Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 2008, 24 (2), artículo 42 · http://hdl.handle.net/10481/6959
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Recibido: 20 agosto 2008  |  Aceptado: 17 noviembre 2008  |  Publicado: 2008-12
Cuando despertó... la tienda de campaña era una aldea virtual (y global). De lo novedoso y lo que no lo es tanto. Reflexiones en torno a la 'etnografía virtual'
When he wakes up... the tent was a virtual (and global) village. On the new and not-so-new things: thinking 'virtual ethnography'

Mariano Urraco Solanilla
Departamento de Sociología IV (Metodología de la Investigación y Teoría de la Comunicación). Universidad Complutense de Madrid.
marianous@cps.ucm.es


RESUMEN
En este artículo nos acercaremos a la situación actual de la "etnografía", en la encrucijada entre dos milenios, hito histórico preferencial desde el que otear el horizonte previsible de evolución de las metodologías observacionales-participativas en ciencias sociales, ahora que la (pretendida) triple uve doble permite (y aun fomenta) complicados juegos identitarios a los sujetos que en ella interactúan. El presente artículo tiene por objetivo fundamental, en ese sentido, reflexionar sobre la pertinencia (o no) de los métodos hasta ahora aplicados offline por los investigadores de la realidad social para trabajar en "nuevos" contextos "de campo" virtuales, online. Cuestiones ineludibles en este recorrido serán las vinculadas con aspectos éticos de la práctica investigadora en estos contextos virtuales, o las potencialidades (puntos fuertes y debilidades) de una investigación en la que el gabinete se convierte en supuesto panóptico de una red de relaciones (inter-acciones sociales) eventualmente global.

ABSTRACT
In this article, we examine the present situation of Ethnography, at the crossroads between two millennia, preferential milestone from which to survey from on high the horizon of the foreseeable evolution of the participatory-observational methodologies in Social Science, now that the (alleged) triple W allowed (and even encouraged) complex identity games to the subjects who interact there. The fundamental objective of this article is, in that sense, to reflect on the relevance (or not) of the methods used so far "offline" by researchers from social reality to work on "new" virtual "field" contexts, "online". Unavoidable questions on this journey will be those linked to the ethical aspects of the practice of investigating these virtual contexts, or the potential (strengths and weaknesses) of an investigation in which the cabinet becomes purported panopticon of a network of relationships (social inter-actions) eventually global.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
etnografía virtual | observación participante | metodología cualitativa | Internet | virtual ethnography | participant observation | cualitative methodology


0. "Inicializando" (extraña palabra). Orígenes de este artículo

El "joven" (1) profesor puso esa voz entre engolada y furibunda que ponen en ocasiones quienes creen haber sido los primeros en percibir siquiera el refusilo de una luz absolutamente nueva y liberadora de cavernas académicas de angostas y penosas oscuridades. Como si quisiera vendernos una yogurtera, desempolvó su flamante "Tablet PC", de cuyas virtudes hablaría profusamente durante los siguientes noventa minutos. Antes, lanzó una crítica feroz al estancamiento endorreico del desarrollo de la evolución de los métodos de investigación en ciencias sociales, que terminó cuando, sonoramente, arrojó al suelo del aula un cuaderno de notas (en blanco, por supuesto), que, incluso, tenía la portada dorada. Con ademán casi reverencial lo recogí de la tarima, a cuyos pies había ido a caer, y se lo entregué nuevamente al vehemente orador: "tenga -le dije- esto es suyo".

Varias cuestiones confluyen en el momento que me dispongo a escribir esta humilde contribución al corpus de conocimiento socio-antropológico. De una parte, la historieta indicada más arriba, tal vez un tanto exagerada gracias a las licencias novelescas que me he permitido introducir (al fin y al cabo, el escritor siempre tiene un poder creador, performativo, sobre aquello que cuenta) (2). La defensa del empleo de medios tecnológicos en la investigación social per se, sin valorar la pertinencia o la adecuación de los mismos, parece un exceso innecesario. En modo alguno quiero con ello presentarme como un nuevo ludita, o postularme como un capitán Swing de la era digital. Obviamente, la tecnología (y su correspondiente desarrollo evolutivo) tiene sus ventajas (la grabadora supone -o "puede suponer"- una ventaja con respecto a las notas manuscritas, y la grabadora digital puede facilitar el trabajo de transcripción, etc.) (3), pero cuesta imaginarse a este profesor del relato tomando notas en su Tablet PC (o aun en una PDA) en según qué circunstancias y situaciones posibles de investigación (4). Por otra parte, este artículo nace como defensa y afirmación del valor de la tantas veces denostada observación-participante, bajo el cobijo de la idea de que el sociólogo debe regir sus actividades investigadoras por la sana costumbre de sos-pechar. Dos conversaciones fragmentarias nos ilustrarían sobre este punto. En primer lugar, la glosa de toda una concepción de la investigación, muy extendida entre los estudiantes de licenciatura, pero también entre otros sujetos académicos a los que se les supone una mayor competencia y honestidad metodológica (o, al menos, un mayor decoro para no ir por ahí soltando este tipo de comentario de intenciones): "para qué voy a pasar frío por ahí pudiendo meterme en Internet y hacer un copia-pega" (5). En segundo término: "tú quietecito, que yo te contaré lo que me parezca". Frase lapidaria de un profesor, conocido además por un texto de referencia del análisis de discurso (libro del que siempre ha renegado después), que afirmaba así su preferencia por la observación sobre las técnicas de investigación basadas en la "confianza" de la honestidad de los sujetos "informantes". Al final, el investigador debe(ría) convertirse en un escéptico más o menos patológico, y sólo sintiendo la herida bajo sus manos, empezará a considerarse cercano a la aprehensión, siempre imperfecta, de un mínimo de "verdad" sobre aquello que estudia, sobre aquel objeto que, amorosamente (el sociólogo lo es por vocación, o no lo es), ha decidido tratar de comprender. Como veremos, para ello una condición indispensable será que el investigador, entre otras muchas competencias más o menos objetivables, desarrolle su propia sensibilidad (Guasch 1997) (6). Si el investigador del siglo XXI ha de ser un cyborg (Teli, Pisanu y Hakken 2007), una mezcla entre su propio cuerpo y los ordenadores o gadgets diversos que le rodean y le dan posibilidad de existencia (en tanto que investigador), que por lo menos, defenderemos, sea la persona la parte "pensante" de ese híbrido cultural. En ese sentido, aunque aquí sólo criticaremos abiertamente a aquellos que sostienen argumentos a favor de un uso general e indiscriminado del copy-paste (o, peor aún, programas de trabajo -vale decir aunque no siempre sea igual: acciones- basados en dichas visiones de la práctica profesional), también introducimos, entre líneas (por más que aquí lo explicitemos de entrada), una crítica a los excesos (siempre a los excesos, para curarnos en salud ante eventuales respuestas sobre mi visión romántica del asunto) de la introducción de la tecnología en la investigación social de corte cualitativista.


