Gazeta de Antropología
Gazeta de Antropología, 2005, 21, artículo 20 · http://hdl.handle.net/10481/7210
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Publicado: 2005-06
Mujer y extranjera. Relatos de cuatro mujeres que se desplazan geográficamente en la segunda mitad del siglo XX
Woman and foreigner. Four women's stories that move geographically in the second half of 20th century

Verónica Stoehrel
Högskolan i Halmstad - Halmstad University. Suecia.
veronica.stoehrel@hos.hh.se


RESUMEN
Este texto explora las relaciones de subordinación en que se han visto envueltas cuatro mujeres, de clase media acomodada, provenientes de Alemania, Argentina, Checoslovaquia y Chile, y que en la década de los años 1960 y 1970 se trasladaron a vivir a Suecia. A partir de sus relatos y memoria, se ve de qué manera la situación histórica y sociopolítica de sus respectivos países de origen influyeron en sus experiencias y formas de enfrentar las dificultades en que se han encontrado en sus vidas. Sus relatos abarcan un período de medio siglo, desde los años 1950 hasta finales de los años 1990.

ABSTRACT
This text explores the subordination relationships in which four women, from the comfortable middle class, have been wrapped up, coming from Germany, Argentina, Czechoslovakia and Chile. They moved to live in Sweden in the decades of the 1960s and 1970s. Starting from their stories and memory, the author studies how the historical and sociopolitical situation of their origin countries influenced in their experiences and ways of facing the difficulties they encountred in their lives. Their stories embrace a period of half century, from the years 1950 to final of the years 1990.

PALABRAS CLAVE | KEYWORDS
mujer | imigración | historia de vida | contexto histórico y sociopolítico | patriarcado | Europa | woman | immigation | life story | historical and socio-political context | patriarchy | Europe


Introducción

Este texto presenta el relato y la memoria de cuatro mujeres acerca de sus vidas desde los años 1950 hasta finales de la década de 1990. Es decir, cuando ellas eran niñas, adolescentes, mujeres jóvenes y, en el momento de la entrevista, adultas entre 43 y 60 años. Común a todas ellas es que se trasladaron a vivir a Suecia cuando tenían entre 20 y 30 años y han hecho carrera en este país. Cristina, nacida en Chile en los 1950, Ulrika en Alemania en los 1940, Helenka en Checoslovaquia en los 1950 y Carolina en Argentina en los 1940. Las cuatro son mujeres blancas, de clase media acomodada. La intención de este texto es tratar de entender el proceso mediante el cual diferentes mujeres han tomado conciencia de su situación de mujeres y extranjeras, qué situaciones y experiencias han sido fundamentales en este proceso y de qué manera la situación social, cultural, económica e histórica en que fueron criadas han influido en el mismo. Por un lado, y como se podrá ver, los países de origen de estas mujeres han jugado un papel importante en sus experiencias y, por otro lado, también ha habido ideologías patriarcales que van más allá de las fronteras geográficas. Ha sido de especial interés ver qué significado han tenido los medios de comunicación -libros, revistas, radio, películas, televisión y diarios- en este proceso.

El texto está organizado de la siguiente manera: Primero se presentan los relatos de cada una de estas mujeres. Luego, vienen dos tipos de conclusiones: un resumen de las reacciones a las distintas situaciones de subordinación y una descripción de las características comunes y las diferencias entre las actitudes de estas mujeres. Finalmente se presenta un razonamiento sobre la metodología empleada

Este estudio consta de tres objetivos: 

1. Explorar las relaciones de subordinación en que se han visto envueltas cuatro mujeres blancas, de clase media acomodada y procedentes de diferentes países. Ver de que manera la situación histórica y sociopolítica de sus respectivos países influyeron en sus experiencias y formas de enfrentar las dificultades en que se han encontrado en sus vidas. 

2. Explorar las estrategias usadas por estas mujeres -conscientes o inconscientes- para manejar, sobrevivir, buscar armonía o sencillamente arreglárselas en esas situaciones de no poder y a veces también de discriminación.

3. Ver qué ha significado Suecia en la vida de estas mujeres, en términos de una toma de conciencia de la situación de la mujer en general y en la vida de cada una de ellas.
 

1. Cristina, de Chile. En Suecia desde mediados de los años 1970

La niñez, la adolescencia y la mujer joven. Chile

Hoy día creo ser conciente de la situación de las mujeres en la sociedad patriarcal, pero no siempre lo fui. A los 20 años yo veía clara la situación de subordinación en otras mujeres, pero yo me veía como una excepción. Yo me irritaba y al mismo tiempo me conmovía con las situaciones en las que yo veía que se encontraban otras mujeres, pero yo me veía como privilegiada. A mí no me pasaba lo que a otras mujeres les pasaba. Yo sentía que estaba protegida gracias a mi educación y profesión. En ese tiempo todavía no entendía que la situación en la que se encontraban las mujeres era algo con lo que una estaba obligada a vivir. Yo pensaba que mi educación académica y mi profesión me daban el prestigio y también la posibilidad de influenciar y que esto me compensaba del hecho de ser mujer en la sociedad. Cuando llegué a Suecia y Suecia no reconoció mi título profesional, me di cuenta de que me encontraba en la misma situación que todas las otras mujeres sin profesión. En Chile, me podía sentir discriminada por cuestiones sexuales, pero esto siempre lo vi como una excepción y no como un problema estructural. En Suecia me sentí discriminada cuando me di cuenta de mi situación de madre sola, con un sueldo bajo, que me limitaba de diferentes maneras. También me daba cuenta de que había una gran diferencia entre mis colegas hombres y yo, que también se habían venido a Suecia y cuyos títulos tampoco habían sido reconocidos. Ellos utilizaban a sus esposas o convivientes, tanto económicamente como en términos de tiempo para poder prepararse para el examen sueco de revalidación del título. Mientras esas mujeres se hacían cargo de los niños, limpiaban la casa, hacían las compras, ellos vivían como parásitos. No estaban jamás en la casa cuando se les necesitaba y, cuando estaban, les gritaban a los niños que se callaran porque el papá necesitaba estudiar. Yo veía esto como discriminación porque yo no tenía las mismas posibilidades, independientemente de la sociedad en que viviera.

En la casa de mis padres vivía mi abuela materna con nosotros. No porque ella quisiera, sino por razones económicas. Mi abuela tenía varios hijos hombres, pero era donde su hija que ella vivía. Es parte del rol femenino. Son las hijas mujeres y no los hijos hombres los que se hacen cargo de la madre. Cuando murió mi papá, mi mamá adoptó el rol de la viuda inconsolable y comenzó a preocuparse exageradamente de lo que los otros pensaban de ella. Como madre sola se la criticaba y se hacían comentarios sobre ella. Sus amigos y conocidos cuestionaban su capacidad como madre, la criticaban por la ropa que compraba a las hijas, ya sea porque era demasiado cara o porque era demasiado bonita. Eran comentarios que nunca se habían atrevido a hacerle como mujer casada. Yo creo que ella sentía la necesidad de jugar el rol de la viuda perfecta, y que nadie fuera a pensar que ella era una mujer libertina.

Yo me identifiqué siempre con el rol de mi papá y no con el de mi mamá. Yo quería cumplir el rol de mi papá. Mi papá tenía dos funciones. Por un lado, era el que castigaba a los niños, cuando mi mamá le decía que habían sido desobedientes. Por otro lado, era el que nos mantenía económicamente. Él estaba totalmente ocupado de su carrera y no tomaba ninguna responsabilidad en el trabajo de la casa. Pero él pagaba todas las cuentas. A pesar de que mi mamá tenía una educación y experiencia en trabajo administrativo, cuando quedó viuda, no estaba segura de que ella fuera a ser capaz de administrar el dinero y las cuentas. Yo me identificaba con el rol del que tomaba las decisiones, del que organizaba y planificaba las actividades de la familia. Yo traté de tomar ese rol cuando se murió mi papá. Muchas veces no llegaba más allá que al nivel de la protesta. Yo tenía 8 años, pero era consciente que yo no quería tener el rol ni de mi mamá ni de mi abuela. Recuerdo que en mi casa también teníamos siempre alguna empleada, pero a mí ellas me daban pena. Eran niñas de no más de 15 años, de familias pobres y que estaban obligadas a trabajar en vez de estudiar. Generalmente venían de familias campesinas. Dormían en la peor habitación de la casa y en el peor de los colchones. Tenían que pedir permiso para todo y no tenían nunca vacaciones. Me acuerdo de que las empleadas y nosotros niños escuchábamos historias de terror en la radio y ellas se asustaban tanto como nosotros. Una imagen positiva de mujer que recuerdo es mi profesora de biología. Ella tenía una actitud científica y profesional, y exigía respeto de una manera que para mí entonces era totalmente desconocida. A diferencia del resto de las mujeres a mi alrededor, ella no se maquillaba. Siempre andaba con zapatos cómodos, las uñas bien cortas, las manos bien limpias, se peinaba con el pelo corto y ordenado. Toda ella radiaba seriedad y respeto. Para mí esto era algo nuevo ya que la mayor parte de las mujeres a mi alrededor trataban de atraer a los hombres a través de cómo se veían. Para mí fue una figura importante ya que ella quería ser respetada por lo que ella era. Las otras mujeres en mi familia no eran respetadas. Mi abuela porque era vieja y enferma, mi mamá porque era viuda y las empleadas porque ni siquiera se consideraba que había que respetarlas.

Las lecturas de niña y adolescente

Entre los 7 y los 8 años leía La pequeña Lulú. Ahí me fascinaba la bruja… La pequeña Lulú era una niñita que tenía el pelo todo encrespado y que era amiga de un niño que se llamaba Toby. Esa revista mostraba el conflicto entre lo masculino y lo femenino. La pequeña Lulú era una niñita muy responsable, mucho más madura que Toby. Los padres le acostumbraban a pedir que cuidara a Toby, ya que a él siempre se le ocurrían tonterías. Toby despreciaba a las niñas y tenía un club donde en la puerta tenía un letrero que decía "no se admiten mujeres". La revista trataba la cuestión de lo femenino y lo masculino y era algo que yo reconocía cuando trataba de jugar con los niños. Hay una edad en la que uno ni puede tratar de jugar con los niños, porque ellos se avergüenzan de jugar con las niñas. Todo esto se reflejaba en la revista. La pequeña Lulú era una niña que no se conformaba con su rol. Ella era muy consciente de que le habían dado un rol inferior y eso no le gustaba para nada. No es que hiciera mucha revuelta, porque no sacaba nada con hacerla. Pero se la pasaba meditando y diciendo cosas contra los niños. Pensaba que era injusto ser tratada como era tratada. Su forma de defenderse era contando historias de terror a Toby cuando estaban solos. Le contaba sobre una madre y una hija que eran brujas y hacían brujerías a la gente. Toby se asustaba tanto que después no podía dormir, entonces se levantaba y se iba a la pieza de la pequeña Lulú y le preguntaba si podía dormir con ella. La pequeña Lulú la compré entre los 7 y los 12-13 años, pero después también la leía cuando me llagaba a las manos.

Mi relación con muchachos estaba más tarde harto influenciada por las novelas de amor y las revistas semanales donde uno leía sobre "la mejor amiga", "la rival" y "el príncipe soñado". Me acuerdo que, cuando yo me enamoré de un muchacho del que mi mejor amiga también estaba enamorada, nos peleamos. Empecé a leer esas novelas cuando tenía 11-12 años y me las leía en cantidades. En ese tiempo uno podía cambiar las novelas que uno ya había leído por otras, en librerías de segunda mano. Uno se compraba un libro y después te podías leer toda la repisa, uno pagaba muy poco por el cambio. Había novelas de amor españolas del período de Franco. Corin Tellado era la más famosa. Eran terriblemente moralizantes, los roles de las mujeres y de los hombres eran muy tradicionales. La heroína era siempre una niña muy bella, inteligente y orgullosa. Se encontraba con un muchacho que la trataba con una indiferencia estudiada. Con el tiempo la lograba amansar, a través de una especie de tratamiento psicológico. Él se casaba con ella y la hacía completamente feliz. En las novelas de Corin Tellado el hombre era siempre una especie de Don Juan, atractivo y bohemio, sin ningún lazo afectivo con las mujeres. Siempre era rico, pero se hacía pasar por pobre. Al comienzo, él la trataba como el aire y le criticaba que fuera orgullosa, vanidosa, frívola o cualquier cosa. Finalmente a la niña le daba un ataque de humildad y entonces él se daba a conocer como el hombre rico que realmente era, el príncipe de sus sueños, y se casaban.

Con esas novelas yo me orientaba, aprendía de las relaciones de pareja y de las relaciones en la sociedad. Yo sabía mucho de la situación de las mujeres solas por mi mamá y por mi abuela, pero prácticamente nada del vivir en pareja. El problema estaba en que en las novelas esas se suponía que las mujeres debían quedarse en la casa después de casadas, mientras el marido trabajaba, pero la realidad a mí me decía otra cosa. A mí me fascinaban las historias sobre el amor erótico, pero cuando yo veía alrededor mío, cuando yo veía lo que había pasado en mi familia, pensaba que a mí me sucedería, que sería lo mismo, que yo encontraría a un hombre, pero que él luego me abandonaría. Era eso lo que había pasado cuando se había muerto mi papá, y era eso lo que le había pasado a mi abuela cuando mi abuelo se había muerto. Y las amigas de mi mamá eran solteras. Una de estas amigas había cuidado de su mamá toda la vida. A mis ojos se veía tonta, no tenía ningún novio. Otra de las amigas no se había casado porque no había tenido con quién, pero tenía un montón de novios, cada uno casado por su lado. Así que yo pensaba que yo me podía enamorar y casarme, pero que al final igual me iba a quedar sola con todos los niños, de la misma forma que se habían quedado mi mamá y mi abuela. Así es que decidí no casarme.

Mi estrategia era conseguir una profesión para poder mantenerme yo misma y tener algún tipo de relación amorosa que no fuera a significar el que más tarde me encontrara sola con niños. Decidí no tener niños. Siempre me estuve preparando para el momento en que tuviera que estar sola. Pero las novelas de Corin Tellado y las de cowboys, recuerdo que me influenciaron en los roles que yo jugaba cuando me sentía enamorada y trataba de construir una pareja. Unas veces era la heroína, otras la niña que trabajaba en una taberna. Cuando empecé a trabajar políticamente, jugaba a ser la niña de la taberna. El ser aventurera, no tener miedo. En ese tiempo me gustaba también leer una revista mejicana que se llamaba Vidas ejemplares. Se trataba de la vida de santos. No era tanto la cuestión de lo santo lo que me interesaba a mí, sino que esos santos habían tenido problemas con sus padres, todos tenía algún tipo de conflicto con sus familias. Venían casi siempre de familias ricas y tenían una clase de sensibilidad social que hacía que tomaran distancia de las actitudes frívolas de sus familias. A mí esto me inspiraba, el que hubieran elegido otro camino que el de sus familias.

Había también otra revista que se llamaba Susi. Eran cuentos de princesas y vestidos de princesas. A mí me fascinaba ver los vestidos de esas princesas y lo bonitas que todas ellas eran. Me las leía en cantidades. Me acuerdo que para mí era totalmente natural que la figura de una mujer respetable era como la figura de mi profesora de biología, pero cuando empecé a trabajar políticamente me hacía los vestidos más modernos, me pintaba los ojos y me teñía el pelo. Podía llegar a una reunión política y exigir que se me respetara como mujer, que no se me discriminara, que no me fueran a decir que yo no sabía algo o no pudiera hacer algo por ser mujer muy chica o muy débil.

Reflexiones y recuerdos de la relación de pareja

En mis relaciones con novios han sido problemáticas las cuestiones prácticas. Si tú vives con alguien y tienes niños, desaparece toda igualdad. La idea de compartir responsabilidades y tener las mismas posibilidades de desarrollo personal es una ilusión. Cuando alguien tiene que sacrificarse, no hay ningún hombre que lo haga voluntariamente. No es que las mujeres lo hagan a voluntad, pero hay ciertas actitudes que se ven como naturales. Él no se da ni cuenta que está discriminándola a ella. Él hace su vida de la forma más natural, de la forma que todo el mundo espera. Para mí fue claro que esto de vivir en pareja y tener niños imposibilitó una igualdad. Yo creo que la mujer acepta esta situación por diferentes motivos: porque yo no tengo ganas de estar peleando todos los días, porque no soy capaz de luchar por mis derechos, o porque tú sabes que el hombre con el que tu estás es un inmaduro e irresponsable y tú piensas que tú deberías haberlo pensado dos veces antes de tener niños con él. Para mí, la vida en pareja es totalmente incompatible con la igualdad. Uno tiene que elegir.

Yo siento que en la relación de pareja la profesión no me ha servido de nada para que me respetaran. Ningún desarrollo intelectual me sirvió para conseguir respeto. Esa cosa de la falta de respeto estaba tan metida dentro de la médula de los tipos... y el problema mío es que yo no podía dejar de verlo y me molestaba... Yo no podía dejar de ver que ellos eran incapaces de respetar a una mujer como un ser igual a ellos... O sea, dentro de la vida privada no hay ninguna forma de comprar respeto. Y esa cosa a mí me pareció tan terrible que fue una de las cosas que me hicieron a mí entender que yo no tenía ninguna forma de escaparme de la identidad de mujer. Eso de que tus opiniones no son iguales que las mías, que no tienen el mismo valor, que tus necesidades no tienen la misma importancia que las mías, que tus derechos no son los mismos que los míos. Las diferencias individuales que podamos tener son diferencias y no una cosa positiva y otra negativa.

