DYNAMIS. Acta Hisp. Med. Sci. Hist. Illus. 2001, 21, 487-559.

HIPÒCRATES. Aforismes: traducció catalana medieval. Edició d’Antònia Carré (amb la col·laboració de Francesca Llorens), Barcelona, Curial Edicions Catalanes-Publicacions de l’Abadia de Montserrat [Textos i Estudis de Cultura Catalana, 76], 2000, 102 pp. ISBN: 84-8415-242-1.


Durante los últimos siglos de la Edad Media el Occidente europeo sufrió profundos cambios que dieron lugar al surgimiento de una nueva sociedad en la cual, al tiempo que el comercio y la vida urbana despertaban de su prolon-gado letargo, el ser humano descubría nuevas necesidades que satisfacer. El deseo de conocer el mundo que le rodea, muy en particular todo lo que se relaciona con la salud y la enfermedad, se cuenta entre las más importantes. La valoración social del saber y de su potencial de transformación tuvieron consecuencias de gran trascendencia, tanto a nivel personal como colectivo. La difusión de ese anhelo de conocimiento más allá de las élites (sociales y académicas) encontró un vehículo formidable en las lenguas vernáculas, crecientemente utilizadas para la creación literaria, y también en el hebreo, en unos momentos —no lo olvidemos— en que la universidad, la justicia y la Iglesia se expresaban fundamentalmente en latín. En mayor o menor medida, todas las lenguas de Occidente han conservado numerosos testimonios de la materialización práctica de ese anhelo en las más diversas áreas del conoci-miento, desde la medicina a la alquimia, desde la filosofía natural a la litera-tura técnica de los oficios (Fachliteratur). 

Dado el papel clave que ejerció esa difusión del conocimiento en lengua vernácula —por ejemplo, en el triunfo del nuevo sistema médico basado en la institución universitaria y en los profesionales formados o influidos por ella— cabría esperar un sensible interés por parte de los historiadores e historiadoras de la ciencia hacia el estudio y la edición de ese sector de nuestro patrimonio. Nada más lejos de la realidad. Por el contrario, en algunos países aún recibe importantes dosis de desdén por parte de una historiografía de la ciencia que, a pesar de la retórica, sigue excesivamente anclada en el internalismo y en la falta de interdisciplinariedad, y que percibe este tema no sin una cierta displi-cencia. Así, el no dominio del bagaje de conocimientos teóricos y prácticos necesarios para afrontar con provecho su estudio, y no digamos su edición, ha frenado un interés que debería ser mayor del que se da en el área que, a priori, más le corresponde. 

Algo sensiblemente distinto ha ocurrido en el ámbito de la filología, para el cual, por razones obvias, esa parte de nuestro patrimonio no podía dejar de despertar interés. Así, desde hace ya más de un siglo, la edición y hasta la atención misma hacia estos textos vienen siendo capitalizadas de forma casi exclusiva por los filólogos. Desgraciadamente, con importantes y honrosas excepciones, su interés no se ha visto siempre acompañado por la formación más adecuada para afrontar semejante tarea cuyo objeto son unos textos que, pese a las apariencias, no resultan nada fáciles y que con frecuencia tienen originales latinos en ocasiones desconocidos y la mayoría de las veces aún faltos de una edición (crítica). Parece claro, pues, que el estudio y edición de estos textos debe emprenderse desde una doble condición, o formación, la del historiador de la ciencia y la del filólogo. Sólo la combinación de los conoci-mientos y de los métodos de ambos nos garantizarán la máxima solvencia de resultados. Es en este cruce de conocimientos y de métodos que se inscribe la edición realizada por Antònia Carré de la traducción catalana de los Aforismos de Hipócrates. 

