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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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"Corrección política" (I). Resentimiento
02 / 04 / 2021


Si se pudiera hacer sencillo el complejo concepto nietzscheano de "resentimiento" (clave del "nihilismo reactivo"), si se tuviese paciencia para pensar en él, si se llegara a poder admirar lo que ahí fue pensado y qué gran paso representó para la inteligencia y para el pensamiento en todos sus órdenes, si se pudiera, en fin, mantener cierta calma y ecuanimidad como para meditar acerca de ello.... ¡cuán ruines y viles parecerían entonces todos aquellos cuya alma se desvive por el juicio moral tan persistente y severo que hoy se lleva a cabo respecto a cualquier tipo de pensador o de creador! Celine, Heidegger... recientemente Foucault. Son muchos los que, habiendo producido una obra importantísima, son juzgados, no por tal obra, sino por sucesos biográficos que resultan ciertamente punibles. Me parece que se pueden realizar estas dos afirmaciones sin contradicción: (1) que es posible que las recriminaciones morales que se realizan tengan fundamento, y (2) que es muy posible, sin embargo, que tales recriminaciones surjan de un alma baja y miserable, resentida. Se podría intentar aclarar, con este fin, la perspectiva nietzscheana acerca del fenómeno del nihilismo resentido.

Imagínese usted dos líneas que se cruzan, una horizontal y otra vertical. Coloque en la horizontal algo a enjuiciar, una acción poco respetable, por ejemplo, de alguien que era digno de admiración en algún sentido. Continúe aún en esa línea horizontal. Busque las razones por las que esa acción es punible, despreciable, inmoral. Colóquelas en esta línea horizontal y manténgase ahí, por favor. Pondere el juicio que ahí se hace. Imaginemos que ese juicio tiene mucho a su favor. Imagine, incluso, que el que escribe apoya vehemente todas las imputaciones y recriminaciones que se incluyen en esa línea horizontal. Bien, observe ahora la línea vertical. En esa línea también hay que emitir un juicio, pero no sobre las acciones reprobables del sujeto en cuestión (sobre cuya ruindad, digamos, estamos de acuerdo), sino sobre el juicio mismo de reprobación y de condena moral. Hagamos un paréntesis, porque ahora viene lo más complicado.


Tomemos una situación imaginaria muy simple. Imagine usted a un niño que es muy patoso con la pelota, aunque inteligente. Sus amigotes se ríen de él cuando juega al fútbol con ellos. Le lanzan chanzas y burlas persistentes. Considere que este niño, cuando madura un poco más, medita sobre esta cuestión. Tendría, desde cierto punto de vista (que es el que aquí concierne), dos posibilidades ante los dolorosos acontecimientos de su pasado.

La primera. Se siente tan hundido, tan humillado, tan poca cosa... interiormente ha llegado a sentirse como una nada, una miseria humana. Los compañeros de juego, entonces, han vencido. Le han generado al patoso inteligente algo más que un complejo de inferioridad. Pensemos en algo más profundo que tal complejo (porque otros, desde otras instancias, también se mofaron y mofan de él): un sentimiento de que la vida es una broma pesada, de que, en el fondo, no vale "nada" y es horripilante. El patoso se desliza, casi imperceptiblemente, hacia un nihilismo. Cuando éste se ha apoderado de él, ya siempre le acompaña, allí donde vaya, un doloroso rumor de fondo: "la vida no vale nada". Y justo ahora, cuando esa nada se ha hecho para él omnipresente, ubicua, siente la necesidad de vengarse de aquellos malignos amigos suyos del colegio y del resto de los que actuaron en ese sentido. Pero ya no están. Sublima, por tanto, su sed de venganza. Proyecta. Ahora, hay mucha gente que representa a aquel mal de antaño. Y como él sigue sintiendo ese rumor, ese vacío, ese lacerante "en vano", ¿quién representará simbólicamente a los amiguetes malos del patoso? Está claro: todos aquellos que son capaces de decir a la vida "sí": la vida "vale", con todas sus sombras, "es maravillosa". Todos esos que afirman la vida son, además, creadores. Porque se sitúan desde ella y son bendecidos, entonces, por ella. No tienen que ser muy inteligentes. Afirman la vida y la vida les devuelve, a cambio, estos favores relacionados con la creatividad, el buen humor, la jovialidad por estar en este mundo. Pues bien, contra esos se venga el patoso.

