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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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Aliados del Capital (I). El funcionalismo procedimental
19 / 05 / 2020


En favor del capital, de su creciente presión, hay otras dos fuerzas opresivas que, a lo largo de la modernidad, han ido creciendo junto a él y que se entrecruzan con sus logros en las sociedades contemporáneas, convirtiéndose en gigantescas inercias que lo refuerzan. Una de ellas es la del funcionalismo operativo o procedimental, la fuerza ciega que impulsa a funcionalizar operativamente todo el ámbito de la existencia o de la vida. Otra de ellas es la del espíritu de cálculo, que está ligada al proyecto moderno de la Mathesis Universalis (un proyecto que propende a convertir a todo lo cualitativo en cantidad computable). Me refiero aquí sólo al funcionalismo. Relacionarlo con la Mathesis implica otro análisis específico que desborda esta reflexión.

Capital y funcionalismo operativo se hibridan y se presuponen reciprocamente, aunque son dinamismos bien distintos con diferente origen. El capital, en su conformación contemporánea, necesita de los rendimientos del funcionalismo para extenderse a todo el tejido institucional de la sociedad, del mismo modo que este último encuentra en el primero un medio para su generalización y para la intensificación de su capacidad de gobernanza. De ahí que ambas fuerzas se hayan hecho prácticamente indistinguibles, siendo obcecado el análisis de cada una por separado, sin el cual pueden pasar desapercibidos, precisamente, los aspectos esenciales de su entrecruzamiento.

El funcionalismo operativo es (1) una conversión de los medios en fines; (2) un proceso de racionalización de la vida; y (3) un espíritu religioso secularizado. Describiré brevemente estos tres aspectos e intentaré mostrar, al final, dos de sus expresiones actuales: la creación de un espíritu profesional sin alma y sumiso, del cual el dominio cada vez mayor de la cultura de los expertos es fiel testimonio (4) y la perversión de las instituciones del saber, de la educación y, en general, de la cultura mediante el triunfo paulatino da la funcionalización operacional (5).

1. Conversión de los medios en fines

El funcionalismo operacional ha sido estudiado por muchos pensadores Durkheim creyó verlo en el fondo de la organización colectiva, es decir, como un dinamismo inherente a cualquier sociedad. En Las reglas del método sociológico consideró que lo social se explica por sus procesos internos de "función", es decir (expresado de forma muy sintética), por las reglas procedimentales que lo hacen funcionar maximizando la utilidad de lo que se hace, de la praxis en todos sus órdenes y variedades. Con estas prerrogativas, el utilitarismo y el darwinismo social pasan a primer plano en la concepción del progreso: una sociedad, desde este punto de vista, es tanto más desarrollada cuanto más rentabiliza las acciones mediante procedimientos eficaces. M. Weber -en La ética protestante y el espíritu del capitalismo- ha proporcionado uno de los estudios más lúcidos al respecto, atribuyendo al procedimentalismo fucional el efecto histórico consistente en una progresiva racionalización del mundo de la vida (acompañada de un proceso de desencantamiento). En la segunda mitad del siglo XX, la inmensa mayoría de las corrientes filosóficas ha identificado el espíritu del funcionalismo y lo ha puesto en cuestión. Así, en el seno de la nueva lustración, J. Habermas -en su monumental Teoría de la acción comunicativa- puso en tela de juicio esta óptica, considerando que las sociedades tienden (y han de tender) a su auto-organización autónoma en virtud de principios y no, meramente, a su supervivencia material por mor de reglas de provechamiento, de utilidad y de estrategia [el lector dispone, en este enlace, de un resumen de su planteamiento].

De un modo muy sencillo, se puede decir que el funcionalismo operacional actúa del modo siguiente. Sea A una acción valiosa que se tiene por incondicional, es decir, una acción capaz de ser tomada como un fin, y B el conjunto de los medios que el mundo social existente y triunfante proporciona para la realización de A. Pues bien, esta fuerza inercial tiende, en general, a convertir a B (el conjunto de los medios para conseguir A) en un fin en sí mismo. Sea, por ejemplo, A = educación (el fin de la educación como un valor primordial en la vida colectiva) y B = procedimientos de aprendizaje (los procedimietos por medio de los cuales se lleva a cabo el fin de la educación, los métodos docentes, las reglas de instrucción, estudio, etc.). El funcionalismo operacional, en este ejemplo, es la tendencia a implantar institucionalmente un conjunto de reglamentos procedimentales para la docencia y el aprendizaje que sustituyen progresivamente a la meta consistente en "educar". Esta meta es, tácitamente, confundida con los procesos instrumentales que tendrían que servirle en su ejecución. El método docente, que es un medio procedimental de la educación, se convierte, así, en un objetivo que se instala en la institucion educativa y permea su desarrollo. Esta procedimentalización se está produciendo, por cierto, efectivamente en nuestros días.

