Había tres Gorgonas, llamadas Esteno, Euríale y Medusa, las tres hijas de dos divinidades marinas, Forcis y Ceto. Las dos primeras eran inmortales y sólo Medusa, la Gorgona por excelencia, era mortal. Su cabeza estaba rodeada de serpientes, tenía grandes colmillos, semejantes a los del jabalí, manos de bronce y alas de oro que le permitían volar. Sus ojos echaban chispas, y su mirada era tan penetrante que el que la sufría quedaba convertido en piedra. Se cuenta que Medusa había sido una hermosa doncella que se había atrevido a rivalizar en hermosura con Atenea y se sentía especialmente orgullosa del esplendor de su cabellera. Por ello, para castigarla, Atenea transformó sus cabellos en otras tantas serpientes.

    Lucano, en el canto IX de su Farsalia atribuye a Medusa el origen de todas las serpientes que habitan en los desiertos de Libia y comenta el poder petrificador de su mirada:

«En los últimos confines de Libia se erizaban en extensión los campos de la Medusa, la hija de Forcis, no ablandados por el surco, sino quebrados de rocas surgidas por efecto de la mirada de su dueña. En su cuerpo alumbró una naturaleza nociva las primicias de un azote cruel; serpientes nacidas de aquella garganta emitieron estridentes silbidos con sus lenguas vibrantes. Ya cuando todavía podía gozarse en ello azotaban el propio cuello de la Medusa, de la que brotan ahora, por la espalda, sueltas a modo de cabellera femenina, culebras, sobre la frente, de cara, otras erguidas y le mana el veneno viperino del pelo al peinárselo. Esto tiene ahora la Medusa, una vez muerta: que todos pueden contemplarla inpunemente. Pues antes ¿quién llegó a sentir el miedo ante los rictus y fisonomía del monstruo? ¿a quién, que la mirara directamente, le dejó la Medusa tiempo de morir? A este monstruo le tuvo horror su propio padre y segunda divinidad de las aguas, Forcis, su madre Ceto y sus propias hermana, las otras Gorgonas; ella pudo ser amenaza para el cielo y el mar de una insólita paralización y petrificar el universo. Hizo caer del aire aves dotadas súbitamente de peso, soldarse las fieras en las peñas, quedarse completamente de rígido mármol las gentes que habitaban las inmediaciones de los etíopes. Ningún viviente soportaba verla y sus mismas serpientes evitaban su rostro, deslizándose hacia atrás».

   A la Medusa le dio muerte Perseo, hijo de Zeus y Dánae, con la ayuda de su hermana Palas que le entregó un escudo refulgente de bronce amarillento para que viera en él el reflejo de la Medusa en lugar de mirarla directamente pues ello lo habría petrificado. A cambio, Perseo entregó a Palas la cabeza degollada de la Medusa para que la utilizara en su escudo. Según Lucano, la muerte de la Medusa no provocó la total pérdida de sus poderes petrificadores: «sigue en vela una gran parte de su cabellera y las serpientes, adelantándose desde el pelo, defienden su cabez, en tanto que otras permanecen tendidas en medio de la cara.»