DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2005, 25, 547-585.
Girolamo MANFREDI. Quesits o perquens (Regimen de sanitat i tractat
de fisiognomonia, Edició crítica d´Antònia Carré. Barcelona, Barcino
[Els Nostres Clàssics, Col.lecció B nº 25], 2004, 314 pp. ISBN:
84-7226-712-1.
Los regímenes de sanidad, manuales prácticos de higiene destinados
a procurar el mantenimiento de la salud, consiguieron gran difusión en
los últimos siglos medievales. Un ejemplo notable lo constituye el Regimen
sanitatis ad regem Aragonum, que Arnau de Vilanova le dedicó en 1305 al
rey Jaime II; tratado que se traduciría enseguida al catalán y, después, al
italiano, al castellano y al hebreo, lo que da testimonio de su éxito y de su
utilidad. Por su parte, en el mismo periodo, los tratados de fisiognomía, que
perseguían poder determinar el carácter o la condición psicológica de una
persona, a partir de sus rasgos físicos —especialmente de su fisonomía, es
decir, el aspecto de su rostro—, también gozaron de excelente popularidad.
En ese contexto, el boloñés Girolamo Manfredi (c. 1430-1493), que durante
cerca de 30 años regentó una cátedra en la Universidad de Bolonia donde
leía medicina y astrología y que llegó a ser considerado como uno de los
mejores astrólogos de Italia, publicó su Liber de homine. Il perché (1474), obra
compuesta por un régimen de sanidad y un tratado de fisiognomía, que
obtuvo en Italia un éxito editorial extraordinario: tres ediciones incunables,
doce reimpresiones en el siglo XVI, además de otras once ediciones —más
o menos manipuladas— entre los siglos XVI y XVII.
De éstas y otras muchas cosas nos habla Antònia Carré en la introducción
con que acompaña su cuidada edición del libro Quesits o perquens («cuestiones»,
«preguntas»). Un trabajo con el que ha venido a demostrar, ya sin ningún
atisbo de duda, lo que la propia Carré —y Lluís Cifuentes—, intuían hace
unos años, como nos lo hicieron saber: que los Quesits, editados en 1499,
en Barcelona, por Pere Posa, son la traducción catalana de la obra de Manfredi
(1). Una traducción efectuada por un autor desconocido, a partir de
la segunda edición italiana de la obra (Nápoles, 1478), atribuida a Alberto
Magno. Aclara, así, definitivamente, la falsa autoría de este texto, mantenida
durante siglos, y establece su verdadera «filiación».
El libro que tenemos en nuestras manos no es fruto del azar o de la
oportunidad —como desgraciadamente sucede con tantas ediciones de textos
que aparecen publicadas—, sino que es el resultado de varios años de
pesquisas y trabajos, serios y continuados, realizados por Antònia Carré. Así
nos lo demuestran las 65 páginas que conforman esa abultada introducción
de que hablábamos. Unas páginas que constituyen el necesario marco contextualizador
donde encajar el texto editado y en las que, con un notable
apoyo de la bibliografía secundaria, se pasa revista a diversos aspectos relacionados
con los orígenes del texto y las distintas versiones del mismo, su
autor y su traductor, etc. Y se hace, con un estilo sencillo, comprensible,
pausado, preciso..., que invita a seguir y seguir leyendo; lo que nos habla,
no sólo de las cualidades para escribir que tiene la autora sino, sobre todo,
de la soltura y seguridad con las que se mueve por los entresijos del tema
del que trata, del gusto que tiene por las cosas bien hechas y de su falta de
apresuramiento para llevarlas a cabo.
El estudio introductorio se distribuye en ocho apartados. En el primero
de ellos (pp. 9-13), Carré nos proporciona diversos datos sobre Girolamo
Manfredi, desde sus orígenes hasta que, por un lado, consiguiera ser profesor
de la Universidad de Bolonia, uno de los principales centros universitarios
de la época; y, por otro, hasta que se le considerara —ya lo dijimos— como
uno de los mejores astrólogos de Italia, de forma que nobles, y menos nobles,
se disputaran sus servicios. En definitiva, hasta alcanzar un buen nivel social,
con una sólida posición económica; algo que debió intervenir en el género
que escogió para varias de sus obras médicas y astrológicas, en la lengua en
que las compuso y en la difusión de que se beneficiaron por mediación de
la imprenta: el destinatario favorito de Manfredi fue, sin duda, un público
culto, pero sin formación universitaria; desconocedor, por tanto, del latín,
pero ávido de conocimientos de todo tipo, entre los que se encontraban,
desde luego, los de la nueva medicina racional.