Yo creo que yo tengo que haber visto así de cerca unas 40-50 relaciones de parejas... y de esas yo te puedo nombrar dos en las que yo no he visto eso de la falta de respeto. Cuando uno llega a esas conclusiones, uno tiene que tomar posición. Entonces uno tiene que decidir qué es lo que le interesa a uno. Con ese tipo de conclusiones negativas tú puedes llegar a la conclusión de que la relación de pareja es una cosa imposible, indeseable, que es un costo que yo no me puedo permitir... entonces tú tienes que posicionarte.

Yo me daba cuenta de que para mí la relación de pareja sí era importante. Pero yo me puedo saltar toda la parte estructural, toda la parte institucional, para evitar todos los inconvenientes. Para mí la relación de pareja sin los roles determinados por la sociedad, es satisfactoria. Yo decidí que me iba a quedar en el término medio, yo me iba a quedar hasta el anillo no más... o sea yo voy a conservar mi integridad, mi calidad social de mujer independiente. Esta es la única forma que yo, hasta ahora, conozco de defender mis derechos humanos... o sea, yo no soy tan fuerte ni tengo una posición tan ventajosa en la sociedad como para que yo pueda prescindir de defender mi integridad y de defender mis derechos. Y yo tengo que verme a mí misma como una persona que es parte de una minoría discriminada y, por lo tanto, yo necesito defender mi integridad y poder conseguir el respeto a mi persona. Para mí el estatus de mujer sola autónoma y suficiente -en el sentido social- me da una cierta seguridad. ¿Para qué quiero la relación de pareja? Para realizar mi sexualidad, para tener una relación emocional y existencial con otra persona. Me refiero a esto de la necesidad que tú tienes de compartir tus vivencias, a lo largo de tu vida. Esto de sentir que vas volando paralelamente, pero que tienes comunicación por radio... Para mí eso es necesario y una parte muy importante de eso yo lo hago con mis amigas y con mi hermana. Pero ahí está la cosa de la identificación. Tú no te puedes identificar con un compañero. Es imposible, no hay prácticamente nada que sea igual, sino que es una cosa totalmente complementaria... y esa cosa a mí me hace falta, porque yo siempre he vivido en un mundo de mujeres... y yo sé que el mundo no está hecho solamente de mujeres. Si yo sigo viviendo en un mundo solamente de mujeres, mi visión de la realidad se altera y se deforma.

Cuando yo empecé a trabajar con gente con problemas psíquicos, me di cuenta de que la relación que yo tenía con los pacientes era distinta a la relación que mis colegas hombres tenían con ellos. Esa fue una cosa que yo no entendí al principio. Fue una cosa que se empezó a cristalizar al conversar mucho con mis compañeros de curso, al final de la carrera. Incluso con colegas con los que trabajé aquí en Suecia. Yo me preocupaba mucho del feedback, o sea, de ver la reacción de los pacientes. A través de los comentarios de mis colegas, me fui dando cuenta de que mi relación con los pacientes no era igual a la relación que tenían mis colegas hombres con los pacientes. Y me di cuenta de que mis diagnósticos eran más complicados que los de mis compañeros. Que yo incorporaba más elementos en el diagnóstico y que eso significaba que yo me demoraba mucho más a veces en juntar la información, pero que el cuadro del paciente que yo daba era mucho más completo. De repente me empecé a dar cuenta de que eso era algo positivo, no era algo solamente negativo que significaba que yo tenía que trabajar más tiempo. Sobre todo cuando empecé a recibir críticas positivas de mis colegas, tanto de hombres como de mujeres. Y me empecé a dar cuenta, por la reacción de los demás, de que eso realmente era algo positivo y que era algo que yo tenía y que tenía que ver con mi condición de mujer. Me di cuenta de que -sin levantarme los tarros- lo que yo hago, en la forma en que yo lo hago, es irremplazable. O sea, que el que yo atienda a un paciente tiene una calidad diferente a que lo atienda cualquiera de mis colegas. Creo que esto depende de mi persona, depende de mis cualidades personales, del hecho de que yo haya tenido todas las experiencias que he tenido y que yo haya llegado a entender mi identidad de mujer, no solamente como una bandera de la cual una está orgullosa, sino además como una carga, que trae un montón de costos consigo y que hace que yo entienda lo que ha vivido cada una de estas mujeres pacientes, aunque yo no haya vivido exactamente su experiencia.

Te puedo decir que existen tres grupos de pacientes. Son gente que está expuesta a un riesgo y que tú podrías intervenir antes de que se enfermen, si es que tienes los mecanismos en tus manos... Yo los he identificado más o menos así: las mujeres que ya han estado jubiladas durante muchos años, que se van quedando solas, sin contacto social porque los hijos ya no tienen tiempo, porque el marido se les murió, las amigas se les están muriendo también y a ellas se les está empeorando la vista, el oído, etc. Entonces todo eso significa que ellas se están quedando sin contacto social. De ellas se espera que sean capaces de vivir solas en un departamento, sin tener contacto con nadie. Y cuando se deprimen, se enferman y les da angustia, entonces la gente se sorprende de que todavía esté viva esta viejita y mira que molesta, y qué vamos a hacer con ella, entonces se la interna en el hospital y para nosotros es una paciente que es muy difícil de tratar, porque es una paciente que cada vez que tú la metes en el hospital se mejora, y cada vez que le das de alta se empeora...

En el caso de los hombres viejos no es tan igual, porque nadie parte de la base de que el viejo pensionado se las tiene que arreglar solo... Las mujeres viven más que los hombres, generalmente el viejo pensionado tiene una mujer que lo cuida en la casa, su mujer está viva todavía. Cuando no la tiene porque se ha quedado viudo, él termina haciendo una crisis bien rapidito. Uno o dos años después, ya se va a una casa de la tercera edad. 

Son muy pocos los viejos hombres que viven solos y se las arreglan solos. Cuando esta cosa se da, tienen una hija mujer que los va a ver, les lleva la comida y les hace el aseo y se preocupa de que no estén solos, solos...

Las hijas de las mujeres tienen que dividirse entre la mamá y sus propios hijos. Entonces ellas cuentan con que la mamá por lo menos puede hacerse la comida y hacerse su aseo. Muchas hijas dan por sentado que el papá no puede pero la mamá sí.

Después están las mujeres que no han sido dueñas de casa sino que han trabajado, para las cuales la casa nunca ha sido una preocupación fundamental, y que en el momento de jubilarse pierden todo su espacio social y se encuentran que tienen que compartir todo el día con un marido que no habla, porque no está acostumbrado. Esas mujeres llegan al hospital directamente, se intentan suicidar.

Creo que los hombres no necesitan hablar tanto como las mujeres. A los hombres les da más satisfacción hacer cosas, con las manos, mantenerse ocupados físicamente. Pero para ellos esta necesidad de hablar no es importante, no la han desarrollado nunca. Entonces, como estamos en una sociedad patriarcal, donde el hombre es la norma, la necesidad de la mujer de hablar se interpreta como enfermiza... entonces ella va a dar al hospital.

Después está el otro grupo grande también, de niñas de 20 a 25 años con niños chicos y con problemas de relación de pareja. Desde que nació la guagua el marido se desapareció... trabaja el doble, el triple... y (las mujeres dicen) "yo no me imaginaba que esta cosa iba a ser así. Me siento engañada y estafada. Yo no me imaginaba que yo me iba a tener que quedar sin nada de tiempo libre, y que yo no iba a poder soltar la responsabilidad en ningún momento. Porque para mí eso de casarme y de vivir con el padre de mi hijo era una garantía de que yo no iba a estar sola y tener toda la responsabilidad encima pero en la práctica fue así". Y ese grupo es grande y ese grupo se deprime profundamente. 

Hay otro grupito que es el de las madres solas... Estas tienen mucho mejor pronóstico. Las madres solas, si es que no tienen problemas de relación, es decir, si es que el tipo no está más, tiran para arriba, se ayudan entre ellas, se las arreglan mucho mejor, son más sanas.

Así hay un montón de grupos, que para entenderlos tú tienes que partir de tu identidad de mujer, partir de tu identificación con los problemas, imaginarte todas las preguntas que hay que hacer.

Está el otro grupo de las mujeres maltratadas. Las mujeres maltratadas llegan al psiquiátrico con depresión y con ganas de suicidarse y no porque el hombre sea tan malo, sino porque no se pueden aceptar a si mismas en ese papel. Porque el choque de verse así en el papel de una mujer que acepta que la golpeen, que la pisoteen y no se va, es terrible. Le echa abajo la identidad entera, y por eso que llegan con ganas de suicidarse... Se sienten como que no son personas, que no son nada, que son un estropajo... que es bueno para pisotearlo... Lo más común, lo que yo he escuchado, es que esas mujeres dicen"yo no me reconozco a mí misma, ésta no soy yo" o "lo que va quedando de mí misma, de la persona que yo fui"...

El trabajo y la identidad

Cuando yo perdí mi trabajo en Chile, perdí mi identidad y la maternidad no me la pudo devolver. Yo nunca pude entrar en el rol de la madre feliz que cuida a sus hijos y que se siente realizada cuidándolos.

El haber tenido un hijo para mí fue una cosa muy linda, pero la situación social en que yo me encontré, por no tener trabajo y por no tener independencia económica, fue tan denigrante que me hizo enfermar. Yo no estaba en la misma situación que una mujer en Suecia, con un coche de guagua, ayuda económica por el niño, con posibilidad de tomar el bus gratis y con posibilidad de encontrarse con otras mujeres que tienen hijos, con un departamento bonito. Yo me encontré sin casa, sin plata, sin poder trabajar porque no tenía quién me cuidara al niño, en una situación de inseguridad política. Dentro de toda esa situación, donde yo pensaba que tenía una pareja, después de tener una relación de muy buena comunicación durante el embarazo, después del parto me encontré con un hombre mudo.

Yo me pasaba todos los días sola con mi hijo, y sin tener identidad... Yo estaba borrada de la sociedad, y no había nadie, ningún adulto que hablara conmigo. Cuando a ti la gente no te habla, tu no existes... entonces para mí en ese momento, si yo hubiera podido tener un trabajo, habría sido muy diferente...

Cuando estuve aquí en Suecia esperando que me dieran la residencia, aunque fue bien poquito tiempo, tuve ese mismo problema. Me sentía con la identidad en el aire. Para mí, la identidad de mujer es social...

La religión

De repente me di cuenta de que el problema de la religión, por lo menos aquí en Suecia, es un problema político y cuando determinados curas se oponen a que haya curas mujeres es un problema político. Me di cuenta de que ante esas cosas yo no puedo cerrar los ojos, yo tengo que tener una posición. Yo ya había tomado una posición frente a la iglesia católica en términos políticos en Chile, como lo habíamos tomado la mayoría de nosotros, pero yo me había quedado en la posición política, la manipulación de la ignorancia de los trabajadores. También de las mujeres, pero fundamentalmente de los trabajadores.

Pero yo no me había dado cuenta de que en mi perspectiva privada e individual, esta cosa de no tomar una posición clara respecto a las religiones, cristianas sobre todo, era una contradicción. Yo no puedo decir que yo respeto todas las religiones. Para mí es absolutamente normal y comprensible que un hombre sea cristiano, pero no una mujer.

Creo que fue un día aquí en Suecia cuando tomé conciencia de ello, un día que yo estaba mirando la televisión, un debate sobre si las mujeres podían ser curas o no, y si el ser una mujer cura era un progreso. A mí me pareció que la primera pregunta era totalmente poco interesante. Que las mujeres sean curas no cambia nada, porque esto es un problema ideológico. Y si en un sistema de dominación ideológica y el dominado acepta la ideología puede ser instrumento de dominación.

Además yo tuve una discusión con Magnus, mi compañero, una vez. Él era creyente, era cristiano. A pesar de que él no iba nunca a la iglesia, era bien creyente. Y me acuerdo que una vez estábamos hablando del amor y me salió con las epístolas del famoso apóstol no sé cuantito que hablaba del amor entre el hombre y la mujer y qué sé yo. Yo me empecé a dar cuenta, otra vez, de que él estaba exigiendo, apoyándose en la religión, él estaba levantando su Biblia como un elemento para conseguir control en la relación, o sea, aquí dice que la mujer tiene que seguir al hombre... más o menos así... Aquí dice, Dios dice... porque eso es amor. Eso me actualizó mucho la problemática del cristianismo. Eso era algo que estaba en el evangelio, no en la vieja Biblia de los patriarcas hebreos. Era parte de lo que yo había considerado una teoría revolucionaria. Y claro, me di cuenta de que muy revolucionaria sería, pero no para las mujeres.

O sea esto lo pensé el día que me trataron de pegar con la Biblia en la cabeza, para que me quedara callada y obedeciera, que aquí dice... como cuando nos agarrábamos a Leninazos nosotros...

El verse a una misma

Cuando yo era chica, quería ser ingeniero como mi papá. Cuando mi papá se murió y se quedó vacante ese rol en mi familia, yo quería tomarlo. Cuando tenía 6-7 años y salía a la calle a buscar con quién jugar, lo que yo quería era jugar a fútbol o a las bolitas con los niños. Yo quería que me aceptaran en el grupo de los niños; no en el de las niñas. Yo me trataba de identificar con ellos, porque lo que ellos hacían era entretenido y valioso.

La forma de verme a mí misma hace 15-20 años, estaba muy determinada por lo que veían los demás. Yo construía mi identidad con los fragmentos que yo recibía del resto de la gente y la completaba con fragmentos de lo que yo pensaba que la gente esperaba ver. Y entre medio de eso yo trataba de hacer calzar los pequeños pedazos de identidad que yo tenía. Yo creo que un porcentaje muy grande de mi identidad estaba formada por lo que la gente pensaba, por lo que la gente veía en mí, por lo que yo creía que la gente pensaba de mí o lo que yo creía que ellos veían en mí, y lo que ellos esperaban ver. O sea yo me veía a mí misma más que nada como un objeto... Yo me definía en función de lo que pensaban los demás de mí, o de lo que veían los demás en mí...

Yo sigo usando las reacciones de la gente como para ir midiendo la respuesta a mis intentos de contacto con los demás. Yo uso eso como respuesta al contacto, como una especie de feedback, pero eso no determina mi identidad. Me ayuda, por ejemplo, cuando estoy pensando si yo soy buena para esto, o si soy buena para esto, o si este trabajo lo estoy haciendo bien o si ésta es una habilidad que yo tengo o que no tengo, pero no para la identidad completa.

La mujer, la política y el Estado

Yo tuve un intento de actividad feminista dentro de un grupo político, en los primeros años del exilio, en Checoslovaquia. Hubo un momento en que yo misma me encontré limitada a la hora de participar en las reuniones políticas, porque no contaba con el apoyo de mi compañero para que se quedara con mi hijo. Cuando empecé a mirar a mi alrededor, me di cuenta de que había otras mujeres que tenían el mismo problema, pero que ni siquiera cuestionaban esta situación. Los que cuestionaban esta situación eran los compañeros hombre que querían que el grupo político constara de más gente, y se quejaban de que las mujeres eran poco comprometidas, que no querían participar o que siempre estaban quejándose de que no tenían con quién dejar a los niños. Entonces a mí me llamó mucho la atención que esto fuera culpa de las compañeras mujeres, el hecho de que ellas no tuvieran con quién dejar a los niños, cuando eran muy pocas las que vivían solas con los niños y generalmente las que estaban solas con los niños tenían más facilidades de arreglárselas para que alguien se los cuidara que las que vivían con sus compañeros. Pero los compañeros que dirigían este grupo estaban totalmente convencidos de que se trataba de que las compañeras mujeres tenían un grado menor de compromiso y de interés. En discusiones con ellos, me desafiaron tratando de hacer trabajar a estas mujeres. Yo organicé a todas estas mujeres en una base, hicimos un programa de discusión sobre la situación de la mujer, sobre la condición femenina, sobre lo que eso significaba en términos políticos e intentamos sacar una pequeña publicación para el grupo de mujeres emigrantes que había alrededor de nosotros.

Lo que hicimos fue una odisea, porque hicimos estas reuniones en casa de las distintas compañeras, con todos los niños juntos, ahí, jugando, y en su turno gritando y llorando también. Yo me acuerdo de que eran muy divertidas esas reuniones, alrededor de una mesa, con un montón de ropa tendida -porque la ropa había que tenderla dentro de los departamentos-, y con un montón de niños gritando y saltando. A pesar de esas condiciones de concentración, logramos leer una serie de artículos, documentos y discutirlos y juntar una cantidad para publicar.

Por supuesto los compañeros hombres contraatacaron diciendo que ese era un muy mal ambiente para los niños; el que los hijos tuvieran que estar en un segundo plano porque las mamás estaban en reunión y que tuvieran que estar entreteniéndose solos entre ellos, mientras las mamás estaban ocupadas en otras cosas.

Pero a pesar de todo eso, nosotras sacamos varios números de una revista, que era muy simple. Hoy día, claro, yo no la haría así. Era una cosa muy declamativa muy de principio, muy teórica, no tenía mucha experiencia...

Yo creo que las mujeres, desde una perspectiva feminista, tendrían que tener una actitud crítica y consecuente con respecto a la forma como el Estado limita, respeta, atropella sus derechos. Si por ejemplo un Estado no crea las condiciones para que una mujer no pueda tener derecho al trabajo a pesar de tener hijos, entonces las mujeres deben cuestionarse si vale la pena tener varios hijos dentro de esta sociedad. Eso es una actitud totalmente individual. La actitud que el Estado tiene con respecto a los problemas de tutela de los niños por ejemplo. Esta actitud es realmente deficiente en el caso de las mujeres maltratadas. El problema del defender a toda costa el derecho de los padres a ver a los, cuando han maltratado a la madre, y a veces a los hijos también. Entonces yo creo que las mujeres, frente a ese tipo de cosas, tienen que establecer su responsabilidad en términos de si vale la pena o no el establecer la paternidad de los hijos en una sociedad así. Porque la condición para tener el derecho de ver a sus hijos es el estar reconocido como padre. Esta es una sociedad que no garantiza la seguridad a las mujeres por el hecho de que los hijos están reconocidos por un padre. Entonces hay que plantearse si la mujer va a colaborar o no en el reconocimiento de la paternidad de los hijos. El reconocimiento de los hijos no se puede hacer si la mujer no colabora.

