LA CERÁMICA ALTOMEDIEVAL DEL CASTILLO DE BURGOS

HIGH MIDDLE AGES POTTERY AT THE CASTLE OF BURGOS

Sofía ROJAS MIGUEL *

Resumen

En la ciudad de Burgos se encuentra el enclave estratégico del Cerro del Castillo, con un fuerte control visual del terreno y la vega del río Arlanzón a sus pies. Esta posición privilegiada propició que a finales del s. IX el cerro se ocupase con la construcción de una fortaleza medieval como consecuencia de los primeros avances desde el norte de los reinos cristianos, proceso tradicionalmente denominado como “reconquista”. En este trabajo vamos a comprender la naturaleza del asentamiento altomedieval teniendo como guía las cerámicas recuperadas en la excavación del año 2000-2002.

Palabras clave

Castillo de Burgos, Alta Edad Media, Cerámica, Olla, Producción local.

Abstract

Sited in Burgos can be found the strategic enclave called “Cerro del Castillo” (the hill of the castle), an elevation with a powerful visual control of Arlanzón river meadow, which skirts round its bottom. This exceptional location enabled at the end of the IX century with the construction of a medieval fortress, result of the progress from the north of the Christian realm, better known as the “reconquest”. Throughout this paper the nature of these settlements will be explained using the pottery fragments recovered during the 2000-2002 excavation.

Key Words

Burgos castle, High Middle Age, Pottery, Pot, Local Production.


INTRODUCCIÓN

El yacimiento de donde proceden las cerámicas estudiadas a continuación se localiza en la parte septentrional de la ciudad de Burgos, concretamente en la zona suroeste del Cerro de San Miguel, donde se descuelga casi a modo de cerro testigo una pequeña elevación conocida como Cerro del Castillo. Ubicado en la margen derecha del río Arlanzón, se encuadra entre el valle de este río y el del río Ubierna, en paralelo al río Vena, afluente del Arlanzón en la vertiente meridional del cerro.

Compuesto geológicamente por margas, arcillas, arenas y calizas blandas, posee una altitud de 950 metros, marcando un desnivel de 65 metros respecto al núcleo poblacional que se encuentra a sus pies. Así, es el punto de referencia de la ciudad y el sitio más estratégico de la zona pudiendo divisar todas las morfoestructuras aledañas: la Sierra de Atapuerca, de la Demanda, de Mencilla y de Mamblas, y los Montes Amaya configurándose como una zona de paso natural.


CONTEXTO HISTÓRICO Y ANTECEDENTES

La primera referencia humana del cerro del Castillo está vinculada a un contexto funerario, asociado a un dolmen o túmulo del Calcolítico final que fue arrasado en las fases de uso posteriores (CARMONA BALLESTERO 2013: 61-63). En este sentido, el cerro estuvo ocupado por un poblado estable por primera vez en el Hierro I, asentamiento desmantelado en el Hierro II a favor del castro de Deobrígula en la vecina localidad de Tardajos (GARCÍA GONZÁLEZ 1997: 60-66), situación que permanece intacta al menos hasta el Bajo Imperio. El registro arqueológico tiene un hiato sin evidencias durante la Tardoantigüedad y primeros siglos de la Alta Edad Media. En este momento, el cerro burgalés pudo ser nuevamente ocupado, como parece acreditado en la explanada occidental por una necrópolis y otras estructuras, cuyas características se pueden fechar en el siglo VIII-IX (ORTEGA MARTÍNEZ 1994); es decir, previas a la “repoblación” de Burgos. En este caso, la población, una pequeña comunidad, estaría encaramada al cerro, aprovechándose del alto tanto para la defensa como para la práctica de una economía pecuaria entre el río y la vega con unas pautas de supervivencia arcaicas (GARCÍA GONZÁLEZ 2008).

