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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Gestotecnia (I): técnicas de heroísmo privado
22 / 04 / 2022


Ser feliz y tener éxito en la vida forman parte de un nuevo credo ocultamente religioso. En el seno del malestar civilizatorio que hoy se extiende globalmente -un malestar que se padece en silencio- la obsesión por la "plenitud vital" se convierte en algo sagrado, en una empresa de salvación del alma.

Todo tiene una historia. Y la que fluye a través de este nuevo fetichismo pasó antes por los monasterios, desde donde saltó a ese propulsor de las sociedades capitalistas que es el trabajo diligente y continuo. Como ha analizado M. Weber, el éxito pragmático ocupó en la modernidad, a través de las nupcias entre religión y capital, el lugar de una confirmación de la salvación del alma, confirmación que antes estaba asociada con la acción piadosa. Aunque las ganancias en este mundo, según esta experiencia, no son directamente salvadoras, sí lo es, indirectamente, la actividad útil en cuanto tal. Los logros en ella -enseñaba Calvino, por ejemplo- tienen un sentido metafísico-teológico, pues pueden ser tomados como la sutil corroboración de que se goza del favor divino y de que se está por ello predestinado a la vida eterna. Permiten la certitudo salutatis, la certeza de la salvación.

Según esta actitud, que se extendía tanto en las profesiones ligadas a la agricultura como en las que adquirían más nobleza en el comercio, el individuo se siente «salvado» en la vida si su actividad le repara éxito, pues el logro de un resultado provechoso sería el modo en que Dios se dona a sí mismo en sus hijos predilectos. La salvación no vendría, ciertamente, por los tesoros de la ganancia, pero sí a través del atesorar en cuanto tal. Y esta seguridad se fue haciendo inconsciente. ¿Quién no se siente "en paz" después de la tarea "bien cumplida"?

Hoy, en las sociedades opulentas, contemplamos cómo la ética del éxito se separa del trabajo laborioso, que ya no inspira especial reverencia, y se liga directamente al resultado "milagroso", es decir, al triunfo que viene de la nada en vez de desprenderse naturalmente del esfuerzo y del trabajo sudoroso. Y es que el éxito, cuanto más injustificado está, mejor prueba representa de que el que lo obtiene ha sido elegido en la vida por una fuerza superior. En un mundo tan amplio como el que está conectado por la red, cualquiera encuentra, tarde o temprano, "seguidores", aunque constituyan un apostolado disperso y lejano. Sin percibirlo, el individuo va pasando entonces de creer en lo que los ojos ven y las manos tocan a creer en invisibles e intangibles "influencias" o "energías". Alguna razón habrá de que su ser personal, tan pequeño y huérfano, atraiga sin embargo la admiración de congéneres que viven "al otro lado" y que incluso esté granjeándose la envidia de otros que están "a este lado". Es el credo de un nuevo mortal que se siente en lo hondo de sí como un ser escogido entre los muchos, hijo predilecto de alguna influencia del "más allá".

Lo cierto, no obstante, es que, cuanto más avanza nuestra civilización hueca e insípida, más necesidad se tiene de escapar al malestar interno, razón por la cual se huye de mirar hacia dentro, poniendo la atención en los frutos externos de una gloria personal que sale victoriosa en la lucha de todos contra todos, esa lucha que cualquiera contempla a su alrededor, aunque la cubra bajo el velo de las amistades virtuales o de las comunidades vaporosas: comunidades de nuevos mánagers, de celebridades relámpago o, simplemente, de enmascarados correligionarios coexistentes en la red. Va emergiendo de este modo en el narciso el sentimiento de ser un héroe que se sostiene en batallas por la visibilidad y el reconocimiento.

