Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 1999, 15, artículo 07 · http://hdl.handle.net/10481/7530
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Publicado: 1999-04
El uso y construcción del espacio en la vivienda popular
The use and the construction of space in popular housing

Salvador Pérez Ramírez
Antropólogo social. Investigador asistente. Centro de Estudios de las Tradiciones. El Colegio de Michoacán, A. C. Zamora, Michoacán, México.
salvador@colmich.edu.mx


RESUMEN
La vivienda no se constituye únicamente por sus límites y formas físicas sino que existe una extensión de los espacios hacia los lugares donde se vive y donde se interacciona comunitariamente, dando lugar a la creación de un entorno social y culturalmente determinado. Los procesos autoconstructivos, aun en pequeña escala, juegan un papel muy importante en la creación de ese entorno ya que en ellos se prefiguran aspectos como las técnicas y el diseño arquitectónico que una vez concretados pueden establecer una cierta identidad del grupo autoconstructor y, por ende, manifestarse como contraparte de la arquitectura especializada.

ABSTRACT
Housing is not only constituted by its limits and physical forms, but rather it also includes the extension of spaces toward the places where one lives and interacts with the community, giving rise to the creation of a socially and culturally determined environment. The process of self-building, even on a small scale, plays a very important role in the creation of that environment. In this process aspects like techniques and architectural design are foreshadowed, and once identified they can establish a certain identity of the self-builder group and, therefore, manifest themselves as the counterpart of specialized architecture.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
vivienda popular | uso del espacio | interacción comunitaria | entorno social | arquitectura | popular housing | use of space | communitary interaction | social environment | architecture


A veces, la casa del porvenir es más sólida, más clara, más vasta que todas las casas del pasado. Frente a la casa natal trabaja la imagen de la casa soñada (Gastón Bachelard). La vivienda se ha analizado menos frecuentemente como resultado de una actividad social desarrollada por los grupos humanos o como la manifestación concreta del proceso en que los «hábitos de vida de los pueblos en un medio histórico [y] el espacio quedan convertidos (...) en un dato complejo formado por la interacción de los hechos físicos y por las huellas dejadas voluntariamente por la acción del hombre» (Garcés 1990: 33).

Los estudios de antropología urbana han sido señalados como los que se hacen en o sobre las ciudades, sin que haya una definición acerca de sus características propias. Entran en este tipo de estudios los que versan sobre la dinámica espacial de la ciudad, como el crecimiento urbano y el uso del espacio urbano; sobre la industrialización, los movimientos obreros y la lucha por la vivienda; y acerca de los conflictos políticos y electorales (Estrada 1993: 10).

Otro tipo de investigaciones, que es donde se ubica este trabajo, es el que trata de relacionar lo urbano con la cultura, o más bien, de darle un tratamiento cultural a las cuestiones de la ciudad. Aquí se desarrollan trabajos relativos a la calidad de vida de las poblaciones y a los comportamientos de los diferentes sectores sociales, que permiten «ver a la ciudad como espacio generado pero también generador de estilos de vida» (Estrada 1993: 287). En este sentido es como se pueden hacer análisis que, sin dejar de lado el enfoque macrosocial, den cabida a los estudios subjetivos, de manera que sea posible reorientar la teoría antropológica hacia nuevas expectativas. Safa (Estrada 1993: 287) representa este enfoque puntualmente cuando afirma que: «en el análisis de la experiencia cultural urbana nos debe interesar recorrer las calles de un barrio, analizar las trayectorias habitacionales de sus habitantes, los traslados de las personas al trabajo, la decoración de los departamentos o casas para acercarnos a la ciudad como objeto concreto y vivo, histórico».

