DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2005, 25, 547-585.
William R. NEWMAN. Promethean ambitions: Alchemy and the quest to
perfect nature, Chicago, Chicago University Press, 2004, xvi + 333
pp. ISBN: 0-226-57712-0.
William R. Newman, profesor del departamento de historia y filosofía
de la ciencia de Indiana University (EE.UU.), es sobradamente conocido
por haber publicado algunas de las más importantes obras sobre historia de
la alquimia de los últimos años. Su tesis doctoral fue una edición crítica y
comentada de una obra atribuida a Geber (The Summa Perfectionis of Pseudo-
Geber, Leiden, Brill, 1991), donde ofrecía muchas pistas sobre lo que fueron
sus trabajos posteriores: las imágenes corpusculares de la materia en el
pensamiento alquímico, la relevancia de las prácticas experimentales de los
alquimistas, la crítica de la interpretación idealista de la tradición alquímica,
la aclaración de la pluralidad de corrientes que convivieron en la alquimia
occidental, etc. Su segundo libro, ahora recientemente reeditado (Gehennical
Fire: The Lives of George Starkey ..., 2ª ed., Chicago, University Press, 2003),
estuvo dedicado a la vida de George Starkey, un alquimista norteamericano
que escribió, con el seudónimo de Eirenaeus Philalethes, un gran número
de obras que alcanzaron una fuerte difusión, hasta el punto que llegó a
influir en destacados personajes de la revolución científica. En otro de sus
libros recientes (Alchemy Tried in the Fire..., Chicago, University Press, 2002)
ha analizado con más detalle los cuadernos de laboratorio de George Starkey
así como sus relaciones con las investigaciones de Van Helmont y Robert
Boyle, para lo que ha contado con la colaboración de Lawrence Principe,
autor también de importantes estudios sobre la alquimia, en particular, de
un conocido libro sobre Robert Boyle (The Aspirint Adept: Robert Boyle and his
Alchemical Quest, Princenton, University Press, 1998). Ambos autores preparan
una edición crítica de los cuadernos de laboratorio y correspondencia
científica de Starkey (George Starkey. Alchemical Laboratory Notebooks and Corres556
pondence, Chicago, University Press, en prensa) que constituyen una de las
fuentes más importantes para conocer las prácticas experimentales asociadas
a la «chymistry» de los siglos XVI y XVII. Con el uso de esta grafía arcaica,
que podría traducirse por sus equivalentes en el castellano del siglo XVII
(«chymica», y más tarde, «chîmica»), ambos autores pretenden superar la
ambigüedad y las confusiones que comporta el uso de las palabras «alquimia»
y «química» para describir los conocimientos y las prácticas de laboratorio
de ese período (véase por ejemplo, su excelente discusión en «Alchemy vs.
Chemistry, The Etymological Origins of a Historiographic Mistake». Early
Science and Medicine, 1998, 3, 32-65). Newman y Principe han colaborado en
otras empresas colectivas que han permitido renovar diversos aspectos de la
historia de la alquimia. Entre sus principales caballos de batalla se encuentra
la crítica de la interpretación mística de la alquimia, originada en la obra de
escritores ocultistas y teosóficos de la segunda mitad del siglo XIX y posteriormente
difundida, con diversos matices y modificaciones, en los trabajos
del psicoanalista Carl Gustav Jung y del historiador de las religiones Mircea
Eliade. Newman y Principe han afirmado que, al margen del papel que se
le otorgue al simbolismo alquímico y sus relaciones con corrientes místicas
y religiosas, resulta necesario revisar el escaso papel que se ha otorgado a
las prácticas alquímicas en la historia de la experimentación. La identificación
de la alquimia con el pensamiento mágico y el ocultismo, sin tener en
cuenta sus componentes experimentales y tecnológicos, ha llevado al extremo
de excluir su presencia en las historias generales de la ciencia, tal y como
puede comprobarse incluso en obras recientemente publicadas en nuestro
país. Por el contrario, Newman y Principe abogan por una reconsideración,
desde diferentes puntos de vista y con nuevas fuentes, de las características
y el valor de las complejas operaciones desarrolladas por los alquimistas en
sus laboratorios.
