NOTICIA DE LIBRO / BOOK REVIEW:

Los pocos y los mejores. Localización y crítica del fetichismo político, José Luis Moreno Pestaña, Akal, 2021, 136 páginas.

 

Miguel Azpitarte Sánchez

Profesor Titular de Derecho Constitucional. Universidad de Granada.

 
resumen - abstract
palabras claves - key words

 

 

 

"ReDCE núm. 35. Enero-Junio de 2021" 

 

Crisis sanitaria y Derecho constitucional.

 

SUMARIO

1. El libro: su autor, el contexto y su propósito.

2. Las tesis esenciales del libro.

3. El libro a la luz del Derecho constitucional.

  

Volver

 

1. El libro: su autor, el contexto y su propósito.

 

José Luis Moreno Pestaña es profesor titular de filosofía en la Universidad de Granada. En los últimos años ha dedicado parte de su investigación a indagar sobre los usos dela democracia en la Grecia clásica y su utilidad para nuestras preocupaciones actuales. Ejemplo paradigmático de este tipo de trabajo es su libro “Retorno a Atenas”. La democracia como principio antioligárquico. Siglo XXI, 1ª ed., 2019, 2ª ed. 2020, obra que ha tenido un importante eco en el ámbito académico de la filosofía y que merece ir traspasando esa frontera. Sin solución de continuidad lógica y casi temporal, nos ofrece ahora el libro objeto de esta recensión, ganador del Premio Internacional de Pensamiento 2030 (ex aequo con Marco Sanz Peñuelas, “La emancipación de los cuerpos”. Akal, 2021).

Cualquier aproximación contemporánea a la democracia en España, ha de tomar necesariamente el año 2008 como punto de partida. Se inicia entonces una crisis de la lógica de partidos, tal y como se había desarrollado desde el arranque de la Constitución de 1978. La introducción del libro cifra en esa fecha un frustrado momento de esperanza para redirigir nuestra práctica hacia modelos más participativos. Luego engarza con el 2020, y de forma especialmente sugerente, muestra el giro que ha dado el sistema político, donde las tensiones se centran ahora en el peso de la opinión experta en la gestión política, con la crisis sanitaria como evidente telón de fondo. En menos de una década hemos pasado de criticar los partidos por su escasa sensibilidad ciudadana, para luego denostarlos por su lejanía de la ciencia.

Difícilmente se puede discutir el contexto que traza Moreno Pestaña. Pero la mayor aportación de su libro está en la estrategia: volver a los instrumentos de la democracia clásica, en especial el sorteo, para intentar pensar otra realidad: porque “la competencia electoral entre partidos no es la única manera de elegir democráticamente quién y cómo nos gobierna” (p. 7). La clave no está en un “regreso a Atenas” para replicar, sino en un mirar a atrás para ensanchar el horizonte de futuro. Ciertamente, abrir el pensamiento a la imaginación es una costumbre que hemos ido perdiendo en la teoría constitucional. Seguramente por ello, cada vez hacemos menos teoría (construir conceptos a través de los cuales conectamos el Derecho con la realidad social) y más dogmática (afrontar los problemas coyunturales de aplicación de normas). Pero pasemos primero a exponer las tesis esenciales del libro, para luego mirarlo desde el prisma del Derecho constitucional.

 

 

2. Las tesis esenciales del libro.

 

El gran valor de esta obra radica en recuperar preguntas que toda teoría democrática debe afrontar. Así, en el capítulo primero, acopiando ideas presentes en su libro “Retorno a Atenas”, y volviendo sobre Aristóteles, formula el interrogante fundamental relativo a la elección de nuestros gobernantes: “¿Cómo distinguir a los mejores y determinar cuántos pueden ser?” (p. 16). Con la voluntad de resolver la cuestión, el autor subraya una premisa central de su pensamiento, “el principio antioligárquico”. Sin embargo, se ha de advertir que en el libro no se realiza defensa alguna del populismo contemporáneo, entendido este como la acción política que hace de la gestión de las emociones su hilo central. Nada más lejos de la realidad. El autor, sin duda, combate la “nobleza epistémica” y su arrogancia que le lleva a creer que tiene conocimiento en cualquier área; pero también pone en tela de juicio “la plebe, que no sabe embridar su imaginación sobre lo que ocurre en el poder” (p. 23). En definitiva, la apelación de Moreno Pestaña al principio antioligárquico simplemente expresa la confianza en “las capacidades compartidas, y en su cultivo, como el núcleo de la experiencia democrática” (p. 18), porque “la política es, en buena medida, producción de ciudadanía” (p. 15)

