítica que la vida autófaga de nuestra época exige no puede detenerse aquí, aunque sea este un comienzo necesario. La denuncia del capitalismo está absorta en la dimensión económica de la civilización y en sus correspondencias políticas. El monolítico análisis economicista y politicista toma al capitalismo y a su mecenas, el neoliberalismo —que es la organización socio-política de la economía de mercado— como el resorte último y exclusivo por el que se mueven nuestras sociedades actuales. Los absolutiza. Y esta situación, tanto en su aspecto intelectual como en la vertiente práctica de la movilización ciudadana, puede dar lugar a una autocontradicción. Cualquier otra explicación de lo que ocurre en la actualidad es tachada por este proceso crítico de «ideológica» y reducida a la condición de un producto teórico más del capitalismo neoliberal. Pero así incurre en un círculo vicioso que tiene por efecto la propia auto-inmunización: la crítica se protege a priori de todos los puntos de vista que intentan trascenderla. Como consecuencia, enfrentándose al fetichismo de la mercancía, convierte a este mismo fetichismo en un fetiche: le otorga un poder omnímodo al capital, junto a la política neoliberal, y los diviniza por otro cauce. El dispositivo crítico economicista y politicista se torna, él mismo, autófago. Es necesario rebasarlo.


Racionalización procedimental


El término latino efficacitas puede ayudar a proseguir hacia otro tipo de poder. Su significado tiene la virtud de ofrecer un «vínculo unitario de dos elementos»: es la «capacidad de actuar» y «operar», que consiste en una «potencia actuante» y, al mismo tiempo, la «eficacia procedimental» con la que ésta se desarrolla de hecho. ¿Cuál es la efficacitas como potencia de la que dependen en último término la estructura o eficacia procedimental del capital? Esta pregunta nos hace retroceder a la racionalidad instrumental.


La Ilustración, tanto en su primera aparición en la época griega con Sócrates, como a través de su resurgimiento en el siglo XVIII y bajo todas sus manifestaciones ulteriores, ha erigido a la razón autónoma en uno de los ideales supremos de la humanidad. Este ideal, que consiste, para decirlo con Kant, en vigorizar la capacidad racional del ser humano para servirse de su propio entendimiento sin la guía de otro,ha convertido a la mitologización, bajo cualquiera de sus apariciones, en el principal enemigo de la libertad y de la inteligencia humanas. Se enfrenta a ella porque provoca ineludiblemente la entrega a fuerzas ciegas, extrañas a la voluntad libre. Pero «la tierra, enteramente ilustrada, resplandece bajo el signo de una triunfal calamidad». Así se expresaban M. Horkheimer y Th. W. Adorno a mitad del pasado siglo , en unos términos que me parecen plenamente vigentes. Se referían al hecho de que aquella razón autónoma ilustrada ha sido sustituida por la «racionalidad instrumental». Esta racionalidad somete el valor de todo lo que se le presenta a la condición de lo útil, lo cual significa que puede convertirse en un medio aprovechable respecto a los fines más inmediatos, variables y veleidosos del momento. Pues bien, el fetichismo de la mercancía es sólo una de sus expresiones: la conversión de las cosas en mercancías presupone una disposición humana dirigida a la instrumentalización, siendo ésta una actitud previa más englobante. Arrasa la inteligencia humana misma, todo su sentido y cometido. Es reducida a la capacidad de calcular y de crear estrategias. La racionalización instrumental es la segunda fuerza ciega que se expande en el mundo globalizado. Es un dinamismo que se ha separado de la voluntad humana y que tiende a convertir todo aquello que es sólo un instrumento —un medio en manos del ser humano para lograr un objetivo— en un fin en sí mismo. Convierte a los medios en fines autonomizados. Se le puede llamar también «racionalización funcional» o funcionalista, pues cuando los instrumentos o los medios se truecan en fines resulta que actúan como «procedimientos» que degluten la acción.

Es esta racionalización procedimental (o instrumental) la que genera en la sociedad un desencantamiento del mundo, pues coloniza al mundo vital espontáneo con reglas, prescripciones o métodos que se absolutizan y que olvidan los objetivos o fines para los que habían sido concebidos. El dinamismo de la mercantilización, propio del capital, presupone este otro más profundo. Una mercancía es, en el fondo, un instrumento, y un proceso mercantil una racionalización procedimental.

