REVISIÓN DE LA DISTRIBUCIÓN GEOGRÁFICA DEL MARFIL Y SU VALOR DE USO EN LA PENÍNSULA IBÉRICA DESDE COMIENZOS DEL TERCER MILENIO HASTA EL BRONCE RECIENTE

REVIEW OF THE GEOGRAPHICAL DISTRIBUTION OF IVORY AND ITS USE VALUE IN THE IBERIAN PENINSULA FROM THE BEGINNING OF THIRD MILLENIUM TO EARLY BRONZE AGE

Carlos CASTRILLO JIMENEZ*

Resumen

El presente artículo es parte de un estudio mayor sobre el papel antropológico y las fuentes del marfil desde comienzos del Tercer Milenio hasta el Bronce Reciente, en contextos pertenecientes a todo el territorio de la Península Ibérica, tomando como base, entre otros, los pertinentes estudios del DAI (Instituto Arqueológico Alemán) al respecto desde 2005 a 2008 y desde 2009 a 2012. Mediante dicho examen se extraen conclusiones sobre el origen y tipo del marfil hallado en territorios peninsulares, su valor como marcador comercial y su posible potencial antropológico.

Palabras clave

Marfil. Península Ibérica. Calcolítico. Edad del Bronce. Tercer Milenio.

Abstract

This paper is part of a larger comparative study about the anthropological role and sources of ivory dating from the beginnings of the Third Millenium to the first stages of the Bronze Age, in contexts from the whole territory of the Iberian Peninsula, taking as basis, among others, the related studies on this subject performed by the DAI (German Archaeology Institute) from 2005 to 2008 and from 2009 to 2015. Through this work we can extract conclussions about the source and type of ivory found in Iberian contexts, its value as early trading marker and its possible anthropological potential.

Key Words

Ivory. Iberian Peninsula. Calcolithic. Bronze Age. Third Millenium.

INTRODUCCIÓN

Si bien existen muestras de marfil pertenecientes al Paleolítico, en la Península Ibérica no aparece material ebúrneo propiamente dicho hasta las fases finales del Neolítico (PAU y CÁMARA, 2019:51-91). Dicha presencia se multiplicará durante el Calcolítico y llegará a tener su apogeo durante el Calcolítico reciente y la fase Campaniforme, para pasar luego a un segundo plano (VALERA 2012; SCHUHMACHER 2017). En cuanto a su valor como material de estudio arqueológico, tiene ciertas ventajas sobre algunos de los elementos tan recurridos a menudo por la bibliografía, como pueden ser el metal o la cerámica; 1) el marfil, a diferencia de los dos antes mencionados, no implica modificaciones en la estructura de la materia prima a nivel molecular. 2) Se trata también de un material que resiste bastante bien las inclemencias meteorológicas y el paso del tiempo. 3) El análisis arqueológico-científico del mismo suele indicar un origen más o menos claro del tipo de marfil (hay excepciones, como el marfil de antiquus).

Se puede argumentar que estudios de isótopos de oxígeno, carbono, nitrógeno o estroncio han revelado ciertos detalles demográficos de la movilidad de la población a través del análisis del esmalte o del colágeno de los huesos (HILLIER et al., 2010) y, más a menudo, el estudio de isótopos de plomo ha dado indicios sobre la procedencia de los metales (RENZI et al., 2016:57), pero lo cierto es que mientras que en el primer caso se requiere de un inusual grado de conservación, en el segundo los resultados finales pueden quedar empañados debido a las mezclas o impurezas del metal. Si bien el marfil presenta sus propios problemas (por ejemplo en la diferenciación de especies) la información extraída de su estudio sin duda puede servir para complementar otro tipo de estudios o sugerir nuevas vías de investigación.

Por otra parte el marfil constituye una herramienta de gran importancia a la hora de analizar fenómenos tan variados como rutas de intercambio, las relaciones bilaterales entre diferentes poblaciones o la evolución de las rutas de abastecimiento a través del tiempo. En su dimensión antropológica, el marfil está considerado en términos generales un recurso de lujo, un elemento de prestigio propio de una sociedad (al menos en el caso peninsular) en la que por el solo hecho de poseerlo como materia duradera y de procedencia lejana, ciertos individuos afirmaban su posición en el marco de una sociedad a la que se le supone una determinada complejidad (PASCUAL BENITO, 1995:17-31; PAU et al., 2018:267-298). Sin embargo, debido a las características de muchos de los contextos, sacar conclusiones claras en este aspecto resulta una tarea bastante ardua.

