MINERÍA Y METALURGIA EN EL ÁREA DE CARTHAGO NOVA: MODELOS DE OCUPACIÓN DEL TERRITORIO DESDE LA REPÚBLICA HASTA EL PRINCIPADO DE AUGUSTO EN FINCA PETÉN (MAZARRÓN, MURCIA).

MINING AND METALLURGY IN THE AREA OF CARTHAGO NOVA: SETTLEMENT PATTERNS FROM THE REPUBLIC UNTIL AUGUSTO’S PRINCIPALITY IN FINCA PETÉN (MAZARRÓN, MURCIA).

Jesús BELLÓN AGUILERA

Resumen
Las excavaciones realizadas en Finca Petén (Mazarrón, Murcia), han permitido la identificación de los modelos de ocupación del territorio entre la República y el Principado de Augusto.

Palabras Clave
Excavación, territorio, minería.

Abstract
The archeological excavations at Finca Petén (Mazarrón, Murcia) have enabled the identification of settlement patterns of the territory between the Republic and the Principality of Augustus.

Key Words
Excavation, territory, mining.


INTRODUCCIÓN

La romanización en la Región de Murcia está directamente asociada al establecimiento del poder militar romano en Carthago Nova a finales del S. III a. C. como consecuencia de los avatares derivados de la Segunda Guerra Púnica (BELDA NAVARRO 1975). Un establecimiento que, paradójicamente, implicaría una reconstrucción inmediata de este centro que, indudablemente, debió tener un positivo impacto sobre su entorno territorial (GONZÁLEZ ROMÁN 1999). La toma de la ciudad púnica por Escipión supone la incorporación al Estado de todos los territorios dependientes de la misma y, muy especialmente, de las minas, cuya explotación se supone prácticamente ininterrumpida desde el mismo momento de la conquista (BLÁZQUEZ 1996); sin embargo, y como también se ha dicho, el asentamiento del poder romano en el SE de la Península implicó que: “(...) la absorción de las comunidades y los pueblos del sur y del nordeste peninsulares se produjo como consecuencia de la lucha entablada contra Cartago en la II Guerra Púnica (218-202 a. C.). No existe indicio alguno de que, antes de aquel momento, Roma estuviera interesada en Iberia, o albergara el propósito de conquistarla. (...)” (KEAY 1996: 154)

La evaluación de los restos arqueológicos romanos en la Región de Murcia indica la concentración de los principales núcleos de explotación y romanización del territorio en el tránsito entre los SS. III y II a. C., tanto en la propia ciudad de Carthago Nova (RAMALLO ASENSIO 1989) como en sus alrededores. Es el caso del Cabezo Agudo, en la Unión (FERNÁNDEZ DE AVILÉS 1942) o los asentamientos de San Cristóbal y Los Perules, en Mazarrón (RAMALLO et al. 1994) a los que hay que sumar el yacimiento de La Fuente de la Pinilla (S. III a principios S. II a. C.), con materiales de filiación púnica (MARTÍN CAMINO et al. 1991). Estos núcleos aparecen fuertemente vinculados a la explotación minero-metalúrgica de las Sierras del Litoral, mientras que, al mismo tiempo, se constata la ausencia de yacimientos arqueológicos vinculados directamente a una explotación agrícola del territorio entre finales del S. III y la primera mitad del S. II a. C. Según esta somera evaluación de los datos disponibles, condicionada como es lógico al desarrollo de nuevos estudios sobre el territorio, parece por tanto relativamente claro que, al menos hasta mediados del S. II a. C., la política territorial del Estado Romano parece haberse limitado, en el SE de la Península Ibérica, al control y prosecución de las explotaciones minero-metalúrgicas arrebatadas a los púnicos, procediendo al abastecimiento de los centros productivos mediante un importante volumen de importación de productos itálicos evidenciado en el registro arqueológico de estos yacimientos a través del claro predominio de las formas itálicas en la cerámica tanto de transporte (ánforas grecoitálicas, campanas Dressel 1A o apulas Lamboglia 2), como de consumo (Campaniense A). Este abastecimiento, así como el propio abastecimiento de Carthago Nova, debió combinarse, con toda probabilidad, con un progresivo incremento de las relaciones comerciales con los núcleos indígenas del interior, cuyas cerámicas también suelen aparecer asociadas a las anteriores en el registro material de estos asentamientos costeros a la par que comienzan a aparecer formas itálicas de importación en los propios yacimientos indígenas, proliferando a partir de mediados del S. II a. C.