Fijado el punto de partida, gran parte del capítulo primero está dedicado a elaborar un test que permita identificar “la corrupción oligárquica” o la infundada pretensión de unos pocos de ser los mejores. Para ello es preciso saber “si tenemos medios racionales para distribuir las competencias políticas y evitar así los costes de consagración de los sujetos” (p. 23). Esta preocupación nace desde el momento en que experimentamos el impulso natural de concentrar las decisiones fundamentales en pocas manos. Experiencia que es plausible si esas personas extraordinarias sobresalen “en comunidades vigorosas capaces de contrarrestar su posible desquiciamiento” (p. 25).

En este afán, el autor realiza una crítica de la “epistemología política del especialista”, que es aquella que cifra la aptitud del político en su conocimiento. No niega que el conocimiento sea relevante en política; lo considera imprescindible en esos campos en los que su adquisición “tiene costes disparatados” (p. 26). Pero entiende que se debe ir más allá e intentar determinar cuáles son los conocimientos necesarios para participar en política. Una cierta cultura media y unos rudimentos “no especializados que no merecen atención teórica y que no se enseñan en las instituciones oficiales”, así como saberes políticos que se adquieren en la práctica (p. 28).

El problema clave consiste en distribuir racionalmente esos distintos saberes (p. 74). A ello se dedica el capítulo tercero y el cuarto. Pero antes, en el capítulo segundo, el autor amplía el marco de pensamiento, forzando las estrecheces que encubre el fetichismo político. Efectivamente, tal y como sostiene Moreno Pestaña, la articulación democrática del procedimiento político admite varias formas; modos de tomar decisiones “que, por un lado, permitan considerar los problemas y, por otro lado, los cierren tras adoptar una decisión común” (p. 41). Estas “mediaciones” pueden ser de dos tipos. Las primarias “abren el campo de juego”, son aquellas que generan la “represión necesaria”, la “integración social” (p. 45). Las secundarias se desenvuelven en ese campo de juego ofreciendo diversas opciones. El problema surge cuando estas mediaciones segundarias se solidifican dando cuerpo a un fetiche: lo existente es lo único posible (p. 53). En su libro Moreno Pestaña rompe el fetiche que conforma la comprensión actual de la democracia, y lo hace imaginando la alternativa del sorteo como complemento necesario a los modelos electivos. El autor nos advierte de que salir del fetichismo exige una triple operación: conocer los “componentes presentes en toda realidad” (las mediaciones primarias); analizar el desarrollo histórico de esa realidad; y, finalmente, imaginar otros caminos. Este es el viaje al que nos emplaza el libro.

He señalado que el capítulo tercero afronta la cuestión esencial de determinar la distribución racional de los distintos saberes que han de proyectarse en la dirección de una comunidad política. Para dar la respuesta que conducirá a realzar el papel del sorteo, el autor antes despliega una crítica a la democracia representativa en su forma actual: organizaciones políticas nucleadas en torno a sus dirigentes que intentan auscultar constantemente el sentir electoral; los sondeos marcan el camino y “el debate se centra entre quienes se constituyen como grupos de interés y los dirigentes y los electores cambian su fidelidad a menudo” (p. 80). Sin embargo, la crítica de Moreno Pestaña a la democracia representativa no es una enmienda a la totalidad, ni una caída en el asamblearismo, al que simple y llanamente tacha de ingenuo (p. 75). Su objetivo consiste en subrayar los elementos fetichistas que implica, más concretamente la imagen del agente racional. Volviendo sobre la idea común que asimila el proceso electoral a un mercado del voto, el autor va desgranando las dificultades esenciales: el elector se encuentra con divisiones dominantes (por todas, izquierda/derecha) que se toman como realidades incuestionables; elige, supuestamente como soberano, si bien las posibilidades de ser una ente político activo son muy desiguales; el elector/consumidor no sabe cómo se forma, a qué intereses responde la oferta electoral; y, finalmente, el capital político necesita recursos económicos, que terminan por marcar el paso.

