LAS PRÁCTICAS DE CUIDADOS EN LAS SOCIEDADES PREHISTÓRICAS: LA CULTURA ARGÁRICA

THE PRACTICES OF TAKEN CARE IN THE PREHISTORIC SOCIETIES: THE ARGARIC CULTURE

Eva ALARCÓN GARCÍA

Resumen
El objetivo de este artículo es el estudio de las prácticas de cuidado como las actividades de mantenimientos más significativas llevadas a cabo en cualquier sociedad. El ritual funerario y los estudios antropológicos realizados en varias necrópolis de la Edad del Bronce del sudeste de la Península ibérica han sido las principales evidencias arqueológicas analizadas.

Palabras Clave:
Edad del Bronce, Cultura Argárica, Mujeres, Cuidados.

Abstract
The aim of this article will be the study of care practices as the most significant maintenances activities conducted in any society. The funerary ritual and the anthropological studies carried out in several Bronze Age necropolises in the south-east of Iberian Peninsula have been the main archaeological evidences analysed.

Palabras Clave:
Bronze Age, Culture Argáric, Woman, Care.


INTRODUCCIÓN

Las prácticas de cuidado forman parte de las denominadas actividades de mantenimiento, definidas como aquellas actividades relativas al sostenimiento y cuidado de cada uno de los miembros de una comunidad así como las prácticas relacionadas con el reemplazo generacional. Implican el cuidado de los miembros infantiles de la comunidad y de aquellos individuos incapaces de cuidar de si mismos (temporal o permanentemente) por razones de edad y/o enfermedad (PICAZO 1997: 59-60).

Los estudios sobre los trabajos de cuidados, no han sido cometidos como categorías de análisis y estudio en las sociedades pasadas ni presentes. El desinterés por el desarrollo de éste tipo de trabajos se debe a varios factores, en primer lugar, el cuidado se ha concebido como una actividad femenina de carácter doméstico generalmente no remunerada, sin reconocimiento ni valoración social (SAINBURY 1996 y 2000; SARACENO 2004; AGUIRRE 2005). En segundo lugar, se refiere a la dificultad de la interpretación del registro arqueológico relacionado con los cuidados, en este factor metodológico ha contribuido fuertemente la inexistencia de estrategias de investigación específicas para el conocimiento de éste tipo de trabajos (ALARCÓN GARCÍA 2005; SÁNCHEZ ROMERO 2007).

En términos generales, el cuidado ha sido concebido como una actividad realizada por mujeres, cuyo coste para ellas es muy alto aunque su valoración social es nula. Sin embargo, son trabajos que crean un estrecho vínculo entre el que los brinda y el que los recibe. Basados en lo relacional, en la actualidad no son sólo una obligación jurídica establecida por la ley sino que involucra emociones que se expresan en las relaciones familiares (AGUIRRE 2005). Por lo tanto su principal deferencia es su contribución en la construcción y mantenimiento de las relaciones personales y sociales que definen nuestra convivencia.


CONCEPTO DE CUIDADO

El concepto cuidar, cuidado, cuidadora/o, son muy comunes en nuestra sociedad, podríamos decir que están de moda, continuamente nos están bombardeando con frases como “cuida tu cuerpo”, “cuida tu mente”, “cuida tu ciudad”, frases cotidianas que escuchamos a diario. Entre éstas prevalece la individualidad que envuelve nuestra realidad, el yo, único elemento que nos preocupa, convirtiéndose casi en una necesidad el hacer nuestro el medio que nos rodea para que de esa manera seamos capaces de concederle el valor y la importancia que tiene.

Cuidar, proviene del latín, del vocablo cogitare, pensar. Su definición “poner diligencia, atención y solicitud en la ejecución de algo. Atender, asistir, guardar, conservar, etc.” (Dicc. Real Academia), entre sus afecciones están “cuidar a un enfermo, cuidar la casa, cuidar la ropa, cuidar la hacienda, cuidar a los niños, etc.”. El termino cuidar, se caracterizaría en primer lugar por englobar bajo su definición un amplio abanico de trabajos y tareas, marcados por relaciones interpersonales y determinadas por circunstancias y necesidades de diversa índole, siendo absolutamente indispensables para la estabilidad tanto física como psíquica de los miembros que integran cada grupo social (CARRASCO, 2003a:5; 2003b) así como también para el mantenimiento de la cohesión familiar y comunal.

Todo el conjunto de actividades, tareas o atenciones que configuran los cuidados, cubren un amplio conjunto de necesidades personales tanto biológicas como emocionales básicas para el sostenimiento de la vida humana. Estos trabajos van desde la preparación de los alimentos, la vestimenta, limpieza y conservación del hogar, junto con otras actividades marcadas por los sentimientos, afectos, emociones y atenciones. A este respecto, la autora Arlie Russell Hochschild (1990) define el cuidado como “resultado de muchos actos pequeños y sutiles, conscientes o inconscientes que no se pueden considerar que sean completamente naturales o realizados sin esfuerzo....” Así, en el cuidado se pone mucho más que naturalidad y espontaneidad (AGUIRRE 2005:4).

Estas actividades están presentes en la vida de todos los seres humanos, desde su nacimiento hasta el momento de la muerte y tras ésta (GILCHRIST 2005). Su realización es constante pero diferencial, sus manifestaciones las marcan los diferentes periodos vitales de un individuo (edad), el sexo al que pertenecen, así como el conjunto de factores externos que completan la construcción social de su vida (ALARCÓN GARCÍA 2005).

Partimos de la idea de que todas las sociedades tienen un objetivo común, reproducirse y sobrevivir. Para conseguirlo, es necesario alcanzar un equilibrio entre las necesidades emocionales como biológicas, las denominadas “necesidades básicas” (CARRASCO 2003b:14), que consisten en establecer las condiciones necesarias para salvaguardar el reemplazo generacional (SÁNCHEZ ROMERO e.p. a). Cristina Carrasco (2003b) ha clasificado estas necesidades, en dos dimensiones, por un lado estaría la esfera objetiva, íntimamente relacionada con las necesidades biológicas y compuestas por todos aquellos trabajos o servicios que tienen que ver con nuestro bienestar físico: protección contra las inclemencias del tiempo, procuración de vestimenta, cuidado del hogar y de todo el conjunto de bienes muebles (artefactos) que pueden formar parte de la vida de un ser humano (CARRASCO 2003b). Sin embargo, el ser humano no es capaz de sobrevivir y conseguir su estabilidad vital simplemente con la producción de objetos (CASTRO et. al., 1996; 1998; SANAHUJA 2002; CASTRO et. al. 2002; ESCORIZA y SANAHUJA, 2005; SÁNCHEZ ROMERO e. p. a; ALARCÓN GARCÍA 2005; 2006) necesita cubrir una amplia gama de necesidades compuestas por afectos, relaciones interpersonales, sentimientos, atenciones, que les ayudará a mantener una seguridad psicológica y emocional sobre sí mismo y el medio que les rodea. Esta es la denominada esfera subjetiva (CARRASCO 1991; 2003a/b; CARRASCO, et al. 2003).