La vivienda es, en primer término, un refugio contra los elementos de la naturaleza, proporciona abrigo y cobijo a sus habitantes. La misma tiene implícitas en su constitución diversos significados culturales que son dados o modificados por sus habitantes, dependiendo del grupo social que la habite. La vivienda popular, por su parte y sobre todo si es autoconstruida, refleja ciertos aspectos de la cosmovisión de la gente relacionados con la utilización de los espacios, con la decoración y con el sentido de solidaridad y protección entre los miembros de una familia. Otra parte de la vivienda se encuentra más allá del dintel, donde comienza el espacio público. Éste también es elaborado de diferente forma. Para los usuarios de la vivienda popular representa la convivencia y el trato vecinal. Hay, por así decirlo, un «sentido de comunidad, de pertenencia». Como apunta Nieto (Estrada 1993: 145): «existe la posibilidad de que en el terreno propiamente cultural existan un conjunto de prácticas sociales e instancias de socialización, que tienden a constituir, preservar, y resignificar distintas formas de identidad grupal, vecinal, barrial (...) en las que puede ser resocializado el habitante urbano y donde puede reelaborar sus representaciones y experiencias cotidianas».

Por su parte, Giménez dice que «el discurso debe entenderse como un proceso semiótico complejo en el que lo propiamente discursivo se prolonga en el gesto, en el rito, en el modo de vestirse o de peinarse, en las pintas o murales callejeros y hasta en los tatuajes» (Giménez 1991). Para muchos grupos sociales esto forma parte de su identidad, ya sea que los elementos representativos o de cohesión hayan surgido con el grupo mismo o se hayan ido configurando con el tiempo. Las manifestaciones discursivas más permanentes son, por supuesto, las expuestas materialmente en las viviendas, y son muy importantes en la construcción de los espacios colectivos e individuales.

Pero cuando los organismos privados o, en este caso, el Estado intervienen en la construcción de la vivienda popular, hay un cambio en la concepción de ésta. La vivienda oficial está orientada a satisfacer una demanda de alojamiento por parte de un sector de la población adscrito como trabajador en alguna dependencia gubernamental, aunque este último requisito no siempre es indispensable. Las características de estas viviendas pueden observarse, en México, en las construcciones hechas bajo programas de INFONAVIT (Instituto del Fondo Nacional de la Vivienda para los Trabajadores), FOVISSSTE (Fondo de Vivienda del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los Trabajadores del Estado), FONHAPO (Fondo Nacional de Habitaciones Populares), etc.

Las construcciones son estándar y se realizan igualmente sin tomar en cuenta, por lo menos, la geografía del lugar y la problemática que se genera y que afecta la salubridad y el bienestar de sus habitantes. Las viviendas oficiales son pequeñas y dotadas de los servicios mínimos, aunque en ocasiones éstos funcionen irregularmente. La ventaja que representan para el usuario es que las viviendas de interés social son construidas de una sola vez y se les entregan terminadas, en tanto que las que son hechas mediante el sistema autoconstructivo se van edificando por etapas y de una manera muy lenta y paulatina dependiendo de las necesidades de sus habitantes y de las posibilidades económicas que les permitan continuar con la construcción, lo cual hace el proceso lento y penoso.

El usuario empieza a modificar su vivienda en el momento en que la recibe, pero este hecho no constituye una respuesta frontal a la manera en que las dependencias oficiales conceptualizan la habitación popular. La contraposición al discurso del Estado no es una respuesta consciente y organizada de la gente sino una impugnación que se da en una forma velada, sin que los usuarios tomen plena conciencia de lo que pudieran representar los actos implícitos en la ampliación o modificación de sus viviendas. Otro ejemplo claro de este fenómeno se encuentra en las unidades habitacionales del INFONAVIT, en donde al paso del tiempo las casas van adquiriendo otra fisonomía, desde los recubrimientos exteriores, tales como aplanados y pintura, hasta cambios estructurales.

Además del aspecto físico de la vivienda, existe otro ámbito relacionado con la vida cotidiana de la gente y que es igualmente importante: el comportamiento y las prácticas sociales llevadas a cabo dentro y fuera de su comunidad. La cultura inherente a la vivienda popular está enmarcada en formas asistemáticas que se manifiestan en el sentido común, o en el folclore, puesto que: «el folclore puede ser entendido sólo como reflejo de las condiciones de vida cultural del pueblo, si bien algunas concepciones propias del folclore se prolongan aún después que las condiciones hayan sido (o parezcan) modificadas o hayan dado lugar a combinaciones caprichosas» (Gramsci 1976: 240).