En lo que se refiere a los asentamientos indígenas del interior, la presencia romana se rastrea de forma irregular dada la escasez de intervenciones arqueológicas intensivas de forma generalizada. En el caso de la Región de Murcia, parece posible pensar en el establecimiento de diversos tipos de relación con los núcleos indígenas. El más evidente es el abandono generalizado de algunos poblados a inicios del S. II a. C., como Coimbra del Barranco Ancho, en Jumilla (GARCÍA CANO et al. 2007), el Castillico de las Peñas, en Fortuna, y Cobatillas la Vieja, en Murcia (LILLO CARPIO 1981) o La Loma de El Escorial, en Los Nietos (Cartagena) (GARCÍA CANO 1990). Sin embargo, otros puntos del territorio proporcionan interesantes noticias acerca del posible establecimiento de relaciones más estrechas entre el nuevo poder romano y las comunidades indígenas, como en el caso del Estrecho de la Encarnación (Caravaca), donde se ha fechado a finales del S. III a. C. o inicios del s. II a. C. la construcción de un templo de estilo itálico sobre el santuario ibérico como posible influencia derrivada del establecimiento de relaciones amistosas entre la población del posible oppidum de Asso y el poder romano (RAMALLO ASENSIO 1995); éste podría ser también el caso del templo erigido a la manera itálica en el Santuario Ibérico de La Luz (Santa Catalina del Monte, Murcia) (LILLO CARPIO 1994 y 1999), con una misma cronología entre los SS. III y II a. C. Por último, y también con una cronología alta de inicios del S. II a. C., se excavaron parcialmente en Lorca los restos de un posible establecimiento comercial o militar romano republicano (MARTÍNEZ ALCALDE 2006) que ofrece un excepcional interés por hallarse ubicado, aparentemente, extramuros del oppidum ibérico con una planificación y trazado ortogonales cuyas dimensiones y características lo alejan de los modelos edilicios indígenas.

A mediados del S. II a. C se constata un incremento en el volumen y cantidad de las explotaciones minero-metalúrgicas del litoral de la Región de Murcia (MANGAS y OREJAS, 1999), así como una cierta explotación del territorio próximo a la ciudad de Carthago Nova que aparece consolidada a mediados del s. II a. C. con yacimientos como la villa romana de Los Ruices (ROLDÁN BERNAL 1995), Lo Rizo (RUIZ VALDERAS 1995), El Tiro de Pichón (MARTÍNEZ ANDREU 1988), Las Barracas y La Grajuela (GARCÍA SAMPER 1990) o Richu de Lorca (FERNÁNDEZ UGALDE et al. 1996). Ocasionalmente, esta explotación agrícola pudo realizarse a partir de puntos concretos posiblemente orientados a una importante industria de abastecimiento como era el garum, ya que la presencia de los mismos se detecta sobre todo en la franja litoral desde el S. II a. C., como en el caso de Las Mateas (RUIZ VALDERAS 1988) en el ámbito de Cartagena, El Alamillo, también con restos metalúrgicos, en Mazarrón (AMANTE SÁNCHEZ et al. 1990) o La Galera, en Águilas, que igualmente presenta restos de tratamiento del mineral (HERNÁNDEZ GARCÍA 1995). Pero también en el interior, se constata el desarrollo de diversos puntos de explotación del territorio orientados a la explotación agropecuaria y cuya existencia se ha propuesto como granjas para las que resulta prematuro proponer un estatus de propiedad en manos romanas, si bien están espacialmente relacionadas con las zonas de influencia itálica sobre los núcleos de población indígenas, como los yacimientos de la Fuente de la Teja (MURCIA MUÑOZ 1999) o Santa Inés (MURCIA MUÑOZ et al. 1999), ambos en el valle del Río Argos, en Caravaca y próximos al oppidum de Asso, o el de la villa romana de Sancho Manuel (MARTÍNEZ RODRÍGUEZ 1990), cercano al oppidum de Lorca (Ilorci?) y que, en cualquier caso, perdurarán como villae desde mediados del S. I a. C. incluso hasta el S. II d. C., como otros yacimientos de la costa (Las Mateas, La Grajuela, El Alamillo o Richu de Lorca, p. e.).