CARACTERIZACIÓN DEL TRABAJO DE LOS CUIDADOS

Los cuidados están definidos por toda una serie de características generales no sujetas a la temporalidad ni determinadas por el espacio:

• Los cuidados, al igual que el resto de actividades de mantenimiento (PICAZO 1997) son trabajos realizados en el día a día, cuyos destinatarios son los propios individuos (HIMMELWEIT 2003:1).

• Tienen unos emisores y unos receptores, éstos últimos comprende al conjunto de la comunidad quienes se beneficiarían de éstos trabajos tanto de forma directa como indirecta, porque su fin es la sostenibilidad del grupo humano (CARRASCO 2003a).

• Son trabajos marcados por el ámbito emocional (HIMMELWEIT 2003:1). Cada uno de los pasos para su procesamiento están determinados por una extensa red de relaciones personales e interpersonales. A pesar de la intangibilidad de las relaciones estás deben ser consideradas e inferidas en cualquier acto, trabajo o actividad humana (FREJEIRO 2005).

• Son unipersonales y no transferibles aunque pueden dispersarse de forma individual o colectiva. Debemos tener en cuenta que cada ser humano tiene unas necesidades básicas y estas dependen de la edad, contexto o marco social, estado físico y mental, etc. (ALARCÓN GARCÍA 2005).

• Están marcadas por la heterogeneidad, no son actividades lineales aunque si pueden ser continuadas, por ejemplo, el padecimiento de una enfermedad, ésta determinará el tiempo y el tipo de atención, el espacio donde se desarrolla o el ritmo de su aplicación (ALARCÓN GARCÍA 2005).

• No son trabajos espontáneos y carentes de dificultad sino todo lo contrario. Su realización y procesamiento requiere no sólo organización y planificación en su gestión sino también en la vida de la persona encargada de llevarla a cabo. Quienes se encargan de atender y satisfacer el conjunto de necesidades de cuidado, adquieren unas habilidades, experiencias, etc. fundamentadas éstas en el aprendizaje generacional o como también ha sido denominado como “experiencia personal” (HIMMELWEIT 2003) esencial para la óptima administración.

• El conjunto de estos trabajos están envueltos por una enorme complejidad profesional (MURILLO 2003; AGUIRRE 2005) convirtiendo a las personas encargadas de llevarlos a cabo en auténticas expertas en anatomía humana, remedios medicinales, o el instrumental necesario que le ayude a proporcionar el cuidado (FREJEIRO 2005).

• Consumen tiempo, aunque sea indeterminado y no se obtenga una mayor producción cuantos más cuidados se realicen. No son computables en términos mercantiles ni comerciales, por lo tanto no están sujetos a los sistemas económicos que rigen las sociedades capitalistas (ALARCÓN GARCÍA 2005).

• Son nexo de unión entre el mundo privado y el público. El trabajo doméstico permanece oculto o al menos ignorado por parte de la sociedad aunque sus resultados repercutan directamente en la esfera pública (ALARCÓN GARCÍA 2005).


¿QUÉ VALOR LE HA CONCEDIDO LA HISTORIA A LAS PRÁCTICAS DE CUIDADO?

Mecanismos de negación utilizados

Las actividades de mantenimiento responden a la satisfacción de las dos dimensiones básicas y elementales que constituyen las necesidades humanas, cualquiera que sea su marco temporal y espacial. La primera de ellas, denominada dimensión objetiva, respondería al conjunto de necesidades de carácter biológico, la realización de vestimenta, previsión de vivienda, enfermedades, preparación de alimentos, etc., sin embargo, un ser humano exclusivamente con la cobertura de éstas necesidades no tendría un desarrollo completo, ya que requiere de la segunda dimensión denominada subjetiva; ésta esfera incluye el entramo de afectos, cuidados físicos y mentales, estabilidad física y seguridad psicológica, en definitiva la creación de relaciones y lazos humanos, que son tan importantes y esenciales para el desarrollo de la vida y la continuidad humana (CARRASCO 2001: 15; et. al. 2003: 41; 2003a: 14-15)

Se ha asumido categóricamente la asociación directa entre la dimensión objetiva con la producción masculina dotándola con el valor y el reconocimiento social (CARRASCO 2003a). Mientras, la dimensión subjetiva relacionada directamente con la figura femenina y la constitución de su identidad (HERNANDO 2000). Esta división social entre hombres y mujeres ha convertido a las mujeres en figuras inactivas, débiles, incapaces de hacer frente al mundo individualizado regido por los hombres (HERNANDO 2002; CARRASCO 2003a/b).

Las prácticas de cuidados, no han sido considerados como una categoría analítica en los estudios de las sociedades (CARRASCO 2003a: 12). No han tenido ni el reconocimiento social, económico y político. ¿A qué se ha debido dicha invisibilidad, no sólo en la esfera pública sino también en la privada?, ¿porqué no han gozado dichos trabajos del reconocimiento social?. La respuesta es compleja de definir, no obstante si podemos puntualizar diferentes hechos que han repercutido en su valoración pública.

