IN MEMORIAM: EDUARDO GARCÍA DE ENTERRÍA Y SU PROYECCIÓN INTERNACIONAL[*]

 

Ricardo Alonso García

Catedrático de Derecho Administrativo. Universidad Complutense de Madrid.

 
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"ReDCE núm. 24. Julio-Diciembre de 2015" 

 

El impacto de la crisis económica en las instituciones de la Unión Europea y de los Estados miembros (I).

  

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Eduardo García de Enterría no sólo es EL MAESTRO, en singular y mayúsculas, de nuestro Derecho Público, sino también, con palabras de Ángel Martín Municio en su contestación al Discurso de Ingreso de Don Eduardo en la Real Academia de la Lengua, “representante excepcional del pensamiento jurídico español”. “Y ello hasta tal punto”, continuó resaltando Martín Municio, “de que ausente de la Academia el puesto de honor y de trabajo de un jurista, hubiera sido difícil encontrar más amplios matices en el cultivo del Derecho, huellas más profundas en los estudios jurídicos, mayor deleite en el oficio, mejor rigor y ascendiente intelectual, magisterio científico y humano más constantes y reconocidos, formas de expresión más brillantes, que los acumulados en la intensa actividad profesional del nuevo miembro de esta Casa”.

Así fue apreciado, admitiéndole en su seno, no sólo por la Real Academia de la Lengua, como años antes lo había hecho la Real de Jurisprudencia y Legislación, sino por otras muchas instituciones de nuestro país, al honrarle con las más altas distinciones, incluidas la Gran Cruz de Alfonso X El Sabio y la Gran Cruz de San Raimundo de Peñafort, el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales, y el Premio Internacional Menéndez Pelayo.

Más impresionante aún resulta su currículo de Doctorados Honoris Causa por Universidades españolas (Zaragoza en 1983, Valladolid en 1992, Carlos III de Madrid en 1993, Cantabria en 1995, Oviedo en 1996, Santiago de Compostela también en 1996, Málaga en 1999, Extremadura en 2002, y San Pablo CEU en 2010), habida cuenta del clima de intrigas y egos típico de la vida universitaria, y aún más típico de la vida universitaria en un país como el nuestro, donde la envidia, que Unamuno calificara de “lepra nacional”, es un obstáculo más, y no precisamente menor, para dignificar el talento ajeno. Las razones para tal ruptura del molde español, hasta la exageración en el caso de Don Eduardo, creo que deben buscarse no tanto en los conocimientos de EL MAESTRO, como en su sabiduría entendida como “conducta prudente en la vida”, o lo que es igual, en el reconocimiento a una vida presidida por todos los significados que la Real Academia Española atribuye a la prudencia, esto es, la templanza, la cautela, la moderación, la sensatez y el buen juicio. Pues es el profundo cariño y afecto que una persona con tales cualidades, elevadas a su máxima expresión, puede llegar a despertar en sus pares, lo único, creo, que, más allá de sus cualidades estrictamente científicas, puede explicar, en el caso de Don Eduardo, el grado de reconocimiento a su figura, tan absolutamente fuera de lo común (el reconocimiento, por descontado la figura), por la Universidad española. No tengo ninguna duda, en todo caso, que fue sobre todo ese profundo cariño y afecto lo que llevó a esta Facultad de Derecho de la Universidad Complutense a decidirse a bautizar este Salón de Actos como “Salón García de Enterría”, y a presidir con su retrato la tribuna del orador.

 

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Si sensacional fue el protagonismo de Don Eduardo en nuestro país a lo largo de su brillante y feliz existencia, de “caso extraordinario” ha calificado recientemente Ramón Parada la trascendencia de su ingente obra más allá de nuestras fronteras, “pues la ciencia jurídica española”, escribe Parada (el nº 192 de la RAP), “desde los tiempos de los grandes juristas del siglo XVI, que sentaron las bases del Derecho Internacional (Vitoria, De Soto, Francisco Suárez), no había tenido apenas eco en el panorama jurídico internacional”.