A falta de excavaciones y estudios que constaten un asentamiento de otra naturaleza, debemos señalar como segunda ocupación permanente la transformación del cerro en castellum. La aparición de esta fortificación se ha relacionado tradicionalmente con la iniciativa regia (Alfonso III) a través de un agente condal (Diego Porcelos) a fines del siglo IX (884), con la intención de aglutinar población en torno a ella.

Tras la construcción del castillo, la seguridad que ofrecía comenzó a atraer población y la fortaleza paulatinamente fue convirtiéndose en un alcázar-palacio en el sector sur del cerro convirtiéndolo en el lugar de reunión de las Cortes. En el s. XVI, esta residencia regia se sustituyó por otros lugares dentro de la llanura de la ciudad y la población, en un momento de prosperidad económica y social, comenzó a ocupar toda la vega del Arlanzón ensanchando la ciudad; en ese momento “la plana había vencido definitivamente al cerro” (MARTÍNEZ DÍEZ y GONZÁLEZ DÍEZ 2009). El castillo quedó en el olvido, lo que provocó que hasta inicios del siglo XIX, con las invasiones napoleónicas y su voladura, no hubiese ningún episodio reseñable a excepción de varios incendios. Así se abandonó y sólo tuvo cierta importancia en momentos puntuales como fue en las Guerras Carlistas, construyéndose en su interior varios edificios y empalizadas, o en la Guerra Civil, cuando albergó una batería antiaérea nacional (ORTEGA MARTÍNEZ 1993: 5). No fue hasta finales del siglo XX cuando, tras arduas tareas arqueológicas y arquitectónicas, se recuperaron los restos de esta fortaleza y se volvió a integrar en la vida cotidiana de la población.


ANTECEDENTES. ESTADO DE LA CUESTIÓN

Los estudios arqueológicos dedicados a la época altomedieval para la provincia de Burgos son limitados por ser un momento de una gran diversidad cultural. Es cierto que existe una abundante historiografía para este periodo (GARCÍA GONZÁLEZ 1995, 1997; PEÑA PÉREZ 1997; MARTÍNEZ GARCÍA 1997; MARTÍNEZ DÍEZ y GONZÁLEZ DÍEZ 2009) pero centrada en el análisis de fenómenos globales utilizando fundamentalmente fuentes documentales, y que no han tratado en demasía los restos materiales de las comunidades que estudiaba (ESCALONA MONGE 2002).

En lo que respecta a la cerámica altomedieval (anteriormente denominada como “cerámica de repoblación” o “cerámica condal”) los estudios parciales de cada zona permitieron un posterior estudio generalizado para todo el norte peninsular (BOHIGAS ROLDÁN y GARCÍA CAMINO 1987; BOHIGAS et al., 1989; GUTIÉRREZ GONZÁLEZ 1995; VIGIL-ESCALERA GUIRADO y QUIRÓS CASTILLO 2016). En ellos se señalan los problemas que un estudio de este tipo debe afrontar, como la falta de contextos primarios o bien definidos y la ausencia de proyectos de investigación, haciendo que el material proceda en la mayor parte de prospecciones ocasionales o intervenciones preventivas o de urgencia, cuyos objetivos y tiempos difieren de los programas de investigación. En el caso de la provincia de Burgos, podemos reducir este tipo de estudios a publicaciones realizadas en diversos soportes, pero que tratan únicamente de un yacimiento en concreto, como la Ermita de Santa Cruz (REYES TÉLLEZ 1986) o de San Nicolás (REYES TÉLLEZ y MENÉNDEZ ROBLES 1985), en las inmediaciones de la capital (PÉREZ-ROMERO et al. 2013), en Castrojeriz (ANDRIO GONZALO 1986; DE CASTRO 1973) o en Haza y Roa (MENÉNDEZ ROBLES 1989). Debido a la escasa información, es preciso acudir a otras zonas vecinas de Burgos como Cantabria, Palencia o País Vasco, territorios que en el periodo que nos ocupa atraviesan procesos similares, y cuyo registro arqueológico muestra un gran parecido para la época altomedieval.