Uno de los principales problemas a los que se han enfrentado el conjunto de las actividades de mantenimiento y concretamente, los trabajos de cuidados, ha sido consecuencia directa de la forma en que se ha estipulado el tiempo, la organización e interpretación que se hace de éste y cómo lo medimos y cuantificamos (CARRASCO 2001: 13; 2005: 1-2). Tradicionalmente los sistemas económicos se nos han presentado como autónomos e independientes, promoviendo así la ocultación de las actividades domésticas (CARRASCO 2003: 18-19) provocando los condicionantes para su no análisis histórico ni económico. Podemos decir que la tan tildada invisibilidad ha venido motivada por la concepción moderna de valorar el trabajo doméstico con los mismos parámetros de análisis del tiempo mercantilista (CARRASCO 1991; 2001; 2003; 2005; CARRASCO et. al. 2003: 9). Con el desarrollo del capitalismo, vino una nueva forma de medición temporal que condicionó el trabajo como fuente importante para la obtención de beneficios, cuyo desencadenante será la mercantilización del tiempo y de la propia vida (CARRASCO 2005: 1). El sistema establecido en la jerarquía temporal es el tiempo mercantilizado y por lo tanto el trabajo remunerado, por lo que, todas aquellas actividades que no se rija bajo estos parámetros será considerado como “No-Trabajo” y la figura que se encargue de realizarlas como “figura no-productiva” o “figura inactiva”. De esta manera, se ha conseguido enviar al limbo del olvido éstas actividades (CARRASCO 2001:8; et al., 2003:9)

Sea cometido un grave error al intentar mercantilizar el conjunto de los trabajos domésticos bajo los parámetros cronométricos que rigen el capitalismo y la industrialización, ya que no podemos encuadrarlos bajo éstos, porque no son actividades computables ni económica ni temporalmente desde criterios mercantiles porque “más que tiempo medido y pagado, es tiempo vivido, donado y generado con un componente difícilmente cuantificable” (CARRASCO et al., 2003: 10). Su realización está marcada por ritmos completamente distintos a los marcados por el mercado y el capitalismo. Este tipo de medición de los tiempos ha servido no sólo al patriarcado sino también al capitalismo y la modernidad como instrumentos de infravaloración hacía el conjunto de trabajos considerados dentro de la rúbrica de lo doméstico, achacándole en primera estancia su imposibilidad cuantificable y por extensión su impedimento para mercantilizarlos a través de la remuneración económica (ALARCÓN GARCÍA 2005).

No se ha considerado que las actividades de mantenimiento están marcadas por los ritmos del día a día (PICAZO 1997; CARRASCO 2001: 3-4), de la vida cotidiana (GONZÁLEZ MARCÉN et al. 2007) que consumen 24 horas diarias para satisfacer el cúmulo de necesidades vitales del grupo. Por tanto, su cuantificación se debe realizar desde el “tiempo cotidiano” (PICAZO 1997). Sin olvidar que son trabajos organizados, realizados con esfuerzo y dedicación, que suponen no sólo un desgaste a las personas que los realizan sino una enorme capacidad de organización tanto en la administración como ejecución de dichas actividades que tienen como beneficiarios al conjunto de la comunidad (ALARCÓN GARCÍA 2005).

Otro de los mecanismos utilizados, ha sido su clasificación como trabajos “naturales”. Las connotaciones que implica el término naturalización o naturales son enormes. Porque involucran connotaciones biológicas, su calificativo se interpone como intrínseco a la figura que los realiza (generalmente son las mujeres cada grupo social) creando lazos invisibles de unión entre las personas y las actividades a realizar. Ante ello, nosotros pensamos que cada sociedad tiene la capacidad de construir culturalmente su división sexual del trabajo (GILCHRIST 1999) dependiendo de unos u otros intereses, así como la construcción del sistema de valoración recae directamente sobre el grupo.

En base a todo esto, en primer lugar creemos que las razones actuales para no valorar los cuidados, es debido al coste económico que éstos supondrían. Son trabajos diarios, realizados 24 horas diarias durante 365 días, ¿Cuál sería su cuantificación económica?, desde nuestro punto de vista es incalculable, son actividades que por su propia relevancia no tienen precio económico, por lo que la reacción por el patriarcalismo y la modernidad ha sido enmascararlos bajo la naturalización y obligación del deber femenino. Todo aquello que no se considera no tiene porque ser ni valorado ni reconocido (ALARCÓN GARCÍA 2005).

El interés por éste tipo de trabajos por parte de las líneas de investigación es muy reciente. Los primero estudios debemos buscarlo en el entorno de los países anglosajones. Habrá unas primeras aproximaciones ya en los años 70 con el impulso de las corrientes feministas en el campo de las ciencias sociales, pero su impulso se iniciará a partir de los años 90 con la inclusión de los estudios de género y mujeres (AGUIRRE 2005). Momento en que surgen los primeros debates entorno al trabajo y a el tiempo de trabajo, debido a dos hechos fundamentales: por un lado, la progresiva participación de las mujeres en el trabajo mercantilizado, que ha desencadenado el segundo hecho, la tensión entre el tiempo exigido por el trabajo de mercado y el tiempo dedicado al cuidado de la vida humana. En resumen, se tratan de dos hechos contradictorios, por un lado, la obtención de beneficios mercantiles y por otro lado, el cuidado de la vida humana (CARRASCO 2003a:11), su cuestionamiento en la actualidad ha sido básico para el replanteamiento de su relevancia.


¿LOS CUIDADOS: UN “DON” O UN “DEBER” DE LAS MUJERES?

En la actualidad es común la consideración de que todo el conjunto de trabajos referentes a la sostenibilidad de la vida humana se han desarrollado en el ámbito doméstico, en el marco de la vida cotidiana, entendiéndose así como una responsabilidad puramente femenina. Desde las Ciencias Sociales y la Economía se identifica la figura femenina con la imagen de “Cuidadora” (LAGARDE 2003:2), la encargada de satisfacer las necesidades vitales de los otros, tanto en su desarrollo como en su evolución, su bienestar, en definitiva encargada de cuidar tanto la vida como la muerte de los otros (ALARCÓN GARCÍA 2005).

Habitualmente, la mujer ha ostentado el título de cuidadora de la comunidad a la que pertenece. A pesar de la dificultad empírica que supone demostrar esta afirmación tenemos indicios que así lo demuestran, a través de los documentos escritos y los datos etnográficos (SÁNCHEZ ROMERO e.p. a) aunque el mejor ejemplo de ello, es que en la actualidad son principalmente las mujeres las encargadas de llevar a cabo estos trabajos. Sin embargo, esta supuesta cualidad innata de las mujeres, no es más que una mera construcción cultural y social, heredada y aceptada por las sociedades modernas, transmitida por la cultura patriarcal y asumida por la categoría de naturalidad femenina concedida a estas prácticas. Llegados a este punto, podemos afirmar sin ánimo de equivocarnos que a pesar de que la imagen de cuidadoras en femenino no es errónea, si es cierto que ha sido utilizada como mecanismo de control y sometimiento de las mujeres por parte de la cultura patriarcal. En la construcción de la Identidad de las mujeres han estado muy presentes las prácticas de cuidados, como práctica gratificante en lo emocional, como sentimientos de utilidad y validez como personas. La calificada “Identidad Relacional” (HERNANDO 2000: 40).

