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En relación con este tema, se ofrece a los alumnos la fabricación de
morteros de restauración de rocas porosas:
Patente:
Durán Suárez, Jorge Alberto & García Casco, Antonio. (10 May, 2004).
Piedra artificial porosa: prefabricados y morteros adaptables (kit) para
aplicación en obras de construcción y restauración. Patent Owner:
University of Granada.
Durán Suárez,
J.A. y García Casco, A. (2017), Piedra artificial porosa a partir de
residuos de rocas ornamentales adaptable a obras de construcción y
restauración patrimonial. Boletín Geológico y Minero, 128 (2): 437-450.
ISSN: 0366-0176.
TEMA 4: MORTEROS DE CONSTRUCCIÓN Y ORNAMENTACIÓN
Introducción
Definición de mortero
Bajo el nombre de
mortero denominamos en sentido amplio a cualquier mezcla natural
o artificial cuyas características constructivas esenciales son su
plasticidad inicial, que permite trabajarla y moldearla según la
necesidad, y su posterior endurecimiento y aumento de la resistencia
mecánica, que lo hace útil como material de construcción. Estas mezclas
constan de:
·
un material inerte o árido,
generalmente arena de distinta composición y granulometría,
·
un material aglutinante, ligante,
conglomerante o aglomerante, que imparte plasticidad
a la mezcla al ser aplicada, y por tanto permite su moldeado, así como
elasticidad al endurecer, lo que confiere cohesión y resistencia
mecánica al conjunto, y
·
materiales añadidos eventualmente o
aditivos, cuyo fin es muy variado.
Desde los albores de la
civilización, este material ha sido utilizado como material de
construcción de edificios y defensas, alternativo a otros materiales
como la piedra o madera, donde cumplen importantes funciones:
·
estructurales,
al constituir el material
Ø
de base
para la construcción de muros, paredes, cubiertas,
etc., armado en estructuras de ramas, palmas, maderas, etc.
Ø
de unión
y asentamiento de bloques de piedra, de ladrillos y de las piezas
labradas (sillares, tambores, capiteles, tejas...) que forman los
elementos constructivos (paramentos, columnas, cornisas, techumbres...),
y
·
decorativas,
al constituir el material de revestimientos y
estucados (el pulimento de la obra, según Villanueva),
que, además de una función estética, protegen a los elementos
constructivos que recubren de la acción de la intemperie, lo que les ha
valido para ser denominados la superficie de sacrificio o la
piel de los edificios.
Por tanto, abordar la
restauración y conservación de edificios de interés histórico-artístico
implica necesariamente la consideración de los morteros que forman parte
de los mismos. No es exagerado decir que una parte importante de la
estabilidad estructural de los edificios y de su aspecto estético
descansan, en mayor o menor grado, en la salud de estos materiales
artificiales.
Pero, además, el conocimiento
de la naturaleza de los morteros y de sus propiedades es imprescindible
para el restaurador de edificios históricos ya que, en no pocos caso,
los materiales pétreos deteriorados de estos edificios necesitan de
reintegraciones con morteros. Independientemente de criterios estéticos
(i.e., similitud de textura, entonación cromática, etc.), estos morteros
deben ser diseñados de manera específica para reproducir las propiedades
de la piedra a intervenir, teniendo además en cuenta la función
constructiva de misma y su localización en la obra, así como los
procesos de deterioro a que será sometido el sistema piedra-mortero.
Como se ejemplifica más adelante, en bastantes casos se han llevado a
cabo labores de restauración con morteros de reintegración fabricados a
base de cemento hidráulicos de tipo Portland y similares que no han
conseguido sino acelerar el deterioro de la piedra original. Esto es
debido a la escasa porosidad y permeabilidad de estos morteros, a la
presencia de sales en su constitución, y a sus elevadas resistencia
mecánica y conductividad térmica por comparación con piedras porosas
comúnmente utilizadas en construcciones históricas. Si algo debe
garantizar un mortero de restauración es que no introduzca problemas
adicionales a los ya existentes en la obra, y que, en caso de sufrir el
ataque de los agentes de deterioro, sea él mismo el que altere, y no los
materiales originales de la misma (cf. Rosi-Doria, 1986).
Origen y usos de los
morteros
Las características de los
morteros con fines estructurales y estéticos dependen de la naturaleza y
dosificaciones de sus partes constitutivas, i.e., áridos, aglomerantes y
aditivos. Dado que pueden fabricarse mezclas muy variadas entre todos
estos materiales, sus características son también muy variadas. No
obstante, éstas dependen esencialmente de la naturaleza del agente
aglomerante. Por tanto,
el desarrollo histórico
de los morteros está ligado al descubrimiento y perfeccionamiento de
agentes aglomerantes naturales o artificiales. (Figura 1)
El origen de los morteros hay
que buscarlo en el origen de la arquitectura, esto es, de la
civilización misma, resultantes del asentamiento en ciudades de grupos
humanos dedicados a la agricultura y la artesanía durante el neolítico.
En este contexto, es
interesante recurrir a las fuentes clásicas. Vitrubio, en el primer
capítulo de su segundo libro de Arquitectura, trata el origen de la
arquitectura, y con toda lógica lo relaciona con el origen de la
civilización misma. Estimando que, como resultado del descubrimiento del
fuego por el hombre primitivo, se facilitó el desarrollo del lenguaje,
Vitrubio indica que “habían surgido las asambleas y la convivencia,
precisamente por el descubrimiento del fuego” (pg. 95, Alianza
Editorial, Madrid, 1995; traducción de José Luís Oliver Domingo). Según
Vitrubio, esto facilitó la agrupación de humanos en comunidades, y “dotados
por la naturaleza de un gran privilegio respecto al resto de los
animales, como es el que caminaran erectos y no inclinados hacia
adelante, observaron las maravillas del universo y de todos los cuerpos
celestes, e igualmente manipularon los objetos que querían con toda
facilidad con sus manos y sus dedos y, así, unos construyeron techumbres
con follaje, en aquellas primitivas agrupaciones humanas; otros
excavaron cuevas al pie de la montaña, e incluso otros, fijándose en los
nidos construidos por las golondrinas, imitándolos, prepararon
habitáculos donde guarecerse, con barro y con ramitas” (op. cit.,
pg. 95). Podemos deducir de estas palabras que Vitrubio considera pues,
que los primeros materiales de construcción fueron, además de las
maderas, los morteros. De hecho, la utilización de otros materiales como
piedra o ladrillo es asignada por Vitrubio a una etapa ulterior en el
desarrollo de la arquitectura: “En un primer momento, levantaron
paredes entrelazando pequeñas ramas con barro...”, “Otros
levantaban las paredes, después de secar terrones de tierra arcillosa,
uniéndolos y asegurándolos con maderos atravesados”, y finalmente, “fueron
potenciando su habilidad en sus obras y se consiguió que, quienes fueron
más diligentes y constantes, profesaran ser artesanos. Por tanto, como
realmente fue así en un primer momento y como la naturaleza ha concedido
a los humanos no sólo los sentidos - como, en cierto modo, al resto de
los animales - sino también le ha proporcionado la facultad de pensar,
de reflexionar, de deliberar, ... fueron haciendo progresos paso a paso
en la construcción de sus edificios;... construyendo viviendas
cimentadas; levantaron paredes de ladrillo o bien, con piedra y con
diversas clases de madera y cubrieron sus techumbres con tejas.
No le falta razón a Vitrubio,
ya que parece claro que la utilización de los morteros se remonta a
épocas prehistóricas, cuando mezclas de barro, áridos y materia vegetal
se utilizaban como base en la construcción de viviendas o defensas. Este
tipo de morteros presenta como aglomerante esencial material silicatado
arcilloso más o menos refinado, además de componentes de Ca naturales
(carbonatos, sulfatos) o artificiales (cal, yeso) y oxihidróxidos de Fe.
En general, el aglomerante responde a una composición natural o
débilmente modificada por la adición de otros componentes, si
exceptuamos maderas, paja, etc.
No obstante, los morteros
también se utilizaron desde un primer momento para cumplir otra de las
necesidades constructivas básicas, consistente en conferir sentido
estético a la obra al ser aplicado como revestimiento de paredes y otros
elementos constructivos. Este último aspecto no debe menospreciarse en
lo que se refiere a su influencia sobre el origen y desarrollo de los
morteros, dado la decoración de interiores de espacios habilitados para
el cobijo, la religión y la magia es anterior a la arquitectura. Este
origen lo encontramos en la decoración mural prehistórica de cavernas,
en el Paleolítico, como respuesta a una necesidad artística, religiosa o
social del Homo Sapiens. El escaso desarrollo tecnológico del
momento, y el hecho de tener cubiertas las necesidades de vivienda en
las cavernas, imponen una técnica pictórica directa, esto es, la pintura
mural se obtiene al aplicar pigmentos directamente sobre la piedra de
las cavernas. De hecho, en estas pinturas se encuentra cal como
aglomerante de pigmentos y como pigmento mismo.