ANÁLISIS DE LAS PRODUCCIONES CERÁMICAS

En este trabajo se va a analizar las cerámicas recuperadas en el año 2000-01 a causa de una excavación preventiva donde se recuperaron un total de 2.532 fragmentos cerámicos pertenecientes a diferentes épocas, pudiendo ver en ellos las diferentes ocupaciones que ha tenido el cerro. De todos ellos, nuestro estudio abarca un total de 764 fragmentos que inicialmente se han atribuido a la Alta Edad Media.

Análisis tecnológico y de composición

Toda la muestra presenta unas pautas comunes y muy similares en cuanto a los aspectos técnicos se refiere. En lo que respecta a las pastas, se ha determinado cómo predominan las inclusiones de caliza (en el 30,4% se presenta sola y en un 26,49% combinada con otras inclusiones), apareciendo junto al cuarzo y cuarcita, y en menor medida mica y chamota.

Dentro de la factura se identifican dos tipos: el torno o torno alto, siendo la cerámica menos representativa con un total de 45 fragmentos (5,9%) y el torno bajo o torneta, con un total de 719 fragmentos (94,1%). Esta última factura podría remontarse hasta la Tardoantigüedad (LARREN IZQUIERDO et al. 2003; VIGIL-ESCALERA GUIRARDO 2007) perviviendo hasta el s. XI, aunque en algunos casos se ha ampliado hasta el s. XIII (SÁENZ DE URTURI 1989: 58). Además, en ciertas piezas se ha detectado la combinación de ambas: mientras que la pieza generalmente se realizaría mediante un movimiento de disco lento y discontinuo muy semejante al urdido, se remataría su moldeado con el uso del torno, apreciando marcas uniformes en la parte superior, práctica documentada ya en momentos tardoantiguos con una pervivencia hasta el s. XIII (SOLAUN BUSTINZA 2005: 45).

Sobre los tipos de cocción, predominan las cerámicas realizadas en ambientes reductores (enfriamiento: reductor 59%, oxidantes 16,2%), y en ambientes oxidantes (enfriamiento: reductor 22,3%, oxidante 2,5%). El tipo de horno utilizado es difícil de discernir, puesto que son pocos los datos que se conocen sobre los aspectos tecnológicos en momentos altomedievales. La clara predominancia de las cerámicas reductoras, nos hacen plantearnos el uso de hornos de tiro, con una cocción realizada mediante contacto directo, dando así una coloración oscura, donde también se producen influjos de aire mediante corrientes de convección con la apertura de los respiraderos, que generarían enfriamientos oxidantes que podrían afectar a las piezas en mayor o menor medida según su ubicación. Por ello, sin poder afirmar claramente la utilización de un tipo concreto, y a falta de restos arqueológicos que evidencien tal actividad, únicamente podemos señalar que la cerámica fue esencialmente cocida en ambientes reductores controlados, donde posiblemente la filtración de oxígeno fuese más fuerte dando paso a coloraciones mucho más variadas y cercanas al marrón o naranja.

La decoración

Sólo un 24,94% presenta algún tipo de decoración, siendo las más frecuentes (34,85%) ciertas marcas localizadas en la parte interior del labio y realizadas por el alfarero, posiblemente con el dedo, para la recepción de una tapadera. Por ello, sería la línea incisa la decoración más representativa dentro del conjunto (22,73%) con una gran variedad en lo que respecta a su localización. La ausencia de una ordenación lógica y la gran variedad de pastas, cocciones y grosores, nos hace pensar más en temas casuísticos o funcionales en la producción más que una decoración completamente intencionada. Al mismo nivel de representatividad se encuentran ciertas marcas localizadas en la parte exterior del cuello (21,21%), exagerando la forma exvasada de los perfiles.

