DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2005, 25, 547-585.

Marcos CUETO. El valor de la salud: historia de la Organización Panamericana de la Salud, Washington D.C., OPS [Publicación Científica y Técnica No. 600], 2004, viii + 211 pp. ISBN: 92-75-31600-7. En búsqueda de una América saludable: Celebrando 100 Años de Salud, Washington D.C., OPS, 2002, xx + 152 pp. ISBN: 92-75-07384-8.

El par de obras objeto de esta reseña forman parte de las celebraciones del primer centenario de la más longeva agencia de salud internacional, la Organización Panamericana de la Salud (OPS, PAHO en su acrónimo inglés), fundada en 1902. La primera de ellas, El valor de la salud, es una historia institucional de la OPS confeccionada por encargo de la Organización por Marcos Cueto, Profesor de la Facultad de Salud Pública y Administración en la Universidad Peruana Cayetano Heredia y uno de los más reputados historiadores de la salud pública latinoamericanos. La segunda, En búsqueda de una América saludable, es un hermoso catálogo fotográfico donde, organizadas en siete secciones temáticas, se reproducen instantáneas procedentes, entre otros, del rico fondo iconográfico de la OPS. Buena prueba del valor y el uso de la imagen en la empresa sanitaria nos lo proporciona el trabajo de Bandeira de Mello y Lopes de la Cerda en este mismo volumen de Dynamis. Lástima que buena parte de las instantáneas estén insuficientemente descritas —el pie de foto apenas incluye el año y el país—, lo que resta valor al catálogo. Los textos que preceden y acompañan a las imágenes, redactados en español e inglés, son básicamente una loa a la salud pública y a sus profesionales, y en particular, a la labor desempeñada por la agencia. El texto incorpora una útil cronología y una breve biografía de los directores generales de la institución.
Centraré esta reseña en El valor de la salud. Además de una amplísima bibliografía, que supera el medio millar de referencias, la investigación de Cueto se ha beneficiado del acceso tanto a fuentes de la propia institución como a materiales originales conservados en un impresionante plantel de archivos y bibliotecas del continente americano y europeo. Destacan entre estos materiales las correspondencias epistolares y los trabajos inéditos de algunos de los primeros directores generales de la OPS, conservados en diversos repositorios de los Estados Unidos de América, así como información referida a las actividades de colaboración sanitaria conservada en archivos mejicanos, brasileños, venezolanos, cubanos y peruanos. Merece la pena destacarse también el recurso a las entrevistas con antiguos colaboradores de la institución. La incorporación de estos materiales en el análisis contribuye a enriquecer el relato de la recepción e impacto de las intervenciones desarrolladas por la OPS en la región además de permitir un deseable «descentramiento» de la historia de este organismo. Un propósito nada desdeñable si tenemos en cuenta que hasta la fecha los acercamientos monográficos a la historia de la OPS han sido confeccionados por colaboradores de la propia institución y con el recurso fundamental a sus fuentes, como son los trabajos de Carlos Enrique Paz Soldán, Arístides A. Moll, Miguel E. Bustamante, Norman Howard-Jones, Héctor Acuña o la más reciente y anónima Pro salute Novi Mundi: Historia de la Organización Panamericana de la Salud, publicada en 1992.
Semejante despliegue heurístico está al servicio de una apretada (141 páginas) y amena narración que, a través de una breve introducción y seis capítulos, reconstruye con un criterio cronológico los orígenes y devenir de la agencia sanitaria americana. Con un enfoque de historia social, el autor explora los determinantes sociopolíticos y científicos de las intervenciones desarrolladas por la agencia, sin renunciar a un acercamiento prosopográfico al perfil de sus directores generales y principales colaboradores de la institución y cultivadores de la salud pública continental. Los capítulos se ajustan a una cronología bien establecida en la historia de la salud internacional, si bien reflejan las particularidades sociopolíticas del continente y, muy especialmente, la impronta que dejaron los diferentes directores generales de la agencia. El balance es desigual ya que, como el propio autor avanza en la introducción, es la primera mitad de la centuria la que recibe mayor atención en esta monografía.
El primer capítulo ofrece un rápida panorámica del nacimiento de la colaboración sanitaria internacional en la Europa decimonónica y un acercamiento al contexto que posibilitó la fundación en 1902 de la entonces llamada Oficina Sanitaria Panamericana, cuyos primeros pasos hasta la finalización de la Primera Guerra Mundial se abordan en el segundo capítulo de la obra. En esta etapa la OPS estuvo dirigida por sendos directores generales de la salud pública estadounidense, Walter Wyman y Rupert Blue. La monografía no sólo presta atención al desarrollo de los procesos de estandarización de las medidas cuarentenarias y sistemas de notificación frente a los grandes riesgos epidémicos de la región (la fiebre amarilla, el cólera y la peste) con el fin de mitigar su impacto en la población y en los crecientes intercambios comerciales continentales, sino que también explora la conexión de estos desarrollos con los programas de higienización del espacio urbano y el nacimiento de administraciones sanitarias nacionales. Se trata de programas concebidos desde el discurso «modernizador», que encontraron en el ámbito del panamericanismo sanitario una legitimación adicional. Programas que, entre otros efectos, dotaron de creciente prestigio a los médicos y salubristas del continente en un entorno marcado por el pluralismo asistencial y aspiraron a homogenizar culturalmente a los diversos grupos étnicos de cada país.
