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- "La filosofía, destino y pasión por la verdad". D. José Francisco del Corral Sánchez. Licenciado en Filosofía, en Ciencias Religiosas y en Teología. Profesor del Seminario y del Instituto de Ciencias Religiosas de Málaga. Miércoles 27 de octubre de 2010, 19:00 h.



LA FILOSOFÍA,

DESTINO Y PASIÓN POR LA VERDAD
(EXTRACTO DE LA CONFERENCIA ESCRITA)

1. MEMORIA DE LOS ORÍGENES Y FUNDAMENTOS ANTROPOLÓGIC$OS DE LA VERDAD

Esta conferencia tiene por objeto defender que la Filosofía encuentra su sentido y destino en la búsqueda y consecución de la verdad. Incluso en la misma etimología de la palabra “filosofía”, amor a la sabiduría, podemos entrever que se supone la verdad como la meta del filosofar, pues la sabiduría no puede ser ajena a la posesión de la verdad.

Esta pasión por la verdad, que es el filosofar, hunde sus raíces en la estructura del ser que llamamos “hombre”: «¿Qué desea el hombre más ardientemente que la verdad?» . Hay en el hombre un deseo y una tendencia por conocer la verdad de las cosas, la verdad del mundo en el que vive, la verdad de los otros y la verdad sobre sí mismo. Pruebas de este deseo de verdad son:

  • La vida cotidiana nos muestra que todos experimentamos el disgusto, el malestar y, a veces, el dolor, que nos produce la mentira. Queremos conocer la verdad: «Muchos he tratado a quienes gusta engañar; pero que quieran ser engañados, a ninguno» .
  • La historia, la investigación histórica y la narración histórica se legitiman como narración verdadera de lo que ha ocurrido. Incluso la hermenéutica histórica nos hacer ver que distinguimos entre interpretaciones verdaderas y falsas de los hechos.
  • De la misma manera, la historia de la ciencia y de la filosofía ponen de manifiesto esta búsqueda de la verdad. El Siglo de las Luces es el ejemplo más cercano para ver como la empresa cultural cobra sentido en la medida en que divulga las nuevas verdades descubiertas de la ciencia y de la filosofía. La luz de la razón se concibió como el instrumento por excelencia para alcanzar la verdad. Aceptando, en parte, la visión hegeliana del devenir histórico, podríamos considerar que cada época histórica es un momento en la marcha hacia la verdad total o, siendo más realistas y menos pretenciosos que lo fue el mismo Hegel, hacia las verdades posibles. La historia de la cultura mostraría, a nuestro juicio, que la verdad es una necesidad y un ideal al que aspira la humanidad.

 

Así, podemos decir, que la filosofía es una concreción más de la apetencia humana de verdad, porque, como dijo Aristóteles, «todo hombre, por naturaleza, apetece saber» , la apetencia de saber es apetencia por conocer la verdad de las cosas. Ahora bien, la filosofía como conquista de la verdad ha de ser conquista de la razón. En esto consiste lo que se llama “el paso del mito al logos”. Renunciar en filosofía a la verdad sería como desfondar a la filosofía, convertirla en palabrería, desvitalizarla, pues la fuente que revitaliza a la filosofía es la pasión por la verdad.

El pensamiento cristiano y la filosofía como pasión por la verdad

            Esta orientación de la filosofía griega hacia la verdad será acogida por la mayor parte del pensamiento cristiano a partir del siglo II. No en vano el mismo cristianismo se presenta como la plenitud de la verdad. «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6). Indudablemente, esta verdad de la que habla el evangelio no es, sin más, la verdad filosófica. Sin embargo, tampoco es ajena a la filosofía. Para los Padres de la Iglesia, verdad cristiana y verdad filosófica no se pueden ignorar, sino que han de entrar en diálogo.

La historia de la filosofía y de la ciencia recibieron del espíritu cristiano energías que la orientaban en la búsqueda de la verdad. No es posible pararnos en los autores del pensamiento cristiano antiguo más relacionados con la filosofía, pero digamos algo sobre el más conocido y sobre el que también más influjo ha tenido en la historia de la filosofía: San Agustín. Éste concibe la filosofía como sabiduría y a ésta como búsqueda de la verdad. Búsqueda que es condición para la vida feliz. Imposible para Agustín alcanzar la felicidad sin la verdad: «Pues no llegarás a ver la verdad misma de no consagrarte totalmente a la Filosofía (…) creed al que dijo: “Buscad y encontraréis” (Mt 7,7). No hay que perder la esperanza de conocer la verdad» .