Promethean Ambitions recoge muchas de las nuevas conclusiones sobre
la historia de la alquimia a través del hilo conductor que ofrece el debate
en torno a la relación entre arte y naturaleza. Newman pretende presentar
así, con rigor, los problemas de la alquimia —sin «the detritus of misleading
scholarship», según la pulcra expresión del autor— y conectarlos con
cuestiones de interés actual. Se trata, por lo tanto, de un proyecto muy
ambicioso que se dirige a un público lector amplio, más allá de la limitada
comunidad de historiadores de la ciencia medieval y renacentista. Con
este propósito, el libro comienza estableciendo posibles conexiones entre
la polémica actual sobre la clonación y los debates alquímicos acerca de la
posibilidad de producir artificialmente seres de la naturaleza. De este modo,
el recorrido histórico se abre con varios papiros procedentes de Egipto y
se cierra con imágenes utilizadas en las campañas contra la reproducción
asistida en EE.UU. Sin embargo, la mayor parte del contenido de la obra
gira en torno al período de la historia de la alquimia que Newman conoce
mejor: desde la alquimia bajomedieval y renacentista hasta las investigaciones
de Francis Bacon y Robert Boyle en el siglo XVII. Tras una pequeña —y
quizás insuficiente— incursión en la alquimia árabe, que queda limitada a
su influencia en las traducciones latinas a través principalmente de la obra
de Avicena, Newman inicia su recorrido por las obras de Alberto Magno,
Tomás de Aquino y otros autores bajomedievales que le conducen a analizar
las relaciones entre la alquimia con el pensamiento eclesiástico y la
brujería, a través del análisis de los argumentos a favor y en contra de la
transmutación alquímica. El «giro religioso» que dieron los alquimistas del
siglo XIV, con la adopción progresiva de símbolos y expresiones de origen
religioso en sus textos, les condujo a involucrarse en el territorio guardado
celosamente por la todopoderosa iglesia católica. Newman analiza la famosa
Margarita pretiosa de Petrus Bonus de Ferrara, médico italiano, que realizó
una defensa de la alquimia desde el punto de vista de la filosofía escolástica.
También discuten problemas alquímicos, mediante símbolos inspirados en la
tradición cristiana, los tratados alquímicos atribuidos a Arnau de Villanova
o Ramon Llull, recientemente estudiados por Michela Pereira. En algunos
de estos libros se compara el gran trabajo de los alquimistas con la vida y
muerte de Jesús. En otros escritos, la producción de oro a partir de metales
imperfectos se convirtió en una elaborada simulación de los tormentos
de Cristo. Todo ello explica que los primeros indicios de problemas entre
la alquimia y la Inquisición surgieran en esos años. El manual inquisitorial
realizado en 1376 por Nicolás Eymerich, inquisidor de Aragón, muestra
una clara condena de la alquimia, aunque sin conectarla claramente con los
textos atribuidos a Arnau y Llull. También escribió una obra expresamente
dedicada a esta cuestión (Contra alchimistas, 1396), donde su intransigencia
contra la alquimia se combinó con una reafirmación de la diferencia esencial
entre productos naturales y artificiales.
Newman estudia la diversidad de opiniones frente a la alquimia expresadas
por personajes más o menos asociados a la Iglesia entre la Baja
Edad Media y el Renacimiento. Investiga los argumentos que negaban la
posibilidad de que el arte de los alquimistas (o de los demonios) pudiera
producir una nueva forma material o, tan siquiera, una forma con las mismas
«propiedades accidentales» que el oro. Por el contrario, algunos autores
jesuitas desarrollaron una crítica más moderada, basando su punto de vista
en la ausencia de pruebas empíricas de la transmutación, de modo semejante
a como hizo Athanasius Kircher. Newman estudia también la diversidad de
opiniones expresadas en los manuales de filosofía natural que florecieron en
el Renacimiento, mostrando así el interés de este tipo de fuentes poco valoradas.
Mientras que personajes como Johannes Magirus (1597) señalaban que
no había razón para afirmar que la transmutación alquímica era imposible,
aunque sí difícil, otros autores recogieron los puntos de vista de Avicena o
de Tomás de Aquino mientras que otros emplearon argumentos propios y
originales. Por ejemplo, Bartholomaeus Keckerman (Systema physicum, 1610),
señalaba que, aunque la naturaleza podía transmutar los metales, tal facultad
no había sido otorgada al hombre puesto que, si así fuera, se opondría a la
voluntad de Dios que creó los metales para determinados usos específicos.