Carré es una filóloga que forma parte del prestigioso grupo de investiga-ción dirigido por Lola Badia (Universidad de Girona) que, a partir del estudio de las obras de Ramon Llull, Ausiàs March o Jaume Roig (objeto éste de su tesis doctoral), se esfuerza por fundir el análisis literario y lingüístico con el historicomédico, conscientes de que éste último no deja de dar nuevo vigor al primero al proporcionarle un contexto cultural hasta ahora desatendido. Una nueva perspectiva, llena de posibilidades apenas exploradas acaso por la insu-ficiente sensibilidad institucional por estos temas de aplicación tan poco prác-tica. La misma actitud institucional que, sobre todo en tierras ibéricas y sin la excepción catalana, con grosera frecuencia relega el esfuerzo y la ilusión al ámbito del voluntarismo. 

Como señaló Guy Beaujouan, y se ha tenido ocasión de verificar en estu-dios recientes, el proceso de vernacularización del conocimiento se manifestó con una precocidad y una complejidad muy particulares en una Península Ibérica en la que convivían (o cohabitaban) las tres grandes culturas medite-rráneas. Entre las lenguas ibéricas, se ha destacado el caso del catalán que, al constituir la más importante lengua de cultura y de gobierno de la Corona de Aragón, se benefició de una posición geográfica que podemos calificar de «estratégica», y que le permitió un estrecho contacto con la dinámica e innovadora península italiana y con uno de los centros universitarios más importantes de la Europa latina, Montpellier, justo en la época en que se desarrollaban esos procesos históricos. Gracias a ello, el patrimonio historicocientífico que circuló en catalán, y aún el que se ha conservado, resulta sorprendente si tenemos en cuenta su número de hablantes y la extensión de su dominio lingüístico. 

La traducción al catalán de los Aforismos de Hipócrates con el comentario de Galeno, como ocurre con la de la Isagoge de Johannitius o la del Canon de Avicena, obras todas ellas que ocuparon un lugar tan destacado en la forma- ción universitaria de los médicos medievales, no se explican sin los efectos de esa posición «estratégica», que se suman a las particularidades ibéricas obser-vadas por Beaujouan. En efecto, por ahora tan sólo conocemos la existencia de otra traducción de esta obra realizada en la Europa latina medieval: se trata de una traducción al hebreo que incluye asimismo el comentario de Galeno (Nathan b. Eliezer ha-Meati, N de Italia, ca. 1279-1283). Sin embargo, aparte de esta traducción literal, los Aforismos fueron objeto de otras iniciativas vernacularizadoras: también en hebreo, el judío catalán Abraham Cabrit (fina-les del siglo XIV) los comentó, y de la misma manera el médico universitario Martin de Saint-Gille elaboró (ca. 1362-1363) un extenso comentario en fran-cés dirigiéndolo explícitamente a un público amplio (docteur, licencié ou autrement ou d’autre estat). La obra de Saint-Gille, a diferencia de las demás, no parte de la difundida traducción antiqua de Constantino el Africano, realizada a partir del árabe, sino de la nova, a partir del griego, acabada por Nicolás de Reggio hacia 1314. 

Nos encontramos, pues, ante una traducción vernácula aparentemente excepcional. Pero esta traducción catalana, que debe datarse con anterioridad a mediados del siglo XIV pese a conservarse en un manuscrito copiado en el segundo cuarto del siglo XV (ms. 568 de la Bibl. Municipal de Burdeos), no fue la única en circulación. Ha llegado hasta nosotros una parte de otra traducción, distinta y sin el comentario de Galeno, datable en un momento acaso anterior a la citada y conservada en un manuscrito de finales del siglo XIV o principios del XV (ms. 96-31 de la Bibl. Capitular de Toledo). Carré edita cuidadosamente los aforismos de la primera de las traducciones citadas (prescindiendo de los comentarios de Galeno) y todo lo que conservamos de la segunda. Es por ello que el uso del singular en el título del libro puede parecer engañoso. 