He de decir que la proyección internacional de Don Eduardo fue una proyección trabajada desde su juventud. Permítaseme traer a colación las palabras con las que mi padre, que mantuvo una muy estrecha amistad con Don Eduardo desde el ingreso de ambos al Cuerpo de Letrados del Consejo de Estado allá por 1947, cerraba su crónica, publicada el nº 10 de la RAP, sobre “La reunión de 1952 del Instituto Internacional de Ciencias Administrativas”: “Como resumen”, escribió entonces Alonso Olea, “las sesiones de la Mesa Redonda fueron extremadamente fructíferas y demostraron tener un interés altamente prometedor para el futuro; lo que nos hace reiterar la opinión de García de Enterría, de que es de desear que los administrativistas españoles participen en la más amplia medida y con la mayor intensidad posible en las futuras reuniones del Instituto, bien con su asistencia personal, bien remitiendo sus ponencias y comunicaciones sobre los temas propuestos para cada reunión, pues a través de la organización del Instituto logran una amplísima difusión y pueden entrar en contacto y ser comparadas y contrapuestas con los trabajos de las demás Secciones nacionales, permitiendo así esa contraposición de puntos de vista de la que nace tanto el interés en los problemas de los demás como el contraste de las soluciones propias y de su eficacia comparada con la reacción de otros países ante los mismos o semejantes problemas”.

Ese interés por los ordenamientos jurídicos de nuestro entorno también fue una característica muy acusada, desde siempre, en la formación intelectual de Don Eduardo: él mismo, en una hermosa auto-semblanza que en breve saldrá a la luz en un libro de la Editorial Civitas dedicado a su vida y su obra, nos recuerda cómo además de su interés por el Derecho administrativo francés e italiano, nacido de la necesidad de preparar el temario de las oposiciones a Letrado del Consejo de Estado, tuvo tempranamente la preocupación de formarse en otros Derechos, pasando una temporada, antes de ser Catedrático, en la London School of Economics; y ya siendo Catedrático, pasando varios veranos en las Universidades de Munich y de Tubinga, donde entablaría una cordial amistad con el gran maestro Otto Bachof.

Fruto de la formidable capacidad de Don Eduardo para, desde una perspectiva internacional, absorber conocimientos ajenos y exteriorizar los propios, serían los Doctorados Honoris Causa que le fueron concedidos por dos de las más prestigiosas Universidades europeas: La Sorbona, en 1977, y la de Bolonia, en 1992.

Posteriormente, en 1999, el reputado Instituto Europeo de Administración Pública, con sede principal en Maastricht, le otorgaría el Premio Alexis de Tocqueville al considerarle “uno de los más destacados académicos de Europa”, y un “investigador excepcional en Derecho Público y Administrativo que ha realizado contribuciones de primer orden en el campo de la Administración Pública europea y del Derecho europeo”.

No exageraba lo más mínimo en sus elogios el Instituto. Como tampoco exageraba nuestro insigne Salvador de Madariaga (co-fundador, por cierto, del Colegio de Europa con sede en Brujas, el más afamado centro, junto con el Instituto Universitario de Florencia, de estudios de postgrado sobre la Unión Europea), cuando se refería a Don Eduardo como “el español de más integridad combinada, con más inteligencia, que hubiera encontrado en su vida” [1].

 

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En efecto, fue Don Eduardo el primer Juez español del Tribunal Europeo de Derechos Humanos, con sede en Estrasburgo, entre 1978 y 1986, año este último en el que, coincidiendo con la adhesión de nuestro país a las entonces Comunidades Europeas, co-dirigió la voluminosa y pionera obra colectiva “Tratado de Derecho Comunitario Europeo. Estudio Sistemático desde el Derecho Español”.

Fruto de su pasión, que tan bien sabía transmitir a colegas y discípulos, por esta nueva aventura política y jurídica europea que se abría ante nosotros, fueron sus numerosos trabajos dedicados al análisis del panorama jurídico europeo y sus conexiones con el ordenamiento español, destacando de manera particular “La batalla por las medidas cautelares. Derecho comunitario europeo y proceso contencioso-administrativo español”, así como su último libro, el cual, editado en 2007 bajo el título “Las transformaciones de la justicia administrativa: de excepción singular a la plenitud jurisdiccional. ¿Un cambio de paradigma?”, serviría de inspiración al prematuramente llorado Dámaso Ruiz-Jarabo en la elaboración de sus Conclusiones en el asunto Alpe Adria Energia (C-205/08), que constituyen el más importante esfuerzo de sistematización hasta el momento operado en Luxemburgo en torno al concepto de “órgano jurisdiccional” facultado, o en su caso obligado, para dirigirse vía prejudicial al Tribunal de Justicia.