METODOLOGÍA

La metodología seguida consiste en la selección y lectura crítica de diversas fuentes bibliográficas, tanto antiguas como modernas y de su posterior incorporación a un marco teórico común en el que sea posible establecer hipótesis de carácter comparativo a partir de los datos disponibles. Sin embargo, hay ciertos aspectos que es importante tener en cuenta.

Primero, que a pesar de la aparente relevancia de ciertos yacimientos como Los Millares (Santa Fé de Mondújar, Almería) o El Argar (Antas, Almería), no existen estudios específicos del material ebúrneo presente en ellos. En el primer caso tenemos trabajos sobre el material óseo que tocan el marfil de manera tangencial (MAICAS, 2007; ALTAMIRANO, 2013), mientras que del segundo tan solo disponemos de un trabajo (SCHUBART et al., 1991) que resulta inviable para el tema que nos ocupa tanto por su antigüedad como por su falta de análisis técnico y/o de procedencia de la materia prima. Esta situación es especialmente desafortunada para el caso de El Argar, pues todas las pruebas apuntan a que sería el centro principal de recepción y redistribución del marfil durante el Bronce (LIESAU y SCHUHMACHER, 2012:38-121).

Segundo, que existe cierta disparidad entre la bibliografía disponible para la zona de la fachada atlántica portuguesa y el sur peninsular. Durante las fases finales del Neolítico y el Calcolítico tenemos estudios más detallados y especializados para los yacimientos portugueses, como Sobreira de Cima (Vidigueira, Beja) (SCHUHMACHER, 2012), Praia das Maçãs (Sintra, Portugal) (CARDOSO y SCHUHMACHER, 2012:95-110), Leceia (Oeiras, Portugal) (CARDOSO y SCHUHMACHER, 2012:95-110) o sobre todo Perdigões (Alentejo) (CARDOSO y SCHUHMACHER, 2012:95-110; VALERA et al., 2015:390-413). En contraste, en los casos españoles nos vamos a encontrar sobre todo con dos yacimientos; Valencina de la Concepción (Sevilla) (NOCETE et al., 2013; GARCÍA SANJUÁN et al., 2013:119-140) y Camino de la Yeseras (Madrid) (LIESAU et al., 2008:97-120). Esta disparidad en el volumen bibliográfico se acentuará durante el Bronce, cuando el foco único y principal esté en el cuadrante sureste, donde dominan El Argar y su hinterland, sobre el que parece que ejerce no poca influencia (ARTEAGA, 1992:179-208; LULL y RISCH, 1995:97-109; AFONSO y CÁMARA, 2006:133-148; CÁMARA y MOLINA, 2011:77-104) Aquí interesan principalmente los contextos de producción, como Fuente Álamo (Cuevas de Almanzora, Almería) (LIESAU y SCHUHMACHER, 2012:38-121), Illeta dels Banyets (El Campelló, Alicante) (BELMONTE MAS y LÓPEZ PADILLA, 2006:173-208) o Mola d’Agres (Alicante) (PASCUAL BENITO, 2012:98-173).

Tercero y último, pero no menos importante, no existen, fuera de la Península, trabajos de una entidad equivalente que permitan establecer un marco comparativo adecuado entre el material hallado fuera y el local. En el norte de África, apenas disponemos de publicaciones especializadas de un par de necrópolis tardoneolíticas como Rouazi-Skhirat y El Kiffen (BANERJEE et al., 2011:113-138). Por otra parte, casi nada sabemos sobre el resto de Europa o el Mediterráneo (a excepción del Próximo Oriente) en lo que respecta a la caracterización por especies de los marfiles localizados en contextos de la Prehistoria Reciente (SCHUHMACHER, 2017). Casos excepcionales los tenemos con estudios especializados en el pecio de Uluburum (LAFRENZ, 2004), Ugarit (GACHET-BIZOLLON, 2007) y otro llevado a cabo recientemente sobre materiales sardos (MORILLO LEÓN et al., 2018:35-63), que en cierto sentido no hacen sino reforzar las conclusiones de este trabajo.

