Los ojos de las gorgonas petrificaban; Lucano refiere que de la sangre de una de ellas, Medusa, nacieron todas las serpientes de Libia: el Áspid, la Anfisbena, el Amódite, el Basilisco. El pasaje está en el libro noveno de la Farsalia:

« El vuelo a Libia dirigió Perseo, donde jamás verdor se engendra o vive; instila allí su sangre el rostro feo, y en funestas arenas muerte escribe; presto el llovido humor logra su empleo en el cálido seno, pues concibe todas sierpes, y adúltera se extraña de ponzoñas preñadas la campaña.
    La primera ponzoña que aquí movió cabeza de entre el polvo hizo surgir al soporífero áspid de turgente cuello. Cayó allí más abundante la sangre y espesa la gota del veneno; en ninguna serpiente se acumuló más. Desarrolla sus escamosas espinas el enorme hemórroo, que, a diferencia del áspid [que proporciona una muerte lenta, precedida de un letargo], no dejará a sus víctimas que se les detenga la sangre [pues se la sorbe rápidamente]; nació también el quersidro, adecuado para habitar las campiñas de la ambigua Sirtes [pues se trata de una serpiente anfibia como indica su propio nombre, compuesto de dos términos que en griego significan, respectivamente "tierra (firme)" y "agua"], y los quelindros, que se arrastran despidiendo humo en su trayecto, y el cencro, que iba a deslizarse siempre en línea recta, el amódite, del mismo color que las abrasadas arenas y así desapercibida entre ellas; las cerastas, que vagan debido al espinazo que las retuerce; la escítala, la única que se dispone a desprenderse de su piel seca cuando todavía está esparcida la escarcha; la ardiente dípsada; la pesada anfisbena, que se vuelve para cada una de sus dos cabezas; el nátrice que inficion las aguas; los yáculos voladores [que se arrojan de un salto sobre su presa]; el pareas, que se contenta con surcar su ruta con la cola [pues se desplaza llevando enhiesto el resto de su cuerpo]; el préster, que abre voraz una boca humente; el putrefacto sepe, que, con el cuerpo, descompone hasta los huesos; y el basilisco, que despide silbidos que aterrorizan a todas estas plagas, nocivo ya antes de envenenar [pues su solo aliento es capaz de matar], hace huir ante sí, en amplia extensión, a toda la multitud, y reina en la arena abandonada.»