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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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La teología encubierta del posthumanismo y el olvido de lo prehumano
10 / 01 / 2022

 

Se expanden los "post" en el siglo XXI con tanta fuerza que se puede dudar de su asiento en el verdadero tiempo humano. No se entiende el futuro si no hay, al mismo tiempo, pies en tierra en el presente y de manera que en él se recoja lo pasado y se lance hacia el adven ir. Pero pareciera que algo está disolviendo ese nexo entre los tres éxtasis del tiempo, dando lugar a una ruptura que los psiquiatras del análisis existencial (Binswanger y otros) describían como una de las claves de la neurosis colectiva. El "post" insistente indica un presente que ya no sigue el hilo de lo pasado y que, por tanto, lo toma como muerto. Y, ante lo muerto de lo que ya fue, el futuro es generado en la forma de una ilusión, de un nuevo comienzo absoluto (que no existe ni existirá jamás).

El "post" como blasón es un índice de desarraigo temporal: no se inclina hacia la idea de "ser en el tiempo", sino a la de "tener poder sobre el tiempo"; tal es la preocupación fundamental de hoy. ¿De qué podremos "dis-poner" en el futuro? -así se configura la pregunta por el "post". Todo gira en torno a si "tenemos" o "no tenemos" un tiempo después. Tan velozmente ocurren los sucesos, tan precipitadamente, que apenas tenemos tiempo para vivir; de ahí que subsista en nosotros la esperanza de "tener al tiempo" en nuestras manos y hacer de él lo que nos plazca. Es una reacción a la experiencia de que no nos envuelve hoy una sensación de control sobre las horas y los días, que pasan como un tren de alta velocidad. La indisponibilidad del tiempo en el presente se traduce en una voluntad de impostarle un futuro disponible, es decir, bajo sujeción.

Querer un tiempo futuro es algo propio del ser humano. Pero creer que se lo puede construir por medio de altas tecnologías es desear adueñarse de él y convertirlo en un producto más. Significa arrancarle las raíces del subsuelo histórico para elevarlo con las manos hasta donde la vista pueda examinarlo y reconfigurarlo, lo que implica querer contemplarlo desde la perspectiva del que está fuera de él: solo así se lo podría poseer o perder. Habitar el tiempo es otra cosa, porque nos sitúa en el ser y nos permite comprender que el tiempo no es un objeto, sino una condición de todos los objetos. Este es el fondo enfermizo del asunto. Y porque se hace muy difícil habitar el tiempo, desarrollamos una oculta voluntad de dominio sobre él. La obsesión por el "post-" es la expresión de este mecanismo psíquico.

Respecto al posthumanismo, en particular, la cuestión depende de si nos tomamos el "post" que involucra en un sentido laxo o en uno fuerte y serio. Parecería que, en sentido laxo, tiene cierta significatividad. "Posthumanismo" significaría, desde esa perspectiva, tan solo mejorar con la técnica y la ciencia las expectativas de vida, alcanzar procedimientos para atajar enfermedades y, en suma, ofrecerle al ser humano diversas posibilidades de "prótesis". Porque la prótesis, en un sentido muy elemental, es meramente el complemento de una capacidad humana (como son las gafas respecto a la vista). Ahora bien, ¿por qué, si lo pensamos bien, habría de ser llamado este fenómeno, "posthumanismo"? Si es llamado así es porque se lo ha tomado ya, desde el inicio, en un sentido fuerte, aunque inadvertidamente.

En el posthumanismo hay una vocación distinta a la del mero "mejoramiento de capacidades humanas". El "post" indica que la prótesis, un producto humano, está en disposición de transformar lo humano mismo hasta el punto de inaugurar una nueva "circunstancia" del hombre. "Circunstancia": circum-stancia, lo que rodea y envuelve, dibujando el lugar de una estancia en la vida. El ser humano, mediante el posthumanismo, quisiera poner las circunstancias que lo envuelven bajo control de su voluntad técnica.

Sin mermar el interés de los estudios sobre el "mejoramiento humano" y la solidez de los investigadores en esa materia (en un sentido muy débil), hay que decir que, en este otro, fuerte y radical, lo posthumano carece de sentido; es una ilusión, una "ilusión trascendental", como diría Kant, provocada por la proyección inadecuada de lo ideal en lo sensible y carnal. Lo posthumano es sencillamente impensable. Miramos desde lo humano, demasiado humano, y no hay nada más allá de él a lo que podamos conferir un sentido no-humano. ¿Qué es la Inteligencia Artificial imaginada como una autónoma forma de existencia que se fusionaría con lo humano y lo trascendería hacia un "lugar-otro-de-lo-humano"? Una ilusión trascendental.

La inteligencia artificial es justamente una "inteligencia" que fabricamos. Y la fabricamos ¿desde qué punto de vista? ¿Desde ese más allá insinuado? La fabricamos desde nosotros. La hipótesis de que, injertada en lo humano, ponga en movimiento sus propios recursos y haga aparecer una novísima forma de existencia solo imagina (sin saberlo) lo puramente humano, demasiado humano: prolonga lo humano y le confiere unas capacidades y posibilidades que no ha tenido antes. Lo posthumano solo es pensable como humano, porque lo humano es, precisamente, hacerse a sí mismo, posibilidad abierta, auto-trascendimiento. Y no hemos hecho otra cosa desde que el primer primate empezó a ser homo sapiens.