CONTEXTO

Más allá de ciertas generalidades no podemos hablar de características determinadas en lugares concretos. Cada asentamiento a partir del Tercer Milenio a.C. parece tener sus propias particularidades y la consideración de éstas se antoja un requisito imprescindible para la correcta interpretación del marfil en un marco general. Estas dificultades de interpretación se evidencian cuando comparamos contextos temporalmente próximos como pueden ser Los Millares y Perdigões, en los cuales la presencia del marfil parece responder a parámetros completamente diferentes (AFONSO et al., 2011:295-332, VALERA et al., 2015:390-413). O también, cuando consideramos que, a excepción de algunos casos aislados en cuevas, fosas o enterramientos megalíticos ortostáticos, la inmensa mayoría de los contextos funerarios en el Calcolítico peninsular son de carácter colectivo, lo que complica sobremanera el adscribir los restos a un determinado individuo o la propia interpretación del registro ebúrneo en clave antropológica.

Calcolítico

En el Calcolítico es cuando empiezan a surgir las primeras sociedades con un tejido social verdaderamente complejo. Todos estos cambios se verán reflejados en el registro funerario, con la presencia de marfil como uno de los principales marcadores sociales.

También se percibe un cambio en los patrones de poblamiento, que pasa de ser más o menos disperso a concentrarse en ciertas zonas. Esto lo podemos observar con claridad en una serie de asentamientos fortificados enclavados en la fachada atlántica portuguesa, cerca de la desembocadura del Tajo, como el ya mencionado de Leceia, que suelen destacar por la presencia de murallas, acceso inmediato a tierras fértiles y un curso fluvial cercano (SCHUHMACHER y BANERJEE, 2012:98-289). Pero también ocurre con Los Millares en el sureste o Valencina en el sur (aunque este último está bastante discutido) (Fig. 1). Es una tendencia que se agravará aún más en periodos posteriores, con el surgimiento de grandes espacios culturales como El Argar, el Bronce Valenciano o el Bronce de La Mancha.

Fig. 1. Distribución geográfica de los objetos de marfil en la Península Ibérica durante el Calcolítico Inicial (primera mitad del III Milenio a.C.) 1. Leceia, 2. Zambujal, 3. Vila Nova de São Pedro, 4. Valencina de la Concepción, 5. Los Millares. El tamaño de los círculos representa el número de objetos encontrados en el mismo lugar, con un mínimo de uno y un máximo de veinte según el tamaño del círculo. (SCHUHMACHER, 2011: 92).

Es con esos poblados fortificados enclavados en la fachada atlántica portuguesa, pero también con Valencina o Los Millares, donde el marfil juega un papel más relevante en cuanto a la interpretación del registro. A este respecto, es importante señalar el hecho de que, al menos durante el Calcolítico, una de las dos rutas principales que abastecía de marfil al territorio peninsular entraba precisamente por la desembocadura del Tajo y, en vista de los resultados de los análisis arqueométricos, es seguro que este marfil provenía originariamente de la costa marroquí, del llamado elefante africano de la sabana (Fig. 2). Lo que fuera que se diera a cambio de este marfil sigue siendo un interrogante hasta el día de hoy porque, a diferencia de lo que ocurre para el campaniforme, no tenemos en el Calcolítico Inicial ningún material peninsular en las pocas necrópolis y asentamientos estudiados en el noroeste africano (HARRISON y GILMAN, 1977:90-104). Este material africano contrasta, sin embargo, con otro de procedencia asiática (marfil de elefante asiático) que llegaría desde algún lugar indeterminado de la línea costera sirio-palestina y entraría principalmente por Los Millares, si bien es cierto que su presencia está atestiguada en todo el sur peninsular hasta Valencina, que es donde se tocarían ambas rutas.

Fig. 2. Distrubución geográfica de los objetos de marfil en la desembocadura del Tajo durante el Calcolítico precampaniforme. El tamaño de los círculos representa el número de objetos encontrados en el mismo lugar, con un mínimo de uno y un máximo de diez según el tamaño del círculo. (CARDOSO Y SCHUHMACHER, 2012: 97).

