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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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¿Combatir el nihilismo o radicalizarlo?
07 / 03 / 2022


En 1996, escribía Claudio Magris: "En este comienzo de milenio muchas cosas dependerán de cómo resuelva nuestra civilización este dilema: si combatir el Nihilismo o llevarlo hasta sus últimas consecuencias" (Cortesía de Juan José Muñoz Villacián). La reflexión de Magris, dando en el blanco, contiene algún error de expresión. La segunda alternativa es falaz. Al nihilismo no se lo puede llevar a sus últimas consecuencias, pues es un destino y nos tiene en sus manos. En todo caso, se podría formular esa segunda opción así: "abandonarse a su destinación y pleno cumplimiento". Para aclarar esto es necesario reflexionar, siquiera mínimamente, sobre el sentido de los términos "nihilismo" y "destino".

Una opinión habitual sobre el nihilismo lo vincula con un fenómeno subjetivo y, en particular, con un sentimiento de indiferencia hacia el rumbo de las cosas. Esta idea sobre el fenómeno nihilista no es propiamente filosófica. Por lo demás, es premeditada y algo banal. Sobre el nihilismo han pensado Nietzsche, Heidegger, Adorno, Horkheimer y muchos más en el siglo XX, refiriéndose a él como un acontecimiento que empapa y dirige, desde la trastienda, a nuestra época. Se necesitaría un tratado entero para hablar con rigor y finura sobre ese fenómeno. Baste una generalización, por torpe que sea, aquí.

1. Nihilismo

El nihilismo es un fenómeno del mundo (humano) y no sólo del sujeto concreto. Es el acontecimiento por el cual una cultura es atravesada por la voluntad de negación, por decirlo así, de su propio substrato: de la vida (si se quiere, nietzscheanamente hablando), del ser (si se habla más a la heideggeriana), de la razón de principios (en un sentido adorniano o, globalmente, de la Escuela de Frankfurt).

Por lo anterior se comprenderá que opera una "nadificación" o "nihilización" (que procede del latín nihil, nada). Si un elegante y egregio bosque de coníferas pudiese aprehenderse a sí mismo como nosotros, los seres humanos, y experimentase arrogantemente como pura inutilidad o sinsentido a la tierra misma donde hunde las raíces, al humus que lo sustenta, se podría decir que es un bosque nihilista. El nihilismo es un contrasentido ontológico, una autofagia [1], y siempre contiene una negación de lo que podría ser llamado, para generalizar, "mundo de subsuelo", una conversión de lo que es, por debajo de todo lo concreto y tangible, en "nihil", en una pura nada vacía, hueca.

Hoy acontece esto en Occidente. Convierte a sus veneros, los caudales que lo alimentan, en una nada, los humilla y los aplasta hasta ese extremo. Occidente niega el subsuelo autocreativo de su ser cultural. Lo convierte en un "nihil" al olvidarlo, separarse de él y orientarse por mecanismos autonomizado y ciegos.

2. Destino

No significa que el proceso nihilista esté guiado por una fuerza inexorable, una ley irrevocable o una mano invisible de efecto incontenible. Cuando decimos coloquialmente "estoy destinado a esto o a lo otro" no estamos suponiendo en nosotros una esencia inviolable; estamos apuntando a una inercia o propensión muy potente. Pues bien, el nihilismo es un destino en la medida en que es inercial, no algo inabordable, inasequible e implacable como una ley de la naturaleza. Lo más inquietante de esa iniercia es, por un lado, que rebasa a la suma de individuos concretos y, por otro, que tiende a ocultarse.

Tiende a ocultarse. Vivimos en los afanes y problemas inmediatos; tal posición "céntrica" es ineludible en el ser humano. En ese sentido, el acontecer del nihilismo discurre bajo nuestros pies, es la condición de lo que habitamos y pensamos. Siendo un subsuelo, se nos oculta y no puede ser de otra manera. Ahora bien, tan inmersos nos situamos en esa centricidad que esta va adquiriendo la apariencia de la única posición del hombre en el mundo, hasta que es tomada por sacrosanta. Ocurre entonces que el ocultamiento del nihilismo es, él mismo, ocultado. Podemos hablar aquí de un "ocultamiento del ocultamiento" del acontecer nihilista. Dejamos a un lado, entonces, nuestra vocación "ex-céntrica", que nos impulsa a salir de la centricidad, a situarnos en sus márgenes y en última frontera [2]. Perdemos, así, el sentido de lo que nos acontece, de lo que nos ocurre.