2. Proceso de racionalización de la vida

La procedimentalización operacional no sólo sustituye los fines por los medios. Racionaliza, como he indicado, el mundo de la vida. Para todo lo que que puede hacer el ser humano debe haber una operación formal que la tipifica y la traduce en un proceso reglado: este parece ser el imperativo oculto de la racionalización operacional. Todas las acciones humanas caen, de este modo, bajo sospecha, como si su devenir espontáneo y creativo fuese a sembrar el caos. Frente a la oscura experiencia de tal disolución de la acción en el desorden caótico, surge la necesidad, entonces, de someter a regla todo lo irreglable. Tengo para mí que esta paradoja se funda en un extenso movimiento que, desde la modernidad, arrecia sin cese y que consiste en la propensión creciente a construir lo no construible: el acontecimiento. En nuestra lengua, el término «eficacia» proviene del latín efficacitas: virtud, energía, fuerza, poder para obrar. En el origen lingüístico, la acción se entiende como fuerza operante en un sentido «vertical», es decir, como acontecimiento irreductible a sus producciones en superficie y a cualquier cálculo o medida de dichas producciones. Sin embargo, en la modernidad la comprensión del actuar que ha triunfado no ha sido esta, sino la que arranca de la revolución científica de los siglos XVI-XVII. Según esa línea, el operar de los fenómenos y acciones está entrelazado por una regla fija, coincidente con una relación entre cantidades, es decir, por lo que se llama función. Hoy se hace patente en muchas esferas del saber, entre las que se pueden mencionar el proyecto cientificista de formalización del lenguaje natural y el intento de reducir la intencionalidad mental a las reglas conexionistas de una computacionalidad general basada en algoritmos. Lo importante en este punto, en cualquier caso, es tomar nota de que hoy se expande, a todos los niveles, el intento de reducir toda dimensión «vertical» de acto, acción, acontecimiento, a la dimensión «horizontal» de una operacionalización que puede adoptar diversos procedimientos. Es ésta, sin duda, una ficcionalización del mundo, pues finge capturar la riqueza viva de lo real, que es siempre un «tener lugar», un «estar aconteciendo», en la mordaza de una forma supuestamente construible. Sus expresiones son cada vez más numerosas.

3. Una fe, un credo, un espíritu religioso secularizado

Como la funcionalización operacional supone un temor constructivista contra el supuesto caos de la acción espontánea, libre de reglamentación, ocupa, además, el lugar tácito de una salvación. La racionalización se convierte en un sutil credo religioso o en una fe práctica. Ya había ligado Weber el «espíritu del capitalismo» y el sentimiento religioso —protestante y calvinista— que hace del éxito pragmático una confirmación de la salvación del alma. Las ganancias en este mundo no serían, de acuerdo con esta experiencia, esenciales, pero sí la actividad útil en cuanto tal. Los logros de la actividad diligente serían una prueba de que se goza del favor divino y de que se está predestinado a la vida eterna. Producen la certitudo salutatis, la certeza de la salvación. El individuo se siente «salvado» en la vida, si bien no por los tesoros que encuentra en ella, sí por el atesorar en cuanto tal. Hoy contemplamos, en esta misma dirección alumbrada por Weber, cómo se expande una ética del éxito. Es la ética de un sujeto que, tácitamente, quiere salvarse del malestar civilizacional, ocultándolo bajo el sentimiento de una gloria personal ganada a pulso. Es la ética de un héroe que no cuestiona las reglas socialmente establecidas para triunfar y que se adapta a ellas para medrar a su través. En su fuero interno se hace un crítico implacable de quien no las tolera, presentándose a sí mismo como un justo jugador que respeta las reglas de juego. De ahí que necesite siempre de un enemigo, del que pone en cuestión tales normas. A éste lo trata como a un ser incompleto, carente de las habilidades necesarias para la vida en común. Y es que él es un devoto de las habilidades: éstas son su religiosa certitudo salutatis.


