Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 2008, 24 (1), recensión 02 · http://hdl.handle.net/10481/7056 Versión HTML · Versión PDF 

Publicado: 2008-05

Salvador Rodríguez Becerra:
La religión de los andaluces.
Málaga, Editorial Sarriá, 2006 (230 páginas).

Por: José Luis Solana, Universidad de Jaén

Salvador Rodríguez Becerra, Catedrático de Antropología Social en la Universidad de Sevilla, ha dedicado la mayor parte de su vida académica al estudio antropológico e histórico de las formas, los contenidos y las instituciones de la religión, en especial en Andalucía. Ese sostenido esfuerzo investigador ha dado excelentes frutos. Él ha sido autor o compilador de obras fundamentales sobre las manifestaciones religiosas populares, como La religiosidad popular (3 vols., Anthropos, 1989), Religión y cultura (2 vols., Fundación Machado/Junta de Andalucía, 1999) y Religión y fiesta. Antropología de las creencias y rituales en Andalucía (Signatura, 2000).

A ese granado conjunto se suma la obra que aquí reseñamos, La religión de los andaluces, continuación de su programa de trabajo e investigación. El libro, resultado de una profunda reelaboración y actualización de textos escritos por su autor en distintos momentos de su carrera profesional, está compuesto por seis capítulos, coherentes y complementarios entre sí.

El primero consiste en una síntesis de los rasgos principales que presenta en la actualidad la religiosidad de los andaluces. Al hilo de su exposición, Salvador Rodríguez se pregunta sobre cómo afecta la religión a los andaluces de nuestro tiempo y sobre cuál es el peso específico de la misma en los procesos de cambio de Andalucía. Tras señalar la devaluación del magisterio eclesiástico en su vida, consecuencia en parte del proceso de secularización (lo que no les impide vivir y participar intensamente en distintas expresiones religiosas: fiestas, hermandades, etc.), concluye que la vida de los andaluces está sobre todo condicionada por elementos culturales y materiales propios de la modernidad, más que por principios religiosos emanados del cristianismo. Muchos de entre quienes se consideran cristianos o católicos no siguen las normas dictadas por las instituciones eclesiales, algo que se pone claramente de relieve en los comportamientos sexuales.

Los cuatro siguientes capítulos se ocupan de distintas manifestaciones específicas de la religión de los andaluces.

El segundo aborda la construcción de identidades con símbolos religiosos. Como ejemplo de ello, muestra cómo la ciudad de Andújar (en Jaén) se ha servido de elementos religiosos para construir su identidad ciudadana, la identificación colectiva de sus habitantes con la ciudad. Para su análisis se basa en varias crónicas e historias locales y episcopales, publicadas en el siglo XVII, en las que se construye de manera ficticia los orígenes fundacionales de Andújar (en algunas de ellas se establece que San Eufrasio fue el primer obispo de la ciudad y trajo a ella la imagen de la Virgen de la Cabeza). Salvador Rodríguez contrasta esos relatos, esas ficciones, con la verdadera historia de la ciudad jiennense, mostrando un profundo conocimiento de la historia local de Andújar.

El tercero de los textos que componen la obra se ocupa de los milagros, los santuarios, las devociones, las promesas y las ofrendas (los exvotos entre ellas). Estudia también los hechizos, los encantamientos y los exorcismos. De todas esas manifestaciones religiosas Salvador Rodríguez nos ofrece claras definiciones, al igual que ocurre con todas las que aparecen en la obra. Y es que nuestro autor tiene la buena costumbre (y el saber para ello) de comenzar siempre delimitando y caracterizando, aunque sea de modo somero, pero siempre de manera precisa, su campo o materia de estudio (lo cual es, sin duda, una de las bases del rigor que encontramos luego en sus análisis). Considera a la creencia en la curación de enfermedades epicentro del milagro. Para ilustrarlo, pone el caso del Santuario de la Cabeza en Andújar. Con respecto a las devociones, se ocupa del proceso histórico de creación, difusión y retroceso del culto a la imagen del Cristo de San Agustín (en Sevilla), como caso para indagar en el modo como las devociones a las imágenes están sujetas a los avatares del tiempo.

Las apariciones marianas son el objeto del cuarto capítulo de la obra. Para su estudio, establece una pertinente distinción entre apariciones históricamente datadas y apariciones legendarias. Explora los recursos en los que se apoya el discurso erudito a partir de cuya racionalización se construyen las leyendas populares sobre imágenes (identificación con modelos extraídos de los relatos bíblicos, apropiación de las imágenes como símbolos sagrados). Sintetiza el proceso de surgimiento en Europa, España y Andalucía, desde el siglo XII, de la devoción a las imágenes de María. Muestra, además, los altibajos que ha experimentado la actitud de la Iglesia hacia las apariciones desde mediados del siglo XIX.

Las fiestas religiosas son el tema del quinto capítulo del libro. Nuestro autor las considera como la expresión más importante de la religiosidad de los andaluces, y a ellas ha dedicado la mayor parte de sus investigaciones socioantropológicas (por citar algunas referencias, recuérdese su Guía de Fiestas populares de Andalucía y sus obras Las fiestas de Andalucía y Religión y fiesta). En el capítulo que nos ocupa indaga, ilumina e ilustra diversos aspectos de las fiestas religiosas, entre ellos el hecho de que constituyan momentos de exaltación de los sentidos, de las emociones, de los sentimientos de amistad, del vivir emociones intensas de goce estético, de ruptura de la cotidianidad, de fomento de la sociabilidad. En sus análisis se sirve de los conceptos clásicos de liminaridad y communitas de Van Gennep y Turner. Por otra parte, muestra la transformación del significado de la fiesta en el contexto del tiempo de ocio; la incidencia que han tenido en las festividades religiosas la sociedad del consumo, el turismo, la publicidad y la mercantilización de las actividades culturales. Para ilustrar sus análisis, recurre sobre todo a la fiesta del Corpus y a las romerías.

