DATACIONES RADIOCARBÓNICAS PARA EL ESTUDIO DE LA TRANSICIÓN AL CALCOLÍTICO EN ANDALUCÍA. UN ENFOQUE DESDE LA CRONOLOGÍA BAYESIANA

RADIOCARBON DATES AS A MEANS OF STUDYING THE TRANSITION TO THE CHALCOLITHIC IN ANDALUSIA. A BAYESIAN CHRONOLOGY APPROACH

Rafael SOLER ROCHA *

Resumen

La incorporación a la investigación arqueológica de nuevas aplicaciones estadísticas al estudio de las dataciones absolutas, en especial la Suma de Probabilidades y la Inferencia Bayesiana, ha permitido superar en cierta medida la dicotomía tradicional entre cronologías absolutas y cronologías relativas. A partir de dichas herramientas, se ha llevado a cabo una revisión del registro radiocarbónico entre 3600–2600 cal BC con el objetivo de profundizar en la transición a la Edad del Cobre en Andalucía. Para ello, hemos realizado una propuesta de estudio partiendo del análisis diacrónico de los asentamientos fortificados, el ritual funerario y las producciones cerámicas.

Palabras Clave

Cronología, Transición, Jerarquización Social, Estadística Bayesiana, Suma de Probabilidades de las Dataciones Absolutas.

Abstract

Incorporating new statistical applications in the archaeological research as a means of studying absolute dates, particularly the Summed Calibrate Date Probability Distributions and the Bayesian Inference, has allowed us to overcome at some extent the traditional dichotomy between absolute and relative chronologies. Using these tools, we carried out a review of the radiocarbon data between 3600–2600 cal BC in order to acquire a deeper understanding of the transition to the Copper Age in Andalusia. In this sense, a type of study has been proposed based on diachronic analysis of fortified settlements, funerary ritual and pottery productions.

Key Words

Chronology, Transition, Social Hierarchy, Bayesian Statistic, Summed Calibrated Date Probability Distributions (SCDPD).


INTRODUCCIÓN

Los inicios de la Edad del Cobre en Andalucía ha venido siendo un tema fuertemente controvertido, sobre todo desde el abandono en los años ochenta de las tesis difusionistas (MOLINA y CÁMARA 2006:47). Asimismo, como resultado de la dilatada incidencia que ha tenido la Arqueología Histórico-Cultural (NOCETE 2001:31), nos encontramos que en la actualidad ha seguido predominando una cierta imagen de indefinición al respecto. La cuestión no es baladí y en gran medida ha sido consecuencia no sólo de las limitaciones del registro arqueológico sino también del énfasis dado a las distintas evidencias empíricas–metalurgia, medio ambiente, demografía–dentro de cada una de las propuestas teóricas sobre los orígenes de la jerarquización social (AFONSO y CÁMARA 2006; ARTEAGA 2001; CHAPMAN 2008; CÁMARA y MOLINA 2006; DÍAZ DEL RÍO 2011; GARCÍA y HURTADO 1997; GILMAN 2001; LULL et al. 2015; MOLINA et al. 2016; NOCETE 2001; 2014).

Básicamente la mayoría de estas posturas han seguido basculando entre el grado de continuidad o ruptura planteado en relación al sustrato histórico precedente (CÁMARA y MOLINA 2006). En este sentido, nos encontramos con autores que, incluso, niegan la validez de la periodización tradicional con afirmaciones como que “nos hemos inventado el Calcolítico (…) se reveló como un periodo que difuminaba sus rasgos con los del Neolítico Final del que procedía, sin que, en realidad, cupiera individualizarlo…” (HERNANDO 2001: 233); lecturas más o menos eclécticas (DÍAZ DEL RÍO 2013; GARCÍA 2006; GARCÍA et al. 2011; MÁRQUEZ y JIMÉNEZ 2010); y finalmente propuestas que, por el contrario, sitúan a finales del IV Milenio BC una auténtica transformación con el desarrollo de las primeras formaciones sociales clasistas (MOLINA et al. 2016; NOCETE 2014).

En el caso de las primeras aproximaciones, derivado de ciertas lecturas de las tesis de J. M. Vicent (1990), se ha defendido la continuidad de lo que, difusamente, ha venido a denominarse “modo de vida campesino” (HERNANDO 2001), que entroncaría con los primeros tiempos neolíticos (VI Milenio cal BC), y donde apenas habría transformaciones hasta la “revolución de los productos secundarios” (SHERRAT 1981). De esta manera, las formaciones sociales comunitarias habrían seguido manteniendo una movilidad de amplio espectro, sin que existieran asentamientos estables (MÁRQUEZ y JIMÉNEZ 2013), y en el caso del ritual funerario, aun cuando algunos autores hablan de cambios a comienzos del Calcolítico “… las prácticas funerarias tuvieron lugar en el marco de una importante continuidad de fondo…” (GARCÍA et al. 2011:147-148).

Ciertamente, desde el punto de vista del registro empírico, este tipo de lecturas se enfrentan a un estado actual (MOLINA et al. 2016) que permite retrotraer la importancia y el impacto que la introducción de las prácticas agropecuarias habría tenido sobre el proceso de sedentarización hasta los comienzos mismos del Neolítico (CÁMARA y RIQUELME 2015; MOLINA et al. 2012; PEÑA et al. 2013). Pero que fundamentalmente pone de relieve, más si cabe, la complejidad de los diferentes ritmos e intensidades, duraciones, aceleraciones y frenazos del desarrollo histórico que condujo a la aparición de las primeras formas de desigualdad social (MOLINA et al. 2016; NOCETE 2014). Pese a todo, la documentación cronológica sigue siendo aún insuficiente (BALSERA et al. 2015a).

En este sentido, para acercarnos a esa indefinición las lecturas temporales deben plantearse atendiendo a cómo se fueron entrecruzando los distintos momentos de coyuntura dentro del tiempo largo (VILAR 1980) que se inició con la introducción de la economía agropecuaria (MOLINA et al. 2016:318) y que desembocó durante el IV Milenio BC en una serie de transformaciones en los patrones de asentamientos, el ritual funerario, etc., expresión de un creciente desarrollo desigual donde, como dice J. A. Cámara (1998:432): “en el Neolítico Final lo fundamental, lo que va a adquirir mayor relevancia, aparte de la oposición entre sexos, va a ser la oposición exterior, que rápidamente se convertirá en justificante y fuente de oposición interior…”. Es decir, al enfrentarnos a realidades históricas, y por tanto dinámicas, como ya apuntara F. Nocete (2001:24), resulta fundamental adoptar una perspectiva diacrónica desde la que contrastar esos momentos de coyuntura. Es aquí donde encuentra sentido hablar de transición a la Edad del Cobre.