Únicamente nos encontramos un caso con una línea acanalada, dispuesta en la parte baja del cuello y con forma ondulada, asociada a una olla y muy característica de los primeros momentos altomedievales. Por otro lado, se da un caso de decoración cepillada con motivos reticulados, es decir, líneas paralelas ubicadas en dirección horizontal y oblicua que se cortan entre ellas. Además, se ha recuperado un asa con ungulaciones de corto tamaño y mucha profundidad, realizadas con el dedo o la uña, asociada a los cántaros o jarros, que podrían servir como marcas realizadas por los alfareros para reconocer las hornadas (SOLAUN BUSTINZA 2005).

Dentro de este apartado destacan una serie de fragmentos con decoración estriada y pintada. La cerámica estriada (o con marcas de torno), está presente en producciones con pastas muy bien depuradas, basada en líneas acanaladas horizontales dispuestas de forma paralela realizadas con la ayuda de la rotación, bien sea del torno o de la torneta. Presentando todas las líneas el mismo grosor y profundidad, únicamente difieren entre ellas por la coloración de las pastas, presentes tanto en ambientes oxidantes con coloraciones claras como en ambientes reductores. Por último, se han recuperado fragmentos con decoración pintada. Uno de ellos realizado a torneta, se basa en el esgrafiado de una línea ondulada de color azul oscuro que destaca por presentar una pasta más clara; el segundo caso realizado a torno con pastas también de ambiente reductor, conserva una franja de 1,2 cm. de color vino (Fig. 1).

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Fig.1. Fotografía de la cerámica decorada alto medieval:

1) Pintado/Esgrafiado; 2) Pintado; 3) Cepillado; 4) Estriado; 5) Estriado; 6) Estriado; 7) Línea incisa; 8) Línea incisa; 9) Ungulación.


CATEGORIZACIÓN DE LOS CONJUNTOS CERÁMICOS

Debido a la alta fragmentación y la baja representatividad, se ha optado por establecer grupos morfofuncionales siguiendo la visión tradicional de las series tipológicas mediante la observación de aspectos técnicos anteriormente descritos, la forma del perfil y el tipo de decoración, todo ello tomando como referencia diversos estudios de zonas cercanas al Castillo que comparten ciertas características, como Cantabria (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989; BOHIGAS ROLDÁN y SARABIA ROGINA 1987; GARCÍA ALONSO et al. 1987) o País Vasco (AZKÁRATE et al. 2003, 2003; SOLAUN BUSTINZA 2005).

Cerámica de cocina

Este grupo es, sin duda alguna, el más abundante en la cerámica medieval, caracterizado por la existencia de una acanaladura interior o marca realizada por al alfarero para la recepción de tapaderas, asociándose especialmente a la cerámica a torneta, algo muy usual en yacimientos altomedievales, y establecido como un factor característico de la época (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989: 126). En este tipo de cerámica sometida a una exposición al fuego y uso culinario, se han reconocido dos series: olla y cazuela.

a. Olla

Es la serie más numerosa dentro del repertorio (71,4%), llegando a diferenciar hasta siete formas distintas. Este tipo de vajilla está relacionada con la elaboración de alimentos y con una prolongada exposición al fuego, que en algunos casos ha dejado marcas en sus paredes (30%), aunque también se puede dar el caso de que las más grandes pudiesen contener alimentos (MARTÍNEZ PEÑÍN 2007: 94). En sus pastas puede apreciarse un cierto grado de depuración y han sido realizadas generalmente a torneta, aunque en ciertos momentos se aprecia un acabado a torno, cuyas marcas se pueden identificar en la zona del cuello. Por lo general presentan una forma exvasada con un cuerpo globular. Los diámetros son muy variados encontrándose entre los 9 y 29 cm., aunque predominan los diámetros de boca en torno a los 15 cm. Por el contrario, los grosores no presentan tanta variación y se ubican entre 0,5 y 0,9 cm., siendo ambos extremos casos muy especiales.