1. Introducción y posiciones de partida. Artesanía y alquimia en la investigación social

"Alguien" dijo en una ocasión que la tarea fundamental del "oficio" de sociólogo es constituirse (becoming, llegado el caso, si no se ha nacido con tan original gracia) (7) en "tocahuevos" (exabrupto sin ínfulas que no debería tomarse, sin más, como un rechazo visceral al docto academicismo que se le presupone, no sin cierta complacencia, al becario predoctoral que, para más INRI, escribirá sobre Internet… como no podía ser de otra forma, pensará alguien -y una imagen de "nerd" se va dibujando en la mente del lector mientras relee el nombre del firmante del presente artículo). Y Wright Mills (1959), enfatizando el carácter artesanal del oficio de sociólogo (8), nos situó, con su flamígera proclama, como colectivo profesional ("tribu" -Ramos 1998- o "círculo de aturdidos" -Jaspers 1990: 61, citado en Izquierdo 2007: 135, sobre Garfinkel y sus seguidores), frente a la gruesa obligación de responder a una "promesa" al modo de juramento hipocrático. El objeto concreto de dicho compromiso fundante ha quedado perdido en la historia de la disciplina, sepultado acaso bajo un rubro inmenso de bibliografía acumulada durante años, pero, de algún modo, la imagen (necesariamente bucólica y vanidosamente hagiográfica) del sociólogo como rebelde que se enfrenta a monstruos pluricéfalos de poder establecido, ha permanecido en el imaginario mítico de los investigadores sociales, sobre todo, si cabe, entre aquellos dedicados a la metodología maldita: la cualitativa. Los chicos traviesos de Goffman y la escuela californiana, los etnometodólogos de Garfinkel, tan aficionados al breaching (Coulon 1988: 86-87), los ingeniosos pupilos del periodista Par en Chicago, o los etnógrafos envueltos en las más surrealistas situaciones de estudio, han alimentado la literatura al respecto en un movimiento que, por suerte o por desgracia, ha caído fuera de las redes comerciales de las editoriales, impidiendo de esta forma que la Sociología (gruesa palabra coronada por una mayúscula inicial) aparezca recurrentemente en el cine o la televisión, "espejos" (Cadoce 2003) de los sueños de una sociedad en la que los niños nunca anhelan ser investigadores sociales, o trabajadores de campo, cuando son asediados por la nada tierna cuestión sobre su futuro laboral. Partamos, por lo tanto, de un hecho crucial: soy un romántico. Lo cual no implica, necesariamente, que sea un "tecnófobo" (9). Considero de interés, en tanto herramienta complementaria, el empleo de nuevas tecnologías. Lo que criticaré en este artículo es la visión miope que toma a éstas como panacea de todos los males de la sociología (que siempre son males de sus practicantes, es decir, los denominados sociólogos) y se refugia en los fenómenos online ante las dificultades que supone el estudio del mundo offline (o, digamos, "real", con todas las reservas que el entrecomillado puede introducir). En suma, no intento presentar más que la sana "sospecha" (o, en términos más crudos, la exigencia de una "vigilancia epistemológica") sobre las aplicaciones que, en nombre de la ciencia social, se hacen de las metodologías al uso (observativo-participacionales) en el estudio de los fenómenos que tienen lugar en esa heterogénea y heteroglósica formación "virtual": el ciberespacio.

Con todo, ese abigarrado conjunto de términos evocadores (promesa, oficio, imaginación…) crea una representación de "arte" en torno a la, por lo demás muchas veces, árida y cuantitativa sociología (10). En todo investigador social latiría un aventurero (o un detective -Sanders 1976; o, aun, un "zahorí de lo concreto" -Urraco 2007: 100) y en su alma un artista (o, llegado el caso, un story-teller -Van Maanen 1988, Geertz 1989) (11). Difícilmente (aunque no es imposible), alguien así respondería al perfil que hoy se pretende dibujar sobre el investigador (eventual etnógrafo) de la red de Internet. Es evidente que esta "nueva" forma de socialidad, con sus diversos e infinitos "espacios" (como estancias tenía la casa del Asterión borgiano), mundos, ofrece un desafío al investigador, preocupado siempre de meter las narices en cualquier lugar donde, como se preguntaría Agar (1986: 12, citado en Silverman 1993: 30), "algo esté pasando". Pero, con todo, y por más que Dibbell (1998) enfatice los aspectos de ansiedad de la experiencia virtual, por más que tomemos al pie de la letra dichos y refranes típicos respecto al daño de las palabras, por más que obviemos, como hacen Mayans (2002) o Gálvez (2005), la brecha digital y tomemos el mundo de Internet (por lo demás caracterizado como universo de "personajes", lúdico y subversivo… el juego de abalorios, en definitiva, del que hablaba Hesse 1943) como un espacio "real" (la second life que pasa a ser vida primaria), no es sino un ejercicio fatuo de "imaginación" considerar que la "Realidad" (enrevesado término para un sociólogo, que optará, normalmente, por dar un rodeo y, si acaso, limitarse a entrecomillar la realidad semántica del término) está ahí dentro (o ahí fuera, según se vea… como la verdad de los expedientes X). Un investigador puede adentrarse en los entresijos (ajenos por completo a mi conocimiento -afirmación más honesta que decir: a mi interés, o, aun, al interés sociológico) de la Red, ver y oír cosas tremendas, con el tiempo podrá incluso olfatear y, quién sabe, palpar un simulacro de sensaciones o degustar sabores tan exóticos como lejanos (12), pero, difícilmente, resultará realmente "lastimado" en la experiencia (aunque corra el riesgo de quedar pegado en la spider-web (13), traslación post-moderna del temor ancestral a convertirse en nativo). El viajero de Kvale (1996) (14), sale transformado de su camino, vuelve como otra persona, como le puede pasar al viajero de la triple uve doble (sobre aspectos ideológicos -y falsificadores- de este acrónimo podríamos hablar por extenso). Pero no siempre vuelve. Como ha afirmado Wacquant, aprovechando hábil y lúdicamente la fecunda y feliz expresión de su maestro Bourdieu (quien, a su vez la recoge de Mauss), se aprende con el cuerpo (15) y, por más que los excelentes análisis del profesor Modesto Escobar, o los pioneros estudios de Turkle, se encaminen a las cuestiones de identidad en la red, el cuerpo no se pone en juego (o, mejor, no se ex-pone en juego) sentado al teclado de un ordenador. Al final, jugando con las palabras, para el investigador social no todo es (debería ser) juego.


2. "Quizás quiso decir… otra cosa". La etnografía en el umbral del siglo XXI ("La Puerta de las Estrellas")

Dicen que la elipsis de 2001: Una odisea del espacio, en la que el hueso lanzado al aire se convierte en nave espacial es la más grande de la historia del cine. En una traslación ciertamente audaz, quisiéramos plantear una elipsis análoga, en la que el primer homínido (aquel que golpease el hueso) devendría investigador social (todo homínido, por lo demás, es, en cierto sentido, "investigador" de su realidad -consustancialmente social). Y en todo ese recorrido, ni uno (el primer hombre) ni otro (el primer investigador) tendrían consciencia propia de que lo fueran (salvo casos de magnofilias más o menos patológicos o, al menos, pedantes). En la cosmogonía etnográfica al uso, algunos nombres aparecen como padres fundadores de una disciplina que, en una concepción laxa, tendría una raigambre histórica mucho más profunda, referida a cualquier momento de contacto entre grupos sociales "diferentes" o, incluso, entre sujetos "diferentes" (lo cual es afirmar la existencia eterna de la antropología). El problema del canon (Martínez Veiga 2006) aflora aquí (del tan manido "canon digital" podríamos hablar al final de nuestro recorrido) (16), dibujando una escalera (de Jacob) jalonada de nombres cuasi-míticos (entre héroes y dioses, según el fervor profesado): Malinowski, Radcliffe-Brown, Boas, Evans-Pritchard, etc. Mientras otros autores menos afortunados son vindicados por corrientes más o menos marginales (Morgan, Cushing, Rivers, Seligman, etc.). ¿Qué características debe reunir una de estas figuras proféticas para ser tomado por un hito fundamental en el camino (de perfección) de la disciplina etnográfica? O, más aún, ¿de dónde ha salido tal disciplina?

Recorridos revisionistas posibles hay miles, tantos como autores hayan emprendido la ardua (y, por lo demás, relativamente estéril) tarea de historiar el desarrollo de las disciplinas hoy denominadas "ciencias sociales". Si nos centramos (por solaz comodidad y, también, por una imprescindible economía de esfuerzos) en la disciplina ántropo-sociológica, poniendo el énfasis en ese terreno liminal en litigio latente que es la metodología (cualitativa) etnográfica, podríamos revisar mínimamente el surgimiento y evolución posterior de las técnicas y prácticas asociadas a este tipo de investigación (17). No será, en modo alguno, una aportación original sobre la cuestión, sino más bien una pretendida revisión exhaustiva (en sus posibilidades de extensión) de la "historia oficial" de la disciplina.