Calcolítico Reciente y Campaniforme

La mayoría de los asentamientos de los que hablamos en el apartado anterior se siguen habitando en esta fase, lo que dificulta bastante atribuir el marfil a un momento determinado. No obstante, destacan yacimientos como Marroquíes (Jaén) o el Cerro de la Virgen (Orce, Granada) (PAU et. al, 2018:267-298). Es señalable el cambio de paradigma durante este periodo al menos en el caso portugués, donde destaca la presencia de marfil de cachalote (Fig. 3), lo que más que dar respuesta, suscita una serie de preguntas sobre las que volveremos más adelante (SCHUHMACHER y BANERJEE, 2011:19-107).

Fig. 3. Distribución geográfica de marfil en la desembocadura del Tajo durante el Calcolítico Campaniforme. Los círculos indican la presencia de marfil de elefante africano de la estepa. Los asteriscos indican la presencia de marfil de cetáceo. (SCHUHMACHER Y BANERJEE, 2011:117).

En el sur, sin embargo, sigue destacando Valencina por encima de cualquier otro lugar. La inmensa mayoría de los hallazgos de marfil los encontramos en esta fase (Fig. 4), con especial mención a la tumba de Matarrubilla, donde tenemos uno de los raros ejemplos peninsulares de material en bruto en forma de fragmento de colmillo fuera de contextos de producción (SCHUHMACHER, 2011:91-122), pero también a un contexto de taller localizado en la zona conocida como IES-402 (NOCETE et al. 2013) y el sector funerario PP-4 de Montelirio, donde se documenta una defensa completa en bruto (GARCÍA SANJUÁN et al. 2013:119-140). Especialmente llamativa es la aparente mezcla de materiales asiáticos y africanos en este último contexto.

Por otra parte, en el cuadrante sureste creen algunos ver una supuesta fragmentación del poder, en la que Los Millares, aun manteniéndose como el mayor centro neurálgico de la zona, comparte ahora protagonismo con otra serie de asentamientos como Cerro de la Virgen (MOLINA et al., 2017:258-275). En este último llama la atención en primer lugar la presencia de marfil de hipopótamo (PAU et al., 2018:267-298), algo único en el registro peninsular, si bien está ampliamente atestiguado en registros orientales como Egipto, Grecia y Creta hasta comienzos del Bronce Final (SCHUHMACHER, 2017). También tenemos aquí un fragmento de marfil de cetáceo, que seguramente provenga del mismo lugar que los que se hallaron en los asentamientos portugueses antes mencionados (SCHUHMACHER y BANERJEE, 2011:19-107).

Otro asentamiento destacable lo tenemos en el centro peninsular con Camino de las Yeseras, un yacimiento extremadamente complejo y único, pues en él parecían convivir poblaciones pre y campaniformes. En este caso, la gran mayoría de muestras ebúrneas son de antiquus, con un excepción de marfil africano (LIESAU y MORENO, 2012).

Fig. 4. Distribución geográfica de los objetos de marfil en la Península Ibérica durante el Calcolítico Reciente y Campaniforme (segunda mitad del III Milenio a.C.) 1. Palmela, 2. Dolmen das Conchadas, 3. Verdelha dos Ruivos, 4. Pedra do Ouro, 5. Vila Nova de São Pedro, 6. La Orden Seminario de Huelva, 7. Valencina de la Concepción, 8. Los Algarbes, 9. El Malagón, 10. Cerro de la Virgen, 11. Cerro de las Viñas, 12. Molinos de Papel, 13. Cerro de las Víboras, 14. Camino de las Yeseras. El tamaño de los círculos representa el número de objetos encontrados en el mismo lugar, con un mínimo de uno y un máximo de veinte según el tamaño del círculo. (SCHUHMACHER, 2011: 100).

