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Baldanders (cuyo nombre podemos traducir por
«Ya diferente» o «Ya otro») fue sugerido al maestro zapatero Hans Sachs, de
Nuremberg, por aquel pasaje de la Odisea en que Menelao persigue al dio
egipcio Proteo, que se transforma en león, en
serpiente, en pantera, en un desmesurado jabalí, en un árbol y en agua. Hans
Sachs murió en 1576; al cabo de unos noventa años, Baldanders resurge en el
sexto libro de la novela fantástico-picaresca de Grimmelshausen Simplicius
Simplicissimus. En un bosque, el protagonista da con una estatua de piedra,
que le parece el ídolo de algún viejo templo germánico. La toca y la estatua
le dice que es Baldanders y toma las formas de un hombre, de un roble, de una
puerca, de un salchichón, de un prado cubierto de trébol, de estiércol, de
una flor, de una rama florida, de una morera, de un tapiz de seda, de muchas
otras cosas y seres, y luego, nuevamente, de un hombre. Simula instruir a
Simplicissimus en el arte «de hablar con las cosas que por su naturaleza son
mudas, tales como sillas y bancos, ollas y jarros»; también se convierte en un
secretario y escribe estas palabras de la Revelación de San Juan: «Yo
soy el principio y el fin», que son la clave del documento cifrado en que le
deja las instrucciones. Baldanders agrega que su blasón (como el del Turco y
con mejor derecho que el Turco) es la inconstante luna.
Baldanders es un monstruo sucesivo, un monstruo en el tiempo;
la carátula de la primera edición de la novela de Grimmelshausen trae un
grabado que representa un ser con cabeza de sátiro, torso de hombre, alas
desplegadas de pájaro y cola de pez, que con una pata de cabra y una garra de
buitre pisa un montón de máscaras, que pueden ser los individuos de las
especies. En el cinto lleva una espada, y en las manos un libro abierto, con las
figuras de una corona, de un velero, de una copa, de una torre, de una criatura,
de unos dados, de un gorro con cascabeles y un cañón.
J.L.Borges, El libro de los seres imaginarios
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