Si estamos en una ciudad, por ejemplo, y no la habitamos cénticamente, no la comprendemos, no estamos en ella más que maquinalmente. Pero tampoco la vivimos si no mantenemos erguido el extrañamiento. Si nos sumergimos en ella hasta fundirnos, a través de las prisas del trabajo, de las tareas concretas que nuestra existencia en ella nos depara, etc., ocurre que ya estamos fundidos con ella, en su en-traña; no nos ex-traña y no la vemos, no la vivimos. El extrañamiento excéntrico es condición de posibilidad de que aprehendamos algo. Sólo ex-céntricamente, en ese empuje de extradición respecto al mundo concreto en el que estamos céntricamente situados; sólo por mor de esa potencia errática que impele al des-habitar y al mirarse a sí mismo como se mira a un extraño, a ex-trañarse de la en-traña; sólo por esa fuerza, pues, podemos mirar como a vuelo de águila y aprehender el substrato nihilista.

Había mencionado una segunda opción. Se trata de aquella en la que realmente estamos hoy. El nihilismo no es, dicho con rigor, una opción, tal y como lo plantea Magris. Porque somos tozudamente céntricos y manifiestamente cobardes con la ex-centricidad. De ese modo, nos situamos respecto al nihilismo en el "abandonarse a su destinación y pleno cumplimiento". Lo que se le opone a este abandono es, sí, y como dice Magris, combatir el nihilismo. Ahora bien, ¿qué significa combatirlo?

Para hacer frente al nihilismo es necesario que nos situemos céntrica y excéntricamente, a un tiempo, en nuestro mundo presente, atreviéndonos en nuestros diagnósticos (no sólo teóricos, sino de experiencia interior viva) a la extradición que proporciona el "auto-extrañamiento ex-céntrico". En nuestra problematización del presente predomina la atención a lo "casero". Atreverse a la excentricidad consiste, en el plano político y social, a vivir lo céntricamente problemático desde la distancia y la mirada de águila que proporciona la ex-centricidaed: colocarse en la frontera de lo que sucede y aprehender, siquiera en esbozo, el movimiento en su totalidad. A ese momento no hemos llegado aún. No se afirma aquí que no haya excepciones. Se afirma que la corriente más dominante y más influyente de pensamiento o análisis es la meramente céntrica.

La ex-centricidad es tomada hoy en su sentido peyorativo, como la posición teórica de excéntricos que "están en las nubes" y no tocan suelo firme. Craso error que puede traer consecuencias de magnitud considerable. El sociologismo y el politicismo (no la sociología y el análisis político) son expresión, hoy, de esa tozuda centricidad. Sociologismo y politicismo constituyen la tendencia a aclarar todo lo que nos ocurre desde el punto de vista de nuestra conformación social y de nuestras estructuras políticas. Más profundamente, lo socio-político se posa sobre la textura entera del modo de ser de una civilización (de su cultura, como modo de vida y visión del mundo). El reduccionismo socio-politicista se extiende hoy por doquier y anula esta óptica dirigida hacia lo civilizacional en profundidad.

"Combatir el nihilismo" implicaría que -situados ya en el quicio céntrico-excéntrico, en ese entre que en otro lugar he vinculado con el "ser errático" de lo humano [3]-, pudiésemos hacer experiencia del fenómeno del nihilismo. En este sentido reformularía la segunda opción que ofrece Magris. No se trata, como he dicho, de conducir el nihilismo a su extremo. Eso, además de no poderse "hacer" (porque no es algo "construible") es justamente lo que ya estamos haciendo sin proponérnoslo. Se trata de llevar a su extremo, en la auto-experiencia, la aprehensión del nihilismo, pues ahora ni lo oteamos. Pero imaginemos que llega el momento en que esto ocurre. Tendría lugar una experiencia que, sí, comienza en individuos concretos, pero que cobraría forma cabal cuando ya fuese de la comunidad entera -más allá de la suma de sus singularidades-. Coincidiría, entonces, con una auto-experiencia de la comunidad respecto a sí misma. ¡Esto es lo que falta y "hace falta"!

¿Se puede provocar esto que "hace falta"? No se puede construir con discursos o con buena voluntad. Pero tampoco es algo respecto a lo cual no podamos hacer nada. No me puedo enamorar a voluntad. No podemos hacer, a voluntad, que acontezca la experiencia común del nihilismo. Puedo, sin embargo, preparar con valentía y coraje las condiciones para que "me ocurra" que me enamore: no tenerle miedo al compromiso que eso implica, a la salida de sí que representa, ser capaz de estar abierto, de escuchar... Se puede preparar, con coraje y valentía esa autoexperiencia de la comunidad respecto a sí misma, haciendo acopio, cada uno, de la seriedad del problema del nihilismo, en el fuero interno, sin miedo y poniéndose a salvo, al mismo tiempo, de milenarismos y catastrofismos. Refinando interiormente esa experiencia y conduciéndola a su extremo, lo cual no significa anularse en la pura nada. Significa "ver". Y, como eso que se "ve" está ocurriendo y no ha llegado a pleno cumplimiento, conducir tal vivencia a su extremo lleva aparejada una auto-anticipación, un colocarse virtualmente en ese pleno cumplimiento.

