El verdadero artífice de un pensamiento no es el Yo que piensa, por extraño que parezca. Todos los intentos que yo realizo para captar y comprender algo son, en el fondo, preámbulos que pretenden invocar una llegada, una irrupción de lucidez que acontece sin incluirme a mí mismo. Son procesos que se esfuerzan en despertar a un "se" impersonal que piensa en mí y que soy yo, pero yo como otro para mí. Y hay una gran diferencia entre mis pensamientos, por así decir, de antesala, y este otro pensamiento que viene sin permiso y sin sumisión desde mi anónimo. Los primeros son impotentes y están llenos de vanidad, pues instauran una escena ilusoria para que otros escuchen. El segundo, sin embargo, posee verdadero poder, pero solo a costa de alcanzarme en soledad.
Leo sobre las muertes sin cese que tienen lugar en Palestina. Yo las leo y yo las pienso. Me esfuerzo por entender. Voy construyendo así una escena en la que soy un hombre que mira o contempla. Y hay algo insuficiente siempre ahí, en ese mundo óptico, que produce una inquietud oscura. Cuanto más pienso, más miro y más inquieto estoy. Más tarde, sobreviene un cansancio que hace desistir. Es un sentimiento de espectador que empieza a no soportarse a sí mismo. ¿Qué ocurre en Palestina, por dios, que lo estoy viendo y no lo entiendo?
"Se" sale a hacer esto o aquello, a sacar al perro o comprar el pan. "Se" deja uno ver por el mundo. Crece la calma mientras aumenta la soledad. Y hay un punto de inflexión en el que yo soy sustituido por nadie, que ahora se expresa de manera clara y rotunda en mí. Es la presencia pura del acontecimiento Palestina, que no me incluye a mí mismo, que me desborda y me expulsa como se hace con un imbécil intruso, fisgón, metiche, sabueso.
¿La calma? Es esa especial serenidad que inviste a la tristeza trágica, porque comprende que no comprende y se coloca así en la realidad más real. Es la tormenta mansa de un pensamiento impersonal que, aunque no sabe nada, se da cuenta de que la situación es algo a lo que se llegó de manera inexorable. De alguna forma, "se" palpa entonces, como los antiguos desposeidos de su subjetividad en el santuario de Dionisos, que hay fuerzas poderosísimas que hacen de ese acontecimiento, del acontecimiento Palestina, un destino.
La tragedia tiene la virtud de reconocer lo que hay que reconocer: que Edipo matará a su padre aunque no quiera y entrará en nupcias con su madre también más allá de su voluntad. ¿Quién es, entonces, el mayor enemigo? ¿No es el mismísimo destino?
En el acontecimiento Palestina hay una historia de Occidente que "se" expresa y cumple. Durante mucho tiempo, hemos ido caminando rápido y con muchas ínfulas, los hijos de esta civilización: fanfarroneando. Hemos convertido, de tanta insistencia, a la provocación y la fanfarronería misma en un poder por encima de nosostros mismos. Y, así, hemos caído esclavos de nuestra arrogancia. El destino es esta fatalidad de los efectos que se vuelve contra la causa.
Esta es la verdad. Es ya imposible evitar el acontecimiento Palestina. Con nuestros pensamientos y nuestras exclamaciones, llegamos tarde. Lo que vemos acontece sin tenernos en cuenta.
El acontemiento Palestina es dos acontecimientos al mismo tiempo. El infame exterminio de un pueblo a la vista de todo el mundo, en primer lugar. La pérdida de la voluntad y de la libertad para decidir a la que hemos llegado, en segundo lugar, que no es menos grave. En realidad son dos caras de un mismo acontecimiento.
Jean-Antoine-Théodore Giroust: Oedipus at Colonus (1788) |
Cuando pienso en Palestina, pienso muchas cosas. Pero va creciendo la inquietud y, al final, me agoto. Soy entonces destituido por un anónimo en mí que mira cómo miro. Ese anónimo pregunta, nos pregunta: ¿seremos capaces, como Edipo, de sacarnos los ojos de una vez, y no ser ya más mirones impúdicos? ¿Tendremos el valor de recobrar lo que se nos ha ido yendo con el paso de las generaciones, la voluntad, la capacidad de decidir sobre el presente y el advenir?
¿Seremos capaces de hacer como Edipo, desterrado ya por propia voluntad, solo, ciego, desgarrado pero insólitamente transfigurado? Horrorizado de sí mismo, caminó hacia el bosque sagrado de las Euménides, en Colono. A Creonte, que vino a buscarlo por motivos políticos, lo desafió esta vez con más sabiduría. "Tú no me has vencido con hechos, sino con palabras. Y yo, aunque ciego, veo tu vileza. (...) ¡Oh, Creonte, cuánta miseria se disfraza de diplomacia! No tienes poder sobre mí. Ni sobre el camino que piso, ni sobre la tumba que elijo. Aquí, entre árboles que no mienten, entre sombras que no juzgan, yo soy más rey que nunca. (...) Y si tocas a mis hijas —que son mi única luz— tocarás también el filo de mi maldición. [Y luego...] Que mi último gesto no sea de furia, sino de entrega. (...) Porque he visto demasiado… aunque ya no vea nada".
M. Scheler, "Sobre el fenómeno de lo trágico", en Gramática de los sentimientos, Barcelona, Crítica, 2003, pp. 203-226. [pdf]
K. Jaspers, Esencia y formas de lo trágico, Buenos Aires, Sur, 1960 [pdf]