Forma 1 (17,4%). Esta forma se caracteriza por tener un labio prolongado hacia el exterior, que mantiene una marca en su parte interna posiblemente para el uso de una tapadera. Con una forma exvasada, hay una fuerte inflexión entre el borde y el hombro, que es seguido por un cuerpo panzudo. Nos encontramos paralelos fechados entre los siglos VIII-XI (GUTIÉRREZ GONZÁLEZ 1995: 80. Olla I en Cantabria) y en torno al año mil (AZKÁRATE et al. 2003: 353, fig. 22-olla 8). Debemos destacar el parecido con los restos medievales de Nájera entre los siglos XI y XIII (LOYOLA PEREA 1986: 265, nº3) decorado con líneas incisas en la parte alta del cuerpo; no conservando esta zona en nuestro registro, no se puede desechar la idea de posible decoración en su cuerpo.

Forma 2 (19,4%). Borde exvasado y cuello cóncavo desarrollado en forma vertical con una terminación saliente con pequeño diámetro superior. Suele presentar cuerpos más desarrollados. Este perfil se ha asociado a cántaro (PÉREZ-ROMERO et al. 2013: 189, fig. 7f) o como vajilla de cocina, coincidiendo con una atribución del siglo X-XI (AZKÁRATE et al. 2003: 348, fig. 20-nº10; GUTIÉRREZ GONZÁLEZ 1995: 80. Olla I en Cantabria; LOYOLA PEREA 1986: 265, nº4).

Forma 3 (22,1%). Perfil exvasado de grandes dimensiones con cuello cóncavo corto. Existen varios paralelos (BOHIGAS ROLDÁN Y SARABIA ROGINA 1987: 320, fig. II-nº12; Sáenz, 1989: 69). En Burgos se le atribuye una cronología en torno a los siglos VIII y X (ANDRIO GONZALO et al. 1992: 164, nº6).

Forma 4 (2,6%). Siguiendo las formas anteriores, difiere por mantener un gran grosor en sus paredes y un labio rebordeado al exterior con moldura, que en su parte media tiene una acanaladura además de un alisado en la cara interna para tapadera.

Forma 5 (5,3%). Perfil de forma sencilla con un labio semiplano seguido por un cuello recto corto y un arranque de un galbo de forma esférica desarrollada iniciado por un hombro muy marcado. Esto nos indica como esta forma respondería a unas grandes dimensiones con un cuerpo globular. Se encuentra un paralelo en el Castillo Altomedieval de Camargo (Cantabria), otorgando una fechas muy holgadas entre los siglos VIII y XI (BOHIGAS ROLDÁN y SARABIA ROGINA 1987: 320, fig. II-nº1).

Forma 6 (2,3%). Olla exvasada con cuerpo globular de hombros tendidos con una línea acanalada ondulada en el cuello. Sobre el perfil, encontramos ciertas semejanzas con piezas de Álava (SÁENZ DE URTURI 1989: 82, fig. XV-nº2; SOLAUN BUSTINZA 2005: 71, olla 6) y Cantabria (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989: 141, fig.VIII-nº2).

Forma 7 (2,3%). Ollita conservada casi por completo de reducidas dimensiones con una forma exvasada y una capacidad estimada entre 0,4 y 0,6 L.

b. Cazuela

La funcionalidad de esta serie se basa en la contención de alimentos para su cocinado, por lo que sus están preparadas para una larga exposición al fuego. Por lo general, este tipo de cerámica no es abundante dentro de los yacimientos, encontrando en el cerro únicamente cuatro fragmentos. Se caracterizan por un perfil de baja altura y diámetros superiores en torno a los 22 cm.

Forma 1 (7,6%). Esta forma se caracteriza por un perfil abierto, de paredes bajas con tendencia globular, con espacio para una posible tapadera y una gruesa acanaladura en la parte exterma del cuello, seguida por una carena y marcas de exposición al fuego. Una forma muy parecida se encuentra en la Catedral de Santa María en Vitoria-Gasteiz datada entre los siglos IX-XI (SOLAUN BUSTINZA 2005: 152, responde a la forma Cazuela I-Ia).

Cerámica de mesa

a. Plato

Con una utilidad polivalente tanto para servir o consumir alimentos en la mesa o en la cocina, se caracteriza por poseer una altura mucho menor que su diámetro. Su forma se basa en cuerpos convergentes, arqueados y con posibles fondos planos o cóncavos encontrados en el registro.

