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¿Recuerdas aquel día?
al
olor de mi silencio ibas sorteando mil anónimas siluetas hasta alzarte
frente a mí. Tus ojos temblaban de soledad, de ternura, de deseo, de
felicidad temida y de añoranza. El aire, que hasta entonces fue mi
amante, quedaba perplejo al mirar aquella imagen. Habían pasado muchos
meses con sus días y sus horas, con minutos ciegos de nostalgia, con
instantes plenos de ansiedad por ver de nuevo aquellos ojos, por besar
apenas esa boca y bañarme entera en tu sudor.
Tu
cuerpo sinuoso avanzaba… yo me fui acercando hasta toparme con tu
honor; en ese justo momento, tomaste mi cara entre sus manos con miradas
fijas y anhelantes bañadas de corazón; rozaron tus labios mis labios
y, poco a poco, tu boca se hizo dueña de mi boca hasta llegarme a
enloquecer. Enervados por la pasión del momento decidimos subir al
coche y enfilar hasta ese
hotel más próximo.
No
había caído aún la tarde y tan sólo unos kilómetros nos separaban
de aquel diván que, como hogar improvisado, acogería por pocas horas
nuestro amor.
¿Cariño, recuerdas?
Tras asir la ajena llave, en brazos de un cómplice elevador, tomamos
rumbo certero a nuestra guarida; al entrar en él me abrazaste
como nunca antes me abrazó nadie. ¡Deseaba
tanto tenerte así, junto a
mí, muy cerca! – dijiste -. Callé tu boca con el más dulce y
mudo de mis besos y se detuvo el ascensor, fundidos continuamos hacia
la, hasta entonces, fría e impersonal habitación.
Una vez en ella, mis ojos no dejaban de mirarte. Me parecía un milagro
verte allí a un palmo de mi deseo, surgiendo vivo de entre mis sueños.
Tu boca sonrió mirándome y rozó mi frente con sus labios. Sellaste
con tiento mi boca y lentamente fuiste bajando para adornar mi cuello
con tu olor; luego seguiste el camino que trazaba mi cuerpo… para
seguir amándome. En tu descanso tomaste mis pechos y se hizo de nuevo la vida; te detuviste con el
suave esmero de quien hace un alto en el camino para amamantar a un
hijo, con todo el cariño de quien amortaja en su triste lecho al mejor
amigo. Cerré mis ojos y sentí el calor de mi pecho en tus labios, en
tu boca entera, en tu deliciosa boca. Súbitamente me tomaste en tus
brazos para anidarme entre ellos mientras tu autista boca proseguía
dulcemente navegando por rincones escondidos, tras su propia estela, con
la curiosidad del peregrino que indaga el mejor camino.
Mi cuerpo y yo éramos felices de tenerte, de sentirte nuestro. A
cada beso tuyo mi piel era más piel y aun... más piel te reclamaba. A
cada caricia tuya más caminos se abrían, más se alzaban tus senderos
y más los míos se hundían. Eras diestro en la difícil danza del amor
y en sólo un instante mis rodillas, enemigas entre sí,
buscaron al unísono el mismo sol para dejar así vía libre a tu
pasión. El baile continuó fundiéndonos al son de un ritmo armonioso,
creciente de puro amor. Me amabas y te amé; y terminaste de
amarme y volvió el amor… para seguir amándonos tantas veces como
Dios nos permitió.
Más tarde,
recobrando la lucidez perdida e inmersa en la absoluta calma que
deja una tempestad de amor, quedé dormida en tu pecho reposando mi mano
en tu vientre y pensando qué sería de nosotros dos.
¡Qué
dulce es tu sabor!
Te recuerdo mentiroso. Como siempre,
me decías que el futuro era tan sólo nuestro y lo llenabas de falsas
notas armoniosas con sabor a ilusión. Aún entonces nos mecía la suave
brisa que deja al bailar una diosa abrazada a su mismo dios.
¡Cómo
me gustan tus manos, amor!
Todavía me parece oler el encanto de mi propia quiera tantas veces
mantenida a golpes de sueño, de un posible latido de tu corazón en mi
pecho, un latido que hace tan solo unas horas, mis manos adormecieron.
Me resisto a creer que te hayas ido. Ahora, al sentirte dormido, preciso
apagar mis ojos para poder mirar los tuyos; Abrázame,
necesito seguir sintiendo el efímero calor de tu piel teñida en grana.
No temas.
Sigue
durmiendo mi amor que yo velaré tu sueño.
(Se
oye un callado beso y, tras él, lentamente, descolgar un teléfono)
¿Policía?
Soy
… Acabo de matar a
mi amante. ¡Vengan por favor!
(Primer
premio de Relato Erótico en Concurso de Relatos convocado por RNE. Granada,
2001)
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¿Me perdona un momento?, enseguida estoy con Vd. Ella
le miró y se limitó a sonreír con intachable mueca femenina.