La necesidad humana de decorar
y acondicionar interiores se mantiene una vez inventada la arquitectura.
Así, la práctica de pavimentar suelos y enlucir muros con morteros es
común a pueblos neolíticos del Mediterráneo Oriental y Europa. Por
ejemplo, en las ciudades fortificadas neolíticas más antiguas excavadas,
como las de Jericó (9000 al 8000 a.C.), Nevali Çori (Turquía, 10000 al
8000 a.C.) y Çatal Hüyük (Turquía, 6000 a.C,) se han encontrado muros
revestidos y suelos pavimentados con arcillas y cal, llegándose incluso
a pulir las superficies. Esto indica que la piedra no fue el primer
material de construcción, al menos en la arquitectura doméstica, a pesar
de la escasa robustez del barro no cocido, que no obstante cumplía la
necesidad constructiva básica de conferir estabilidad estructural a las
edificaciones públicas y privadas de estas culturas. Por tanto, puede
decirse que, al menos en parte, el origen y desarrollo de los morteros
es el resultado del sentido estético de hombre. De hecho, esta necesidad
ha subsistido en todas las épocas históricas y culturas, lo que ha
condicionado el desarrollo de tipos particulares de morteros adecuados a
estas funciones estéticas.
A pesar del antiguo
conocimiento de la cal aérea, las primeras grandes
culturas de la edad antigua, i.e., en Mesopotamia y Egipto,
desarrolladas en las riberas de los grandes ríos del Medio Oriente, no
hacen un uso extensivo de este material para sus construcciones. La
escasez de materiales pétreos en algunas de estas áreas, y la abundancia
de limo en los lechos de los ríos Éufrates, Tigris y Nilo, condicionó
una arquitectura inicial entroncada con las formas constructivas
neolíticas, esto es, basada en el barro mezclado con productos naturales
y/o artificiales variados, conformado en pasta fluida soportada o no por
estructuras de ramas y juncos entrelazados (i.e., tapial),
o como piezas independientes, i.e., ladrillos,
inicialmente no cocidos (de ya sea secados al sol, i.e., adobe,
o conformados en la propia obra, i.e., ladrillos crudos) y
posteriormente cocidos y vitrificados. Las
tendencias constructivas de Mesopotamia y Egipto se desvían entre sí
desde un primer momento en lo referente a los materiales utilizados en
las grandes construcciones como templos, palacios y tumbas. Mientras en
Egipto se construyeron con piedra, en Mesopotamia se siguió utilizando
durante bastante tiempo el barro y ladrillo. Así, la utilización
originariamente sumeria del ladrillo se transfirió a toda el área de
influencia de las culturas mesopotámicas, llegando a su etapa más
evolucionada durante los distintos períodos del imperio persa, y de ahí
al imperio islámico.
La estabilidad estructural de
estas construcciones de adobe y ladrillo se debe en gran parte a la
utilización de morteros de unión a base de arcilla fluida
mezclada con tierra o arena y otros materiales naturales como
sustancias bituminosas de tipo asfáltico. Por tanto, puede
excluirse al ladrillo de la calificación de mortero, al conformarse como
elementos pétreos artificiales independientes, pero el barro mezclado
con tierra o arena y otros componentes utilizados para tapiales y para
unir piezas sí debe considerarse como tal.
Las construcciones a base de
sillería de piedra del antiguo Egipto se realizaban uniendo las piezas
pétreas a hueso, esto es, sin material de unión, aunque sí
mediante anclajes metálicos y encajes (entre rehundidos y partes
sobresalientes) para generar una fábrica trabada. Los restos de yeso
encontrados entre los sillares de estas grandes edificaciones no ejercen
función alguna de unión entre los bloques, sino que más bien
corresponden a las pastas de escayola que se adicionaban para lubrificar
las superficies y mejorar el deslizamiento y ajuste de los mismos. La
ausencia de morteros de unión en estas construcciones se justifica,
entre otras razones, por el hecho de que las estructuras son
arquitrabadas, esto es, los empujes son verticales, y las piezas son de
gran envergadura. Esta tradición de construcción a hueso se transmitió o
influyó en las técnicas constructivas de otras culturas posteriores,
como la persa, cretense, micénica y griega, que en su mayoría hacen uso
de estructuras arquitrabadas y de falsa bóveda (los palacios persas de
Persépolis, cretenses como el de Cnossos, de Micenas, y de la Grecia
helenística, aunque esta práctica se identifica
en otras culturas, como la Inca, que produjo edificios espectaculares a
base de sillares poligonales de basalto.).
No obstante, algunos edificios o algunas partes de edificios de sillería
se construían con mampostería enripiada, que sí se
aglomeraba con mezclas de barro, yeso y/o cal. De hecho, la “calidad
de labra” de la sillería se relaciona inversamente con la cantidad
de mortero utilizado en su unión.

Figura 1.
Materiales aglomerantes utilizados en morteros de construcción
Al desarrollarse de las
técnicas constructivas en estas culturas de la antigüedad con el uso de
tapial, ladrillo, sillería o mampostería de piedra, las técnicas de
revestimiento también se sofistican. Las paredes de los edificios se
recubren con capas de mortero, cuyo fin era proteger de la intemperie y,
al mismo tiempo, embellecer la pared. En el caso de paredes exteriores,
el trabajo de revestimiento era más basto, aunque en paredes interiores
las paredes se alisaban y nivelaban con capas finales de estuco más
fino. Estos trabajos se realizaban con morteros de yeso (sobre todo en
interiores) y de cal (particularmente en exteriores). La decoración de
estas paredes con pigmentos es sólo cuestión de sensibilidad artística o
religiosa o de disponibilidad de recursos financieros por parte del
encargante de la obra. Aunque existen superficies decoradas
directamente sobre los muros de piedra (e.g., algunas tumbas
subterráneas etruscas), estos ejemplos no dejan de ser en cierto modo
anecdóticos. Así, la escayola, mezclada o no con arcilla y
otros aditivos como pelo animal o paja molida, constituye la base de los
estucados que sustentan las pinturas murales más antiguas, i.e.,
al temple, egipcias (los egipcios no
conocían, o al menos no utilizaron, la cal)
y de otras culturas de la antigüedad, mientras que la cal aérea
constituye la base de la pintura al fresco, (aunque
la cal era conocida en Mesopotamia, parece ser que los frescos más
antiguos datan de la cultura minoica) que
quizás pueda calificarse como la revolución más importante en el
desarrollo de las técnicas de la pintura mural.
La utilización de los morteros
como material de unión entre las piezas de piedra o
ladrillo para garantizar la estabilidad del edificio se convirtió, con
el paso del tiempo, en práctica más habitual. El aglomerante más
utilizado era la cal aérea, que experimentó un importante
desarrollo con la civilización romana. A esta última se debe, sino la
invención del mortero de cal hidráulica o mortero pozzolánico
que posiblemente se deba a los griegos o etruscos, si su desarrollo y
utilización masiva en todo tipo de construcciones, tanto como para
asegurar la unión o fijación de piezas en paredes y otros elementos
constructivos como en revestimientos y como elemento de base para la
fabricación de hormigones. Las características esenciales de este tipo
de mortero, que consta de mezclas cal aérea y polvo de rocas volcánicas
y de cerámica, es que su fraguado se verifica en contacto con agua y que
presenta unas propiedades mecánicas más aptas que las de los morteros de
cal aérea y/o yeso para funciones estructurales.
El resultado de esta extensa
utilización es el desarrollo de una gran variedad de fábricas (“opus”)
constructivas (Figura 2), que no impidieron, no obstante, una gran
uniformidad en la arquitectura romana, resultado, en gran parte, en la
utilización de este material, de fácil obtención y manejo.