Forma 1 (5,3%). Forma muy abierta de plato, con labio redondeado, cuerpo muy tendido y de reducidas dimensiones. Únicamente se ha encontrado un parecido atribuible entre el siglo XI y XIII (LOYOLA PEREA 1986: 264, nº4).

Forma 2 (15,4%). De un gran diámetro, el labio genera un arranque recto, que finalmente es resuelto con una carena, lo que nos deja ver como su altura responde más a perfil de plato. Este perfil convexo carenado aparece en el País Vasco desde el siglo VIII al XIII (SOLAUN BUSTINZA 2005: 218, nº75). También se localiza en la ermita de Santa Cruz (Burgos), aunque su autor lo considera cuenco (REYES TÉLLEZ 1986: 220, nº8).

b. Jarro

Este recipiente está vinculado al almacenamiento de líquidos, ya sea para el servicio, medición o trasvase (SOLAUN BUSTINZA 2005: 65). Sin duda alguna es una de las series peor representada por un único fragmento de labio y un asa que se puede adscribir a esta funcionalidad por paralelos cercanos a la zona.

Forma 1 (2,6%).Con un labio semirredondeado al exterior y el cuello tumbado, da paso a una forma globular. No se conserva ni el pico vertedor ni ningún asa, pero por paralelos, puede responder a un asa con engrosamiento lateral muy parecida a la que se encuentra en el registro, con incisiones profundas y pequeñas. Se encuentra un gran parecido con un fragmento del País Vasco fechado entre los siglos IX-XIII (SOLAUN BUSTINZA 2005: 165-166). Otra pieza semejante se ubica en el Alfar de Arroyo, con una cronología del s. X que perduraría hasta la primera mitad del XII, aunque se puede retomar los inicios en el siglo IX (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989: 119; 143, fig. IX, nº5). En ambos ejemplos se conservan asas con decoración muy similar a la encontrada en el registro.

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Figura 2. Perfiles representativos de la tipología establecida.

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Figura 3. Selección de bordes presentes. A) Exvasado; B) Abierto

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Figura 4. Diversos perfiles que responden a la serie funcional de Olla, Forma 1.


DISCUSIÓN

En general la cerámica hasta aquí estudiada posee grandes similitudes tecnológicas, con pastas depuradas y superficies alisadas. La factura más abundante es la torneta. En ocasiones las piezas fueron finalizadas mediante torno dejando marcas de este elemento en la parte del cuello, entendiendo que el torno fue utilizado como elemento auxiliar. Se han reconocido cinco series funcionales, predominando la vajilla de cocina con ollas y en menor cantidad cazuelas, y la vajilla de mesa con platos, fuentes y jarras. A grandes rasgos, estas características responden a cerámicas que aparecen por todo el norte peninsular entre el siglo VIII y X, llegando hasta la primera mitad del siglo XI, ya que posteriormente predominarán las cocciones oxidantes y la cerámica de cocina quedará relegada en los conjuntos (MATESANZ VERA 1987; 245; AZKÁRATE et al. 2003: 323; SOLAUN BUSTINZA 2005: 46). En definitiva, las fechas relativas coinciden con la información documental, que determina el 884 como el año oficial de fundación de Burgos e inicio de la construcción del Castillo, por lo que las cerámicas se corresponderían con la primera fase de la fortaleza.