Presupuestos teóricos

En este sentido, si aceptamos una noción de tiempo histórico dinámico (VILAR 1980), no estático, definido como relación social (BENSAÏD 2013:131), entonces debemos empezar mostrando nuestro rechazo explícito al estudio de la continuidad, pues dicho dinamismo no implica sino que en el plano real la única continuidad es la transformación constante de unas formaciones sociales (CÁMARA 1998; NOCETE 1994; PATTERSON 2014), cuyo fin último es asegurar la supervivencia y reproducción inmediata de la vida (ENGELS 1884). El cambio–a través la dialéctica pasado/presente/futuro, teoría/dato–define nuestro trabajo (FONTANA 2005; VILAR 1980). Y dichos cambios deben buscarse en las relaciones sociales de producción, en las transformaciones de la organización de la producción, su dirección y sus resultados, en sus manifestaciones, expresiones y productos (MOLINA et al. 2002), es decir, en el caso del registro arqueológico, la cultura material (CÁMARA 1998; CASTRO et al. 2001).

Los cambios históricos son siempre el resultado de las diversas luchas de la humanidad (MARX y ENGELS 1848), de todas aquellas relaciones contradictorias que aparecen alrededor de la producción, su evolución y resultados, y que cuando se revisten de explotación hacen emerger el conflicto. En este sentido, cuando una formación social se ve en la imposibilidad de mantener su sistema productivo por los factores que sean–explotación, guerras, contestación, etc.–aparece “la ventana de la transición” (GRAMSCI 2005:309-312, 410-411), es decir, resultado de dichas contradicciones se incorporan nuevos mecanismos sociales para asegurar la reproducción inmediata, lo que, evidentemente, termina generando cambios, más o menos inmediatos, y a distinta escala, en las fuerzas productivas, las relaciones de producción y sus sistemas de justificación ideológicos (CÁMARA 1998:99). Por tanto, la transición se define del conflicto resultante cuando ninguno de los modos de producción que se articulan dentro de una formación social mantiene la hegemonía ni logra hacerse con el control de la reproducción social (NOCETE 1994:120; POULANTZAS 1969:197; PATTERSON 2014:100-101). Asimismo, estas contradicciones se caracterizan en términos temporales por el desarrollo de una fase en la que la agudización y la visibilidad tanto de las luchas como de las resistencias llegan a expresarse de forma más abierta (MARX 1852:230), y que en términos históricos termina con la implantación de unas nuevas relaciones de producción dominantes y con la reubicación de las demás, lo que no quita, en ningún caso, que aquéllas que quedan subordinadas puedan acarrear a posteriori importantes transformaciones de la estructura social (CÁMARA 1998:103-105; GRAMSCI 2005: 412-413). En cualquier caso, como proceso histórico real, cada transición es siempre diferente (VILAR 1980), compartiendo la característica fundamental de que todas terminan con el cambio.

En este sentido, estamos de acuerdo con P. Vilar en que para abordar el estudio del desarrollo histórico resulta fundamental lo que denomina la exigencia cronológica (VILAR 1980:105). Es decir, el recurso a la datación de la manera más precia posible es imprescindible (BATE 1998:76-78), no ya para para la definición y delimitación de cualquier periodo de transición sino, y en definitiva, para enfrentarse a la explicación del cambio histórico (GRAMSCI 2005:412).


OBJETIVOS Y METODOLOGÍA

De este modo, para tratar de acercarnos a la indefinición que tradicionalmente ha existido entre el Neolítico Final y Cobre Antiguo (CÁMARA et al. 2005; 2010a; MOLINA et al. 2004; 2012), nos hemos centrado en el análisis de la evolución diacrónica que a nivel regional presentan las producciones cerámicas, los asentamientos fortificados y las construcciones funerarias, utilizando como eje fundamental la información radiocarbónica disponible (BALSERA et al. 2015a; CASTRO et al. 1996). Si bien en términos específicos los límites temporales objeto de estudio estarían situados entre finales del IV y comienzos del III Milenio BC, hemos ampliado el intervalo analizado hasta 3600–2600 cal BC. La razón estriba fundamentalmente en que para la realización de algunas operaciones, como la suma de probabilidades, se requieren de conjuntos de dataciones amplios (MICHCZYNSKA y PAZDUR 2004; WILLIAMS 2012).

Asimismo, para llevar a cabo inferencias de tipo histórico a partir de los cambios y transformaciones de manifestaciones arqueológicas que tuvieron una larga proyección, en los últimos años el estudio de las dataciones absolutas ha cobrado un renovado impulso (BAYLISS 2009; SCARE et al. 2011; WHITTLE et al. 2011) gracias a la aplicación de procedimientos estadísticos como la suma de probabilidades (BALSERA et al. 2015b; WILLIAMS 2012) y sobre todo la inferencia bayesiana (BRONK RAMSEY 2009; BUCK 2004). En este sentido, partiendo de que en Arqueología las dataciones absolutas encuentran poca utilidad sin su respectiva contextualización y estudio arqueo-estratigráfico (BOARETTO 2009), estamos de acuerdo que la introducción de los enfoques bayesianos ha supuesto la superación de la clásica dicotomía cronologías absolutas vs cronologías relativas (JOVER et al. 2014; LULL et al. 2011) por las posibilidades de incorporar al estudio de las dataciones información cronológica de otra naturaleza, como puede ser la estratigrafía, la cultura material (BRONK RAMSEY 2009; BUCK 2004).

De hecho, trabajos recientes han probado cómo la aplicación de estas aproximaciones estadísticas a conjuntos amplios de dataciones absolutas (BALSERA et al. 2015a; CAPUZZO et al. 2014; MANNING et al. 2014; WILLIAMS 2012) pueden utilizarse para apuntar tendencias del desarrollo histórico, incluso a escala regional. Pero para ello resulta fundamental disponer de un registro radiocarbónico amplio y contextualizado (BOARETTO 2009), lo que por desgracia está lejos de ser una realidad en Andalucía (BALSERA et al. 2015a; CÁMARA Y MOLINA 2015; CASTRO et al. 1996; GILMAN 2003; GARCÍA et al. 2011; MOLINA et al. 2012).


BASE DOCUMENTAL: LAS DATACIONES ABSOLUTAS (3600–2600 cal BC)

Así pues, para este estudio hemos seleccionado hasta un total de 290 dataciones absolutas (SOLER 2016:495-514) teniendo como criterio fundamental que al menos uno de los valores de la distribución de probabilidad a rango 2σ quedara dentro del 3600–2600 cal BC. En este sentido, lo primero que nos encontramos es que desconocemos el contexto arqueológico de 36 dataciones (12,41%), mientras que por otro lado hasta 62 poseen desviaciones típicas de ±100 años (21,3%).

Características generales

La muestra seleccionada dista mucho de ser homogénea si atendemos a su distribución territorial por provincias. Así, frente a las 77 dataciones absolutas de Almería en el otro extremo se encontraría Córdoba que únicamente dispone de 9. Un tercer grupo más parejo estaría representado por Jaén (55), Huelva (46) y Sevilla (41), y un cuarto grupo con Málaga (25), Granada (20) y Cádiz (17) con registros igualmente pobres. Sin embargo, si comparamos esta situación con el cuadro que ofrecían L. García et al. (2011:143-144), donde se recopilaron un total de 660 dataciones absolutas para toda la Prehistoria Reciente de Andalucía y Extremadura, nuestra muestra supone para un único milenio y dos provincias menos casi el 44% de la base de datos de estos autores, por lo que, en principio, habría que preguntarse por qué hay una mayor concentración de dataciones en este intervalo en comparación con otros momentos de la Prehistoria (BALSERA et al. 2015b).

