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MI ABUELA FUMABA PUROS ,10 Enero 2003 Ideal.

Es una de las historias más grandes, tiernas y duras de la literatura, no sé si llamarla española, escrita por Sabine Ulibarri, un chicano, cuyos antepasados vascos emigraron a Nuevo México a principios del XVII y que siempre escribió en español. "Mi abuelo era un tipazo, pendenciero, atrevido y travieso. Murió de una manera misteriosa, o quizás vergonzosa. Yo no lo conocí", nos dice el niño narrador que luego sería uno de los escritores e hispanistas más célebres de Norteamérica." Cuando me presenté en este mundo con los credenciales de Turriaga, ya él había entregado los suyos. Me figuro que allá donde esté estará haciéndoles violento y apasionado amor a las mujeres. No creo que él y mi abuela tuvieran un matrimonio idílico. Esos eran lujos entonces y su amor fue una pasión que no tuvo tiempo de convertirse en costumbre. Se amaron con respeto y miedo, entre ternura y bravura. A mi abuela siempre la vi vestida de negro, con blusa de encajes y holanes en la frente, falda hasta los tobillos, zapatos altos, el cabello peinado hacia atrás con un chongo (moño) redondo y duro atrás. Nunca la vi con el cabello suelto. Una caricia de ella eran monedas de oro..·

El abuelo fumaba puros y el puro era la divisa del señor feudal. De vez en cuando regalaba un puro a los peones y cómo se transfiguraban. Chupar de ese tabaco era beber de las fuentes de la autoridad. La abuela odiaba los puros, pero dicen que cuando el abuelo murió, la abuela ponía puros en los ceniceros por toda la casa. Esto le daba la ilusión de que su marido todavía vivía. Al pasar el tiempo, parece que a mi abuela le entró el gusto y empezó a fumar puros. Se encerraba en su habitación y creo que allí, a solas, se consiguió el matrimonio idílico, que no fue posible mientras él vivía..·

El rancho era negocio grande y duro y ella lo llevaba como su marido, haciendo frente a todos los vientos y tormentas. Cuando su hijo mayor se suicida, ella toma total control de la situación, ni una lágrima, la voz firme, los ojos espadas que echaban rayos. Dios da y Dios quita. Pasaron los años y la casa se le incendia, ironía del destino, debido a tantas velitas como les ponía a los santos en las ventanas. Los rayos del sol incendian los papeles y queman los santos, las reliquias, el altar del Santo Niño de Atocha y toda la protección celestial..;pero la vi esa noche recta, alta y esbelta en la punta de la loma, perfilada por la luna. La vi encenderse la brasa de su puro. Estaba con mi abuelo, el travieso. Estaba recobrando sus fuerzas espirituales. Mañana sería otro día pero mi abuela seguiría siendo la misma. Y me alegré".

Sabine Ulibarri es autor de más de un centenar de historias sobre santeros, monjes, conquistadores, indios y personajes con sabor árabe y español, que vuelan en alfombras por la noche de Nuevo México. Es autor de romances célebres, de pastores y biólogos que aman por encima de todo su libertad y nunca se casan. Fue presidente de los estudios hispánicos en las universidades americanas muchos años. Cuando el año pasado me presenté en su casa para invitarle a venir a Granada, donde especialistas de nuestras universidades le dedicaríamos varias jornadas de charlas y conferencias, a punto estuvo del llanto. Fumador empedernido, me señaló la bombona de oxígeno a la que vivía atado en los últimos años, luego me rogó que encendiera un cigarrillo de ducados para respirar España. Su mujer me pidió que la entrevista no durara más de media hora y no hubo manera de cortarle la palabra en toda la tarde. Galdós era su favorito y España su segunda patria. Su gran libro de historias se titula Tierra amarilla , un valle al norte, entre Nuevo México y Colorado, donde se habla un español casi perfecto como el suyo. No sé qué viejo conquistar lo llamó amarillo, porque ahora es una inmensa pradera verde rodeada de bosques de pinos. En ella Ulibarri es leyenda. Tardaba en morirse, casi veinte años colgado de su bombona de oxígeno. Cómo me gustaría estar con aquellas gentes que hablaban de él con tal orgullo que a mí me hacía sentirme en mi propia casa.

 

Manuel Villar Raso