Hubo otros autores más optimistas frente a la transmutación. El carmelita
Raphael Aversa pensaba que se podía imitar el oro bastante bien y que,
quizás con la mayor perfección futura del arte alquímico, se podría llegar a
reproducirlo exactamente.
La idea de que la alquimia era el único arte que podía reproducir o,
incluso, mejorar la naturaleza, frente a otras artes que sólo podían imitarla,
dio origen a una polémica que Newman analiza a través de las opiniones
de tres conocidos artistas del Renacimiento (Leonardo da Vinci, Vannoccio
Biringuccio y Bernard Palissy) y un teórico del arte (el florentino Benedetto
Varchi). Los tres primeros autores reconocieron y aprovecharon los conocimientos
tecnológicos ofrecidos por la alquimia (por ejemplo, para la producción
de pigmentos), pero negaron la posibilidad de la transmutación mediante
argumentos religiosos semejantes a los antes mencionados, recordando la
imposibilidad de que el ser humano pudiera usurpar el poder reservado al
creador.
El capítulo cuarto está dedicado a la cuestión de la vida artificial y
la posibilidad de producir «homúnculos». Tras un pequeño repaso por las
ideas de Aristóteles sobre la generación espontánea, Newman trata aquí la
cuestión de la creación de vida artificial en la alquimia dentro de la tradición
islámica (el corpus jabiriano), judía (el mito del Golem) y cristiana (la
literatura bajo medieval, incluyendo las discusiones en torno al mito de la
inmaculada concepción). Todo ello le permite abordar con mayor detalle la
cuestión central de este capítulo, a saber, los trabajos de Paracelso sobre los
«homúnculos» y su significado para el debate sobre arte y naturaleza. En
este punto, Newman se introduce en un terreno resbaladizo: el análisis de
las ideas del médico centroeuropeo en materia de sexualidad y reproducción
bajo la suposición de que Paracelso era un hermafrodita, según sugieren unas
recientes investigaciones forenses sobre sus supuestos restos mortales que se
encuentran en una iglesia de Salzburgo. Por suerte, Newman abandona pronto
el camino de la interpretación psicosexual y se centra en las relaciones del
pensamiento de Paracelso con sus anteriores predecesores en la polémica artenaturaleza
a los que, junto con las fábulas alemanas que circulaban en torno
a la mandrágora («Alraun») en esos años, considera las principales fuentes
del «homúnculo» ideado por Paracelso. Los apartados siguientes muestran
los recelos con los que estas ideas fueron recibidas. Contaron con muchos
más críticos que seguidores, aunque fueron popularizadas en diversas obras
literarias posteriores.
El capítulo quinto constituye otro de los apartados importantes del libro:
la relación del debate arte-naturaleza y el desarrollo del método experimental
en el siglo XVII, con especial atención a la obra de su principal propagandista,
Francis Bacon, y a los trabajos del que ha sido considerado como fundador
de la química moderna, Robert Boyle. Newman trata de rebatir la que
llama «non interventionist fallacy» según la cual la experimentación estuvo
ausente de las corrientes aristotélicas. A través de algunas investigaciones,
especialmente las relacionadas con el arco iris, Newman muestra la presencia
de pequeños experimentos en la obra de personajes más o menos influidos
por la filosofía peripatética, tanto en la Edad Media (Themo Judaei) como
en el Renacimiento (Daniel Sennert). También recoge su influencia en los
argumentos de Francis Bacon. Otro apartado destacado de este capítulo consiste
en el estudio de obras publicadas entre 1661 y 1667 por Robert Boyle.