En cualquier caso debemos ser cautos pues, ciertamente, las 290 dataciones proceden sólo de 65 yacimientos arqueológicos distribuidos de manera desigual. Por ejemplo, zonas como las campiñas cordobesas, la ribera del valle medio del Guadalquivir, que para el periodo estudiado cuenta con un importante registro arqueológico (CARRILERO y MARTÍNEZ 1985; NOCETE 1994; 2001), no aparecen representadas. Y de igual manera, si bien la media estaría en 4,46 dataciones por yacimiento, si atendemos a los valores modales la realidad es que hay hasta 28 yacimientos que únicamente cuentan con 1 datación, seguido de otros 10 sitios que tendrían 2 dataciones. Esto quiere decir que el 58,46% de los yacimientos estudiados únicamente disponen de una o dos dataciones, lo cual no sólo evidencia la pobreza real del registro radiocarbónico (BALSERA et al. 2015a) sino la peligrosidad de caer en una sobrerrepresentación del tiempo.

Por otro lado, en principio parece claro el dominio que tienen los contextos domésticos representando más del 50% de la muestra, y donde además los asentamientos al aire libre (80,34%) confirman la ruptura respecto a los milenios precedentes (MOLINA et al. 2012; SPANEDDA et al. en prensa) frente a un medio kárstico que progresivamente queda reducido al uso estacional (4,13%) y funerario (1,7%). En este sentido, más allá de evidentes sesgos, esta tendencia apunta a una mayor fijación y sedentarización de las formaciones sociales a partir del IV Milenio BC (CÁMARA y RIQUELME 2015; MOLINA et al. 2016; NOCETE 2014).

Otra manera de abordar la caracterización de la muestra puede ser atendiendo a las definiciones que desde el punto de vista historiográfico se suelen repetir en la bibliografía (BALSERA et al. 2015a; MOLINA et al. 2016) (Fig.1). Así tenemos que tanto fortificaciones con fosos como fortificaciones en piedra aparecen representadas con 80 y 82 dataciones respectivamente, por lo que acumulan un 55,86% del total. Seguirían los asentamientos con fosas excavadas, con 39 dataciones, y los asentamientos de cabañas con zócalos de piedra con 36. Y dentro del conjunto de las necrópolis, si atendemos a una clasificación básica (GARCÍA et al. 2011), en primer lugar tenemos los enterramientos individuales en fosa simple con 14 dataciones, seguidos de megalitos, cuevas artificiales y tholoi con 13 cada grupo, y los enterramientos en cuevas naturales con 5 dataciones. No obstante, las 13 dataciones de los tholoi proceden en realidad de 4 sepulcros, las cuevas artificiales suman un total de 7, los megalitos 9 y las cuevas naturales 2. Eso sí, al menos en los casos de las construcciones funerarias con varias dataciones, en general, se fechan distintos momentos de uso.

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Fig. 1. Yacimientos arqueológicos con dataciones absolutas entre el 3600–2600 cal BC.


Ciertamente hay que admitir que esta última clasificación es bastante criticable ya que supone asignar definiciones estáticas a realidades históricas dinámicas, como en el caso de yacimientos con varias dataciones para su secuencia temporal donde cada una de ellas podría ser asignada a distintas etiquetas. Pensemos si no en la secuencia diacrónica de yacimientos como Los Castillejos (CÁMARA et al. 2005; 2010a) e inclusive a nivel sincrónico en casos como Los Millares (MOLINA y CÁMARA 2005) o Marroquíes Bajos (CASTRO et al. 2010) donde se han documentado tanto murallas como fosos (CÁMARA y MOLINA 2013). Se trata pues de una clasificación que sigue siendo historicista, y que de no ser manejada críticamente corre serios riesgos de caer en el formalismo arquitectónico (JORGE 2003; MÁRQUEZ y JIMÉNEZ 2010), por lo que su uso se justifica, casi exclusivamente por su utilización en la literatura arqueológica.

Distribución de frecuencias por periodos crono-culturales

Atendiendo a la distribución de frecuencias de cada una de las dataciones agrupadas por cada una de las fases de la periodización de la Prehistoria Reciente (CÁMARA et al. 2010a; MOLINA et al. 2004; 2012) (Fig. 2), si consideramos por un lado el rango 1σ del conjunto de la muestra, aparece una tendencia lineal sostenida al aumento de dataciones que, en primer lugar, parece que sería resultado del interés que han suscitado tradicionalmente determinados periodos como el Calcolítico del Sureste (NOCETE 2001). En cualquier caso, si bien no estamos en condiciones de apoyarlo con una muestra tan pequeña, en principio tampoco se deben descartar otras razones como posibles cambios demográficos (BALSERA et al. 2015b; SPANEDDA et al. 2015), así como una mayor visualización del poblamiento resultado de la fijación al territorio como consecuencia de la crisis que durante el IV Milenio cal BC se produjo en la estructura de las formaciones sociales comunitarias (CÁMARA y RIQUELME 2015; MOLINA et al. 2012; 2016; NOCETE 2014). En este sentido, si tomamos ahora el rango 2σ de la muestra y se estudia la tendencia polinómica aparecen dos modas claramente diferenciadas que refieren al aumento significativo de dataciones que se produce para finales del Neolítico Tardío y que posteriormente tiene una réplica todavía mayor a partir del Cobre Pleno. Entre ambas queda un Cobre Antiguo infrarrepresentado, con 6 dataciones a 1σ (2,06%) y 2 a 2σ (0,68%). Por el contrario, el Neolítico Final posee un total de 22 dataciones a 2σ (7,58%) y 28 a 1σ (9,65%), mientras que a su vez se confirma ese carácter de indefinición, encontrándonos con 46 dataciones tanto a 1σ como a 2σ (15,86%) con valores que tendrían probabilidades de situarse en ambos periodos.

A tenor de estos datos, no parece que debamos interpretar este nuevo comportamiento exclusivamente a partir de los azares propios del sesgo historiográfico, sino que proponemos que en este caso las preguntas deben formularse en términos históricos, planteándonos la hipótesis de que tal vez este comportamiento esté dibujando, en cierto modo, un hipotético marco de coyuntura entre ambas modas.

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Fig. 2. Distribución de frecuencia de las dataciones absolutas consideradas según la periodización.


Suma de probabilidades del conjunto de la muestra

La suma de probabilidades del total de dataciones seleccionadas (Fig. 3) nos muestra, en general, un comportamiento similar al que han evidenciado otros estudios con muestras más amplias (BALSERA et al. 2015a; 2015b). Así, en primer lugar, observamos cómo aparece una mayor acumulación de probabilidades (14% de media) en el último tercio del IV Milenio cal BC, concretándose un comportamiento de meseta que queda definido por la presencia de dos picos fundamentales: el primero tras una fuerte escalada desde un valle (3450–3400 cal BC) que deja atrás un comportamiento mucho más abrupto; y el segundo que corresponde a la gran inflexión del 2900 cal BC. No obstante, poco antes de este segundo pico aparece otro hacia 3000 cal BC como un breve antecedente de lo que sucederá en poco más de un siglo. A partir de 2900 cal BC se desarrolla una nueva meseta algo más quebrada, donde se acumula el mayor porcentaje de probabilidades de toda la curva (20-40% aprox.) hasta la caída súbita que se produce poco después de mediados del III Milenio cal BC como resultado de situar el límite del muestreo en el 2600 cal BC.