El autor considera que los defectos del proceso electoral provocan una respuesta epistocrática, es decir, la reivindicación de sistemas en los que la dirección política habría de estar en manos de las personas con conocimiento. En este punto el autor ofrece ejemplos teóricos que postulan esta máxima, los cuales se mueven desde el pensamiento liberal clásico (Mill o Hayek) hasta el comunismo soviético, y, hoy, la China maoísta. Es muy importante, sin embargo, mantener siempre viva la advertencia de Moreno Pestaña, que distingue entre “la especialización técnica en un problema políticamente relevante” y el fetichismo de “pretender que se domina un saber imprescindible sobre cualquier desafío político” (p. 94). Es esta segunda presunción la que conduce a la epistocracia.

La segunda reacción a las fallas del proceso electoral ensalza la capacidad intelectual de los ciudadanos comunes y se debería articular, al menos en parte, a través del sorteo. Frente a la epistocracia, Moreno Pestaña apuesta por la “calidad epistémica de la democracia”. Siguiendo las tesis de Landemore, tal calidad emerge cuando ante un problema difícil la solución se busca entre personas cognitivamente diversas, variedad que ha de incluir al menos cuatro elementos: “diversas perspectivas para captar el mundo”, “distintos modos de interpretación”, “múltiples heurísticas de resolución de problemas” y “diversos modos de imputación causal” (p. 98). Ahora bien, ¿cómo se logra esa pluralidad? En parte mediante el sorteo. Esto no conlleva para Moreno Pestaña un rechazo de la representación o la elección de expertos; su voluntad es colocarla en el lugar adecuado, de suerte que no genere una aristocracia superflua. Y ese espacio natural de la elección de los especialistas ocurre “cuando disponemos de criterios claros acerca de qué estamos buscando y a quién debemos elegir” (p. 101).

El capítulo cuarto presenta la tesis final en favor de los espacios híbridos ––expertos y ciudadanos legos elegidos por sorteo–– como instrumento adecuado para lograr “una articulación virtuosa”, que aúne la competencia intelectual, la desincentivación de los aprovechados y animar a las personas que persiguen el bien común (p. 110). Pero, ¿por qué introducir a los legos? Según Moreno Pestaña, el saber experto, incluso cuando está bien ubicado, “requiere, para su aplicación, informaciones relativas al contexto inasequibles para el mayor especialista. El conocimiento experto se incluye dentro de un género mayor de saber y sobre el que no existe conocimiento experto” (p. 113). A mi juicio, en este punto capital falta algo de concreción sobre ese “saber común”, que me parece se refiere al conocimiento del contexto (“un conocimiento latente, vinculado a coyunturas muy precisas”, p. 113; “dimensiones de la realidad que desconocen los expertos”, p. 114; “conocimientos que habían olvidado”, p. 114), o simplemente, a las introducción en el proceso deliberativo de las expectativas ciudadanas. En cualquier caso, “la producción de cuerpos deliberativos elegidos por sorteo ayuda a que ese saber […] emerja y se estabilice en instituciones” (p. 113). En definitiva, y esta sería la conclusión del libro, según Moreno Pestaña, “la democracia exige individuos con competencias múltiples opuestos a la división técnica del trabajo […] (p. 112).

 

 

3. El libro a la luz del Derecho constitucional.

 

“Los pocos y los mejores” merece una lectura atenta para cualquier persona interesada en la teoría democrática, siendo irrelevante su ámbito natural de estudio (e incluyo a los profesionales ajenos a las ciencias sociales), pues el libro, sin perder el rigor y la deferencia a ciertas costumbres académicas (esencialmente el comentario de autores que muestran la genealogía de las ideas propias), expone con claridad el tema central y los argumentos que lo sostienen. Es una obra necesaria, que zarandea lugares comunes con una propuesta, el recurso al sorteo para elegir parte de las instituciones, cuando menos original. Y lo hace además con un tono medido. Hará agua quien busque un texto destinado a la mera justificación de unas u otras tendencias, en la línea de lo que repiten nuestros medios de comunicación y que va permeando la escena académica contemporánea.

Me gustaría ahora realizar una análisis del texto desde la óptica del Derecho constitucional, o al menos hilvanar algunos planteamientos que propicien reflexiones ulteriores.

 

3.1. Sobre la distribución de saberes en la Constitución

 

Moreno Pestaña formula una pregunta central: ¿cómo distribuir en una comunidad política los distintos saberes existentes en una sociedad, en especial el saber especializado y el saber común? La Constitución da una respuesta clara que apela a una determinada idea de justicia: reconoce tres tipos de saberes: el aristocrático, el técnico y el democrático.