A su vez, los asentamientos indígenas parecen experimentar importantes cambios en su entramado urbano, cuyo desarrollo parece desbordar a mediados del S. II a. C. los perímetros amurallados de los antiguos oppida. Ya he mencionado anteriormente las estructuras edilicias exhumadas en relación con el oppidum ibérico de Lorca (Ilorci?) (MARTÍNEZ ALCALDE 2006), con un importante desarrollo desde mediados del S. II a. C., mientras que la ausencia de excavaciones sistemáticas impide la constatación de este proceso en otros yacimientos de la Región. Sin embargo, una situación similar se desprende de las últimas intervenciones arqueológicas realizadas por nosotros en el yacimiento ibérico de Santa Catalina del Monte (RUBIO EGEA et al. 2008), donde se constata la ruptura de la dinámica constructiva indígena al menos desde mediados del S. II a. C. mediante la producción de grandes aterrazamientos de nivelación del terreno sobre los niveles clásicos ibéricos del S. IV y III a. C., junto con la introducción periférica de estructuras de almacenamiento similares en dimensiones a las documentadas en el foro de Contrebia Belaisca y descritas como parecidas a las localizadas en el Cormulló dels Moros (Albocàsser, Castelló) (ESPÍ PÉREZ et al. 2000) con una funcionalidad de almacenamiento de productos (PÉREZ JORDÁ 2000) (RUBIO EGEA et al. 2008), así como otras estructuras edilicias de difícil identificación localizadas en los sondeos estratigráficos realizados en el Huerto Conventual de Santa Catalina del Monte (MERCADER ROMERO et al. 2007) y claramente ubicadas en las afueras del antiguo oppidum indígena. Otro yacimiento en el que parece documentarse este proceso es el de Bolbax, en Cieza, donde se evidenciaron estructuras y pavimentos de época republicana en la parte más baja del yacimiento y probablemente fuera ya de las estructuras defensivas del oppidum (LILLO CARPIO 1981).

Este proceso progresivo de adopción de los modelos y patrones de asentamiento romanos debió acentuarse entre finales del S. II a. C. y principios del S. I a. C., si bien carecemos de datos objetivos para evaluar la magnitud y profundidad del mismo. El hecho es que, en la segunda mitad del S. I a. C., y de forma similar a lo descrito para otras zonas del levante (KEAY 1996), (GRAU MIRA 2001), se producirá una verdadera proliferación de asentamientos tipo villa tanto en el campo de Carthago Nova como en el interior que parecen haber desempeñado una importante labor productiva como centros de abastecimiento y producción agrícola o pesquera, con el garum como principal protagonista. Así, en la franja litoral se documentan, entre otras, las primeras fases de la villa de El Castillet (MÉNDEZ ORTIZ 1987), la Huerta del Paturro, en Portmán (MÉNDEZ ORTIZ 1986), Los Diegos, en Los Alcázares (EGEA SANDOVAL 1990), Hoya Morena y Los Narejos (GARCÍA SAMPER 1990), El Raal, en Las Palas (BERROCAL CAPARRÓS et al. 1994 y 1995), El Canal, en Mazarrón (FERNÁNDEZ UGALDE et al. 1996), Las Vininas o El Cabildo (EGEA VIVANCOS et al. 1997), cuyo establecimiento coincide, en algunos casos con el desarrollo de núcleos anteriores como Las Mateas o Lo Rizo. Será también a partir de la segunda mitad del S. I a. C. cuando se inicie la monumentalización de la ciudad de Carthago Nova (RAMALLO ASENSIO 2001) y, probablemente, la municipalización de la Región de Murcia en relación ya con la reformas iniciadas por Augusto.