La vivienda en propiedad es una idea compartida socialmente. El hecho de pagar por el bien adquirido proporciona al ocupante una seguridad de la que no pueden disfrutar quienes han logrado un pedazo de tierra o una casa precaria en un asentamiento irregular o quienes ven mermados sus ingresos por pagar un alquiler. Pero la apropiación de la vivienda en un sentido más amplio se da posteriormente, cuando el usuario vive en ella. Este proceso de interpenetración le confiere a la vivienda un carácter culturalmente diferencial que, por sus características, apunta contra las cosmovisiones externas, por lo general de una manera implícita. A manera de ejemplo, cito las modificaciones que los habitantes de Lice, Turquía, hicieron a las casas proporcionadas por su gobierno tras el terremoto de septiembre de 1975: ninguna de las 1.500 viviendas tenía los aditamentos tradicionales; inmediatamente la respuesta de la gente se tradujo en la adecuación de sus viviendas «para tener una puerta delantera y una cubierta protegida para los animales». Al año siguiente, en el mes de febrero, los guatemaltecos sufrieron las consecuencias de un desastre natural idéntico. Y de la misma manera, al poco tiempo, los techos de sus viviendas lucían los pedazos de poliuretano que habían recortado de los iglúes gigantes que les habían enviado para suplir las viviendas devastadas por el terremoto (Davis 1980: 37-89).

Podría pensarse que este fenómeno tiene lugar porque dichas construcciones son precisamente fabricadas para situaciones de emergencia y, por tanto, no se prestan a responder a las necesidades culturales de un grupo determinado, pues lo más importante en esos casos es la provisión elemental de cobijo. La realidad nos muestra que, aún cuando la vivienda es planeada con antelación para un grupo social específico, no se toman en cuenta factores culturales o por lo menos climáticos. Esto puede observarse, digamos, en el sureste de México, en donde la gente abandona las viviendas de concreto para ubicarse en el patio trasero al abrigo de una choza de palmas, sobre el piso de tierra que le permita enterrar el ombligo de los recién nacidos. O en los poblados reubicados por la construcción de la presa Zimapán, en la colindancia de los estados de Querétaro e Hidalgo, México, donde las familias siembran maíz en las jardineras de las nuevas casas con que fueron dotadas.

Los hechos culturales que el constructor transmite a través de su vivienda posiblemente le proporcionen un beneficio de funcionalidad y de reconocimiento social, o tal vez no, y su casa resulte incómoda; sin embargo, lo que aquí importa no es que las casas resultantes sean feas o bonitas, grandes o chicas, y poco importa también si éstas cumplen ciertos requisitos de higiene y confort. Simplemente la importancia de estos procesos se deriva de la representatividad que tienen como hechos culturales que aglutinan en torno toda una cosmovisión del grupo de que se trate, y de cómo éste resuelve sus problemas comunes, en este caso el de alojamiento. Y de la forma en como se vive social y culturalmente la pertenencia a una clase subalterna.

La pertenencia a una clase subalterna supone el uso y consumo de elementos simbólicos que definen a ese sector social. También es inherente la producción y resemantización de los signos que forman parte de la cultura de las personas. Bourdieu explica este fenómeno con la noción de habitus, que se constituye por el conjunto de aprendizajes que se interiorizan en el individuo y que reproducen lo social. El habitus es una parte fundamental de la pertenencia a un sector social, junto con su ubicación en el modo de producción. Claro que puede ser modificado por circunstancias internas o externas al individuo, aunque para Bordieau el consumo de signos entra en el campo de la estética popular, caracterizada por el pragmatismo y el funcionalismo, y le da preeminencia a la clase dominante como «el lugar por excelencia de las luchas simbólicas» (Bourdieu 1990: 30). Prefiero hacer énfasis en la parte donde él mismo admite que los sectores populares «cuentan con algunas formas de protorresistencia, manifestaciones germinales de conciencia autónoma» (Bourdieu 1990: 30). Por lo demás, estas manifestaciones germinales pueden llegar a convertirse en verdaderas expresiones culturales, una vez que han sido sometidas a un proceso de asimilación, depuración e hibridación por parte de los sectores populares, conformando paulatinamente un conjunto de hechos demológicos, los cuales no son «sólamente dignos de consideración científica si son creativos, bellos, auténticos, en fin, representativos desde el punto de vista estético, literario, moral, etc. Al revés: los hechos demológicos merecen atención por su representatividad sociocultural, o sea, por el hecho de que indican los modos y las formas con las que ciertas clases sociales han vivido la vida cultural, en relación a sus condiciones de existencia reales como clases subalternas» (Cirese 1979: 56-57).