            Pero Agustín no se conforma con la búsqueda de la verdad, sino que da un paso más. Al joven Licencio del Contra Académicos le responderá que no basta con perseguir la verdad para ser feliz, sino que es necesario alcanzarla. Ahora bien, la posesión de la verdad supera la capacidad humana. Por ello, responde al escepticismo de los académicos desde la fe cristiana: el hombre sólo puede conocer la verdad, y con ella, alcanzar la sabiduría, la plenitud de la filosofía, con la ayuda divina.

            En lo que respecta a nuestro tema de la filosofía y la verdad, la impronta del pensamiento cristiano antiguo, y la agustiniana en particular, por el amor a la verdad a través de la filosofía, pasará a la cultura medieval europea. La filosofía medieval es, por ello, una persecución de la verdad. La filosofía moderna, por su parte, muchas veces silenciando sus raíces, heredó de la filosofía medieval la pasión por la verdad.

 

2. IMPORTANCIA DE LA VERDAD
           

  • Con respecto a las relaciones humanas

El ser humano es un ser relacional y comunicativo. Pero no sólo desea comunicarse con los otros, sino que aspira a la amistad, a relaciones afectivas entrañables e íntimas con otros, deseando en la hondura de su ser la comunión con otros.
Este mundo de relaciones y comunicaciones no sólo está sostenido y atravesado por los sentimientos, los afectos, sino también por el conocimiento. Al estar el conocimiento presente en todas nuestras interacciones con la realidad, con el mundo y con los otros, es esencial que el conocimiento se oriente hacia la verdad y trate de poseerla, pues, de lo contrario, se falsearía nuestra relación con la realidad y la posibilidad misma de la convivencia humana. Prueba de esto último es la experiencia que tenemos del daño que hace al hombre, y a la comunicación humana, la manipulación o falseamiento de la información. Cuando esto se produce desde el mismo Estado, entonces estamos en camino de caer en manos de un Estado totalitario, que impone su ideología y doctrina como única verdad, no permitiendo disidencias y silenciándolas, si es preciso, por la fuerza (que puede tomar diversas formas). Pero no es sólo el poder político el que tiene la exclusiva de la manipulación de la verdad, sino que con él, o sin él, los otros poderes de la sociedad: el económico, el cultural, el de los medios de comunicación, etc.

  • Con respecto a la libertad

La humanidad ha ido tomando cada vez más conciencia de que los seres humanos somos seres libres y de que queremos serlo. Como también hemos ido descubriendo el “miedo a la libertad”.

Junto con la creciente sensibilidad con respecto a la libertad, también se ha venido produciendo una creciente separación entre libertad y verdad. La libertad se llega a presentar como el bien supremo al que hay que subordinar todos los demás bienes. La separación entre verdad y libertad es una amenaza para la propia libertad. Una libertad sin verdad es una libertad destructiva de la persona y de la sociedad. 

            La libertad cobra todo su valor y su sentido cuando se orienta hacia la verdad. La tradición cristiana ha destacado que el hombre «está llamado a la alegría en la luz de la verdad», lo que significa que hay que orientar la libertad desde la verdad y hacia la verdad. Destacando aquí el conocimiento de la verdad sobre nuestro bien como personas y sobre los bienes para la persona, como ha señalado la encíclica de Juan Pablo II Veritatis Splendor.

  • Con respecto a la educación

Después de años estamos volviendo a ver la necesidad de educar en la excelencia. Para hacer al educando excelente, la educación ha de buscar, amar y ser fiel a la verdad. Si la educación no educa en la verdad y hacia la verdad, la educación no acaba produciendo personas. La persona sólo llega a ser humana en la medida que ancla y vive su existencia en la verdad.

            La vida entera hay que considerarla como tiempo de educación. Sólo la educación que sensibilice para amar la verdad puede ser considerada excelente, generadora de excelencia. Esto exige a los educadores ser veraces y educar para la verdad.

 

3. EXISTENCIA HUMANA Y VERDAD

            Dos formas de verdad inseparables son: la verdad sobre sí mismo y la verdad sobre el sentido de la realidad y del existir humano.

Cuando con los sofistas y con Sócrates entró en la reflexión filosófica la cuestión antropológica aparece en la filosofía la necesidad de conocernos a nosotros mismos. Desde entonces, todos los períodos de la historia de la filosofía se han ocupado de las cuestiones y los problemas antropológicos. Ya Kant, en el quicio de la modernidad a la contemporaneidad, hará también de la pregunta antropológica, “qué es el hombre”, la cuestión central y resumen de la filosofía. A lo largo del siglo XX ha vuelto a renacer con fuerza la necesidad existencial y filosófica del conocimiento sobre el hombre. La filosofía y la cultura en general del siglo XX nos ofrecen abundantes testimonios de que el hombre necesita, más que nunca, conocerse y responderse a los grandes interrogantes de su existencia, a fin de encontrar un valor y un sentido a su propia vida. Porque el hombre «no se resigna al sinsentido, no puede vivir sin pensar e interpretar, ni puede morir sin preguntar, dejado al aturdimiento envilecedor o a la desesperación aniquiladora» . Un testigo cualificado de ello es el escritor-filósofo Albert Camus con su afirmación emblemática: «Juzgar si la vida vale o no vale la pena vivirla es responder a la gran pregunta fundamental de la filosofía» .