En los apartados segundo (pp. 13-31) y tercero (pp. 31-40), se hace la
descripción de la obra y se rastrean sus posibles orígenes, tanto en lo que
se refiere a los regímenes de sanidad, como en lo que atañe a los tratados
de fisiognomía, para terminar presentando Il perché de Manfredi, como un
«libro de problemas»; género éste cuya historia comenzó con los Problemata
pseudoaristotélicos (s. V o VI d. C.) y que, con su implantación progresiva
como método didáctico en las universidades medievales, llegaría a convertirse
en expresión práctica habitual de la ciencia y de la didáctica escolásticas.
¿Se sirvió Manfredi de alguna hipótetica colección latina de problemas, que
habría «manejado» un poco a su conveniencia para elaborar su obra? ¿De
dónde sacó la idea de unir en un solo volumen un regimiento de sanidad
y un tratado de fisiognomía? Éstas y otras preguntas se las plantea aquí
Antònia Carré y trata, a partir de hipótesis elaboradas con todos los datos
que ha podido allegar, de darles respuesta.
En el apartado cuarto (pp. 40-45) se examinan los rasgos estilísticos
de la obra. Teniendo en cuenta el público al que se dirigía, era necesario,
además del uso de la lengua vulgar, la incorporación de procedimientos
diversos que le hicieran a ese público más atractiva la lectura del libro, a la
vez que le ayudaran a asimilar su contenido. Entre ellos se encontraban, por
ejemplo, la adopción del conocido sistema de preguntas y respuestas, fórmula
clásica de la divulgación medieval; el empleo de estructuras silogísticas que
le permitieran al lector ir extrayendo las conclusiones de forma sencilla y
natural; o la utilización de comparaciones y metáforas, que le llevaran a
relacionar conceptos difíciles de aprehender con realidades cercanas, de la
vida cotidiana. A lo anterior se añadían la ausencia de tecnicismos complejos,
la falta de disquisiciones teóricas enrevesadas y de citas de autores, tan
típicas en otros libros, etc.
Los apartados quinto (pp. 46-49) y sexto (pp. 49-60), dedicados a las
ediciones y versiones del Liber de homine y a la traducción catalana, respectivamente,
constituyen en realidad un interesantísimo análisis sobre el mecenazgo
de la producción de obras, originales y traducidas; sobre los traductores y
su oficio; pero, especialmente, sobre el negocio editorial y los cambios que
podía sufrir una obra —desde su título a su contenido, pasando por su estructura—
para conseguir mayor popularidad, que se traduciría en aumento
del número de ventas, o para eludir la acción de la censura, por ejemplo.
Unos cambios que podían afectar, incluso, al nombre del autor, cambiándolo
por otro más conveniente o silenciándolo, por las razones que fuere.
Por último, en los apartados séptimo (pp. 60-72) y octavo (pp. 72-73),
se exponen los rasgos más sobresalientes de la traducción catalana, tales
como la fidelidad y la precisión de la traducción, los cambios de orden, el
uso de glosas y de sinónimos, las supresiones, los italianismos, los errores
de lectura o de interpretación..., así como los criterios seguidos por Carré
para editar el texto. Y, a continuación (pp. 75-250) se presenta la edición
de la versión catalana de la obra de Girolamo Manfredi, Quesits o Perquens,
que contiene una primera parte —el Régimen de sanidad—, dividida en seis
capítulos y, una segunda —el Tratado de fisiognomía—, estructurada en trece.
Capítulos llenos de consejos contra los excesos en el comer y el beber o
sobre las excelencias del ejercicio físico, por ejemplo, que en esta nueva era
que vivimos de culto al cuerpo, no sólo mantienen toda su vigencia, sino
que quizá la tienen más que nunca.
Lo anterior se completa con una extensa bibliografía y con dos glosarios
—uno, de términos médicos y, otro, de términos generales—, así como
de un listado de términos referentes a los alimentos; glosarios de especial
interés, sobre todo el primero de ellos, como fuente de materiales para la
elaboración de un futuro diccionario de términos científicos o médicos, del
catalán medieval, que vendrá a contribuir a la mejora de nuestro conocimiento
sobre las lenguas romances medievales de la ciencia, en la línea de lo que
van haciendo repertorios como el DETEMA o el DMF (2).
Un trabajo, en definitiva, completo, impecable en todos sus términos,
que les será útil tanto a los historiadores de la lengua y la cultura catalanas,
como a los de la ciencia hispánica. Pero no queremos considerarlo como completamente
terminado, aunque en él no quede ningún cabo suelto: sabemos
que Antònia Carré tiene en proyecto editar también la traducción castellana
del Liber de homine, realizada por Pedro de Ribas y publicada en Zaragoza,
en 1567. Cuando así lo haga, que esperamos sea cuanto antes, será cuando
se cierre al fin el círculo de esta interesante historia.
BERTHA M. GUTIÉRREZ RODILLA
Universidad de Salamanca