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Fig. 3. Suma de probabilidades del total de las dataciones absolutas.


Si comparamos la evolución diacrónica de la distribución de la suma, efectivamente, el cambio de tendencia se produce hacia 2900 cal BC, sin embargo, previamente aparece el pico de poco antes del 3000 cal BC que se destacaría nítidamente del comportamiento de meseta de los cuatrocientos años anteriores. Dicho pico a su vez también se muestra como un intento fallido de escalada que desemboca en el valle de alrededor del 2950 cal BC, y que con una densidad mayor a la media de los siglos precedentes (16% aprox.) abriría un breve periodo de coyuntura que concuerda con lo que dibujaba la tendencia polinómica anterior.

No obstante, cuando se lleva a cabo la suma de probabilidades con un número no muy elevado de dataciones absolutas, como en nuestro caso, se recomienda siempre contrastar sus resultados con otro análisis estadístico (WILLIAMS 2012). En nuestro caso, hemos procedido a su contrastación agrupando todas las dataciones dentro de un modelo bayesiano de fase única (BRONK RAMSEY 2009) y discriminado todas aquéllas que estuvieran situadas justo en los límites del intervalo 3600–2600 cal BC y dispusieran de desviaciones típicas por encima de ±100 años. Con ello no sólo pretendemos ganar en certidumbre sino evitar un falso efecto de dispersión más allá de donde realmente se agrupan y concentran la mayoría de muestras que fueron correctamente datadas.

Así pues, con una significación del 89,6% (Fig. 4), el modelo bayesiano –cuya única condicionalidad es que las dataciones seleccionadas mantengan entre sí relación como pertenecientes a una misma línea temporal continua– confirma la validez del procedimiento anterior. Pero además nos propone como eventos de inicio de fase 3748–3720 cal BC 1σ, 3771–3710 cal BC 2σ, y como final de fase 2479–2461 cal BC 1σ, 2487–2450 cal BC 2σ, por lo que en cierto modo también apoya el procedimiento de muestreo seguido.

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Fig. 4. Eventos del modelo bayesiano de fase única para el total de la muestra.


LAS PRODUCCIONES CERÁMICAS

En esta ocasión hemos vuelto a repetir el procedimiento de la suma de probabilidades pero desagregada en dos conjuntos con el objetivo de analizar la cronología relativa que tradicionalmente se ha utilizado para la construcción de las secuencias culturales. Se trata de un tema de largo recorrido, que ya F. Nocete crítico al cuestionar el esquema trifásico “formas carenadas–labios engrosados/almendrados–campaniforme” que había servido para la periodización del Calcolítico sobre todo en el Suroeste (NOCETE 2001:31-33). No obstante y pese al descrédito de los “fósiles-directores”, éstos han seguido utilizándose, redundando todavía más en la confusión que ha terminado generando el denominado horizonte de las cazuelas carenadas (MARTÍN et al. 1996), metáfora de la indefinición que ha existido entre el Neolítico Final y el Cobre Antiguo (LIZCANO et al. 1991-1992).

Así pues, a partir de dos de las mejores secuencias estratigráficas, como las de Los Castillejos (CÁMARA et al. 2005; 2010a) y el Polideportivo-La Alberquilla (AFONSO et al. 2014; LIZCANO et al. 1991-1992) donde las formas carenadas aparecen en los niveles del Neolítico Final y evolucionan en el Cobre Antiguo hacia los platos y fuentes de borde engrosado, hemos confeccionado dos conjuntos de dataciones seleccionando únicamente aquéllas donde se ha podido diferenciar claramente la producción cerámica que aparecía asociada dentro del depósito arqueológico donde fue tomada la muestra:

a) Grupo NF: con un total de 47 dataciones procedentes de contextos arqueológicos donde se han documentado restos de formas carenadas sin que existan noticias sobre la presencia de otras formas como las fuentes y platos de borde engrosado.

b) Grupo CA/P: con un total de 42 dataciones absolutas procedentes de contextos arqueológicos donde se han documentado tanto fuentes y platos de borde engrosado y labios almendrados.

Suma de probabilidades

Si echamos un vistazo a las sumas de probabilidades de ambos conjuntos (Fig. 5), lo primero que llama la atención son las semejanzas que mantiene con la suma del total del conjunto, mostrándose en el caso del conjunto “NF” un comportamiento de meseta entre 3400–3100 cal BC, pero que esta vez cae de manera abrupta para inmediatamente formar el pico del 3000 cal BC aunque de mucha menor intensidad. Por su parte, el conjunto “CA/P”, también confirma a grandes rasgos el comportamiento anterior, aunque en este caso aparece de manera más clara el pico del 3000 cal BC y ese corto valle que se formaría a continuación hasta la gran inflexión del 2900 cal BC.

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Fig. 5. Suma de probabilidades de los conjuntos “NF” y “CA/P” con Calib (STUIVER et al. 2004).


Los problemas aparecen cuando analizamos la densidad de los intervalos temporales que Calib (STUIVER et al. 2004) calcula en términos de probabilidad. En este sentido, el conjunto “NF”, tendría una probabilidad al 99% de haberse desarrollado entre el 3966–2878 cal BC al rango 2σ, lo que nos permite concretar más bien poco, aunque si consideramos el rango 1σ las expectativas mejoran con un intervalo del 3376–3014 cal BC al 77% de probabilidad. En el caso del conjunto “CA/P” su desarrollo se situaría entre 3120–2396 cal BC 2σ al 95% de probabilidad, mientras que a 1σ tendríamos por un lado 2635–2480 cal BC al 40% y por otro 2814–2678 cal BC al 33% como intervalos más probables.

Creemos que la explicación a estos intervalos tan alargados podría estar en las dificultades que tradicionalmente han acompañado al establecimiento de cronologías relativas en relación al Neolítico Final y los inicios del Calcolítico (LIZCANO et al. 1991-1992) derivado de las dificultades para datar los rellenos de las construcciones subterráneas (CÁMARA et al., 2010b; MÁRQUEZ y JIMÉNEZ 2010). De hecho, la presencia en estos rellenos de uno u otro tipo cerámico no asegura una correlación directa con el evento datado, sino únicamente que formaron parte del mismo proceso de amortización, que pudo ser bastante posterior al momento de producción y uso de la cerámica (CÁMARA et al. 2011). En este sentido, del conjunto “NF” hasta el 85,10% de dataciones fueron tomadas del relleno de fosas simples, con 11 dataciones de muestras de vida larga que podría haber disparado el efecto madera vieja, y 4 de semillas carbonizadas. Por su parte del conjunto “CA/P” el 38,9% también procede del relleno de estructuras negativas y otro 30,95% de enterramientos colectivos, además de 24 muestras de vida larga. El resto de dataciones de ambos grupos proceden de huesos humanos o animales.