Bronce Antiguo y Pleno

En este periodo la zona de interés la tenemos tanto en el propio Argar como en los diversos yacimientos que se localizan en su amplia zona de influencia, que ocupa todo el cuadrante sudeste de la Península: por ejemplo en Fuente Álamo, El Argar, Gatas (Turre, Almería), el Cerro de las Viñas (Coy, Lorca, Murcia), el ya referido Cerro de la Virgen, Molinos de Papel (Caravaca de la Cruz, Murcia), Cerro de las Víboras (Bajil, Moratalla, Murcia) y San Antón (Orihuela, Alicante). Es llamativo el hecho de que los hallazgos de marfil parecen irradiar desde el ámbito cultural argárico hacia los asentamientos de su periferia, como el Cerro de la Encantada o Lloma de Betxí, aunque no vamos a entrar aquí en la discusión de El Argar como centro de carácter estatal (Fig. 5).

Fig. 5. Distribución geográfica de los objetos de marfil en la Península Ibérica durante el Bronce Argárico (segunda mitad del III Milenio a.C.) 1. El Argar, 2. Fuente Álamo, 3. Illeta dels Banyets, 4. Cerro del Cuchillo, 5. Lloma de Betxí, 6. El Acequión, 7. Cerro de la Encantada, 8. Can Martorellet, 9. El Malagón, 10. Cerro de la Virgen, 11. Cerro de las Viñas, 12. Molinos de Papel, 13. Cerro de las Víboras, 14. Camino de las Yeseras. El tamaño de los círculos representa el número de objetos encontrados en el mismo lugar, con un mínimo de uno y un máximo de veinte según el tamaño del círculo. (SCHUHMACHER, 2011: 108).

En cuanto a la procedencia, no hay que olvidar que en El Argar tenemos marfil tanto asiático como africano, tal y como los análisis han demostrado (en El Argar y en Gatas) (Schuhmacher, 2012). Aunque no lo sabemos con seguridad, es muy probable que existiera una ruta de intercambio entre el Sudeste peninsular y lo que hoy es la costa argelina (SCHUHMACHER, 2003). Posiblemente, lo que ocurre en realidad es que, al vascular el poder político, económico y cultural hacia esta zona con la aparición de El Argar, la ruta que pasaba por el norte de África y que salía desde la costa marroquí hacia la desembocadura del Tajo, también se habría desplazado hacia la zona del Orán argelino, con el objetivo de aprovecharse de esta situación y estar más cerca de este nuevo centro de poder, donde las élites tendrían mucha mayor necesidad de elementos de lujo como el marfil (PASCUAL BENITO, 2012:98-173).

En consonancia con lo anterior, se hace necesario mencionar que desde el Bronce Inicial tan solo tenemos hallazgos de marfil en el cuadrante sureste peninsular, cuando en periodos anteriores también eran comunes en la fachada atlántica portuguesa y en la cuenca del Guadalquivir (SCHUHMACHER, 2011:91-122). En esta línea, y a falta de estudios específicos sobre el propio Argar, la investigación se articula en torno a los asentamientos en los cuales se han documentado contextos de producción de marfil. Estos son sobre todo Fuente Álamo (LIESAU y SCHUHMACHER, 2012:38-121) y Mola d’Agres (PASCUAL BENITO, 2012:98-173), aunque también, en menor grado, Illeta dels Banyets (BELMONTE MAS y LÓPEZ PADILLA, 2006:173-208).

No obstante, también es cierto que en las últimas etapas del Bronce inicial, la sola presencia de marfil entre los ajuares funerarios ya no basta, por sí sola, como para indicar que nos encontramos ante un enterramiento de alguien que pertenecía a los niveles más altos de la élite del lugar (SCHUHMACHER, 2011:91-122), sino que la clave está en la combinación con otros materiales, como armas o metales preciosos.

DISCUSIÓN

Los interrogantes que se nos presentan giran, en líneas generales, en torno a los siguientes problemas: 1) la procedencia de los diferentes tipos de marfil que encontramos en el registro peninsular, mayoritariamente africana y asiática, pero también de antiquus, hipopótamo o hasta cachalote. 2) Qué papel jugaban las sociedades peninsulares como receptoras y/o redistribuidoras de este material y qué ofrecían a cambio del marfil a sus homólogos africanos y asiáticos. 3) Hasta dónde es posible usar el marfil como marcador social y sujeto de estudio antropológico social.

