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¿Protocolo o Sentido Común? |
Como premisa les diré que me gusta saber de qué hablo cuando hablo y de qué escribo cuando escribo y que de la misma forma, antes de emitir juicios trato de documentarme para ser lo más exacta posible en mis argumentaciones dadas. Así pues, al ver hace algún tiempo el artículo proveniente de un alumno de la Escuela Internacional de Protocolo, me dispuse a ponerme cómoda y tras hacer una lectura minuciosa del mismo (algún día les contaré el porqué de este afán detallista), me dispuse a degustar el contenido global del mismo. Se titulaba: “Protocolo sin barreras” y escribo hoy sobre él porque, en mi extrañeza, me produce una desazón increíble por parecerme sangrante el tratamiento que se le da al tema. Si leyeron el artículo publicado en el Diario Ideal en fechas pasadas, pudieron comprobar que un alumno de la citada Escuela Internacional de Protocolo había mezclado sus conocimientos técnicos con los de su experiencia junto a su abuelo inválido dando como resultado el único tratado en España, (según era catalogado en este medio, ayuda para el protocolo de discapacitados) Añadían que se ha convertido en libro de texto para expertos y profanos, un estudio en el que este señor propone fórmulas y soluciones para que las personas minusválidas participen en cualquier acto social con la misma comodidad que el resto de los mortales”. Muy bien, pensé, y continué leyendo. A saber. Se dice textualmente: “Todos hemos visto alguna vez el calvario que tiene que soportar una persona con muletas, o en silla de ruedas, porque la han colocado en la butaca que está justamente en medio de una sala...” Y digo yo: ¿No es ese uno de los cometidos de cualquier Protocolo? El dar a cada cual su justo lugar y el prever los imprevistos. Y continúa el artículo: “...tarda una eternidad en llegar a su sitio...” (según creo es la ley la que obliga a romper esas barreras con la aplicación de normas de carácter imperativo para que las minusvalías tengan una movilidad lo más eficaz posible. El personal de protocolo debería prestar especial atención a este tipo de situaciones, por ende, pues esa es precisamente una de sus labores, al igual que establece las precedencias del acto o se ocupa de nimiedades como el que la alfombra esté bien colocada evitando así que las señoras entaconadas no se enganchen en ella y acaben siendo el hazmerreír de los asistentes, o de poner agua en las mesas de los que intervendrán en los turnos de palabra por si se les seca la boca al hablar, amén de un largo etcétera). Sigo
leyendo: "...Y todo
el mundo mirando...” (Ya me dirán ustedes cómo se puede
permitir este tipo de observaciones. Ellas son las que ineludiblemente
imprimen la desigualdad en el trato desde su propia concepción.
Algo me he perdido. ¿Es acaso un deshonor el que te vean en silla de
ruedas, con un bastón si eres ciego o hablando con las manos si eres
sordo? ¿Creen ustedes que en los tiempos que corren alguien mira mal a
aquellas personas que tienen determinadas limitaciones? Particularmente opino que
el mirarlas pasar cuando estamos parados en un recinto es debido a
que las personas cuando están
en situación de quietud suelen
dirigir su mirada hacia todo aquello, sujeto u objeto, que está
en movimiento, aunque su mente esté en un lugar bien distinto al que
enfocan sus ojos, sin más. O, si son sordos, por la curiosidad y la
admiración que produce (al menos en mí
porque me encantaría saber lenguaje de signos) el ver este otro
tipo de comunicación entre personas. Por suerte, en los años que
corren las minusvalías no son más que una circunstancia añadida a la
persona. Pienso que absolutamente todos los humanos tenemos algún tipo
de minusvalía, aunque a veces pase desapercibida a ojos vista. Las
limitaciones que nos encontramos afuera, nos las imponen la falta de
conocimiento o de conciencia de algunos desaprensivos) Yo le
pregunto: ¿Acaso no mira el aforo en un acto el andar de un señor que
va sobrado de gomina, el de aquel otro de barriguita prominente, el que
sostiene sobre su linda nariz unas gafas obsoletas, o a esa chica
imprecisa en todo acto, de look despampanante vestida para la ocasión?
¿Ellos se sienten mal porque los miren? No lo creo. El
artículo no tiene desperdicio. Continúo con mi lectura:
“...Ese suplicio se les puede
ahorrar con medidas muy simples” (¿Ese suplicio? Abro mis
ojos pasmados por el terrible comentario) Visto
lo visto, interpelo a este señor. A ver, un ejercicio de protocolo a
resolver: ¿Qué haría como Jefe de Protocolo si de repente aparece en
la Casa de los Tiros, en un acto organizado por usted, una amiga del que
preside el acto y que acude escayolada totalmente de una pierna? Algo
con lo que Vd. no contaba y que su puesto en protocolo le obliga a
salvar como "imprevistos a resolver". ¿Le diría que no puede
asistir porque hay muchas escaleras y la Casa de los Tiros no dispone de
elevadores ni rampas? No creo. ¿No se movería Vd. por reglas de cortesía?
¿Se atrevería a transportarla entre dos personas si ella se lo
pidiera, aún sabiendo que al llegar a la Cuadra Dorada van a ser el
centro de las miradas? ¿Y si para ella
acto fuese más importante que el modo en que la hicieran llegar
a la Cuadra Dorada y de los terribles dardos oculares?
¿Se lo cuestionaría? Bien. Extrapolémoslo: Y si en vez de ser
una señorita con pierna escayolada, fuese un/a señor/a en silla de
ruedas... ¿Todo cambia? ¿Sería más terrible para ella? No lo creo. Lo
que quiero decirle con esto, señor alumno de protocolo y creador del único
tratado sobre protocolo de minusválidos en España (¡Dios nos coja
confesados!), es que para minusválidos no hay ninguna regla que ya no
se haya escrito, bien por regulación de Leyes o Normas Estatales o por
las propias recogidas y establecidas por el colectivo del que se trate.
