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En el Libro egipcio de los Muertos hay un tribunal de divinidades,
algunas con cabeza de mono, que juzga a los muertos y un furioso verdugo, el
Devorador de las Sombras. El muerto jura no haber sido causa de hambre o causa
de llanto, no haber matado y no haber hecho matar, no haber robado los alimentos
funerarios, no haber falseado las medidas, no haber apartado la leche de la boca
del niño, no haber alejado del pasto a los animales, no haber apresado los
pájaros de los dioses.
Si miente, los cuarenta y dos jueces lo entregan al Devorador
«que por delante es cocodrilo, por el medio, león y,
por detrás, hipopótamo». Lo ayuda otro animal,
Babaí, del que sólo sabemos que es espantoso y que Plutarco identifica con un
titán, padre de la Quimera.
J.-L. Borges, El libro de los seres imaginarios
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