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Cuaderno de Bitácora
Reflexiones sobre nuestro tiempo
Vivimos una época de cambios agitados. Un lánguido declinar se cierne sobre todo lo que conocemos y el advenir se torna inquietante. Pero el lenguaje nos salva de un naufragio. Nos concentra para irradiar, al tiempo que logra extraernos excéntricamente de nosotros mismos. Pensar el ocaso de nuestro mundo requiere este ocaso personal en favor de la palabra y de las luces de aurora que ella quisiera congregar.
 

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El metaverso: fuga mundi
04 / 11 / 2021

Metaverso. ¿No se lee en el mismo nombre de este proyecto eso "en torno a lo cual gira", eso "hacia lo que se vuelve"?

"Verso", del latín "versus", vuelto a, en giro a. Un término fascinante. El ser no es plano, sino que se relaciona consigo mismo de alguna manera, esa es la idea. De "vertere", volverse, dar un giro. El ser se vuelve o gira de algún modo y es como si se tuviese en cuenta a sí mismo o se palpara. Gira hacia sí: "Introverso", se hace introvertido. Gira hacia fuera de sí, es decir, se toma a sí mismo y se vuelca hacia lo que lo limita o rodea: "extroverso", se hace extrovertido. Siente en sí una anima-d-versión cuando se relaciona con una cosa especial y moviliza su alma en contra de algo: se hace "adverso". Gira hacia otro lado, diferente al giro que lo impelía antes: se hace "converso". Se hace "diverso", es decir, se vuelve hacia sí y descubre sus puntos de vista diferentes, en los que le gusta "extro-vertirse". Se transforma a sí mismo y contra sí mismo: se hace "per-verso". Hay una larga serie de giros, porque el ser parece un pliegue: es como una túnica que cae de los hombros al suelo y se voltea, se requiebra, encuentra repliegues y despliegues. En definitiva, el ser no es ciego, sordo o mudo, se ve a sí mismo, se escucha, se habla de un modo siempre misterioso.


"Universo", ¡qué palabra! El ser se gira hacia sí como una totalidad y se expresa como una unidad que engloba a todas sus perspectivas, variantes, diferencias. A pesar de todos su matices internos, es capaz de expresarse como un "Unus", como una unidad orgánica en la que integra todos sus "versos" (sus formas, sus modos). Feliz momento en el que el ser humano, horrorizado por tantas cosas, envuelto en tantas luchas para sobrevivir en una naturaleza hostil, llegó a sentir algo así como "pero todo lo que ocurre tiene un sentido en cuanto conjunto; esto que contemplo a mi alrededor es una unidad en la que todas las cosas tienen su lugar y su función, de manera que se relacionan entre sí; lo que nos parece temible, es en el universo un reto requerido; el universo, armonía total y profunda". De ahí que se pensase más tarde que el Universo tiene su propia música, lo cual es todavía hoy un supuesto plausible, como si la multitud de seres concretos vibrasen en ese "Unus" a modo de una sinfonía siempre naciente y en devenir. Como instrumentos de una improvisación de jazz: cada instrumento va ajustándose al "todo", al "conjunto", pero ese conjunto va cambiando; es un "todo" que se hace a sí mismo y que cada instrumentista, al intervenir, experimenta en un fondo profundo.

"Universidad", ¡qué hermosa palabra, y qué palabra, también, tan gastada y pulverizada! Un universo simbólico, hecho de ideas, emociones y modos de comprender lo que hay; un pensamiento que quisiera reunir a los seres humanos en una melodía creada por todos y ninguno en particular. Un Unus que procura integrar eso humano que se disemina y se desgarra constantemente en girones, para ampararlo en el todo armónico de una sinfonía o polifonía de voces. Qué pena que ese Unus gire o se voltee contra sí mismo, disgregando en vez de uniendo, oponiendo en competencia en vez de articulando musicalmente.