El contar con una cantidad limitada de fuerza de trabajo que puede estar cesante y que puede bajar sus sueldos tampoco se puede hacer si las mujeres no tienen muchos hijos. Hay una serie de decisiones individuales de las mujeres que afectan a la economía y a la estructura del Estado, si es que se toman de una manera responsable.

Dentro de la sociedad sueca, yo no he sido miembro activo de ninguna organización. En Chile, yo creía que los compañeros que tenían ideas políticas similares a las mías iban a defender más los intereses de la mujer que otros hombres. Pero la experiencia (los años) me demostró que ese grupo estaba formado por personas. En ese tiempo era muy difícil ver al grupo formado por personas, por individualidades. Pero ese grupo estaba formado por personas que eran parte de esa sociedad, que tenían interiorizados estos valores del hombre como norma. Mi experiencia fue que yo como individuo fui medida en relación a la norma masculina.

Yo lo tuve muy claro. Mi actitud en ese momento no fue la de rechazar el ser medida por la norma masculina, mi actitud fue la de tratar de calzarme dentro de esa norma y demostrar que una mujer podía estar a la altura de las exigencias de esa norma. Yo veía esa norma como una exigencia, como una condición para poder pertenecer al grupo.

Me parecía como la condición que te ponían los niños, para poder jugar el partido de fútbol con ellos... Yo estaba muy consciente de que eso era un handicap, que no tenía razón de ser, cuando se suponía que esa organización estaba cuestionando la estructura de la sociedad. Yo traté de hacer esto consciente en mis compañeros. Yo creo que mi actitud fue como la de la mayoría de las mujeres que han participado incluso en los procesos revolucionarios, en términos de tratar de favorecer una apertura, tratar de remover los cimientos de las estructuras, con la esperanza de que cuando se abren las posibilidades para cambiar esas estructuras y además se tienen los galones para decir "yo me he ganado los derechos a dar mi opinión", entonces uno puede influir en hacer los cambios. Hoy día no pienso de la misma manera. Hoy yo no sentiría ningún tipo de lealtad con ese grupo. Sino que mi lealtad estaría conmigo como individuo y con las mujeres como grupo.

Yo me había equivocado al tener la expectativa de que ese grupo iba a ser distinto a la sociedad. No hay grupos distintos a la sociedad. Los grupos están formados por personas que son individuos dentro de la sociedad.

Los medios de comunicación hoy día. Suecia

Yo prefiero la TV a los diarios. Me parece que es bárbaro estar cortando árboles para comunicarse. A mi me parece que eso de estar destruyendo árboles para comunicarse es anacrónico y bárbaro. Y digo diarios y no libros. Porque los libros uno los lee y los guarda. El diario se lee hoy día y se bota mañana. Aunque se reciclen. De todas maneras son árboles.

Yo escucho la radio una vez al día por lo menos, escucho las noticias, el informe del tiempo y música clásica. Unas tres veces por semana, veo TV cuando tengo tiempo. Ahí veo noticias, reportajes sobre el medio ambiente, programas sobre la naturaleza y de repente entre medio, para relajarme, alguna teleserie liviana.

Yo no compro el diario, por principio y el que está en el trabajo no tengo tiempo de leerlo. Desde hace como ocho años, recibo una serie de publicaciones una vez por mes, porque yo estoy afiliada a una serie de organizaciones. Rädda Barnen fue una de las primeras organizaciones a la que yo me incorporé, cuando dejé de vivir con la existencia mínima. Yo esta cosa la tomé como una posición política. Después también me incorporé a Greenpeace.

Las noticias las veo porque está la posibilidad de la imagen en directo en el momento en que está ocurriendo. Yo creo que esto disminuye las posibilidades de distorsión. Los periodistas que transmiten imágenes en directo, generalmente están participando ellos mismos de la situación. Están incluso reaccionando emocionalmente, y tienen menor posibilidad de distorsionar la noticias que están mostrando, para hacerla calzar dentro de un determinado análisis o dentro de una determinada posición. Para mí, el reportaje televisivo en directo es un poco la garantía de mayor honestidad con las fuentes.

Otra cuestión es que hay una amplia posibilidad de elegir también: yo puedo elegir entre ver las noticias de la CNN, las del canal 1, 2, 4 y las de la BBC. Y a mí me parece que eso me da la posibilidad de tener más antecedentes globales. 

Los programas sobre la naturaleza los veo porque me parece una forma de aterrizar. Nosotros vivimos en un medio ambiente artificial, que ha sido construido por los seres humanos y tendemos a pensar que la realidad que nos rodea es la sociedad. Yo creo que los programas sobre la naturaleza tienen la cualidad de ponerte los pies sobre la tierra, de ubicar al hombre en el lugar que le corresponde entre los demás animales e incluso de comparar los comportamientos sociales del hombre con los comportamientos de otros animales. Por otro lado, te da la posibilidad de ver a un nivel más global también las consecuencias de los comportamientos humanos a nivel de toda la tierra. A mí me parece que eso es una forma de aterrizar.

Ahora yo te tengo que dar una pequeña explicación. Como consecuencia de mi trabajo, por el hecho de haberme trasladado a través de distintas realidades, de haber vivido en distintos países, por el hecho de haber vivido en sociedades donde la información se ha distorsionado, yo he tomado conciencia finalmente de que la realidad es un concepto muy frágil. Que la realidad existe para nosotros como seres humanos, en la medida en que la percibimos y que nuestra capacidad de recibir información directa de primera mano es limitada. En la medida en que nosotros necesitamos intermediarios para percibir realidades que están más lejos, que están fuera del alcance de nuestros sentidos, nosotros tenemos el riesgo de ser manipulados y desinformados. Ahora este riesgo puede tener consecuencias leves y graves. Que uno viva con premisas falsas, lo cual no es ningún problema, si tú logras vivir toda tu vida con las mismas premisas y no darte cuenta. Grave cuando, por ejemplo, se manipula tu conciencia y la información significa que tú te ves arrastrada por ejemplo a avivar una guerra, a perseguir a un grupo minoritario, o sea a hacerle el juego a algún loco con poder. Por esa razón a mí me parece que la relación que yo tengo con los medios de comunicación de masas es importante. Y por otro lado, mientras más tiempo tenga la persona que me está informando de elaborar la información, más tiempo tiene también de venderme su propia pomada.

El mirar las noticias es un poco como el menú del computador. Tú miras las noticias, tú tienes una idea más o menos de qué es lo que está discutiendo la gente dentro de una determinada sociedad. Cuáles son las cosas que se están debatiendo y después tú tomas el ratón y te pones a buscar lo que a ti te parece interesante y en lo que quieres profundizar. 

A mí no me parece que los noticieros te den una información suficiente sobre nada, pero te van señalando puntos. Ahora cuando yo quiero información detallada, leo un libro. Cuando yo quiero profundizar en algún tema, leo un libro.

La información política generalmente es urgente. Cuando no es urgente yo tengo tiempo de dejar que toda la información que yo he recibido a lo largo de una serie de años se vaya decantando y me vaya formando mi opinión. Yo trato de ver las posiciones políticas con perspectiva histórica, porque me parece inútil profundizar en lo que dice un político cuando yo sé que las palabras de un político son bastante poco confiables.

Las noticias que más me interesan son las cosas que se hacen a nivel mundial sobre la situación de la mujer. Una de las cosas que más me ha hecho pensar con respecto al problema de la mujer ha sido la posibilidad que ofrece la televisión vía satélite de comparar distintas realidades con solamente apretar el botón del control automático. Esa es una cosa que, si uno la hace sobre todo sin pensar en lo que uno está haciendo, tiene un efecto muy grande para la conciencia. Eso de que yo puedo ver al mismo tiempo a las mujeres de un país africano, en un momento de sequía tratando de darle el pecho a un niño que está deshidratado y el niño está lleno de moscas y que, al mismo tiempo, puedo ver una mujer que está encaramada en una tribuna hablando como si fuera parte del sistema y que puedo ver a mujeres en distintos roles, distintas profesiones, distintas realidades geográficas y sociales, que puedo ver por ejemplo denuncias sobre atropellos a los derechos humanos de la niñas chicas y de las mujeres, y todo esto al mismo tiempo, en el mismo mundo. Eso me ha ayudado mucho a tener una perspectiva mucho más global de lo que es la identidad femenina y de la gran determinante social que tiene esta identidad. Yo creo que la televisión vía satélite tiene esa cosa que no la tiene ningún otro medio de comunicación de masas. 

Esto ha resultado en que yo he empezado a contribuir económicamente con determinadas organizaciones ideales que tocan determinados problemas que se me han actualizado a través de la televisión. Por ejemplo, cuando a mí se me actualizó el problema de las niñas en el mundo, yo tomé la decisión de empezar a colaborar económicamente con Rädda Barnen, pensando que la única forma de influir en este tipo de problemas es financiar una misma a la gente que se dedica a resolverlos. Y yo estoy muy consciente que con la plata que estoy entregando, muy parcialmente financio los proyectos. Más que nada estoy financiando la actividad de la gente que se dedica tiempo completo a hacer esas cosas, a promover la decisión. La misma cosa con el problema del medio ambiente. El medio ambiente es una cosa que también toca a la identidad femenina. La destrucción del medio ambiente es una cosa que teóricamente afecta a hombres y mujeres por igual, pero en la práctica las mujeres tienen menos posibilidades de decir nada con respecto al medio ambiente. Son menos consultadas, y son afectadas en términos de hambruna, sequía, problemas de malas funciones congénitas, abortos naturales como producto de sustancias tóxicas, radiación nuclear, pesticidas. Es una cosa que a la mujer, por la posibilidad de estar embarazada, le afecta directamente. Y por otro lado, porque no hay que olvidarse de que en los pueblos en los cuales la población es eminentemente agricultora, el mayor trabajo lo hacen las mujeres. La disminución de las tierras de cultivo como producto de la erosión y las sequías afectan a las mujeres en gran medida. 

Cuando las mujeres se dedican a la agricultura, tienen pedacitos de tierra más chicos y tienen menos posibilidades de resistir una sequía. La erosión trae sequía. La erosión empobrece las tierras, disminuye el rendimiento, produce hambre. Si tú ves a toda la población desde arriba, ves un montón de gente que tiene que comer, si tú vas mirando unidad por unidad ves que la encargada de darle de comer a los niños generalmente es una mujer que trabaja la tierra. En esa familia no tiene necesariamente que haber un hombre. Generalmente no lo hay, muchos hombres del campo emigran a la ciudad, a las industrias. En África los hombres no trabajan la tierra, son las mujeres las que la trabajan. Yo pienso definitivamente que es un problema por el cual las mujeres deberían movilizarse más que los hombres. Y eso significó, por ejemplo, que yo empezara a ayudar económicamente a Greenpeace.

Los cambios en la forma de ver las guerras en los últimos años también me interesan. Yo no me refiero tanto a cuántas guerras, cuántos muertos, cuántos conflictos ni cuántas intervenciones, sino a cómo los presentan los medios de comunicación y cómo va cambiando la opinión publica mundial en su forma de mirarlos y juzgarlos. A mi interesan los cambios de actitud paulatinos, a mí me interesa ir viendo para qué lado van cambiando las actitudes, con respecto a distintos problemas que son importantes para la humanidad. La cosa anecdótica, la noticia de último momento, me importa poco.

Por ejemplo el tipo este de la secta japonesa que echó el gas venenoso en el metro y murieron tantas personas y que la policía lo trató de tal manera, esos detalles son pocos importantes. 

Lo que me interesó de esa noticia fue que el uso de los gases venenosos salió del ámbito militar. Esa fue la primera noticia sobre el uso de gases venenosos por otra gente que no sea un ejército. Los gases venenosos fueron inventados para usos militares y nunca nadie se imaginó que podían ser usados para otra cosa que para usos militares, y en este momento a los militares se les escaparon de las manos. Entonces, hoy día, los militares son los más asustados.
 

2. Ulrika, de Alemania. En Suecia desde finales de los años 1960

La familia con los padres y la escuela en Alemania

Mi madre era enfermera y cuando se casó dijo mi padre: "Mi mujer no va a trabajar". Así es que ella no pudo trabajar. Cuando los hijos ya eran grandes y ella quiso empezar a trabajar, de todas maneras mi padre no la dejó y para mi sorpresa, ella lo aceptó. Yo no lo habría hecho jamás. Todo era muy tradicional en Alemania. El hombre empleado público, la mujer se quedaba en la casa. No necesitaban trabajar. Cuando yo empecé a trabajar aquí en Suecia, me preguntó mi madre: "¿Gana la gente tan mal en Suecia que tú tienes que trabajar?" Yo le contesté: "Yo no trabajo para ganar dinero sino porque me gusta". 

En su razonamiento una estaba obligada a trabajar porque tenía un marido que no la podía mantener, ni a ella ni a la familia. Eso me hizo realmente reaccionar.

Yo creo que, en Alemania, todavía existe la idea de que la mujer se quede en la casa. Pero también es una cuestión de clase social. Y esto es raro, son los hombres de la clase trabajadora los que están menos dispuestos a dejar trabajar a la mujer. Aunque en realidad, ellas están obligadas a hacerlo porque, si no, no se las arreglan económicamente. Quizás esto no se ve tanto en Suecia.

De chica, recuerdo que una vez estábamos en la casa de mi abuela mi hermano y yo. Nos habíamos bañado y él había tirado su traje de baño en una silla. Mi abuela me dice: "Cuelga su traje de baño", y yo le contesto "¿Por qué lo voy a hacer yo?, que lo haga él". Mi abuela me acusó diciéndolo a mi madre que yo había sido desobediente, pero mi madre dijo que sí, que él se podía colgar el traje de baño él mismo… Todo el tiempo yo tenía la sensación de que los niños eran más valorados que las niñas. 

Cuando estaba en el séptimo curso de la escuela, iba en una clase de 40-50 alumnos y una desaparecía en el montón. Las niñas desaparecían. Me daba mucha rabia. Los niños hacían más tonterías, peleaban y gritaban y los profesores entonces estaban obligados a preocuparse más de ellos. Uno tiene entonces dos elecciones, como niña: O se hace escuchar o desaparece. Pero luego empecé la escuela secundaria, en una escuela para niñas. Aunque uno puede pensar que es raro, pero en esa escuela me incentivaron a hacer cosas. Teníamos muchas profesoras mujeres y hasta el día de hoy agradezco el haber ido a esa escuela. Una no desaparecía entre el montón de niños que gritaban. Una era realmente vista en esa escuela.

Creo que yo no me identificaba ni con mi madre ni con mi padre. Al contrario. El hecho de que mi madre no trabajara hizo que yo pensara que uno no tiene jamás que ser como sus padres. Creo que yo no tenía a nadie como imagen positiva. Quizás la rectora de mi escuela, porque era realmente divertida. Era una de las primeras mujeres que se habían doctorado en química y todo el tiempo daba clases sobre el carbón. Que era una materia muy importante, pero que no había que usarlo para calentar la casa. Todavía me acuerdo. Era una mujer realmente impresionante… Era independiente, tenía sus ideas propias. Era exactamente lo opuesto a mi madre. No hacía lo que otros pensaban que tenía que hacer, sino lo que ella misma quería.

La mujer joven. La universidad, la casa

Cuando empecé a estudiar leyes teníamos un profesor viejo, que era muy conservador. Todas las clases las empezaba: "Señores…". Lo encontrábamos divertido. Éramos por lo menos 20 mujeres en la clase, pero no existíamos. No decía nunca "señores y señoras". Solamente "señores". Nos sentábamos en primera línea para que realmente nos viera… Para él, las mujeres no debían estudiar leyes. Eso me hizo pensar en qué tipo de sociedad vivíamos…

Yo tenía todo el tiempo una sensación de que la mitad de los habitantes de la tierra, la mitad de la inteligencia total, estaba en barbecho. Me acuerdo de una discusión con una profesora en la escuela. Ella utilizaba una cita infernal sobre que la mujer tenía que aprender a servir al hombre… La mejor cita para mí….

Pero creo que lo peor es que las mujeres parecen no existir. En una elección para un puesto de jefe que tenemos en el trabajo ahora, no hay propuesta ninguna mujer. Pero es difícil saber si una es discriminada porque es mujer o porque una tiene una profesión humanista. Esa combinación no es la mejor…

Después de casarme, siempre tenía la sensación de que yo no alcanzaba a hacer todo lo que tenía que hacer en la casa. Lo que es muy femenino, sospecho… Las ventanas sucias son mis ventanas, no las de mi marido… Todavía lo siento así, pero he aprendido a darle menos importancia. Pero sí, está en el cuadro… Me enojo conmigo misma, pero sigo sintiendo lo mismo. Me enojo conmigo por pensar que son mis ventanas sucias, aunque yo sepa que también son las de mi marido. Entre mis amigos es lo mismo.

El trabajo

No recuerdo que yo haya sido discriminada como extranjera… sí, una vez, cuando recién empecé a trabajar. Había tenido una discusión con otra profesora. Es ridículo… Mi país le había ganado a Suecia en hockey sobre hielo. Yo encontraba que era divertidísimo que a Suecia le hubieran ganado. La profesora ésta me dice entonces que si yo me había venido a vivir a Suecia y utilizaba lo que la sociedad sueca me ofrecía, era mi obligación hacerle barra a Suecia y no a Alemania. Como una semana más tarde, la mujer ésta mandó una carta al diario local, donde ella escribía diciendo que ahora teníamos en Suecia profesores que no sabían hablar bien sueco y bla bla. Creo que ha sido la única vez. Bueno, el ser alemana no es algo que se considere un mérito tampoco. Pero yo me niego a decir que nací en Austria. Ni en el infierno lo diría. Yo nací en Alemania, así es.

