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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Auge de la ultraderecha y crisis del espíritu trágico
09 / 01 / 2019


Cuando asistimos al crecimiento de la ultra-derecha como un fenómeno "supranacional", las explicaciones de ese auge que remiten las causas exclusivamente a cuestiones internas de cada país en particular resultan estrechas de miras. En un mundo que se globaliza, este movimiento creciente de derechización extrema no puede ser atribuido en exclusiva a factores de política nacional. Que alguna izquierda española, por ejemplo, diga que hay en España un bloque reaccionario del que su rama más derechista solamente es un recurso para una confrontación con el "extremo" opuesto, con el plan de construir un nuevo consenso de "centro" basado ahora en el miedo y la exclusión, implica quedarse en una verdad a medias, que por ser sólo de "política casera", se convierte en verdad de medianías. Atribuir todas las causas a la política fáctica de un país entra dentro de la pérdida actual de los referentes filosóficos, que tienen en lo político una expresión fundamental, pero que lo exceden ampliamente.

En el nuevo ordenamiento mundial se forja un espacio interconectado que posee, más allá de la suma de las naciones, su propia inercia. Habría que buscar causas en este plano más amplio, que es el de civilización y cultura, como procesos subliminales que generan la "autocomprensión" de los seres humanos, no sólo en un país, sino en-el-mundo. Y esta aclaración necesitaría todo un tratado, toda una investigación. He aquí sólo un ejemplo, dirigido a uno de los factores en juego.

La "crisis" que atraviesa Occidente, centro de organización, hoy por hoy, del "mundo", no es meramente política y económica (que también). Se trata, en su subsuelo vital, de una "crisis de espíritu". Eso significa que no hay "ideas", "metas" y "excelencias" en Occidente capaces de suministrar una orientación cualitativa a la totalidad y un "sentido" para la existencia tomada como tal (y no sólo como supervivencia material). Y, en efecto, no lo hay, porque tales metas, ideas y excelencias cualitativas han sido eliminadas en favor de otras que son meramente cuantitativas: el capitalismo sólo se moviliza a través de un crecimiento material y técnico que se mide en números. El neoliberalismo se dinamiza ampliando, en cantidad, la capacidad de movimiento de la lucha darwinista entre interlocutores egoístas. La política, en general, no presenta hoy"visiones del mundo", "comprensiones del progreso" o interpretaciones de lo que es o debe ser "la comunidad", sino que únicamente expande las innumerables "reglas de juego" del ser democrático. En este último caso habría que señalar que, aunque la ampliación de la democracia es un fin insoslayable y absolutamente necesario, no hay que caer en la ingenuidad de que con su fortalecimiento queda asegurada la generación de ideas, metas globlales y excelencias cualitativas, pues se puede abrir indefinidamente el espacio de la discusión sin que haya nada esencial que discutir (y eso es lo que ocurre). El neoliberalismo darwinista, el capitalismo del crecimiento continuo y la política formalista aportan exclusivamente "reglas" (de intercambio económico, de lucha de intereses y de modos de formación de pactos). Que un mundo esté sostenido sólo en una búsqueda e implantación de "reglas" coincide con la forja de un mundo "funcionalista" (importa la "función", no el contenido en sí). Pero esta unilateralidad absoluta del funcionalismo lleva consigo, tanto el olvido de horizontes cualitativos (que necesitan de la creación no reglamentable), como la reglamentación cada vez más intensa del mundo de la vida, es decir, la racionalización de la existencia. La ultra-derecha, en este pobre desierto, hace emerger pseudo-ideas, pseudo-valores y pseudo-excelencias, fundadas, no en "afirmaciones" sobre cómo debe ser la humanidad, sino en "reacciones resentidas" contra la racionalización de la vida. Constituye, pues, visto desde esta perspectiva, una vuelta al mito frente a un logos que se ha vaciado funcionalistamente.

Por lo demás, habría que decir que la defensa de ideas, valores y excelencias cualitativas implica siempre, de algún modo, un espíritu con elementos de heroísmo. Estando el hombre, ante lo in-mundo del mundo, en lucha con éste, con el mundo, tendría que rescatar necesariamente el pulmón de un héroe trágico que, como D. Quijote, se mantuviera en esa lucha contra fuerzas ciegas con "gallardía" y "valor", inspirado internamente por la "grandeza" de un "fin más alto". Pero en el funcionalismo actual y en la racionalización de la vida que lo acompaña no hay lugar ni para lo trágico ni para lo heroico.

No hay época grande -decía Scheler- que no contenga en algún sentido un espíritu trágico y un tipo de heroismo dirigido al ennoblecimiento del ser humano y la elevación del mundo hacia lo justo, lo bello y lo potente ("Scheler, M. "Lo trágico", en Gramática de los sentimientos, Barcelona, Crítica). Ese necesario espíritu trágico, y el heroismo que lo acompaña, ya no es posible en el mundo del funcionalismo y de la racionalización de la vida. La nueva ultra-derecha lleva en su seno, como uno de sus rasgos impulsores, la experiencia de la "muerte de lo trágico" en el mundo contemporáneo (una muerte que describe con detalle G. Steiner en La muerte de la tragedia, Barcelona, Monteávila, 2000) y, ante ella, exhuma los cadáveres trágicos en la forma resentida (y por eso anti-trágica en el fondo) de ideas, valores, excelencias, que no tienen pretensión de validez universal, intención de constituir un horizonte para el ser humano en cuanto tal, sino la inercia de ensalzar a una horda concreta y bien delimitada, la de los "puros", la de los "hijos de la tradición" y la de los "superiores" frente a un Otro. Sus aparentes rituales de heroicidad (banderas, proclamas enardecidas, etc.) son todo lo contrario de lo heroico, que es siempre cosmopolita, trans-individual. Pero esa falsificación atrae inconscientemente hacia sí a aquellos que, experimentando la huida de lo trágico-heroico, lo añoran y, cansados de todo, ya no se paran en distingos entre lo genuino-prometedor y su impostura.