En esa historia oficial, un nombre aparece marcado en rojo en los manuales de historia de la etnografía: Bronislaw Malinowski. Pareciera que antes del surgimiento de la obra del escritor "británico", antes de la célebre instalación de su tienda de campaña (Wax 1972), no hubiera más que un erial en el campo de los estudios (científicos) de otras culturas, por más que Boas estuviera desarrollando su programa de trabajo, tan ambicioso como poco operativo, por más que Morgan se hubiera pintado ya la cara y Rivers hubiera regresado, con su Notes and Queries ampliado, de su célebre expedición al Estrecho de Torres. Malinowski, una especie de refugiado político bajo arresto domiciliario en una isla melanesia, descubre casi por casualidad las bondades de un trabajo de campo continuado, que, si bien luego descubrimos que él no había seguido en la práctica su propio argumentario (lo cual tampoco debería escandalizarnos demasiado), abría la puerta a una revolución (no en vano llamada "revolución malinowskiana" -Kuper 1983) por la que discurrirían después los pasos de la nueva etnografía (18). Hablamos de método y, en ese sentido al menos, había nacido un héroe (autoproclamado, por otra parte: "the original self-constructed ethnographer-hero" -Dauber 1995:75). Frente al trabajo de gabinete, Malinowski defendía un contacto íntimo con los "imponderables de la vida cotidiana" de los sujetos analizados, defendía aprender su lengua (como ya había sugerido Boas), convivir con ellos (al final: la observación-participante, con la novedad, precisamente, del segundo término de la ecuación), hasta alcanzar el punto de vista nativo ("empatía", "rapport", que se dirá después) (19). Por este camino seguirían sus discípulos (que fueron muchos, gracias en buena medida a la posición preeminente que después ocuparía el maestro tras la guerra), y sólo la publicación de sus diarios sacudió los cimientos del edificio malinowskiano, si bien quizás precisamente por dicha publicación su leyenda se vio vigorizada: dios y hombre al tiempo (Rapport 1990). Pero estas visiones hagiográficas, de héroes y ángeles caídos (academic gossip, en definitiva) no deberían alejarnos de lo fundamental: las bases de la etnografía, tal y como llegaron a nosotros, habían sido asentadas en un pequeño archipiélago melanesio.

¿Qué es la etnografía? La pregunta, lejos de ser banal, puede poner en un aprieto a cualquier autor dedicado a construir castillos en el aire sin comprobar antes si el aire es respirable. Buscar una respuesta en los arduos escritos españoles puede resultar un trabajo de leer entre líneas e ir construyendo una definición mínima fácilmente refutable llegado el caso. Como siempre, el carácter bien entendido de divulgación que tienen los anglosajones nos ayudará en este punto (20). No será en el capítulo de Hammersley y Atkinson (1994, 2003) que toma dicha pregunta por título, donde encontremos una respuesta satisfactoria. Nos quedaremos, al menos por ahora, con la respuesta que da a sus alumnos un "instructor" en la materia, el profesor Angrosino (2005:4), quien postula: "in one sense an ethnography is a narrative account of a people and its way of life (…) "But the word "ethnography" also refers to a process -the means by which a researcher collects and interprets information" (21).

Sea como fuere, hablar de etnografía parece evocarnos paisajes de playas vírgenes y bailes rituales a la luz de una hoguera. Hasta tal punto ha podido llegar el poder de la experiencia de Malinowski en las islas Trobriand. Hablar de métodos cualitativos de investigación acaba siendo, como dijimos antes, como hablar de una alquimia, algo imposible de transmitir o de ser sometido a la racionalización y la burocracia (Dauber 1995). Como sostengo, esto es también algo ilusorio que se aleja de los procesos reales de trabajo. En cualquier caso, como en el cuento de Monterroso, el bueno de Bronislaw tiene la fortuna, tras pasar "su" disciplina por diversas crisis coloniales, de legitimidad, de objeto, etc., de encontrarse con Internet al despertar, que se abre como un vórtice o aleph que traspasar para llenar el programa de trabajo de más de un investigador, que ve en la red un ámbito absolutamente novedoso para el que, no obstante, postula la aplicación de los preceptos metodológicos ideados tantos años (y tantas coordenadas espacio-temporales) atrás.


3. El siglo XXI y la investigación (etnográfica). A modo de revisión crítica conclusiva

Son malos tiempos para la investigación social. Recordando, sin demasiados escrúpulos, la letra de una conocida canción de los ochenta, esta afirmación no debe tomarse más que como una contestación descarnada (y, por lo demás, ciertamente quejica) al desaforado optimismo, siempre en nuestra humilde opinión de aprendiz de sociólogo absolutamente neófito, que mostraba Pérez Yruela (2007) en su presentación del último congreso nacional de sociología (en el que, por cierto, la elección de Néstor García Canclini, antropólogo de profesión, para la conferencia de clausura, parecía contradecir precisamente esa idea que se quería transmitir sobre el renacimiento de la sociología -vaya usted a saber qué se entiende por tan ampulosa perífrasis, por otra parte).

Como decía: son malos tiempos para la investigación social o, más exactamente, para el trabajo de campo. Ahora hablaré de mi propia e incipiente experiencia como pequeño investigador preocupado de hacer el trabajo de campo que sustente su tesis doctoral, cuyo interés fundamental es un análisis de la vivencia cotidiana que los jóvenes commuters (migrantes pendulares) del ámbito socio-geográfico del Corredor del Henares (Madrid-Guadalajara o, lo que no es igual, Guadalajara-Madrid) tienen sobre su propia experiencia diaria de pendularidad, con todos los procesos a ella asociados, y tomando, como escenario fundamental de esta manifestación de la vida social los medios de transporte colectivos. En el diseño de este estudio, se contempla un importante esfuerzo de observación-participante, unido a la realización de una serie de entrevistas en profundidad, en las que el componente biográfico cobra toda su fuerza. Amén del imprescindible (y omnipresente) análisis documental, la complementariedad de datos secundarios, estadísticas oficiales, etc. Con esas premisas metodológicas, y con las enseñanzas de los clásicos (y no tan clásicos) de la etnografía en mente (libro de cabecera: The Hobo -Anderson 1967-, inevitablemente), el investigador se desplaza al campo, donde pronto comprende que su trabajo de observación-participante tenderá a quedarse en más observativo que participador, al menos si entendemos este último como interacciones "verbales" con los sujetos-objeto de estudio. El diario de campo (22) va llenándose de malas experiencias en el intento de establecer contactos de investigación. Ya sea en trenes, autobuses o estaciones, el investigador va siendo rechazado por los commuters cuando intenta acercarse a ellos. El miedo atávico al vendedor ambulante, la sospecha vanidosa ante el ligón de discoteca fuera de lugar, o, simplemente, la omnipresente actitud de reserva (blasé) descrita por Simmel (1903, 1908) o burbuja proxémica de Hall (1969), explotada por Nash (1975) para nuestro tema concreto (en otro tiempo y otro lugar) llevan a todos (y todas) a declinar cualquier intento de conversación, tanto antes como después de desvelar el rol de investigador (sobre todo si se entra, "enseñando la placa", por motivos de pretendida ética profesional, solicitando colaboración para una investigación que es, en última instancia, mi sustento vital, mi trabajo…). Si cada situación o escenario social tiene unas normas de comportamiento, y, con Goffman (1959) o Garfinkel (1967), unas determinadas acciones prohibidas o, cuando menos, mal vistas, queda claro que hablar con desconocidos durante un viaje al lugar de estudios o trabajo es una de ellas. Al menos en "condiciones normales". Una eventual avería del tren, un atasco descomunal en la carretera, o un comportamiento "anormal" por parte de otro viajero, pueden actuar en dirección a una mínima posibilidad de interacción con esos viajeros tan poco dispuestos a colaborar en nuestra importante tarea investigadora (Nash 1975). La psicosis general de asaltos en domicilios ha hecho desaparecer el noble oficio del encuestador doméstico; la paranoia, tan difundida por los medios de comunicación de masas, ha abierto recelos sobre cualquiera que, disfrazado tal vez de sociólogo, intente hacer algún tipo de pregunta, llegando al extremo de llevar a ciertos commuters a cambiar su territorio dentro de los medios de transporte (un análisis de la territorialidad de estos sujetos aparecerá sin duda en nuestra tesis), huyendo, sin ambages ni disimulo, del investigador, que se queda temiendo la etiqueta estigmatizadora de Goffman (1963) y sospechando que la famosa bola de nieve se pueda tornar avalancha que ahogue sus afanes de obtener el grado de doctor…

Y si a ello le sumamos la propia carga emotiva de los escenarios seleccionados (tristemente conocidos por la masacre del 11-M), en los que la siniestra awareness de Glaser y Strauss (1965) sobrevuela cada espacio, todo va conduciendo a una actividad más centrada en la observación (que ni siquiera: he visto a un tipo parado en un rincón de la estación, mirando en todas las direcciones… identifíquese, etc.), para, finalmente, empujar al investigador fuera de las calles, fuera de los escenarios de la vida cotidiana, y refugiarse en el ciberespacio, haciendo tal vez de la necesidad virtud y escribiendo un artículo (más laudo que panegírico) sobre las potencialidades del estudio de los fenómenos sociales a través de la red. En mi caso, desde hace algún tiempo, aparezco registrado en la lista de miembros de un foro de discusión de "amigos de los medios de transporte colectivo", pero me resisto todavía a escribir un artículo cantando las alabanzas de lo que no entiendo sino como un fracaso a la hora de gestionar el campo de mi estudio.