Al comienzo de mi carrera, estaba haciendo un reemplazo. En el momento en que me lo tenían que alargar, el rector de la escuela me dice "Tu estás casada"… Yo llamé por teléfono al Ministerio de Educación y pregunté si era una barrera el estar casada para trabajar. Naturalmente que me dijeron que era un argumento bien raro con el que este rector había salido, pero que era viejo, que ya se iba a pensionar…

Una vez en el trabajo, andaba con dolor de estómago. La enfermera de la escuela donde trabajaba me dijo que el médico del lugar iría al día siguiente, que fuera entonces para hablar con él, para que me recetara algo. Al día siguiente cuando nos encontramos, me pregunta la edad y si yo tengo niños adolescentes. Y sí, mis hijos eran adolescentes entonces. Entonces me dice que es natural que me duela el estómago. Yo le pregunté "si yo hubiera sido un profesor hombre, ¿le habrías dicho lo mismo?" La enfermera aplaudió… Yo no lo podía creer. Si tenía hijos adolescentes, entonces era natural que me doliera el estómago. Punto. Sí, a veces una se siente discriminada…

La identidad

Yo no sé cómo me ve el resto de la gente. Nadie se ha atrevido a decírmelo. Yo me veo primero como ser humano, no como mujer y Dios ayude al que me ve sólo como mujer… Aunque yo nunca he reflexionado sobre mí misma, no, no lo he hecho nunca. Para mí ha bastado con que yo he sido yo. Falta de tiempo, uno no tiene jamás tiempo para sentarse y pensar. Quizás mientras uno está planchando, pero ya ni plancho… ¿Pero por qué digo "una" todo el tiempo? Yo no tengo tiempo. Qué raro decir "una" de una misma.

Para mí, ser mujer tiene que ver principalmente con la capacidad de tener hijos, la cuestión biológica, no sé… Socialmente la cuestión es si soy mujer porque soy mujer o porque me educaron de una manera, la de ser quien tiene la responsabilidad de mantener el contacto con la familia más lejana, que se escriban las tarjetas de navidad, esas cosas que están en el rol de la mujer. No sé si es un rol que una misma tomó o si la obligaron a una. No sé. El tener la responsabilidad de la casa, de los niños. Y luego es fácil que una siga con ese rol en el trabajo… A veces me he descubierto diciéndole algo a alguien, "Se te ve la enagua"… y luego pienso, Dios mío, yo no soy su mamá, pero no puedo dejar de hacerlo.

El Estado, las reglas, las leyes

Para mí, un buen ciudadano es aquel que es crítico, que no se traga todo lo que dice el gobierno, que se pregunta qué es correcto e incorrecto, o si yo pienso que el gobierno ha actuado bien o mal. Y uno tiene que votar. De otra manera no tiene derecho a reclamar después. Y yo debería decir que también es pagar impuestos, pero es difícil, porque a veces pienso que uno no debería para impuestos. No es sólo estar sentado en la casa sin hacer nada. Y si tú me preguntas si yo he hecho algo, no… quizás en cierto sentido. Si siento que he sido tratada injustamente, reacciono, definitivamente…

En una ocasión, cuando nació mi hija, me quitaron el lugar en el jardín infantil que tenía mi hijo mayor, con el argumento de que yo de todas maneras estaba en la casa y me podía hacer cargo de los dos niños. Yo agarré a mis dos hijos, que en ese momento estaban resfriados, y me fui a la oficina social. Ahí me volvieron a decir lo mismo, que yo estaba casada y entonces no necesitaba el lugar del jardín infantil (lo mismo que una mujer sola, que está obligada a trabajar). Yo les dije que eso era bien raro, porque si a mí se me ocurría ir a la piscina a bañarme, ningún estúpido me preguntaba si yo estaba casada o no, y si se me ocurría andar en bus, lo mismo. Yo no entiendo por qué el estar casada de repente tiene que ser un impedimento. Igual no me dieron lugar en el jardín. Entonces me enojé y les escribí una carta reclamando todo. Yo no podía cambiar las reglas que existían, pero, después de haber reclamado, me volvieron a dar el lugar del jardín para mi hijo.

Cuando yo me doy cuenta de que alguien a mi alrededor ha sido tratado injustamente, lo incentivo a que reclame. Creo que tiene que ver con que yo soy alemana. Uno aprendió a cuestionar lo que dicen las autoridades, que uno no debe tragarse lo que le dicen, sino que siempre hay que preguntarse el porqué.

Cuando yo iba a la escuela, en 1947, los profesores estaban obligados a decirnos "No acepten nunca nada que otro les diga. Pregúntense siempre si es correcto o no". A nosotros nos educaron para hacer la revolución realmente. Y después vino 1968. Era la generación que había sido educada de esta manera. A revolucionar contra el Estado. Si tú comparas lo que pasó en Alemania en los años 1968 y 69 con Suecia esos mismos años, hay una diferencia enorme. Y yo creo que la diferencia sea que uno en Alemania no acepta lo que el Estado dice. Uno lo cuestiona de una manera totalmente diferente a como se hace aquí en Suecia. También puede deberse a que yo fui a una escuela en una comuna socialdemócrata, pero yo creo que es algo en toda Alemania. Puede deberse a que era después de la guerra, pero todavía es así. Hay otra actitud respecto al gobierno realmente. Uno no supone que lo que el gobierno dice es correcto; se cuestiona de otra manera que aquí en Suecia… Pon un letrero que dice que hay que manejar a 70 km /hora. Aquí, nadie lo cuestiona. En Alemania, la gente habría empezado a preguntarse por qué 70 y no 90… Hace unos años, se trató de hacer un censo en Alemania. Era el mismo tipo de preguntas que se hacen aquí en Suecia. Los alemanes se negaron a contestar las preguntas, nadie les hizo caso. Al final tuvieron que dejar todo el proyecto de lado. Es algo con lo que el Estado no tiene nada que ver. No hay números personales en Alemania. Tú no puedes jamás comparar diferentes registros. No se puede. No porque el Estado diga… uno no lo hace, no más.

En la casa era totalmente diferente. Ahí lo único que se podía hacer era obedecer. Dios salve al que cuestionara algo. No, uno no era incentivado a protestar o a tener opiniones propias. Realmente no puedo decir que lo incentivara a uno. El cuestionar algo que dijeran los padres no tenía perdón.

La lectura

Yo me leía las revistas más malas. Esas, tu sabes, con niñas que son capaces de hacer de todo. Sonia creo que se llamaba una. Sonia tenía un caballo, cabalgaba. Siempre terminaban felices. Eran terriblemente malas. Salía una vez al mes y uno siempre la compraba. Sonia daba una imagen muy positiva de las niñas. Eran siempre las niñas las que solucionaban todo. Los niños tenían mucha menos importancia. Y novelas de amor, como todas las niñas leen a esa edad. No me acuerdo de que yo haya reflexionado mucho sobre ellas.

Leo el Dagens Nyheter. En la televisión veo las noticias, en los canales suecos, programas en la televisión alemana y las noticias en un canal inglés. Lo que más miro son programas sobre cultura. En uno de los canales alemanes, miro un programa sobre mujeres, problemas de las mujeres, ropas, formas de consumo. Es como una revista semanal pero de televisión. A veces también leo esas revistas semanales. Los bonitos sillones, cómo uno los puede arreglar para que se vean bien -cosa que uno de todas maneras no hace, pero se entera de cómo podría verse-; esas cocinas donde nunca se ve ningún plato sucio, donde los azulejos y la humedad van en el mismo tono, una se pone toda poética…
 

3. Helenka, de Checoslovaquia. En Suecia desde finales de los años 1960

La niñez

Checoslovaquia. Tanto mi mamá como mi papá trabajaban y me incentivaron a estudiar y a tener una profesión. No había nada de la casa que me hiciera pensar que hubiera diferencias entre los hombres y las mujeres. A mí me trataron siempre como a una "persona".

En los países del este (socialistas), uno no podía ser un parásito de la sociedad. Todas las mujeres estaban obligadas a trabajar. A mí me incentivaron a ser independiente. Que esto daba resultado era obvio en el caso de mi mamá. La gente que ella conocía y que no tenían una profesión tenían trabajos muy mal pagados en fábricas y a menudo en la industria pesada. Levantaban metales y otros trabajos pesados. En la casa no era mi mamá la que hacía el aseo realmente. Ella lavaba la ropa, pero los niños aprendimos bien temprano que teníamos que ayudar en la casa, ya que ella trabajaba. Mi papá nos decía que teníamos que ayudar a mi mamá. Las compras las hacía a veces mi mamá y a veces mi papá, los dos por igual. Mi mamá hacía la comida. Mi papá hacía otras cosas prácticas. Creo que los dos trabajaban lo mismo en la casa.

Cuando iba a la escuela, cuando tenía entre siete y ocho años, llegó una ola de igualdad entre los sexos. Esto significó que en la escuela yo no tuve nunca ningún curso de costura, pero sí de metal y carpintería. La cosa de la igualdad entre los sexos se me metió ya en la escuela. En la secundaria estuve trabajando en una fábrica, igual que mis compañeros hombres. No había ninguna diferencia entre los hombres y las mujeres en los años 1950. En este sentido, creo que los comunistas hicieron algo bueno al comienzo.

Suecia en comparación con Checoslovaquia

Cuando llegué a Suecia en 1968, todavía era muy tradicional la relación hombre mujer en Suecia. Muchas mujeres no trabajaban fuera de la casa, sino que se quedaban cuidando a los hijos. Yo encontraba que era terrible. En comparación con Checoslovaquia, donde todo el mundo trabajaba, yo encontraba que las mujeres aquí no hacían nada, que se la pasaban leyendo revistas y que eran flojas. En Checoslovaquia o uno trabajaba o estudiaba. Cuando mi marido y yo empezamos a estar juntos, él quería que yo me quedara en la casa y tuviera cuatro hijos. Yo no lo podía creer y además no era capaz de hacerlo. Así es que, al año y medio, empecé a trabajar. Así se me había educado y yo quería trabajar.

Tuve dos hijos. Cuatro no habría tenido jamás. Se lo dije a mi marido desde el comienzo, lo mismo eso de quedarme en la casa. En la casa hemos compartido el trabajo de cuidar a los niños. Cuando nos cambiamos a nuestra casa, que nosotros construimos, le dije a mi marido que yo podía pintarla. Yo no sé coser. La parte de debajo de mis cortinas no están cosidas. A mis hijos nunca les he cosido o arreglado alguna ropa. No sé coser. No sé cómo funciona una máquina de coser. Sé pintar paredes, pero no coser. Coser era una cuestión capitalista. Yo nunca tuve cursos de costura en la escuela. Eso de que las mujeres cosieran se relacionaba con una educación capitalista, así que las mujeres no aprendían a coser sencillamente. Teníamos cursos de metal y carpintería. Nunca tuve ningún curso de costura. Y todavía soy alérgica contra todo lo que se consideraba capitalista. Hacer mermelada, hacer jarabes, tejer, coser. Todo lo que comienza con "s" (en sueco: sylta, safta, sticka, sy). Tengo una aversión contra todo eso. No lo hago sencillamente. Es mi marido el que lo hace en la casa. Él hace mermelada.

En Checoslovaquia, se trataban a las mujeres y a los hombres como iguales. Toda la filosofía de la sociedad se basaba en eso. Que los hombres y las mujeres eran iguales. Pero si uno mira quiénes tienen los puestos más altos en la universidad, son sólo hombres. A pesar de que las mujeres han tenido las mismas oportunidades, no han querido avanzar más en la vida académica. Y no se debe a que hayan tenido que cuidar a los niños en la casa. Las mujeres en Checoslovaquia estaban realmente bien. Se les pagaba durante tres años para que se pudieran quedar en la casa. Durante ese tiempo, podrían haber estudiado. Además, las mujeres que trabajan en la universidad tienen posibilidad de hacer investigación como parte del trabajo y, de todas maneras, no han aprovechado la situación.

Creo que aquí las mujeres tienen que trabajar más para demostrar que son iguales a los hombres. Aunque creo que yo no lo he relacionado tanto con la cuestión de ser hombre o mujer, sino más bien con el hecho de ser mujer y extranjera. Creo que hay tanto hombres como mujeres que les cuesta aceptar que las mujeres puedan hacer cosa valiosas. A veces, creo que incluso a las mujeres les cuesta aceptarlo más que a los hombres. Es mi experiencia.

A pesar de que me educaron para ser independiente, creo que esto se acentuó aquí en Suecia. Quizás puede tener que ver con que yo, desde el primer momento aquí en Suecia, fui bien consciente de que dependía de mí que yo me las arreglara o no, a pesar de que tenía a la familia de mi marido, que me apoyaba. Yo sabía que yo era la responsable de lo que fuera mi vida. Yo dejé mi país voluntariamente y decidí hacer lo mejor de la situación. Veo las posibilidades y no las dificultades. Creo que esto de ver las posibilidades y no las dificultades es algo que tengo de mi país también.

Los medios de comunicación

En Checoslovaquia, sólo leíamos literatura clásica. Tanto de niña como de adolescente, leí sólo literatura clásica. No existía esa literatura popular, esas novelas de amor. Eran consideradas sólo como basura y literatura de segunda clase.

En la televisión aquí veo las noticias, un programa de deportes y programas que muestran cuestiones históricas. Creo que uno aprende mucho de ellos. Dentro de mis programas favoritos están esos que retratan a mujeres que se han hecho conocidas en el mundo. Mujeres médicas, por ejemplo. Pueden ser tipo documental o en forma de ficción. Donde se puede ver cómo esas mujeres han logrado ganarse un lugar en profesiones que han sido típicamente masculinas. También veo documentales que muestran viajes por distintas partes del mundo. Programas sobre la naturaleza, a veces alguna telenovela, para relajarme. Para mí es una forma de relajarse. Aprovecho para planchar al mismo tiempo. Todo lo contrario del tiempo que paso en el trabajo, que está lleno de información y prestación. Las veo sola. Mi marido no las ve jamás. Él prefiere leer. Yo leo el diario y revistas del sindicato. Quizás un par de veces al año, puedo leer alguna revista para mujeres, pero es una excepción. Quiero noticias frescas, del día.

Pero creo que no ha habido nada, ni en los diarios ni en las revistas, que me haya hecho reflexionar sobre la situación de la mujer en la sociedad. Es la historia de las mujeres como madame Curi la que me ha hecho pensar. El darme cuenta de las dificultades con que se encontraron en la sociedad donde vivieron, pero que lograron salir adelante y conseguir lo que querían. Me hace pensar en lo que ha cambiado la sociedad en comparación a hoy en día. Me gusta leer la historia de esas mujeres.

El ser mujer y el ser extranjera

El ser mujer para mi es algo agradable. Yo no creo que me hubiera gustado ser hombre. El ser mujer para mí es algo estético. El poder tener hijos es algo fantástico. Uno puede ser igual de bueno que un hombre en el trabajo, pero al mismo tiempo ser más suave, más atenta a lo que pasa alrededor, más preocupada del resto. Yo creo que las mujeres tienen esas cualidades positivas.

El hecho de no haber nacido en Suecia significó que todos mis certificados de estudios tuvieron que certificarse como verdaderos. Uno no tenía ninguna posibilidad de concurrir con un sueco. Yo he tenido un montón de barreras en el camino, gente que ha apelado los trabajos que me he ganado, ya que ellos tenían certificados suecos y yo extranjeros. Siempre he tenido que estar demostrando mis conocimientos y que yo puedo. En los papeles todo era igual, pero no en la práctica. En ese sentido, creo que he tenido más dificultades por ser extranjera que por ser mujer. Sobre todo, cuando pienso que han sido mujeres las que han apelado los trabajos que me han dado.
 

4. Carolina, de Argentina. En Suecia desde el final de los años 1970

Los padres

Mi mamá era profesora de inglés, pero no trabajaba. En ese tiempo, las señoras se quedaban en la casa. Me acuerdo de que, como a los 12-13 años, le pregunté a mi mamá por qué ella no trabajaba. Ella me dijo que lo había hecho hasta un año después de casarse, cuando nació mi hermano. Mi papá le había insistido en que se quedara en la casa, haciéndose cargo de la guagua. Realmente no habría necesitado hacerlo, ya que mis padres tenían una buena posición económica y en mi casa siempre había una empleada doméstica. Pero fue mi padre el que insistió en que se quedara en la casa. Ella había tratado de argumentar en contra, pero finalmente decidió hacer como él quería, para evitar más peleas por ese asunto. Me acuerdo de que algunas de las madres de mis compañeras de colegio trabajaban fuera de la casa y yo encontraba que era fantástico. Me acuerdo de una mamá que trabajaba en la aduana y yo encontraba que ella era súper fantástica, porque lo hacía. Además fumaba. Yo encontraba que era una mujer moderna.

Mi mamá siempre le preguntaba a mi papá, cuando se trataba de tomar una resolución. Los roles ahí eran bien tradicionales. No es que mi papá fuera autoritario, pero creo que era su opinión la que contaba.

Cuando se murió mi papá, yo tenía 13 años. Me acuerdo de que mi mamá se deprimió mucho y yo, para tratar de levantarle el ánimo, traté de convencerla de que trabajara, pero me dijo que no, que ya habían pasado demasiados años. Yo siempre pensé que era una tontería que no trabajara.