EL YACIMIENTO ARQUEOLÓGICO DE “FINCA PETÉN”

El yacimiento arqueológico de “Finca Petén” se encuentra ubicado en el sector noroccidental de los cotos mineros de San Cristóbal y Los Perules, al Oeste del municipio murciano de Mazarrón; geológicamente, el yacimiento se encuentra en la Zona Interna de las Cordilleras Béticas, sobre los terrenos postorogénicos del Terciario correspondientes a la Cuenca Neógena de Mazarrón (GONZÁLEZ ORTIZ 1999). La génesis de los materiales localizables en el entorno inmediato del yacimiento se encuentra determinada por los fenómenos volcánicos relacionados con la intensa actividad tectónica del neógeno que actuó como un factor decisivo en el modelado final del territorio. El substrato rocoso está compuesto por dacitas con alteración hidrotermal al E, ya en las elevaciones correspondientes al Cerro de Los Perules, y dacitas, riodacitas, tobas y vitrófidos en los terrenos que ocupa el yacimiento (ESPINOSA et al. 1972) parcialmente recubiertos por terrenos de aluvión cuaternarios.

Los momentos iniciales de ocupación del territorio de Finca Petén se pueden fechar a mediados del S. II a. C. Lo que resulta evidente es la orientación metalúrgica de los restos exhumados en este primer momento de ocupación del territorio en Finca Petén, con numerosos hornos de fundición del metal o furnaces dispuestos eventualmente en batería (GARCÍA ROMERO 2003) para un mejor aprovechamiento del tiro, junto a diversas estructuras hidráulicas. En lo que se refiere a la tipología y características de los hornos, se trata de elementos bastante comunes morfológicamente (DE JESÚS et al. 2001), encuadrables en los denominados “hornos de tinaja” (GARCÍA ROMERO 2002), sin canal de sangrado para la escoria y con una superestructura en la que se emplearon ánforas reutilizadas como material de construcción, lo que ya hemos visto en relación con otros yacimientos del entorno inmediato (BELLÓN AGUILERA 2008). La ausencia de otros elementos integrantes de la estructura puede explicarse bien como consecuencia de la acción de los agentes geomorfológicos externos o bien como una consecuencia de rebuscas intencionales (GARCÍA ROMERO 2003), mientras que la sencillez de la misma, orientada generalmente a los vientos predominantes, ya ha sido suficientemente señalada en la bibliografía especializada (DOMERGUE 1967). La planta de los mismos recuerda la de los hornos para fundición de hierro de Scharmbeck (Harburg, Alemania) (TYLECOTE 1987) (Fig. 1).

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Fig. 1. Sector Occidental Hornos republicanos.

El diámetro de los hornos oscila entre 1,07 y 1,37 m, quedando dos de ellos conectados en batería (GARCÍA ROMERO 2003) (Lám. 1). La ausencia de canal de sangrado pàra la escoria podría explicarse en comparación con la ubicación “alta” de dicho canal en los hornos del Laurium (Grecia) (CONOPHAGOS 1980), o bien por extracción mecánica en la zona menor orientada al NE. En lo que se refiere a la limpieza generalizada de las estructuras, ya he mencionado la existencia de residuos compuestos por una mezcla de sílice, óxido y azufre en las paredes de estas estructuras. Tanto J. F. Healy (HEALY 1993), como R. F. Tylecote (TYLECOTE 1987), han señalado la posibilidad de esta eventualidad, derivada de la limpieza posterior del horno y la fijación de estos residuos a los enlucidos del mismo, realizados con margas para evitar una excesiva impregnación de las paredes del interior del horno por afinidad entre los componentes de la escoria (especialmente la sílice) y los del enlucido (TYLECOTE 1987). Un dato interesante es la diferencia de los hornos exhumados con el excavado en este mismo municipio (RAMALLO ASENSIO 1983) (ARANA et al. 1993), de dimensiones considerablemente mayores, pero con elementos similares en otras zonas de Hispania (GARCÍA ROMERO 2002).