Sin embargo, el mortero de cal
hidráulica no fue utilizado con posterioridad a la civilización romana,
hecho asignable al retroceso cultural y tecnológico general que acaeció
a partir de su decadencia, particularmente en los restos del Imperio
Romano de Occidente. Durante toda la Edad Media y el comienzo de la Edad
Moderna, incluyendo el Renacimiento, los morteros son de mala calidad,
constituidos esencialmente de cal aérea por mezclas de cal aérea y yeso
(morteros bastardos). No fue hasta la segunda mitad del
siglo XVIII cuando la cal aérea fue sustituida, poco a poco, como
material de construcción, primero por cales hidráulicas y
luego por cementos de tipo Portland y otros.
Al igual que lo ocurrido durante la civilización romana, a estos
materiales hidráulicos se debe, en gran parte, el auge de la
arquitectura e ingeniería actuales, caracterizadas por grandes obras y
por soluciones técnicas arriesgadas, lo cual, no debe olvidarse, redunda
en nuestra actual calidad de vida.

Figura 2.
Opus en la arquitectura romana (tomado de Ortega Andrade).
En este tema, se tratará la
naturaleza de los principales materiales aglomerantes utilizados
históricamente: escayola, cal aérea,
cales hidráulicas y cementos (Figura 1). Respecto
a los aditivos, introducen también una gran variabilidad en las
características de los morteros. Sus funciones más comunes, mencionado
sólo los aditivos utilizados con anterioridad al siglo XIX, son:
Ø
facilitar el fraguado del
aglomerante por absorción de agua (e.g., estiércol, turba, fragmentos de
ladrillo poroso),
Ø
retardar el fraguado del
aglomerante al reducir el agua (e.g., azúcares),
Ø
introducir una cierta capacidad
hidrorrepelente del mortero (e.g., ceras, sebo animal, aceites
naturales, particularmente de linaza),
Ø
permitir el fraguado en ambientes muy
húmedos (ríos, pantanos) o bajo el agua:
û
por reacción con el aglomerante s.s.
(e.g., polvo de cerámica, vidrio volcánico o puzzolana),
û
por su naturaleza hidrófoba (e.g.,
materia asfáltica, betún)
Ø
mantener la humedad durante
más tiempo para facilitar la carbonatación de la cal (e.g., paja,
estopa, cáñamo, cerda animal), particularmente utilizados en el caso
revoques y enlucidos de pinturas al fresco,
Ø
como oclusores del aire, lo
que aumenta su porosidad y permeabilidad (e.g., cerveza, orín),
Ø
reforzar
el mortero (e.g., pelo, paja, caña) y ejercer una acción consolidante
(e.g., proteínas como la albúmina del huevo, la caseína de la leche, la
gelatina de la grasa animal, la queratina de cuernos y pezuñas
animales), aunque estos últimos también han sido utilizados como
aglutinantes de pigmentos,
Ø
puramente estético
(pigmentos; vea:
Porras 2025, Pigmentos minerales: Los colores de la tierra. Revista Maya
de Geociencias, junio 2025).
Morteros de yeso
La escayola, pura o mezclada
con cal (morteros mixtos de cal y yeso), es un material abundante en los
revestimientos de edificios. Bajo el término escayola denominamos a un
aglomerante de yeso, o sulfato de calcio bihidratado (CaSO4·2H2O).
Aunque posiblemente en su desarrollo inicial fuese utilizado como
material puro en el enlucido de superficies y como material ornamental,
su desarrollo posterior y su utilización como mortero de unión (e.g., de
material ornamental, azulejos, etc.) supuso la adición de cal para
modificar los tiempos de fraguado (muy escasos en el caso de la
escayola) y la dureza y resistencia mecánica del mortero. Actualmente,
se fabrican morteros mixtos a base de escayola (yeso) y resinas
sintéticas denominadas comúnmente "plasters".
Fuente del yeso
La escayola se ha obtenido
históricamente a partir del yeso natural. Mayoritariamente, el yeso se
encuentra en la naturaleza en rocas sedimentarias de origen es
evaporítico, esto es, producida por la precipitación de sales a partir
de soluciones acuosas saturadas, como las de lagos o mares cerrados de
áreas cálidas y desérticas. Este origen condiciona que, junto con el
yeso, coexistan otros minerales (sales) como calcita (CaCO3),
halita (NaCl) o anhidrita (CaSO4) en las rocas evaporíticas.
El yeso aparece en formas variadas, como agregados de grano fino masivos
(alabastro), fibrosos, o en grandes cristales transparentes (selenita).
En Granada, por ejemplo, existen depósitos de yeso en las cercanías de
la Malahá.
Producción, aplicaciones y modalidades de morteros de yeso
El yeso natural se deshidrata
a 107 ºC y transforma en hemihidrita (o basanita), sulfato
de calcio hemihidratado (CaSO4·0.5H2O). No
obstante, las temperaturas de cocción en horno son oscilan entre 110ºC y
160ºC (Figura 3). El producto así obtenido se denomina yeso de
París, que es el material utilizado históricamente en
construcción y revestimiento de paredes. Mezclada con agua, la
hemihidrita reacciona rápidamente para dar yeso de nuevo, fraguando la
escayola en 5-15 minutos y liberándose energía en forma de calor. Se
necesitan 186 g de H2O (pura) para transformar completamente
1000 g de hemihidrita en yeso. No obstante, debe añadirse algo más de
agua para obtener una pasta con la que fabricar el mortero, ya que si se
añaden las cantidades anteriores se obtiene un producto completamente
seco.

Figura 3.
Ciclo del yeso: cocción, hidratación y fraguado de escayola. Nótese que
la temperatura de cocción controla el tipo de escayola, ya que a <160º
se forma hemihidrita (yeso de París) que fragua rápidamente y a >160ºC
se forma anhidrita (yeso anhidro) que fragua lentamente, aunque el
producto final es el mismo, yeso.
Los morteros de yeso presentan
grandes inconvenientes respecto de los de cal, particularmente en los
exteriores, ya que el yeso es un compuesto relativamente soluble en agua
(»2000
mg/l vs. »80
mg/l para la calcita, a 20ºC). Por esta razón, la infiltración de agua
de lluvia o subterránea produce graves daños en paredes que contengan
morteros de unión o revestimientos a base de yeso, como veremos más
adelante.
La temperatura requerida para
la cocción del yeso es bastante menor que la requerida para obtener cal
aérea a partir de la cocción de calizas. Por ello, los morteros a base
de yeso fueron más atractivos que los morteros de cal en países como
Egipto o Grecia, con abundantes yacimientos naturales tanto de yeso como
de calizas, pero con escasez de madera (combustible para los hornos). El
clima seco de ambos países permite la utilización de morteros de yeso en
exteriores.
El rápido fraguado del yeso de
París impide que los revestimientos de escayola puedan pintarse al
fresco. En cambio, los colores de las pinturas murales se
aplican sobre la superficie enlucida endurecida, esto es, al
temple, mezclados simplemente con agua o aglutinados con goma,
colas y huevo. Por ello, la capa pictórica es en extremo delicada, de
forma que un simple lavado con agua puede disolverla completamente. De
hecho, la preservación de las pinturas murales egipcias es el resultado
de un clima extremadamente seco y de su aislamiento de la intemperie. El
fraguado puede retardarse algo si se adiciona cal. Estos morteros mixtos
de cal y yeso son muy comunes en los revestimientos pintados o no de
edificios históricos.
Además de cal, los morteros de
yeso se han fabricado históricamente mezclando otros materiales
aditivos. Quizás el más común sea pelo, que actúa como reforzante. El
mejor pelo es el largo y fuerte, libre de grasa y otras impurezas. Se
han utilizado pelo de buey, caballo, cabra, e incluso humano, aunque
este es raro por ser muy fino y poco resistente. Las cantidades de pelo
añadido son variables, aunque entre 4 y 8 kg por metro cúbico de
escayola es una cantidad típica y suficiente para reforzar
suficientemente el yeso. Otros materiales añadidos como reforzantes son
paja, caña y hierba molidas.
Los morteros de yeso, ya sean
puros o mixtos, han sido utilizados para decoraciones interiores con
técnicas muy variadas. La scagliola es un mortero a base
de yeso coloreado con pigmentos mezclado con fragmentos gruesos de
calizas coloreadas o mármoles, que imita rocas naturales como brechas
calizas o de mármol y pórfidos. Se prepara en piezas que se aplican a un
substrato, se pulen y se recubren con aceite de linaza. El mármol
marezzo es similar al mortero anterior, aunque se basa
exclusivamente en pigmentos y no en fragmentos de piedra para obtener
los efectos deseados. El marezzo ha sido utilizado a veces en
revestimientos exteriores. En exteriores se han utilizado también
morteros de yeso en relieve y tallados. Los
materiales son mezclas de yeso de París con pasta de cal aérea y arena
bien tamizada (en la proporción 1:1:6), pelo largo y fuerte y a veces
grasa animal. La superficie se cubría con capas protectivas de aceite de
linaza, cera o, más a menudo, lechadas de cal. Estos relieves podían
decorarse con la técnica del sgraffito.