Mi papá era 13 años mayor que mi mamá y habían empezado su relación de una manera muy cómica. Mi papá tenía como 40 años cuando se casó. No se había querido casar antes, porque pensaba que no tenía una posición económica que ofrecerle a ninguna mujer. Cuando consiguió esa posición, pensó: "Ahora me consigo una esposa". ¿Y sabes que hizo? Empezó a ir a la iglesia, a la misa del domingo, a ver si veía a alguna mujer que le gustara y yo supongo que también tuviera una moral adecuada… Un día vio a mi mamá y la siguió hasta la casa, lo que hizo un domingo tras el otro. Después de unas semanas, le pidió a su socio, que era un señor mayor y respetable, que tomara contacto con mi abuelo, para decirle que mi papá tenía intenciones muy serias. El señor este, toca el timbre, pide hablar con el señor de la casa, se presenta y le dice a mi abuelo que él conoce al señor Pedro, que está interesado por su hija y que desea poder visitarla. Como mi abuelo tenía tres hijas y no sabía a cual de las tres este señor se refería, mi abuelo las llamó a las tres a su escritorio y así el señor le indicó cual de ellas era. Así, mi papá y mi mamá se empezaron a ver y luego se casaron. No fue una historia de pasión ni del gran amor…

La religión en la niñez: contradicciones

Yo fui a una escuela de monjas, entre los 6 y los 18 años. Durante mi niñez y adolescencia, yo era una niñita ejemplar. Iba a la iglesia y rezaba. Junto con otras niñas me entrenaba haciendo sacrificios. En la escuela, uno tenía una almohadita con forma de corazón y, cada vez que uno hacía algo bueno como dejar de comerse un caramelo por ejemplo, uno pegaba una florecita de papel en el corazón. Y yo lo hacía. También me acuerdo de que, si había alguna vez algún problema en mi casa, yo hacía mis pequeños sacrificios para que se solucionaran.

Un día descubrí que mis padres tenían un montón de condones en un cajón. Yo no lo podía entender, ya que la iglesia no permitía los anticonceptivos y mi mamá era católica. Yo nunca se lo pregunté, pero esto de las contradicciones yo ya lo había empezado a ver en la escuela. La escuela era privada y costaba plata. Pero las monjas se habían traído unas niñas del campo, que no tenían dinero para ir a la escuela. Las dejaban participar en las clases, a cambio de que trabajaran en la cocina de la escuela. Era todo muy extraño porque cuando nosotros teníamos 7-8 años ellas tenían 14-15. Ellas no usaban uniforme como nosotras, sólo el delantal blanco. Ellas participaban en las clases, pero no todo el tiempo. Sólo cuando el trabajo en la cocina se lo permitía. Era una cuestión de clase. "Ellas" no eran como "nosotras". Nosotras casi no nos juntábamos con esas niñas; yo no me acuerdo de haber jugado ni hablado con ellas. Además, ellas iban sólo a los primeros cursos, quizás hasta el tercer o cuarto año. Ahora me pregunto si quizá existía algún tipo de regla en la escuela que decía que bastaba con que aprendieran a leer y a escribir nada más.

Creo que en ese tiempo, de una manera muy vaga, yo entendía que "ellas" no eran igual a "nosotras", ya que ellas no vivían con sus familias y tenía que trabajar ya a los 13 años. Las monjas las llamaban "las niñas de la casa". Eran propiedad de la escuela. Como los siervos de la edad media. A lo mejor estaban de todas maneras mejor en la escuela de lo que habrían estado en sus casas, no sé.

Mi hermano también fue a una escuela privada, pero no de curas. No sé el porqué. Si especulo podría decir que se debió a que mi papá no era tan religioso como mi mamá. Quizás pensaba que una mujer necesitaba más la religión que un hombre. No sé. Quizás para mi papá era más importante que a mi hermano, y no a mi, le fuera bien en la escuela. Ya que era hombre y tenía que hacer carrera. Ok, mi papá murió cuando yo tenía 13 años, así es que realmente no sé lo que podría haber pensado sobre la posibilidad de que una mujer hiciera carrera. Hoy día, tomando en cuenta toda la situación, me imagino que para mis padres era menos importante que yo hiciera carrera, ya que se suponía que la mujer debía casarse.

Mi papá era terriblemente bueno conmigo y bien estricto con mi hermano, ya que a él no le iba igual de bien en la escuela como a mí. Él vivía la vida mucho más que yo y entonces le dedicaba menos tiempo a la escuela. Mi papá le gritaba. Él quería que mi hermano fuera a la universidad, ya que él mismo no lo había hecho.

La madre enferma

Mi mamá era diabética desde que me tuvo a mí. Mientras vivía mi papá, la diabetes estaba bajo control. Mi papá la ayudaba con las inyecciones de insulina, casi como un acto de amor, me parece. Mi mamá era muy bonita, tenía un cuerpo y unas piernas perfectas. Me acuerdo de que, para no echarse a perder las piernas, se inyectaba en el estómago. Después de morir mi papá, se le descontroló la enfermedad. El azúcar en la sangre le subía y le bajaba. Nos habían dicho que no la dejáramos cansarse, que necesitaba tranquilidad. De ahí aprendí la importancia del azúcar para el cerebro. Y sucedió lo terrible. Creo que desde los 13 años y durante toda mi adolescencia, a mi mamá le daban unos ataques terribles durante la noche. Yo me había ido a dormir con ella en su cama matrimonial, para cuidarla. Había tratado de convencerla de que vendiera esa cama y nos compráramos dos, pero había sido imposible. En las noches, yo me despertaba en medio de sus ataques. Era lo mismo que si estuviera borracha… "abababab…". Yo me daba cuenta de que le había bajado el azúcar en la sangre y le daba terrones de azúcar para chupar. Como ella estaba medio inconsciente, yo no me podía comunicar verbalmente con ella. Instintivamente desarrollé el método de la mímica. Yo masticaba y trataba de mostrarle cómo tenía que hacer: "Haz así… mmmm" y ella me imitaba. Al rato de haberse comido el azúcar, despertaba y me preguntaba qué había pasado, por qué estábamos despiertas. Esto sucedía dos o tres veces a la semana. Durante toda mi adolescencia de mierda. No era nada de divertido.

Creo que toda esa experiencia me afectó en mis futuras relaciones con las enfermedades en general. Cada vez que una persona cercana a mí se enferma, me pregunto cuáles son las intenciones que hay detrás, qué trata de conseguir. En ese tiempo yo sentía que lo que mi mamá quería era que se hicieran cargo de ella. Yo sentía como si ella me estuviera tragando. Me acuerdo de que me abrazaba y me decía "Tú eres lo único que tengo". Me daban ganas de gritar "¡No!", "en algún momento yo me voy a ir", "por qué no tienes más amigos, por qué no trabajas". Pero no se lo podía decir ya que el doctor nos había dicho que no la debíamos estresar. De una manera inconsciente tenía muy claro que yo tenía que luchar contra los deseos que tenía mi mamá de devorarme si quería sobrevivir. Yo había visto cómo una hermana de mi mamá no se había casado y se había quedado toda su vida cuidando a los padres. Todo el mundo encontraba que era totalmente normal que lo hiciera. Yo luchaba para que a mí no me pasara lo mismo "No, yo no quiero ser como ella, independientemente de si me caso o no". Fue una lucha terrible.

Mi hermano no se hizo nunca cargo de mi mamá, a pesar de que él era 4 años mayor que yo. Creo que a mi mamá no se le pasaba ni por la mente que lo pudiera hacer. Y yo tampoco reflexionaba sobre eso. Que yo me hiciera cargo de mi mamá, y no mi hermano, era lo normal.

La televisión, la literatura y el cine

En mi casa no teníamos televisión. Cuando llegó a Argentina, a finales del los años 1950, yo iba a la casa de alguna amiga a mirar, si tenía muchas ganas. En ese tiempo tenía 10-11 años. Mi papá no la había querido comprar, porque pensaba que nos iba a distraer de los estudios. No fue antes de los 22, cuando compramos una televisión. Mirábamos "Caza subterránea", una serie con Jeff Bridges, el papá de las estrellas de hoy día. Era una serie de aventura, llena de villanos y Jeff Bridges era el bueno. Yo encontraba que era entretenida. Luego, como a los 10 años, me acuerdo de El fantasma de la ópera. También era una serie y eso del hombre con una máscara lo encontraba emocionante. No recuerdo que haya mirado las noticias o programas de debate. Me gustaba ver la televisión. El hecho de poder mirarla en la casa y no tener que ir al cine. Y las películas de acción me gustaban. Todavía me gustan. Aunque hoy día me obligo a mirarlas con ojos críticos. Me gustan las historias llenas de sentimientos, los melodramas. Todavía encuentro que Lo que el viento de llevó es entretenidísimo. Pero, en ese tiempo, nunca se me ocurrió pensar sobre los roles de los hombres y las mujeres en esas películas. Creo que fue como a mediados de los 70, cuando empecé a darme cuenta y a pensar lo raro que era que las mujeres estudiaran algo para después quedarse en la casa cuando se casaban. Pero más que eso no pensé.

Durante el tiempo libre, recuerdo que leía, me juntaba con mis amigas. Me acuerdo de que me gustaba mucho Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, a los 10-12 años. Cuando pienso hoy día, me doy cuenta de que esas historias representaban el mundo de los hombres. También me fascinaba la amistad que existía entre esos hombres y cómo ellos se ayudaban en las distintas situaciones. Esto es algo que en mi vida adulta siempre he deseado. Encontrar un grupo de trabajo donde podamos hacer cosas juntos. Todavía no lo encuentro.

El conde de Montecristo también me gustaba, la intriga de la historia. También me acuerdo de un libro que se llamaba Little women, de Louise May Alcott. Una historia de cuatro hermanas, en Estados Unidos, en el 1800 creo que era. Y La puerta de las Lilas. Son esas novelas con un montón de normas y valores. Que uno no tiene que mentir, que hay que esforzarse y un montón de amor romántico. Pero creo que Los tres mosqueteros me gustaban más.

También leía revistas de figuras de niña. La pequeña Lulú. Me acuerdo de que había una bruja que decía "kackle-kackle", cada vez que hacía una maldad. También la colección Pepe Bolsillitos, cuando era más chica.

Al comienzo de la adolescencia, también leí a Corin Tellado, en las vacaciones. Me las compraba en los quioscos y luego las cambiaba por otras ahí mismo. Me gustaban esos grandes amores y pasiones. Él muy atractivo y negligente. Esas novelas siempre empezaban de la misma manera. Una lucha latente entre él y ella, con agresiones discretas, tratándose irónicamente, etc., que al final se convierte o descubren que es amor. Realmente es interesante, ya que creo que eso hizo que mi ideal, durante mucho tiempo, fuera un hombre fuerte, irónico y poco atento.

En mi adolescencia, me podía irritar por las películas de Doris Day. Siempre hacía roles tan tontos. Que no podía tener relaciones sexuales, si no se casaba… tan cristiano y tan occidental. Casamiento o nada. Me irritaba. Al mismo tiempo, supongo que esas películas me deben haber gustado, ya que hasta el día de hoy todavía me gustan las historias que tienen un final feliz.

Una película que me impresionó mucho fue La batalla de Argelia. Creo que la vi dos o tres veces en Argentina y luego aquí, una vez en la televisión y en un curso en la universidad. Una vez leí un artículo de la revista Ord och Bild (Palabra e imagen) y me desilusionó mucho cuando leí que el filme usaba la misma dramaturgia que yo misma criticaba… Cuando vi la película por primera vez en Argentina, fue más o menos al mismo tiempo que había leído Las moscas, de Sartre, a los 21-22 años. La cuestión esa de tomar decisiones y ser responsable de sus actitudes me causó mucha impresión.

Otro autor que leí en ese tiempo fue Franz Fanon. Las teorías sobre cómo el oprimido interioriza las ideas del opresor, de manera que se empieza a sentir tonto y menos civilizado. No recuerdo que me lo haya leído muy en profundidad, pero recuerdo que muchos otros autores lo citaban en discusiones sobre el imperialismo y el colonialismo.

Cortázar también me gustaba mucho. Su interés por cuestiones sociopolíticas. Me obligaba a mirar las cosas desde otra perspectiva. De los diarios, lo que más me leía era la parte de cine y, los fines de semana, la parte de literatura, de filosofía.

El cine, la psicología y la búsqueda de objetivos

En los últimos años del colegio, había una monja que nos enseñaba algo sobre cine. Ahora me doy cuenta de que ella veía el cine como una forma cultural, lo que no era común en ese ambiente. Ella nos incentivaba a analizar las películas y a ir a un centro que se llamaba Instituto de Cultura Religiosa Superior, a mirar películas y participar en los debates que este instituto organizaba. Hoy día le estoy bien agradecida.

Entre los 18 y los 20 años, me gustaban los filmes de New English Cinema, por ejemplo Morgan, totalmente loco. Era un cine absurdo, en blanco y negro. Una vez que había ido con mi mamá a ver una de esas películas, en medio de ella le dio un ataque de esos donde le bajaba el azúcar. Ella le echó la culpa a que la película era tan absurda, así que no fui más a ver esas películas con ella. Eran películas buenísimas…, tocaban temas sociales, políticos. Yo me leía las recensiones para ver cuál iba a ver. Aunque creo que también había mucho de esnobismo por mi parte. Creo que yo no entendía todo, pero, como había leído que la película era buena, iba y la veía.

Cuando estaba estudiando para profesora, como a los 19 años, tuve una profesora de francés -ella tenía como 28- que había visto mucho cine francés. Ella utilizaba el cine como una forma de trabajar con el idioma. Me acuerdo de que nos contó que había trabajado con el texto de Hiroshima mi amor, que era muy poético. Me acuerdo de que me impresionó mucho, porque yo me había educado con formas muy tradicionales de enseñanza. El trabajar con el guión de las películas me parecía emocionante, era como que se abrían puertas nuevas.

A los 20 años, empecé a estudiar periodismo. La escuela estaba en una calle donde había un montón de cines. Uno o dos de ellos eran más como estudios de cine que mostraban cine de calidad, de diferentes países, y lo cambiaban casi todos los días. Como yo estudiaba por las noches, entre 7 y 10, a menudo me iba antes, a la función de las 5. Mi mamá alegaba por qué iba al cine tan seguido y yo le decía que tenía que ver con mi trabajo. Yo había empezado a decir que quería ser crítico de cine, una mezcla de interés, esnobismo y frialdad. Era emocionante.

En mi búsqueda de nuevos ambientes y nuevos objetivos, me había puesto en contacto con un grupo de psicólogos y psiquiatras que utilizaban el cine como forma de terapia, en un hospital para enfermos mentales para hombres. Se les hacía escribir un manuscrito a los pacientes, discutían ideas, improvisaban. Como a mí me interesaba el filme y la psicología, me inscribí en un curso de preparación que ellos tenían para ser "interactor"en el grupo. La verdad es que no me acuerdo mucho de cuál era el rol de este interactor… Nunca terminé el curso. La mayor parte de los que se anotaban a ese curso eran estudiantes de psicología. Yo no sabía realmente qué buscaba. Creo que una de las razones por las que yo decidí ir a ese curso fue porque el que lo dirigía era un hombre que a mí me gustaba mucho por su posición, ahora me estoy acordando, y que después fue mi terapeuta. Eran los años 1970, yo tenía 20-22 años. Él no hablaba de sus "pacientes" o de gente "enferma", sino de la persona concreta en una situación de crisis. Esa mezcla de ideas nuevas dentro de la psicología y psiquiatría, mezcladas con ideas socialistas, me atrajeron. Yo también había trabajado como voluntaria en un hospital para mujeres con problemas mentales. Mi trabajo consistía en activar a esas mujeres a través de la producción de una especie de diario, ya que yo era periodista. Después de un tiempo, me di cuenta de que ese trabajo me causaba una angustia terrible y además encontré que los médicos no nos apoyaban lo que debían apoyarnos, sencillamente por falta de tiempo. Me di cuenta de que corría el riesgo de caer en una espiral de angustia que no podría controlar, así es que terminé con eso. No sé por qué el contacto con las mujeres me causaba más angustia que el contacto con los hombres.

El hecho de que yo me interesara por la psicología tenía que ver, en parte, con que yo tenía problemas propios y, en parte, con que la psicología estaba de moda en ese tiempo. Con mis amigas conversábamos tanto de novios como de cómo nos iba en la terapia. Era totalmente natural en la clase media. Un montón de gente iba a terapia. Yo fui a terapia tres años. Al comienzo, con una mujer que me ayudó un montón. Ella tenía una orientación existencial, Heidegger, Buber. Después de un tiempo, empecé a encontrar que ya la terapia no me daba nada más, al mismo tiempo que conocí al terapeuta del hospital. Era carismático, interesado. Al mismo tiempo, ése era un tiempo muy político y él me parecía que tenía una posición correcta, se interesaba por cuestiones sociales. Finalmente decidí seguir la terapia con él. Con los años, me di cuenta de que la terapeuta mujer me ayudó a construir una figura de mujer y mi decisión de irme a la terapia con él tuvo que ver con mi necesidad de construir una figura de hombre. Mamá y papá. Una mamá que no era mi mamá, otra forma de mujer que yo podía llegar a ser. Y un papá que no era mi papá. Ésta es una construcción a posteriori, naturalmente. Hasta el día de hoy, me alegro de haberlos elegido a los dos.

Recuerdo que ella una vez me dijo: "Carolina, querida: tú puedes hacer lo que se te ocurra. Desde recoger cerezas hasta ser ingeniero de construcción". A pesar de que en ese tiempo a mí no se pasaba por la mente que yo pudiera hacer lo que quería, la creí, gracias al afecto emocional que le tenía.