Tras haber mostrado en anteriores trabajos las fuentes alquímicas de muchos
conocimientos químicos y de la filosofía corpuscular de Boyle, Newman muestra
ahora las huellas de los debates analizados en el libro en las críticas del
autor inglés a la teoría de las formas sustanciales. Boyle empleó y desarrolló
argumentos procedentes de las discusiones en torno a las artes perfectivas
e imitativas además de numerosas ideas procedentes de escritos de autores
como Daniel Sennert, que quizás fueron más influyentes en su trabajo que
los textos de Francis Bacon. Finaliza el capítulo con una breve revisión de las
posturas defendidas por Margaret Cavendish, las cuales sirven como ejemplo
de una actitud contraria a la experimentación que no puede ser atribuida
a una supuesta influencia del pensamiento aristótelico. El epílogo vuelve a
los problemas establecidos al principio del libro, con un recorrido a través
de obras del siglo XIX que contienen referencias al debate arte-naturaleza,
entre ellas, la parte segunda de Faust de Goethe, lo que permite mostrar el
paso de esta polémica a la literatura y a la cultura popular.
El libro está basado en una gran cantidad de fuentes latinas, principalmente
de la Baja Edad Media y el Renacimiento, que son analizadas en el
marco de una abundante literatura secundaria que no se reduce a los traba560
jos más recientes. No obstante, existen lagunas historiográficas importantes
que percibirán fácilmente los lectores que sigan la producción en castellano
sobre historia de la ciencia. A pesar de que Newman analiza las ideas de
personajes que vivieron en la Península Ibérica, como el mencionado inquisidor
de Aragón, Nicolás Eymerich, apenas emplea estudios publicados en
las diferentes lenguas peninsulares para arropar sus conclusiones. Tampoco
lo hace al tratar temas que han sido largamente discutidos en la historiografía
de la ciencia española como las relaciones entre la Iglesia con la
alquimia y el paracelsismo. Este desencuentro resulta preocupante porque
está presente también en obras recientes escritas en castellano que apenas
tienen en cuenta las novedades que han ocurrido en la historiografía sobre
la alquimia durante las últimas décadas. Muchos estudios sobre la alquimia
en España siguen citando como obras de referencia los viejos trabajos de
Sherwood Taylor y Holmyard, sin tener en cuenta la renovación que suponen
los estudios de Newman, Principe y otros historiadores más recientes de la
alquimia. Y ello a pesar de que estos trabajos se encuentran ya parcialmente
disponibles en castellano gracias a la traducción de la enciclopedia sobre la
alquimia dirigida por C. Priesner y K. Figala (Alquimia. Enciclopedia de una
ciencia hermética, Barcelona, Herder, 2001). El libro que aquí describimos es
una nueva oportunidad para tender puentes entre tradiciones historiográficas
que se han desarrollado de modo más o menos independiente aunque, en
muchas ocasiones, comparten personajes y problemas de interés.
Al igual que ocurre con la literatura secundaria, existen otros aspectos
del libro que quizás merecerían haber sido tratados con mayor generalidad
y extensión. Por ejemplo, a pesar de la importancia atribuida a los autores
de la Alta Edad Media, los textos alquímicos árabes sólo aparecen mencionados
a través de las traducciones latinas, sin que se arrope su análisis
con la literatura secundaria existente sobre la alquimia árabe, que hubiera
dado probablemente algunas claves adicionales para entender los temas
estudiados. Del mismo modo, y dada la intención del autor de conectar su
estudio con problemas de la actualidad, el último capítulo del libro resulta
insuficiente para seguir la pista del debate arte-naturaleza durante el siglo
XVIII y XIX, sin que ni siquiera se presente una pequeña revisión de los
estudios básicos sobre la cuestión. Quizás, como señala el propio Newman,
son temas que merecen trabajos más detallados, que permitirán completar
en el futuro la investigación resumida en el libro. Estas pequeñas carencias
no impiden que el libro ofrezca una excelente introducción al mundo de la
alquimia con numerosos elementos de reflexión para los debates actuales
sobre arte y naturaleza. Es elogiable la habilidad de Newman para convertir
sus eruditas investigaciones sobre textos medievales y renacentistas en una
obra atractiva para un amplio grupo de lectores. Las personas que crean que
resulta imposible realizar tal transmutación sin una imperdonable pérdida de
rigor académico tendrán que aceptar —aunque sea a regañadientes— que el
libro de Newman constituye una brillante excepción a la regla.
JOSÉ RAMÓN BERTOMEU SÁNCHEZ
Universitat de València-CSIC