En el siglo XIX se
introdujeron innovaciones técnicas para hacer la escayola más
trabajable, versátil y duradera. Así, se añadió queratina para retardar
el fraguado (escayola de hemihidrita retardada). Además,
se desarrolló el yeso anhidro, obtenido por cocción del
yeso a temperaturas mayores de 160ºC (170-180ºC), a las que se
deshidrata completamente y se transforma en anhidrita
(Figura 3). Se necesitan 246.7 g de H2O (pura) para
transformar completamente 1000 g de anhidrita en yeso, aunque el proceso
de hidratación implica pasar primero a hemihidrita, y posteriormente a
yeso. Como en el caso del yeso de París, debe añadirse algo más de agua
para obtener una pasta con la que fabricar el mortero. Este tipo de
escayola no fragua rápidamente, por lo que suelen añadirse aceleradores
del fraguado (alumbre, sulfato potásico, sulfato de cinc). El llamado
cemento Keene (patentado en 1838) es una escayola de este
tipo, que se utiliza para rellenar grietas en paredes o reparar
revestimientos muy deteriorados. A temperaturas superiores a 250ºC se
obtiene yeso muerto, o anhidrita insoluble similar a la
anhidrita natural. A temperaturas más elevadas, entre 900 y 1100 ºC y
mayores, se obtiene una mezcla de anhidrita y óxido de Ca denominada
yeso hidráulico. La hidratación del yeso muerto es muy lenta,
mientras que el yeso hidráulico fragua rápidamente, absorbiendo agua y
anhídrido carbónico y formando una masa dura y compacta como un cemento.
Dado que el fraguado de estos materiales forma finalmente yeso, su
susceptibilidad a la alteración por el agua también es elevada.
Cal
aérea
La cal aérea es el principal
material aglomerante de los morteros tradicionales, tanto de unión como
de revestimiento, aunque actualmente no se usa excepto como lechadas de
cal en el enlucido de paredes y techos. Bajo el término de cal aérea
denominamos a un aglomerante de portlandita, hidróxido de
calcio (Ca(OH)2), también denominada cal apagada o
hidratada, que con el tiempo acaba por transformarse en
calcita, carbonato de calcio (CaCO3), por
carbonatación. La cal se ha obtenido históricamente a partir de las
rocas carbonatadas naturales, que son muy abundantes en la superficie de
la corteza continental terrestre.
Producción, aplicaciones y modalidades de morteros de cal
aérea
La cal se obtiene por cocción
en horno de fragmentos de rocas carbonatadas. Aunque Vitrubio indica que
la cal “se obtiene por calcinación de piedra blanca o sílice”
(pg. 107, Alianza Editorial, Madrid, 1995; traducción de José Luís
Oliver Domingo), hace alusión, lógicamente a rocas carbonatadas, no
silíceas. El carbonato cálcico se descompone para dar óxido de Ca (CaO)
y CO2, que se libera a la atmósfera (Figura 4). Vitrubio hace
notar que “...cuando las piedras se colocan en el horno, al cabo de
un tiempo no mantienen el mismo peso y cuando las volvemos a pesar,
sacándolas del horno, aun manteniendo sus propias dimensiones,
descubrimos que han perdido casi una tercera parte de su peso, pues su
elemento líquido ha quedado depurado por el fuego” (op. cit., pg
107). Es evidente que Vitrubio hace notar la pérdida de masa debido a la
volatilización del CO2 producto de descomposición del
carbonato de Ca.
La temperatura mínima a la que
se produce la descomposición del carbonato cálcico es de 880ºC, pero son
necesarias temperaturas mayores en los hornos ya que para que esta
temperatura se alcance en el interior de los fragmentos de roca la
temperatura de la superficie de los mismos debe acercase a 1000ºC. El
producto sólido de óxido de Ca se denomina cal viva, que
generalmente no se muele (Figura 4).
Para obtener un mortero de
cal, la cal viva debe apagarse, esto es, mezclarla con
agua. Ambas sustancias reaccionan de forma que el óxido de Ca se
rehidrata formando hidróxido de calcio o cal apagada o hidratada
(Figura 4). Para conseguir un buen apagado de la cal viva, ésta debe
haber sido almacenada en un lugar seco y estar lo más fresca posible.
En el proceso de rehidratación
se libera una gran cantidad de energía calorífica (15500 calorías/mol de
CaO, i.e., por 56 g de CaO). Esta energía hace aumentar la temperatura
del agua hasta hacerla hervir (puede llegarse hasta 400 ºC), y la del
recipiente que la contiene, con el consiguiente peligro de incendio si
éste es de madera. Por esta razón, el apagado debe llevarse a cabo
cuidadosamente, y siempre de forma que el agua se añada antes en el
recipiente y reciba posteriormente los fragmentos de cal viva. El caso
contrario, i.e., cuando el agua se añade a la cal viva, es bastante
peligroso ya que se produce una violenta efervescencia con proyección de
fragmentos de cal viva y agua caliente al aire.
Se necesitan 321.2 g de agua
(pura) para transformar completamente 1000 g de óxido de Ca (puro) en
hidróxido de Ca (puro). No obstante, debe añadirse bastante más agua ya
que parte de la misma se evapora por el calor generado en la reacción de
hidratación. Cantidades adicionales de agua son necesarias además para
obtener una pasta que permita apagar la cal completamente. Por ello,
suele utilizarse algo más del doble de agua que la indicada
anteriormente (i.e., 800 g o 0.8 l de agua por cada kilo de cal). La
pasta acuosa obtenida por apagado de cal viva se denomina cal
apagada, o grassello en la terminología italiana,
mientras que la cal que actualmente se comercializa es un material seco,
generalmente en polvo, que se denomina cal hidratada. La
plasticidad de la mezcla de esta cal con agua es más deficiente que la
de la cal apagada, por lo que no es apropiada para pintura al fresco,
aunque puede usarse como aglomerante de morteros de unión. Usando un
exceso de agua resulta en una masa grasienta denominada lechada de
cal, utilizada sobre todo en enlucidos. Si los fragmentos de cal
viva se dejan expuestos al aire, comenzaran a hidratarse en su
superficie por reacción con el vapor de agua disuelto en la atmósfera,
reduciéndose progresivamente a un polvo de hidróxido de Ca que acaba
finalmente por carbonatarse (ver más adelante). Este era el proceso de
obtención del bianco sangiovanni, un pigmento blanco
constituido por hidróxido de Ca y carbonato de Ca descrito por Cennini.

Figura 4.
Ciclo de la cal aérea: cocción, apagado y endurecimiento de cal.
Durante el apagado hay que
remover y rastrillar la pasta para favorecer la reacción de hidratación
y evitar la coagulación de partículas, lo que reduce su plasticidad.
Para evitar la presencia de restos de cal no apagados completamente y de
estos grómulos, la pasta puede tamizarse con cribas de 5 mm de luz. La
pasta cribada se cubre hasta unos centímetros con agua, y se deja
madurando al menos dos semanas, aunque es aconsejable unos meses e
idealmente unos años. El agua saturada en hidróxido de Ca que cubre la
pasta de cal se denomina agua de cal, que se ha utilizado
para mezclar con los pigmentos aplicados a murales al fresco o como
consolidante inorgánico.
El añejamiento de la cal debe
hacerse de forma que esté protegida de las heladas, que harían perder su
plasticidad, y del aire, para evitar su carbonatación (ver más adelante)
en los depósitos. Por ello, el apagado tradicional de la cal se solía
hacer en hoyos o fosos practicados en la tierra (2-10 m3) por
debajo del nivel de las heladas, y la cal se solía dejar tapada para que
madurase bastante tiempo, de unos meses a unos años. Este aspecto es
recogido por Plinio: “...cuanto más viejo es el mortero...mejor es en
calidad...”, y compartido por Vitrubio y Alberti. Plinio observa
además que los pintores de su época exigían cal apagada durante tres
años, para evitar agrietamientos. La pasta adquiere al madurar un
aspecto rígido como el de la gelatina. No obstante, cuando la masa
rígida se trabaja de nuevo adquiere plasticidad, lo cual es una
característica peculiar de la cal aérea.