El interés por cuestiones de la mujer

Fue recién aquí en Suecia, durante los años 1980, cuando me empecé a interesar más por cuestiones de la mujer. Una de mis colegas me preguntó si quería hablar de la situación de la mujer en Latinoamérica, un 8 de marzo (el día de la mujer) y recuerdo que le contesté: "Sí, yo puedo contar cómo es, pero realmente yo no tengo ninguna experiencia de opresión". Por suerte, al final no necesité hablar y hasta el día de hoy agradezco al cielo que no tuviera que hacerlo. A finales de 1981, un día, mi marido leyó un anuncio en un diario local, que unas mujeres estaban formando un grupo de discusión e invitaban a todas las interesadas a participar. Y yo fui. Con harto miedo, ya que yo llevaba viviendo no mas de tres años en Suecia. Además, creo que a mí siempre me da miedo cuando voy a meterme en un grupo nuevo. Me pregunto cómo me recibirán como extranjera, etc. Pero igual fui. Y fue fantástico. Apenas me había sentado en una mesa, cuando se me acercó una mujer y empezó a hablarme de la forma más natural. En enero de 1982, estuve en un grupo que formó una "casa de la mujer". Mi participación en ese grupo de mujeres fue decisivo para mí. Por primera vez en mi vida empecé a darme cuenta de que no se trataba de que una mujer aislada había sido maltratada o que alguien había sido tratada injustamente. Me empecé a dar cuenta de que todos estos hechos eran consecuencia de un sistema estructural determinado. Además, creo que muchas mujeres, a eso de los 35 años, como a mí me pasó, empiezan a vivenciarse a sí mismas de otra manera a como lo han hecho antes. Hasta esa edad, a mí siempre me daba un poco de miedo estar sola. Me sentía intranquila. Era como un tiempo entre dos relaciones, o el tiempo que me tomaba llegar a la escuela, o el tiempo que esperaba que mi marido llegara a la casa. Una vez que estaba cesante y mi marido estaba muy ocupado y fuera de la casa, empecé a dar paseos largos y de repente descubrí que me sentía muy bien conmigo misma.

Como mujer, una empieza a ver que hay otras mujeres en la misma situación. La cuestión de la opresión toma diferentes formas en diferentes mujeres. Toda esta conciencia, como a los 35, y los cursos de la casa de la mujer, donde se usaban fotos y películas para denunciar la opresión, en cuestiones pornográficas por ejemplo. Como a mí me gustaba el cine desde hacía tiempo, era fácil asociar todo esto a otras películas que yo había visto. Lo que yo había creído que era algo romántico me daba cuenta de que también era una forma de opresión. Además, yo tenía una gran cantidad de experiencias a las que podía asociar estas nuevas ideas. Recuerdo, por ejemplo, que una vez, a los 15 ó 16 años, le pregunté a mi hermano, que tenía 19-20 y estudiaba economía, quién era Keynes y cuáles eran sus teorías. Después de pensarlo un rato, me contesta "Tú no lo entenderías" y no me explicó nada. Para mí, ahora, era como ponerme otros lentes con los que mirar mis experiencias. En ese tiempo, cuando mi hermano me contestó eso, no se me ocurrió pensar lo que significaba que me contestara de esa manera.

Con mi marido, tenemos un sistema bien cuadrado de dividirnos el trabajo de la casa. Una semana se hace cargo él de hacer la comida, comprar y lavar los platos y otra semana me hago cargo yo. Al comienzo, antes de que pusiéramos este sistema en marcha, gastábamos un montón de tiempo peleando quién hacía qué, donde cada uno pensaba que hacía más que el otro. De repente, lo veo como una derrota el que hayamos estado obligados a poner este sistema tan estricto, porque pienso que deberíamos ser más generosos, flexibles, etc., pero como no lo somos, aceptamos esta derrota y funciona. Me parece que este sistema ya lo teníamos antes de yo meterme al grupo de mujeres. Al comienzo, creo que yo tenía una tendencia a no seguir siempre el sistema y me hacía cargo de cosas que no debía haberme hecho cargo, pero creo que ya no lo hago.

Cuando llegué a Suecia y vi cómo otros latinoamericanos funcionaban en la casa, con la familia tradicional de mamá, papá, niños, donde el padre salía y volvía tarde, mientras la madre se quedaba en la casa cuidando los niños, fui consciente de lo bien que yo estaba sin todas esas formas que no me gustaban. Yo no tengo niños y eso fue una decisión consciente. Yo sé que puedo tener niños, porque me he quedado embarazada, pero he abortado. Pienso que ni mi marido ni yo hemos estado dispuestos a dedicarle el tiempo y la energía que se necesita dedicar a un niño. No le vimos sentido. Además, que yo nunca he sentido un deseo o necesidad de tener niños.

La sexualidad: contradicciones

Mientras estudiaba periodismo conocí a un montón de gente. A mi mamá no le gustaban mis nuevos amigos, porque los encontraba hippies o porque uno tenía barba, o porque una mujer se vestía provocativamente, según ella. Creo que era el hecho de la radiación sexual lo que le molestaba.

Una cosa que me parecía tonta en mi casa era la forma que tenía mi hermano de referirse a las mujeres. Me acuerdo de que las clasificaba en dos grupos: las casadas o aquellas con las que uno se podía casar, y las prostitutas. Me acuerdo de que, en su libreta de teléfonos, al lado de cada nombre, a veces ponía una "P", de puta. También me acuerdo de que una vez que él estaba hablando de una niña con la que se quería casar, se refería a ella como "mi amor puro". A mí me daba angustia, ya que yo estaba en una edad en la que me empezaban a interesar sexualmente otros muchachos, pero pensaba que si me acostaba con alguno sería una puta. Era horrible. Yo quería tener relaciones con un hombre sin casarme, pero no ser una puta. Con el tiempo, conocí a otra gente y fui entendiendo que no toda la gente categorizaba el mundo como mi hermano.

Cuando empecé a tener relaciones sexuales, a finales de los años 1960, en vez de usar pastillas anticonceptivas, me ponía unas inyecciones para no quedar embarazada. En ese tiempo, uno compraba las inyecciones en la farmacia, donde ahí mismo te las ponían en una pequeña pieza detrás de la sala de ventas. Yo me acuerdo de que, mientras estaba allá con los jeans bajados, pensaba: "Seguro que el farmacéutico piensa que soy una puta, porque no estoy casada, pero yo no soy una puta, no soy una puta, no soy una puta". Yo no encontraba que estuviera mal tener relaciones sexuales con alguien, pero estaba bien consciente de cómo el resto de la sociedad lo veía. Cuando mi mamá se enteró, yo tenía 23, su primera reacción fue decirme "Eres una puta", con una mirada de odio. Todavía me da pena cuando me acuerdo. Mi sueño era haber tenido una madre que me hubiera preguntado "¿Fue bonito?". Por supuesto, pensando en su educación…

Aquí en Suecia, he pensado que las mujeres le dan mucha más importancia a los niños que a su pareja. Creo que yo no podría vivir así. Para mí, es importante el tener una buena relación con un hombre. Me puedo imaginar que los niños pueden dar mucho… pero los niños son niños. Al mismo tiempo, he conocido mujeres, tanto suecas como latinoamericanas, que me han dicho que por supuesto que ellas quieren a sus hijos, pero que ellos no son lo más importante de sus vidas. Ahora, yo no sé cómo pensaría, si yo hubiera tenido niños. Para mí, es importante la relación con otros adultos, el poder discutir, planificar, compartir, etc.

En el trabajo, me han pasado cosas que me han hecho reflexionar sobre mi condición de mujer. Un tiempo, trabajé como guía de turismo, cuando tenía como 26 años, en Argentina. Hacíamos viajes de once días en un bus. Eran dos chóferes y, como mi marido también trabajaba como guía turístico, conocía a los chóferes y eran amigos. Parábamos a comer en los bares. La cuestión es que estos chóferes habían tomado como su tarea el protegerme cada vez que entrábamos a un bar, dejándole bien claro al cantinero quién era yo: "La mujer de Ricardo". Creo que lo hacían para que nadie se fuera a tomar ninguna libertad conmigo. Aunque también tuve otras experiencias distintas. Uno de los jefes de la firma en la que trabajábamos mi marido y yo, una vez le dijo a mi marido, conversando con él, que él le miraba las nalgas a las mujeres: "Te voy a confesar, Ricardo, que yo le miro las nalgas a tu mujer, porque yo se las miro a todas las mujeres." Para mí, fue una constatación: Se les mira el cuerpo a las mujeres. Cambié de perspectiva cuando, como a los 40 años, a pesar de lo súper monógama que yo soy, descubrí que yo también les miraba las nalgas a los hombres. Fue una vivencia increíble, una vez que estaba en la cola para la comida, en un restaurante de esos como de la universidad. Con la bandeja en la mano, me sorprendí mirando al hombre que estaba delante de mí. Me pareció que tenía unas nalgas maravillosas, pequeñas y como levantadas y de repente pensé: "Oy, ¿me habrá visto alguien?". No es que me dieran sentimientos de culpabilidad, pero tú sabes la cuestión de la presión social. Recién entonces, me di cuenta de que era totalmente natural el mirar cuerpos que son atractivos. Yo no me lo había permitido hacer antes. Ok, era permitido mirar el cuerpo del hombre con el que uno estaba, pero no el de otros.

Una experiencia desagradable que tuve fue una vez, cuando fui a una entrevista de trabajo para trabajar haciendo clases a una gente de unas empresas. La mujer que me entrevistaba, al final de la entrevista, me preguntó si me podía tomar una foto. Cuando le presentaban a la gente de las empresas los posibles profesores, les acostumbraban también a mostrar una fotografía de ellos. Me dio una rabia terrible, porque lo que yo quería era vender mis servicios como profesora ¡y no 60 kilos de carne! No se lo dije así, pero le dije que prefería que no, y así no me dieron nunca ninguna hora de clase. Fue la primera vez que me encontré en la situación de que se eligiera a alguien para un trabajo, dependiendo del cuerpo y la cara que uno tenía. Encontré que era terrible.

La condición de extranjera en Francia

Entre los años 1975-76 viví en Francia, a los 26-27 años. Trabajé nueve o diez meses como empleada doméstica por horas. Fue una experiencia increíble y de la que estoy muy agradecida. No era nada divertido. No era pesado, se trataba de pasar la aspiradora y lavar platos en casas de familias de clase media. De chica, siempre había habido empleadas en la casa y yo había sido criada de una manera muy mimada. Y de repente, era yo la que había cambiado de lugar y me encontraba en el lado de los que no tenían. A pesar de que, con excepción de una de las familias, donde trabajaba eran muy humanos, yo diría, me encontraba de todas maneras en el lado errado. Era muy importante para mí. Una de esas mujeres, una vez, me invitó a mí y a mi marido a comer a su casa. ¿Cuándo una familia, en Latinoamérica, habría invitado a la empleada a comer a su casa? La dama sencillamente me dijo que teníamos que conocernos de otra manera. La mayor parte de las familias eran cristianos socialistas y eran muy amables conmigo. Pero de todas maneras. Me acuerdo de un par de intelectuales donde yo trabajaba. Una vez que estaba pasando la aspiradora en la pieza de al lado donde ellos trabajaban. Me parecía entretenido escuchar lo que hablaban sobre la sociedad, nada privado. Pero como les molestaba el ruido de la aspiradora, naturalmente que cerraron la puerta. Una cosa tan sencilla como esa me recordaba que yo era la empleada, que me encontraba en el lado errado. De ese tipo de experiencias digo:"No fue nada de divertido, pero fue bueno haberlas tenido". No fue sólo el hecho de que yo me encontrara haciendo el trabajo que estaba haciendo, sino que también estaba sosteniendo económicamente a mi marido, porque él no encontraba trabajo. De haber sido la niñita mimada a encontrarme en un país extraño y manteniendo a mi familia… me sentía fuerte y bien. Naturalmente que era terriblemente aburrido, y me la pasaba resfriada…

Otra cosa sobre la que después he reflexionado es nuestra actitud respecto a toda esa situación, por el hecho de venir de una clase media acomodada. A pesar de que era horrible eso de no tener qué comer y pasar hambre. Los primeros cinco o seis días, cuando llegamos a Francia, sabíamos que era algo provisional y que todo se arreglaría. A veces no comíamos más que un pan con tomate y una taza de té que hacíamos con agua directamente de la llave, pero siempre pensando que ya todo se iba a arreglar. Una actitud muy burguesa. Y se arregló. No de la mejor manera. A mí no me dieron trabajo en una editorial de libros, sino que tuve que trabajar haciendo aseo en casas ajenas; pero nos arreglamos.

La condición de extranjera en Suecia

Una vez me dijo alguien "Me extrañé mucho de leer lo que habías escrito en sueco, porque tu escribes mucho mejor de lo que hablas. Cuando hablas se nota que tienes acento". Me puse furiosa. ¡Qué tenía que decir que tenía acento! Yo sé que tengo un acento que no es sueco, de la misma manera que los suecos lo tienen cuando hablan inglés. Para mucha gente aquí es como si sólo fueran los otros los que tienen un acento. ¿Entiendes? Me irritó mucho. Me tiene cansada la gente que todo el tiempo parece querer marcar que no, tú no eres sueca, tú no perteneces aquí. Con el tiempo, ha cambiado mi necesidad de sentir que yo pertenezco a alguna parte. Pero al comienzo, cuando recién llegué a Suecia, me sentía muy mal y herida de que todo el tiempo me dijeran que yo hablaba con acento, que yo hablaba diferente. En ese tiempo, yo tenía una necesidad terrible de sentir que yo ahora vivía aquí. No que me sintiera sueca, pero que pertenecía al lugar donde vivía. Ahora me río, porque sólo un parte de mí quiere pertenecer aquí.

En Suecia yo no he logrado nunca tener un trabajo estable. Durante un tiempo, me pesaba mucho el no tenerlo. Hace como seis años atrás, de repente, me di cuenta de que yo aquí no tendría jamás un trabajo de planta, porque en el tipo de trabajo que yo quiero siempre hay un sobrino, una hija, un amigo de la abuelita que solicita el mismo trabajo que yo. Así es que decidí trabajar por mi cuenta, ser mi propio jefe. Me conseguí financiamiento para empezar un proyecto, etc. Todavía quiero tener un trabajo estable de por lo menos media jornada, pero sé que no lo voy a tener. (La entrevista fue hecha a finales de los 90. Desde hace un par de años, Carolina tiene un trabajo en plantilla dentro de su profesión.)

He estado cesante en diferentes períodos, un montón de veces. Pero, gracias a mi marido y a las largas conversaciones con él, entendí que no era culpa mía. Él me decía: "Tú estás buscando trabajo, tienes una carrera. No te dan trabajo en parte porque eres extranjera". El hecho de que uno hable con acento o que uno tenga un nombre raro, como muchos dicen, te impide tener trabajo. "No es tu culpa, tú haces lo que puedes, pero el trabajo se lo darán siempre al sobrino del jefe", me decía mi marido. Además esto era algo que yo ya había vivido cuando, después de haber estado trabajando seis meses en un lugar, de repente había llegado un hermano o alguien que uno no sabía exactamente quién era, y le habían dado el trabajo a él, a pesar de que él ni siquiera lo había solicitado. Así es que yo ya me había dado cuenta de que el hecho de no conseguir trabajo no lo necesitaba tomar como una derrota. Pero me irritaba, porque así uno no podía planificar nada, ni vacaciones ni nada, ya que le plata no siempre alcanzaba.

Los períodos de cesantía me afectaron positivamente para mi propia subjetividad. Me sentía bien conmigo misma. En uno de esos períodos, empecé a trabajar por mi cuenta. Hice algunos programas para radio Ellen y escribí algunos artículos para diferentes revistas de organizaciones de trabajadores y de mujeres. Eran períodos de cesantía en el sentido de no estar empleada de planta en ninguna parte, pero nunca significaron el que no tuviera nada que hacer. Iba al cine, leía, durante un tiempo experimenté con video, investigaba, hacía entrevistas.

La feminidad y la masculinidad

Yo no quisiera haber sido hombre. El tener todas esas presiones sociales de ser el que gana más en la familia, o el que tiene que tomar las iniciativas. Yo puedo ser muy intelectual, pero al mismo tiempo encuentro que es entretenido juntarse con las amigas y hablar de moda y de amores. Es una especie de cercanía entre las mujeres, que me atrae. Tengo una amiga que tiene uno de esos sofás de esquina. Ella es un poco gordita y a veces sucede que, mientras ella se sienta en el sofá, yo y otra amiga ponemos la cabeza en sus piernas y ella nos hace masaje en la cabeza y hablamos sólo tonterías. Hacer eso, por ejemplo, son cosas que los hombres no se lo permiten a ellos mismos. A las mujeres sí les está permitido mostrar los sentimientos más públicamente.

Toda mi vida he sido muy consciente del cuerpo. Siempre he bromeado sobre que yo soy "rellenita". Yo crecí cuando Twigy estaba de moda. Una tenía que ser flaca y a mí no me gustaba tener los pechos tan grandes. Andaba diciendo que me iba a operar para que mis pechos fueran más chicos, más puntiagudos y que miraran hacia arriba. Porque yo no puedo usar blusitas delgadas sin sostén. Siempre me pareció que las mujeres que eran flacas y que podían andar con esas blusitas delgadas y sin sostén se veían tan bien. Me enfurece el no haber podido hacerlo nunca. Encuentro que mis pechos cuelgan demasiado. Pero luego conocí a mi marido. El me dijo que claro, "Tú haces lo que quieres con tu cuerpo, pero yo quiero que pienses sobre las consecuencias que una operación puede tener para tu salud. Además, como tu cuerpo también es un poco mío, en el sentido de que yo me preocupo de él, no quiero que vayas a sentir dolor. Yo te quiero como tú eres". Y así todo perdió importancia y actualidad. 