Sin embargo, la mencionada sensación de satisfacción que desprende la realización de los trabajos de cuidados ha sido utilizada para convertirla en una “obligación femenina” (MURILLO 2003:5), en “deber” requerido por parte del resto de la población, como si se tratase de un derecho por su parte. Se fomenta en las mujeres la satisfacción del deber de cuidar, convirtiendo dichos trabajos, en una tarea ahistórica y natural de las mujeres (LAGARDE 2003:2). Estas consideraciones ya venían expresadas en el contrato social, exponiendo que las mujeres debían cuidar a la población satisfaciendo las necesidades de los varones para que así éstos pudieran cumplir con sus condiciones de ciudadano y trabajador asalariado (PATEMAN 1995). De ésta manera, los trabajos de cuidados forman parte de las mujeres desde su niñez, permaneciendo activos, bien como tarea, responsabilidad, obligación o satisfacción en todo el proceso de su reproducción social (MURILLO 2003: 3). Como señala Nuria Varela:

Todas las mujeres son educadas desde su niñez en la creencia de que el ideal de su carácter es absolutamente opuesto al del hombre: se les enseña a no tener iniciativa y a no conducirse según su voluntad consciente, sino a someterse y a consentir en la voluntad de los demás. Todos los principios del buen comportamiento les dicen que el deber de la mujer es vivir para los demás; y el sentimentalismo corriente, que su naturaleza así lo requiere; debe negarse completamente a sí misma y no vivir más que para sus afectos (VARELA 2005:66).

Uno de los requerimientos para la construcción de nuestra sociedad desde la equidad, pasa por desnaturalizar el término de cuidado asignado al género femenino como un deber intrínsico porque “el cuidado como deber de género es uno de los mayores obstáculos en el camino a la igualdad por su inequidad” (LAGARDE 2003:3). El cuidado no debe entenderse o asumirse como una obligación, recreada en la figura femenina abnegada, impuesta por el patriarcado, quien ha jugado con las virtudes de sacrificio, entrega y renuncia de las mujeres para así mantenerlas vinculadas a una responsabilidad social inherente a un comportamiento puramente marcado por pertenecer a un género determinado por el sexo biológico (MURILLO 2003:5).

La pregunta suscitada hasta éste momento es, ¿en que momento estos trabajos comenzaron a ser minusvalorados cuando toda la población se beneficia?. Probablemente estemos hablando del mismo momento en que la diferenciación sexual se convierte en la principal baza para la diferenciación social, cuando las diferencias comenzaron a convertirse en desigualdades (ALARCÓN GARCÍA 2005).


VISIBILIDAD EN EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO DE LAS PRÁCTICAS DE CUIDADOS

En las construcciones sociales siempre han jugado un papel importante las interpretaciones del pasado. Estos capítulos de la historia han sido utilizados como mecanismos de justificación de nuestra realidad en el presente. Las actividades de mantenimiento no han escapado a este sistema histórico, y en particular, los cuidados y su pretendida invisibilidad en el registro arqueológico han sido objeto de manipulación por parte de las interpretaciones pre(históricas) para no tomarlos en cuenta en la construcción de la historia. En esta pretendida invisibilidad de los cuidados no se ha tenido en cuenta que lo que realmente hace importante a una actividad es la dimensión social que ésta alcanza dentro de un grupo humano (SÁNCHEZ ROMERO e.p. a). Hay trabajos que no tienen por qué dejar huella en la persona que los está realizando, sin embargo, sí que las dejan en las personas sobre las que se realizan dichas actividades (SÁNCHEZ ROMERO 2007).

Nuestro análisis lo realizaremos en base al registro funerario de diferentes necrópolis de la Cultura Argárica en el sudeste de la Península Ibérica, entre las que se encuentra, Castellón Alto (Galera, Granada), Cerro de la Encina (Monachil. Granada), Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería), Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén), La Terrera del Reloj (Dehesa de Guadíx, Granada), Illeta Dels Banyets (Campillo, Alicante), Cerro de Viñas de Coy (Lorca, Murcia). Para ello hemos elegido aquellas que en la actualidad cuentan con los análisis antropológicos de los individuos inhumados, estudios paleopatológicos de los individuos inhumados, que nos permitirá realizar una aproximación a lo acontecido en la vida de una persona. Podremos observar el paso o el fin de una enfermedad, así como los cuidados implicados para su superación y ayuda. No debemos olvidar que tanto el cuidado como el descuido quedan reflejados en los huesos, órganos y tejidos del cuerpo humano (DE MIGUEL 2004: 221-222; FREJEIRO 2005), por lo que, nuestra forma o modo de vida creará un amplio conjunto de señales quedando registradas en nuestra armadura ósea.

Los grupos humanos soportamos unos episodios en algún momento de nuestro desarrollo que hemos denominado, “enfermedad” (FREJEIRO 2005). Su determinación a través, de los restos óseos es complicada. Hay muchas enfermedades que no dejan huella de su paso, como puede ser, un determinado cuadro infeccioso de corta duración que no provocase la muerte del individuo. Por otro lado, podemos encontrar huesos sanos en individuos infantiles y juveniles, este cuadro de ausencia de patologías está lejos de señalar un estado saludable de los individuos sino todo lo contrario, nos hablan más bien de una enfermedad aguda que no llegó a afectar a otras partes del organismo como el esqueleto. Esto indica que no existió superación de la enfermedad, ya sea por falta de conocimientos terapéuticos para curarla o porque hubo una decisión social para que no se dedicara tiempo de trabajo en el mantenimiento de su vida. Mientras que, al contrario, las señales y evidencias de regeneración muestran la dedicación e inversión de tiempo, esfuerzo y trabajo por parte de la comunidad (DE MIGUEL 2004; FREJEIRO 2005).

En el caso concreto de nuestro estudio, la cultura argárica, han sido detectados una serie de lesiones y patologías que caracterizan al conjunto de ésta sociedad. Nos referimos concretamente a la artrosis, el estrés músculo-esquelético y traumatismos (AL-OUMAOUI et. al., 2004). Son las patologías mejor representadas debido a su origen degenerativo y traumático, provocando una huella en el registro osteológico identificable con relativa facilidad (DE MIGUEL 2006). La artrosis, es una enfermedad degenerativa que afecta sobre todo al conjunto óseo. Está determinada y marcada por la edad (ROGERS et al., 1987: 180; CONTRERAS et al. 1997: 126; 2000: 298; CONTRERAS y CÁMARA 2002: 104), aunque en su desarrollo incide fuertemente la realización prolongada de determinados trabajos que provocan una sobrecarga muscular (CONTRERAS, 2000; SÁNCHEZ ROMERO e.p. a). Ésta patología suele afectar de forma generalizada a ambos sexos. En el caso de los hombres, se detecta su afección sobre todo, en el sector dorsal de la columna vertebral, hombros y el conjunto del pie tanto metacarpianos como falanges. Mientras que en las mujeres, se focaliza en la región lumbar, codos y muñecas (CONTRERAS 2000: 125). Su desarrollo en el resto de la columna vertebral (cervical, etc.) como en los miembros inferiores suele presentarse en ambos sexos aunque con diferencias en las incidencias (JIMÉNEZ-BROBEIL, et al. 2004: 145).