En principio podríamos seguir avanzando a modo hipotético tomando los intervalos a 1σ donde tendríamos 3376–3014 cal BC para las producciones de formas carenadas, 2814–2678 y 2635–2480 cal BC para los bordes engrosados. Si a su vez repetimos la operación de la suma de probabilidades pero sin distinguir ninguno de los dos conjuntos (Fig. 6), tendríamos que las manifestaciones que estamos estudiando se desarrollarían entre el 3792–2455 cal BC 2σ al 99% de probabilidad, es decir, vuelve a darnos un intervalo bastante alargado. Pero si tomamos los intervalos a 1σ, la suma de probabilidades distingue dos intervalos: 3361–3087 cal BC al 38% y 2926–2481 cal BC al 58,5%. Es decir, el primer intervalo se correspondería en términos generales con el intervalo a 1σ que la suma de probabilidades del conjunto “NF” había calculado para el desarrollo de las cazuelas carenadas al 77% de probabilidad, mientras que el segundo intervalo agruparía en uno sólo a los dos intervalos del 33% y 41% de probabilidad respectivamente del grupo “CA/P”.

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Fig. 6. Suma de probabilidades agregada de las producciones cerámicas con Calib (STUIVER et al. 2004).


Si ahora volvemos a los intervalos de densidad a 2σ de la suma de probabilidades desagregadas tendríamos que para el grupo “CA/P” el intervalo 3120–2396 cal BC nos estaría indicando que más allá de su límite más temprano no habría apenas probabilidades de que se hubieran desarrollado las producciones de platos y fuentes de borde engrosado, acercándose bastante al límite más reciente del intervalo a 1σ del 3361–3087 cal BC que la suma de probabilidades agregada apunta para el final de las producciones de formas carenadas. Y a la inversa, si cogemos el intervalo de densidad a 2σ del conjunto “NF” 3966–2878 cal BC tendríamos que la producción de formas carenadas no habría ido más allá de su límite más reciente, lo que de nuevo vuelve a acercarse al límite más temprano del intervalo a 1σ 2926–2481 cal BC que la suma de probabilidades agregada indica para lo que hemos dicho podría estar indicando el inicio de las producciones de platos y fuentes de borde engrosado.

Pero tratando de afinar un poco más, si a su vez cruzamos los límites más tempranos y recientes de los dos conjuntos que acabamos de comparar, se podría plantear que el intervalo 3120–3087 cal BC estaría marcando el final más reciente para la producción de formas carenadas, y el intervalo 2926–2878 cal BC el inicio de las producciones de platos y fuentes de borde engrosado. Y entre ambos intervalos sigue quedando ese periodo, bastante mal representado desde el punto de vista de ambas operaciones, donde todavía continúa habiendo probabilidades de que las dos producciones hubieran estado en funcionamiento, resaltándose por tanto el carácter coyuntural que del valle que se dibuja en la curva entre 3087–2926 cal BC.

Modelo bayesiano de fases contiguas: “evento de transición”

Así pues, para contrastar los resultados anteriores, hemos formulado un modelo bayesiano de dos fases contiguas (BRONK RAMSEY 2009) proponiendo como hipótesis que entre los dos conjuntos de dataciones (“NF” y “CA/P”) se hubiera producido una fase de transición, partiendo siempre de que ambos se sucedieron en el tiempo. Es decir, que la producción de formas carenadas precedió a la de bordes engrosados, y que ambas no se solaparon sino que habría existido un intervalo corto de tiempo en el que habrían convivido. El resultado presenta una significación del 113,6%, (Fig. 7), sin embargo, ante la duda macroscópica de que en realidad ambas fases estuvieran solapadas, hemos contrastado estos resultados con otro modelo bayesiano de fases solapadas y, efectivamente, esta opción sería posible pero tendría una significación más baja, del 70,8%.

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Fig. 7. Eventos del modelo bayesiano de fases contiguas de las producciones cerámicas.


Así pues, el procedimiento de inferencia sitúa el evento de transición de ambas fases entre 2988–2938 cal BC 1σ, 3018–2926 cal BC 2σ, es decir, no sólo confirma algunas de las aproximaciones anteriores sino que reduce su duración a 50 y 92 años respectivamente. Pero además nos reafirma en la hipótesis de que ese valle que dibuja la distribución de la suma de probabilidades entre finales del IV Milenio cal BC y la gran inflexión el 2900 cal BC actuaría como un episodio de coyuntura que, a partir de ahora, habría que preguntarse si cabría interpretarlo en términos de transición. De cualquier manera, tendríamos que la producción de formas carenadas se habría desarrollado, como poco, durante buena parte de la segunda mitad del IV Milenio cal BC mientras que los grandes platos y fuentes de borde engrosado la habrían sucedido, también como poco, desde finales del IV y comienzos del III Milenio cal BC. Entre ambas quedaría un corto intervalo, de menos de un siglo, en que las últimas formas carenadas habrían estado conviviendo con los primeros bordes engrosados.

De esta forma, el modelo corrobora el acierto de las propuestas que se basaron en la evolución tipológica de las formas carenadas (LIZCANO et al. 1991-1992) para el establecimiento de la secuencia cronológica del Neolítico Final y el Cobre Antiguo (CÁMARA et al. 2010a; MOLINA et al. 2012), pero también la tendencia al rejuvenecimiento que dichos esquemas parecen sufrir cuando son sometidos a este tipo de análisis estadísticos (AFONSO et al. 2014).


LOS ASENTAMIENTOS FORTIFICADOS

Como se ha probado en recientes publicaciones (BALSERA et al. 2015a), en esta ocasión hemos estudiado la evolución diacrónica de los asentamientos fortificados a partir del establecimiento de dos conjuntos de dataciones:

a) Conjunto “Fort/Fosos”: 80 dataciones de 6 yacimientos donde se han documentado grandes fosos longitudinales o evidencias indirectas: Papa Uvas (SOARES y MARTÍN 1996), Polideportivo-La Alberquilla (AFONSO et al. 2014), Carmona (COLIN 2006), Marroquíes Bajos (CASTRO et al. 2010), Valencina de la Concepción (GARCÍA 2013) y Las Eras del Alcázar (LIZCANO et al. 2009).

b) Conjunto “Fort/Piedra”: 82 dataciones de 11 yacimientos en los que se han constatado estructuras defensivas en piedra: Los Millares (MOLINA y CÁMARA 2005), Almizaraque (DELIBES et al. 1996), Zájara y Campos (CAMALICH y MARTÍN 1999), El Tarajal (ALMAGRO 1973), El Malagón (MORENO 1994), Las Angosturas (MEDEROS 1995), Villavieja (MORGADO et al. 2013), Albalate (NOCETE 2001), Cabezo Juré y la Junta de los Ríos (NOCETE et al. 2011).