Ante la crisis de sentido del siglo XX, muchos se vieron atraídos o fueron arrastrados por el poder de ideologías totalitarias. Éstas se presentaban como la “verdad total” sobre el hombre y su felicidad. Pronto desengañaron y dejaron de ser tótems sagrados. Pero, cuando mueren los dioses ¿habrá que inventar nuevos dioses?, ¿o se podrá vivir cimentados en el puro nihilismo y en el escepticismo? La era del vacío es insoportable, la pérdida del significado de la vida, sobre todo de la propia y personal, es insostenible para la mayoría. El desarrollo de la propia misión vital y existencial orienta la propia existencia y plenifica al sujeto que la porta, pero siempre que se realice en un contexto de verdad y de libertad, belleza, bien y amor.

Insuficiencia de las ciencias experimentales y del pensamiento objetivo-causal para lograr la verdad sobre el hombre y sobre el sentido de la realidad

            Las preguntas y las respuestas antropológicas no tienen  a la filosofía como la única materia que las puede acometer. Sin embargo, es desde la filosofía como se tratan de un modo más reflexivo. Así lo ha reconocido la encíclica Fides et ratio .

            Ante estas cuestiones sobre el hombre y su sentido, el pensamiento objetivo y causal, propio de la ciencias empíricas, no es el más apropiado, porque no se acerca a la realidad mirando al sentido de ella, ni tiene presente la orientación concreta de la vida, como tampoco puede entrar en su campo de mirada lo que es más sujeto que objeto, la persona humana. Este tipo de pensamiento, que pretende conocerlo todo y someterlo todo al dominio de la razón, no es capaz de encontrar la verdad o verdades que ahora buscamos, incluso puede dificultarlas. Si el pensamiento objetivo y causal se constituye en el único modo de acercamiento válido a la realidad, cierra al hombre a las grandes perspectivas que la poesía, el arte, el cine, la religión y la filosofía aportan.

Henry Bergson habló de pensamiento intuitivo, otros de pensamiento existencial y metafísico. El nombre es lo de menos. Estas otras formas de pensamiento nos ofrecen al menos dos cosas que consideramos muy válidas para las cuestiones antropológicas y de sentido:

  • Una actitud acogedora de la realidad en su misterio y en sus dimensiones trascendentes. Es un pensamiento más contemplativo que pragmático y utilitarista, venera la realidad en su misterio y límites y la acepta en lo que es, dejándola ser .
  • El preconocimiento de la realidad antropológica como misterio de libertad y de espiritualidad enraizada en el misterio del ser. Preconocimiento que es tanto la intuición que nos guía, como los conocimientos previos de la tradición filosófica, religiosa y cultural de la que venimos, amén de la propia experiencia personal.

            La verdad no surge de aplicar los esquemas racionales a la realidad experiencial, sino que se anuncia por sí sola. Es una verdad que exige escucha y acogida. Verdad que no explica nada, ni busca dominar, sino que «sólo indica el sentido que la realidad tiene o puede tener para el hombre» .

            Sean cuales sean las formas de pensamiento que pongamos en acción para alcanzar la verdad sobre el hombre y sobre el sentido de la existencia, no es tarea fácil dar con ella.

            Pero a pesar de la dificultad, no podemos renunciar a las preguntas antropológicas: el mero hecho de vivir nos mueve a ello. Desde nuestro punto de vista, son caminos válidos para ello y no excluyentes:

  • La hermenéutica de los mitos.
  • Las ciencias humanas.
  • La literatura, el arte y el cine.
  • Las religiones. En especial, para quien escribe esto, la revelación bíblica.

            Y, evidentemente, la filosofía. Pero sabiendo que en ninguna filosofía se encuentra la respuesta última y definitiva. Muchos filósofos han caído en la “soberbia filosófica” de querer erigir la propia perspectiva como verdad universal .

            La verdad que buscamos ha de ser personal y ha de servir para personalizarnos, evitando aquello que Heidegger llamaba la caída, la caída en lo impersonal, la caída en el “se hace”, “se piensa”, “se dice”, etc., que no es más que caer en la disolución de uno mismo en el ser de los demás. Ser uno mismo, ser en consonancia con la vocación profunda que surge de nosotros, se muestra como una tarea titánica. No cabe duda que la persecución de la verdad nos ayudará en la lucha por la libertad y por la vocación a la que todos estamos llamados, a saber: ser uno mismo, ser individual y socialmente personas y realizar lo que nuestro propio ser personal nos reclama. Sin ello, la felicidad posible será imposible.

