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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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El tiempo de duración y el fantasma del reloj. Bergson (I)
02 / 02 /2023

La persistencia de la memoria (1931). Salvador Dalí

Tendemos a pensar que hay dos tipos de tiempo: por un lado, el "cuantitativo y objetivo", absolutamente real (nos parece), que identificamos con el cronológico, es decir, con el que mide nuestro reloj al ritmo inquebrantable de un tic-tac; por otro lado, el tiempo "cualitativo", como el que hace, por ejemplo, que ciertas esperas sean exasperantemente dilatadas o que los periodos de alegría pasen de largo a una velocidad injusta. A este último lo consideramos "subjetivo", propio de nuestro mundo íntimo y vivencial; nunca lo pensaríamos como una temporalidad objetiva que discurre "ahí fuera", entre las cosas. Esta idea, que se nos ha convertido en parte integral del sentido común, es falsa, nos quiere decir Bergson, tan falsa que, a su juicio, el rumbo de la humanidad se está perdiendo algo esencial de la maravillosa realidad del mundo.

Terraza de café. Van Gogh (1888)
Paseamos. Mientras lo hacemos transitamos por diferentes estados mentales. Uno: nos fijamos en las mesas congregadas en un acogedor café de barrio. Dos: nos acordamos de cuando degustamos el queso de Burgos por última vez. Tres: ahora no pensamos en nada concreto: atención flotante. Cuatro..., Cinco... etc. Tomemos uno de estos estados, por ejemplo, el primero. Nos estamos demorando (durante lo que tarda un reloj en marcar tres minutos y medio) en los blancos tableros de las mesas. El reloj marcha con la severidad de un tren que nos ignora. Ahora bien, ¿es ese nuestro tiempo? Mientras el ritmo cronológico avanza impasiblemente, nuestra atención ha "durado" de una forma que no se corresponde con él; se prolonga, más bien, de un modo cualitativo, muy distinto al de cronos. Nos hemos zambullido en el mundo del café, lo habitamos, y nuestra estancia allí ha durado, quizás, "más de lo que esperábamos", porque hemos quedado absortos, o, por el contrario, "menos de lo que la situación merecía". ¡Un momento" ¿Qué estamos diciendo? ¿Qué es aquel "más"? ¿Y este "menos"? ¿Qué tipo de medidas son?

En este punto va emergiendo el asunto crucial. Intuimos que hay un tiempo de "duración" que no se puede medir con relojes, por muy sofisticados que sean. Y es que, si un tramo de tiempo cronológico posee una "extensión" completamente determinada (tantos minutos, tantas horas), un tramo de esta otra temporalidad carece de ella. "Más de lo que esperábamos" y "menos de lo que la situación merecía" -piénselo con detenimiento- no son formas de "medir". Para que lo fuesen deberían poder dividirse en partes iguales y ser, a partir de semejante escisión, computables. Pero eso es imposible, porque la duración es continua. Aplicarle una "extensión" es absurdo: no es divisible en un número concreto de fragmentos. Nada "dura" tres o, digamos, 7 unidades de tiempo. Esto es lo asombroso.

¿Cómo corre, se mueve y, en definitiva, deviene este tiempo de duración si resulta que no es extenso?
 


Nos vemos obligados, debido a esta perplejidad, a profundizar y ser más "exactos" (con el lenguaje). "Extensión" es, ante todo, una característica de los cuerpos, de la materia. Esta se puede medir con un metro, un cartabón o un refinado ingenio técnico. Aplicamos la extensión a los cuerpos, además, porque son separables. Nada más trivial que reparar en que uno termina donde empieza otro. La extensión, por tanto, es propia de un discontinuo espacial. Apliquémosla ahora al tiempo. Podemos representarlo como una línea recta discontinua. Trazamos en ella segmentos de una misma unidad, por ejemplo, de 5 centímetros, a cada uno de los cuales, por convención, le damos el valor de una hora de reloj.

¿Es así como "duran" los estados en los que nos encontramos? Hemos intuido vagamente que no, pero ahora lo aprehendemos con nitidez. La duración no puede fragmentarse en partes exteriores las unas a las otras, no se dispone en una línea con "partes extra partes". Al suponer que sí, proyectamos falazmente sobre ella la disposicón extensiva de la materia, construyendo así la ilusión de una "espacialización del tiempo". Estar absorto en el café de más arriba puede durar mucho o poco, esto es relativo, pero, en cualquier caso, siempre es continuo (y esto no es relativo): se estira haciéndose muy prolongado, o hace lo contrario, se retrae hasta casi detenerse: el tiempo de duración es una continuidad plástica y sus pasos, avances y retrocesos o, en general, devenires, son formas de contracción-distensión.

