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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Poder honrar después de la pandemia
14 / 04 / 2021


Dar clase presencial después de una eternidad. ¿Qué cambia? Ya no se entra en los lugares como si fuesen solo espacios geométricos. Se los experimenta encantados por una profundidad y espesor intangibles. Dan ganas de decir: "el aula es un templo". La calle no se mide en metros, sino en quanta de experiencia. Y la taberna. Y la plaza bañada por el sol primaveral. Y el quiosco de periódicos (mejor comprar uno de papel, tocarlo, llevarlo bajo el brazo). Después de una interioridad muy clausurada y prolongada el exterior se vive mágicamente, imbuido por un hálito espiritual cuyo origen se esconde. Pero lo que está así, atravesado por semejante hálito, es difícil verlo como una cosa instrumentalizable; más bien, se nos presenta como aquello que reposa sobre sí, con una autonomía digna y liberada de los intereses utilitarios humanos.

Ese mundo de afuera es desde sí y por él mismo. Al desplazarse en él uno va con la unción con la que penetraría en un claro del bosque dedicado a rituales antiquísimos. 


Y es así cómo, poco a poco, uno se va dando cuenta de que antes (previamente al encapsulamiento pandémico) el exterior había perdido su profundidad y su gradiente intensivo, cualitativo, esa viveza que hace que ahora, después de una larga separación, aparezca como todo un ámbito habitable, digno de devoción, donde aún es posible honrar.

Si se pudiese mantener este rapto de humanidad por mucho tiempo... Pero se sabe que será breve el reencantamiento del mundo. Por todas partes se presiente una amenaza innombrable que, tarde o temprano, terminará por cernirse sobre todos los lugares hasta allanarlos y convertirlos en espacios sin paisaje. Todo ocurre en un entredós. La lucidez y la humanidad son como un parpadeo.