El capítulo final, el sexto, es una reflexión de carácter teórico y metodológico sobre el papel de las religiones en el seno de las culturas, así como sobre las estrategias más adecuadas para el estudio y la comprensión del fenómeno religioso.

En relación a lo primero, pone de relieve varios fenómenos que denotan la importancia de la religión en nuestro tiempo. Un tiempo que, como bien señala Salvador Rodríguez, es de secularización creciente, pero no de desacralización, pues en él nuevos elementos son sacralizados. Por otra parte, señala los límites al diálogo de civilizaciones que ponen las dogmáticas y la pretensión a única religión verdadera propias de determinadas religiones, las monoteístas en especial. Se trata, a mi parecer, de una indicación que convendría tener muy en cuenta en estos tiempos de vagas propuestas de "diálogo de civilizaciones" (quizás bienintencionadas, pero no exentas de retórica hueca y muy faltas de compromiso con la necesaria profundización del proceso de secularización).

Con respecto a lo segundo, vale la pena detenerse en los principios teóricos y metodológicos que han guiado el trabajo de investigación de nuestro autor y su concepción del fenómeno religioso.

En primer lugar, Salvador Rodríguez evita la confusión, que a veces se produce y fomenta de manera interesada, entre religión, religiosidad e Iglesias. Para ello, articula una serie de pertinentes y clarificadoras distinciones. Discierne entre religión popular (pone el énfasis en las creencias) y religiosidad popular (refiere fundamentalmente a la praxis), así como entre religión eclesiástica (modelos ideales) y religión practicada y vivida (religiosidad popular). Insiste en no confundir religiosidad o religión con instituciones eclesiásticas y cuerpo de doctrina. La religiosidad, esto es, la praxis religiosa real de las personas, sería el objeto de estudio prioritario de la Antropología de la religión.

Un segundo planteamiento metodológico que me parece digno de referencia tiene que ver con los clásicos debates sobre cómo abordar el estudio (análisis, explicación, comprensión) de las manifestaciones culturales, que en muchos casos (más de los deseables) han estado históricamente lastrados por el enfrentamiento entre propuestas epistemológicas planteadas como dicotómicas e inconciliables (materialistas contra interpretativistas, análisis etic contra comprensiones emic, reduccionismos de una u otra ralea contra culturalismos con claros o implícitos supuestos espiritualistas, modernos contra posmodernos, neopositivistas contra hermenéuticos). Salvador Rodríguez encuentra caminos para superar esas manidas e infructuosas oposiciones. Su sabiduría antropológica, su ecuanimidad intelectual y su sensibilidad humana (conocidas y reconocidas por sus colegas de profesión, entre quienes me encuentro) son excelentes guías para trazarlos. Su capacidad de trabajo (prueba de la cual es su numerosa y rica producción bibliográfica), impulso y garantía para recorrerlos, por epistemológicamente abruptos o zigzagueantes que resultar pudiesen.

Nuestro autor no aísla las manifestaciones religiosas del contexto sociocultural en que se producen, mantienen y transforman; sino que las estudia relacionándolas con sus condiciones ambientales, socioeconómicas e históricas. Ahora bien, a diferencia de otros analistas, no deriva por ello hacia reducción alguna, no reduce la religión a la estructura social y económica, ni se limita a utilizarla como un medio privilegiado para poner de relieve aspectos de esa estructura. Muy al contrario, critica la consideración de la religión como un mero epifenómeno de lo económico, lo político o lo social, que, como tal, sería reducible a esas esferas. A ese reduccionismo, contrapone una concepción de la religión en la que ésta se contempla y analiza en sus relaciones con otros aspectos de la cultura (por ejemplo, las cofradías como fuentes de poder y presión social), pero también en su especificidad propia e independiente. La religión tiene una autonomía fenoménica irreductible a epifenómeno de lo social o lo económico.

Y es que Salvador Rodríguez ha sido siempre capaz de esa doble mirada imprescindible para la comprensión de los fenómenos culturales: percibe las manifestaciones religiosas en conexión con la estructura social de la que forman parte y con el sistema cultural del que dependen, pero capta también a la par lo que tienen de específicamente religioso. Así, por ejemplo, las fiestas religiosas cumplen, sin duda, la función social de renovar lazos familiares y de sociabilidad, pero no por ello debe olvidarse que son también ocasiones en las que los fieles renuevan su relación cognitiva y emotiva con los seres sobrenaturales en los que creen. De ahí que defienda la perspectiva emic (el punto de vista de los participantes) como un recurso necesario a la hora de considerar los fenómenos religiosos.

El reconocimiento de autonomía a los fenómenos culturales, la religiosidad entre ellos, no aboca a nuestro autor hacia derivas esencialistas (no incurrir en ellas es otro de sus logros). No lo aboca porque, entre otras razones, en sus análisis conjuga la Antropología con la Historia, convencido como está de la "necesidad de dar profundidad histórica a los estudios antropológicos". Ese enfoque histórico, en virtud del cual le otorga centralidad a la diacronía con el fin de mostrar las transformaciones que se han producido y se generan en los fenómenos religiosos, es una eficaz vacuna contra el esencialismo.

Guiado por esos principios teórico-metodológicos y con un estilo literario límpido y sobrio, que ha tiempo alcanzó ya sobrada madurez, Salvador Rodríguez nos vuelve a proporcionar una obra que nos permite adquirir un conocimiento fundado y profundo de la religiosidad popular y de muchas de sus manifestaciones concretas.


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