En el yacimiento argárico de Castellón Alto (Galera, Granada), son diferentes individuos de ambos sexos los que padecieron la afección de la artrosis. Los varones de las sepulturas 6 y 16 y las mujeres de las tumbas 75 y 90, presentan niveles artrósicos muy severos y avanzados. Mientras que ambos sexos presentan ésta patología en la columna vertebral, los hombres la focalizan en los hombros, rodillas y pies, y las mujeres, en las manos (muñecas) y rodillas (CONTRERAS, et al. 1997: 127). En el Cerro de la Encina (Monachil, Granada) el individuo masculino de la sepultura 14a tiene lesiones artrósicas concentradas en la columna vertebral (vértebras dorsales como las lumbares). La mujer madura de la tumba 14b muestra nódulos de Schmorl. Ambos casos, han sido interpretados como resultado de una hiperflesión continuada o prolongada de la columna. Patologías similares las encontramos en los individuos adultos masculinos de las sepulturas 15 y 16, concretamente artrosis lumbar y hernia intradiscal dorsal, en el primero y artrosis en la rótula, en el segundo (JIMÉNEZ-BROBEIL y GARCÍA SÁNCHEZ, 1989-1990: 173-174).

En Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería), poblado de la Edad del Bronce, documentamos ésta patología en diferentes sepulturas de ambos sexos. La mujer adulta de la tumba 52 con poliartritis crónica en las articulaciones de muñecas y toda la columna vertebral, sobre todo cervical. El individuo masculino maduro de la sepultura 54 muestra un fuerte cuadro artrítico, generalizado en el esqueleto óseo. En la sepultura doble número 69. El primer individuo (hombre joven) recoge los niveles artríticos en la articulación témporomandibular izquierda y las vértebras cervicales y lumbares, mientras que la mujer joven presenta artritis occipitoatloidea y en la articulación de la rodilla. La mujer senil de la sepultura 80, muestra señales de artrosis en las articulaciones de los codos y muñecas así como en las metatarsianas y falanges de los pies. Por último, en la sepultura 89 encontramos un individuo masculino senil con artrosis débil en hombros, codos, caderas y rodillas y deformidad cuneiforme de las vértebras dorsales (KUNTER, 2000: 278-279).

En el yacimiento metalúrgico de la Edad del Bronce, Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) tenemos igualmente diferentes ejemplos. Es el caso del individuo masculino maduro de la tumba 2 con niveles artrósicos costales, en codos y cadera. Mientras En la tumba 7 el individuo masculino maduro muestra artrosis lumbar. En lo referente a las sepulturas 9 y 10, donde se encuentra una mujer madura con artrosis vertebral y en el siguiente caso un individuo masculino adulto con artrosis en el calcáneo.

En la sepultura 1 del yacimiento argárico de la Illeta Dels Banyets (Campillo, Alicante) se documenta un individuo masculino maduro con artrosis generalizada (lumbar y cervical, rótulas, extremidades superiores e inferiores) y severa. El hombre adulto de la tumba 2 presenta artrosis en las vértebras dorsales, lumbares y en las articulaciones dístales de ambas clavículas y en falanges de los pies. En el enterramiento doble de la tumba 4. El hombre muestra artrosis en las vértebras lumbares y el húmero, mientras que en la mujer se concentra en la columna vertebral (cervical y lumbar). En el caso de las sepulturas 5 y 6, cuyos inhumados son una mujer y un hombre adulto, respectivamente presentan hernias discales en el primer caso lumbares y en el segundo discales (DE MIGUEL 2001; LÓPEZ PADILLA et. al., 2006).

Por último, en el yacimiento argárico del Cerro de Viñas de Coy (Lorca, Murcia), esta patología se ha registrado en un solo caso correspondiente al hombre adulto de la sepultura 2 con artrosis vertebral y en las costillas (MALAGOSA MORERA 1997:91)

El segundo de los indicadores paleopatológicos diagnosticados en las poblaciones argáricas son los denominados marcadores de estrés-muscular (AL-OUMAOUI et. al., 2004). Este tipo de marcadores se producen en las inserciones de los ligamentos y tendones. Suelen ser causa de un aumento prologando en el desarrollo del músculo, como consecuencia de la actividad física o hiperactividad llevada a cabo por los individuos así como la influencia del sexo, la edad y por los propios niveles hormonales y las diferencias genéticas (JIMÉNEZ-BROBEIL et al. 2004:146). En el Castellón Alto (Galera, Granada) y Peñalosa (Baños de la Encina, Jaén) estos marcadores han sido localizados en los mismos individuos anteriormente expuestos afectados por las lesiones artrósicas (CONTRERAS et al. 1997:127). En el Cerro de la Encina (Monachil, Granada) los individuos varones de las sepulturas 14a, 15 y 16 presentan un fuerte desarrollo muscular, concentrado principalmente en los miembros superiores. El caso del individuo femenino 14b, no presenta un severo desarrollo muscular, sin embargo, parece presumible que lo sufrió ya que refleja periostitis y su columna está totalmente dañada por la hiperflexión continuada (JIMÉNEZ-BROBEIL y GARCÍA-SÁNCHEZ 1989-1990: 174).