Si atendemos a cada serie, en el caso de las ollas que presentan un cuerpo globular, son, sin lugar a dudas, las más representativas (71,4%). Se han podido distinguir hasta siete formas distintas, algo que ha sido muy complejo puesto que las formas no están estandarizadas. A pesar de compartir rasgos comunes heredados de la etapa tardoantigua (PEÑIL MÍNGUEZ et al. 1986: 227), ninguna olla presenta perfiles claramente fijados, es decir, todas ofrecen formas globulares exvasadas pero con una variabilidad significativa en los cuellos, labios, capacidad, etc. Sobre el resto de formas, poco es lo que podemos reseñar, puesto que son menos abundantes en el registro y atendiendo otra vez a esa gran variedad de formas. Sobre el jarro, no hemos podido conocer el tipo de asa que portaría, aunque se ha asociado una recuperada en el registro y comúnmente vinculada a este tipo de recipientes. Probablemente, el pico vertedor, no presente en el registro, estaría adosado al propio cuerpo, al igual que sucede en otros ejemplares del mirador ubicado en el cerro del Castillo (PÉREZ RODRÍGUEZ 1994).

La gran variedad de formas existentes en cada serie cerámica nos indica que las producciones no debieron estar insertas en las redes de comercio, puesto que, cuanto mayor es la variabilidad, creemos que más local debe ser la producción. Así, podríamos definir estas cerámicas como producciones domésticas y/o locales adaptadas a las necesidades de cada momento (SOLAUN BUSTINZA 2005: 365). Hay autores que señalan que para estas cronologías, ciertas cerámicas oxidantes podrían estar dirigidas a redes de intercambio (AZKÁRATE et al. 2003: 366). En nuestro caso, la muestra oxidante es tan poco significativa que al predominar las cerámicas reductoras, apuntamos más hacia un desarrollo local que podría tener ciertos contactos con los flujos comerciales, pero que éstos no influyeron de manera determinante a la hora de fabricar los modelos cerámicos. Esta teoría tendrá que ser confirmada, afinada, corregida o rechazada con futuros estudios, donde la muestra sea mucho mayor y así poder determinar si este intercambio pudo ser posible, ya que la ausencia de estudios cerámicos en la provincia únicamente nos permite enunciar tal propuesta, teniendo como base la existencia de distintos grados de producción, especialización y comercialización en el País Vasco (SOLAUN BUSTINZA 2005).

En lo que respecta a la decoración, únicamente se ha podido constatar en una forma cerámica. Se trata en concreto de una línea acanalada ondulada en la parte baja del cuello de una olla. Este tipo de motivo ornamental se presenta por toda la zona norte de la península en los primeros años medievales (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989: 128-129) y ha sido fechado dentro de una amplia horquilla cronológica que abarca del s. VIII al XII (SOLAUN BUSTINZA 2005: 77). Otro tipo de decoración abundante es la línea incisa, ya sea dispuesta de una forma simple con líneas o peinada, siendo menos representativa. Los estudios consultados le atribuyen una cronología que va desde el s. VIII a mediados del X si es peinada, y hasta mediados del s. XI si se basa en líneas incisas simples (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1987; BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989; AZKÁRATE et al. 2003; SOLAUN BUSTINZA 2005).

Sobre la cerámica pintada, en el Castillo de Burgos únicamente hemos recuperado dos fragmentos con esta decoración. Uno de ellos respondería a la técnica del esgrafiado, probablemente perteneciente a los momentos iniciales, pero que a falta de paralelos, únicamente nos podemos guiar por la propia técnica. El segundo ejemplar aparece decorado con una banda gruesa pintada en color vino resultado de la aplicación de óxido de hierro como pigmento. En el yacimiento de Los castros de Lastra (Álava), este tipo de decoración se produce sobre pastas más decantadas con motivos geométricos, algo que no podemos conocer en nuestro caso debido a la alta fragmentación, asociándose a los primeros momentos medievales (SÁENZ DE URTURI 1989: 59). La atribución cronológica para estas pinturas es más dificultosa, ya que no hemos encontrado grandes ejemplos que se asemejen. A pesar de ello, se establece como datación de esta decoración pintada en tonos rojos desde el s. VIII a la primera mitad del XI (SOLAUN BUSTINZA 2005: 77), que de nuevo viene a coincidir con las fechas relativas proporcionadas hasta el momento.