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Lam 1. Hornos de fundición republicanos del S. II a. C. Sector Occidental.

También en el Sector Occidental se exhumaron diversas estructuras metalúrgicas bajo los niveles de pavimento adscribibles al momento tardorrepublicano y altoimperial, estructuras que podemos fechar de manera provisional entre la segunda mitad del S. II a. C. y la primera mitad del S. I a. C. El análisis de las mismas sugiere, no obstante, ciertos cambios o variaciones en la tipología de los hornos, que en este caso ofrecen una planta de tendencia rectangular, de 0,87 m por 0,69 m y cuyo funcionamiento parece equiparable quizás a los llamados hornos de tazón, a lo que debemos añadir la diacronía de los elementos productivos presentes en esta misma zona evidenciados por el corte y superposición de unos sobre otros y por la reutilización del mismo espacio para el desarrollo de las actividades productivas relacionadas con la metalurgia.

En relación con estos niveles y estructuras, se localizaron numerosas “piedras de cazoleta”, tanto simples como múltiples, dispersas también por toda la superficie del yacimiento como consecuencia de fenómenos posteriores de arrastre o movimiento lateral por escorrentía (BURILLO MOZOTA 1991); aunque existen diversas descripciones de las características y uso de las mismas (GARCÍA ROMERO 2002), la presencia de estos elementos aún no ha sido resuelta satisfactoriamente, constatando su presencia de forma regular en los yacimientos minero-metalúrgicos desde la Prehistoria (BLANCO et al. 1969) (BLANCO et al. 1981) hasta la Edad Media, siendo asociadas habitualmente a morteros para trituración fina del mineral.

En su conjunto, los restos localizados en relación con estos niveles del S. II a. C. a principios del S. I a. C., indican una inversión mínima en lo que se refiere a infraestructuras y equipamientos que refuerzan su identificación como una fundición dependiente de un centro productivo mayor ubicado en las inmediaciones. Este centro productivo mayor no es otro que el yacimiento romano ubicado en el cerro contiguo de Los Perules. Las diversas propuestas cronológicas para este asentamiento oscilan entre mediados del S. II a. C. a la segunda mitad del S. I a. C. En el trabajo clásico de C. Domergue (DOMERGUE 1987) existe una cierta confusión entre los restos documentados en el Cabezo de San Cristóbal (Mina Triunfo) y los del Cabezo de los Perules, claramente diferenciados del anterior a pesar de su proximidad geográfica, otorgando una cronología entre los SS. I a. C. y I d. C. para la explotación. Según los trabajos de S. Ramallo (RAMALLO et al. 1994), los materiales presentes en este asentamiento sugieren una intensa explotación de los mismos al menos desde la primera mitad del S. II a. C., mencionando la presencia de cerámicas Campanienses A y B, ánforas Dressel 1 y cerámicas indígenas. La actualización de los datos derivados del estudio de estos materiales, rebajaba el inicio de la explotación a mediados del S. II a. C. (RAMALLO 2006), señalando la existencia de ánforas Dressel 1B, cerámicas Campanienses A y B de Cales y la localización, ya mencionada anteriormente, de una estatuilla de bronce de Heracles, tipo Farnese, en la mina Esperanza, próxima al yacimiento. En otro trabajo (AGÜERA et al. 1993), se mencionan también la existencia de ánforas Dressel 1, cerámicas campanienses A y B, cerámicas pintadas de tradición indígena y un fragmento de T. S. clara D que aparece, como indican los autores, en clara discordancia con el resto de materiales recuperados.