En cuanto al origen del marfil en territorio peninsular, ya hemos apuntado brevemente las líneas de investigación generales: desde los estadios finales del neolítico podemos atestiguar la presencia de marfil foráneo (africano) en lugares como Sobreira da Cima (Vidigueira, Beja) (SCHUHMACHER, 2013:97-99) o Praia das Maças (CARDOSO y SCHUHMACHER, 2012:95-110). Por otra parte también tenemos otras muestras, con una cronología incluso más antigua, en Los Castillejos (Montefrío), aunque por el momento no sabemos su procedencia (PAU y CÁMARA, 2019:51-91). Tanto los asentamientos fortificados portugueses de la desembocadura del Tajo (siendo Leceia su mejor representante) como otros no tan lejanos (Perdigões), serían, al menos durante las fases iniciales del Calcolítico peninsular, los receptores de la ruta que llegaba desde el norte de áfrica, probablemente desde algún lugar de la costa marroquí, y que abastecía en parte hasta la zona del estrecho, siendo posiblemente Valencina de la Concepción el límite geográfico de dicha ruta.

Algo similar ocurría con el cuadrante sureste con el marfil de origen asiático, con la diferencia de que allí el poder parece más concentrado en el yacimiento de Los Millares, en cuya monumental necrópolis se han encontrado no pocos fragmentos de este material. Este marfil provendría de algún lugar situado en la franja costera sirio-palestina, si bien se desconoce de dónde. Esta ruta abastecería llegaría a tocarse con su homóloga africana más o menos a la altura del estrecho, coincidiendo ambas en Valencina de la Concepción. Así mismo, existen pruebas de yacimientos en la isla de Cerdeña cuyos niveles más antiguos presentan marfil de origen asiático (MORILLO LEÓN et al., 2018:35-63). El único estudio que existe a efectos de contraste se llevó a cabo en la ciudad de Ugarit y sus resultados arrojan más preguntas que respuestas, pues se detectó que el marfil de hipopótamo era mucho más abundante entre la población general, mientras que el de elefante se reservaba solo a los contextos palaciales, lo que suscita dudas sobre el por qué de su posible exportación a un territorio tan alejado como la Península (GACHET-BIZOLLON, 2007).

En cualquier caso, lo cierto es que la ruta asiática parece ir perdiendo importancia en las fases finales del Cobre y comienzos del Bronce (Fig. 6) (así lo indican los hallazgos) y la ruta africana se desplaza ahora hacía la zona del Orán argelino, desde donde suple a todo el territorio de El Argar, pero también a lugares aparentemente tan alejados de su área de influencia como el yacimiento de Cerdeña antes comentado (SCHUHMACHER, 2011:91-122). Es posible que esto sea sintomático del importantísimo papel que juega ahora El Argar en el ámbito peninsular, pues la necesidad de un artículo como el marfil sería mucho mayor aquí que en ningún otro asentamiento del territorio, incluyendo el suroeste español y la fachada costera portuguesa.

Fig. 6. Porcentaje de marfil en las diferentes especies en las piezas argáricas analizadas mediante estudio óptico de las líneas de Schereger y FTIR. (LIESAU Y SCHUHMACHER, 2012:134)

En cuanto al marfil de hipopótamo, nos encontramos con que su presencia en territorio peninsular es aislada tanto espacial como cronológicamente, estando tan solo atestiguada en el ya mencionado Cerro de la Virgen (PAU et al., 2018:267-298), lo cual contrasta sobremanera son la ya comentada situación en el resto del mediterráneo, con Egipto, Grecia, Creta o incluso Ugarit, donde usaban el de hipopótamo mucho más a menudo. Algo no muy diferente ocurre con el marfil de cetáceo, cuya presencia se constata sobretodo en asentamientos de la fachada atlántica portuguesa durante el Calcolítico Reciente, pero del que también tenemos alguna muestra aislada más alejada, por ejemplo, en el mismo Cerro de la Virgen. Es muy posible que todas estas muestras provengan de un mismo ejemplar, probablemente varado en la costa y ya muerto cuando lo hallaron, lo que también explicaría en parte por qué esta zona parece ir disminuyendo en importancia a medida que avanza el Calcolítico, en cuanto a presencia ebúrnea se refiere.