Espíritu de cálculo

La racionalidad instrumental ha surgido en vinculación, por su parte, con la visión del mundo que proporciona la Mathesis Universalis,que es el impulso a explicar la realidad entera desde las reglas de una calculabilidad sin restricciones. Enunciado ya en el siglo XVII por Descartes (en su Reglas para la dirección del espíritu), este paradigma determina que lo que haya de valer para nosotros como «real» debe cumplir la condición de ajustarse a parámetros cuantitativos de «orden y medida»: a cantidades ordenables. La Mathesis Universalis es una matemática profunda de toda la realidad. Tanto es así que la matemática que conocemos sería tan sólo, para ella, una expresión en superficie.

Esta concepción no fue incidental; se repitió décadas más tarde con Leibniz, quien le dio un impulso hacia el siglo XVIII. A final del XIX y principios del XX la reactivan G. Frege y los logicistas del Círculo de Viena y hoy es el supuesto básico de la teoría computacional de la mente. En la Revolución Científica de los siglos XV-XVII no ocurrió tan sólo que la ciencia avanzó, emprendiendo un camino tan provechoso y admirable como el que conocemos hoy. Aconteció, al mismo tiempo, que sus parámetros y procedimientos fueron idealizados y convertidos en la utopía del orden matematizable en el sentido señalado. En Il saggiatore (1623), Galileo Galilei le daba expresión afirmando que en el Universo (incluido el ámbito de lo humano) todo está escrito en caracteres matemáticos y geométricos. Pues bien, la racionalidad instrumental llega hasta el presente en conexión con este fin omnímodo de la Mathesis irrestricta. Convierte a todas las esferas de nuestro mundo en santuarios del instrumento orientados al cálculo. La fría funcionalización del trabajo mediante prácticas meramente estratégicas calcula la vida del trabajador: su tiempo y su espacio. La política conduce a pactos hábiles, no a cuestiones de principio, y así torna su quehacer en el continuo cálculo de posiciones, actitudes y emociones. El saber tiende a transformarse en mero conocimiento útil y en adquisición de habilidades prácticas; y así se convierte progresivamente en una técnica de cálculo de seres humanos aprovechables, valederos. El modelo cibernético, como veremos más adelante, busca procesos computacionales en la vida biológica y en la mente humana y pretende calcularlos. Se podría continuar con un largo registro. Pero es el caso que este credo se ha impuesto en nuestra historia y es una mitificación del instrumento. Se ha convertido en una fuerza ciega que gobierna, silentemente, al así llamado progreso de nuestra civilización. La Ilustración, de este modo, que aspiraba a salir del mito, vuelve a él, como dictaba la tesis de los francfortianos. Un éxito tal de la Mathesis Universalis sólo podría completarse con la conversión del ser humano en una pieza más del cómputo, lo que muestra a este nivel la dirección autófaga de la civilización. Y eso ya se empieza a vislumbrar, no sólo en que nos convertimos todos, poco a poco, en instrumentos de reglas procedimentales dentro de las prácticas del trabajo, del saber y de la política, sino en que el avance científico-tecnológico cree tener a la vista nuestra propia y potencial calculabilidad a través del modelo de la Inteligencia Artificial.

[Extracto de Saéz Rueda, Luis, Tierra y destino, Barcelona, Herder, 2021, pp. 63-71]

Entrelazamiento de los tres poderes

Estas tres fuerzas ciegas se coimplican. El capital presupone, para su existencia, a la racionalización procedimental y ésta al espíritu de cálculo. Pero, en su despliegue, cada una de ellas se adapta mejor a ciertos ámbitos de la vida social. Si las miramos en su conjunto, encontramos un trenzado: las tres se cruzan y se refuerzan entre sí. No existen separadamente, pero tampoco se las puede confundir. En su reunión constituyen, a mi juicio, el paradigma actual del poder: el poder agenésico y gestionario.

 

Referencias

Marx, K., El capital, México, F.C.E., 1986, vol. I, pp. 36-47.

Marx, K. /Engels, F., Manifiesto comunista, Madrid, Endymion, 1987.

Weber, M., La ética protestante y el espíritu del capitalismo, México, Editora Libros, 1979.

V. Jappe, A., La sociedad autófaga, Madrid, Pepitas de Calabaza, 2019; Negri, T., Biocapitalismo, Madrid, Traficante de Sueños, 2017; Fumagalli, A., Bioeconomía y capitalismo cognitivo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2010.

Horkheimer, M./Adorno, Th.W., Dialéctica de la Ilustración, Madrid, Trotta, 1992.

La Mathesis universalis fue retomada por G. Frege, uno de los grandes lógicos y filósofos del lenguaje y de la mente contemporáneos, a través de su Conceptografía, que persigue un «lenguaje de fórmulas, semejante al de la aritmética para la expresión del pensamiento puro». He descrito esta problemática en Sáez Rueda, L., El conflicto entre continentales y analíticos, Barcelona, Crítica, 2002.