Por último, tenemos las alteraciones traumáticas, éstas son de orígenes muy diversos; pueden estar provocadas por caídas, sobrecargas musculares o incluso lesiones violentas (JIMÉNEZ-BROBEIL, et al. 2004: 147). Su visibilidad en el registro óseo es mucho mayor en relación a las anteriores precedidas por los marcadores artrósicos (JIMÉNEZ-BROBEIL et al. 2004:144). Su mayor observación, probablemente esté determinado por su alto porcentaje o por la huella que ésta patología mantiene en el esqueleto a pesar de una óptima reosificación (DE MIGUEL 2004: 221). En el yacimiento arqueológico del Cerro de la Encina (Monachil, Granada) el individuo maduro 14a, presenta una fractura transversal en el tercio medio de los huesos nasales y también se puede observar la fractura de tres costillas del lado derecho, de la sexta a la octava lo que le provocó un traumatismo simple. En cuanto a la primera fractura, todo hace pensar en una contusión directa, provocado probablemente en un enfrentamiento directo (JIMÉNEZ-BROBEIL y GARCÍA-SÁNCHEZ 1989-90: 173). Por su parte, en el registro funerario de Castellón Alto (Galera, Granada) tenemos al menos un caso de traumatismo. Corresponde con una mujer madura con fractura de fémur (CONTRERAS et al. 1997: 127). En Fuente Álamo, en la tumba 80 y 90 se documenta correspondiente, un hombre senil con traumatismo óseo en el frontal derecho y una mujer senil con fractura oblicua del fémur izquierdo, en ambos casos la causa pudo estar en un fortísimo traumatismo directo o indirecto (KUNTER 2000: 279). En cuanto al poblado argárico de Peñalosa, encontramos dos casos con traumatismos, en primer lugar el hombre maduro de la tumba 2, presenta fractura de radio derecho y en la tumba 9 se documenta una mujer con traumatismo craneal (CONTRERAS et. al. 2000). Por último, en el Illeta Dels Banyets en el enterramiento número 2 la mujer adulta presenta fractura de Colles en el radio izquierdo (DE MIGUEL 2001: 4; LÓPEZ PADILLA et. al., 2006).

Estos marcadores son utilizados generalmente para establecer patrones de actividad. La artrosis, el estrés muscular y los traumatismos (JIMÉNEZ et al. 2004:143), son marcas provocadas por diferentes causas, entre ellas por el conjunto de actividades necesarias para mantener la producción, la economía y por lo tanto la subsistencia, como la ganadería, agricultura, metalurgia, preparación de alimentos, procesamiento del cereal (molienda), etc., Sin embargo, no debemos olvidar que estas lesiones o enfermedades necesitan de toda una serie de atenciones constantes o intermitentes, marcados por cuidados heterogéneos, que serán definidos por el grado e intensidad de éstas lesiones en cada fase de su padecimiento (ALARCÓN GARCÍA 2005)

Si bien es cierto, los casos en que los cuidados son más palpables, por las huellas que dejan en la armadura ósea, son los traumatismos. A lo largo de los ejemplos expuestos anteriormente, encontramos casos en que las lesiones traumáticas marcaron no sólo el desarrollo vital sino las relaciones sociales entre los individuos que sufrieron la enfermedad y quien los cuidaban. Son los casos de la mujer madura del poblado Castellón Alto (Galera, Granada) con fractura del cuello del fémur. Esta lesión no llegó a consolidarse, lo que le ocasionó a ésta mujer una dependencia hacía otras personas y la utilización de unas muletas o bastón necesario para poder moverse (atestiguado esto último, por el gran desarrollo muscular de los antebrazos) (CONTRERAS et al. 1997: 126). En Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería) la mujer de avanzada edad de la tumba 90, presentaba hiperóstosis de la bóveda craneal, probablemente causada por un fortísimo traumatismo. Dicha patología dejó unas graves secuelas, fuerte destrozo muscular y hematomas de alto grado, lo que le provocaría la inmovilidad durante una larga temporada. Con la consolidación de la fractura del fémur izquierdo, éste se recortó unos 3 centímetros quedando más corto que el derecho (KUNTER 2000: 279). Esto le ocasionó una cojera que probablemente salvaría como, en el caso anterior con la utilización de un bastón o muleta. Igualmente, sucede con los dos casos registrados en Peñalosa. el hombre maduro de la tumba 2 con fractura de radio derecho le provocaría la inmovilización no solo para desarrollar cualquier tipo de actividad sino que su supervivencia dependería de los cuidados recibidos así como también le sucedería a la mujer adulta de la sepultura 9 con traumatismo craneal. (CONTRERAS et. al. 2000). En el yacimiento argárico de La Terrera del Reloj (Dehesa de Guadíx, Granada), encontramos un individuo masculino que sufrió un traumatismo craneal, una luxación del hombro derecho y una fractura en el húmero derecho. Todo parece indicar que dichas lesiones fueron provocadas por una caída (AL-OUMAQUI y JIMÉNEZ-BROBEIL 2004) que dejó al individuo incapacitado para valerse por sí mismo (ALARCÓN GARCÍA 2005).

En la zona del levante peninsular, la mujer localizada en el yacimiento de Illeta dels Banyets (El Campillo, Alicante) con fractura costal o el individuo de Tabayá (Aspé, Alicante) que presentaba una fractura de fémur, en ambos casos es apreciable la reosificación de la fractura.

En todos los casos expuestos los individuos lograron superar las secuelas sufridas por los diferentes traumatismos, gracias al conjunto de cuidados tanto físicos como emocionales prodigados por el conjunto de la comunidad. Sin embargo, también hay casos en los que no se produce la superación de la enfermedad. Éste es el caso del individuo infantil de unos 18 meses aproximadamente, localizado en Camramoro I (Alicante). Éste presentaba una herida en el frontal izquierdo y aunque se pueden apreciar signos de reosificación su supervivencia no fue larga (DE MIGUEL 2004: 221-222).

Aunque en este trabajo nos hemos centrado en el estudio de los individuos de diferentes necrópolis argáricas, las prácticas de cuidados y atenciones se remontan arqueológicamente al menos al Paleolítico Medio. Donde se han documentado individuos con deficiencias físicas que denotan haber sido objeto de diferentes tipos de cuidados realizados a distintos ritmos. Ejemplo de ello lo tenemos en el esqueleto de Shanidar I, un individuo adulto que presenta un altísimo grado de incapacidad, estaba ciego, artrítico y con un brazo atrofiado. Todo este tipo de deficiencias suponen un enorme conjunto de cuidados: ayuda y guía para sus desplazamientos, preparación de alimentos, higiene, afectos, etc. A pesar de todas sus complicaciones el individuo alcanzó la madurez y contribuyó al ámbito productivo del grupo a través del trabajo realizado sobre las pieles, constatado por el propio desgaste dentario (ESCORIZA y SANAHUJA 2005:119). Otro ejemplo es el caso del individuo masculino adulto procedente de La-Chapelle-aux-Saints (Paleolítico Medio) que presentaba artritis en las vértebras cervicales, deformación de la cadera izquierda, un dedo del pie aplastado, una costilla y una rodilla lesionada y mandíbula rota, la causa del conjunto de lesiones (salvando la artrosis, que tiene mayor relación con el desarrollo de una actividad y edad) pueda ser o bien una caída fortuita o un enfrentamiento directo (ESCORIZA y SANAHUJA 2005: 119). Pero lo que si está claro es que su supervivencia estuvo marcada por la atención y los cuidados prodigados desde el grupo social al que pertenecía (ALARCÓN GARCÍA 2005). En yacimientos del Bronce Final como El Puig (Alcoy, Alicante) encontramos un individuo que presentaba una herida de arma blanca en el parietal derecho especialmente grave no sólo por la herida y el traumatismo causado, sino también por el riesgo de contraer infecciones favorecidas por las malas condiciones higiénicas sanitarias. A pesar de todo ello y gracias a la aplicación de cuidados, la vida de este individuo fue longeva y la causa de su muerte no estuvo en conexión con esta lesión (DE MIGUEL 2004: 222).

