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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Tiempo de excesivas soluciones y ausencia de preguntas
04 / 04 / 2019


Lo que más fuertemente vincula a los seres humanos entre sí no es, por extraño que parezca, un conjunto de ideas o contenidos mentales que constituirían algo así como una común "profesión de fe". Anterior a cualquiera de tales imágenes sobre la realidad o el mundo es la pregunta. Toda definición, con bordes precisos, de una condición humana, de una meta o de una ideología compartida, presupone el acto o, mejor, el acontecimiento impreciso, sin un límite capaz de acotarlo, de la interrogación. Bajo una comunidad saludable, capaz de crear lazos subterráneos fundados en la voluntad de creación y de generación de futuro, late necesariamente una común pregunta informulable, amplia y sin-fondo, que es campo de juego para preguntas formulables concretas y respuestas consecuentes. Esa pregunta informulable, condición de posibilidad de las que son formulables, es una emergencia viva del "ser salvaje" de la cultura, pues la cultura, como subsuelo último de ser-en-común, no es una mera suma de motivaciones o tendencias, sino la potencia que hace las veces de "génesis telúrica" de éstas. El subsuelo cultural es una Physis, emergencia intensiva, fuerza acontecimiental, que, no siendo reglable, abre un espacio para las reglas, las normas y los procedimientos. Es así como se hermanan cultura y naturaleza. El extrañamiento interrogante que experimentó el ser humano ante el enigma de lo real, de lo que lo envolvía, fue lo que se convirtió en condición sine qua non de la inteligencia.

Nuestro tiempo lo es de una crisis espiritual de gran calado. Se trata, entre otras cosas, de una caída de todo horizonte cualitativo capaz de arrojar a los seres humanos hacia un advenir, como si fuesen una flecha en un arco tendido. Desaparecido el arco, el ser humano ya no se experimenta lanzado a un orden de cosas superior. Sin semejante tensión hacia la apertura cualitativa, no existe para él ya lo "otro de sí" en cuyo misterio anhele transfigurarse. Una de las consecuencias fundamentales de esta crisis es la experiencia sutil y soterrada de "ausencia": ausencia de fin (nihilismo), ausencia de "morada" (desarraigo), ausencia de un nexo entre pasado-presente-futuro (pérdida de la memoria, pérdida de la tracción-hacia y, en consecuencia, la vida en precario de la inmediatez o "presente fatídico"), ausencia de... en fin, del "momento de autoanticipación" del ser humano respecto a sí mismo, por concluir aquí un listado que se prodría hacer excesivamente prolijo.

Prueba de la efectividad de la mencionada "ausencia" es la evidente extensión e intensificación del malestar generalizado y clandestino. Un malestar sin objeto, como se ha dicho aquí otras veces, que genera manantiales de impotencia, de angustia silente y, en fin, de mortandad en vida.

Pero la aprehensión de la crisis como este tipo "radical de crisis cultural y espiritual" a la que nos referimos no parece que esté produciéndose con la severidad que requiere y la responsabilidad que supone. Como si se tratase de un infierno en ciernes, las miradas se alejan de ella nada más posar por un instante la atención en su peligro. Se huye de la verdad. Se rehuye la punzada de la zozobra. Se buscan bálsamos mil: desplazamientos del problema crucial a problemas secundarios y marginales. El malestar, de este modo, no encuentra una vía de escape. Permanece creciendo, en medio del desierto, como una bomba que puede explotar en cualquier momento. Y se hace subjetivo, se aparta de lo público, quedando a expensas de la gestión privada de los individuos solitarios, cada vez más solitarios.

Pues bien, retomando el asunto. Falta la emergencia comunitaria de la pregunta, del extrañamiento compartido. ¿Qué significa esta "ausencia"? "¿Por qué esta "ausencia"? Pero esta pregunta falta, no en raciocinio, sino en la forma de una experiencia que pierde fuerza al ser formulada, pues, aunque se dirige a inquirir sobre eso, sobre esta ausencia, nace de la vivencia clara y valiente de ésta, nunca racionalizable. Pregunta pre-reflexiva, pre-lógica, campo de juego de preguntas reflexivas, lógicamente encadenables, huye de los afanes pragmáticos actuales. Es el actual modo de despresencia que una vez otros seres humanos nombraron con la enigmática expresión "huida de los dioses". Pero sin ella, no habrá emergencia de salvación en el horizonte, es decir, invocación humanamente compartida de un advenir cualitativo, más allá de los propósitos e intereses cuantificables. Estamos encerrados en una pulsión a geometrizar la ausencia y a evadir, temerosamente, el acontecimiento de interrogación ante ella.

No nos faltan respuestas. Por el contrario, hay demasiadas, huérfanas de sustrato interrogante. Nos falta vivir en común una pregunta, la esencial en nuestro tiempo, y permanecer con mucha paciencia y demora en el campo de indecisión y desasosiego que genera, para que se haga Physis de un pueblo, de una humanidad en ocaso, para que se convierta en potencia y abra campos para la exploración, para el ensayo de respuestas. Hay una compulsión desmesurada hacia las opiniones, formas concretas de solución, en ausencia de una pregunta que les ofrezca sentido germinativo y que alimente el lazo social.

Los seres humanos nos vinculamos esencialmente mediante el extrañante y ex-céntrico acontecimiento de la interrogación informulable. Nuestra época nos sitúa en el reto de no evadir, por temor y cobardía frente a su desasogante vibración, el inquirir en común "¿Qué pasa con esta ausencia?"