V.g.: Centrémosnos en aquello que Vd. alude respecto al atuendo de un
traductor de lenguaje de signos (debe ser discreto para no desviar la
atención del que atiende) Ciertamente es correcto, sin embargo he de añadir
para su conocimiento que no
es nada nuevo, que ya está instituido como Norma del Protocolo de la
Lengua de Signos, desde hace mucho tiempo, y que es una materia más
que se imparte en empresas como “Comuniquémosnos”, creada y
dirigida por personas sordas que llevan
una labor encomiable: la enseñanza de este tipo de comunicación
a personas oyentes) Personalmente opino que la minusvalía del sordo es
muy relativa, ya que desaparece en cuanto el oyente aprende su lenguaje
¿No nos ocurre de igual manera cuando desconocemos la lengua en la que
se nos habla? El problema desaparece cuando estudiamos esa lengua y la
incomunicación entre emisor y receptor se va con ella. Por tanto,
considero que no debería dárseles la calificación de minusválidos. Con
todo esto quiero apuntarle, señor alunmo de protocolo, que todo está
ya estudiado y en marcha mucho antes de que su Tratado viera la luz. El
protocolo de estos colectivos lo llevan personas preparadas, sordas u
oyentes indistintamente, con preparación en este lenguaje tan
especialmente bello, añadida a sus titulaciones específicas , y que
además están instruidas en el Protocolo Institucional y Empresarial.
Me muero por preguntarle: ¿Cómo han podido sobrevivir sin su tratado
hasta el momento este tipo de colectivos? Ocurre igual en el caso de la
ceguera, ¿cree usted que hay que estudiar protocolo para saber que es
preciso dejar que el perro guía esté en todo momento junto a su dueño?
No lo creo. Ni tampoco puedo creer se desconociesen este tipo de reglas
sus colegas que le anteceden. ¿O sí? ¿Hay que estudiar
protocolo o leer manuales para saber que no se puede poner un atril a
una persona que se desplaza en silla de ruedas, y que habrá que hacer
el turno de palabras o bien desde la mesa presidencial o en mesa adjunta
con fácil acceso para el que posee la minusvalía ¿Es así? Señor
alumno, seguro que la vida le enseñará que, aunque no existiesen
reglas para la minusvalía (que como digo las hay), debe uno regirse por
las normas de educación, de cortesía y, por último, por la razón y
el corazón (claro, que eso no se enseña), porque no son distintos al
resto. Usted
añade a su estupendo artículo, que a una persona que te extiende
un muñón por mano, es preciso estrechárselo porque el estrechar la
mano es un símbolo universal de cortesía.
¿Por eso se le estrecha? ¿Sólo porque es un signo de cortesía? En
mi extrañeza, sigo sus líneas impresas en Ideal. Amplía el texto
diciendo que: "... el discapacitado debe llegar
antes que nadie al lugar del acto, y textualmente afirma: “...De
esta forma, se evitarán los retrasos que se producen al acomodar y
preparar a estas personas...” ( O sea, a ver si he
entendido bien. Puede llegar tarde todo el mundo excepto el minusválido.
¿Me pueden ustedes decir quién está marcando las diferencias? ¿No es
Vd. el encargado como Jefe o personal de Protocolo de poner las medidas
necesarias para acomodar a esta persona de la forma más natural posible
en el entorno que se desarrolla el evento, llegue puntual o no el
interesado, facilitándole al acceso? ¿Qué tiempo de plazo de antelación
propone usted que sería conveniente darle a este tipo de personas para
que no retrasen o incomoden el acto? ¡Por Dios! Bien.
Otro problemilla de protocolo a resolver. Supongamos que le dice usted:
Señor X , tal día (el del evento) debe estar aquí treinta minutos
antes de que se inicie el acto (prontito por si al resto de los
invitados les da por ser puntuales) ¿Qué hace usted? ¿Lo deja Vd. solo en el recinto hasta que llegue el resto
para que no estorbe, o se queda algún ayudante de protocolo (supuesto
canguro) dándole charla para que no proteste? ¿Y a la salida? ¿Le
dice que no se le ocurra moverse hasta que todo el mundo haya salido
para no molestar? ¿O tal vez sería mejor “sacarlo” antes de que
termine el acto para dejar paso libre a la concurrencia? ¡Eso por
no hablar de que tenga el honor (desgracia para usted) de ser
galardonado! ¿Cómo organizará para que la entrega del supuesto
premio? ¿Cree Vd. sencillamente que una persona con problemas de
movilidad en las manos se sentirá mejor si su premio lo porta un
miembro del equipo de protocolo, como usted propone? ¿No sería más
factible poner las medidas oportunas para que sea él mismo el que lo
recoja, estableciendo que el premio sea una medalla, no un diploma
o una estatuilla; o que sea él mismo el que determine la persona
encargada en recogerlo? Caballero,
no dudo de su buena voluntad al respecto puesto que ha debido de pasarlo
mal con la experiencia familiar que posee (evidentemente el protocolo no
fue el adecuado en los actos a los que asistió); sin embargo, por
suerte hoy en día, las personas con algún tipo de limitación están
muy amparadas por las leyes y una vez rotas las barreras de movilidad ,
dejan de ser la carga social
que antes se pensaba, para pasar a ejercer el papel
que les pertenece, para el que cada uno está cualificado dentro de la
propia sociedad, con la misma eficacia o mayor que la que usted y yo
pudiéramos ejercer. Y
abundo en la idea que antes apunté: No se preocupe por hacer Tratados
con reglas que ya están escritas. Pierde su gracia y su importancia..
Enero 2003
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