Pero si el estudio demológico es sobre todo estudio de la representatividad sociocultural de ciertas formaciones (por bellas o burdas que nos parezcan, o por autónomas o fuertemente condicionadas que resulten al análisis histórico y morfológico), entonces lo que cuenta no es tanto su proveniencia de arriba o de abajo, ni la presencia o ausencia de sus antecedentes extrafolclóricos, cultos o semicultos. Lo que cuenta es, en cambio, su modo de ser y de vivir en el mundo subalterno, entendido en términos diferentes del hegemónico, aunque permanezca coligado con éste.

En otras palabras, cuando haya fuentes o antecedentes extrafolclóricos, la atención debe centrarse sobre el proceso de folclorización que aquellas hayan sufrido. Entendiendo por folclorización el complejo de adaptaciones, modificaciones y en general innovaciones (aptas para mejorar o empeorar, que aparecen a la vista) con las que -a nivel popular o subalterno- se interviene en un hecho culto o semiculto, a fin de adoptarlo, adaptándolo a las propias exigencias, al propio horizonte, al propio modo de concebir el mundo y la vida. En suma, la folclorización es un proceso popularmente connotativo, así como son popularmente connotados sus productos (Cirese 1979: 56-57).

Así como, en el quehacer científico, el sentido común está presente como una guía inicial para el trabajo y regularmente en los pasos subsecuentes, de la misma manera el conocimiento científico es utilizado por el sentido común «y hasta cierto punto es un almacén de hechos científicos que han llegado a ser tan familiares que han adquirido la evidencia aparente de las verdades de sentido común. Algunas veces se convierten en dogmas después de ser desechados por la ciencia, como la teoría de los instintos, que sobrevive en la literatura popular» (Nadel 1955: 215). Igualmente, el discurso especializado del arte arquitectónico se manifiesta ante los usuarios de la vivienda popular como el modelo a seguir para la ampliación o autoconstrucción de su vivienda y para estar a tono con las modas edilicias, utilizando al saber arquitectónico como una fuente de inspiración en la que todo forma el todo, y al que se puede recurrir indiscriminadamente para la adición o modificación de los modelos de vivienda que les han sido impuestos por las oficinas gubernamentales. El sentido común es, pues, un factor de gran peso en la impugnación del discurso oficial, anteponiéndole inclusive figuras que han sido tomadas en ocasiones de ese mismo discurso, pero que les han dado una nueva forma, un nuevo significado. Este nuevo significado, sin estar organizado explícitamente, muestra de manera práctica la capacidad de respuesta de los habitantes de estas viviendas ante el discurso oficial impuesto mediante la vivienda popular construida por el Estado.

El espacio doméstico está íntimamente ligado con las actividades familiares cotidianas. Aunque no se disponga de los espacios necesarios para que la vivienda sea funcional, las actividades diarias crean y adaptan los espacios a su desarrollo, de forma tal que los espacios construidos -y los no construidos que pertenecen a la vivienda- vienen a ser uno de los elementos más importantes que aglutinan a la familia desde el punto de vista social.

Es en el interior de la vivienda donde se reproducen, a su vez, diferentes formas de comunicación y de integración, tales como las gesticulaciones, los elementos culturales inherentes a las acciones de dormir, de comer, de uso y acomodo de los muebles, de comportamiento y de supervivencia. Así como la reproducción de la tradición oral en diversos aspectos de la vida cotidiana, desde los relatos familiares que fortalecen el sentido de pertenencia, hasta los dominios del sentido común y las nociones prácticas en numerosos ámbitos de la vida.

La imagen de la casa como refugio, como protección contra el medio ambiente o como una seguridad para el futuro de los hijos, pugna a diario por ajustar la realidad, por acercarla un poco cada vez, de modo que la vivienda final cumpla con las expectativas de la gente. Sin embargo, la casa final es inalcanzable, puesto que está en construcción permanente. La autoconstrucción como estrategia para lograr un lugar donde vivir es la opción que han encontrado millones de mexicanos, aunque ciertamente no es la mejor posible.

