Antes de ser un monstruo y un remolino, Escila era una ninfa, de quien se enamoró el dios Glauco. Éste busco el socorro de Circe, cuyo conocimiento de hierbas y de magias era famoso. Circe se prendó de él, pero como Glauco no olvidaba a Escila, envenenó las aguas de la fuente en que aquélla solía bañarse. Al primer contacto del agua, la parte inferior del cuerpo de Escila se convirtió en perros que ladraban. Doce pies la sostenían y se halló provista de seis cabezas, cada una con tres filas de dientes. Esta metamorfosis la aterró y se arrojó al estrecho que separa Italia de Sicilia. Los dioses la convirtieron en roca. Durante las tempestades, los navegantes oyen aún el rugido de las olas contra la roca.
    Esta fábula está en las páginas de Homero, de Ovidio y de Pausanias.

J.L. Borges, El libros de los seres imaginarios

   Según algunas versiones del mito, Escila, al quedar convertida en monstruo marino tenía cabeza y cuerpo de mujer, terminado en forma de pez del cual salían cabezas caninas muy voraces. Junto a Caribdis acechaba el paso de las embarcaciones por el estrecho de Mesina. La morada de Escila era una gruta submarina que estaba en el lado peninsular; la de Caribdis, bajo las rocas de Sicilia. De Caribdis se decía, y se dice, que era un gigantesco remolino que absorbe y devuelve las aguas tres veces diarias, mientras que de Escila se afirma que emitía sonidos engañosos.

«... apenas sorbía la salobre agua del mar, / se producía un estruendo horrísono, / y en lo más hondo divisábamos la tierra, / cubierta de arena cerúlea. / Un pálido terror / nos dominaba, y, mientras mirábamos a Caribdis con espanto, / Escila se llevó de la cóncava nave / a mis más valerosos compañeros. / Cuando volví los ojos a mi nave y amigos, / vi en el aire los pies y las manos de las víctimas, / que gritaron mi nombre por última vez...»

Homero, La Odisea