Experiencias así producen una conmoción en el cuerpo y en el alma (que son la misma cosa). Pero esto no basta. Es necesario que el número de individuos que hacen esa experiencia aumente hasta el punto de que el contagio tome ya rumbo propio, escape a todos y cada uno de los individuos y conforme una experiencia comunitaria en su recto sentido.


[1] "Autofagia". He llamado así (en El ocaso de Occidente, Barcelona, Herder, 2015) al agente patógeno fundamental de nuestra cultura (como modo de ser y visión del mundo), es decir, de nuestra civilización occidental en el presente. La cultura se genera a sí misma, es auto-poiética, auto-organización creativa y tendente a la expansión en riqueza y potencia. Una génesis autófaga es aquella en la que, en su dinamismo inmanente, devora paradójicamente sus potencias. Tal es el significado. Esta no es producida por anomalías respecto a un estado supuesto de salud o normalidad. La enfermedad es el proceso aporético por el cual la vida, por mor de su propio movimiento, desfallece y se vuelve contra sí misma. Es autófaga y no autoinmune, pues no tiene su causa en la revuelta de sus defensas contra sí misma (la cultura no tiene un exterior y no se defiende de ningún agente patógeno), como algunos hoy sostienen. Su causa reside en una vuelta contra-genética de sus propias fuerzas dinamizadoras. Siendo la génesis autófaga el agente de la enfermedad occidental, da lugar a multitud de patologías de civilización en superficie, es decir, a procesos, también autófagos, por los cuales la comunidad occidental, en su dimensión socio-política y considerada de modo supra-individual (como un conjunto mayor que la suma de sus partes), ciega su crecimiento cualitativo en el mismo acto en que lo propulsa. La enfermedad de Occidente, así considerada, tiene como condición su crisis, que comprendemos como agenesia, incapacidad para engendrar o crear. Más información, si lo desea, querido lector, aquí

[2] He caracterizado (en Ser errático. Una ontología crítica de la sociedad, Madrid, Trotta, 2009/2012) la condición humana como una tensión entre "centricidad" y "excentricidad". El ser humano, siendo un ser con esas dos caras, lo llamo "ser errático". Tesis central: el ser humano es una “unidad discorde” entre dos dimensiones o acontecimientos heterogéneos entre sí, pero inseparables y en relación tensional. La primera dimensión es la pertenencia cétrica al mundo (en un sentido próximo al heideggeriano). La segunda dimensión (con Heidegger contra Heidegger) parte de la idea de que, por otra parte, el hombre no puede “habitar mundo” sin la experiencia del “extrañamiento”, de la perplejidad ante la pertenencia misma a un mundo de sentido. Dicha experiencia inexorable genera una distancia pre-reflexiva del hombre respecto a cualquier forma de existencia concreta y constituye su condición ex-céntrica. Reunidos estos dos modos de ser cooriginarios de la condición humana y comprendidos en forma tensional, “ser errático” significa que el hombre pertenece a un mundo sólo en la medida en que, al mismo tiempo, se experimenta extraditándose o saliendo de él. Lo habita en la justa medida en que se experimenta extranjero en él. En él está “enraizado” y, al unísono, “expulsado”, in-curso y ex-curso, entrañado y ex-trañado, entregado y separado. El ser humano existe, por tanto, como “entre” o “intersticio” entre un mundo al cual pertenece y del que se sustrae y escapa, por un lado, y otro al que se dirige y que todavía no es, por otro. El hombre es, por así decirlo, un intersticio entre dos formas de un nihil productivo. Si desea más información, querido lector, le remito a un resumen del libro:


[3] Sáez Rueda, L., Ser errático. Una ontología crítica de la sociedad, op. cit. “Ser errático” posee un sentido latino peyorativo y otro positivo. En el primer sentido, significa “andar sin rumbo” o “a la deriva”. En el segundo sentido significa, según mi estudio, que se hace a sí mismo mediante un proceso al que podríamos llamar “caosmos”: un proceso tensional (propulsado por su mixta condición céntrico-excéntrica) que no posee fundamento ni telos, sino que genera su regla en el devenir mismo e in status nascendi. En la inter-relación de la comunidad se producen encuentros caóticos que terminan dando lugar a una red o rizoma en la que del caos surge un orden espontáneo y siempre renovado. Este último sentido no peyorativo sirve para caracterizar al hombre en cuanto tal. El primer sentido sirve para calificar al hombre actual en la medida en que está hundido en una profunda crisis de carácter ontológico y con expresiones socio-culturales diversas.