Cualquier tipo de inteligencia artificial, cualquier tipo de tecnología, es una "construcción". Y para que tal construcción pueda ser entendida como una "nueva forma de vida" tiene que imitar a la vida. Pero a la vida no la "tenemos", sino que más bien somos en ella. Para construir una vida novedosa, un novum vital, tendríamos por tanto que poder situarnos, como se ha dicho, en la perspectiva de un espectador del mundo y de la vida en su totalidad; solo así podríamos mirarla desde la distancia, objetivarla y, entonces, dar un paso adelante, creando algo sustancialmente diferente. Pero esta perspectiva es la así llamada "perspectiva de Dios", externa al todo en el que estamos insertos. Pensar una nueva forma de vida tras la humana, una vida posthumana en el sentido fuerte de "sustancialmente diferente", es, como se ve, teología encubierta. Estamos insertos en la vida y no podemos contemplarla como a un todo. [¿O quienes hablan de posthumanismo en sentido fuerte no han leído a Wittgenstein?]

Lo realmente interesante no es lo posthumano, que es una ilusión, sino lo pre-humano. Lo posthumano, dado que no puede ser generado desde la perspectiva divina, es solo un uso de la vida y una transformación dentro de la vida. Para trascender lo humano habría que trascender la vida en general. Y eso es un sueño teológico-metafísico. Elevamos la vida a otra forma de vida. Esto sí es correcto. La elevamos con técnicas y saberes. Pero estos han de realizar una mímesis de la vida, no solo en el sentido moderno de "copiar a la vida", sino en el aristotélico de "presentarla desde sí", ex-ponerla, traer-ahí-delante lo que estaba implícito. ¿Y qué es esto implícito? Aquí sí que nos encontramos con un auténtico continente lleno de enigmas.

La vida es condición de lo humano. Descender a esa condición profunda es descender a lo pre-humano. Lo prehumano, en primer lugar, es lo biológico. ¿Qué es la vida biológica? ¿Qué es una célula? ¿Se trata ahí de máquinas o de un ámbito con indeterminación? ¿Alcanza esa indeterminación a hablar de physis, de vida biológica como auto-poiesis? Estas preguntas van dirigidas a lo prehumano. ¿Y lo estrictamente físico? ¿Qué es lo cuántico? Todo esto es preguntar sobre lo pre-humano. Filosóficamente hay otras cuestiones muy interesantes. ¿Cómo debemos comprender el impulso mismo a la supervivencia o, más aun, a la organización, a la vida? ¿Es una voluntad ciega, como pensaba el pesimista Schopenhauer? ¿O es voluntad de poder, de crecimiento y expansión, como replicaba Nietzsche? ¿Es la potencia que emana de un absoluto (romanticismo) o es el Eros platónico que impulsa a ascender a lo suprasensible? El factum "impulso de vida" es un enigma fascinante que el posthumanismo ni siquiera atisba.

Toda cima presupone una sima. Una supuesta "novísima forma de vida" no es más que una vieja vida explicitada en alguna forma que ella permite como virtualidad, motivo por lo cual no es "novísima", sino solo "una expresión más" de la vida antiquísima. Lo presuntamente posthumano es lo pre-humano, aquello que guarda su secreto y reta a la inteligencia. Lo posthumano no se puede pensar con sentido más que como elevación de lo pre-humano a una de sus posibilidades efectuables, considerado lo cual hay que decir que no es, realmente, ningún "post", ningún novum. Y es que la relación que existe entre lo "pre" y lo "actual" es la de lo virtual que se efectúa o actualiza. En su sentido más fuerte, "dar lugar" a lo posthumano no puede consistir más que en un retroceso a lo pre-humano, de tal modo que podamos "liberarlo" hacia una expresión posthumana.

Lo humano podría ser pensado como una etapa mediadora, tal vez, entre lo prehumano y lo posthumano. Pero, en ese caso, habría que decir que lo prehumano en nosotros nos toma y nos conduce a otro ser, algo en lo que nuestra voluntad no sería determinante. Lo posthumano, si fuese posible, no constituiría algo susceptible de ser "hecho" por nosotros, los humanos, ni hoy, ni mañana, ni nunca.

No creo en lo posthumano más que en el sentido débil, muy débil, señalado al inicio. Y, en ese caso, uno se pregunta a qué viene un término tan solemne como el de lo posthumano, si se se refiere a tan simple humanidad, demasiado humana. Creo en lo pre-humano, en ese fondo abisal bajo nuestros pies que es todo un misterio. Y ahí habría de dirigir la investigación, a menos que sigamos siendo fieles de una iglesia oculta y queriendo adoptar la perspectiva divina (en su sentido epistemológico). Ya ven ustedes cuántas paradojas tiene nuestro tiempo: bajo lo que tiene apariencia de saber empírico, científico y técnico, hay una teología dogmática muy sutil.

Podríamos seguir, descubriendo esa teología en los positivismos más radiantes del momento, en las filosofías políticas más "pro-gresistas" y hasta en los nuevos gustos y estilos ligados al disfrute virtual de la vida y la felicidad de cartón. Pero no es aquí el caso.

No hay algo que nos trascienda como lo "posthumano"; hay lo que nos trasciende como "pre-humano". Siempre estará justificado, a pesar de todo, emplear el "post", este prefijo, en el sentido débil ya indicado. Sí... ¡Pero es que hay ya cierto hartazgo de filosofía débil!