Suma de probabilidades

El comportamiento de la suma de probabilidades del conjunto “Fort/Fosos” (Fig. 8) no difiere en exceso de los casos anteriores, concentrándose la mayoría de densidades entre 3713–2460 cal BC 2σ al 99% de probabilidad. Es decir, en principio parece clara la continuidad de este tipo de asentamientos, como poco, desde mediados del IV Milenio cal BC (MOLINA et al. 2016; SPANEDDA et al. en prensa). Asimismo, también se vislumbra con mayor nitidez ese valle de finales del IV Milenio cal BC que desemboca en la gran inflexión del 2900 cal BC, y que de nuevo plantearía un posible carácter coyuntural, dentro del cual podrían estar representando episodios como las transformaciones del hábitat que se produjeron tras la gran inundación del Polideportivo-La Alberquilla (AFONSO et al. 2014), o los tímidos comienzos de Carmona (COLIN 2006), Valencina (GARCÍA 2013) y Marroquíes (CASTRO et al. 2010), cuya eclosión y mayor visualización tendrá lugar ya a partir del Cobre Pleno junto a otros grandes asentamientos del Valle del Guadalquivir (NOCETE 2001).

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Fig. 8. Suma de probabilidades desagregadas de los grupos “Fort/Fosos” y “Fort/Muros” con Calib (STUIVER et al. 2004).


De hecho, si consideramos los intervalos de densidad a 1σ, la mayoría de probabilidades se agrupan entre 2933–2473 cal BC al 82%, es decir, confirmarían esa eclosión y mayor visualización a partir de la gran inflexión del 2900 cal BC, por lo que no es descabellado, plantear la consolidación definitiva de los procesos de oposición territorial que se habían venido produciendo desde el milenio anterior (MOLINA et al. 2016), como demuestra no ya la continuidad de la mayoría de estos asentamientos sino que a partir de ahora alcancen su mayor complejidad (CÁMARA et al. 2012a; 2012b; NOCETE et al. 2010; 2011).

Dicha eclosión coincide además con la del grupo “Fort/Piedra”, cuya mayor visualización se produce en la primera mitad del III Milenio cal BC. En este sentido, el intervalo de densidad a 2σ agrupa las dataciones de este conjunto entre 3118–2287 cal BC al 98% de probabilidad, confirmando el desarrollo más tardío de este tipo de fortificaciones. Así, si comparamos ambos conjuntos se aprecia cómo para el momento que se inicia el valle de finales del IV Milenio cal BC, contrariamente, en el grupo “Fort/Piedra” comienza un ligero ascenso hasta la gran inflexión del Cobre Pleno, si bien parece que esta eclosión se habría producido un poco después que la que tiene lugar en el grupo “Fort/Fosos”. Por tanto, creemos que el comportamiento de esta segunda suma de probabilidades apoyaría las propuestas de que a partir del Cobre Pleno ya estaría en funcionamiento toda la estructura territorial de Los Millares (CÁMARA y MOLINA 2013; MOLINA y CÁMARA 2005), coincidiendo además con la eclosión de otras fortificaciones repartidas por toda la geografía andaluza (NOCETE 2001; 2014).

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Fig. 9. Suma de probabilidades agregada de los asentamientos fortificados.


Finalmente, si estudiamos el comportamiento de la suma de probabilidades de ambos conjuntos agregados (Fig. 9), ahora vemos cómo desde aproximadamente el 3400 cal BC se forma una meseta constante, interrumpida hacia 3100–3050 cal BC por una inflexión que de nuevo abre ese pequeño valle que da paso a la gran inflexión del 2950–2900 cal BC, donde las densidades se disparan resultado tanto de la eclosión de las fortificaciones en piedra (MOLINA et al. 2016) como de los grandes poblados con fosos y empalizadas del Valle del Guadalquivir (NOCETE 2014).

Modelo bayesiano de fases solapadas

En este nuevo supuesto hemos planteado un modelo bayesiano de dos fases solapadas (BRONK RAMSEY 2009) considerando que tanto el grupo “Fort/Fosos” como “Fort/Piedra” tuvieron un desarrollo diacrónico distinto pero llegaron a solaparse en el tiempo. Igualmente, para tratar de conocer con mayor concreción los valores de dispersión se han discriminado todas aquellas dataciones que tuvieran desviaciones típicas por encima de ±100 años. En este sentido, el resultado del modelo presenta una significación del 106% (Fig. 10), indicándonos que el inicio de los asentamientos fortificados con fosos no iría más allá del 3623–3555 cal BC 1σ, 3680–3544 cal BC 2σ, mientras que las fortificaciones en piedra aparecerían ya a finales del IV Milenio cal BC, entre 3002–2947 cal BC 1σ, 3042–2935 cal BC 2σ, es decir, durante el valle que se formaba en la distribución de la suma de probabilidades separando la meseta del Neolítico Final de la gran inflexión del Cobre Pleno.

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Fig. 10. Eventos del modelo bayesiano de fases solapadas de los asentamientos fortificados.


En cualquier caso, en relación a esta última afirmación, el modelo bayesiano también nos indica la baja significación del 58,2% que tendría la datación Beta124523 (3333–3025 cal BC 1σ, 3351–2928 cal BC 2σ) de Los Millares, cuya secuencia (MOLINA y CÁMARA 2005; MOLINA et al. 2004) habría arrancado con anterioridad a esa importante visualización que se produce de los asentamientos fortificados a comienzos del III Milenio cal BC, reflejo de la mayor antigüedad con la que, en el caso concreto del Sureste (MOLINA et al. 2016), se habrían expresado los procesos de oposición territorial (AFONSO y CÁMARA 2006) que habían resultado de la crisis de las formaciones sociales comunitarias desde el IV Milenio cal BC.


EL RITUAL FUNERARIO

Dadas las carencias del registro radiocarbónico (BALSERA et al. 2015a; CÁMARA y MOLINA 2015; GARCÍA et al. 2011), hemos desechado la opción de la suma de probabilidades, planteando directamente un modelo bayesiano de cinco fases solapadas para estudiar los valores de dispersión en el tiempo que habrían tenido las cuevas naturales, enterramientos individuales en fosa simple, megalitos, cuevas artificiales y tholoi. En este sentido, el modelo presenta una significación del 87,1% (Fig. 11), y nos propone una evolución diacrónica donde las construcciones funerarias más antiguas serían los enterramientos individuales en fosa simple, seguirían las cuevas naturales, los megalitos, las cuevas artificiales y finalmente los tholoi.

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Fig. 11. Eventos del modelo bayesiano de fases solapadas del ritual funerario.


Además de poseer la mayor antigüedad, los enterramientos individuales en fosa simple (inicio: 3914–3717 cal BC 1σ, 4095–3664 cal BC 2σ / final: 2531–2391 cal BC 1σ, 2566–2205 cal BC 2σ) presentan también el desarrollo diacrónico más prolongado, abarcando todo el IV-III Milenio cal BC, por lo que llama la atención que la problemática de este tipo de enterramientos, en comparación al ritual colectivo, haya sido relativizada (GARCÍA et al. 2011) hasta la irrupción de las tumbas argáricas (BALSERA et al. 2015a).

Por su parte, las cuevas naturales (inicio: 3873–3683 cal BC 1σ, 4223–3657 cal BC 2σ / final: 3358–3094 cal BC 1σ, 3473–2730 cal BC 2σ) (MARTÍNEZ et al. 2014; VERA 2014) también manifiestan una antigüedad semejante, sin embargo, independientemente de si se consideran enterramientos colectivos o individuales, siguen siendo el conjunto peor conocido desde el punto de vista cronológico (GARCÍA et al. 2011).

