DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2005, 25, 547-585.

Jole AGRIMI. Ingeniosa Scientia Nature. Studi sulla fisiognomica medievale, Millennio Medievale 36. SISMEL, Edizioni del Galluzzo, Firenze, 2002. ISBN: 88-8450-074-5.

He aquí una acertada reunión de los cuatro artículos que Jole Agrimi (1943-1999) escribió sobre fisiognomonía, publicados entre 1993 y 1997, por primera vez juntos en este volumen de homenaje a la estudiosa que dedicó toda su vida académica a la investigación sobre el pensamiento filosófico- científico de la baja Edad Media mientras ejercía la docencia en la Universidad de Pavía.
Los cuatro artículos, que se presentan siguiendo el orden cronológico de aparición, han de ser entendidos como un preludio del libro sobre fisiognomonía medieval que la autora planeaba escribir, pero que no tuvo tiempo de llevar a cabo. No obstante, los cuatro trabajos, uno al lado del otro y a pesar de las inevitables reiteraciones que un ensamblaje de estas características comporta, tienen la virtud de presentarnos de manera coherente y ordenada el complejo panorama de la reelaboración de la tradición fisiognomónica griega y árabe que se produjo a partir de los primeros decenios del siglo XIII en Occidente, en los ambientes culturales que, incitados por el descubrimiento y la introducción en los curricula universitarios de las obras de filosofía natural aristotélicas, se interesaron por la reconstrucción de un saber científico y la elaboración de una nueva idea de naturaleza. La lectura de los cuatro artículos de Jole Agrimi nos permite reconstruir el proceso de recomposición de las prácticas fisiognomónicas y de la tradición textual diversa en un único corpus doctrinal, que se inicia en el siglo XII con el redescubrimiento del De physiognomonia Liber del Anónimo Latino, un manual del siglo IV d.C. elaborado a partir de los clásicos de la fisiognomonía griega que reapareció a principios del siglo XII pero se difundió durante la primera mitad del XIII. El proceso madura en el siglo XIII con la circulación autónoma del segundo tratado del Liber Almansoris de Rhazes, la redacción del Liber phisionomiae de Miguel Escoto, la difusión del pseudoaristotélico Secretum secretorum y de la versión que Bartolomé de Mesina llevó a cabo de la Physiognomia pseudoaristotélica. Este último texto deriva de la yuxtaposición de dos tratados escritos en ambiente próximo al Peripatético, aunque de autores diferentes: uno manifiesta intereses filosóficos y epistemológicos, mientras que el otro obedece a una preparación médica y a una orientación más profesional. El citado proceso se perfecciona más tarde con la Compilatio phisionomiae (1295) de Pietro d’Abano y con la redacción de los primeros comentarios a la Physiognomia pseudoaristotélica de Gulielmus Hispanus (Guillermo de Aragón) y de Gulielmus de Mirica, así como con la Expositio y las Questiones elaboradas por Jean Buridan sobre el mismo texto, que coincide en el tiempo con el comentario de Mirica (1342- 1352). El recorrido de la fisiognomonía medieval se cierra con la redacción del Speculum phisionomie (1442) de Michele Savonarola, que actúa de puente entre la cultura medieval y la humanística.
Este sucinto resumen del contenido de los cuatro artículos pone de manifiesto la esencial contribución de Jole Agrimi en el campo de la historia de la fisiognomonía. De hecho, las imprescindibles investigaciones, aparecidas el 2001, de Domenico Laurenza (investigador del pensamiento anatómico de Leonardo da Vinci) y de Joseph Ziegler (autor de un importante libro sobre Arnau de Vilanova), son impensables sin los trabajos anteriores de Jole Agrimi, que sabía muy bien cuál era su cuádruple objetivo: reconstruir la trama de la adquisición del pensamiento fisiognomónico grecoárabe, individualizar sus líneas de fuerza en la fase determinante de su desarrollo en Occidente, analizar las aportaciones de los diversos autores, y estudiar las relaciones que la fisiognomonía establece con la cultura filosófica y religiosa hasta el inicio de la Edad Moderna. Lo destaca claramente Chiara Crisciani en la Premessa que precede a los cuatro artículos de Jole Agrimi. El volumen se complementa con una Tabula Gratulatoria y dos índices, siempre de utilidad: el primero recoge los 62 manuscritos consultados por la autora para llevar a cabo su investigación, el segundo es un índice onomástico. Se echa en cambio en falta una bibliografía unitaria de las referencias apuntadas por Agrimi, un complemento siempre bien recibido en este tipo de libros.