«La consolidación de una identidad» es el título del capítulo tercero consagrado al periodo de entreguerras y marcado por la impronta de Hugh S. Cumming, tercer director de la OPS y, al igual que los anteriores, Cirujano General de los Estados Unidos —máxima autoridad nacional en temas de salud pública—. El periodo de entreguerras resultó determinante para la agencia. De un lado, fue un periodo clave en la reformulación de la identidad continental en torno al movimiento panamericanista, favorecida por el declive de la influencia europea en el continente y la consolidación de la hegemonía estadounidense así como por la política de buena vecindad auspiciada por Franklin D. Roosevelt. Ello permitió reforzar el sistema interamericano estrechando la colaboración en parcelas como la sanitaria, y extendiéndola a otras como la cooperación intelectual y educativa, terrenos en los que la Fundación Rockefeller jugó un papel trascendental. De otro lado, la crisis económica favoreció en Europa y Latinoamérica un giro social en las estrategias salubristas mediante la incorporación de una perspectiva médico-social, algo que tuvo mayor impacto en las agendas sanitarias de ciertos países de la región que en la propia de la OPS. Además de contribuir a consolidar una red continental de expertos en salud pública, la OPS jugó un creciente papel de asesoramiento a través, entre otros medios, de los «representantes viajeros», las oficinas de campo de la organización y su activa difusión de información sanitaria. La Segunda Guerra Mundial trastocó en buena medida este panorama. En primer lugar, durante la contienda el gobierno de EE.UU. alentó una colaboración sanitaria bilateral con claros intereses propagandísticos, cuya principal brazo ejecutor fue la Oficina de Asuntos Interamericanos del Departamento de Estado. Una vía que no hizo sino intensificarse durante los años de la «guerra fría». En segundo lugar, el nacimiento de la OMS tras la guerra, cuyo estatus de relación con la OPS es analizado en detalle en el texto, obligó a diversificar su agenda.
Dichos cambios se analizan en el capítulo 4 de la monografía, centrado en la primera etapa de la «guerra fría». Durante este periodo, la OPS estuvo dirigida por el Fred L. Soper, ex-director de la División de Salud Internacional de la Fundación Rockefeller. El periodo coincide con un importante crecimiento de la OPS, tanto en recursos como en personal y capacidad de asesoramiento e influencia, amén de por la integración plena de países del Caribe y otras ex-colonias europeas. Además de otros cambios administrativos sustanciales, la agencia acometió una descentralización importante mediante la regionalización de sus competencias y el impulso a la creación de diversas instituciones de investigación repartidas por la geografía continental. Además del papel clave jugado en estos desarrollos, Soper reforzó la concepción tecnocrática de la acción salubrista tan cara a la Fundación Rockefeller impulsando diversas campañas de erradicación de enfermedades transmisibles en los años cincuenta, campañas que con resultados desiguales consumieron buena parte de los recursos de la agencia: paludismo, frambesia, fiebre amarilla y viruela, fundamentalmente.
En los años setenta y ochenta, a los que se consagra el capítulo 5, los abordajes verticales se complementaron con visiones más integrales con participación de la comunidad y la prioridad se trasladó a los programas de desarrollo para la salud. En esta etapa —en la que por vez primera la máxima responsabilidad en la gestión de la OPS recayó en un latinoamericano, el chileno Abraham Horwitz, quién en 1975 fue sustituido por el mejicano Héctor Acuña— la agenda de la OPS dio cabida a nuevas preocupaciones como la salud ocupacional, la salud ambiental, la planificación en salud o el tabaquismo. Este cambio de orientación no sólo respondió a las lecciones extraídas de algunas de las campañas de erradicación, sino al propio contexto político mundial marcado por la «guerra fría» y al impacto en la región de la revolución cubana, que redimensionaron la vertiente propagandística de los programas de salud. Por otro lado, el debate continental entre la teoría de la modernización y la de la dependencia permitió lecturas menos etnocéntricas de los nexos entre salud y desarrollo económico. El capítulo termina explorando la recepción y el influjo de la atención primaria de salud y sus críticas en el seno de la agencia panamericana. El último y breve capítulo 6 de la monografía, «Vigencia y renovación», está dedicado a los cambios acontecidos en las dos últimas décadas. Cueto se limita a señalar algunos de los retos de la salud continental, en particular las enfermedades «reemergentes» como la epidemia de cólera de 1991 y la lucha contra el SIDA, temas sobre los que el autor ha reflexionado en dos de sus últimas monografías El regreso de las epidemias (Lima, 1997) y Culpa y coraje (Lima, 2001). La monografía se completa con el ya comentado aparato bibliográfico y un útil índice onomástico y temático.