El más enigmático, sin embargo, es el marfil de elefante prehistórico extinto, el antiquus, de procedencia completamente desconocida y que se registra a lo largo y ancho de la Península, con una importancia creciente al final del Calcolítico y comienzos del Bronce. En cuanto a su procedencia, que es la problemática que aquí nos ocupa, lo más probable es que fuera de origen autóctono. Si bien Götze comprobó que, en general, era un material demasiado quebradizo como para resultar apto para talla (GÖTZE, 1925:87), lo cierto es que en práctica totalidad de los casos, los objetos fabricados con este tipo de marfil se restringen a botones o artilugios similares, lo cual tiene poco que ver con los suntuosos cuernos decorados y las vainas encontradas en Valencina o peines como el de Fuente Álamo (LIESAU y SCHUHMACHER, 2012:38-121). También parece sintomático de esto el hecho de que su presencia aumente a medida que nos alejamos de la costa, como en el caso de Camino de la Yeseras y a medida que avanza el tiempo y los objetos de marfil se multiplican. Por otra parte no existe en el registro arqueológico nada parecido a lo que vemos con el marfil africano y asiático.

En cuanto al papel que jugaban las sociedades peninsulares como receptoras y distribuidoras de este material, lo cierto es que aún existen numerosos interrogantes. Por tipologías tan particulares como las que se encuentran en Perdigões (VALERA et al. 2015:390-413) y por algunos contextos de producción como el de Valencina o Mola d’Agres, en los que se conservaban fragmentos de desecho y algún material en bruto, es plausible pensar que la mayoría del marfil, si no todo, llegaba sin trabajar y eran, por tanto, los grandes núcleos poblacionales peninsulares, como Valencina, Los Millares o más tarde El Argar y los yacimientos de su hinterland, los encargados de su trabajado y posterior redistribución (Fig. 7). Es probable, no obstante, que se redistribuyera tanto trabajado como en bruto; es bastante difícil no imaginar un taller de marfil en lugares como Perdigões o Camino de las Yeseras, habida cuenta de su entidad y del tipo de objetos que allí se han encontrado.

Fig. 7. Posibles rutas de intercambio entre la Península Ibérica y el Norte de África durante el periodo Campaniforme. Los círculos indican la presencia de marfil africano, mientras que los rombos señalan cerámica ibérica campaniforme. (SCHUHMACHER, 2017:302).

Finalmente, poco podemos decir en cuanto al marfil en su dimensión antropológica. Si bien es cierto que, al menos durante práctica totalidad del Calcolítico, el material ebúrneo está claramente asociado a contextos (funerarios en su inmensa mayoría) de las élites, lo cual queda evidenciado en lugares como la necrópolis de Los Millares (AFONSO et al., 2011:295-332) o en el sector PP-4 de Montelirio en Valencina (GARCÍA SANJUÁN et al. 2013:119-140), no hay mucho más que podamos concluir en este aspecto. Es posible llevar a cabo estudios más específicos, tal y como se ha hecho con el caso de Perdigões (VALERA et. al, 2015:390-413), pero lo cierto es que la propia naturaleza del contexto (funerario colectivo) y la falta de auténticos trabajos en esa misma línea con los que establecer un marco comparativo condena sus posibles resultados a un ejercicio donde la especulación juega quizás un papel excesivamente importante.

Sí que podemos hablar, sin embargo, de algunos detalles más generales que tocan el tema de manera tangencial. Por ejemplo, que el marfil va perdiendo valor como material exótico de prestigio y marcador social a medida que va a avanzando el tiempo; en las últimas fases del Bronce Inicial, la presencia de marfil ya no va inevitablemente asociada a un sujeto privilegiado o de la élite, sino que la identificación de éste depende de toda una serie de material y objetos considerados como de lujo (SCHUHMACHER, 2011:91-122). En esta misma línea observamos que, aunque el peso total de los hallazgos de marfil durante el Calcolítico Inicial comparado con el de las fases recientes y Campaniformes es más o menos igual, el número de piezas y la variedad de la tipología de las mismas se multiplica en los dos últimos periodos (SCHUHMACHER, 2011:91-122; 2017). Esto puede deberse a varias causas; o bien la posesión del marfil se ha “democratizado”, en el sentido de que la demanda ya no es exclusiva de las capas superiores de la sociedad, o bien esta élite consumidora de productos exóticos como el marfil se ha multiplicado y por tanto necesita más material. El caso es que esto coincide también con el ya mencionado aumento del uso de marfil de antiquus, lo que podría estar indicando, de manera indirecta, que las rutas de las que se nutría la Península ya no son capaces de dar abasto a esta demanda.