El yacimiento se extiende sobre la cumbre y las laderas noroccidental, suroccidental y suroriental del cerro ubicado sobre los restos de la mina San Antonio de Padua. La dinámica de las explotaciones antiguas y modernas conllevó la desfiguración de parte de este yacimiento, completamente dividido en dos por una corta minera contemporánea de dirección NE-SO, y parcialmente oculto en su zona inferior bajo las construcciones y estériles de la mina San Antonio. Los restos constructivos afloran en diversas partes del cerro, sobre todo al O y SO y junto a la chimenea occidental, y se extienden sobre un total de 1,5 hectáreas, probablemente más, dado el estado de arrasamiento del yacimiento.

Entre los materiales localizados, destaca la presencia de ánforas grecoitálicas, campanas Dressel 1A y 1B, apulas Lamboglia 2 y púnicas Mañá C2 y Tripolitana Antigua, cerámicas campanienses A y B, cerámicas itálicas de cocina Vegas 2 y platos de borde bífido Vegas 14, junto a sartenes itálicas o vasos de paredes finas, con una cronología amplia entre la primera mitad del S. II a. C hasta finales del S. I a. C. También se han recogido algunos fragmentos de opus signinum, procedentes de la zona de cumbre del yacimiento, mientras que en la ladera oriental son frecuentes los restos de escoria.

A menos de 100 m al SO del mismo, se localiza todo un conjunto minero antiguo relacionado con este yacimiento. El procedimiento de explotación consistió en la apertura de rafas estrechas de techo a muro del filón y orientación NS o EO, probablemente para facilitar el seguimiento de los filones metalíferos en stockwork, característicos del yacimiento. Estas rafas alcanzan profundidades considerables, y eran combinadas con pozos armados con madera y poleas según los ingenieros del S. XIX, localizándose en las minas de este coto minero ejemplos de dicha técnica, así como otros restos arqueológicos como tornos y vigas de madera, herramientas y esportones para el acarreo del mineral, entre otros (RAMALLO 2006). El ataque principal se concentraba en el centro de los filones, abandonando los laterales y venas menos ricas en contenidos metalíferos. La morfología de los trabajos es antigua, siendo perceptibles los arcos o puentes situados a alturas diversas entre las paredes de la rafa principal y dejados como apoyo para los trabajos de extracción y elevación del mineral de las profundidades de la mina. Los restos se extienden por una superficie superior a 1,5 Ha. y constituyen un magnífico ejemplo de la metodología y técnica de extracción antiguas, suficientemente descrita en la bibliografía especializada (DOMERGUE 1990).

Los modos de ocupación del terreno que he descrito para el yacimiento de Los Perules en época republicana, con un asentamiento en cerro ubicado en las inmediaciones de la mina y zonas productivas o fundiciones para la transformación del mineral en metal en las mismas faldas del cerro o en las faldas de la ladera opuesta al yacimiento obedece a un modelo de asentamiento bastante extendido en las Sierras del Litoral del Sureste de la Península Ibérica durante la época republicana. Este es el caso del mismo Cabezo Agudo, en La Unión (FERNÁNDEZ DE AVILÉS 1942) y del Coto Fortuna (RAMALLO 2006), por mencionar los ejemplos más conocidos. En estos tres casos, existen menciones a la antigüedad de las explotaciones, apoyados supuestamente en la localización de monedas y cerámicas púnicas, extremo que no ha podido ser confirmado por la investigación moderna, que sí menciona por el contrario hallazgos de cerámica campaniense A de la primera mitad del S. II a. C. para el Coto Fortuna (RAMALLO 2006), donde se localizarían la mayoría de los elementos y artefactos descritos y dibujados por G. Gossé en su conocido trabajo sobre las minas en la antigüedad (GOSSÉ 1942).