4. Generación funcionalista de un espíritu profesional sin alma

Una expresión del procedimentalismo operacionalista tiene lugar en el ámbito del trabajo, en la concepción de la "vida profesional". La racionalización del mundo de la vida produce una escisión de la acción en dos esferas. La primera es la del trabajo o profesión, en la que el individuo se amolda con frialdad de témpano a las reglas inmanentes de un proceder operativo. La otra es la esfera de la vida fuera del trabajo, la del mundo cotidiano. Es en esta última en la que se refugian los juicios de valor y, como en este suelo habitan en la selva de lo irreglable, terminan siendo asociados con el arbitrio subjetivo. El hombre queda escindido en dos: un homo laborans, por un lado, que es sólo administrador y administrado; un homo ludens, por otro lado, que goza inercialmente y cuyas creaciones valorativas no tienen esperanza de incidir en los asuntos de trascendencia pública. En términos de Weber, los hombres son impelidos hoy a convertirse en «especialistas sin espíritu y hedonistas sin corazón». Todo este complejo destinal de occidente constituye, evidentemente un potente generador de vacío, pues la racionalización deja exangüe al mundo de la vida, bien sometiéndola a mecanismos funcionales ciegos, bien disolviéndola en una proliferación de credos subjetivos, indiferentes entre sí y a salvo del agonismo creativo capaz de transformar lo real. No extraña que Weber se expresase como si se estuviese refiriendo al fenómeno de un huero nihilismo: «estas nulidades se imaginan haber ascendido a una nueva fase de la humanidad jamás alcanzada anteriormente» (La ética protestante y el espíritu del capitalismo, Barcelona, Península, 1969, p. 260).

Una de las manifestaciones de la generación funcionalista de un espíritu profesional sin alma es la invasión de la cultura de los expertos en el ámbito de la cultura en general, la identificación entre cultura y especialización técnico-operativa. Si la profesión, allí donde esté, tiende a ser convertida en un frío seguimiento de reglas operacionales, ocurre, de modo creciente, que este espíritu de seguimiento de reglas operacionales es convertido en paradigma de resolución de los problemas vitales de la sociedad. El especialista, el experto, se convierte, en consecuencia, en el nuevo chamán o director espiritual de la comunidad. No es un especialista cualquiera: es el especialista en "operacionalización", es decir, el técnico cuyo saber es el metasaber consistente en convertir en procedimiento toda praxis humana. A menudo coincide con el científico, que es llamado por el poder como el nuevo filósofo de la dirección política. Y en las instituciones concretas, es el gestor, una figura que crece en el presente: no el que sabe o conoce la materia propia de la institución que organiza, sino el que gestiona los procedimientos formales de funcionamiento de dicha institución. El técnico que dispone de un saber científico-técnico y el gestor se convierten hoy en el nuevo sabio que orienta a la comunidad. J. Habermas (al que he mencionado más arriba) ha realizado un vigoroso análisis de esta imposición de la cultura de los expertos en nuestro tiempo. Remito al lector interesado al resumen mencionado de este análisis habermasiano)

5. Invasión funcional-operacionalista de las instituciones del saber y de la cultura

La racionalización operacionalista no puede ser considerada producto del capitalismo, sino aliada suya. Tiene, como se ve, un arraigo diferente. Ahora bien, mercancía y operacionalización hacen una buena yuxtaposición. Como he sugerido, para el capitalismo la alianza con esta otra fuerza ciega es esencial. La necesita para rebasar el ámbito de la produccion material y penetrar en las instituciones que están a cargo del mundo simbólico: la educación, la investigación, el saber; la cultura, en definitiva, en su más amplio sentido. El problema para el capital ante la cultura es este: ¿cómo introducirse en estas insitituciones, que son, por sí mismas, reacias al valor "dinero", pues su sentido inherente choca con todo tipo de mercado? La solución la ofrece la racionalización operacionalista, con la que entabla una alianza: ésta disuelve los fines de la educación, de la investigación, del saber, de la cultura, en medios prágmáticos y en reglas funcionales. Al hacerlo, deja el campo despejado para que el "dinero", el espíritu mercantil, penetre sigilosamente. Un espacio institucional completamente operacionalizado no es, por sí mismo, un espacio mercantilizado, pero sí se convierte en espacio de producción de un espíritu connivente con el capital y adaptable a sus exigencias.

El ajuste a meros procedimientos genera, finalmente, una ficción moral. Por muy vacuo que sea, produce en los individuos una gozosa ilusión: la de estar sirviendo a un Orden Colectivo. En realidad, con ello, sirven sólo a un Ordenamiento Ciego, que es otra cosa bien distinta, a un ordenamiento ciego que se independiza de la voluntad humana y que conduce oscuramente a la comunidad, sometiéndola a su dinamismo. Los valores, para los individuos que son atrapados en el proceso procedimental, son exclusivamente la diligencia del trabajo y el cumplimiento de reglas. Se unen aquí servilismo, vacío y ficción. Bajo esta fuerza ciega los seres humanos imaginan estar contribuyendo a la "riqueza colectiva" cuando, en realidad, se hunden en el nihilismo, en el desierto.