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Juez ante una esperanza |
Hace tiempo que venimos observando un cierto revuelo en torno a la
fecundación asistida, aunque no sin motivo, puesto que para la humanidad, todo lo
desconocido produce recelo y un cierto grado de resquemor. Mi primer
contacto científico con este delicado tema fue en una bonita noche de
verano en la playa de Salobreña, compartiendo recuerdos atesorados con
mi querida amiga Carmen Mendoza, profesora de la Facultad de Ciencias de
la Universidad de Granada, en donde ejerce labores docentes e
investigadoras. Fue una preciosa velada en la que, como casi siempre,
terminamos hablando de trabajo, en
lo que consistía nuestra labor diaria. Efectivamente era la
primera vez que oía hablar de términos que ya conocía yo desde hace
tiempo, aunque de forma aislada, pero que entrelazados en sus labios
cobraban un sentido distinto, lleno de ilusión, totalmente desconocido
para mí: ... No había ningún
esperma vivo en el espermiograma –contaba-. Cuando se lo dije, la
mujer se echó a llorar y al marido se le saltaron las lágrimas.
Hasta ese momento, por la educación recibida, yo siempre había
entendido que para “tener, o no, hijos” había que “servir” o
“no servir”. También era esa la primera vez que entendía lo cruel
que puede ser para una pareja el desear con toda el alma un bebé y no
“servir” (¡que palabra tan dura!). Corrían por entonces los años
80. Hoy, 20 años más
tarde, mi vocabulario al respecto ha crecido, ya no me son ajenos términos
como espermátida, ovocitos, FIV, y
un largo etc, que sin embargo hoy alcanzan a ser para mí sinónimos de
esperanza, de deseo cumplido, de
vida. Nadie conoce la cara de la desolación ante la impotencia de no
poder concebir, nadie los conflictos internos, nadie el callado sentido
de responsabilidad ante el fracaso, nadie excepto el que lo sufre y
estos profesionales que luchan junto a ellos robando horas al sueño, a
su familia y a su propia pareja con el único fin de ayudar a dar vida a
un hijo.
Polemizar con lo que “es socialmente correcto”, al menos en este
tema, a una servidora, le parece, cuando menos, un atrevimiento, sin
conocer más que una verdad sesgada. En efecto ha de existir una
manipulación guiada por unos métodos científicos a través de
protocolos preestablecidos, pero siempre dentro de un marco legitimado y
un código ético al que ellos, como profesionales, se adhieren.
“En este mundo traidor, nada es verdad ni mentira, todo depende del
color del cristal con que se mira” y para mí este cristal tiene color
de sueño hecho realidad. Como diría Juan de Mairena: “la verdad es
verdad, la diga Agamenón o su porquero”
Publicado en el diario IDEAL de Granada. 22/01/2003
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