Si tomamos por ciertos los problemas descritos a partir de mi propia (y apenas incipiente) experiencia de investigación debemos, no obstante, señalar, con mayor o menor entusiasmo, que no todo está perdido (o, al menos, no es necesario reconocerlo). La tan documentada crisis de la antropología (el fin de los grandes relatos, de que hablaba Lyotard 1984), inserta en un movimiento de repliegue más general en torno a eso que se ha dado en llamar posmodernidad (si, con Hine -2004- tomamos como rasgos de la modernidad el control y la racionalización, ¿no deberíamos hablar más bien de hipermodernidad?), ha cerrado la puerta de los grandes viajes etnográficos (en los que se basaba la propia autoridad del etnógrafo, por más que después, como le pasase a Margaret Mead, viajes posteriores han echado tierra sobre su obra) (23), pero ha abierto la "ventana" (juego de palabras demasiado obvio) de un nuevo campo en el que el investigador social puede inmiscuirse sin tener que afrontar los problemas al uso de los trabajos de campo abroad (Barley 1983). Bien sea analizando Internet como una (sub)cultura (lo más frecuente) o ya estudiando cómo se relacionan los sujetos con esta nueva tecnología (Internet como artefacto cultural), el investigador social vuelve al gabinete, donde el único riesgo real que parece tener es el de borrar el escudo de la universidad que tiene en el respaldo de su silla (Hine 2004), y, desde allí, se lanza a investigar el ciberespacio, adaptando los roles clásicos (Gold 1957; Junker 1972; Spradley 1980; Schwartz y Schwartz 1955; o, entre nosotros, Ruiz Olabuénaga e Ispizua 1989) (24) a un ámbito que le permite (a él y también a sus sujetos, lo cual implicará nuevos problemas) multiplicar sus opciones de juego dramatúrgico en la presentación de su self (25). Así, puede adoptar el papel de lurker (26), y simplemente constituirse en una especie de merodeador cultural que se dedique sobre todo a descargar información, recopilar textos colgados en la red y observar, en la medida de las posibilidades técnicas, las interacciones que tienen lugar en determinados sitios de la web. O puede explicitar sus propósitos de investigación y convertirse en animador, elicitador, o incluso promotor principal de foros de discusión o webs (aquí sí es válida la metáfora de la red de araña) directamente dedicadas a sus intereses de investigación (puede ser el propio creador y administrador de la web). En todo ello sobrevuela la sombra de las consideraciones éticas que acompañan cualquier trabajo de investigación. No se preguntan los autores que han estudiado el tema, sin embargo, por qué la ética sólo parece recaer sobre los investigadores, y no sobre las actividades que otros sujetos habitantes de Internet llevan a cabo en dicho espacio y/o, directamente, en sus interacciones con el honesto investigador (27). Hablamos, por lo tanto, de autenticidad, uno de los grandes caballos de batalla sobre las interacciones en el ciberespacio.

Para comentar el tema de la autenticidad ("las relaciones verdaderas y los diarios de mis otros yos", titula Gordo 2006:132, entrecomillando "verdaderas" y "otros yos"), considero interesante rescatar a uno de los clásicos peor tratados en el ámbito académico: Georg Simmel, quien, abriendo su comentario sobre el secreto en su obra magna, apuntaba: "Todas las relaciones de los hombres entre sí, descansan, naturalmente, en que saben algo unos de otros (…) El saber con quién se trata es la primera condición para tener trato con alguien" (Simmel 1986:357) (28). Me interesa sobre todo ese "algo", que nos apartará de visiones ciertamente paranoicas en las que pareciera obligatorio saberlo todo sobre una persona a la hora de interactuar con ella (los trabajos de Goffman ahondarán en ese aspecto). Si tomamos Internet como un espacio de interacción (29), seguramente será posible, por más que Mayans niegue insistentemente esa posibilidad, que interactuemos con "alguien" de quien no sepamos nada en absoluto (podemos saber algo al modo cartesiano "escribo -produzco-, luego existo", pero ni siquiera, en vista de los avances en el desarrollo de bots), por lo que yo adoptaría una mirada más restringida sobre Internet, con Hine, para tomarlo como un punto de encuentro de textos, un espacio habitado por millones de palabras que, en última instancia, son transportables, empaquetables… infinitas e inmortales (30). Necesariamente, detrás de toda la arquitectura técnica y detrás de todos los documentos ("all is data", que decía el dictum de Glaser -2001, citado en Valles 2007: 300), aparecerán sujetos, pero me muestro escéptico ante la posibilidad de investigarlos al modo que se ha venido haciendo en la etnografía tradicional (31). Un comentarista suspicaz podría aducir, con derecho, que el problema está en la etnografía tradicional, y no en este nuevo contexto de estudio. No voy a negarlo. Por eso mismo sorprende que se sigan aplicando técnicas de investigación (como la observación-participante, caballo de batalla en todo este escrito) que parecen inapropiadas (o, al menos, "imperfectas", o, más suavemente, inadecuadas o inadaptadas) al estudio de fenómenos que se pretenden absolutamente novedosos (32). El investigador puede analizar las interacciones a través de un programa de mensajería instantánea. Puede explicitar éticamente sus propósitos, agregar y ser aceptado por un número amplio de sujetos, tratar de dirigir y hacer trabajar a los usuarios, pero puede encontrarse con respuestas dirigidas a él por una parte y, por otra, estar perdiéndose una conversación privada simultánea en la que le critican, o comentan "la verdad" de lo que piensan sobre el tema. Puede encontrarse con muñequitos en gris que, no obstante, estén activos en conversaciones privadas imposibles de captar por el etnógrafo virtual. Goffman ya nos puso sobre la pista de que no podemos ser ingenuos y creer que todo se pone en juego en cada interacción, y de algún modo Internet se vendría a convertir en epítome (o símbolo) de lo posmoderno, si entendemos esto como una representación teatral continua en la que los actores tienen muchas más facilidades para gestionar su performance, experimentar con diferentes personajes y personalidades, juguetear (role-playing) (33), en suma, con diversas identidades virtuales-reales (¿qué es, por otra parte, lo real, en estos tiempos, líquidos -Bauman 2007-, en que todo lo sólido se desvanece en el aire?). El summum de la globalización y de todos esos procesos, tan ambiguos como intangibles, que parecerían rodearnos y constreñir nuestras vidas cotidianas. En modo alguno debe tomarse mi crítica como un rechazo tajante al trabajo de los investigadores que ejercen como tales en el ciberespacio. Sólo debe ser entendida como una llamada de atención acerca de los peligros (y el abstraimiento del mundo real, la reclusión monacal en un portal de noticias o en un foro de discusión es sólo uno de ellos) que dicha práctica presenta para el oficio del etnógrafo. Lo que parece claro es que Internet, tomado como herramienta, puede facilitar (en la línea de la tan manida triangulación) la aproximación a la comprensión de cualquier fenómeno (en mi caso concreto, la experiencia cotidiana de pendularidad), por cuanto acerca al investigador a producciones culturales de todo tipo. Más complejo es llevar a cabo el análisis de lo que sucede en el entorno virtual (¿acaso hay algo sencillo en nuestro oficio?), donde, si bien pueden analizarse las interacciones "visibles", los elementos que aportan sombra al cuadro tienden a ser demasiado poderosos como para interpretar, con un mínimo de confianza, el conjunto de la experiencia (34). Internet, aquí, no es ninguna panacea frente a los graves problemas que acosan el trabajo del investigador social. El etnógrafo virtual puede conformarse con esa parte visible, y puede escribir enrevesados análisis al respecto. Puede, incluso, convencerse a sí mismo (y quizás a los demás) de que Goffman y otros padres de la sociología más pretendidamente subversiva y heterodoxa le sustentan teóricamente, demostrando la imposibilidad de realizar análisis más "válidos" en la "vida real". Puede afirmar, no sin razón, que sus trabajos serán más "democráticos" (a vueltas con la crisis de legitimidad), por cuanto permiten al lector rastrear la web y, llegado el caso, rastrear el propio trabajo de campo llevado a cabo (Valles -2001- sobre las ventajas del CAQDAS), si obviamos aquello de que todo texto depende de un contexto (es decir, de unas coordenadas espacio-temporales o, mejor, en nuestro caso, tempo-espaciales, únicas e irrepetibles). Después de todo, Augé (1992) ha desatado la fiebre por colocar banderas imaginarias en no-lugares recién descubiertos. Las burbujas de Hall (1969), el creciente individualismo, la etimología de persona (siempre hubo máscaras), las interacciones cotidianas mediadas por elementos que lo distorsionan y que, en cambio, resultan (aparentemente) invisibles en la red, identidades plurifragmentadas como summum de la urbanidad modernista de Wirth (1938), crisis última de la Gemeinschaft y desarrollo de nuevas formas de comunidad y socialidad en Internet, más puras por cuanto más invisibles y, así, faltas de sesgo y de prejuicios… (35). De modo que, al final, es posible que tal etnógrafo se enganche a la investigación en red de cualquier fenómeno, quedando tal vez solo como el Napoleón de Chesterton (1904), perdiendo la "calle" (36), olvidando que detrás de las interacciones a través de Internet hay "personas", al fin y al cabo, y que ello le exige estudiar el contexto offline de lo producido online (37), desarrollando con todo ello un nuevo tipo de "imaginación" (inteligencia artificial, no es un término en modo alguno neutro), rogando al Señor, como Frazer, que le libre de enfrentarse (encontrarse, siguiendo al propio Goffman 1961) cara a cara con alguno de sus cibercontactos.