Era un hombre apuesto, de estatura media y mediana edad. Su cabello era
cano y su hegemónica nariz servía de atalaya a unos ojos sin duda
hermosos que, bajo un velo de tristeza, no escondían su súbito interés
por Paula. Su voz, firme y armoniosa, como tarjeta de presentación única
e intransferible, transformó los nervios de la candidata en una
inaudita y singular tranquilidad.
Era verano, hacía calor. Una música envolvía el recinto
y lo transformaba, de forma inconcebible, en un agradable hábitat
laboral. Al poco rato la puerta volvió a abrirse y dejó escapar
nuevamente aquella voz, para desaparecer de súbito. Ella, al oírla,
sonrió en silencio recordando
que en la imagen fugaz de aquel hombre no cabía la duda del sexo,
tampoco en su vestir. La estúpida puerta empezaba a ponerla nerviosa.
Para tranquilizarse y recuperar la calma, decidió compilar en su
memoria los datos obtenidos sobre su hallado personaje y curiosamente
comprobó que la ansiedad
no se la provocaba el interés por la entrevista, sabía que era la
mejor profesional para el puesto ofertado, sino su inquietud por conocer
a tan inesperado sujeto, por saber algo más de él.
El compás de un reloj colgado en la pared, marcó diez minutos más de
espera. Paula, lentamente, se levantó y tomó camino para un brevísimo
paseo por el pasillo contiguo. Se detuvo frente a unos óleos que pendían
de la pared. Observó que en la parte inferior de uno de ellos habían
colocado una pequeñita placa con una dedicatoria: Al señor Medina por
su buen hacer. Televa. SA. 2003. Regresó su mirada a la pintura. Quién
será ese Medina. No está mal el cuadro. El ansiado sonido de abrir la
inquieta puerta, la sacó de su ensimismamiento.
Habían sido los diez minutos más largos de su inestable vida. Quiere
pasar, por favor. Como no.
La idea de no ser
filtrada por alguna estereotipada señorita, y
que fuera él mismo quien hiciera pasar a las candidatas, le
pareció una falta total de
arrogancia que denotaba la absoluta sencillez del recién conocido. La
curiosidad por adentrarse en él iba creciendo en Paula. Disculpe
el retraso. Mi nombre es Ignacio Lera, Director adjunto de TELEVA, SA,
decía
mientras apretaba su mano y,
de manera cortés, le ofrecía el asiento de confidente.
Paula observó que su despacho estaba en la línea de pulcritud que
emanaba de la empresa; sin embargo, había algo que, sin ver los demás,
jamás podrían tener el resto de los despachos; era su olor; un olor
penetrante y fresco, mezcla sin
duda de un intachable aseo
y de un sublime perfume de marca. Cuando aquel embriagador aroma envolvió
sus sentidos fue su olfato
quien la advirtió. Cuidado contigo, muchacha. Era irrefutable, siempre
la cautivó una buena esencia. Nadie nos conoce más que nuestro tacto o
nuestro propio olfato.
Lara comenzó a
hablar mientras ella, atenta, escuchaba erguida en su asiento; las
piernas juntas, como marcan los cánones,
dejando entrever las rodillas vagamente por debajo de su falda.
Las pupilas enfilando los ojos de su interlocutor, aunque haciendo un
terrible esfuerzo por no bajar hasta su boca y detenerse en el
encuentro. Debía tener
cuidado con los movimientos para que el lenguaje de su cuerpo no la
delatara. El puesto al que accedía era complejo, de gran
responsabilidad y ella, era mujer. Un fallo, un único fallo, y se
jugaba el empleo. El destino no había favorecido nunca a Paula, llevaba
luchando toda su vida por alcanzar un puesto como el que tenía, al fin,
en la punta de sus dedos. Un puesto que engendraba el estatus, la posición
y el futuro que ansiaba para gozar con Fernando, su hijo, su única
familia.
Pasó a realizar
infinitas pruebas y cada vez que sus ojos se alzaban, sorprendía a Lera
recorriendo su figura. Ella devolvía por un instante la mirada y,
a veces, sonreía. ¿Está
Vd. nerviosa? No. Vd. hace que no lo esté. ¿Quiere un caramelo? Sí,
muchas gracias. Sacó un caramelo del bolsillo de su chaqueta y,
tras desenvolverlo, lo alargó hasta ella atentamente ofreciéndole su
contenido. Al tomar el dulce obsequio y alcanzar con su mirada aquellos
desvergonzados ojos, pudo comprobar que no se había equivocado al
juzgarlos. Ciertamente eran mucho más hermosos al tenerlos cerca,
aunque así, a corta distancia, aquel halo de tristeza se sumaba y
confundía con un atisbo placentero de persona de mundo que se apaga.