Cuando el mortero de cal se
deja expuesto a la atmósfera, fragua, esto es, se
compacta, seca y endurece por un proceso de precipitación y decantación
del Ca(OH)2 a partir de la suspensión acuosa (Figura 4). En
el fraguado de la pasta de cal pura, sin árido, se produce una
contracción de volumen importante, por lo que la masa se cuartea y sólo
es útil para sellar algunas faltas y fracturas finas. Para evitar el
cuarteo de la cal durante su fraguado se recurre a mezclarla, en las
proporciones adecuadas, con árido. Esto se debe a que el
árido actúa como un armazón rígido formado por los granos de arena en
contacto. En los huecos de este armazón se localiza la cal, y su
contracción resultará en una compactación adicional de la mezcla, pero
no en su fracturación, aunque sí puede producirse un incremento de la
porosidad.
La naturaleza del árido es muy
variable. Generalmente es arena de río, que está formada por granos de
rocas cuarzosas, cuarzo-feldespáticas, carbonatadas, mármoles,
volcánicas, etc. No debe contener fracción arcillosa (Vitrubio indica
que la arena más idónea es la que “al frotarla fuertemente con las
manos, produce un crujido; este efecto no se consigue con la arena
mezclada con tierra, pues no tiene aspereza”; pg. 105, Alianza
Editorial, Madrid, 1995; traducción de José Luís Oliver Domingo), y
cuando esto no es posible, debe tamizarse. Este mismo tipo de árido se
encuentra en las arenas de playa, aunque han sido menos utilizadas ya
que contienen sales nocivas para el mortero. En caso de utilizarse,
deben ser lavadas concienzudamente con agua. Vitrubio ya indica que este
tipo de arena es poco adecuada, ya que “cuando se tiende el enlucido
sobre las paredes, al eliminar el salitre, se va deshaciendo” (op.
cit., pg. 105). En cualquier caso, en que sea necesario lavar el árido,
es conveniente esperar a que se seque para mezclarlo con la cal, para
favorecer la bañabilidad de la emulsión de cal. Otros tipos de árido son
fragmentos de canteras, fundamentalmente de caliza, mármol y rocas
volcánicas (e.g., pozzolana), y fragmentos de cerámica y
tejas. Al respecto del árido de cantera, Vitrubio indica que “se seca
con rapidez, mantiene largo tiempo el enlucido y permite sobreponer
bóvedas, pero únicamente si son recién extraídas de los arenales. Si
durante largo tiempo permanece al aire libre, se ablandan por el sol, la
luna y los hielos, se resquebrajan y se hacen terrosas. Y así, cuando se
utilizan en mampostería, no pueden mantener unidas las piedras sino que
se desmoronan y las paredes son incapaces de soportar la carga” (op.
cit., pg. 105).
En función de grosor de la
arena se tienen morteros s.s (granos con diámetro < 5 mm) y hormigones
(granos con diámetro < 5 mm -finos- y > 5 mm). Las proporciones clásicas
de cal y arena en los morteros de unión son 1:3, aunque
existen lógicamente variantes. Vitrubio menciona esta proporción si se
utiliza arena de cantera, y de 1:2 si se utiliza arena de
río o de playa (op. cit., pg. 107).
Un procedimiento tradicional
de apagado de la cal consistía en mezclar la cal viva con el árido de
arena de río, fragmentos de calizas o mármoles y/o fragmentos de
cerámica que serviría para obtener el mortero. Las cantidades de cal que
pueden apagarse con este método son menores ya que deben calcularse bien
las proporciones volumétricas de cal apagada y árido. Sin embargo, este
método tiene la ventaja de que se favorece enormemente la adhesión de la
cal que se va apagando a los granos de árido, en un grado que no es
posible obtenerlo al mezclar la cal ya apagada con el árido. Este efecto
es en gran medida el resultado del tiempo durante el cual están en
contacto la pasta y el árido antes del fraguado (meses o años en un caso
vs. días en el otro). Una alternativa es mezclar la pasta de cal ya
apagada con el árido y dejar envejecer la mezcla durante el mayor tiempo
posible. También en este caso es necesario añadir sólo pequeñas
cantidades de agua para garantizar el paso de estado rígido a plástico
de la mezcla y garantizar su trabajabilidad en el momento deseado. Este
tipo de mezclas son recomendadas para trabajos de restauración, incluso
si se añaden sustancias hidráulicas más tarde a la hora de aplicar el
mortero.
Independientemente de cuando
se realice la mezcla de cal y árido, es necesario un trabajo adicional
de mezcla a la hora de aplicar el mortero. Esta mezcla adicional,
llevada a cabo con pala o algún otro utensilio adicional, mejora la
trabajabilidad y las características del mortero. La antigua tradición
de desmenuzar, batir y apisonar la mezcla se ha perdido, pero existen
claras evidencias de que estas operaciones mejoran el producto final ya
que tienen como función de incrementar la adhesión superficial entre la
cal y los granos de árido y de facilitar la evacuación de agua por
compactación de la masa.
Una vez fraguado el mortero
por secado, se produce el proceso de carbonatación o
endurecimiento (Figura 4) En este proceso, el hidróxido
cálcico del mortero reacciona con el CO2 disuelto en la
atmósfera, cuya concentración es de 0.034 % en peso en atmósferas no
contaminadas y hasta mas del 1 % en atmósferas contaminadas, o el
disuelto en el agua que entra en contacto con el mortero. El producto de
reacción es carbonato cálcico, que constituye el producto
sólido final de la cal aérea, y agua, que se libera por evaporación
(Figura 4). Este proceso es muy lento, se inicia tímidamente después del
apagado de la cal viva, y dura años una vez aplicado el mortero.
Estudios llevados a cabo por el ICCROM de Roma (Perini et al., 1981)
sobre cubos de mortero de cal muestran que sólo una película externa de
unos mm de grosor se carbonata tras periodos estándar de 60 días. Esta
carbonatación superficial puede ralentizar la carbonatación del interior
del mortero, ya que en el proceso de transformación del hidróxido
cálcico a carbonato cálcico se produce un aumento de volumen del 10%, lo
cual lleva a una compactación superficial que implica una obturación
parcial de poros y conductos por los que debe circular el CO2
disuelto en el aire o en el agua. De hecho, se encuentran morteros de
cal romanos que presentan cal no carbonatada en el interior.
Además, la tasa de
carbonatación es, dentro de la lentitud, muy variable, ya que depende de
un gran número de factores como:
·
Concentración de CO2 en la
atmósfera, en el agua de lluvia y en el agua de infiltración.
·
Temperatura y humedad del ambiente y
del muro.
·
Grosor, porosidad y permeabilidad del
mortero y del sustrato pétreo, arcilloso o de ladrillo.
Un rápido secado del mortero,
que puede tener lugar en climas secos y calurosos como el nuestro,
limita el proceso de carbonatación. El mortero resultante estaría
compuesto en una proporción elevada de hidróxido de Ca no carbonatado,
por lo que puede presentar escasa resistencia mecánica y ser vulnerable
a la escorrentía de agua de lluvia. Es por tanto recomendable regar los
morteros periódicamente una vez aplicados, durante un tiempo (unos días
hasta unas semanas) y frecuencia (inicialmente cada hora o par de horas
y pasar progresivamente un riego diario) que dependerán de las
condiciones locales. En trabajos de restauración, puede favorecerse la
carbonatación utilizando agua con CO2 disuelto. Para
caracterizar la composición de los morteros puede recurrirse a ensayos
muy simples y rápidos como los análisis por DRX y los ensayos químicos
de medición del pH, con indicadores como una disolución acuosa de
fenolftalenina, que permanece incolora para pH<8.3 (i.e., disolución en
contacto con carbonato cálcico) y se torna roja para pH>10 (i.e.,
disolución en contacto con hidróxido cálcico).
La naturaleza de la cal hace
que su fraguado sea lento, por lo que el color (pigmentos
minerales, carbón,...) puede aplicarse sobre la superficie enlucida
fresca (i.e., húmeda). En la pintura al fresco, el color
se absorbe y fija durante el proceso de fraguado y carbonatación del
enlucido de cal, lo que resulta en una luminosidad y frescura
difícilmente obtenibles por otras técnicas. De hecho, el fresco incluye
algunas de las obras de arte más hermosas e impresionantes de todas las
épocas históricas (e.g., Capilla Sixtina,...). No obstante, los
pigmentos que pueden utilizarse son sólo aquellos que resisten la acción
cáustica de la cal, lo cual constituye una limitación respecto de otras
técnicas.