Y ya sí. El metaverso. ¿No se escucha en esta palabra un rumor de sables, un crujido de escisión? "Meta": un orbe segundo más allá de un orbe primero, un doble-del-ser que mira abstractamente al ser. ¿Qué es, por ejemplo, un meta-discurso? Un dis-curso que se hace espectador de sí mismo; se diferencia de un curso, se eleva sobre él haciéndose su doble y ya no habla sobre el "curso del mundo" o del "mundo en curso", sino que sobre el discurso acerca del curso del mundo. Tú eres mi opuesto en esta cámara de la democracia y ya no hablo acerca del mundo, porque no me importa, sino acerca de ti, de lo que dices. Y nada más. Y en contra, para auscultarte y llegar a sustituirte. Porque lo que es "meta-curso" tiende a sustituir al curso. Tal y como nos explica fúnebremente Debord en La sociedad del espectáculo: espectáculo como una representación del mundo que termina sustituyendo al mundo, un meta-mundo representativo y teatral que usurpa al mundo, sea lo que sea este, y ocupa su lugar, como si el reflejo que vemos en el espejo cuando nos miramos cobrase un día un vigor y nos devorase a nosotros, que somos su condición y fuente; como si en un cuento salido de la mente de Allan Poe, nuestra sombra nos eliminase y viviese por sí misma, sin necesidad de nosotros. ¿No es este el "meta-curso" de nuestro mundo presente? Las herramientas que ha construido el ser humano toman el relevo y engullen a su creador. Esa es la clave.


Meta-verso. Un mundo humano que ya no se vuelve hacia sí o gira en torno a sí en algún sentido, sino que es suplantado por su sombra o por el teatro que lo representa. Un mundo que se vierte en su imagen para desvanecerse en ella. Por muchos placeres que se le otorguen a este juguete, se sabe que hará honor a su nombre, elegido quizás por unas musas incapaces de callar e impúdicas. Es la inversión del retrato de Dorian Gray: mientras nos desvanecemos, el retrato no acusará los efectos de la vida terrenal, permanecerá en su impoluta apariencia y está claro que impondrá su maiestas, su majestad, es decir, su título de rey o de divinidad.

 

¡Qué poco valen los avisos de la filosofía! Esto se ha advertido de muchas formas en el pasado reciente. ¿Cómo definía, por ejemplo, Nietzsche el "desierto que crece"? Lo definía como un árido paisaje sobre el cual tiene lugar la invención de un "segundo mundo" y, hecho eso, una "inversión de valores" por medio de la cual el mundo terrenal y carnal sería declarado como un espejismo y una apariencia, mientras este inventado adquiriría el carácter, inverso, de verdadera realidad. ¿Y quiénes llevarían a cabo este juego de manos? Los resentidos, es decir, los que no son capaces de afirmar la vida y el mundo, por muy dolorosos que sean. Entonces, aterrorizados por la vida y sus vaivenes, huirían a otro mundo fruto de su temor. Y -esto es lo más sutil-, esta muchedumbre de miedosos envidiarían a los fuertes, es decir, a los que son capaces de acoger la vida con todos sus desgarros y pesares y hacerle siempre homenaje a pesar de todo. Envidiarían a estos afirmadores de la vida y dejarían crecer en sí mismos el volcán del resentimiento, el espíritu de venganza. Su represalia vengativa: hacer creer a todos que los fuertes terrenales viven en un mundo falso, convencer a la humanidad de que el verdadero mundo es el meta-mundo, con el escondido fin de hacer aparecer su huida, su cobardía y su espíritu de rebaño como si fuese todo lo contrario, algo admirable, mansión de los nuevos creadores, espejo del mundo que es preferible al mundo mismo. Porque el mundo se va transformando en lo inmundo y, antes que atreverse a transformarlo valientemente, el débil y resentido prefiere escapar al meta-mundo y reinar en él como semilla de una nueva cosecha humana, borrando por fin a los quijotes andantes, errantes, que se resisten a hacerse cortesanos, a convertirse en esos que "se pasean por todo el mundo mirando un mapa, sin costarles blanca, ni padecer calor ni frío, hambre ni sed", mientras "los caballeros andantes verdaderos, al sol, al frío, al aire, a las inclemencias del cielo, de noche y de día, a pie y a caballo, [miden] toda la tierra con [sus] mismos pies, y no solamente [conocen] los enemigos pintados, sino en su mismo ser, y en todo trance y en toda ocasión los [acometen], sin mirar en niñerías ni en las leyes de los desafíos" (II, VI).

¿Qué miedo le tienen los que afirman la vida a este meta-verso? Ninguno; podrán entrar y salir de él cuando les plazca, llevados más por su curiosidad y su deseo de diagnóstico del mundo en el que viven que por otra razón. Y no caerán en el error de creérselo, idolatrarlo y ponerle un altar. ¡Pero ay los resentidos! Ay todos los huérfanos de sí mismos, cómo se desorbitarán en elogios y cómo lo habitarán para volver su hiel sobre los primeros! No se hartan de inventar formas variables de un "meta", y el meta-verso es solo una prueba más, un ensayo para escapar de sus demonios. Se los conoce, por muy sutiles que quieran ser. Se los adivina.