La cuestión de ser mujer es complicada. Creo que la presión estructural que existe en la sociedad es algo que nosotras hemos interiorizado. Recuerdo que una vez, como a los 13 años, iba a ir donde una ginecóloga, mujer. Yo me sentí insegura, porque me preguntaba si sería tan buena en su profesión como un hombre. Al mismo tiempo que, semiconsciente, me pregunté ¡qué diablos era lo que estaba pensando! Hoy día no es eso, pero son otras cosas. Por ejemplo, puedo ser crítica con las mujeres que son demasiado emocionales. Y no puedo saber si eso se debe a las ideas que circulan en la sociedad, es decir, que las cuestiones demasiado emocionales no son buenas, o si se debe a que yo soy menos emocional que otras mujeres. Probablemente es una mezcla de ambas cosas. También reacciono si veo que un hombre se pone sentimental, porque me parece que utiliza la sentimentalidad como herramienta para conseguir algo que quiere.

Como consecuencia del proceso de socialización, me parece que la mayor parte de los hombres que yo he conocido se toman las cosas con más calma que las mujeres, le dan menos importancia a diferentes cosas. Por el contrario, a mí siempre me estresa, por ejemplo, el preparar una clase, ocupo mucha más energía en hacerlo.

Significado del trabajo en organizaciones de mujeres

Mi participación en grupos de mujeres me ha dado mucha información y conocimiento y, al mismo tiempo, me ha ayudado en mi propia subjetividad, en el sentir que yo soy incluida en un grupo, independientemente de si yo estaba de acuerdo con lo que se discutía o no. No lo quiero presentar como un idilio. En ese grupo también había mujeres con una forma de pensar anticuada, que veían su participación como una forma de caridad con las mujeres maltratadas, por ejemplo. Creo que yo misma, al comienzo, hacía por ejemplo una distinción entre ellas (las mujeres maltratadas) y nosotras (las no maltratadas). De una manera inconsciente, asociaba a las mujeres maltratadas a vidas miserables y alcoholismo. Con el tiempo, me di cuenta de que, cuando uno es joven y sin experiencia… yo misma habría podido encontrarme en esa situación espantosa. En ese ambiente de mujeres, creo que también aprendí a discutir de una forma productiva. Hasta entonces, yo era muy agresiva, si no me gustaba algo, incapaz de decir, "No, a mi parece que esto no es así por esto o lo otro". Ahí aprendí que una relación podía seguir a pesar de que yo no estuviera de acuerdo en algo con la persona con la que discutía. Creo que aprendí a decir "Dime lo que tengas que decirme, pero no me ataques".

En ese grupo, también aprendí que había muchas formas de opresión, por ejemplo, que las mujeres tuvieran sueldos más bajos que los hombres, que muchas mujeres estén obligadas a trabajar media jornada, que tengan que hacerse cargo de los niños, etc.

Después de un tiempo trabajando en esta organización de mujeres, una vez escuché sobre una mujer que planteaba que esto de trabajar en este grupo de mujeres era el trabajo más político que ella había hecho. Ahí me empecé a dar cuenta de que el trabajar políticamente no significa sólo el participar en un partido político, sino que es mucho más, y después también entendí por qué dentro del feminismo se dice que lo personal es político. Recién entonces, empecé a asociar la participación en un movimiento como ese con la idea de ser ciudadano de un lugar.

Hoy día, además, pienso que el trabajar como profesor, el incentivar las ganas de conocer, es también mi contribución a la sociedad, es una forma de realizar mi ciudadanía. A mayor conocimiento, mejores decisiones se pueden tomar. Hay otra cosa que creo que sería bueno hacer. Por ejemplo, el recolectar, de una manera fácil de leer, los resultados de diferentes estudios sobre la mujer. El hacerlos públicos. No lo hago yo por falta de tiempo, pero claro, es un alibí… podría priorizar…

A raíz de mi participación en este grupo de mujeres, empecé a darme cuenta de, por ejemplo, el papel de las mujeres en las películas y en la televisión, qué roles cumplen. Recuerdo que me empezó a llamar mucho la atención la voz de las mujeres en el cine norteamericano de décadas anteriores… Eran voces como de niños… la mujer aniñada. Me enfurecía. Luego, empecé a fijarme en cómo actúan las mujeres en los programas de debate en la televisión. Me irrita muchísimo el escuchar por ejemplo "Las mujeres pensamos que…".

Al comienzo de los años 1980, empecé a leer algo sobre maltrato de mujeres. Luego, hacia 1988, cuando estaba estudiando cine, teníamos una parte orientada hacia teoría fílmica feminista. Luego, todo ha sido muy rápido, seguí una serie de cursos en el centro de la mujer y, desde entonces, he leído un montón. Cuando hice la película sobre maltrato de mujeres y sobre agresiones sexuales en los lugares de trabajo, leí un montón, ya que estaba tratando de hacer una guía de estudio para esas películas.

Participación en otras organizaciones

Aquí en Suecia, además, soy miembro de Amnistía Internacional, de la organización de críticos de cine, de una organización feminista de cine, pero sólo de una manera pasiva, para mostrar mi apoyo. Más activa he sido en una organización de trabajadores de teatro… Pero, en mi gran ingenuidad, me imaginaba que la gente de izquierda y artista eran más abiertos ideológicamente. Hasta que un día escuché decir a una mujer de la socialdemocracia que ella y su grupo de teatro no participaría jamás en algo organizado por el VPK (un partido más de izquierda). Me desilusionó mucho.

El contacto con los medios de comunicación en Suecia

Hoy día, lo que más veo es televisión. Películas de acción, programas de debate. En los veranos, puedo mirarla hasta seis horas al día. Una película después de la otra. Me gustan los thrillers. Pero me he puesto más selectiva. Durante la época de trabajo, algunos días no veo nada y otros alguna película y un programa de debate. Tres horas más o menos. Las noticias también las veo a menudo, algún programa de cultura…

De los medios escritos me leo las recensiones de películas, artículos de debate, sobre mujeres, sobre investigación y a veces también historias sobre mujeres a las que no les está permitido ver a sus propios hijos. Muy rara vez, me leo la parte de economía. Cuestiones políticas leo a veces. Información sobre diferentes guerras, ya he perdido la esperanza de poder entenderlas. También me leo cosas que tienen que ver con trabajo, cesantía y políticas de vivienda.

A la casa también nos llegan las revistas de Amnistía, un diario del gremio de profesores y otro de los periodistas. Esos los ojeo y leo un par de artículos; el de los periodistas para saber de qué va a tratar el próximo programa de radio Vår Grundade Mening. Esto lo hago tanto por obligación como porque me interesa. Luego, la revista Mer smak, del gremio de consumidores, también la ojeo, porque trata cuestiones de vivienda. Las cosas de vivienda me las leo sencillamente porque el último tiempo la cosa de la vivienda ha sido un problema para nosotros.

Las noticias en la televisión las miro por la sensación esta de que tenemos que saber lo que está pasando y, como yo leo el diario bien superficialmente, lo compenso un poco con lo que escucho en la televisión. Pero también me pasa que, si lo que están hablando no es especialmente interesante, ahí se queda uno en un estado semihipnotizado, mirando y, cuando mi marido me pregunta qué es lo que estaban diciendo, yo no tengo idea. Pero al menos me hago una idea de cuáles son las cosas que están discutiéndose en la sociedad. No qué es lo que pasa, sino qué es lo que se está discutiendo.

Cuando recién llegamos a Suecia, los primeros años escuchábamos mucho radio. La BBC en español, radio Pekín en español y radio Moscú en español. Podíamos estar hasta las 4 ó 5 de la mañana escuchando un programa después del otro. Era muy interesante, porque recibíamos diferentes tipos de información. Es algo que uno debería hacer alguna vez por semana.

Cuando veo filmes hoy día, me enfurece ver cómo se excluye a las mujeres de ciertos temas como la guerra, por ejemplo. En los filmes de acción me enfurece ver que todo es destrucción, bombas que explotan, casas que se incendian, destrucción, destrucción, destrucción. En los thrillers, me pregunto siempre si la mujer salva su vida gracias a ella a misma o a que el héroe la ayuda… Este último tiempo se han mostrado varios filmes donde los maridos o novios maltratan a sus mujeres o hasta las matan. O de una manera bestial les tratan de quitar a los hijos. Me parece que es una buena forma de poner el problema en el tapete de discusión, aunque no sé si estos filmes son tan emancipatorios. Son bien americanos y los personajes bien blanco o negro. Pero por lo menos se puede ver la situación en que se encuentran muchas mujeres. Bueno, también hay filmes de calidad, donde se retrata a alguna mujer.

A veces veo la televisión francesa. Ahí vi un programa fantástico sobre la lucha de la gente sin casa en París. Uno de los personajes del documental planteaba que esto de tener una vivienda es un derecho de todo ciudadano. El hombre éste decía que había una vieja ley en Francia que justamente decía esto, que el tener una vivienda era un derecho de todo ciudadano y era esta ley con la que ellos abanderaban cuando hacían ocupaciones de viviendas desocupadas.

Tengo acceso a 6 ó 7 canales de televisión internacionales, pero el francés es el que me gusta más. A veces, pueden ser un poco elitistas, pero por otro lado es maravilloso el mirar esos programas culturales donde se da el tiempo que se necesita para discutir lo que haya que discutir. El que dirige el programa sabe un montón. Pueden tratar temas de literatura o de música de cine. Además, me gusta que el programa se dé a las 11 de la noche, a la hora que más me gusta mirar la televisión. Yo he aprendido un montón… Ahora, cuántos franceses miran este programa y lo entienden es otra cuestión… Si lo comparo con programas suecos, creo que son pocos los programas que han hecho que yo aprendiera más cosas. Quizás algún documental, cuestiones políticas… Recuerdo un documental de cómo una firma había contratado un relaciones públicas para convencer a los espectadores de la necesidad de la guerra del Golfo. Otro que trataba de mujeres en la cárcel, porque habían matado a su marido, después de haber sido maltratadas por él durante un tiempo largo. Era uno de esos programas americanos "60 minutos", que tiene el canal 4.

Luego, otro, un documental sueco, Arbetets döttrar ("Las hijas de trabajo"), que trata de las condiciones de trabajo de unas mujeres en una fábrica de calcetines y en otra de conservas. Mostraba cómo los dueños se conformaban con darles 15 minutos de pausa, para que hicieran algunos ejercicios y, cuando uno veía el sufrimiento de esas mujeres, daban ganas de llorar.

Si hubiera sabido

Si, entre los 14 y los 20 años, alguien me hubiera indicado qué literatura leer sobre problemas relacionados con el sexo, quizás hubiera empezado a pensar en estas cosas antes. Pero no sé. Hay feministas que piensan que es mejor para las niñas ir a colegios de niñas y eso fue lo que yo hice hasta que cumplí 18 años. Pero esto significó que yo no tenía ninguna experiencia de contacto con muchachos en grupos. Quizás, si hubiera tenido esas experiencias, habría vivenciado cosas como injustas y habría estado obligada a pensar en ellas. Pero no sé.
 

¿Qué conclusiones podemos sacar de estas historias?

Reacciones a las posiciones de subordinación

En la vida de estas mujeres, podemos ver las siguientes reacciones a posiciones de subordinación, ya sea a causa del género, de la posición como extranjera o de la situación sociopolítica en que se encuentran:

1. Resistencia activa con fines inmediatos, a corto plazo. Ulrika por ejemplo protesta ante la orden de la abuela de colgarle los pantalones al hermano. Ulrika se queja a la madre, obteniendo el apoyo de ella. Carolina, en un plano más imaginativo, busca identificarse con héroes masculinos en la literatura, héroes llenos de energía y aventura.

2. Tratar de darle poca importancia a los hechos, ya sea porque sienten que no tienen la fuerza psíquica que se requiere o porque sienten que la energía que requiere un cambio es demasiado grande, en comparación con los posibles resultados. Se reconoce la situación de subordinación, pero la conciencia no llega nunca a una actuación práctica. Carolina no confronta al hermano, cuando descubre que éste clasifica a algunas mujeres como putas. A pesar de que ella misma cabría en esa calificación, según la forma de pensar de éste; se guarda para ella el descubrimiento, sufriendo las consecuencias. Se rebela en su interior, pero no exteriormente.

3. Se sufren las consecuencias, con resultados patológicos. Cuando Cristina es discriminada a raíz de la situación sociopolítica y se queda sin trabajo, se siente vacía, sin identidad. Al contrario que en el ejemplo de Carolina respecto al hermano, donde ésta tiene la posibilidad de rebelarse, Cristina no tiene posibilidad de elección.

4. Se acepta la posición de subordinación momentánea, al mismo tiempo que se construye una estrategia para cambiar la situación a largo plazo. Se simula aceptar las reglas masculinas, para poder ser parte del poder. El ejemplo más claro aquí es el de Cristina, cuando se da cuenta de que para ser escuchada debe aceptar las normas masculinas. Decide hacerlo, pero al mismo tiempo trata de discutir esas normas.

5. Se elige el no identificarse con otras mujeres que se encuentran en la misma posición de subordinación. Se ve a sí misma como alguien que es capaz de vivir de la misma manera que el hombre. Cristina y Carolina se ven como excepciones en un momento de sus vidas. Por un lado, las mujeres discriminadas y/o maltratadas y, por otro lado, "nosotras".

6. No se reconoce ninguna situación de inferioridad estructural. Las mujeres se encuentran en las situaciones que se encuentran como producto de elecciones propias. Helenka parece no ver la situación de inferioridad de la mujer checa ni sueca en términos de trabajo doble o de falta de plazas en jardines infantiles. Ella no se identifica ni con la una ni con la otra. Las checas no aprovecharon las posibilidades que se les ofrecían y las suecas eran "flojas". Su propia situación parece ser perfecta, el problema es que tanto los hombres como las mujeres son envidiosos de los logros de las mujeres.

Características comunes y diferencias

Tanto Cristina (chilena), como Carolina (argentina) y Ulrika (alemana) crecieron en ambientes donde el hombre y la mujer tenían roles tradicionales. La palabra del padre es la que valía en la casa. Las madres no trabajaron fuera de la casa. Cristina y Carolina habían visto, además, de muy cerca cómo mujeres de su familia se habían hecho cargo de familiares viejos. Carolina también se había visto obligada a hacerse cargo de su madre, durante la propia adolescencia, ya que a nadie se le pasaba por la cabeza que su hermano hombre lo pudiera hacer. Las tres mujeres reaccionaron ya durante la niñez y la adolescencia. Carolina y Ulrika no se identificaron con ninguno de los padres, mientras Cristina se identificó con el padre que tenía poder de decisión. Ulrika es consciente del poder de decisión del propio padre, pero se distancia de él, porque en su mundo masculino a las mujeres no les es permitido trabajar. Las imágenes positivas en la adolescencia de estas tres mujeres son profesoras mujeres. Cristina recuerda a una profesora que ella veía que era respetada por lo que hacía y no por cómo se veía. Carolina se refiere a una profesora que la incentivó intelectualmente y también a una terapeuta que, en una oportunidad, le dijo "Tú puedes hacer lo que se te ocurra, desde recoger cerezas hasta ser ingeniero de construcción". Ulrika recuerda a la rectora de su escuela, una de las primeras mujeres que se habían doctorado en química. Las imágenes positivas de estas tres mujeres simbolizan una inquietud y un deseo intelectual. Inquietud y deseo que realizan más tarde en sus vidas, a pesar de la estructura familiar en la que crecieron, y a pesar de las imágenes y valores que devoraron en las novelas de amor, durante la adolescencia.

Después de haber leído revistas de figuras durante la niñez, donde las niñas tenían el papel principal, eran activas y capaces, el mercado les ofrece libros baratos de amor, donde las mujeres son domadas y refrenadas y donde la aceptación de la no libertad (entre otras cosas el "elegir" quedarse en la casa) se muestra como una prueba de amor. Estas imágenes y valores tuvieron importancia en las vidas de Cristina y Carolina. En Cristina, como ella misma lo dice, como forma de aprender sobre las relaciones de pareja a nivel intersubjetivo y de los roles que ella tomó alrededor de los 20 años. "En una ocasión era la heroína, en otra, la niña de la taberna", recuerda. En Carolina, como formación del gusto sobre las películas llamadas románticas, en el estilo de Lo que el viento se llevó, aún hoy día.

Tres de estas mujeres tienen hijos, Cristina, Ulrika y Helenka. Carolina eligió no tener. Para Ulrika, la identidad de mujer está principalmente relacionada con la capacidad de tener hijos y Helenka siente que tener hijos es algo fantástico. Ambas tuvieron hijos, ya en Suecia, y teniendo la posibilidad de trabajar al mismo tiempo. Para Cristina fue distinto. Su hijo nació en Chile, en una situación política y social inestable. Más o menos al mismo tiempo, Cristina se quedó sin trabajo. La pérdida de éste le hizo perder la identidad y ésta última no la encontró en la maternidad. El trabajo profesional ha sido fundamental para la vida de estas cuatro mujeres. En el período en que Carolina estuvo cesante en Suecia, se dedicó a estudiar, investigar, hacer películas, trabajar esporádicamente para una radio de mujeres. Cosa que pudo hacer gracias al sistema de seguridad social sueco. Posibilidad que no tuvo Cristina en Chile. Mientras Cristina se sintió denigrada y sin identidad, por no tener trabajo, Carolina descubrió que se sentía muy bien consigo misma.

La religión jugó un papel importante en la vida de Carolina y, en parte, en la de Cristina. No así en Ulrika ni Helenka. Desde niña, descubrió Carolina las contradicciones de los practicantes de la religión, cuando, por ejemplo, descubrió que sus padres usaban condones, a pesar de que su madre era tan católica. Al mismo tiempo, fue adoctrinada desde pequeña para hacer sacrificios con su cuerpo, como por ejemplo no comer dulces cuando tenía ganas y hubiera podido. Tanto el medio religioso en que se encontraba, la escuela y su madre, y las novelas de amor que leía incentivaban al sacrificio de la mujer. No hay, sin embargo, nada en el relato de Carolina que implique un sacrificio por su parte, en su vida de adulta. El trabajo de la casa lo comparte con el marido y decidió no tener hijos porque "Ni mi marido ni yo estamos dispuestos a dedicarles el tiempo y la energía que se necesita dedicar a un niño", nos dice.

