Mis Viajes    
 

Principal

Science

Laguna de El Padul

Mis viajes

Espeleología

Enlaces

Sierra de Castril

     El pronóstico del tiempo decía que íban a caer por la zona precipitaciones moderadas, localmente fuertes. Sin embargo decidimos Manuel, Tuty, Gustavo y yo emprender una excursión hacia el pico Empanadas (2107 m), la cima más elevada de las Sierras de Castril y Cazorla. Lo único que necesitábamos era localizar algo que nos sirviera de refugio para pasar la noche.

     Dejamos el coche y nada más comenzar a andar nos encontramos a una pareja con dos niñas que iban de excursión por la misma zona, pero sin pretender llegar al pico. El hombre nos explicó por dónde teníamos que ir, cuáles eran los posibles caminos y lo que tardaríamos. Finalmente buscamos una vereda que nos llevaría al cortijo de la Puerca, que supuestamente era el camino más sencillo para nosotros que no conocíamos la sierra. Atravesando un canchal de piedras en movimiento que cansaba más de la cuenta, llegamos a una vereda fabricada con muros de contención de piedras. No hacía calor, pero el cansancio de este primer esfuerzo hacía que paráramos continuamente y aprovechábamos para hacer fotos.
     Cuando llegamos al cortijo, el paisaje escarpado se tornó en un prado verde rezumante de humedad presidido por una pequeña y hermosa construcción de arquitectura serrana y paredes encaladas. En la puerta había una fuente con un pilón de madera donde salía el agua helada.  
     No encontramos a nadie y seguimos adelante por donde creíamos que continuaba la vereda, y al llegar a una cresta nos dimos cuenta que habíamos subido demasiado, y que la vereda que teníamos que seguir estaba mucho más abajo por una ladera muy pendiente. Aprovechamos para comer y comenzamos un descenso que hizo mella en nuestras piernas.
Una vez en la auténtica vereda, cruzamos el río del barranco de Túnez y tras casi cuatro horas desde que partimos, encontramos de nuevo a la familia que nos aconsejó por donde teníamos que ir. Nos dijeron que más arriba estaba la casa del Maestrillo, un ermitaño que hacía poco que había muerto, que tenía su cabaña en la cabecera del barranco de Túnez, al pie del pico Empanadas.
     Seguimos las indicaciones del hombre de alejarnos del río por la ladera de la izquierda, ya que se encajona y corta el paso, pero nuevamente subimos demasiado, esta vez a costa del agotamiento de todos nosotros. De nuevo tuvimos que bajar por una ladera muy empinada hasta que llegamos al río de nuevo. La gente se empezaba a desesperar un poco, porque era ya media tarde y todavía no habíamos encontrado nada para pasar la noche.
     Pero lo peor del día estaba por llegar. Seguimos el curso del río y al poco rato llegamos a la casa del Maestrillo y cuál fue nuestra sorpresa cuando comprobamos que estaba destruida y el único techo que le quedaba en pie tenía una cabra muerta dentro. Este terreno, que se reconocía que había estado cultivado hasta hace poco, ahora era un prado con árboles frutales surcado por el río y todo este paisaje presidido por el pico Empanadas, una mole a 500 metros por encima nuestra con unas laderas muy empinadas y con abundantes tajos completamente verticales.
     Allí paramos un rato para descansar y decidir qué íbamos a hacer. Tuty, poco acostumbrado a caminar, estaba reventado. Manuel propuso hacer una lumbre y quedarnos toda la noche alrededor, pero aquello era una locura, ya que estábamos convencidos de que iba a llover y a hacer frío. Fue entonces cuando saqué el mapa y vi que en la cresta del barranco de al lado, el barranco de la Malena, estaba indicada una cueva (la cueva de la Encantada). Para ir al otro barranco, teníamos que subir al pico y seguir unos tres kilómetros por la cresta.
     Eran las seis de la tarde y faltaba poco más de dos horas para que llegara la noche, así que decidimos al final apostar por llegar a la cueva. Sin más dilación comenzamos la ascensión al pico, que resultó ser de gran dureza por el cansancio acumulado, la gran pendiente y la arenilla suelta. Aquello parecía que no iba a terminar, de hecho tardamos más de una hora en llegar a la cresta.
     A partir de ahí faltaban tres kilómetros hasta la cueva, pero también nos quedaba una hora de luz. Por si fuera poco, en ese momento se cumplieron las predicciones meteorológicas y a esa altitud comenzó a granizar y a meterse una niebla bastante intensa y fría. Teníamos que encontrar la cueva a la fuerza.
     Llegamos a la cresta sobre el barranco de la Malena, pero teníamos que alcanzar el otro extremo.
     Al cabo de una hora comenzó a oscurecer y llegamos a la zona donde supuestamente estaba la cueva. Teníamos pocos minutos para encontrarla antes de que fuera noche cerrada. A esas alturas, Manuel había perdido la esperanza de encontrar un agujero en medio de la oscuridad creciente y pararon él y Tuty para descansar.
     Pero Gustavo y yo continuamos para localizar la cueva y justo al otro lado del cerro ¡¡la encontramos!! De un plumazo se nos olvidaron los dolores porque por fin, esa noche íbamos a dormir calientes. Todos cenamos fabada en lata que calentamos con un infiernillo.