Sin embargo, desde el punto de
vista conservativo, las pinturas al fresco presentan ventajas, ya que
tienen una buena resistencia a los agentes de deterioro, particularmente
al agua, debido a que los colores se encuentran atrapados entre los
granos de calcita (carbonato cálcico) del enlucido, y la solubilidad de
este compuesto en agua es baja. Por contra, la pintura aplicada en seco,
como es el caso del fresco seco y la pintura al temple, se
deteriora con mayor rapidez. Esto es claro en las pinturas murales en
las que las partes pintadas al fresco están bien conservadas y los
retoques en seco, por ejemplo a la cal, han desaparecido.
Parece ser que la primera
aplicación de la técnica del fresco, utilizando cal como soporte de
pinturas murales, se debe a la cultura minoica, hacia mediados del
segundo milenio a.C. No obstante, la cal aérea ha constituido el agente
aglomerante típico de los morteros de construcción y de revestimiento no
pintados desde épocas anteriores (se conocía en Mesopotamia al menos a
partir de la segunda mitad del tercer milenio a.C., aunque no en Egipto,
donde fue introducida por los romanos; Figura 1). La técnica del fresco
cretense era esencialmente la misma que la que luego se utilizó en
Grecia, Roma, Bizancio, Europa medieval y el Renacimiento. Aunque la
forma de trabajar y los materiales (aglutinantes y pigmentos) han
variado a lo largo de la historia, la técnica básica ha permanecido
invariable.
En esencia la técnica
consistiría en picar la pared del edificio para que adquiriera rugosidad
y pudiera recibir el revestimiento, que consistía en una o varias capas
de mortero de cal y árido (arena de río, polvo de mármol, fragmentos de
cerámica molida, etc.). El grosor de estas capas podía llegar hasta 2 cm,
y la proporción y granulometría del árido decrecían desde las capas
internas (cal/árido = 3:1, diámetro del árido = 1-2 mm), denominadas con
los términos italianos de trullisatio, arenato
y arrizzio, a la externa (cal/árido = 1:1, diámetro del
árido < 0.75 mm) que recibe la pintura al fresco, denominada con el
término intonaco (Figura 5). En el caso del fresco seco y
pintura a la cal, la capa final del estucado podía constituir de una
mano de cal sin árido, sobre la que se aplican los colores (Figura 5).

Figura 5.
Sección idealizada de un muro con pintura mural, e imagen de detalle de
la fachada mural (deteriorada) de la Iglesia de Santo Domingo (Realejo,
Granada), en las que se ilustran la estructura más común del soporte de
mortero de la pintura mural.
Cales hidráulicas y
cementos
Actualmente puede obtenerse
cal muy pura. Sin embargo, en el pasado se disponía de cales más
deficientes debido a las deficiencias técnicas de los hornos, que hacían
que las cales contuviesen escorias y cenizas. Pero más importante es que
se utilizaban rocas carbonatadas impuras, esto es, constituidas
esencialmente por calcita, pero con proporciones variables de otros
minerales como dolomita (CaMg(CO3)2,),
óxidos e hidróxidos de Fe, y arcillas.
Estos minerales se descomponen durante la cocción de los carbonatos en
los hornos, produciéndose óxido de Mg (MgO) y
silicatos, aluminatos y ferritos de
calcio y además del óxido de Ca producto de descomposición de la
calcita. La cal se denomina cal grasa o cal no hidráulica
tradicional, cuando las cantidades de estos componentes no exceden de 5
%, y cal magra en caso contrario.

Figura 6.- Pavimentos en la
arquitectura romana (tomado de Ortega Andrade).
La presencia de arcillas en
los carbonatos es particularmente interesante, ya que confiere cierta
hidraulicidad a la cal. Esto significa que el fraguado puede
tener lugar, en mayor o menor grado, bajo el agua. Así, mientras que un
exceso de agua disgrega la pasta de cal aérea, el agua favorece el
fraguado y endurecimiento de las cales hidráulicas y
cementos. Este hecho, y las mejores propiedades mecánicas de
estos aglomerantes, han condicionado el espectacular desarrollo de la
construcción experimentado a partir del siglo XVIII.
En todos los aglomerantes
hidráulicos se producen reacciones que finalmente forman
sílico-aluminatos de Ca hidratados, que son los responsables del
fraguado y endurecimiento del mortero. La hidraulicidad de estos
aglomerantes resulta del hecho de que los sílico-aluminatos de Ca
hidratados se forman en presencia de agua.
Las cales hidráulicas y
cementos utilizados en el pasado se han obtenido de maneras diversas. A
continuación, revisaremos las distintas modalidades tradicionales y
actuales.
Producción, aplicaciones y modalidades de morteros de cales hidraulicas
y cementos
Mortero romano pozzolánico
La forma más sencilla, y a la
vez más antigua, de obtener un mortero hidráulico es mezclar cal aérea
con polvo de naturaleza alumino-silicatada anhidra, como polvo de rocas
volcánicas o de ladrillos, tejas, etc. Esta mezcla fue inventada por los
griegos, etruscos o romanos, posiblemente como resultado del azar.
Vitrubio menciona esta “clase de polvo que encierra verdaderas
maravillas, de un modo natural. Se da en la región de Bayas, en las
comarcas de los municipios situados cerca del volcán Vesubio. Mezclado
con cal y piedra tosca, ofrece una gran solidez a los edificios e
incluso en las construcciones que se hacen bajo el mar, pues se
consolida bajo el agua.” (op. cit., pg. 109).
Tanto en las cercanías de
Roma, como de otras ciudades italianas como Nápoles, existen amplias
áreas volcánicas recientes donde se encuentran depósitos de rocas
volcánicas lávicas y piroclásticas. Las primeras
son el producto de la solidificación rápida de líquidos magmáticos de
composición alumino-silicatada, que al enfriarse forman vidrio volcánico
amorfo o criptocristalino (parcialmente cristalizado). Las segundas son
el producto de la solidificación y compactación del mismo tipo de
material, aunque en este caso expulsado como fragmentos incandescentes
de tamaño variado durante explosiones volcánicas violentas. Las rocas
volcánicas, como obsidiana, tobas,
cenizas, pumitas (piedra pómez), etc., son muy
porosas, debido a la liberación de gases durante su enfriamiento (rocas
lávicas y pirocláscticas) y de su origen clástico, i.e., por acreción de
partículas (rocas piroclásticas).
Aunque las rocas volcánicas
suelen presentar una elevada proporción de material amorfo (i.e.,
vítreo), en estas rocas pueden existir también cristales, generalmente
pequeños, de minerales alumino-silicatados (e.g., olivino, piroxenos,
feldespatos, cuarzo,...) que han cristalizado a partir del líquido
magmático con anterioridad al vidrio (en el interior de la cámara
magmática subterránea). Estos cristales son el producto estable de
cristalización del líquido. Por tanto, la naturaleza amorfa del vidrio
volcánico alumino-silicatado es intrínsecamente inestable bajo las
condiciones ambientales propias de la superficie terrestre, y tiende a
transformarse. Esta tendencia a la transformación se acrecienta si,
además, estos materiales se someten a condiciones fisicoquímicas
particulares, como las encontradas en una pasta acuosa de cal apagada.
La abundancia de Ca en esta pasta y su naturaleza fuertemente alcalina
(pH>10), hacen que el vidrio y los posibles cristales de minerales
alumino-silicatados presentes en los fragmentos de árido sean muy
inestables, y reaccionen con el hidróxido cálcico y el agua. El
resultado es la formación de minerales de tipo sílico-aluminatos
hidratados de Ca, cuyo crecimiento es el origen del fraguado hidráulico.
De forma esquemática podemos escribir estas reacciones como:
SiO2·Al2O3
(roca volc.) + Ca(OH)2 (cal) + H2O = SiO2·Al2O3·CaO·H2O
Todo lo anteriormente expuesto
aplica también al caso de utilizar fragmentos de cerámica, ladrillos y
tejas como árido, ya que su composición es también alumino-silicatada, y
su naturaleza es esencialmente vítrea.
La transformación del material
alumino-silicatado del árido suele ser incompleta, ya que las reacciones
anteriores ocurren lentamente a temperatura ambiente, y suele existir
deficiencia de agua debido a su evaporación una vez aplicado el mortero.
En consecuencia, la hidraulicidad es de estos morteros es muy baja,
aunque suficiente como para poder ser apreciada. Este fue quizás el caso
de los romanos, que apreciaron las mejoras obtenidas en los morteros al
utilizar árido de rocas volcánicas o de fragmentos de ladrillos y tejas.
