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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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El tiempo de duración es plenamente real. Bergson (II)
27 / 03 /2023


En 1922 Einstein ofreció una conferencia en París, en un círculo filosófico, donde explicó su teoría de la relatividad. Bergson estaba allí y, aunque no era su intención hablar (como manifestó más tarde), un alumno suyo que también estaba presente y que discutía con el físico alemán lo mencionó. Bergson tuvo que participar obligado por las circunstancias. Durante unos veinte minutos, el filósofo ensalzó al físico, dando la bienvenida a un avance tal de la ciencia, adhiriéndose a la fabulosa concepción del alemán. Cinco minutos tan solo dedicó a recordar su propia comprensión del tiempo y a manifestar que, aunque verdadero, el tiempo de la física no era toda la realidad de este. Einstein fue -en contraste con su habitual carácter apacible- escuetamente desaprensivo: "señor Bergson -dijo lacónicamente-, el tiempo de los filósofos no existe". El filósofo se sumió en el silencio. Pero la controversia no tardó en empezar. Las opiniones en favor de Einstein o de Bergson, intensamente continuadas durante dos décadas más, llegaron incluso a atraer la atención de cualquiera: de cocheros, camareros o albañiles.

Recordando este magnífico episodio de la historia de las ideas, se hace imposible no desear haber vivido en esos años, en los que una pregunta -¿qué es el tiempo?- se destacaba de la vorágine de informaciones abstractas y del tumulto de las tareas cotidianas con peso propio y resplandeciente presencia. El tiempo interesaba por igual a especialistas en física y en filosofía, a técnicos, peritos, iletrados y legos.

Aclarar qué es el tiempo para Bergson no es fácil. Se necesita mucha paciencia y, ante todo, interés por lo que a primera vista nos roba el tiempo. Ya hemos comenzado a aclarar el punto de partida, caracterizando la temporalidad de la vida en términos de "duración". Pero quedó sin abordar la cuestión de si semejante temporalidad es meramente subjetiva. ¿Depende tan solo de circunstancias internas al sujeto o posee un sentido objetivo?

Saturno devorando a sus hijos (1820-1823)
Para Einstein, como para la mayoría de los especialistas en física, el tiempo es una magnitud cronológica. Se mide como se hace con una extensión cualquiera y como si se tratase de algo muy poco diferente respecto a la velocidad, la masa o la gravitación. En la concepción científica más ortodoxa, el problema se refiere exclusivamente a Cronos, el tiempo del reloj. Por lo demás, el físico que había revolucionado su disciplina para siempre pretendía que el tiempo es una dimensión del espacio. Se trataba del tiempo geometrizable o matematizable, ese que conduce nuestras vidas con desdén hacia la última hora, el que consume los acontecimientos, aherrojándolos a la nada tan pronto han tenido lugar. El tiempo que devora a sus hijos, los seres finitos y con conciencia, terrible no tanto porque los lleve en volandas hacia la muerte -algo que la duración tampoco podría evitar-, sino porque, imperturbable y gélido, los convierte en seres insignificantes: sin duración.
Jano, mitología griega. Dios de las puertas, las elecciones, los comienzos


Para Bergson, el tiempo es duración y, si bien se "expresa" exteriormente en Cronos, no es interiormente nada de eso: su íntima textura es cualitativa, pues él mismo, que desde fuera puede ser "contado", es inextenso. Y esto es lo asombroso: todo ello es así, no solo en la mente de los seres humanos, sino de forma real, allí, en la materia misma del cosmos y, cómo no, en el fenómeno natural de la vida, tal y como discurre de modo objetivo. Afirmar que el tiempo es, por un lado, ese continuo cronológico del reloj y, por otro y al unísono, lo que no puede ser medido, parece un contrasentido. Pero este es el misterio del tiempo, el de tener dos caras heterogéneas, una exterior y otra interior. Es jánico.

Hagamos el experimento mental siguiente. Imagine que levanta su brazo frente a una pizarra. Con una tiza, que tiene en la mano, traza una línea recta entre dos puntos. Todo comienza aquí. Colóquese mentalmente en la situación del brazo: en él está el movimiento. ¿Está también el movimiento en la línea? Una línea es un conjunto de puntos y, efectivamente, representa un recorrido. Ahora bien, en todo esto se esconde una paradoja. Cada uno de los puntos representa una inmovilidad. Si decimos que hay un movimiento de un extremo a otro es que algo no funciona. Hay, mejor pensado, una sucesión de inmovilidades en la línea, como en un conjunto de fotografías estáticas que, puestas unas a continuación de otras y pasadas ante los ojos a una cierta velocidad, produce la sensación de "movimiento continuo". Las imágenes fotográficas son inmóviles y contiguas unas respecto a otras. Así son los puntos. Inmóviles y contiguos. La sucesión de imágenes inmóviles es un conjunto de unidades externas unas respecto a las otras (ninguna penetra a las demás). La sucesión de puntos también es un conjunto de exterioridades: cada uno es externo al otro y forma con los demás una "sucesión de pasos". Imaginado el tiempo como una línea espacial o como una secuencia de imágenes estáticas, constituye una pluralidad de mera yuxtaposición: partes que se añaden a partes, partes externas entre sí, partes extra partes.