La visita realizada por nosotros al Cabezo Agudo de La Unión, confirma las hipótesis sobre la antigüedad del mismo, localizándose en superficie fragmentos de ánforas grecoitálicas, Dressel 1A y 1B, Lamboglia 2 y púnicas Mañá C2, junto a cerámicas camnpanienses A y B, cerámicas itálicas de cocina y producciones indígenas. Al igual que en el caso de Los Perules, el asentamiento se distribuye por la cumbre y vertiente suroccidental del cerro, distribuyéndose los restos arqueológicos por una extensión de terreno superior a las tres hectáreas, mientras que la distancia a las cercanas explotaciones mineras del Cabezo Rajao es de unos 300 m. Es en la falda nororiental del mismo donde se ubicó la fundición romana de El Garbanzal, cuyos importantes volúmenes de escoria serían reaprovechados por la industria minera del XIX, al igual que los del Coto Fortuna o San Cristóbal-Los Perules. Ya se ha señalado la importancia de este yacimiento para el distrito mi-nero de Cartagena-La Unión (RAMALLO et al. 1994), tanto por su extensión superficial como por su ubicación geográfica respecto al conjunto de la Sierra Minera.

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Fig. 2. Delimitación espacial del yacimiento.

En cualquier caso, la ubicación en cerro de estos tres yacimientos obedece a una elección deliberada frente a las otras posibles opciones que ofrece la topografía de las áreas en que se ubican. En efecto, la elección del emplazamiento de las estructuras de hábitat podría haberse orientado a zonas menos abruptas y con una mayor accesibilidad a los lugares de extracción y transformación primaria del mineral, fácilmente localizables en el entorno de las explotaciones, lo que supone, en suma, la adopción de un modelo consciente de emplazamiento que, además, es recurrente en los asentamientos de cronología más antigua, es decir, primera mitad del S. II a. C.

Este modelo de ocupación del territorio reproduce modelos antiguos de asentamiento sobre la explotación de raigambre prehistórica (BLANCO FREIJEIRO Y ROTHENBERG 1981), lo que, en mi opinión, debe ser relacionado con las circunstancias mismas del proceso de romanización en la Región de Murcia durante el final del S. III a. C. y primera mitad del II a. C. y que mencionábamos en el capítulo correspondiente. En este sentido, la organización espacial de estos asentamientos sugiere claramente un modelo defensivo para los mismos que indicaría un inicio antiguo para las explotaciones, inmediatamente después de la toma de Carthago Nova en el 209 a. C. por Publio Cornelio Escipión Africano o tras la derrota púnica en la Península del 206 a. C.

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Fig. 3. El Cabezo Agudo de La Unión. Organización espacial.


LA REORGANIZACIÓN AUGUSTEA

Sobre los niveles de mediados del S. II a. C. excavados en el yacimiento de Finca Petén, se superponen todo un conjunto de estructuras cuya cronología debe fijarse, como muy pronto, a partir de finales del segundo o tercer cuarto del S. I a. C. Hay que destacar la documentación de niveles claros de abandono entre ambos niveles que indican, sin ningún género de dudas, una importante interrupción en la ocupación del yacimiento entre finales del S. II a. C. y principios del tercer cuarto del S. I a. C. En lo que se refiere a estos niveles de abandono, la explicación debe ser buscada en relación con los principales acontecimientos del momento y quizás, como indica C. Domergue, más con los desórdenes derivados de la Guerra Civil entre César y Pompeyo (DOMERGUE 1990), que con la Guerra de Sertorio (ROLDÁN 2007), cuya interferencia en la producción minero-metalúrgica del área de Carthago Nova, no obstante, ha quedado bien documentada en el cercano yacimiento arqueológico de Los Puertos de Santa Bárbara (BELLÓN AGUILERA 2008).

Las estructuras exhumadas en relación con esta cronología indican la urbanización casi completa de la zona a mediados de la segunda mitad del S. I a. C., con la localización de diversos espacios productivos y de almacenamiento muy arrasados por los procesos postdeposicionales. En este contexto, la mayoría de los elementos edilicios asociados a esta urbanización de nueva planta sobre los niveles del S. II a. C. – I a. C., parecían corresponder a simple vista con zonas de almacenamiento y talleres similares a los documentados en Valderrepisa (FERNÁNDEZ OCHOA et al. 2002) o La Loba (BLÁZQUEZ MARTÍNEZ et al. 2002). La existencia de numerosos silos de almacenamiento y estructuras asimilables a los horrea, en la franja más septentrional del yacimiento, reforzaba la apreciación de la orientación de esta zona al almacenamiento y distribución de alimentos, mientras que el conjunto edilicio exhumado sugería también la existencia de un trazado viario de tendencia ortogonal con calles o espacios de circulación acomodados con pavimentos de tierra o cal, por otro lado, muy en consonancia con la hipotética funcionalidad y orientación del conjunto como espacio productivo (BELLÓN AGUILERA 2006).