Epílogo. Crónicas del ciberespacio

Y en algún lugar suena un teléfono, y no hay nadie para descolgarlo (Bradbury 2007, especialmente "Los pueblos silenciosos", pp. 214-227). El investigador se abstrae de la llamada telefónica, como hiciera años atrás Sudnow (1983) mientras se enfrentaba al boss final (38). En este momento, la llamada le interrumpe practicando "combos" para el lanzamiento de arpón, antes de volver a perseguir -navegando- a su Moby Dick virtual. A través de su pantalla ha sabido de la epidemia de Matheson (1954), ha investigado sobre sus efectos planteando ingeniosos (al menos eso cree él) temas de conversación en foros diversos. Ha visto partir de vuelta a la Tierra a todo el mundo (al menos eso cree él también, porque desde allí le han llegado correos electrónicos y postales animadas de saludo y cortesía). Pero la versión "homega" de la Julia de Turkle (1995:88 y ss.) (39) con la que diariamente chatea a modo de investigación sociológica sobre detergentes, no le ha informado del crecimiento desaforado de la planta carnívora de su jardín. "Caray -piensa justo al final- no debería haber olvidado que aquí el sol -al que hace meses que no se expone- calienta más que en mi planeta". Y, sin apenas reproches, el último investigador social sobre la faz de Marte, el último eslabón de la cadena evolutiva, lanza sus esporas al ciberespacio (como en la novela de Stapledon 1930), donde vivirá eternamente, más como spybot que como otra cosa, mientras su cuerpo, blanquísimo como el de los banqueros de France (1908), yace inmóvil frente a su pantalla, o, como él hubiera querido decir, el portal dimensional (aleph, vórtice, triángulo de las Bermudas, etc.) que vuelve a estar abierto… otra vez. Mientras, los acordes quebrados de la guitarra de Albertucho tocan "Lo venidero" (40). Curioso final de la historia, del relato. Después de todo, todos somos personajes hasta que la realidad (que siempre supera a la ficción) nos golpea.



 

Notas

1. Disculpa inicial: a lo largo del texto, el lector se encontrará con diversos términos o expresiones entrecomillados o en cursiva, amén de múltiples notas y llamadas aparte. Con ello, el autor pretende jugar con el lenguaje y trata de ofrecer combinaciones y dobles lecturas más o menos sugerentes. Entiendo que ello puede resultar molesto o ralentizar el proceso de lectura y absorción del texto, pero considero interesante introducir este elemento creativo y lúdico en un artículo que trata sobre un ámbito en el que el tema del lenguaje (leer, escribir, presentarse a través de las palabras, etc.) resulta tan vital.

2. Ver al respecto la gran obra de Davis (1997), o, si se prefiere optar por los clásicos, los textos de Austin (1962) o Bourdieu (1982). No es necesario destacar, por otra parte, el revuelo a partir de la obra de Geertz al respecto de la dupla autoridad(autenticidad)-narratividad… Entre otras cosas, las palabras también sirven para convencer y, como dirían Berger y Luckmann (1966), por citar el ejemplo más señero, construir mundos (que no sólo "reflejarlos" con mayor o menor honestidad, de un modo más o menos fidedigno).

3. El propio König (1973) en su añejo Tratado de sociología empírica, reconocía el valor de todos los instrumentos tecnológicos (en su día, el magnetófono y la cámara fotográfica) como emancipadores "de la limitación de nuestros organismos" (1973: 159), si bien dicho autor enfatizará, sobre todo, los aspectos teóricos que guiarían (arrinconando la serendipidad) la observación científica.

4. "Que yo sea un paranoico no quiere decir que no me persigan", decía Kurt Cobain poco antes de morir (precisamente asesinado -por más que las circunstancias exactas de su muerte sigan en duda- por su propia esposa). En la investigación que yo llevo a cabo en el marco de mi tesis doctoral (de la que después hablaré brevemente), es previsible que nadie se fijase en el tipo que toma notas en un cuaderno, pero difícilmente pasaría desapercibido quien exhibe de un modo más o menos "natural" un artefacto tecnológico tan destacado (y tan caro) como los que hemos apuntado en el texto. Seguramente, el brillo del canto plateado de estos artilugios atraerá a más de un "sujeto de investigación" con el que se mantendrá una interacción previsiblemente poco amigable…

5. Aquí el tema de la autoría (y aun la piratería) entraría fácilmente a la discusión. Resulta, asimismo, interesante que hablemos de copiar y pegar, y no de cortar y pegar. De algún modo, la investigación que tome testimonios o cualquier otro tipo de material de "la Red" (imprescindible entrecomillar el "la" y comenzar con una mayúscula el "Red", para denotar la singularidad histórica de este ámbito -nuestro ámbito), no los esquilmará de un campo que quedaría yermo o inexistente (como el discurso recogido en una grabadora, que sólo quedará en ese peculiar formato de voz, mientras las palabras, como el momento, se las lleva poéticamente el viento). Esto implica, por una parte, una posibilidad de recrear los pasos dados por el investigador en su análisis, si éste explicita las fuentes y no distorsiona el texto (como debe hacer el buen alumno al extraer sus redacciones de la web); lo cual, por su parte, presenta toda una serie de problemas éticos, tal y como ha apuntado acertadamente Hine (2004: 36-37).

6. De un modo quizás excesivamente poético, Guasch defiende la pertinencia de la observación-participante como técnica privilegiada para acceder a la comprensión del universo estudiado ("sólo siendo poetas entenderemos el mundo", 1997:7), frente a un "totalitarismo positivista" que, desterrando la subjetividad, sólo arroja sombra y miradas miopes a una realidad excesivamente pluriforme y de múltiples colores matizados. Puede estarse de acuerdo en la defensa de la subjetividad y el sentimiento en términos de valor heurístico, pero ello no debe suponer, como Guasch postula, una identificación de dichos elementos con lo "no racional".