Van Gogh. La noche estrellada (1889)

El movimiento de un brazo no es una sucesión de partes: es indiviso. Se realiza de una vez. ¿Es esto algo ilusorio? Usted se levanta y va al trabajo; tiene prisa, llega tarde si no se introduce bien en el conjunto de segmentos espaciales que hay desde su casa hasta allí. Primero pasa de la puerta al ascensor, luego del ascensor a la puerta del edificio, a continuación a la salida de la urbanización, al semáforo.... usted atraviesa porciones de espacio y, correlativamente, fracciones de tiempo. Eso es Cronos. Ahora bien, en otro sutil sentido, usted ha realizado un acto indiviso: el movimiento de su casa al trabajo, que posee un dinamismo continuo y único. ¿Es este último reductible al primero?

Piense en la lectura de un libro. Usted pasa de una página a otra, de una frase a la siguiente, de una palabra a la contigua. ¿Es ese simple "traslado" equivalente a una lectura? En un sentido sí, pues leer implica recorrer elementos gramaticales y sintácticos. Pero en otro sentido no. Se puede pasar de palabra a palabra, de frase a frase... sin comprender nada. Le ha sucedido alguna vez. De hecho, sucede en el mundo en el que vivimos con mayor frecuencia. Para leer, es evidente, hace falta algo más que saltar de una parte de la escritura a otra. ¿Y por qué va a ser el movimiento de ir al trabajo algo esencialmente diferente?
 


Espacializamos el tiempo. Tal es el error. Lo convertimos imaginariamente en una línea de puntos y secciones espaciales. Pero en este "gesto" hay una ilusión. La ciencia no se equivoca en sus cálculos, pero capta al tiempo exteriormente. Interiormente a la materia misma -y no exclusivamente como mera subjetividad humana-, el tiempo, que es duración, debe ser supuesto como un devenir, un movimiento no reductible a espacialidad contable. El movimiento del cosmos posee una temporalidad indivisa que se expresa en el espacio y que, simultáneamente, no coincide con este. La ciencia, pues, no capta el movimiento más que en su exterioridad. Pierde la duración intensiva, cualitativa, que se refiere al devenir del "todo" del movimiento, una totalidad que está en cada uno de sus momentos cuantificables y fenómenos susceptibles de representación.

Este tipo de razonamientos terminó desesperando a Einstein. Bergson escribió, después del desencuentro que tuvo con el físico, un libro ex profeso: Durée et simultanéité. Einstein llegó a afirmar que Bergson había entendido la teoría de la relatividad: el filósofo se introduce también, en ese texto, en la teoría física misma y en matemáticas; el problema no residía en que el filósofo no entendiese al físico. Ahora bien, ¿entendió al filósofo este último?



Pensamos el tiempo como si caminase, como si tuviera pies y dejase huellas que se van disipando, como si lo que ocurre en el presente se destruyese en el mismo instante y cayese fulminado, de modo que no será nunca más. Y el escalofrío se adueña de nosotros.
De un golpe abrí la puerta,
y con suave batir de alas, entró
un majestuoso cuervo
de los santos días idos.
Sin asomos de reverencia,
ni un instante quedo;
y con aires de gran señor o de gran dama
fue a posarse en el busto de Palas,
sobre el dintel de mi puerta.
Posado, inmóvil, y nada más.
Entonces, este pájaro de ébano
cambió mis tristes fantasías en una sonrisa
con el grave y severo decoro
del aspecto de que se revestía.
“Aun con tu cresta cercenada y mocha —le dije—,
no serás un cobarde,
hórrido cuervo vetusto y amenazador.
Evadido de la ribera nocturna.
¡Dime cuál es tu nombre en la ribera de la Noche Plutónica!”
Y el Cuervo dijo: “Nunca más”


Es preciso recorrer la otra línea, la real, la vertical. Todo lo pasado subsiste sin metáfora, in-siste bajo el presente, sintetizándose con él, pues constituye su movimiento supuesto, su condición de posibilidad. El movimiento objetivo arrastra en sí al pasado y lo hace persistir en su profundidad, abriendo desde cada momento actual un advenir. El tiempo no es una línea, aunque pueda ser cortado conceptualmente de ese modo y contemplado desde la exterioridad.

El tiempo intensivo, cualitativo o de duración en la vida humana no es psicológico: es ontológico y real. Soy aquel día pasado con tanta intensidad como soy en este instante, pues un presente no se puede entender a sí mismo si no es depositándose como un sustrato sobre el pasado. Todos los momentos pasados viven en mí y forman una cohorte amplia y rica que recibe a cada instante mi presente, el cual no es fulminado y arrojado al vacío. El presente, este presente, bien mirado, no es. Lo tomamos falsamente por la realidad primera desde la cual juzgamos todas las otras realidades.

Todo ha de ser presente en los días que corren: estar presente ante el otro, estar presente en las redes, estar presente en lo que suponemos que es el escenario presente del presente. Tanto hay que estar presente que existen escuelas para aprender a estar presente. Y tanta presencia se esfuma arrolladoramente a cada instante sobre la horizontal línea de los momentos nacientes y desfallecientes en el acto. Quien vive solo en el presente muere en cada presente.

Usted no está aquí, en este instante, rígido y altivo como un faro ante el mar. No contempla desde su altura a un océano de memoria. El mar lo tiene a usted. La luz proviene de él y el faro es una proyección suya. Si usted ve y contempla es porque todo su pasado ve y contempla en usted. Usted es ese pasado actual, que se renueva sin cese, es una ola en el mar.