La vivienda por autoconstrucción significa de todas formas una carga extra de trabajo para sus habitantes, pero está un poco más libre de la expoliación urbana (Pradilla 1982: 217-218) que otras, y da las condiciones para una particular concepción de lo que es una vivienda. Tal representación es diferente de lo que pudiera significar para otros grupos sociales el poseer una casa. Por el hecho de hacer o de seguir ampliando su vivienda, los usuarios construyen paralelamente ciertas formas simbólicas que, a su vez, van modificando su manera de ver el mundo, y que enriquecen sobremanera los contenidos culturales en que se desenvuelven, al tomar rasgos característicos de diferentes corrientes arquitectónicas académicas, con lo cual se genera una circulación social de los hechos culturales a la manera de Cirece, esto es, el desplazamiento de hechos y expresiones culturales entre una y otra clase social, en donde este canal, una vez abierto, les permite a los sectores subalternos una apropiación y resemantización de los elementos arquitectónicos de factura especializada, adaptándolos a su concepción del habitar como autoconstructores. En constante diálogo con la arquitectura profesional y con patrones o elementos constructivos de otros sectores o de otros tiempos, la vivienda popular se erige como una unidad semiótica, desde donde se le grita, se le susurra o se le exige -según el caso- al mundo exterior, una expresión y un lugar propio, o mejor, un espacio propio.

La vivienda es un sistema discursivo en sí misma, tiene plasmados un sinúmero de conocimientos y de saberes. Una vez avanzada su construcción, la vivienda popular constituye en sí misma una expresión plástica llena de significados diversos, complementarios, excluyentes, contradictorios; tales significados son construidos y re-construidos por cada uno de sus habitantes, desde los niños hasta los ancianos. Cada quien toma parte, cada quien contribuye a generar un espacio de vida, un espacio que a su vez reproduce los valores y las normas sociales donde esta situada la vivienda. Se genera así un estilo de vida característico, delimitado pero no limitante, permeado de circunstancias particulares, de creencias y actividades afines, que tienen como punto de convergencia el sentido común.

El Estado y los técnicos especializados en la construcción piensan otra cosa acerca de la vivienda; su concepción se encuentra representada en las formas físicas o en los estilos utilizados, cuyos parámetros, más que a la creación de una vivienda en sentido estricto, apuntan sobre todo hacia el ahorro presupuestal y hacia un mal entendido y peor resuelto problema o déficit de la vivienda, sin tomar en cuenta las alternativas y las propuestas prácticas que los usuarios impulsan, si no en contra, por lo menos como una respuesta a la tiranía a la que se ven sometidos cuando habitan la vivienda oficial.

La vivienda popular puede manifestarse en múltiples formas asistemáticas, que son creadoras a su vez de una forma de ver el mundo, de una visión multifacética que aprovecha a su modo las propuestas de la arquitectura especializada, a las cuales les imprime una serie de nuevos significados, que son utilizados en la construcción práctica de un espacio de vida.

La modificación a la vivienda es un recurso utilizado profusamente, para conseguir el efecto ideal de acuerdo a las necesidades familiares; pero esta práctica está vinculada con las historias individuales y con los habitus del grupo social, incluyendo las exigencias del prestigio, y con las expresiones culturales manifiestas en la construcción de la vivienda.

La vivienda popular, una vez que ha sido habitada, se erige en un muestrario de relaciones sociales, y en un conjunto de elementos interrelacionados, que forman un lenguaje que es posible leer y entender, en donde el saber arquitectónico popular adquiere un papel preponderante en los usos futuros que se le den a esta segunda envoltura del cuerpo.

En este ámbito, tiene lugar una amplia y polifacética circulación de elementos simbólicos, que han sido creados ahí mismo o en otros niveles culturales, de lo que resulta un complejo proceso de asimilación, depuración y resignificación de los hechos culturales que constituyen el entorno de la vivienda. Literalmente fincada y a plomo, la vivienda popular viene a ser el microcosmos cuyo centro son los individuos. La casa está en función de ellos mismos y de la concepción que tengan del mundo.



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