7. Jugamos aquí con dos cuestiones. De una parte, el terror atávico de muchos etnógrafos (ver, como ejemplo clásico, la reflexión de Jarvie 1969) de becoming (o going) native, lo que los perdería para siempre para la ciencia antropológica (como sucediese con Cushing, ejemplo paradigmático de excesiva implicación personal en el campo estudiado). De otra, queremos introducir el juego con el famoso artículo de Becker (1953) "Becoming a marihuana user" (traducción castellana del mismo se puede encontrar en su obra Los extraños, cuya edición argentina data de 1971), uno de los hitos fundantes del estudio sobre la desviación social. Fumadores de marihuana - desviados - sociólogos…

8. Tres textos clave se entrecruzan aquí. A la "artesanía intelectual" de Mills (un capítulo más, si bien quizás el principal, de su gran obra) se vienen a unir el clásico de Bourdieu, Passeron y Chamboredon (1976) y el texto-bandera de Sennett (1998, que conectaría, en el ámbito de la metodología de investigación, con la craft de Silverman 1993), que nos serviría para enlazar con una cuestión mucho más amplia sobre el trabajo (y el consumo) en la era posmoderna, caracterizada como está por el "riesgo" (Beck, 1992) y la incertidumbre, lo provisional, lo efímero (Bauman 2007; Giddens 1990; Castells 1997, 2001; por citar sólo los más conocidos -los que más éxito editorial han alcanzado).

9. Valles (2005), comentando el cuando menos tibio interés demostrado por Glaser a los desarrollos del software de análisis cualitativo (más tibio si tenemos en consideración que algunos de los programas dicen derivar o desarrollar los postulados básicos de la teoría enraizada), distinguirá cuatro tipos de respuesta posible al uso del CAQDAS (bajo este acrónimo hablaríamos del software desarrollado con propósito de contribuir en el proceso de análisis, asistido por ordenador, de datos cualitativos: "Computer Assisted Qualitative Data Analysis Software") en la investigación social: los "tecnófobos" entre los que se incluirá el propio Glaser, los "tecnovanguardistas", los "tecnoarrepentidos", y los "tecnoentusiastas" (Valles 2005: 153), en un casillero tipológico que nace de la evolución temporal de la respuesta dada por los distintos tipos de investigador social a la cuestión de la introducción de tecnologías en el proceso de análisis cualitativo (con dos momentos temporales: el pasado, y el presente, que marcan la trayectoria -móvil o estática- de los investigadores, que han podido optar por los "modos tecnoasistidos" o por los "modos manuales" de análisis).

10. Hemos de reconocer, por otra parte, que los excesos en este sentido también resultarán contraproducentes. Así, el sociólogo puede tener la tentación de convertirse en una especie de profeta que ha escudriñado lo apenas perceptible para el resto de mortales, tratando de hacerse poseedor de una (V)verdad absoluta de la que se cree único poseedor y en cuya transmisión mostraría la necesidad, gremial, de que la sociedad mantenga, como nuevos mandarines (Chomsky 1974), a los miembros de su casta de brujos. La crítica de Martín Criado (1998: 14) me parece muy acertada en este sentido: "Los sociólogos no podrían dejar de contribuir a este espectáculo con su científica [entrecomillado en el original] aportación. Compitiendo con periodistas, filósofos, sacerdotes y astrólogos, con el temple y porte que su condición de expertos les confiere, elevarían su voz sobre el coro de cantores de promesas y amenazas e impartirían justicia sobre el ajustamiento a la realidad de todos los juicios (…) su voz impostada sólo perdería momentáneamente el temple si algún impertinente les pregunta: Y usted, ¿cómo sabe eso? Para evitar preguntas impertinentes -y para otras cosas- se realizan investigaciones: encuestas".

11. Por citar sólo una referencia bibliográfica, apuntaremos el trabajo de Loïc Wacquant (2004) como ejemplo de fusión entre las dos facetas del sociólogo ideal que tratamos de describir aquí. La sensibilidad con la que escribe, a caballo entre la novela y el análisis sociológico (sobre las consecuencias del carácter novelado de los relatos sociológicos podríamos hablar por extenso, a partir de Geertz -1989-, Denzin -1997-, y la crisis de legitimidad de la etnografía posmoderna), no oculta la profundidad de un trabajo de campo difícilmente desarrollado sin haber "estado ahí", golpeando y recibiendo golpes durante más de tres años. No resulta una cuestión menor que el título original francés de la obra de Wacquant sea, en la traducción más estricta y descarnada, "Cuerpos y Almas", lo cual, eliminando eventuales reminiscencias espirituales, nos volvería a acercar a la romántica visión que mantiene Guasch (ver anterior nota 6) cuando señala la "sensibilidad" como componente característico y diferenciador de la técnica que fundamenta el trabajo etnográfico: la observación participante (diferente de la observación cotidiana -véase König 1973, Spradley 1980, o Anguera 1989).

12. Aquí la ciencia ficción nos ha provisto de toda una panoplia de imágenes sobre el futuro. Por ejemplo, el "cine sensible" descrito por Huxley (1932), o los simuladores de realidades infinitas empleados por Simak (1963), o el famoso Babel-Fish de Adams (1979). Ni que decir tiene que todos estos dispositivos, algunos de los cuales se anunciaron en su día como de inminente aparición, se encuentran todavía hoy en la fase de lo imaginario o de rudimentarias primeras experiencias, con lo cual su desarrollo efectivo puede: a) darse; b) no darse; c) darse de un modo tal que el resultado sea más o menos absolutamente distinto al pensado. Para una revisión de los fallos en las profecías (y la tecnología es un campo muy fecundo para tales elucubraciones -y para descalabrados análogos), aconsejo la lectura del ensayo de De Miguel (2001).

13. Si siempre resulta de interés seguir el consejo de Gómez Arboleya (citado, por ejemplo, en Valles y Baer 2005) de acercarse a la producción novelesca de una época para comprenderla (y la sociología está llena de grandes autores que se han mostrado omnívoros en este sentido, desde Goffman hasta el propio De Miguel), no debemos dejar de lado otra producción cultural (pop) como es la música. En este caso concreto, resultaría de interés acercarse a una canción del año 1995, del grupo californiano No Doubt, en cuyo videoclip Gwen Stefani trata de huir de una maraña de cables telefónicos que amenazan con asfixiarla. En la letra del tema (llamado precisamente "Spiderwebs"), se puede leer, asimismo, una referencia clara a la práctica común de "hacer que no estoy", que tantas veces obvian los investigadores que se han introducido en la red (en muchos casos para no volver), por más que ya vayan replegándose los cables-lazos a favor de la tecnología de las ondas wireless.

14. La metáfora del viajero (el investigador como viajero, por contraposición, en el caso de Kvale al investigador minero de manos sucias), también ha sido ricamente explotada por Rosaldo (1989), para defender una mayor implicación del investigador en la realidad estudiada (implicación, por lo demás, tomada por absolutamente necesaria si se quiere aprehender algo de tan esquivo objeto de estudio).

15. Sobre el conocimiento incorporizado, puede consultarse también el análisis de Connerton (1989), fecundamente explotado por Joks (2006). En relación con esto, deberíamos enlazar con las consideraciones que toman al etnógrafo como principal herramienta del trabajo de investigación. Apunta Angrosino (2005:6): "ethnographers themselves are the primary instruments of research". Para el investigador de corte cualitativo, su propio self es la mejor herramienta de que dispone (y la que más debe tratar de afinar y cuidar: entre la "sensibilidad" tantas veces referida a partir de Guasch y la "exposición" antes mencionada con enlace a la obra de Wacquant). Véase, en relación a todo esto, Rapport (1990), sobre Malinowski, o, en España, la obra de Sanmartín (2003).