El primer artículo (1993), Fisiognomica e «scolastica» (pp. 3-36), aparece dividido en dos partes. En la primera, Jole Agrimi compendia la historia de la fisiognomonía medieval, estudiando el proceso de su homologación a la ciencia escolástica, por el cual pasó de ser una técnica de lectura e interpretación del cuerpo humano como texto, a una ciencia del cuerpo. Gracias al trabajo de autores como Miguel Escoto, Alberto Magno, Roger Bacon y Pietro d’Abano, que discuten su estatuto epistemológico, la fisiognomonía adquiere la categoría de scientia. De esta manera, se hace con un lugar autónomo en el pensamiento escolástico, desvinculándose tanto del discurso religioso como del ámbito del experimentum, limítrofe con la adivinación y la magia.
Tras exponer brevemente los dos modelos de integración de la fisiognomonía en la filosofía o ciencia escolástica (el de Jean de Jandun y el de Pietro d’Abano), que se dan a principios del siglo XIV, en la segunda parte del artículo Jole Agrimi dedica su atención a las cuatro obras que han hecho posible esta institucionalización. En primer lugar, el De physiognomonia Libellus, uno de los primeros y más significativos textos de la tradición latina medieval. Después, el tratado segundo del Liber ad Almansorem de Rhazes (traducido por Gerardo de Cremona), cuyo apartado de fisiognomonía empieza a circular en solitario y con notable éxito en la tradición manuscrita bajo el título de Physionomia. A continuación, el Liber phisionomie (1230) de Miguel Escoto, dedicado a Federico II Hohenstaufen, que significa la instauración definitiva de la disciplina, entendida como scientia natural y moral al mismo tiempo: «ingeniosa scientia naturae per quam cognoscuntur virtus et vitium cuiuslibet animalis». Y para terminar, el Liber compilationis physionomie de Pietro d’Abano, que presenta una organización típicamente escolástica de la disciplina. D’Abano la define como la ciencia de las afecciones naturales del alma y de los accidentes del cuerpo, que se modifican recíprocamente, y cuyas garantías de certeza hay que buscar únicamente en el conocimiento de sus causas.
El segundo artículo (1994) lleva por título Fisiognomica tra tradizione naturalistica e sapere medico nei secoli XII-XIII, con particolare riguardo alla scuola di Salerno y es el más breve (pp. 37-56). Agrimi analiza la relación de la fisiognomonía con la medicina, centrándose en la Escuela de Salerno, de importancia extraordinaria durante el renacimiento médico y filosófico-natural que se produjo entre los siglos XII y XIII. Por supuesto que la autora no olvida el papel que jugó aquí la corte de Sicilia de los Hohenstaufen, sobre todo la del emperador Federico II (1194-1250), protector de las artes y las ciencias relacionado con Miguel Escoto, y después la de Manfredo (1258- 1266), a quien Bartolomé de Mesina dedicó su traducción de la Physiognomonika atribuida a Aristóteles.
Aquí Jole Agrimi explica cómo cambia con el tiempo la interpretación de la naturaleza del hombre hasta obtener la categoría de scientia: parte de valorar simbólicamente la observación del cuerpo, después convierte los símbolos en signos, más tarde se interesa por los síntomas y, finalmente, lo hace por la investigación de las causas que los producen. Se contraponen en este artículo las dos formas de investigación de la disciplina, la fisionomía (que responde a la visión simbólica del cuerpo) y la fisiognomonía (que indaga en las leyes naturales, que precisan una sistematización doctrinaria, lógica y epistemológica). En este sentido vale la pena tener en cuenta la explicación etimológica de Pietro d’Abano, que confirma la cientificidad de la fisiognomonía: el término deriva, señala el paduano, de phisis, naturaleza, y nomos, ley, como decían los griegos. No procede de phisis, naturaleza, y onoma, nombre, como pretenden algunos.