Con el conjunto de estos ejemplos hemos querido poner de manifiesto que los cuidados forman parte de nuestro propio desarrollo humano, son los mediadores en nuestra continuidad como seres humanos y por su puesto, son la articulación entre la vida y la muerte y sus mayores apreciaciones están en la superación de cualquier tipo de enfermedad (FREJEIRO 2005). Sus rasgos principales son las evidencias de regeneración, reosificación y por su puesto la superviviencia del individuo afectado. Es por ello que no debemos olvidar que todo tipo de lesiones, enfermedades, etc. ocasionarían una dependencia personal del afectado hacía aquellas personas que les rodean, siendo las encargadas de moverlos, mantener su higiene personal, su alimentación, creándose así entre ellos una serie de redes y relaciones personales e interpersonales, estableciendo vínculos de cooperación, coexistencias, y sobretodo de convivencia y superación conjunta (ALARCÓN GARCÍA 2005).

El ejemplo más obvio de la realización de cualquier tipo de cuidado, es sin lugar a duda la propia superación de la etapa infantil, el caso de un recién nacido, su supervivencia al destete y por extensión la superación de determinadas enfermedades, como la criba orbitalia o traumatismos ocasionados por caídas fortuitas, suponen un triunfo para la comunidad, ya que, esta primera etapa humana es elemental para un desarrollo vital óptimo. Es un periodo que requiere unos cuidados constantes, atenciones individuales, etc. necesarios, básicos y elementales para conseguir que sobrevivan, el éxito es que consigan llegar a una edad adulta (FREJEIRO 2005) y por lo tanto son fruto de todo un conjunto de cuidados que van desde el momento de su gestación en adelante.

Los cuidados de los individuos infantiles comienzan desde el momento de su gestación a partir de los cuidados de la madre. Una vez que tanto el embarazo como el parto han sido exitosos, se abre todo un camino de larga duración en el que el infante debe ser cuidado, alimentado y socializado (SÁNCHEZ ROMERO 2006). Los individuos infantiles necesitan y reclaman una atención constante. Hace unos 2.5 millones de años, el periodo de vida fetal de las crías de Homo paso a ser de veintiún meses, de los cuales solo se desarrollan nueve en el útero materno. Esto supone que las crías son seres dependientes de un individuo adulto, generalmente las mujeres, porque durante su primer año de vida el organismo está destinado a su desarrollo de tal manera que el cerebro alcance la mitad del tamaño que tendrá en la vida adulta. De esta manera el género homo tiene las crías más inteligentes, pero también las más frágiles y dependientes, por lo que reclaman tanto la necesidad de atención y cuidado convirtiéndose en acciones esenciales para las poblaciones humanas (HERNANDO 2005).

El análisis de los restos óseos de los individuos infantiles de la mayor parte de las sociedades prehistóricas muestran que los niños murieron por dos conjuntos de factores, causas endógenas, influenciadas por las condiciones antes o durante el parto y causas exógenas, originadas por la calidad del medioambiente postnatal (HERRING et. al. 1998: 426; SÁNCHEZ ROMERO 2006; 2007). Entre las últimas cabe destacar la crisis sufrida por muchos individuos infantiles durante los procesos de lactancia y destete. El paso que realizan los individuos infantiles desde la seguridad de la leche materna a otro mundo de alimentos a través de la ingesta de leche de aportación animal en las poblaciones prehistóricas, debió ser un periodo de alto riesgo y una causa alta de mortalidad infantil (SÁNCHEZ ROMERO 2006; 2007). La retirada temprana de la leche materna a un bebé puede provocarle diarreas y alergias a otros alimentos, ya su sistema digestivo e inmunológico no están totalmente formado, que junto con otro tipo de condicionantes como una salubridad insuficiente, provoca una alta mortalidad infantil. Como parece registrarse en poblaciones de la Edad del Bronce del sudeste peninsular.

Entre los indicadores del destete tenemos la hipoplasia dental una deficiencia del grosor del esmalte dentario cuyo origen es sobre todo la desnutrición, que afecta especialmente a los individuos infantiles tras el destete (CONTRERAS et al. 1997: 128; 2000: 295; CONTRERAS y CÁMARA 2002: 104). Entre los ejemplos más destacados están el caso de la sepultura 72 de Castellón Alto, (Galera, Granada), un individuo infantil con una severa hipoplasia que probablemente provocó su poco crecimiento y como consecuencia su muerte (CONTRERAS et al. 1997: 128). La sepultura 4 y 5 de Peñalosa, así como el individuo infantil de la sepultura 1 del Cerro de Viñas (Murcia, Lorca) (MALAGOSA MORERA 1997) etc. Otros ejemplos de problemas nutricionales, los encontramos reflejados en enfermedades como la anemia y su reflejo en la criba orbitalia, esta última relacionada con la falta de hierro. Los datos empíricos sobre esto los podemos encontrar tanto en los individuos infantiles como en mujeres gestantes, lactantes, premenopáusicas (en estos momentos vitales de las mujeres, éstas presentan un cuadro de debilidad salubre), ejemplo de ello, es la tumba 25 de Castellón Alto (Galera, Granada), donde se localizó un adolescente con presencia de hipoplasia y criba orbitaria (CONTRERAS et al. 1997: 128).