En la introducción se exponen con detalle las dificultades que conllevan este tipo de traducciones. Los testimonios que han llegado hasta nosotros no son más que copias descendientes de un original más que menos lejano en el que se verificaba el trabajo del traductor. Así pues, a la pericia del traductor, cuya formación no siempre era la más adecuada, se unía la de los diversos copistas, que con frecuencia no prestaban toda la atención deseable a su trabajo. Y es que no suele tenerse en cuenta que tanto los primeros como, muy particularmente, los segundos trabajaban bajo el estímulo de una fuerte de-manda. A los yerros de la traducción, derivados de la incomprensión del texto o de la lengua latina, se suman las innumerables erratas de la/s copia/s debidos al carácter mecánico de la tarea de los copistas medievales. Carré pone de manifiesto estas categorías de errores que, en ocasiones, imposibilitan la correcta comprensión del texto. Es precisamente sobre estas incorrecciones que, de forma muy significativa, han puesto el acento quienes desdeñan esta literatura cientificotécnica en lengua vernácula, olvidando que el mismo pro-blema afectaba en parte a los manuscritos latinos, y como si estas corrupciones no constituyeran en sí mismas un importantísimo documento histórico. 

Las traducciones editadas por Antònia Carré nos han sido transmitidas como anónimas, una característica que comparten con la inmensa mayoría de los textos pertenecientes a estos géneros. No debe extrañar que muchos de los traductores evitaran unir su nombre a un trabajo de tan dudosos resultados. En efecto, es larga la distancia que separa a las correctas traducciones de Guillem Corretger (Chirurgia de Teodorico, ca. 1302-1304), Bernat Sarriera (Regimen sanitatis de Arnau de Vilanova, ca. 1305-1310) o el anónimo del Canon de Avicena (primera mitad del s. XIV) de la del autor de los Aforismos tal como nos han sido transmitidos por el manuscrito de Burdeos. Sólo la autora sabe las horas invertidas en entender, puntuar y, en su caso, corregir un texto tan corrupto. Una característica que se intensifica en el comentario de Galeno —que por ahora ha sido excluido de la edición, aunque cabe esperar que podamos disponer de él en un futuro no muy lejano— mientras que la traduc-ción transmitida por el manuscrito de Toledo, en cambio, ofrece una mejor calidad. Los manuscritos nos hablan también del público interesado por estas traducciones (o por estos trabajos de copia). Tras un detenido análisis del manuscrito de Burdeos, que no siempre se brinda al lector en estas ediciones, resulta evidente que nos encontramos ante una copia realizada para un cliente ajeno a la práctica médica y con una manifiesta potencia económica. Un tipo de cliente que valoraba tanto el saber como la ostentación del saber y de sus vehículos, los libros, y para el cual algunas incorrecciones en el texto, si las detectaba, carecían de importancia. 

La edición de las dos traducciones catalanas, realizadas tras superar con éxito todos estos obstáculos, se acompaña de un elaborado glosario de térmi-nos médicos. A diferencia de lo que ocurre con el castellano, que cuenta con un amplio diccionario que recoge esta terminología, para el catalán el vacío es clamoroso, a parte de algunas pocas ediciones de textos, por lo general cortos y poco significativos. En el diccionario histórico de Alcover-Moll-Sanchis Guarner se hizo un gran esfuerzo por recoger parte de estos materiales, a falta de ediciones, directamente de los manuscritos. Pero a cada nueva edición crítica que se publica comprobamos cuán incompleta resultó la búsqueda pese al esfuerzo realizado. El glosario presentado por Carré no es una excepción, confiere otro valor añadido a su trabajo y constituye una prueba más de la absoluta necesidad de editar estos materiales. 

La cuidada edición ofrecida por las Publicacions de l’Abadia de Montserrat, gracias a la sensibilidad asimismo tantas veces voluntarista de su actual direc-tor, Josep Massot, contribuirá sin duda a estimular nuevas aportaciones que, en el caso de la autora, nos consta que están en curso. No deseo terminar esta reseña sin destacar que Antònia Carré haya dedicado su libro A la memòria de Lluís Garcia Ballester, quien tanto apoyó y valoró los frutos del esfuerzo y de la ilusión por el trabajo bien hecho y que, desde donde esté, sin duda saludará la misión cumplida. 

LLUÍS CIFUENTES Institución Milà i Fontanals, CSIC, Barcelona