16. Pasaremos por encima de las cuestiones, normalmente veladas, en torno al precio material de contar con una conexión, una puerta, al ciberespacio (siguiendo la línea de ingenuidad -velo de ignorancia, tal vez- que da primacía a la sociedad civil sobre el mercado). La brecha digital, ya no entre países sino al seno de una propia sociedad, no debe, por lo demás, entenderse únicamente en términos dicotómicos de "conectado/no conectado", sino que se debería establecer un gradiente de "capitales sociales" (por decirlo según la moda académica del momento) en términos de solvencia (la noción de "miembro" de la etnometodología -Coulon 1988: 50-52- nos sería de gran interés aquí) en el manejo de esta tecnología. Con todo, el número de internautas "habituales" dista mucho de suponer una representación "fiel" de la sociedad española, por citar el ejemplo más cercano. La idea de partida (naturalización como siempre ideológica) de la universalidad de Internet ("todo lo que existe está en Internet") enlaza (y se contrapone trágicamente en la práctica) con el pretendido leitmotiv original (dudoso cuando menos) de los diseñadores de toda la arquitectura tecnológica de la red: "Internet para todos": una tecnología integradora, un "derecho" a la conexión… un ideal contestatario, democrático y subversivo, la venta a plazos de una manzana por parte de un reptil parlante. La cortina de humo tendida en torno a la pretendida universalidad de Internet ("para todos"), hace creer que cualquier persona tiene libertad para expresarse en la red, lo cual iría en la línea de "dar voz" a sectores tradicionalmente acallados (Vázquez Ferreira y Rodríguez Caamaño 2006, Mayhew 1851-1864…): el tan manido empowerment. Muchos sociólogos han entrado en dicha neblina y, actuando como el famoso pez de Kluckhohn, han olvidado adaptar su mirada crítica, asumiendo por cierto lo que no es sino contingente, construido, dictado al fin y al cabo.

17. Introduzco aquí la distinción de mi maestro Alfonso Ortí entre "técnicas" (que él reserva para las aplicaciones metodológicas de carácter cuantitativo) y "prácticas" (desarrollos cualitativos), pues considero de gran valor la aplicación de la noción de práctica, por cuanto implica de aprendizaje y de participación en lo aprendido, de una mayor implicación, si se quiere, con respecto al frío contacto con una técnica considerada como una herramienta.

18. Por "nueva etnografía" queremos denotar aquí la contraposición con la etnografía clásica que se venía haciendo con anterioridad a Malinowski. Los trabajos de Frazer (1890), por citar el ejemplo más destacado, descansaban sobre una cantidad (lo más abundante posible) de datos obtenidos de las más diversas fuentes (misioneros, viajeros, diversos cargos coloniales…), consideradas normalmente como poco fiables y cargadas de sesgos (por no decir, directamente: no científicas, diletantes). La anécdota, tantas veces referida, de la contestación de Frazer a la pregunta sobre un eventual contacto con alguno de los sujetos sobre los que tan profusamente escribía en sus obras ("But Heaven forbid!"), dejaría muestra clara del momento de la antropología pre-malinowskiana.

19. El ideario malinowskiano respecto al trabajo de campo, lo que ha devenido posteriormente carta fundacional de los estudios etnográficos, puede consultarse, amén de en el preceptivo prólogo metodológico de Los Argonautas (2001:37-78) en el texto de Maestre Alfonso (1990:37-54), quien incluye, asimismo, un capítulo acerca de la observación participante. Como principios metodológicos fundamentales asentados por Malinowski (por más que su propia praxis diferiría de este ideal), cabe destacar la vivencia (compartida) de todas las experiencias nativas (para lo cual la competencia lingüística en la lengua nativa es imprescindible), a cuya comprensión debe acercarse el investigador con propósitos estrictamente científicos, y, en la medida de lo posible, sin ideas preconcebidas, por más que la higiene mental no resulte completa, toda vez que Malinowski consideraba imprescindible una cierta formación en etnología y en técnicas de investigación.

20. Entre los autores españoles, cabría esperar una definición, tentativa siquiera, en el excelente glosario analítico del texto didáctico del profesor Díaz de Rada (2006), quien opta, no obstante, por ir construyendo su manual precisamente a partir de la indeterminación de la noción de etnografía que dejasen abierta Hammersley y Atkinson (2003:15-38), a cuya revisión dedica buena parte de sus esfuerzos.

21. En esta definición encontramos como elemento crucial el papel del etnógrafo (ente tantas veces ausente en forma explícita, especie de narrador en tercera persona omnisciente), en todo el proceso (camino) de investigación. La etnografía, por lo tanto, aparte de una metodología resulta una meta-metodología, que se pone en juego en las situaciones (settings) cotidianas en las que los sujetos inter-actúan, sin posibilidad de control por parte del investigador social. Dejamos aquí al margen las distinciones académicas en torno a términos que, en función de determinadas tradiciones nacionales, aparecen enredados en marañas semánticas (etnología, etnografía, antropología social y cultural…).

22. Este registro, tantas veces secreto (quizás por eso mismo se organizó tanto revuelo al salir a la luz los "archivos secretos" de Malinowski -véase Rapport 1990 para una revisión al respecto), aparece como compañero inseparable de todo etnógrafo (ver, por ejemplo, el trabajo de García Jorba -2000- dentro de la colección Cuadernos Metodológicos del CIS), como herramienta, pero también como "algo más" ("there are more things", que decía Borges), como confidente, como retrato de un eventual Dorian Gray que dejase para la monografía publicada la parte "bella" (las "perlas") del trabajo de campo. Quizás por ello, Kip Jones (2007) se pregunta por la tendencia de este tipo de documentos a centrarse en la crónica de las "desgracias" o sinsabores que atañen al investigador, quien, quizás apresado por la esquizofrenia que acosó a Malinowski en su día, destierra el humor de su quehacer cotidiano, o lo restringe a comunicaciones científicas más o menos "divulgativas" o permisivas al respecto.

23. Para un estudio de los fundamentos de la autoridad etnográfica, puede verse Denzin (1997). Los defensores de la investigación online aprovechan rápidamente este tipo de críticas al "estar ahí" para justificar sus estudios. Por otra parte, el propio proceso descolonizador supuso un primer viraje desde la etnografía abroad a la etnografía at home, situando en el punto de mira del interés etnográfico los colectivos más outsiders de la propia sociedad doméstica del investigador (creados, en buena medida, por el propio investigador, como bien recoge Becker 1963), empujando una disciplina de antropología (y sociología) urbana a un desarrollo similar al experimentado durante el programa de la primera Escuela de Chicago (ver Matza 1964 para una revisión de las distintas escuelas de Chicago, sobre todo en relación al análisis de los procesos de desviación social, fenómeno también estrechamente vinculado a lo urbano, a la desaparición de la comunidad -Toennies 1887, Wirth 1938…).

24. El tema de los roles a manejar durante el trabajo de campo es una reflexión constante en los manuales sobre observación-participante (Valles 1997, Cicourel 1982, Corbetta 2003). Básicamente, con Junker (1972), habría un gradiente que iría desde el completo observador hasta el completo participante. La distinción clásica de "estar/no estar", si ve atravesada por la dicotomía "hacer/no hacer" (intervenir/no intervenir), de cuyo fecundo continuum gradativo se han derivado gran parte de las contribuciones a la teoría de la O-P.

25. No entraremos aquí en un tema (interesantísimo, por lo demás) sobre el que se ha escrito por extenso: la posibilidad de múltiples juegos identitarios que ofrece el entorno virtual. La bibliografía en torno a dicha cuestión es demasiado sobreabundante como para referir aquí siquiera una selección primera.

26. En el lenguaje de Internet, un "lurker" (en castellano podría traducirse, de modo significativo, por "acechador" -también "fisgón" o "mirón") sería aquel que, en una comunidad virtual de cualquier tipo, mantiene una actitud exclusivamente receptiva, sin contribuir en modo alguno a la dinámica o mantenimiento del grupo. Por contraposición, un "wizard" ("contributor", en inglés, o "usenetero", en una posible versión castellana), sería el sujeto responsable (buen ciudadano del espacio virtual) que ayudaría activamente con sus diversos capitales al buen funcionamiento del grupo, moderando discusiones, generando debate, aportando materiales novedosos u originales, respondiendo dudas y preguntas de los novatos, y, en general, interactuando según los modos prescritos con los demás usuarios de la red.