El tercer artículo (1996), Fisiognomica: natura allo specchio ovvero luce e ombre (pp. 57-100), es el más filosófico del volumen. A partir de la metáfora del teatro del mundo y del espejo que Francis A. Yates desarrolló en su indispensable libro sobre el arte de la memoria, Jole Agrimi analiza los cimientos aristotélicos de la fisiognomonía, teniendo en cuenta la estrecha relación que establece entre el cuerpo y el alma conectados recíprocamente, de manera que el uno resulta responsable de las afecciones de la otra (pasiones), y viceversa. El aristotelismo se desmarca, evidentemente, de los planteamientos platónicos y pitagóricos (como la teoría de la transmigración) que intentaron definir el alma prescidiendo del cuerpo.
Agrimi trata en estas páginas del debate sobre el alma y la inteligencia de los animales a partir de la psicología y la biología de Alberto Magno, del papel que tuvo el método zoológico en la fisiognomonía antigua y medieval, de la importancia del Speculum phisionomie de Michele Savonarola (1442), y de la significación del prólogo al comentario de la Physiognomia pseudoaristotélica que hizo Gulielmus de Mirica, convenientemente contextualizado en un centro cultural e intelectual de primer orden como lo fue la corte papal de Aviñón, puesto que al papa Clemente VI (1342-52) va dedicada precisamente la obra.
El cuarto y último artículo (1997) La fisiognomica e l’insegnamento universitario: la ricezione del testo pseudoaristotelico nella facoltà delle arti (pp. 101-166), analiza en profundidad las obras que intervienen en la constitución de la tradición fisiognomónica latina, que ya hemos visto, con particular atención a la recepción de la Physionomia pseudoaristotélica en la facultad de artes de París durante los años 1275-1286. A continuación, Jole Agrimi estudia con detalle los comentarios de Gulielmus Hispanus y de Gulielmus de Mirica, para pasar al análisis de las dos elaboraciones escolásticas sobre el mismo texto de Jean Buridan: la Expositio y las Questiones.
Agrimi se refiere también a los modelos de clasificación de la fisiognomonía, en el marco de los debates doctrinales que se producen en los círculos académicos entre 1220 y 1275. Así, vemos que Alberto Magno homologa la disciplina con la anatomía, Petrus Hispanus lo hace con la fisiología, Pietro d’Abano con la medicina y la astrología y, finalmente, Jean de Jandun con los «regimina hominum», de manera que se otorga importancia a los valores morales y a la función política de la fisiognomonía, como ya habían propugnado el Secretum, Miguel Scoto, Roger Bacon y Pietro d’Abano.
Adquieren así importancia la utilitas y la necessitas de la ciencia fisiognomónica, que sirve en la baja Edad Media para analizar la naturaleza humana y sus inclinaciones, pero también para activar las oportunas estrategias educativas y para ejercer un control social sobre los individuos. Puesto que el saber fisiognomónico se puede utilizar para corregir comportamientos poco virtuosos, las tipologías fisiognómonicas serán usadas con éxito por moralistas y predicadores en sus discursos. Así mismo, aparecerá un amplio público de cultura media como potencial consumidor de este tipo de textos: el príncipe, sus consejeros, los nuevos señores e incluso aquellos que deben escoger mujer o criados buscarán información en los textos fisiognomónicos.
Excelente idea, pues, ésta de reunir en un volumen los trabajos fisiognómicos de Jole Agrimi, volumen que cumple con creces su doble finalidad: si por un lado constituye un acertado reconocimiento a su obra de investigadora, por otro será un instrumento de gran utilidad a los estudiosos del presente y del futuro.

ANTÒNIA CARRÉ
Universitat Oberta de Catalunya