Esta observación condujo a
mejoras substanciales en la hidraulicidad de los morteros utilizados en
la civilización romana. Los romanos apreciaron que la hidraulicidad de
los morteros se incrementaba considerablemente al descender el tamaño de
grano del árido de rocas volcánicas y/o fragmentos de cerámica. En
consecuencia, llegaron a desarrollar morteros de características
mecánicas sin igual hasta la fecha. Estos morteros, denominados
morteros romanos, constaban de mezclas de cal apagada, polvo
molido de rocas volcánicas y/o fragmentos de cerámica y árido del mismo
tipo o, alternativamente, de arena de río y más raramente, de playa. El
incremento de hidraulicidad se debe al sustancial incremento de la
superficie del material alumino-silicatado cuando su tamaño de grano es
muy fino (polvo). Esto supone un incremento en la tasa de reacción entre
el material alumino-silicatado, la cal y el agua, esto es, un volumen
mayor de material, en contacto con la cal, es capaz de reaccionar por
unidad de tiempo.
El material volcánico por
excelencia utilizado por los romanos es ceniza volcánica de la región de
Pozzuoli, cercana a Nápoles. De aquí que a este material se le denomine
pozzolana. Otra área explotada por los romanos es la
caldera volcánica de Thera, en Santorini, en el archipiélago de las
Cícladas. Estos depósitos de rocas volcánicos todavía son explotados por
la industria de la construcción, aunque el término pozzolana se ha
convertido en un término genérico para describir cualquier producto que
reacciona con la cal apagada y confiere hidraulicidad al fraguado. Las
proporciones clásicas de cal y árido, sugeridas por Vitruvio (De
Architectura), para los morteros romanos son:
·
1:3
(en volumen) cuando el árido es pozzolana,
·
1:2
cuando la arena es de río o mar (junto con cierta proporción de ladrillo
triturado), y
·
2:5
cuando se trata de morteros usados en la construcción de cisternas,
utilizando árido de pozzolana.
Los romanos utilizaron estos
morteros para solucionar problemas constructivos como bloquear
infiltraciones de agua en cisternas, canales, cloacas, baños termales, y
acueductos, para estucar muros expuestos a la lluvia, para bloquear el
ascenso capilar del agua en muros localizados en terrenos húmedos, en
pavimentación y en la soldadura de tejas. Soluciones constructivas
audaces, como arcos y cúpulas (e.g., Termas de Caracalla, Panteón de
Roma), también pudieron llevarse a cabo utilizando este tipo de morteros
pozzolánicos, como cementante de un conglomerado de fragmentos gruesos
de árido (opus caementicium, o calcestruzzo en la
terminología italiana) que constituía el núcleo de los muros revestidos
de ladrillo o piedra.
La tecnología de los morteros
hidráulicos sobrevivió a la civilización romana sólo en los textos de
los clásicos. Las civilizaciones posteriores no aportaron ninguna
innovación tecnológica substancial. Por el contrario, la calidad de los
morteros es a menudo mediocre, y a veces incluso mala. Esto puede ser
atribuido a las condiciones sociopolíticas creadas con la caída del
Imperio Romano y a la pérdida progresiva de los códigos verbales
utilizados por los romanos en la obtención de morteros de alta calidad y
su trabajado. Sólo a partir del siglo XVII se puede decir que se
alcanzaron morteros de calidad similar a los romanos. A esta fecha
corresponde una variedad de mortero hidráulico muy extendida en Europa
central, fabricada con escoria volcánica de la región de Andernach en el
Rhin (denominada tarras en la literatura de la época)
mezclada con cal apagada en la proporción (cal:árido) 1:1 o 1:2.
Actualmente se fabrica morteros hidráulicos de cal aérea con aditivos
pozzolánicos (en sentido genérico) tales como polvo de ladrillo, polvo
de cerámica de alta temperatura, ceniza de combustión pulverizada. No
obstante, cuando se necesita un fraguado hidráulico la práctica habitual
es utilizar cales hidráulicas s.s. o cementos, mezclados o no con cal
aérea.
Cales hidráulicas y cementos
Cales hidráulicas y cemento
romano
Las cales hidráulicas se
descubrieron en el siglo XVIII. A lo largo de ese siglo se diseñaron
distintos experimentos en países que comenzaban a sentir la revolución
industrial (Inglaterra, Francia, Estados Unidos) en busca de morteros
con grados de hidraulicidad y propiedades mecánicas más eficientes. Se
mezclaron así distintas cales con tierras volcánicas y se descubrió que
las cales que daban mejores resultados eran aquellas que se obtenían de
calizas impuras, esto es con una cierta proporción de material arcilloso
(>5%). Estas rocas no son calizas s.s., por lo que reciben nombres
distintos. Cuando la proporción de arcilla es menor del 35%, la roca se
denomina caliza margosa, y cuando se encuentra entre el 35
y 65 %, se denomina marga. La composición de estas rocas
presenta, por tanto, cantidades variables de carbonato cálcico
(calcita) y alumino-silicatos de potasio y sodio hidratados
(arcillas), además de impurezas como óxidos de Fe. Sólo
las calizas margosas han constituido la materia prima para la producción
de cales hidráulicas en el pasado.
Los procedimientos de cocción
de las calizas margosas son los mismos que los apropiados para obtener
cal viva a partir de calizas puras, pero los procesos que tienen lugar
durante la cocción su mucho más complejos (Figura 7). En general, las
cales hidráulicas se obtienen a temperaturas de hasta 1200 ºC, y durante
el incremento de temperatura se van produciendo reacciones de
deshidratación y decarbonatación. El producto final de la cocción se
denomina clinker, y está formado por una mezcla de (Figura
7) cal viva (CaO), silicato bicálcico
(2CaO·SiO2, abreviado C2S), aluminato tricálcico
(3CaO·Al2O3, C3A) y
aluminato-ferrito de calcio (4CaO·Al2O3·Fe2O3).
La cal viva se produce como producto de cocción si las cantidades de
arcilla en la roca original son relativamente bajas (<20-25%), como es
el caso de las calizas margosas empleadas en los siglos XVIII y XIX.
Los minerales anhidros
producidos durante la cocción de las calizas margosas reaccionan
rápidamente con el agua, formando fases minerales hidratadas que son la
base del rápido fraguado hidráulico (en general en torno a unas horas),
y liberando energía en forma de calor. Las fases minerales formadas en
la hidratación, como silicatos de Ca hidratados (Figura 7)
son similares a los producidos en los morteros romanos con árido de
pozzolana o de cerámica. Sin embargo, el fundamento del fraguado
hidráulico es distinto, ya que en este caso el producto obtenido en la
cocción es hidráulico, mientras que en los morteros romanos el producto
de cocción, hidróxido de Ca (cal aérea apagada), no es
hidráulico, aunque éste reacciona posteriormente con el material
alumino-silicatado anhidro de la pozzolana o cerámica para formar los
alumino-silicatos hidratados.


Figura 7.
Ciclo de la cal hidráulica y cementos de tipo Portland: cocción y
fraguado. Las reacciones son indicativas de complejos procesos
reaccionales. Nótese que las cales hidráulicas se obtienen por cocción
de calizas margosas naturales a temperaturas de hasta 1200 ºC, mientras
que el cemento de tipo Portland se obtiene por cocción de mezclas
apropiadas de calizas y arcillas a temperaturas de hasta 1500 ºC. Al
clinker obtenido en este último caso se le añade un 2% de yeso como
retardante del fraguado.
Variaciones en las
temperaturas de cocción, así como en las proporciones y naturaleza de
los componentes de las calizas margosas, producen cales hidráulicas con
características muy diferentes. Un parámetro que permite definir las
propiedades de las cales hidráulicas es el índice de
hidraulicidad, (I):

Así, el tiempo de fraguado y
endurecimiento es función del índice de hidraulicidad, como se expresa
en la Tabla 1.