27. Resulta interesante este tema de la ética, tan profusamente abordado con respecto al desequilibrio de poder establecido entre el investigador y sus sujetos (u objetos, según la consideración) de estudio, tanto mayor (dicho desequilibrio) cuanta menos información ofrezca el investigador sobre sus propósitos reales de presencia entre los observados. Manteniéndose en la sombra de un observador oculto, el investigador pretenderá no interferir, no generar reactividad, en las actividades de los sujetos. Pero, dicen los autores, esta posición le generará gran ansiedad y diversos problemas éticos, dentro y fuera de su esfera laboral (Homan 1980). En mi humilde opinión, considero que el tema de la ética del investigador está sobrevalorado (sobre todo en otros países, hay que reconocerlo -si bien puede verse una reflexión sobre este tema procedente de nuestro país en el artículo que Estalella y Ardèvol 2007 publican dentro del monográfico dedicado a la etnografía virtual en la revista FQS). El investigador parece tener la obligación de mostrar mucha más honestidad que los sujetos a los que estudia que, como hemos dicho antes, pueden ocultar su identidad sin demasiados problemas morales ni, mucho menos, prácticos, y comportarse de un modo mucho más "libre", sin las tradicionales normas de etiqueta (la "netiqueta" -Mayans 2002- resulta un concepto tan lábil como violable) de la vida "real" (ver, a este respecto, los problemas descritos por Ardèvol, Bertrán, Callén y Pérez 2003).

28. Rescatemos otra cita de Simmel, muy relevante para tratar la desigualdad de las posiciones de investigador e investigado, normalmente tratada en términos de poder, pero también susceptible de ser abordada en cuanto al interés (a lo que le va a cada uno) de ambos sujetos en el momento de investigación: "[Hay ocasiones] en que el deber impuesto por la discreción, de no tratar de conocer lo que el otro no nos muestre voluntariamente, ha de retroceder ante las exigencias de la práctica" (Simmel 1986:371)…

29. "No-espacio", podríamos aventurar, para conectar con Augé (1992) y con todos los autores que, en su línea, se acercan a Internet desde la perspectiva de los flujos (Castells, sin ir más lejos, aprovecha ávidamente esta mirada).

30. Quizás poco que ver con los "sujetos", pero sí mucho con los "individuos". Desvelamos así un trasfondo ideológico muy distinto a la mirada bucólica que tantas veces se ha defendido sobre Internet y sus orígenes. Si todos son iguales (la sacrosanta Igualdad antigua) porque todos pueden conectarse a Internet, resulta más que probable que al final se objetivice a esos sujetos, tratándolos como cifras, como objetos, como meras direcciones IP. Una vez más, la tecnología (véase Trousson 1979 para una revisión del tema en la literatura utópica-distópica del siglo XX) se desvela como mecanismo opresor bajo una apariencia emancipadora (ver nota 16). Al final, se vuelve a hacer sociología sin sujetos (!), se vuelve a desterrar al Johnny de Trumbo (1939) y los flujos, como en su día las instituciones, las normas, etc., centran el interés de un investigador también intercambiable, contingente, irrelevante al fin y al cabo. Sí: jugad, malditos, jugad.

31. Lo cual no quiere decir que no se les pueda investigar, pero quizás fuera necesario demostrar esa capacidad adaptativa de la etnografía para desarrollar nuevas metodologías para ser aplicadas en esta novedosísima tecnología comunicativa que es Internet. En definitiva, con ello no estamos cerrando la puerta a la etnografía "clásica" para entrar en el ciberespacio (que también), sino que estamos dando la posibilidad para el nacimiento de un nuevo héroe disciplinario que fuera capaz de desarrollar nuevos dispositivos heurísticos de análisis de estos ámbitos, tan inimaginables para Malinowski en su tienda de campaña en Omarkana.

32. De entrada, tal vez se debiera hablar de "escritura-lectora", más que de "observación-participante", por más que toda investigación esté basada (como cualquier otra actividad humana, por otra parte) en cierto grado de participación, y toda lectura descanse en la observación (de la pantalla, en este caso…).

33. Un tema que hemos dejado al margen es la relación entre Internet y el (cíber)sexo (ver Gordo y Cleminson 2004 para un análisis al respecto). El "role-playing" con fines sexuales (o, digamos, sensuales) es moneda común en la red (quizás, incluso, el motivo principal por el que algunos se conectan). Aquí es interesante el término "cíber", que nos conecta con la reflexión de Teli, Pisanu y Hakken (2007) sobre los cyborgs y los seres humanos en el nuevo contexto vital abierto por Internet. Parece que pronto soñaremos con ovejas eléctricas… (Dick 1968).

34. Obviamente, puede aducirse que se analiza "lo que se puede", pero eso tiraría por tierra la pretensión de holismo que debería acompañar al trabajo etnográfico (Velasco y Díaz de Rada 1997). La metáfora de los flujos de Castells, hábilmente empleada por Hine (2004) para soslayar dicho imperativo holístico en aras de un nuevo paradigma conectivo, nos acerca a la noción de no-lugar de Augé (1992), desde cuya crítica parto en mi trabajo de tesis doctoral.

35. No deja de resultar curioso que, precisamente aquí, en el reino de lo fluido y el éter, encontremos nuevamente las tan lloradas "comunidades" de Toennies (1887) (véase la continuación, entre otras obras de referencia, en Redfield 1947, 1953; Abel 1930; Pahl 1968), bajo la forma, inevitable por lo demás, de "comunidades virtuales" (ver, al respecto, Rheingold 1993). La idea que da cobijo a buena parte de las investigaciones en la red es que en ella se producen formas absolutamente novedosas de socialidad, que incluirían, no obstante, la formación de estas añoradas comunidades, que se habrían perdido durante el camino racionalizador descrito por Wirth (1938), Weber (1925) o el propio Elias (1939). Un análisis más detallado de esta cuestión (así como una revisión sobre la bibliografía en torno a la Comunidad para tratar de determinar si nos encontramos, en rigor, ante el mismo fenómeno -o al menos uno equivalente) merecería, por sí mismo, otro artículo completo. Al final, el ejercicio de escapismo que muchos realizan tiene un final feliz, hallando un filón sociológico clásico y, por añadidura, ampliamente bibliografiado, permitiendo rellenar eventuales lagunas teóricas más o menos evidentes.

36. Resulta interesante haber extraído esta cita de un futbolista retirado (Finkel, Parra, y Baer 2008), cuando habla de los jugadores actuales, con "menos calle" que los de su época, en línea con un proceso de racionalización creciente de este deporte, quizás reflejo de la evolución misma de la sociedad hacia la jaula de hierro weberiana…

37. Como dijera Vidich (1955:360), referente habitual en las obras que abordan la práctica de la observación-participante en el ámbito de las ciencias sociales, "data collection does not take place in a vacuum…". La propia Hine (2004:76) aconseja este abordaje complementario al "contexto" de lo producido en/para Internet, si bien parece más bien una pose de la autora para cubrirse las espaldas antes de lanzarse en su propio trabajo a una indagación mucho más "online-based" que "offline-grounded".

38. "Peregrino en el micromundo" sería la traducción apócrifa del texto de Sudnow, ferviente seguidor de Garfinkel, cuyo grado de inmersión en el estudio de los videojuegos rozó por momentos lo obsesivo o lo patológico (ver Izquierdo 2007).

39. Tomando la raíz cristiana de la omega ("Yo soy el alfa y la omega, el principio y el fin", se había presentado Dios ante Juan en el Apocalipsis, 21:6), los guionistas de la famosa serie de dibujos animados hacen un juego de palabras con el nombre de Homer, para su adaptación de la obra de Matheson antes referida. No parece casual que las evoluciones sucesivas (camino de perfección) en términos informáticos reciban con frecuencia (amén de los 2.0, 14.0, etc.) designaciones de letras griegas (versión beta). ¿Qué pasará si alcanzan la omega? O, ¿cuándo se alcanzará?

40. "Sabemos del suelo de Marte, de mil conservantes. Los chinos fabrican robots. Pero no sabemos si es sangre o es cielo, si esto es verdadero, si existe un lucero que alumbre sincero los pasos descalzos de lo venidero"… y se repite varias veces la última estrofa, poniendo énfasis en la esencial incompletud del hombre, tema que ya mereciese una de las más grandes reflexiones en el teatro griego (pop, también) de Sófocles, cuando en Antígona (1999), pone en boca del coro una larga intervención, a caballo entre la alabanza y el lamento del ser humano: "Muchos son los misterios; nada más misterioso que el hombre (…) Él se ha procurado el lenguaje y los alados pensamientos, y los sentimientos que regulan las naciones, y sabe esquivar los dardos de los hielos insufribles a la intemperie, y el azote de las lluvias. ¡Inexhausto en recursos! Sin recursos no le sorprende azar alguno. Sólo para la muerte no ha inventado evasión".




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 Gazeta de Antropología