DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2005, 25, 547-585.

María José BETANCOR GÓMEZ. Epidemias y pleito insular. La fiebre amarilla en Las Palmas de Gran Canaria en el periodo isabelino, Madrid, CSIC-Ediciones del Cabildo de Gran Canaria [Estudios sobre la Ciencia, 29], 2002, 226 pp. ISBN: 84-00-08044-0.

Esta monografía se inscribe de lleno en el censo de los trabajos de epidemiología histórica que han hecho fortuna en la España de los últimos decenios del siglo XX. Como tal, aborda en precisas coordenadas geográficas, sociales y políticas el impacto de determinados padecimientos epidémicos de la modalidad catastrófica (al menos, en la consideración de la época), dentro de un limitado periodo de tiempo que es algo mayor de lo que sugiere su título, puesto que comienza en 1810. La autora realiza el examen de sucesivos brotes epidémicos de fiebre amarilla en la Gran Canaria (1810-11, 1838, 1846-47, 1862-63) —e, intercaladas, alguna presencia del cólera y la viruela—, atendiendo a su cronología, modalidad de importación, mecanismos de defensa e incidencia poblacional, prestando especial atención a las relaciones en el interior del archipiélago, en especial respecto a Tenerife —en tanto que asiento de la capitalidad insular, Santa Cruz. Resulta sorprendente comprobar la exagerada plasticidad de las respuestas estereotipadas frente a la amenaza de contagio, en términos de precauciones o medidas de precaución, esgrimidas periódica y simétricamente entre Santa Cruz y Las Palmas. Lo sorprendente es la unánime voluntad de llevar al límite, en todos los casos, la incomunicación del otro puerto con la simultánea pretensión de que el propio quedara exento de precaución alguna o lo más aminorada posible. Esta constatación permite defender la idea de que «el pleito insular» fue algo más que una disputa institucional, una pugna entre elites comerciales que implicó a amplios sectores de ambas islas.
Las dimensiones demográficas de los sucesivos brotes están tratadas de manera más cualitativa que cuantitativa, en razón a la difícil traza del diagnóstico. En cambio, las peripecias institucionales sanitarias, la intervención médica y la habitual discusión sobre la aparición o no y sobre las mejores medidas a adoptar están muy minuciosamente desarrolladas, con un exhaustivo recurso a la documentación municipal conservada —existen notorias lagunas, producto de su azaroso proceso de conservación— y del Archivo del Museo Canario, que incluye algunos valiosos manuscritos, en particular el de Estudios históricos… de las Islas Canarias, de Gregorio Chil y Naranjo (1831-1901), un autor que merecería siquiera una corta reseña biobibliográfica para explicar por qué hemos de aceptar que sea «una de las fuentes más objetivas» para el presente estudio.
La inscripción del abordaje de los episodios epidémicos en una línea de sanidad municipal, de la que se reclama la autora, se cumple a medias, puesto que no se ocupa de levantar el mapa de los dispositivos sanitarios habituales de la beneficencia municipal. La distinta actuación de las elites gubernativas y eclesiásticas en uno u otro brote (todavía en la epidemia de los años 40 se produce una huida casi masiva de la ciudad) nos remite a la lenta asunción de las formas del estado moderno.
En definitiva, es este un libro interesante, que enriquece nuestro conocimiento del pasado epidémico y de la tortuosa plasmación de un sistema asistencial y preventivo digno de ese nombre.

ESTEBAN RODRÍGUEZ OCAÑA
Universidad de Granada