El destete o los periodos de lactancia, son productos de factores culturales, que suelen variar de unas poblaciones a otros pero no dentro de las mismas (GARCÍA GUIXÉ 2005). Ejemplo de ello lo encontramos en los libros de Sorano y Galeno, donde aconsejan introducir una mezcla de miel y leche de cabra en la alimentación de los niños a partir de los seis meses de edad, su constatación arqueológica está en el yacimiento egipcio de época romana de Kellis (DUPRAS et. al. 2001: 210, recogido por SÁNCHEZ ROMERO 2006). Gracias al tipo de enfermedades que provoca sobre todo el destete se ha podido aproximar al conocimiento de la edad de su realización, si bien es cierto, parece coincidir de que se trate de un periodo prolongado más que un periodo puntual. Un ejemplo, es el estudio realizado de dos yacimientos mayas de época postclásica, cuyos resultados de los análisis de isótopos muestran que este proceso comenzó alrededor de los 12 meses en los individuos infantiles y que la aportación de la leche materna no cesó hasta los tres o cuatro años de edad (WILLIAMS et. al 2005, recogido por SÁNCHEZ ROMERO 2007).

Por lo tanto, el destete de los individuos infantiles responde a una decisión cultural. Donde intervienen aspectos sociales y económicos generales del grupo, es decir, el periodo de lactancia no es el mismo para el Paleolítico Superior que para el Neolítico. El momento de sedentarización humana, representado por una economía productora y la llamada Revolución de los Productos Secundarios (SHERRAT 1981). Debieron interceder en la elaboración de los alimentos para los niños, introduciendo en su dieta con respecto a los periodos anteriores, productos derivados de la domesticación animal, sobre todo la leche, etc., lo que probablemente provocaría un periodo de lactancia más breve. Otro de los posibles condicionantes para rebajar el periodo de lactancia infantil, se ha documentado a través de la etnografía. Cuando las madres tienen que intervenir en procesos tecnológicos, en la realización de diferentes trabajos subsistenciales no compatibles con la lactancia, estas optan por interrumpirla e iniciar el periodo del destete. En las sociedades etnográficas, los sustitutos nutricionales de la leche materna los consiguen a través de las gachas preparadas con cereales (como las actuales papillas infantiles), consideradas como el alimento ideal para llevar a cabo este cambio alimenticio. Sin embargo, la preparación de éste sustitutivo alimenticio supone un esfuerzo y dedicación de largas horas para su realización, ya que necesitan una cocción larga, constante y a unos 100ºC para conseguir su optimización y ser ingeridas sin riesgos saludables. En este proceso del destete, intervienen artefactos creados de forma exclusiva para éste uso, nos referimos, a los distintos elementos relacionados con la alimentación y consumo de los infantiles. En la Inglaterra anglosajona, se han localizado diferentes ejemplos de “biberones” realizados con astas de bóvidos (en la mayoría de los casos es la propia astas, sin sufrir modificaciones, la encargada de éstos menesteres) (WILLEMAN 2005: 23), también de la misma época, se han documentado los primeros biberones realizados en cerámica (TAYLOR 1996: 171).

Todos estos avances que ayudaron a mantener un largo periodo de cuidados alimenticios para los individuos infantiles. Por su puesto, debieron tener repercusiones en la organización social del grupo y en la propia vida de sus madres. El desarrollo de éstos avances tecnológicos permitirían una mayor movilidad de las mujeres e independencia para la realización de diversas actividades, así como la participación de los individuos juveniles (niños y niñas) en la crianza de los infantes comenzarán a participar junto con los individuos de edad avanzada (SÁNCHEZ ROMERO 2007).

Igualmente, el registro osteológico también proporciona evidencias relativas al modo de vida de estos individuos infantiles y como articularon sus relaciones con el mundo adulto. El análisis realizado sobre las lesiones de 77 individuos infantiles pertenecientes a distintos yacimientos de la Edad del Bronce de la provincia de Granada, apunta a que la mayoría de los traumatismos se corresponden con caídas causales generalmente durante el desarrollo de juegos. En este tipo de accidentes los niños tienden a caer de cabeza intentando frenar el golpe con los miembros superiores. En el caso de las sociedades Argáricas examinadas, el tamaño de las viviendas y el clima templado que implican mucho tiempo al aire libre y el urbanismo escarpado ayudan a explicar este tipo de accidentes. Las claras diferencias que se establecen entre las lesiones en individuos infantiles y adultos parecen indicar que los niños no estuvieron especialmente expuestos a riesgos como maltrato o violencia intergrupal (JIMÉNEZ-BROBEIL et. al. 2004; SÁNCHEZ ROMERO 2006; 2007)


CONCLUSIONES

Éste estudio parte de nuestra preocupación y concepción sobre los cuidados. Nosotros entendemos estos trabajos como uno de los pilares básicos para el mantenimiento y sostenimiento de cualquier sociedad. Los cuidados soportan e incluyen tanto condiciones materiales como psicoafectivas necesarias para la continuidad humana (ESCORIZA y SANAHUJA 2005: 118), aportando a la vida de las gentes la estabilidad que les permiten su desarrollo. Desde este trabajo, no solo hemos realizado una revisión del tratamiento ofrecido hacía las prácticas de cuidados sino en su conjunto de las actividades de mantenimiento, como trabajos fundamentales y definitorias para el mantenimiento de la cohesión social del grupo, que generalmente, se nos ha presentado a través de la fuerza física o la violencia estructural, pero no mediante las relaciones afectivas.

Con la realización de éste trabajo hemos querido poner en relieve diferentes cuestiones. En primer lugar, que las prácticas de cuidado formaron, forman y formaran parte de nuestra vida y del mantenimiento de la especie humana. Y en segundo lugar, que la tan tildada invisibilidad de estos trabajos no es más que una construcción cultural para impedir su reconocimiento y valoración, ya que como hemos podido comprobar en el análisis del registro funerario de las sociedades de la Edad del Bronce peninsular, estos forman parte del registro arqueológico. Simplemente hay que comenzar a buscarlos, utilizando herramientas metodológicas propias y ponerlos de manifiesto, por lo tanto, son categorías útiles de estudio en la reconstrucción histórica. Su valoración y consideración en el pasado nos ayudará a construir nuestro presente desde una óptica diferente, en igualdad entre hombres y mujeres.


AGRADECIMIENTOS

Desde aquí queremos expresar públicamente nuestro más sincero agradecimiento al Dr. Francisco Contreras Cortés y Dra. Margarita Sánchez Romero por la ayuda y confianza mostrada en todos los momentos de la realización de nuestra investigación. Al Dr. Gonzalo Aranda por sus consejos y al Dr. Luís Arboledas por su apoyo continuo.


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