María Ángeles Tocino. Estratos (2023)

Volvamos al principio. Transitamos por un café de barrio. Nos habíamos sumergido en su ambiente y duramos allí... quizás lo que nos merecemos. Pero también este tiempo, de algún modo, se compone de estados. Estados que no son, lo sabemos, tramos computables. ¿Cómo se relacionan entre sí, si no lo hacen partes-extra-partes? Los devenineres durables se interpenetran. Sí, mientras estamos absortos en la configuración de las mesas, nos acordamos de la última vez que saboreamos el queso de Burgos. Y jalonando estos dos filamentos, digamos, de tiempo durable, se han incrustado retazos de atención flotante. Puede ser, incluso, que en una de estas flotaduras de tiempo fláccido, desde su seno interno, surjan imágenes ambiguas que se contraen o distienden, cada una a su modo. Hay dos tipos de multiplicidad, la de yuxtaposición, que es una suma de partes sucesivas, y la de interpenetración, en la que no existen unidades separables sino heterogeneidades trabadas entre sí. El tiempo de cronos es discontinuo y sus partes son exteriores las unas a las otras. El tiempo de duración es continuo y sus estados son interpenetrables, como capas geológicas.

Falta añadir ahora la densidad, la densidad in-tensiva del tiempo durable, su profundidad. Cada curso de duración, en efecto, está atravesado por otro anterior que no ha desaparecido, pues continúa fluyendo bajo él y a su través. Por ejemplo, veníamos a pasear porque se nos había dado una mala noticia y ahora ese estado lacerante y turbio "dura" bajo los otros, hundiéndose a veces y ascendiendo en emulsión otras, entrando así en una relación "textil" con ellos. Y resulta que la duración de tal estado (el de vivir la mala noticia) avanza, a su vez, en el tejido durable de otro por el que nos deslizábamos ayer. Nos encontrábamos serenos y tal decurso sigue existiendo, sigue estando vivo en la forma de una serenidad sorprendida y aguijoneada. Pues bien, si retrocedemos más, nos daremos cuenta de que hay otros mil estados de duración anteriores que necesariamente subsisten y que, como estratos, configuran un mundo moviente desde la profundidad. Ahí, en ese fondo, está toda nuestra vida. La realidad durable no camina en una línea recta y horizontal, sino que se conjuga en una verticalidad autogestante. No es ex-tensa, sino in-tensa.
 


Pensémoslo bien: está, literalmente, toda nuestra vida, dispuesta en corrientes superpuestas y, al mismo tiempo, entreveradas, entramadas de formas muy diversas y cambiantes. Constituye un movimiento continuo autoalterante, y creativo, pues hace lo que verdaderamente somos, más allá de lo que nos parezca en una simple consideración. Bajo nuestra subjetividad, hay una objetividad viviente que es duración. Para el tiempo cronológico, lineal, discontinuo, computable, hay siempre un pasado, un presente y un futuro. El pasado, en esa disposición lineal, ya nunca será y en ella aparece el futuro como lo que no es todavía. En realidad, en el tiempo espacializado sólo hay presente, y cada vez pasa, despeñándose en la nada de lo que ya ha sido y jamás volverá. Sin embargo, contemple el tiempo de duración: ningún pasado ha muerto en él; el más insignificante vive realmente ahora, lo sepa usted conscientemente o no: vive re-creándose en el trenzado que dura y dura desde que nació. En el tiempo de duración el pasado y el presente son simultáneos; también el futuro, que es siempre algo ya comenzado.


Medite, querido lector, en lo siguiente. El tiempo de duración, que es como un mar con oleaje ante un horizonte, es en el que usted existe. ¿Podría colocar sobre él la línea recta del tiempo cronológico y cuartearlo, partirlo en tramos que se siguen entre sí y no se tocan? Tómese su tiempo.

¿De verdad cree usted que ha vivido alguna vez en el tiempo del reloj? ¿No le parece una ingenuidad?

Bergson volvía una y otra vez en sus textos sobre esta idea, mirándola desde diferentes perspectivas. Tengo para mí que su vida duró muchísimo, duró una amplitud enorme, vastísima.

Para finalizar (por el momento). Usted objetará que es un hecho que existe el tiempo del reloj, que su vida ajetreada y estresada se lo introduce continuamente en la experiencia y lo graba a fuego en ella. Pero le invito a considerar, frente a esa impresión, lo siguiente. Usted no "ha vivido" jamás el tiempo del reloj. No lo "ha experimentado" nunca, pues querer experimentarlo es ya ir hacia él desde y en la duración. A lo sumo, se dirá, está usted -y estamos todos nosotros- contenidos y organizados "en" el tiempo cronológico, sometidos a él independientemente de lo que vivamos, de una forma, tal vez, que nuestra experiencia interna es incapaz de captar, pero que comprendemos racionalmente. Ahora bien, esto mismo es también perfectamente refutable, como se verá.