Pero además, Don Eduardo, como ejemplar hombre que era no sólo de reflexión, sino también de acción, multiplicó sus esfuerzos a la hora de impulsar el progreso científico y político de la integración europea.

Baste con recordar que ya antes de nuestra incorporación de pleno Derecho al proyecto común europeo, concretamente en 1982, participó en el nacimiento de la Asociación Española para el Estudio del Derecho Europeo, de la que fue co-fundador y Presidente hasta 2007 (y desde entonces y hasta su fallecimiento, Presidente de Honor). Entre 1988 y 1989 formó parte del Grupo de Trabajo que, presidido por Jean-Victor Louis, redactaría un Proyecto de disposiciones para la Unión Económica y Monetaria Europea (publicado bajo el título “Vers un Système européen de banques centrales. Projet de dispositions organiques”, Bruxelles, Editions de l’Université, 1989). Entre 1989 y 1992, dirigió el equipo español que formó parte del macro-proyecto, dirigido por el Instituto Universitario Europeo de Florencia, sobre los retos de la integración con vistas a la culminación del mercado interior (“The 1992 Challenge at National Level. A Community-wide joint research on the realization and implementation by national government and business on the internal market program”, European University Institute, 1989-1992). Entre 1992 y 1994, formó parte (junto con los Profesores Capotorti, Hilf, Louis y Weiler[2]) del Grupo de Expertos de la Comisión Institucional del Parlamento Europeo, encargada de preparar un proyecto de Constitución europea (el “Informe Herman”). En 1996, fue miembro (junto con los Profesores Dehousse, Louis, Mény, Snyder y Tesauro) del Grupo de Expertos (presidido por Ehlerman) al que, bajo la órbita del Centro Robert Shuman del Instituto Universitario de Florencia, encargó el Parlamento Europeo la tarea de unificar y simplificar en un texto único los Tratados de las Comunidades Europeas y de la Unión Europea. Y ese mismo año, formó también parte del Comité de Sabios que, bajo la presidencia de la que fuera primera Ministra portuguesa, María de Lourdes Pintasilgo, redactó el importante informe “Por una Europa de los Derechos Cívicos y Sociales”.

Siempre fiel a su compromiso con el mundo académico, EL MAESTRO participó activamente en labores de asesoramiento de multitud de revistas científicas europeas: Director del Comité de Redacción de la «European Review of Public Law» y del Comité Científico del «Annuaire International de Justice Constitutionnelle», fue miembro (y en varios casos Presidente) de Comités Científicos y Consejos Asesores de numerosas publicaciones periódicas, tales como «Il Diritto dell’Unione Europea», «Rivista di Diritto Europeo dell'Economia», «Yearbook of European Law», «Nomos-Praxis des europäischen Rechts (Nomos-PER)», «Revue Trimestrielle des Droits de l'Homme», y más recientemente, la «Iuspublicum Network Review», de la que fue co-fundador en 2010. En relación con publicaciones españolas de dimensión europea, cabe asimismo destacar su protagonismo en las dos Revistas de mayor proyección: en la Revista de Derecho Comunitario Europeo, a la que estuvo vinculado, desde su creación, como miembro del Consejo Asesor, y en la Revista Española de Derecho Europeo, de la que fue fundador y Co-Presidente.

Como colofón a semejante currículo internacional, la Facultad de Jurisprudencia de Florencia celebró el 25 de octubre de 2003 en su homenaje un acto académico, integrado en el programa “I protagonisti della cultura giuridica europea”, con fundamento en “la profundidad y la originalidad de su pensamiento, el valor y la transcendencia de su obra científica, y su notoriedad fuera de los límites nacionales, que constituyen un punto de referencia cultural, en particular para los juristas europeos de las viejas y las nuevas generaciones”. Y para los juristas latinoamericanos de las viejas y las nuevas generaciones, añado por mi parte.

 

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En efecto, la admirable relevancia intelectual y humana de EL MAESTRO trascendió allende los mares, despertando en nuestros hermanos latinoamericanos no menos admiración que la despertada en nuestros vecinos europeos.