El primero, obviamente, se nuclea en la Jefatura del Estado monárquica, que, pese a que sus funciones son refrendadas por los miembros del Gobierno, “arbitra y modera el funcionamiento regular de las instituciones”. En labor se incluye un saber difuso, una experiencia que se aplica de manera discreta, aunque en ocasiones ocupe el centro del escenario, como ocurrió en el famoso discurso del 3 de octubre de 2017 en relación a la crisis catalana. Curiosamente, solo ese saber singular atesorado en el carácter perenne de la institución podría hoy día aportar alguna legitimidad a la Monarquía.

El saber técnico tiene una plasmación canónica en nuestra Constitución con el reconocimiento de la Administración Pública que actúa sometida al principio de eficacia (art. 103 CE). De ahí nace la categoría clásica de la discrecionalidad técnica, que compone un espacio propio de actuación impenetrable al control judicial. Siguiendo el aire de 1978, se trata de un saber técnico sometido al saber político, bien por el principio de legalidad, bien por el principio de jerarquía de la Administración. Con todo, a nadie se le escapa el papel destacado que ha ganado el saber técnico en algunas esferas. Basta con pensar en la política monetaria. Es este un dato crucial si tenemos en cuenta que el Banco Central Europeo ha sido una institución capital en la crisis económica de 2008, de la que sale absolutamente reforzada, reconocida como la única instancia de la Unión que tuvo un mínimo de sensibilidad para compensar las políticas de austeridad. Curiosamente el poder tecnocrático se acercó a la ciudadanía antes que nadie.

El saber político se articula en nuestra Constitución a través del principio de representación (art. 23 CE). A día de hoy su práctica constitucional está en clara crisis. Es aquí donde debemos situar el libro recensionado, que desmonta la imagen más descarnada de lo que habitualmente hemos llamado en teoría constitucional la democracia de partidos. Pero yo creo que la imagen de Moreno Pestaña se debe ampliar, pues nuestra realidad constitucional está padeciendo otros dos problemas que afectan a su naturaleza democrática. Uno de ellos tiene que ver con la impericia de los actores políticos para encontrar las reglas de funcionamiento en esa nueva realidad de múltiples partidos que nos ha dejado la crisis del 2008. Superado el bipartidismo cuasi rígido, los partidos, muy lejos de las mayorías parlamentarias que garantizan una gobernabilidad suave, están siendo incapaces de generar un nuevo modo de hacer que haga efectiva la acción gubernamental. Y este no es un problema menor: si la dirección política no logra dirigir la realidad, el sistema constitucional estará fracasando en su función elemental de asegurar una unidad de decisión efectiva. El tercer problema tiene que ver con la irrupción del populismo y encuentra en Cataluña un laboratorio que muestra sus efectos deletéreos. La democracia de partidos tiene entre sus tareas simplificar el debate y conformar una agenda política en la que el ciudadano pueda desenvolverse (“son instrumento fundamental para la participación política”, art. 6 CE). Cuando los partidos abandonan esa función y promocionan la política como pulsión emocional, quedando en manos de otro tipo de organizaciones ajenas a los partidos, el funcionamiento natural de las instituciones es desbordado, siendo imposible encauzar la dinámica política en el terreno de la deliberación y el acuerdo.

 

3.2. Sobre el saber político

 

He indicado que el libro necesita precisar algo más las características de ese saber común que se contrapondría al saber técnico, y que en principio cualquier ciudadano poseería. No obstante, comparto con el autor la premisa de que existe un conocimiento común para los problemas políticos que está desligado del saber técnico y ni siquiera es consecuencia de este. Se trataría de una aptitud a partir de la cual dialogamos con nosotros mismos sobre la naturaleza de un problema y somos capaces de proponer y discutir sobre los fines y valores que han de orientar la solución (parafraseo a H. Arendt y su concepción del juicio mora, “Responsabilidad y juicio”, trad. J. Kohn, 2007, p. 113. A la razón instrumental, al saber técnico, le quedaría la respuesta sobre los medios cuando estos fuesen de especial complejidad. Ahora bien, la convicción sobre la existencia de un saber político común ha de salvar al menos tres objeciones si quiere encontrar su geometría exacta.