Desinhibida sin saber por qué, osó
a detenerse en su boca entreabierta por un instante. No
sabría con qué quedarme, porque
si sus ojos son bonitos, con su boca sería capaz de emborracharme.
Terminadas las
pruebas... Muy bien, Paula, pasemos, pues,
a la fase final. Él la miraba y, ante su mirada… sus manos
temblaban. Sólo queda la prueba de fuego, conocer al Director
General y que él mismo
dé su conformidad para la contratación. Trate de concentrar
toda su atención en las directrices que le marque y el puesto será
suyo. Mientras hablaba, él observaba, milímetro a milímetro, la
bonita figura de Paula, aun sesgada por el tablero de su mesa. A pesar
del buen acondicionamiento del local, el bochorno producido por la
situación, unido al calor intenso del momento, se hacía cada vez más
insoportable, hasta el
punto de hacer olvidar a Paula que bajo su elegante chaqueta grana se
escondía un exuberante jersey negro, un tanto sexy para la ocasión.
Pidió permiso y se deshizo de su cubierta sin el menor pudor,
dejando lucir al aire su bronceado torso. Él, no dijo nada, pero, al
contemplarla, su cara tomó un cariz
de agrado.
Sonó el teléfono y
Lera cruzó un par de palabras con el que aguardaba al otro lado del
cable. Después de colgar, musitó acercándose confidencialmente. Es el Jefe, el Sr. Medina. Pasemos a su despacho, estoy seguro de que
estará gratamente sorprendido con su presencia. Dio las gracias por
el cumplido, haciendo un verdadero esfuerzo para que no se notara
su ilusión y su alegría, y se dirigió hacia la puerta que
señalaba Lera. A mitad de camino Paula advirtió que su
chaqueta aún permanecía suspendida en el respaldo del asiento y sin el
menor disimulo... Un momento, por favor, Sr. Lera. Permítame que me ponga la chaqueta
antes de entrar. Por supuesto. No faltaría más.
Temblaba
de satisfacción cada poro de su piel,
pero consiguió que
pasase inadvertido. Él hizo sonar la puerta con sus nudillos. ¿Se puede? Adelante. Pasen ustedes. Así que usted es la nueva
candidata... A medida que avanzaban en la entrevista y en tan sólo
unos minutos, la comunicación resultó fluida, un grato ambiente de
cordialidad para el trío que, teóricamente, pasarían a ser la cabeza
visible de la empresa. Sólo había una cosa que
turbaba a la joven Paula, era la mirada a hurtadillas que su recién
enamorado dirigía hacia sus sinuosas piernas, cuando el “gran jefe”
no miraba. A pesar de darse cuenta, y por miedo a que el Sr. Medina se
percatase de ello, puso punto y aparte
a las miradas; así, cuando intuía que el punto de mira de Lera
enfocaba de nuevo su objetivo, ella lo miraba fijamente a los ojos, y
sonreía, con el único objeto de intimidarle y hacer que su delicada
diana, se mantuviese incólume
ante el apetecible dardo ocular que la enfilaba.
Finalizada la
entrevista, el Sr. Medina pasó
a informarla: Srta.
Paula, en unos días se tendrá el resultado de la selección. Le deseo
mucha suerte. Muy bien, Sr.
Medina. Gracias por su atención. Estoy encantada de haberles conocido.
Espero sus gratas noticias.
Satisfecha de sí
misma se fue alejando erguida y lentamente. Cuando, apenas
había abandonado el lugar, oyó al
Sr. Medina que la llamaba. Volvió sobre sus pasos y asomándose
al despacho... ¿Sí, Sr. Medina, me llamaba? Sí, efectivamente. Srta. Paula, una última
pregunta. ¿ Estaría Vd. dispuesta a demostrar alguna otra cualidad o
habilidad, hasta el momento oculta, al objeto de reforzar esta
entrevista y, así mismo, influir
en la difícil tarea de nuestra decisión final? Sabemos de su necesidad
por conseguir este puesto, ya que su situación personal de madre
soltera y por tanto, cabeza de familia monoparental, conlleva unos
gastos insufribles e incapaces de sostener estando en su
situación de paro como la que usted atraviesa; además, tanto el
Sr. Lera como yo -interrumpió con una deshonesta sonrisa- somos personas de mundo, sanas y especialmente discretas. Si su
respuesta fuera un sí, el puesto es suyo. Piénselo.
Por un momento quedó paralizada. Tragó saliva y
contestó sin balbuceo alguno: ¡No tengo
que pensar nada, por supuesto, señor Medina! Ambos
sonrieron. Continuó caminando sintiéndose observada y unos pasos más
adelante, añadió: ... ¡Ah, señor Medina! Olvidé decirles que mi hijo es adoptado y que mi
nombre hasta hace unos años, era Manuel.
(Mención
especial en Concurso de Relato Breve de IDEAL, con publicación en
antología editada, 2003)
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