No creo que exista un jurista, con independencia de su nacionalidad, con semejante acumulación de Doctorados Honoris Causa por aquellas tierras. Concretamente, por las Universidades argentinas de Mendoza (1986), Tucumán (1986), Buenos Aires (2000) y Córdoba (2001); por las mexicanas de Nuevo León (1987), Benito Juárez de Durango (1987) y Guadalajara (1996); por las colombianas del Externado (1995) y Sergio Arboleda (2010); y por la brasileña de Porto Alegre (2003) (sumándose a esta brasileña la portuguesa de Porto en 2009).

También fue distinguido como Profesor Honorario por la Universidad Nacional de San José de Costa Rica (1986), la Nacional Mayor de San Marcos en Perú (1987), la Nacional Autónoma de México (1987), la colombiana del Externado (1987) y la Notarial Argentina (La Plata, 1991) (sumándose a esta lista la de Lisboa en el 2000). Y fue incorporado como Miembro Correspondiente por las Academias argentinas de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba (1986) y Buenos Aires (2000), y por la venezolana de Ciencias Políticas y Sociales (1995).

La obra de Don Eduardo, por lo demás, no sólo fue una fuente de inspiración, de primer orden, en el quehacer docente e investigador en América Latina, sino también de los tribunales, en cuyas resoluciones no es infrecuente encontrar citas de sus trabajos respaldando la correspondiente motivación judicial. Y es que, como él mismo confesaba en la auto-semblanza a la que antes me referí, siempre pretendió plasmar en ellos sus reflexiones salidas del contacto con la realidad: bien con procesos que había llevado como abogado, bien con comisiones legislativas en las que había intervenido en calidad de experto, bien con temas que llegaban al Consejo de Estado, y que él, en su condición de Letrado, estudiaba e intentaba encauzar. “Creo que mis trabajos”, concluía Don Eduardo, “no son abstrusos, generales, que tengan poca conexión con la realidad… todos ellos, creo que sin excepción, arrancan de casos concretos, de problemas concretos, de actividades en las que he estado mezclado…, y eso hace que mis libros sigan todavía siendo re-editados”. Y estudiados a fondo precisamente por ello, añado por mi parte, no sólo por académicos, sino por el mundo de la judicatura.

 

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Volviendo a tierras europeas, he dejado para el final uno de los reconocimientos que más simpatía despertara en Don Eduardo, a saber, su incorporación como socio extranjero de número a la Academia italiana de Los Linces («Academia Nazionale dei Lincei») en el año 2004.

Nuestra querida colega Carmen Chinchilla, quien durante muchos años, en su condición de Secretaria Académica de la RAP, despachó con EL MAESTRO el día a día de la Revista, me comentaba hace poco cómo a Don Eduardo, a quien divertía mucho la denominación misma de la institución (vinculada a un animal cuya aguda visión simboliza, precisamente, la destreza en la observación requerida por la ciencia), le hizo especial ilusión el hecho de que el día de su ingreso oficial a la Academia, se le acercara un profesor de sánscrito, o algo parecido, preguntándole si era el padre de Álvaro García de Enterría, lo cual le llenó de orgullo al ser la primera vez que alguien le reconocía por ser el padre de... y no por ser él mismo.

Como de orgullo le llenó hasta el fin de sus días el haber compartido la mayor parte de su vida con esa extraordinaria mujer que es Amparo Lorenzo Velázquez. De hecho, y como nos recordara su hijo Javier en el homenaje que a su padre dedicó hace unos días la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, recordando a su vez las palabras pronunciadas en este mismo Salón por Juan Antonio Ortega y Díaz-Ambrona con ocasión de la concesión a EL MAESTRO del Premio “Una vida dedicada al Derecho” [3], la figura de Eduardo García de Enterría, y lo que fue e hizo en todos los ámbitos de su vida, incluyendo el profesional, no puede entenderse sin tener presente “el recurso de amparo”.

Y concluyo ya esta breve semblanza internacional de Don Eduardo, escrita desde mi más profundo cariño y sentido agradecimiento hacia quien en vida supo morir de alegría existencial, con la que otrora, y con ocasión de su investidura como Doctor Honoris Causa por La Sorbona, le dedicara Sebastián Martín-Retortillo (en el nº 84 de la RAP) propagando las palabras de Goethe: “Lo que brilla, nace para un instante; pero lo auténtico, eso, jamás se pierde”.