Por último debemos mencionar la cerámica estriada, decoración presentada tanto en pastas claras como oscuras, con inclusiones de tamaño fino y medio, y realizadas a torneta. Sin duda alguna, la decoración estriada es un claro indicador de los primeros momentos altomedievales (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989: 125), testimonio que encontramos repartido por Cantabria, País Vasco, Palencia e incluso en Burgos, en el Monasterio de San Juan de Hoz, donde aparecerá por primera vez en torno al s. IX aunque en ocasiones podrá durar hasta s. XI (BOHIGAS ROLDÁN et al. 1989: 125). Sobre a qué forma podría responder, por lo general suele estar vinculada a ollas y jarros (PÉREZ RODRIGUEZ 1994), aunque en nuestro caso no podemos asociarla directamente con ninguna. La aparición de estriado en cerámica reductora con grosores similares a los de las ollas, podría hacernos sospechar que predominara en este tipo de piezas, lo mismo que sucede en el País Vasco (SOLAUN BUSTINZA 2005).

Es probable que inicialmente las cerámicas medievales del Castillo de Burgos hayan sido interpretadas como cerámicas protohistóricas por la profunda semejanza, tanto por su coloración otorgada por ambientes reductores, falta de decoración, grosor y una factura realizada con elementos “arcaicos”, a mano o mediante el uso de la torneta dejando el torno como elemento esporádico. Además, esta “simpleza” ha hecho que quede relegada de las áreas de estudio. Hay quienes han querido ver en este fenómeno una supervivencia de prácticas pasadas frente a las influencias externas, como fueron las interiorizadas tras la romanización (PEÑIL MÍNGUEZ et al. 1984: 227). En nuestro caso, apuntamos más por la teoría de que no se trata de un “revival”, sino que las semejanzas se deben a ser el resultado de ciclos productivos similares, solamente explicable por la existencia de un contexto histórico y condiciones económicas específicas, más que a la intención de volver a prácticas pasadas o la constatación de un retroceso cultural (AZKÁRATE et al. 2003: 323).

Es más, ciertas investigaciones (AZKÁRATE et al. 2003; SOLAUN BUSTINZA 2005), señalan que esta forma de producción de cerámica con cierto grado de tratamiento en época medieval, responderían a prácticas artesanales locales semiespecializadas con talleres individuales dispersos con una cierta organización productiva detrás. Las pastas menos depuradas, responderían no a un desconocimiento de las técnicas, sino a la utilización de desgrasantes gruesos para aumentar la resistencia térmica de un grupo cerámico destinado mayoritariamente, como ya hemos visto, a las labores de cocina, cuando aún no se habían desarrollado sistemas de cocción más sofisticados ni se empleaban todavía formas de corrección de las arcillas que permitan adaptarlas mejor a estas funciones. Por lo tanto, estas características se pueden asociar a momentos donde primaba la funcionalidad de la cerámica sobre su resultado visual con una producción local.


CONCLUSIÓN

En la cerámica recuperada en el Castillo de Burgos e inicialmente vinculada a momentos altomedievales se puede observar una predominancia de ambientes reductores, aunque comienza a haber una mayor representatividad de la cerámica oxidante. La decoración, mucho menos variada, se basa principalmente en dos fragmentos pintados y líneas incisas y estriadas. En este caso, hemos identificado dos tipos de series morfofuncionales: cerámica de cocina y vajilla de mesa. La cerámica de cocina, donde la mayor parte de los fragmentos presenta una acanaladura interior para el uso de una tapadera, es la serie mejor representada con las ollas como elemento predominante, seguida por dos casos identificados como cazuela. La cerámica de mesa, con menor representación, queda identificada con platos y un jarro.

Con todo lo expuesto, hemos determinado que el conjunto aquí estudiado se puede encuadrar entre el s. VIII al XIII, pudiendo reducir el intervalo entre la segunda mitad el s. IX, momento de construcción de la fortaleza y el s. X o primera mitad del s. IX. Estas cerámicas pueden responder a producciones locales sin estandarizar y con posibles artesanos semiespecializados con un radio de acción todavía desconocido.


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* Universidad de Granada