El día siguiente nos tenía deparadas aún más sorpresas.

     La noche había sido reparadora, pero sentíamos todavía un gran peso del cansancio acumulado. Puesto que estábamos en la cresta del barranco de la Malena, decidimos bajar por ahí en lugar de volver al barranco de Túnez. Al salir de la cueva estaba lloviendo un poco. Comenzamos a bajar por la pendiente, que era muy empinada y resbalaba por la arenilla. Al cabo de un rato comenzó a llover más fuerte.
Bajamos por la ladera de atrás
     Por fin llegamos a la base de la ladera, unos 500 metros más abajo de la cueva, y nos encontramos con el río de este barranco (afluente del Río Castril al igual que el río del barranco de Túnez). A partir de aquí la pendiente era muy suave y encontramos una vereda que tenía muy buena pinta.
     Sin mucha demora continuamos por la vereda, pero no sin darnos cuenta de que las paredes del barranco se iban poniendo más verticales y que se estaban acercando entre sí cada vez más. Según mi mapa, estábamos al lado de la salida del barranco, pero seguir adelante era imposible porque el terreno era demasiado escarpado. De modo que eran casi las tres de la tarde y estábamos empapados y atrapados casi a la salida del barranco de la Malena sin saber bien qué hacer.
     Teníamos dos opciones. Una era intentar buscar una vereda por la otra pared del barranco, pero parecía demasiado peligroso. La otra opción era retornar por el barranco que acabábamos de bajar, subir al pico Empanadas y volver al barranco de Túnez (por el que entramos en la Sierra), que ya conocíamos, para lo que teníamos como mucho cinco horas de luz, así que con los cuerpos reventados por el esfuerzo comenzamos a remontar de nuevo con dirección al pico sin prisa pero sin pararnos. En este momento se guardaron las cámaras de fotos.
     De ninguna forma nos podíamos quedar allí otra noche porque estábamos completamente mojados. Antes de empezar a subir la gran pendiente paramos para mirar el mapa y enseguida reanudamos la caminata.
     La meteorología no estaba por ayudar y se metió la niebla, con lo que dejamos de tener puntos de referencia. Subimos y subimos por donde creíamos que teníamos que pasar al otro valle y al llegar a la cima (supimos que estábamos en ella porque el terreno se volvió llano) y asomarnos hacia donde queríamos seguir, sólo encontrábamos precipicios de profundidad desconocida por la niebla.
     Además comenzamos a dar vueltas y ya no sabíamos a qué barranco íbamos a bajar. Fue entonces cuando Manuel se acordó que llevaba una brújula y gracias a ella nos orientamos un poco. A pesar de la brújula, al tener tener tantos socavones los dos barrancos en cabecera, no podíamos estar seguros de si nos estábamos metiendo en el barranco correcto.
     Puesto que eran casi las seis de la tarde decidimos bajar por uno de los socavones, y si nos hubiéramos equivocado, nos hubiéramos dado la vuelta de nuevo. Sin embargo parecía que íbamos por buena dirección. Esta pendiente era la más escarpada que habíamos intentado bajar hasta el momento. Había rampas con arenilla muy empinadas que terminaban en precipicios y teníamos que elegir bien la zona para no equivocarnos y así no tener que volver a subir nada más, ya que las piernas casi no respondían.
     Al cabo de un rato de bajada se despejó un poco la niebla y vimos que ¡¡por fin estábamos en el barranco de Túnez!! Más animados seguimos bajando hasta el río superando saltos, destrepes y pendientes resbaladizas. Encontramos la vereda y, más seguros, nos dirigimos a la salida del barranco.
     La siguiente sorpresa fue que nos topamos con el pastor del cortijo de la Puerca, un hombre muy amable, que estaba al cuidado de las ovejas que tenía desperdigadas por todo el barranco. Este hombre vivía solo en su cortijo todo el año y acudía al pueblo cuando necesitaba algo que la montaña no le pudiera proporcionar. Un modo de vida que rompe todos los esquemas de los que estamos acostumbrados a las comodidades y servicios habituales.
     Ya seguimos las indicaciones del pastor y para salir de la sierra tuvimos que bajar por un canchal de piedras móviles muy pendiente y muy largo que daba paso al valle del Río Castril.
     Una vez abajo, solo quedaba llegar al camino que nos conducía hacia donde teníamos aparcado el coche. Desde este camino, viendo la salida de los barrancos donde habíamos estado metidos, era donde podíamos comprender la majestuosidad de la sierra que quisimos vencer y que al final nos ganó, diciéndonos por dónde teníamos que echar y por dónde no.
     
 

 

 

Volver                                                             Subir