 

Resumen: En este ensayo se subraya la proyección de Eduardo García de Enterría. En una suerte de recorrido biográfico se destaca la influencia de su pensamiento, los honores recibidos y la intensa colaboración con colegas de otros países.

 

Palabras claves: Eduardo García de Enterría.

 

Abstract: This paper underlines the international projection of Eduardo García de Enterría. Going through his main biographical data recalls his influence, the honors received and the relationship with foreign colleagues.

 

Key words: Eduardo García de Enterría.

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[*] Texto escrito de la intervención en el Acto Académico en memoria de Don Eduardo García de Enterría, celebrado en el Salón de Grados de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense el 29 de enero de 2014.

[1] Así nos lo cuenta su hija N. DE MADARIAGA en su hermoso ensayo “Sobre Salvador de Madariaga: paseos con mi padre, publicado en el nº 26 de Cuenta y Razón (1986).

[2] En relación con el Profesor Joseph Weiler, quien actualmente preside el Instituto Universitario Europeo de Florencia, contaré al menos una anécdota vinculada precisamente con la proyección internacional de Don Eduardo. En el año 1989, Don Eduardo se decidió a dirigir uno de los Cursos de Verano que la Universidad Complutense había comenzado a ofertar apenas un año antes, y que desde entonces vienen celebrándose ininterrumpidamente en El Escorial. Con esa naturalidad que le caracterizaba, me instó a que, en mi calidad de secretario académico, eligiera por mí mismo e invitara en su nombre a participar en el Curso a juristas de primer orden, nacionales y extranjeros, vinculados con el Derecho Comunitario, por entonces muy novedoso en el panorama jurídico español. Entre los juristas que seleccioné, con fundamento en lecturas relacionadas con mi Tesis Doctoral, defendida apenas unos meses antes, figuraba el mencionado Weiler, por aquel entonces brillante Profesor de la Universidad de Michigan (posteriormente lo sería de las Universidades de Harvard y Nueva York), y a quien yo solo conocía (y otro tanto Don Eduardo) por sus textos. Cuando en nombre de Don Eduardo conseguí, no sin mucho esfuerzo, contactar finalmente con Weiler, declinó amablemente la invitación, aduciendo que las fechas que proponíamos coincidían (lo cual era cierto), con otra invitación que le habían ya cursado, y que había aceptado, para intervenir en un Curso de Verano de la Universidad Internacional Menéndez Pelayo. Más de diez años después, Don Eduardo, de nuevo conmigo como segundo de a bordo, repitió la invitación en el marco de un Seminario internacional auspiciado por el Colegio Libre de Eméritos y la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas. Cuando de nuevo contacté con Weiler, con quien yo había ya entablado por entonces una cierta amistad, me contestó, más o menos, lo siguiente: “La verdad es que me resulta imposible asistir, porque ese día tengo una reunión de la que no puedo ausentarme bajo ningún concepto [justo ese año Weiler acababa de aterrizar en la Universidad de Nueva York]. Pero viniendo la invitación de Don Eduardo, he de confesarte que cuando un día salió su nombre en una conversación entre colegas al poco tiempo de haber renunciado a su invitación para asistir a El Escorial, uno de ellos, escandalizado, se regodeó de mi ignorancia, echándome en cara que no supiera que en España había una sola persona a la que no se le podía negar nada… y esa persona no era el Rey!”. “Así que”, continuó Weiler, “tendré que encontrar la manera de convertir en posible lo imposible, o me iré a la tumba acompañado del imperdonable pecado de declinar por segunda vez la invitación de un personaje de la talla de Enterría”. Y efectivamente, Weiler convirtió en posible lo imposible, aterrizando en Madrid el día de su intervención a las 6 o 7 de la mañana, y tomando al mediodía, tras fugaz ducha y magnífica conferencia a las 9 de la mañana, el vuelo de vuelta a Nueva York.

[3] Otorgado, en su VII Edición, por la de la Asociación de Antiguos Alumnos de la Facultad de Derecho de la Universidad Complutense.