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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Patrias sin alma, almas sin patria
08 / 04 / 2019


Es como si en todas las cosas operase un movimiento de sístole y diástole, como si ese ritmo del corazón fuese tan solo una expresión de la anatomía entera del mundo. ¿Qué sería la existencia sin la inmersión diastólica en su fluir acéfalo? ¿Y no nos conduciría esa inmersión a la desaparición definitiva, a la in-existencia, sin la resistencia concomitante de la vuelta sistólica a sí mismo?
Dos potencias en litigio y cada una dependiente de la otra. Diástole hacia el mundo desde la sístole de la soledad, en la que esta última es arrastrada, dormitando, al primero: de ahí que la experiencia mundanal esté transida por un límite, el del "yo" que oscuramente lo contempla, incluso en la acción más despiadamente desnuda. Sístole desde el mundo hacia la entraña propia, pero siempre como el reflujo de una marejada que arrastra inexorablemente seres completos o ínfimas partículas marítimas: de ahí que la entraña jamás sea completamente "propia", que nunca podamos decir "yo" plenamente.
Diástole incompleta, también, hacia los otros, que permanecen, por ello, socavados, horadados por una oscuridad irredimible que nosotros depositamos. Sístole inacabable desde ellos hacia un sí mismo poblado de murmurante otredad, en la que los otros todavía hablan o asisten en silencio.

La extra-versión diastólica es una marcha siempre frustada hacia la centricidad del mundo. La intro-versión sistólica, una vuelta limitada a la ex-centricidad del yo. Pero si centricidad diastólica y excentricidad sistólica se interpenetran, no hay ni mundo ni yo y, sin embargo, ambos al mismo tiempo.

Esto lo convierte a todo en una paradoja, corazón rítmico y misterioso de la vida: concordancia discorde, discordancia concorde. El mundo: siempre un inmenso hogar en el que nos zambullimos céntricamente permaneciendo extraños. La soledad del yo: una guarida a la que regresamos excéntricamente y en cuya parte de sombra se adivinan ecos ajenos e, incluso, si se afina la escucha, ancestrales rugidos de la bárbara naturaleza.

El ser humano es un entre-dos, un intersticio entre el mundo externo, salvaje en cierto modo, al que pertenece -y del que se está extraditando al unísono-, por un lado, y ese otro mundo de humanidad de los sujetos, por otro lado, siempre prometido como pueblo y tierra nueva y jamás alcanzable en pureza. Ese tránsito permanente de lo céntrico a lo excéntrico, renovado ineludiblemente, hace del ser humano un ser errático, es decir, un ser del "entre", un mundo-yo en diástole y sístole. Y en el tiempo, ¿qué es en el tiempo el ser humano? Un ser que habita deshabitando lo presente y que se lanza al advenir habitándolo por adelantado. Pero no hay ni uno ni otro, sino el puente.

Y, sin embargo, hay proclamas, pensamientos y acciones surgidas de la necedad. Unos idolatran a un mundo de pertenencia en el que creen poder estar como el agua en el agua, sea el terruño limitado, sea la patria sin confín, la cultura en la que nacieron, su historia peculiar, la profesión que profesan, la institución que instituyen, sus "mundos puros" en fin. Y Otros sueñan ingenuamente lo contrario, una idea indiscutible de humanidad y de futuro, sin réplica, eterna e independiente de su hundimiento en la tierra, sin mancha, sin luto, o una hueste de almas sin arraigo al final de un camino, claras como el agua, limpias y livianamente santas. Patrias sin alma por las que se derraman ríos de sangre sin extrañeza, almas sin tierra que se defienden con uñas y dientes como si el que hablase lo hiciese en nombre de una idea que nadie puede poner en cuestión más que al precio de erigirse en traidor.