Estamos ante un héroe que no cuestiona las reglas socialmente establecidas y que se adapta a ellas para medrar a su través. En su fuero interno, sin embargo, este héroe de la estrategia se siente "puro", "bueno" y "verdadero": está predestinado a culminar con éxito las mil hazañas que recorren la nueva tierra de lo virtual. Por eso se convierte al final en un crítico implacable de quien no tolera esas convenciones establecidas que él, sin darse cuenta, asume y afirma, presentándose a sí mismo como un justo jugador que respeta las reglas de juego. De ahí que necesite siempre de un enemigo, del que pone en cuestión tales normas y se ve conducido por ello con frecuencia al fracaso. A este lo trata como a un ser incompleto, carente de las "habilidades" necesarias para la vida en común. Tal es, querido lector, su certitudo salutatis. El fracaso y el ostracismo del perdedor le confirma ahora, en negativo, esa fe en positivo que lo ha ido alimentando y que lo ha seducido a experimentarse como un elegido.

La ética de este héroe contemporáneo es, ya se ve, muy poco ética. Sustituye la fidelidad a las ideas o valores —que puede conducir a un triunfo en la práctica o a todo lo contrario— por la persecución del resultado exitoso como un fin en sí mismo. Y esta perversa regla no afecta sólo al lucro económico, sino más allá, a la entera esfera del psiquismo relacionada con la adquisición de una identidad. Tanto en el trabajo como fuera de él, el individuo es reclamado por el marchamo de identidad que le confiere el triunfo. Tiene además, para curtirse en ese empeño, a nuevos padres espirituales y directores de conciencia, camuflados en figuras como el coach, el hombre de fama, el influencer y muchas otras en emergencia, porque, en realidad, cada ser humano exitoso en este tinglado se convierte en un administrador personal de lo sagrado, es decir, de la salvación de sí mismo en un mundo hueco y desértico. De su salvación a través del éxito. Él es un nuevo modelo a imitar: alguien con-sagrado, ungido de poder divino.


Las nupcias entre religiosidad y heroismo, así, llegan a vincularse en el nudo del éxito. La oculta experiencia de heroismo que el éxito produce es, mirada más a fondo, un sustituto de aquella actitud heroica que caracterizaba en otro tiempo a la acción trágica. En lo verdaderamente trágico el ser humano se enfrenta a un destino que amenaza con aplastarlo. Y este destino no va dirigido a su persona, sino a todos los seres humanos, pues él aspira a ejemplificar la valentía y los valores de un tipo universal de hombre. El héroe trágico representa a lo humano en alguno de sus aspectos más elogiables en vez de galvanizar su mera esfera íntima.

Pues bien, hoy nos gobiernan poderes globales que se han separado de la voluntad subjetiva y se han independizado, convirtiéndose en "fuerzas ciegas" que nos amenazan como colectividad. Esta situación demanda un nuevo heroismo que sea capaz de superar los fines privados y confrontarse con los destinos que doblegan al conjunto de la humanidad. Pero el individuo de nuestro tiempo presiente en su fondo la magnitud de esta tarea y huye. Huye de ella sustituyéndola por un heroismo meramente privado y al servicio de la salvación de sí mismo. Y hay un fenómeno basal involucrado en todo este laberinto que merecería el desarrollo de mucha más reflexión. Los poderes del presente, hay que subrayar, los poderes que realmente nos esclavizan, son esto ciegos dinamismos que, emancipados de la voluntad humana, actúan con la inflexibilidad del destino. Estos poderes, que quedan a salvo ante tan ridículo enemigo como el nuevo héroe narcisista que se ha descrito, no pueden evitar hacer una promoción sistemática del modelo que este representa. Nacen así un conjunto de técnicas sociales dirigidas a modelar un tipo de ser humano como el descrito. Juntas conforman una nueva ingeniería social del ser humano que bien podría ser denominada "gestotecnia". Esta ingeniería está creciendo por doquier

Continúa en este blog:
         - Gestotecnia (II). Técnicas de privatización del malestar
        - Gestotecnia (III). Ingeniería de lo salvaje

Tratamos este tema, más extensamente, en
Tierra y destino, capítulo 7]