CONCLUSIONES

En líneas generales, podemos resumir las conclusiones de la manera siguiente:

- Durante el Calcolítico ya podemos constatar la existencia de al menos dos vías de aprovisionamiento: la africana y la asiática. Lo que podemos deducir de cada una es limitado debido a que aún faltan datos sobre sus lugares de origen y la posible relación que pudiera existir entre ellas

- La distribución geográfica de los hallazgos de marfil en la Península durante todas las épocas parece estar en estrecha relación con la situación de los asentamientos más influyentes (posiblemente en un plano económico, político y/o militar), lo que está en consonancia con su supuesto papel de indicador de prestigio.

- La presencia de marfil de cachalote en la Península parece de carácter anecdótico: aislada en el plano geográfico, cronológico y espacial, posiblemente no hay que tomarla como un indicador de nada más allá de un aprovechamiento ocasional de restos fácilmente accesibles (posiblemente varados en la playa).

- Sobre el marfil de hipopótamo, sin embargo, se acumulan los interrogantes. Su presencia es descontinuada en los registros peninsulares, tanto en el tiempo como en el espacio y no guarda aparente relación con ningún factor en particular. Los estudios llevados a cabo en el Mediterráneo Oriental arrojan más dudas que soluciones respecto a este punto (GACHET-BIZOLLON, 2007; MORILLO y LEÓN, 2016).

- La interpretación del marfil en su dimensión antropológica está limitada antes del tercer milenio a. C. por falta de contextos para establecer un buen marco comparativo y durante el Calcolítico debido a la problemática identificación de los poblados de fosos. En la Edad del Bronce es donde mejor se podría estudiar este aspecto, pero precisamente del yacimiento más importante de este periodo (El Argar) no existen estudios especializados y además, es justo entonces cuando, aparentemente, comienza a disminuir su importancia como marcador de prestigio (SCHUHMACHER, 2011:91-122, 2017) a favor de otros elementos (CÁMARA y MOLINA, 2011:77-104).

- Para el uso generalizado del marfil fósil de Elephas antiquus en casi todas las áreas peninsulares a partir de comienzos de época calcolítica no existe una respuesta definitiva (GÖTZE, 1925:87; SCHUHMACHER et al., 2009; SCHUHMACHER, 2003; CARDOSO y SCHUHMACHER, 2012:95-110). Las condiciones climatológicas no parecen, en principio, idóneas para su correcta conservación y, sin embargo, su procedencia aparenta ser de origen local, y, en algunos casos, como en el entorno de Madrid, podría pensarse que su frecuencia y fácil acceso podría haber influido en su uso.

- En cuanto a en qué estado llegaba el material a la Península, parece claro que ya desde un principio, al menos una parte, llegaba en bruto y se trabajaba en los propios asentamientos. Es probable que existiera un modelo de intercambio más o menos estandarizado según el cual los intercambios internos (dentro de la Península) se llevaran a cabo en forma de rodajas (sin trabajar), preformas (listo para tallar una pieza concreta) o directamente con el objeto acabado, dependiendo de la época y el lugar.

- La cantidad de piezas totales se multiplica durante finales del Calcolítico y comienzos del Bronce (SCHUHMACHER, 2011:91-122; 2017). Los registros de los contextos funerarios a comienzos del Bronce apuntan a que hay más piezas de marfil repartidas entre más individuos, lo que señala que o bien más gente está teniendo acceso a este material con independencia de su estatus social o bien que la élite dirigente se ha multiplicado en número, tal vez en relación, como hemos visto, con una mayor fragmentación política. En cualquier caso existe un aumento de la demanda con respecto al periodo anterior, lo que además queda reforzado con un aumento de la presencia de marfil fósil de antiquus (SCHUHMACHER, 2011:91-122).

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* Arqueólogo. mythical_carlos@yahoo.es