El patoso podría haber elegido, cuando meditó, otro camino (segunda vía): decirse a sí mismo "soy, valgo, me sostengo; no tengo que saber jugar al fútbol para afirmar la vida". En este caso, se sentiría ahora al lado de los creadores. Pero no, ya es pasto del resentimiento. Imaginemos que uno de esos creadores, a los que él envida y de los que se quiere vengar, se lo pone, como se dice, "a huevo": comete un mal moral de la hostia. El patoso aprovecha la ocasión, pues ha estado expectante mucho tiempo. Es su momento. Y ahora entra en los salones de la gente de bien enjuiciando al otro con moralina y proscribiéndolo. ¿Tiene razón? Imaginemos que sí, que el otro ha cometido, efectivamente, un repugnante error moral. Ahora bien, después de haberle contado todo esto, querido lector, ¿cree usted de verdad que la razón por la que el patoso recrimina al otro es que ha incurrido en un mal moral? ¡Ni de coña! El patoso, en el fondo, quiere vengarse de la vida, porque la vida es nada para él y lo ha maltratado. Quiere vengarse de los malísimos de sus amigos de infancia. Quiere vengarse del otro porque es un creador. La moral le trae sin cuidado. Punto. La recriminación moral es un medio para él, no un fin.

Volvamos a la línea vertical. Esa línea enlaza al juicio moral realizado en la línea horizontal con la vida y las razones de la vida. Esta es la línea de la "genealogía". Sea verdadero o no el juicio realizado en la horizontal, es el caso que en la vertical ese juicio, él mismo, puede provenir (por utilizar el ejemplo), bien del patoso que se rebeló contra su dolor y superó la humillación, bien del patoso que acabó carcomido por su sentimiento de vaciedad y por el deseo de venganza. Esto es lo que importa desde el punto de vista genealógico.

Y ahora, si uno se ha podido explicar, le pregunto, querido lector: cuando usted enjuicia la acción de otro como un mal moral, ¿está seguro de que la razón que le mueve es, realmente, la moral? ¿No será, tal vez, el resentimiento a causa de su vacío?

Quien ha comprendido esta pregunta no deja por ello de enjuiciar los actos repugnantes del otro como repugnantes, pero ahora tiene un problema nuevo ante sí: el de conocerse a sí mismo, el de analizarse a sí mismo, con la intención franca y valerosa de saber si es la afirmación de la vida lo que habla a través de sus juicios o si es, por el contrario, su "nada" y su deseo de venganza lo que le hace enjuiciar de ese modo. Por supuesto, la vida se le ha complicado mucho al que esto ha comprendido. Sí. Pero se le ha revelado como profunda, misteriosa y hermosa. Experimenta que honrar a la vida implica negarse al resentimiento. Le resultan repugnantes los actos repugnantes, pero mucho más los que lo son por resentimiento. No soporta afirmarse a sí mismo por el rodeo de negar a un otro. Quiere afirmar la vida. Si lo hizo patoso para el fútbol, a cambio le concedió otros maravillosos dones: ser ágil en los juegos de cartas, ser un fenómeno cocinando, lo que sea... ser, tal vez, un gran observador y admirador de la naturaleza cuando destella como lo hace en primavera. ¿Le produce temor la expectativa de la muerte, tal vez? Sí, como a todos los seres humanos. Pero esa expectativa se le convierte en un acicate para seguir diciendo sí a la vida. Las negaciones por resentimiento... Estos son los actos que más detesta. Fuera de él y en sí mismo. Y ya no se detendrá en la lucha contra ese resentimiento nihilista; ya no se detendrá, hasta el día de su muerte, en la búsqueda de su salud, es decir, de su amor a la vida, por mucho que ésta le repare dolores y pesadumbre