La primera tiene que ver con la transformación de la experiencia política en un saber técnico, esto es, en una profesión. Quien sienta la pulsión política, si quiere desarrollarla en plenitud, tendrá que empezar muy joven a desempeñar una carrera política con hitos imprescindibles. Basta con seguir a los candidatos de los partidos clásicos: atesoran una larga trayectoria dentro de la organización sin la cual hubiera sido inviable alcanzar esa posición. Para romper esta dinámica, Moreno Pestaña propone forzar la diversidad a través del sorteo. Pero queda abierta la dificultad de engrasar correctamente, además del juego entre los titulares del saber técnico y la ciudadanía lega, el lugar oportuno de los políticos profesionales en el espacio deliberativo, para lo que seguramente será necesario saber en qué consiste la especialidad de su conocimiento.

Una segunda objeción, conectada con la anterior y que puede incluso que le dé respuesta, nos lleva a un concepto de democracia liberal, que fue revitalizado por Bruce Ackermann (“We the people. Foundations”, Harvard Press, 1991) para explicar la relación entre la política constituyente y la ordinaria. Según Ackermann el problema no radica en distinguir los saberes –acepta la competencia política de cualquier ciudadano- sino en identificar los momentos en los que la persona común debe activarse para participar. Ocupado en sus afanes cotidianos, esta persona común se vale de la división de trabajo que implica la democracia representativa para dedicar su tiempo al desarrollo de otras manifestaciones de la libertad. Y solo cuando la comunidad política se enfrenta a un momento constituyente, entonces el ciudadano se engancha a la participación y conforma el “We the People”.

Es verdad que esta tesis, por lo que tiene de realismo crudo, encajaría perfectamente en el fetichismo político que Moreno Pestaña quiere desmontar. Pero creo que también vale para señalar que quizá la obra que recensionamos se vuelca unilateralmente en una dimensión de la libertad ––la participación política–– sin afrontar el reto de entender la articulación de esta libertad con otras que en ocasiones arrastran al ciudadano con más fuerza (la religiosa, la económica, la intimidad, etc.). Y los problemas crecen si observamos la experiencia de las últimas décadas en las que la participación se fragmenta sectorialmente, de manera que una misma persona, por ejemplo, puede ser muy activa en la defensa de la autodeterminación de género y, sin embargo, absolutamente pasiva en el ámbito de la economía. En definitiva, conviene pensar cómo organizamos la participación política cuando la idea de ciudadanía, como concepto que engloba todos los modos de ser en política, se ha roto y sostenerla nos hace correr el riesgo de generar un nuevo fetiche.

Finalmente me gustaría plantear, desde el punto de vista estrictamente jurídico-constitucional, algunos interrogantes relativos al sorteo como instrumento para ganar “diversidad cognitiva”. Cabe recordar que en nuestro sistema se recurre al sorteo en dos momentos claves para la articulación del Estado: la determinación de la responsabilidad penal del acusado en algunos delitos, mediante la llamada al jurado; y la formación de las mesas electorales, que son la Administración sobre la que pivota el proceso electoral. Ahora bien, estos dos fenómenos son ajenos a la deliberación política y se integran en procesos de aplicación de la ley, en la que esta marca la ruta y ahorma la actuación del lego. Con todo, creo que existiría margen de sobra para introducir la técnica del sorteo en la fase preliminar de elaboración de normas (los anteproyectos), que en los últimos años, al hilo de la narrativa de la gobernanza, va integrando fases para mejorar la motivación de la actuación estatal.

A mi juicio, la reivindicación de Moreno Pestaña en favor del sorteo viene precedida de una crítica descarnada al principio de representación, que siendo ajustada, deja la categoría hecha jirones. ¿De verdad esta agostado este camino? ¿Solo cabe mirar con melancolía la irrupción de las primarías y la llegada de nuevos partidos? ¿No estamos cegando nuestra imaginación en torno a la representación? Sea como fuere, lo indudable es que el libro de Moreno Pestaña tiene la virtud de todo buen libro: obligar al lector a imaginar nuevas preguntas, lo que equivale, creo, a soñar un futuro mejor.

 

 

Resumen: En esta recensión se da cuenta del libro señalado en el encabezamiento y se entabla una discusión crítica sobre sus principales aportaciones.

 

Palabras claves: Moreno Pestaña; Democracia; Oligarquía; Sorteo.

 

Abstract: This review takes an account of the book referred in the title and it opens a critical discussion about its main contributions.

 

Key words: Moreno Pestaña; Democracy; Oligarchy; Lot.

 

Recibido: 2 de junio de 2021

Aceptado: 5 de junio de 2021