Tabla 1. Índice de
hidraulicidad de cales hidráulicas
|
Índice de hidraulicidad |
Tipo de cal |
Tiempo de |
|
0.10-0.16 |
Cal débilmente hidráulica |
2 semanas - 1 mes |
|
016-0.31 |
Cal medianamente hidráulica |
1 semana - 2 semanas |
|
031-0.42 |
Cal hidráulica s.s. |
4 días - 1 semana |
|
042-0.50 |
Cal fuertemente hidráulica |
menos de 4 días |
Entre las cales hidráulicas
tradicionales utilizadas en construcción y revestimiento destaca la
variedad denominada cemento romano, que se obtiene a
partir de la cocción de calizas margosas con aproximadamente un 25 % de
arcillas bajo temperaturas de 1200-1250 ºC. Este nombre apareció en
torno al año 1800, y parece ser que su nombre se debe tanto a sus
propiedades hidráulicas (fraguaba hasta en media hora) como a su color
marrón. Esta cal se mezclaba con árido en las proporciones 1:1
y, más raramente, 1:2. El material es bastante duradero,
por lo que fue muy utilizado como revestimiento. Esta es la forma en que
más se le encuentra, pintado o no. En revestimientos trabajados con
moldes se utilizaba la cal hidráulica prácticamente pura, sin árido. Las
técnicas de coloreado imitaban el fresco, en el sentido en que mezclas
de cal aérea e hidráulica se mezclaban con los colores para ser
aplicadas sobre el trabajo de revestimiento ya acabado.
Desafortunadamente, el cemento romano ha sido muy utilizado en el pasado
como material de reparación de edificios histórico-artísticos,
particularmente como mortero de reintegración y de revestimiento sobre
áreas dañadas, funciones para las que no es apropiado debido a su
elevada resistencia mecánica y escasa permeabilidad. De hecho, la
retirada de morteros a base de cales hidráulicas y cementos de edificios
intervenidos en el pasado es uno de los trabajos de restauración
arquitectónica más habituales.
El cemento romano ha sido
fabricado hasta los años 60. Actualmente la producción de cal hidráulica
es mínima, aunque puede encontrarse, por ejemplo, en Francia. De hecho,
los morteros hidráulicos utilizados en la actualidad se obtienen a
partir de cementos.
Cemento portland y otros cementos
Los cementos propiamente
dichos son similares a las cales hidráulcias, aunque los procedimientos
de obtención y su naturaleza difieren ligeramente. Así, mientras las
cales hidráulicas tradicionales se obtenían de la cocción de calizas
margosas naturales, los cementos se obtienen por cocción de mezclas
artificiales de calizas, margosas o no, arcillas y otros materiales,
todos ellos molidos y mezclados en las proporciones deseadas. Además,
esta mezcla artificial se somete actualmente a temperaturas de hasta
1500 ºC, i.e., mayores que en el caso de las cales hidráuicas
tradicionales (Figura 5).
El nacimiento de los cementos
es inmediato al de las cales hidráulicas. En 1811 James Frost patentó en
Inglaterra un cemento artificial obtenido por calcinación de una mezcla
de calizas puras y arcillas molidas. Este método de obtención de
cementos hidráulicos fue seguido rápidamente por otros investigadores,
ya que permitía diseñar la mezcla que se somete a cocción de forma
precisa, y así obtener el producto deseado sin tener que depender de
“caprichosas” variaciones en las proporciones de carbonatos, arcillas y
óxidos de Fe de las calizas margosas naturales. El tipo de cemento
artificial de este tipo más famoso devino en llamarse cemento
Portland, debido a su supuesta similitud con un tipo de caliza
de la localidad de Portland, en Inglaterra.
El primer cemento de tipo
Portland fue patentado por Joseph Aspdin en Leeds. El procedimiento
incluía molido y calcinación de “caliza dura” (i.e., relativamente
pura), mezcla de la cal viva con arcilla, molido ulterior hasta obtener
un polvo que se mezclaba con agua, calcinación de la mezcla, y
finalmente una segunda calcinación del producto obtenido previamente. A
pesar de lo “sofisticado” del método, este tipo de cemento no llegaba a
poseer las características de los cementos actuales ya que las
temperaturas de cocción eran lo suficientemente bajas (<1300ºC) como
para no producir una vitrificación significativa (i.e., escasa
producción de fase líquida). A partir de la segunda mitad del siglo XIX
los cementos fabricados se asemejan ya a los actuales, ya que se
lograron alcanzar temperaturas de cocción elevadas (hasta 1500ºC). Estos
cementos se obtienen por calcinación de una mezcla de caliza (75-80%) y
arcilla molida (20-25%), y al producto final de la cocción se le
adiciona yeso (2-3%) como retardador y regulador del fraguado (en torno
a 45 minutos). Durante el proceso de fraguado del cemento Portland, una
vez adicionada agua, ocurren reacciones similares a las propias del
fraguado de cales hidráulicas, aunque se producen otros compuestos
sulfatados debido a la presencia de yeso en la mezcla (Figura 5).
La hidratación del cemento
Portland implica la liberación de energía en forma de calor (70-120
cal/g) y una cierta contracción de volumen. La cantidad de agua que se
combina con los compuestos anhidros del clinker es de un 25%
aproximadamente del peso del mismo, aunque el agua adicionada debe ser
dos o tres veces mayor que esta cantidad (50-80% del peso del cemento).
El uso de cemento Portland en
trabajos de restauración no está particularmente recomendado debido a su
elevada resistencia mecánica, su escasa porosidad y carácter
impermeable. Además, es susceptible al ataque químico de soluciones
sulfatadas (particularmente sulfatos de Mg), ya que el aluminato de Ca
hidratado del cemento reacciona con los sulfatos y forma
sulfoaluminato de calcio hidratado (sal de Candlot, o
etteringita), con disgregación de la masa a causa del aumento de volumen
que implica la transformación. La formación de sales implica una pérdida
de las propiedades mecánicas del mortero, así como un aumento de la
porosidad, lo cual tiene como resultado su deterioro y el del substrato
pétreo, al que transfiere sales solubles dañinas. De hecho, el uso de
este compuesto en morteros de revestimientos sobre muros donde el
ascenso de agua por capilaridad es importante suele ser particularmente
dañino, tanto para el substrato pétreo como para los revestimientos
murales existentes, como más adelante se ilustra.
Existen otros muchos tipos
cementos artificiales, con características distintivas respecto del
cemento Portland, entre los que cabe destacar por sus posibles
utilizaciones como materiales de restauración:
·
Cemento Portland blanco:
Mezcla de caliza y arcilla de China quemada con combustible líquido, no
con carbón. Su resistencia mecánica es menor que la del cemento Portland
s.s., por lo que está particularmente indicado para la fabricación de
morteros de unión y revestimiento en trabajos de restauración,
mezclándolo con cal aérea en las proporciones oportunas (en general, en
cantidades menores o iguales que la cal aérea: desde 1:1
hasta 1:1/30).
·
Cemento alumínico:
Cocción de mezcla de caliza y bauxita (hidróxidos de Al
naturales), obteniéndose un compuesto con 40% Al2O3,
40% CaO, 10-15% Fe2O3, 5-10% SiO2. So
color es gris oscuro, y su fraguado es más lento que el del cemento
Portland (hasta 6 horas). Resiste mejor el ataque de soluciones
sulfatadas, aunque no resiste bien el ataque a los álcalis cáusticos.
Este cemento ha sido recomendado en trabajos de restauración de pinturas
murales sobre revestimientos de cemento Portland y romano, ya que las
reintegraciones pueden ser pintadas rápidamente, sin necesitar del uso
de imprimaciones y pigmentos especiales. En el caso de caso de utilizar
cemento Portland, es necesario utilizar sustancias resistentes al ataque
alcalino, y esperar bastante tiempo en la aplicación de la pintura. Sin
embargo, la alcalinidad inicial del cemento alumínico (pH=12) no es
substancialmente menor que la del cemento Portland (pH=12-13), por lo
que en cualquier caso se recomienda el uso de sustancias resistentes al
ataque alcalino. Por otra parte, este tipo de cemento pierde resistencia
mecánica y sufre un incremento de porosidad con el tiempo debido a la
transformación de los aluminatos de calcio hidratados bajo condiciones
de humedad. Este problema es crítico en las construcciones modernas,
aunque no en el contexto general de la restauración excepto en aquellos
casos en que la humedad de los muros no pueda ser evitada tras la
intervención.
·
Cemento puzzolánico:
Mezcla y molienda de cemento Portland ordinario y material puzzolánico
(30-40% de material volcánico natural o, más comúnmente, cenizas y
escorias de combustión en altos hornos). Fragua y endurece más
lentamente, libera menos calor, y resiste bien al ataque químico de
sulfatos.
·
Cemento resistente a ataque de
sulfatos: Este tipo de cementos
presentan una concentración menor de aluminato tricálcico (C3A,
en torno al 5% respecto del 11% del cemento Portland), lo cual favorece
su resistencia al ataque químico de soluciones sulfatadas al existir un
menor riesgo de formación de sulfoaluminatos de Ca hidratados.
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