Los megalitos (inicio: 3859–3695 cal BC 1σ, 4061–3665 cal BC 2σ / final: 2594–2414 cal BC 1σ, 2662–2192 cal BC 2σ)–sin considerar las fechas de Albertite (RAMOS y GILES 1996) por quedar fuera de los límites de muestreo–también se prolongarían durante todo el intervalo estudiado, sin embargo, al no existir minuciosas series radiocarbónicas es difícil valorar las transformaciones que se habrían producido durante el tiempo que estuvieron en uso (CÁMARA y MOLINA 2015). Y ello, creemos, ha facilitado el empleo de denominaciones–“reutilización”, “enterramientos colectivos”–que han redundado en un concepto de continuidad cultural (ARANDA 2014; BALSERA et al. 2015a; GARCÍA et al. 2011) que a veces pasa por alto de realidades históricas incluso contradictorias (CÁMARA 1998).

Las cuevas artificiales (inicio: 3353–3107 cal BC 1σ, 3548–3036 cal BC 2σ / final: 2517–2332 cal BC 1σ, 2550–2100 cal BC 2σ) apuntan a una aparición algo más tardía, durante la segunda mitad del IV Milenio cal BC, coincidiendo en gran medida con el incremento de densidades de la suma de probabilidades de los asentamientos asociado al desarrollo de las fortificaciones con fosos. Y finalmente, los tholoi (inicio: 3076–2936 cal BC 1σ, 3222–2909 cal BC 2σ / final: 2554–2445 cal BC 1σ, 2590–2330 cal BC 2σ) se situarían a finales del IV Milenio cal BC, es decir, que si consideramos el intervalo 1σ no sólo serían contemporáneos al inicio de las fortificaciones en piedra sino que además se situarían de nuevo dentro del valle de la suma de probabilidades que interpretamos como un episodio de coyuntura previo a la gran inflexión del 2900 cal BC.


CONCLUSIONES

Tendencias de la segunda mitad del IV Milenio y primera mitad del III Milenio BC

La suma de probabilidades del total de la muestra, considerando sus resultados como meramente hipotéticos dado el número de dataciones manejadas (MICHCZYNSKA y PAZDUR 2004; WILLIAMS 2012), define a grandes rasgos dos tendencias en forma de dos mesetas: la primera durante la segunda mitad del IV Milenio cal BC con un aumento sostenido y constante de densidades, y la segunda a partir de la inflexión del 2900 cal BC con un primer crecimiento, casi exponencial, de densidades. A su vez, ambas estarían separadas por una breve coyuntura (c. 3000–2900 cal BC) que también aparece representada, aunque con distintas intensidades, en el resto de operaciones, y donde además existen altas probabilidades de ubicar los cambios en las producciones cerámicas, así como el inicio de las asentamientos fortificados en piedra y los tholoi.

La periodización

Desde el punto de vista cronológico, creemos que los resultados obtenidos encuentran una correlación en la periodización de la Prehistoria Reciente (CÁMARA et al. 2005; 2010a; MOLINA et al., 2004; 2012) si bien, la novedad radica en que las formas carenadas distintivas del Neolítico Final parece que desaparecieron algo más tardíamente, en consonancia con el rejuvenecimiento propuesto para la cronología del Polideportivo-La Alberquilla (AFONSO et al. 2014). Del mismo modo, si tomamos los límites tradicionales del Cobre Antiguo (3300/3200–3000/2900 cal BC), tanto los asentamientos fortificados en piedra como los tholoi se sitúan dentro de los márgenes de esta fase pero en momentos ya avanzados, colindante con los límites del Cobre Pleno.

Efectivamente, desde un punto de vista estadístico conjunto, los resultados apuntan hacia un cierto rejuvenecimiento de la periodización, pero no es menos cierto que los cambios evidenciados dentro del episodio de coyuntura (c. 3000–2900 cal BC), desde un enfoque particular, también están presentes en momentos previos a su desarrollo, como demuestran Los Castillejos (CÁMARA et al. 2010a) o Los Millares (MOLINA et al. 2004). Por consiguiente se justificaría la validez de la misma, siempre que, como denunciaron sus propios autores (CÁMARA et al. 2010a:6), no se adopte de una manera estática.

Hipótesis sobre la transición a la Edad del Cobre

De hecho pensamos que la indefinición entre el Neolítico Final y el Cobre Antiguo, que ciertamente ha existido en términos arqueográficos, ha sido consecuencia de la clásica oposición entre cronologías absolutas/relativas y los rígidos esquemas de una tradición histórico-cultural (NOCETE 2001) cuyo descrédito ha servido, a su vez, para justificar una hipotética continuidad cultural durante buena de la Prehistoria Reciente (BALSERA et al. 2015a; HERNANDO 2001) que, en nuestra opinión, pasa por alto de muchas de las transformaciones históricas que se produjeron durante el IV-III Milenio BC (MOLINA et al. 2016; NOCETE 2014).

En este sentido, la periodización se presenta como un instrumento fundamental para contrastar las dos tendencias que estadísticamente definen el “tiempo largo” del 3600–2600 cal BC. Pero a su vez, hemos constatado cómo la mayoría de manifestaciones arqueológicas que han servido para definir la fase del Cobre Antiguo (MOLINA et al. 2004) se visualizan conjuntamente en un “tiempo corto” (c. 3000–2900 cal BC), que se entrecruza entre las dos tendencias apuntadas. De hecho, su expresión material dentro de ese intervalo, no puede ser sino el resultado, nunca la causa, de las transformaciones de mayor recorrido que se estaban produciendo en las formaciones sociales. Es ahí, en ese “tiempo corto”, donde proponemos como hipótesis que debe buscarse la transición a la Edad del Cobre.

Así pues, los resultados obtenidos indican que a partir de la segunda mitad del IV Milenio cal BC la suma de probabilidades vislumbra una primera tendencia de aumento constante de densidades debido a la consolidación de los asentamientos fortificados con fosos, y que a su vez habría sido consecuencia, de acuerdo con algunos autores (AFONSO y CÁMARA 2006), de los procesos de oposición territorial que previamente habrían resultado de una mayor fijación de las formaciones sociales al territorio (CÁMARA y RIQUELME 2015). En este sentido, el modelo bayesiano situaba el inicio de estos asentamientos entre 3623–3555 cal BC 1σ, 3680–3544 cal BC 2σ, por lo que si lo comparamos con el evento apuntado para el inicio de fase de los megalitos, 3859–3695 cal BC 1σ, 4061–3665 cal BC 2σ, efectivamente, existiría una probabilidad bastante alta de que dichos procesos de oposición territorial se hubieran expresado previamente con la construcción de sepulcros megalíticos como delimitadores del territorio y demarcadores de las rutas de desplazamientos (CÁMARA y MOLINA 2015; MOLINA et al. 2012; 2016; SPANEDDA et al. en prensa).