El texto de Cueto es una destacada aportación por su valía informativa, la labor de contextualización de los desarrollos salubristas y por el esfuerzo, ya mencionado, de «descentrar» la historia de la agencia más allá de las fuentes y la mirada institucional. No puede afirmar quien esto suscribe otro tanto respecto al sesgo «iatrocéntrico» y «eurocéntrico» que perfunde la más tradicional historiografía sobre la colaboración sanitaria internacional, con la que esta monografía no consigue abrir distancias. En ambos casos creo que es el producto de una elección deliberada del autor. Me explico. En la introducción Cueto señala entre los objetivos de la obra el de responder a la necesidad de «personas, profesiones, instituciones y países, de tener una imagen de su propio pasado». Una imagen que entre otras funciones permita «reclamar una identidad, un método para socializar a los nuevos miembros de un gremio» (pp. 5-6). Esta es una de las singularidades del texto que, a mi entender, se ha confeccionado pensando en una audiencia eminentemente de profesionales de la salud pública. En segundo lugar, el texto resulta a todas luces «políticamente correcto», lo que referido a la historia de un organismo interamericano cuyas primeras décadas de funcionamiento estuvieron sometidas a la presión hegemónica de las autoridades sanitarias y políticas norteamericanas obliga a no pocos ejercicios de malabarismo verbal. El autor parece emplear una doble estrategia para eludir la crítica a la política exterior estadounidense y a la propia mirada iatrocéntrica de las élites profesionales del continente. En primer lugar opta por minimizar las referencias a la raigambre etnocéntrica que marcó el origen y primeras etapas de la colaboración sanitaria internacional en Europa y en el continente americano. Así mismo, el autor subraya el voluntarismo de los salubristas que integraron la OPS en sus primeras etapas como mejor expresión de sus deseos de mejorar las condiciones de salud de la población continental. En otros ámbitos de las relaciones panamericanas —como la cooperación intelectual, bibliotecaria o educativa— se han puesto de manifiesto la íntimas conexiones entre dichas iniciativas supranacionales y la política exterior estadounidense. Un caso especialmente clarificador es el estudio de Mark T. Berger sobre el nacimiento de los Latin American Studies en EE.UU. a comienzos del siglo XX (1). El discurso profesional de los latinoamericanistas permitió generar una representación de América Latina que legitimó el imperialismo informal de los EE.UU. Berger también ha mostrado la íntima conexión entre los círculos universitarios e intelectuales en los que se institucionalizaron los estudios latinoamericanos y la propia Secretaría de Estado norteamericana. En el caso que nos ocupa, no parece ser ni siquiera necesario incorporar el utillaje teórico de los estudios postcoloniales para poner de manifiesto el carácter etnocéntrico del discurso que sustentó las prácticas de defensa sanitaria en las primeras etapas de la OPS. Otro tanto cabe decir en cuanto a la íntima conexión entre los tres primeros directores que rigieron la OPS hasta la Segunda Guerra Mundial, y la propia sanidad militar y administración de salud pública norteamericanas. En el escenario de la «guerra fría», donde la colaboración sanitaria bilateral auspiciada por los EE.UU. fue un instrumento clave de la propaganda anticomunista, Cueto apuesta por explicaciones que señalan la capacidad de las agencias internacionales para desarrollar políticas antihegemónicas, consagrando la identidad internacionalista de, entre otros, los profesionales de la salud pública de la OPS (2).
Sin duda, historiar una institución con un siglo de vida y un campo de actuación tan complejo como la lucha contra la enfermedad y la promoción de la salud en un escenario continental obliga a seleccionar temas prioritarios en menoscabo de otros. El valor de la salud tiene la virtud de abordar temas pertinentes y su lectura la de suscitar nuevos focos de atención. Hay, no obstante, un determinante de la salud que la monografía discute en mucha menor profundidad. Me refiero al determinante cultural del complejo salud/ enfermedad/asistencia que sólo parece cobrar valor para los profesionales de la salud pública en la medida en que permitió explicar el fracaso de las campañas verticales. De hecho, la monografía no discute los escenarios de encuentro cultural entre el modelo biomédico y el rico pluralismo asistencial del continente. Aunque el tema sobrepase el objeto de la monografía, su ausencia puede contribuir a proporcionar una imagen «naturalizada» de la extensión del modelo biomédico, cuya posición hegemónica sabemos se alcanzó en un arduo proceso de lucha, en el que las agencias de salud internacional como la propia OPS jugaron un papel clave. Ser conscientes de ello, y no sólo de las limitaciones del modelo biomédico, puede contribuir tanto a la efectividad de la noble tarea de la salud pública como a la de configurar una identidad profesional menos iatrocéntrica.

ALFREDO MENÉNDEZ NAVARRO
Universidad de Granada