Cristina había tomado una posición respecto a la iglesia ya en Chile, pero sólamente en términos del significado de la religión para la clase trabajadora. El significado de la misma para la mujer fue algo que empezó a pensar en Suecia, el día que vio un programa en la televisión, donde se discutía si las mujeres podían ser curas o no. El debate le hizo pensar que, mujeres u hombres, no tenía ninguna importancia, ambos predicarían una ideología que colocaba a la mujer en una posición de dependencia e inferioridad. Más o menos al mismo tiempo, había tenido una discusión religiosa con su compañero, donde éste había tratado de utilizar la Biblia como argumentación a favor de la necesidad de dependencia de la mujer.

Tanto Cristina como Carolina y Ulrika, desde pequeñas, fueron conscientes de que a los niños se los trataba diferente y, en sus mundos reales y de fantasía, hacían o trataban de hacer y les gustaba hacer lo que hacían los niños. Cristina quería ser aceptada en el grupo de los niños, jugando a fútbol o a las bolitas. "Yo quería que me aceptaran en el grupo de los niños; no en el de las niñas. Yo me trataba de identificar con ellos, porque lo que ellos hacían era entretenido y valioso", nos dice. Más tarde, entre los 20 y los 30 años, trata de cuestionar las normas masculinas, pero cuando no lo consigue, decide adaptarse a ellas para ganarse el derecho a ser escuchada. 

Tanto Carolina como Ulrika fueron a una escuela de niñas (Ulrika en la secundaria) y ambas tienen recuerdos positivos de esas escuelas. Ambas sienten que, en esas escuelas, ellas fueron escuchadas, que se las incentivó a hacer cosas. Experiencia contraria a la de la casa, donde Carolina recuerda que, en términos intelectuales, era del hermano del que se esperaba que fuera a la universidad; y Ulrika recuerda a la abuela exigiéndole que colgara la ropa de su hermano. En la universidad, las mujeres que estudiaban leyes no existían, a los ojos de uno de los profesores, nos cuenta Ulrika, cuestión que ella reconoce en futuras experiencias de su vida profesional. "Las mujeres parecen no existir", nos dice. Razonando sobre su vida adulta, se pregunta si, en el caso de ella, "uno es discriminado porque es mujer o porque es humanista".

Carolina busca su escape en la literatura y la televisión. Se fascina leyendo narraciones y mirando películas de aventuras, identificándose con todos esos roles masculinos donde parecían pasarlo muy bien, a pesar de todos los peligros. Los tres mosqueteros, El conde de Montecristo, Caza subterránea eran sus favoritas, entre los 10 y los 13 años.

Estas tres mujeres se han sentido discriminadas como mujeres, tanto en sus países de origen como en Suecia. Pero Ulrika se pregunta si la discriminación se ha debido a ser mujer, a tener una carrera humanista, a ser extranjera o a haber nacido justamente en Alemania, con la carga histórica que eso implica. 

El deseo legítimo de pertenecer al grupo de los privilegiados se hace muy notorio en Cristina y Carolina. Este deseo tiene también implicaciones menos positivas, como es posible ver en el caso de Carolina. En una ocasión ella se sorprende preguntándose si la ginecóloga mujer a la que iría sería tan buena como un ginecólogo hombre, y desprecia características "femeninas" como la emocionalidad.

"A mí no me pasaba lo que a otra mujeres les pasaba…, yo me irritaba y, al mismo tiempo, me conmovía de las situaciones en que yo veía que se encontraban otras mujeres, pero yo me veía como privilegiada", dice Cristina. También Carolina nos dice algo parecido, cuando se refiere a las mujeres maltratadas y a "nosotras", las no maltratadas. Cristina, en ese tiempo, tenía menos de 20 años y vivía en Chile, mientras Carolina ya tenía alrededor de 30, vivía en Suecia y estaba empezado a trabajar en un grupo de mujeres. Cuando Cristina se ve obligada a vivir en un país extranjero donde su capital cultural no es reconocido y cuando Carolina intelectualmente empieza a informarse sobre problemas estructurales, entonces es cuando ambas empiezan a entender el problema de la discriminación de la mujer. Cristina viviéndolo en carne propia. Carolina, a través de un proceso intelectual y abstracto, participando en cursos sobre el maltrato de mujeres, la imagen de la mujer en la pornografía, películas, etc.

Ambas observan el grupo de amigos que las rodean y observan cómo esas parejas toman los roles tradicionales, donde la mujer se hace cargo de los niños y la casa (además de estudiar), mientras el hombre exige silencio y servicio para también poder estudiar, ya sea para revalidar un título, estudiar sueco u otra cosa en la universidad.

Hoy día, tanto Cristina, como Carolina y Ulrika tienen una actitud crítica ante la sociedad. Ulrika piensa que su actitud crítica viene de la educación que recibió en la escuela, en Alemania, donde, después de la segunda guerra mundial, se les inculcó a los alumnos la necesidad de cuestionar a las autoridades. Leyendo sobre la vida de Cristina y de Carolina, podemos ver cómo las experiencias personales, incluida la relación con los medios de comunicación, han tenido la mayor importancia para Cristina, mientras que para Carolina el gran salto se lo dio el estudiar y discutir sobre temas de la mujer en una organización de mujeres, en Suecia.

En comparación con Cristina, Carolina y Ulrika, las experiencias de Helenka fueron totalmente distintas. Creció en Checoslovaquia, después de la guerra. Un país socialista donde no sólo se incentivaba a la mujer a trabajar, sino que se le exigía. Tanto trabajos intelectuales como aquellos que tradicionalmente han sido trabajos masculinos en las sociedades capitalistas: metalurgia y carpintería. Se enorgullece de no saber coser, ni otras actividades relacionadas con la mujer. No las aprendió nunca, porque se consideraban cuestiones capitalistas en su país. Nunca vivenció diferencias entre los hombres y las mujeres y nunca leyó novelas comerciales de amor. Sólo era posible leer clásicos en esa época, en Checoslovaquia.

Helenka anota que, en los puestos superiores de la universidad checa, hay muchos más hombres que mujeres. Esta situación no la explica en términos estructurales, como, por ejemplo, el doble trabajo de la mujer (trabajo fuera de la casa y en la casa), sino simplemente lo atribuye a que las mujeres checas no aprovecharon lo que se les ofrecía. Cuando llegó a Suecia, alrededor de los 20 años, encontraba que las mujeres suecas "se las pasaban leyendo revistas y eran flojas". Tampoco hoy día tiene una buena visión de la mujer sueca, ya que piensa que les cuesta aceptar que otras mujeres puedan hacer cosas valiosas. En otras palabras, a pesar del ambiente en que creció, donde el hombre y la mujer eran tratados por igual, según nos cuenta, es negativa su visión de la mujer tanto checa como sueca. Cuestión que podría interpretarse como una necesidad de distanciamiento del propio género, como una necesidad de no pertenencia a un grupo desprivilegiado. En su razonamiento, parece no existir el valor del trabajo no remunerado que hacen las mujeres checas o suecas en la casa. Tampoco se pregunta la razón de por qué las mujeres suecas que ella conoció en esa época no trabajaban fuera de casa. Si comparamos las estadísticas sobre plazas para niños de 1-6 años en jardines infantiles, en esa época y hoy día, vemos, por ejemplo, que mientras en el año 1972 las plazas cubrían un 12% del total de niños en esa edad, en el año 2003 cubren un 83%.

Los medios de comunicación, a finales de siglo, parecen tener un rol importante en la vida de Cristina, Carolina y Ulrika. Nuevamente es aquí Helenka una excepción. Cristina razona acerca de la perspectiva global sobre la identidad de la mujer que le ha dado la televisión vía satélite, donde le ha sido posible ver las realidades de mujeres de distintos rincones del mundo. Como consecuencia directa de esta nueva información, empieza a colaborar económicamente con distintas organizaciones de ayuda a la mujer.

Ulrika mira fundamentalmente las noticias, tanto en medios suecos (periódico) como ingleses (televisión) y programas de cultura. En un tono irónico, se ríe de sí misma, cuando nos cuenta que también mira un programa semanal televisivo alemán y revistas sobre cómo arreglar la casa, "cosa que uno de todas maneras no hace, pero se entera de cómo podría verse, esas cocinas donde nunca se ve nada sucio… donde los azulejos y la humedad van en el mismo tono…". Consciente de lo que el mercado le quiere vender y cómo trata de vendérselo a ella como mujer, transforma la retórica de venta en una vivencia estética imaginaria. "Una se pone toda poética", nos dice.

Carolina es la mujer que tiene cuantitativamente mayor contacto con diferentes medios de comunicación. Un interés que se desarrolla fundamentalmente durante la adolescencia. Le fascina la televisión, mirar películas. Sus preferidos son los thrillers, las películas de acción. Las noticias de la televisión las ve "por la sensación esa de que tenemos que saber lo que está pasando", aunque también más tarde nos dice que no es tanto para saber "lo que pasa, sino para saber qué es lo que se está discutiendo". Mira con ojos críticos el papel que se les da a las mujeres en las películas y razona sobre el significado de los programas que ponen sobre el tapete problemas de la mujer. Quizás no siempre de la mejor manera, nos dice, pero al menos como una forma de hacer pública una situación.

Carolina tiene acceso a unos 6 canales internacionales y ella mira fundamentalmente un programa de cultura en un canal francés. Nos dice que ha aprendido mucho mirando ese programa. Al mismo tiempo, plantea que es un programa muy elitista y se pregunta cuántos franceses lo entienden. Comparándolo con otros programas vistos en canales suecos donde ella cree haber aprendido algo (haber sido informada sobre un tema específico), nombra un programa sobre cómo vender una guerra y dos documentales sobre mujeres. 

Helenka mira las noticias y programas de cuestiones históricas. Las noticias las mira porque le interesa saber lo último que ha pasado. "Quiero noticias frescas, del día", dice. De los programas históricos piensa que "uno aprende mucho de ellos". Su actitud sobre la televisión no es especialmente crítica. Parte de la base de que lo que ha visto, ya sea en forma de noticias o de documental, no sólo son imágenes sino también la realidad histórica. Le gusta ver programas sobre diferentes mujeres del mundo, ya sea en forma de ficción o de documental. Piensa que esos programas, a diferencia de los diarios y revistas, le han hecho reflexionar sobre la situación de la mujer en la sociedad.

Cristina, Carolina y Ulrika parecen tener una actitud más distanciada y crítica respecto a las noticias. Cristina y Carolina las miran para saber de qué se está hablando más que para saber lo que esté sucediendo. Ulrika no se conforma con las noticias de canales de un solo país, sino que escucha tanto los canales suecos como uno inglés. En la práctica, esto puede no tener ninguna importancia, ya que las fuentes son generalmente las mismas, pero ella tiene una intención de buscar diferentes fuentes de información. Quizás es su herencia de alemana como ella dice.

Sobre la metodología empleada

Las posiciones teóricas de esta investigación se pueden ubicar en los estudios denominados feminismo socialista, definido como aquel que plantea la necesidad de estudiar a la mujer en relación a la posición en que se encuentra, tanto en términos de género, etnia, clase social y momento histórico. Las metodologías empleadas son, por un lado, lo que se conoce como entrevista emancipatoria en estudios de la mujer y, por otro lado, el uso de una narrativa semiconstruida, como suele entenderse desde una posición posmoderna.

Rebeca Lawthom (2004) define la entrevista emancipatoria como aquella que tiene dos fines. El primero es contribuir a la toma de conciencia del significado de las experiencias recordadas y el segundo es el derecho de la entrevistada, no sólo a tener una posición activa en el momento mismo de la entrevista, sino también a poder ser coautora de la narración escrita.

En esta investigación he valorado las experiencias personales y sociales de las mujeres. Sus experiencias diarias, su vida cotidiana en un determinado contexto histórico y social. Mi interés estaba en tratar de entender cómo estas mujeres habían construido una identidad social, una identidad como mujer, producto de las prácticas sociales de las que ellas eran parte, de las creencias, mitos e ideologías que circulaban en sus respectivas sociedades. Ya que el tema de mi estudio era un tema de interés para las mismas mujeres, muchas de estas conversaciones se desarrollaron libremente, a pesar de tener una grabadora que nos captaba todo lo que decíamos. Varias de estas entrevistas fueron de utilidad tanto para las mujeres entrevistadas como para mí. El recordar no es un proceso de traer a la mente una imagen exacta de lo que fue, sino un proceso de reconstrucción y de hacer consciente, de darle sentido a experiencias pasadas. Este proceso de dar sentido a experiencias pasadas se hace en la interacción verbal. En nuestras conversaciones, no sólo la mujer entrevistada tuvo momentos de reentender una situación pasada, sino que yo misma pude relacionar sus experiencias con las mías propias.

Tres entrevistas fueron hechas en sueco y una en una mezcla de sueco y español. En la transcripción de las entrevistas, quité todo lo que pudiera identificar a las personas. También suprimí todo lo que me pareció irrelevante para el fin del proyecto y parte del idioma hablado fue cambiado a idioma escrito. Esta versión, compuesta de preguntas y respuestas se la di a leer a cada mujer. En este proceso, cambiamos algunas palabras y expresiones por otras, cuando pensamos -la mujer entrevistada y yo- que cierto concepto explicaría mejor la situación a la que se refería. En el momento en que escribo este texto, presento esas entrevistas en forma de narración. Las preguntas se han hecho implícitas, de manera que la lectura se haga más fácil. En este estadio, soy yo, como autora, la que tengo control sobre el texto y, en este caso, no sigo exactamente la definición de la entrevista emancipatoria, como fue definida más arriba. Esto es producto de una situación de hecho: hoy he perdido el contacto con algunas de estas mujeres. Aunque desde un punto de vista ético, el hecho de que la narradora no tiene control del producto final (un problema siempre actual dentro de las ciencias sociales) podría ser cuestionado. Desde un punto de vista epistemológico, puede decirse que mi posición aquí tiene sus raíces en la crítica posmoderna, cuando ésta cuestiona la existencia de límites ontológicos entre hechos reales y ficción en el discurso. Peter Clough (2004: 67) ejemplifica esta posición en su crítica al método de trabajo de las ciencias sociales de métodos cualitativos. Clough muestra cómo "en el proceso de análisis, se destruye la narración en microunidades, tanto sujetos como situaciones, de manera que se generan verdades temporales, cuya validez está determinada a priori" (traducción mía). En otras palabras, independientemente del método que usemos, el producto final siempre es una "semiconstrucción" por parte del autor.

En el caso de mis entrevistas, la construcción está dada por algunas introducciones después de los puntos, para evitar cambios abruptos que interrumpan la lectura. La adición y la sustracción de preposiciones o de palabras "de relleno" no ha cambiado el contenido original. Mi intención, al presentar las narraciones de esta manera, es darle al lector la posibilidad de formarse una idea propia y no guiarse por la elección de diferentes microunidades. La respuesta a la pregunta "¿Qué es una historia de vida auténtica?" puede discutirse siempre. Cuando le contamos nuestra vida a un colega, usamos otro vocabulario que si contamos la misma historia a nuestro hijo. Ambas historias son auténticas. Con esto no quiero decir que la forma no tenga relevancia para el contenido -naturalmente que la tiene-, pero creo, al mismo tiempo, que es posible contar la misma historia de diferentes maneras. Un segundo momento de construcción -y quizás el mayor- está dado por las traducciones de un idioma a otro. No sólo de las entrevistas hechas en sueco y traducidas al español, sino también la hecha en este último idioma. La segunda versión, la dada a las mujeres para su revisión se hizo en sueco. La tercera y última versión, la que se lee en este texto, está nuevamente traducida al español. Aquí he utilizado el primer texto como texto de consulta en la traducción de algunos conceptos. 

En la narración he conservado el cambio de tiempo que hace la narradora. Una frase que comienza en tiempo pasado, cambia de repente a presente. Esto no es un problema gramatical, sino que muestra cómo lo que fue actual en un momento pasado todavía lo es hoy día. También he conservado el cambio de "público" al que se refiere la narradora. Algo concreto que me empieza a contar sobre su historia, se transforma en un momento dado en una reflexión intelectual y genérica, dirigida a todo un público. Esto se hace muy explícito en una de las narradoras. Por su profesión misma, tiende a hacer un análisis de otras mujeres con las que tiene contacto en su trabajo. Aquí también ocurre que ella toma el rol de experta y le explica a la autora (yo) cómo ella analiza y clasifica ciertas situaciones.

A diferencia de las entrevistas que se hacen a personas en posiciones de menor capital cultural, social y/o económico, las entrevistas presentadas en este texto son entrevistas a mujeres que se encuentran en posiciones similares a la mía, en esos tres aspectos. Desde mi posición de entrevistadora, esta circunstancia la he vivido como algo positivo, ya que me ha permitido un diálogo más igualado con ellas. Mirando hacia atrás, hoy día me pregunto la razón de por qué las entrevistas a Cristina y Carolina fueron más largas y detalladas que las hechas a Ulrika y Helenka. No fue un problema de idioma, ya que el sueco fue el idioma más usado, incluso en las entrevistas a Cristina y Carolina. Tampoco fue un problema de tiempo de amistad. Sólo a una de ellas la conocía desde hacía más tiempo. ¿Puede ser el hecho de que yo misma, al haber nacido en Latinoamérica, compartiera códigos con ellas? ¿O tenían ellas más que decir? No sé.

Elegí a estas cuatro mujeres porque las conocía y sabía que podían estar interesadas en el tema de mi estudio. Además de venir de diferentes países, hay una variable más que las diferencia. Mientras Cristina y Helenka tienen profesiones que requieren conocimientos de ciencias naturales, Carolina y Ulrika trabajan en ciencias sociales y humanistas.


 
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 Gazeta de Antropología