Pero la principal novedad arrojada por el desarrollo de los trabajos de excavación está constituida por la exhumación de todo un conjunto de estructuras edilicias relacionadas con dos edificios de carácter público, un cuartel y unas termas, ubicados en la zona central del yacimiento y asociables directamente a la reorganización del territorio de este distrito minero en fechas ya tardías de finales del S. I a. C. Si bien ambos conjuntos presentan un excepcional interés, destaca sin duda la existencia de una instalación termal cuya fundación se debe fechar en un contexto avanzado del tercer cuarto del S. I a. C., lo que no debe resultar extraño dada la relación de los mismos con el proceso de romanización del territorio (PILAR REIS 2004) como estructuras extrañas al mundo indígena.

Pero, además, la presencia de soldados adscritos con toda probabilidad a una vexillatio de tamaño menor y que podía estar compuesta por soldados elegidos de varias legiones y tropas auxiliares para operaciones especiales (PÉREZ MACÍAS et al. 2007), ha sido documentada materialmente en Finca Petén mediante la identificación de parte de los barracones destinados a alojar a las tropas y localizados en el edificio ubicado en la franja central del Sector Oriental de la excavación; en efecto, el análisis de los distintos espacios pertenecientes al mismo evidencia la existencia de al menos tres contubernia dispuestos al SO de lo que parece un espacio central vacío a modo de pasillo y que no parece porticado, a juzgar por los restos arqueológicos, mientras que sus características generales ofrecen cierta similaridad espacial con los restos estructurales exhumados en el campamento auxiliar de Aquis Querquennis en Baños de Bande, Ourense (RODRÍGUEZ COLMENERO 2002), si bien las dimensiones de las unidades excavadas en Finca Petén son similares a las de los contubernia excavados en Puerta Castillo bajo los niveles de la Legio VII Gemina en León, quizás pertenecientes a remodelaciones y asentamientos de época Julio Claudia y, en concreto a la Legio VI Victrix (GARCÍA MARCOS 2002) aunque bastante alejadas de las superficies excavadas en los contubernia localizados el Cerro del Trigo, en la Puebla de Don Fadrique (Granada), fechados en época tardorrepublicana (ADROHER AUROUX et al. 2006).

La reciente publicación de un interesante estudio sobre la minería del suroeste (PÉREZ MACÍAS et al. 2007) ha contribuido a aclarar definitivamente no pocos aspectos del yacimiento de Finca Petén, para el que debemos proponer una funcionalidad similar a la expuesta para el yacimiento del Cerro del Moro en Nerva (Huelva) (PÉREZ MACÍAS et al. 2007), que comparte con los niveles urbanizados de Finca Petén similar cronología y características espaciales. Sus autores apuntan a una reforma de los distritos mineros del suroeste de época augustea que habría sido responsabilidad de Marco Vipsanio Agripa a finales del tercer cuarto, principios del último cuarto del S. I a. C., cuyo patronazgo en Carthago Nova, como indican estos autores: “(...) también pudiera estar relacionado con las minas de plata de la región murciana.” (PÉREZ MACÍAS et al. 2007, p. 129). Esta parece ser, por tanto, la naturaleza de los cambios y transformaciones tardorrepublicanos e imperiales documentados en el yacimiento de Finca Petén, es decir, la existencia de una reforma augustea de las explotaciones minero-metalúrgicas del Sureste que habría supuesto el incremento de la intervención estatal en los distritos mineros para posibilitar un mayor control fiscal y militar de las mismas.


BIBLIOGRAFÍA

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