 

4. CONDICIONES NECESARIAS PARA LOGRAR LA VERDAD

            Hay actitudes y capacidades que consideramos básicas para la consecución de la verdad. A la misma filosofía, en cuanto paideia, le corresponde despertar y desarrollar estas actitudes y capacidades de la naturaleza humana. Algunas de ellas serían:

  • Amor por la verdad.
  • Capacidad para dejarse asombrar. Esta capacidad, connatural al hombre, necesita ser despertada por la educación y por la compañía de otros. Pero, ¿qué nos asombra? No sólo el mundo exterior, sino nuestro propio mundo interior, y aquello que la humanidad ha ido creando a lo largo de su historia (arte, literatura, música, cine, etc.), pero, también, la propia vida.
  • Apertura consciente a la realidad. Hemos de ir a la realidad dejándonos enseñar y sorprender por ella. La verdad buscada por la inteligencia exige a ésta no plegarse en sus propias construcciones, no imponer a la realidad ideas preconcebidas.
  • Apertura a la propia conciencia. Hay una verdad que surge del corazón humano, que ha de ser escuchada y sometida a examen.
  • Actitud crítica. Ésta conduce a replantearse las cosas dichas y establecidas. Pero cuando esta actitud se extralimita, conlleva un riesgo: el de que cosas valiosas puedan negarse y puedan perderse verdades alcanzadas por el camino. Por ello, la tarea crítica de la filosofía es imprescindible. De lo contrario, la filosofía se parecería más a adoctrinamiento que a indagación de la verdad.
  • Actitud dialogante. La verdad no es cosa de uno solo. En su sentido etimológico diálogo (“diav-logo"”) sería alcanzar por medio de la palabra o del discurso o de la razón un objetivo. Éste puede ser perfectamente la verdad.
  • Libertad e independencia frente a las diversas clases de poder. No se trata de mera rebelión contra los poderes de la sociedad, sino de ser críticos ante ellos y de someterlos al juicio de la verdad.
  • Actitud humilde. Admitiendo el dicho socrático «sólo sé que no sé nada», que hoy sigue siendo válido como antídoto frente a las tentaciones prepotentes y soberbias que nos pueden hacer creer que lo sabemos todo o casi todo.

 

Esta actitud de humildad frenaría el rechazo que tantas veces produce la verdad. San Agustín, en las Confesiones, se preguntaba por qué «la verdad pare el odio», y contestaba que: «Odian la verdad por causa de aquello mismo que aman en lugar de la verdad» .

La humildad de la que estamos hablando nos ayudará también a reconocer que la verdad no es tanto conquista humana, como don que viene al hombre. Sólo desde esta actitud, el camino de la verdad se puede abrir a la aceptación de Dios y su revelación.

 


San Agustín, In Ioan., 26, 5.

San Agustín, Confesiones, X, 23,34, B.A.C., Madrid,  91998, p. 421.

Aristóteles, Metafísica, I, 1, en: Aristóteles, Obras, Aguilar, Madrid,  21977, p. 909.

San Agustín, Contra Académicos, II, 3, 8, en: San Agustín, Contra  los Académicos, Encuentro, Madrid, 2009, pp. 77-78.

Tomamos esta expresión de la obra de Erich Fromm El miedo a la libertad. Con ella queremos indicar lo que el mismo Fromm desarrolla en su libro: los hombres tienen miedo de tomar decisiones por sí mismos, de ser responsables y de afrontar las consecuencias de sus libres elecciones; prefieren la seguridad al riesgo de la libertad.

Como bienes para la persona, la encíclica señala la protección de la vida humana, la comunión de las personas en el matrimonio, la propiedad privada, la veracidad y la buena fama, que, como dice la misma encíclica, son los bienes que los preceptos negativos del Decálogo tratan de salvarguardar (Cf. Veritatis Splendor, 13).

O. González De Cardedal, La entraña del cristianismo, Secretariado Trinitario, Salamanca 1997, p. 336. Véase, también, Gaudium et spes, 10, en donde vemos cómo el concilio Vaticano II se hizo eco de las preguntas antropológicas, y Fides et ratio, 1b.

Albert Camus, El mito de Sísifo, Alianza-Losada, Madrid, 1981, p. 15.

Ver Juan Pablo II, Fides et ratio, 3a.

No puedo menos de pensar que tras el aborto buscado y premeditado hay una actitud propia del pensamiento dominador.

Joseph Gevaert, o.c., p. 172.

Cf. Juan Pablo II, Fides et ratio, 4b.

San Agustín, Confesiones, X, 23,34, en edición citada: p. 421

 




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