El modelo bayesiano del ritual funerario indica también el desarrollo paralelo que habrían tenido desde comienzos del IV Milenio cal BC los enterramientos individuales en fosa simple, a la que hay que sumar los enterramientos de animales (CÁMARA et al. 2008; 2010b) que no han sido incluidos en este análisis. De hecho, todo apunta a que el desarrollo de enterramientos de personas y animales en fosas simples también estaría en relación con la tendencia de consolidación de los asentamientos fortificados con fosos, como vemos en el registro del Polideportivo-La Alberquilla (AFONSO et al. 2014; LIZCANO et al. 1991-1992). Y en la misma dirección iría la aparición, algo posterior, de las cuevas artificiales entre 3353–3107 cal BC 1σ, 3548–3036 cal BC 2σ. De hecho, se ha planteado que los enterramientos en fosas simples y cuevas artificiales no sólo se habrían caracterizado por su ocultación sino también como expresión ritual de la cohesión de la comunidad y la continuidad del hábitat (CÁMARA et al. 2008; MOLINA et al. 2012).

Estamos de acuerdo con la hipótesis de que al tiempo que estos enterramientos sirvieron para sacralizar la continuidad del hábitat, por otro lado también fueron el resultado de las contradicciones surgidas en el seno de las formaciones sociales comunitarias (CÁMARA 1998; MOLINA et al. 2012). Así, tanto los enterramientos individuales en fosa simple como las cuevas artificiales habrían mantenido una función de ocultación y enmascaramiento de las diferencias surgidas en el acceso a los resultados de la producción como se desprenden, por ejemplo, del enterramiento de animales domésticos (CÁMARA et al. 2008; 2010b; LIZCANO et al. 1991-1992) en el interior de las cabañas. De esta forma, al tiempo que el ritual habría funcionado para la justificación ideológica de la cohesión y la continuidad de la comunidad frente al exterior, paralelamente, habrían servido progresivamente para sancionar los mecanismos de acumulación desigual que se estaban produciendo al interior (AFONSO y CÁMARA 2006; MOLINA et al. 2016).

Ahora bien, tanto los asentamientos fortificados con fosos, como los enterramientos en fosa simple y en cuevas artificiales presentan un desarrollo bastante amplio, más allá del intervalo analizado, por lo que una de las claves para no caer en una falsa sensación de continuidad podría estar en la comparación diacrónica con la segunda tendencia apuntada.

Efectivamente, a partir de 2900 cal BC la suma de probabilidades presenta un aumento de densidades, prácticamente exponencial, resultado de la eclosión de las fortificaciones en piedra y los grandes poblados con fosos, como consecuencia, creemos, de la cristalización definitiva de los procesos de oposición territorial en un territorio político (ARTEAGA 2001; CÁMARA y MOLINA 2013; NOCETE 2014). De hecho, esta afirmación también se apoyaría en el uso que siguen teniendo los megalíticos como delimitadores del espacio y de las rutas de desplazamiento (SPANEDDA et al. 2015), así como en la presencia de tholoi en el entorno de los grandes asentamientos. De hecho, éstos últimos no sólo expresarían la cohesión social sino que progresivamente también exhibieron la posición alcanzada por determinadas familias (CÁMARA y MOLINA 2015; MOLINA et al. 2016) que terminaron haciéndose con el control de los mecanismos de reproducción ideológica con los que sancionaron la acumulación desigual (AFONSO y CÁMARA 2006). La inclusión y la explotación de territorios periféricos (NOCETE 2001), incluso con la incorporación de sus elites (CÁMARA y MOLINA 2013), el control de la producción y distribución de determinados productos y a distintas escalas (AFONSO et al. 2011; MARTÍNEZ et al. 2009; NOCETE et al. 2013), como la metalurgia (NOCETE et al. 2011), vislumbran por tanto la aparición en el III Milenio cal BC de unas relaciones de producción tributarias y la consiguiente fractura de las formaciones sociales en distintas clases (MOLINA et al. 2016; NOCETE 2014).

Ahora bien, dicha lectura lleva inevitablemente a plantear el carácter de transición del episodio de coyuntura que se dibuja a finales del IV Milenio cal BC, interpretándose el momento de acumulación de densidades (c. 3000 cal BC) que desemboca en el valle, como un primera visualización fallida resultado de las previsibles luchas y resistencias a esas nuevas realidades que se van a expresar en esa segunda tendencia. En este sentido, teníamos que efectivamente los asentamientos fortificados en piedra aparecían entre 3002–2947 cal BC 1σ, 3042–2935 cal BC 2σ, es decir, en los momentos inmediatamente anteriores a su mayor visualización. E igualmente sucedía con el inicio de los tholoi, 3076–2936 cal BC 1σ, 3222–2909 cal BC 2σ, y también con el intervalo en el que ambas producciones cerámicas estaban en uso, 2988–2938 cal BC 1σ, 3018–2926 cal BC 2σ.

A su vez, no se puede explicar este escenario sin atender a cómo se entrecruza la primera tendencia donde veíamos cómo el crecimiento constante de las fortificaciones con fosos se interrumpía ligeramente a finales del IV Milenio cal BC, desembocando también en esa coyuntura donde, creemos, se expresaron de forma más abierta las contradicciones que, una vez quedaron aparentemente resueltas, explican la rápida eclosión que estos asentamientos tienen a comienzos del III Milenio cal BC. Es decir, no se explica el triunfo de estos procesos de oposición territorial sino porque se construyeron sobre la base de unos mecanismos de reproducción que al tiempo que trataban de asegurar el mantenimiento de las relaciones de producción comunitarias también sirvieron para justificar la acumulación desigual, opuesta a la propia supervivencia de la comunidad, y que para frenar el conflicto interno optaron por articularlo hacia el exterior, lo que a su vez no hizo sino abrir una mayor vía de acumulación y por tanto de acelerar la crisis de las formaciones sociales comunitarias (MOLINA et al. 2016).

Si bien esta hipótesis encuentra cierta correlación con los datos cronológicos obtenidos, entrar en el escenario específico de las transformaciones históricas que se dibujan entre ambas tendencias es cuanto menos arriesgado únicamente desde las dataciones absolutas. Máxime dado el carácter tan limitado tanto de la muestra analizada como del registro radiocarbónico general. En cualquier caso, creemos que los resultados sirven para plantear a modo hipotético que es en estos momentos donde debemos situar en términos históricos la transición a la Edad del Cobre y con ello el triunfo de las primeras formas de explotación clasista de la Prehistoria Reciente de Andalucía.


AGRADECIMIENTOS

Me gustaría rendir mis más sinceros honores a todo el equipo humano del Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada por la formación inigualable que me han brindado. Al profesor Francisco Contreras Cortés por darme la oportunidad de publicar las conclusiones de mi trabajo en esta revista. A los profesores Fernando Molina González y Gabriel Martínez Fernández con los que compartí en Monachil una experiencia de aprendizaje inolvidable. Y sobre todo a los directores de mi trabajo, los profesores Juan Antonio Cámara Serrano y José Andrés Afonso Marrero, que no dudaron nunca en prestarme todo su apoyo académico y emocional, y sin cuya infinita erudición nada habría sido posible.

Finalmente, también quiero agradecer a Eleni Petkari, mi compañera de viaje, que con todo su arrojo y adhesión incondicional siempre creyó que sería posible.


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