1 Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de Investigación HUM2006-11296/HIST del Ministerio de Educación y Ciencia. La Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha ha financiado los estudios de campo realizados en la Motilla del Azuer.

1 Este trabajo, basado en nuestra tesis doctoral Continuidad y cambio social: las actividades de mantenimiento en el poblado argárico de Peñalosa, se enmarca dentro de la segunda fase del proyecto de investigación Proyecto Peñalosa, iniciado en 2001 y financiado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, bajo la dirección del catedrático de la Universidad de Granada Francisco Contreras Cortés y del profesor Juan Antonio Cámara Serrano.


ARQUEOLOGÍA DE LAS ACTIVIDADES DE MANTENIMIENTO: UN NUEVO CONCEPTO EN LOS ESTUDIOS DE LAS MUJERES EN EL PASADO

ARCHAEOLOGY OF MAINTENANCE ACTIVITIES: A NEW CONCEPT IN THE STUDY OF WOMEN IN THE PAST

Eva ALARCÓN GARCÍA

Resumen

En el siguiente texto presentamos una breve síntesis sobre la caracterización y definición de las actividades de mantenimiento. Concepto que en los últimos años se ha convertido en la literatura arqueológica española en una de las principales líneas de investigación en los estudios de mujeres y las relaciones de género en la prehistoria. Este concepto abre un campo múltiple de posibilidades de conocimiento, dado que, con su utilización, como categoría de análisis, podemos conocer el legado de saberes y prácticas asociadas a la gestión de la vida cotidiana y al ámbito donde se desarrollan, así como nos permite desarrollar estrategias para su recuperación y difusión.

Palabras Clave

Prehistoria Reciente, Arqueología, mujeres y actividades de mantenimiento

Abstract

The following is a short summary of the characterization and definition of maintenance activities. Concept in recent years has become the Spanish archaeological literature in one of the main lines of research in women’s studies and gender relations in prehistory. This concept opens up a multitude of possibilities of knowledge, since, with its use as a category of analysis, we know the legacy of knowledge and practices associated with management of daily life and the area where they develop, and allows us to develop strategies for recovery and diffusion.

Key words

Recent Prehistory, Archaeology, women and maintenance activities


INTRODUCCIÓN

Continúan siendo muchas las voces críticas que desde diferentes áreas del conocimiento han demostrado que tanto las experiencias históricas y vitales de las mujeres (tanto en el pasado como en el presente) han sido y son habitualmente ignoradas, trivializadas, marginadas y estereotipadas. Dichas ideas son consecuencia de que desde nuestra disciplina siempre se ha adoptado una posición y un pensamiento “etnocéntrico” y “androcéntrico” que ha marcado inexorablemente nuestra forma de producir y transmitir el conocimiento (MINNICH 1982). Así, no extraña que la noción del hombre blanco, adulto, de clase media y occidental se haya convertido en la imagen central de las interpretaciones históricas (ARGÉLES et al., 1995; SÁNCHEZ LIRANZO 2000: 496).

La asimilación de estas ideas y enfoques no han sido ninguna excepción en el marco de nuestra disciplina, sino que podríamos decir que en más que ninguna otra área del conocimiento se ha dejado sentir este pensamiento y posicionamiento, marcando no sólo nuestra forma de reconstruir el pasado sino también, y más importante, influyendo en nuestra manera de afrontar la vida. Es por todo ello que no sorprende que desde los posicionamientos feministas, entre sus críticas, prevalezcan las dirigidas al sesgo androcéntrico de nuestra historia, dado que desde la arqueología y los propios arqueólogos han proyectado y continúan proyectando, con demasiada frecuencia nociones culturales concretas y contemporáneas sobre los papeles, posiciones, actividades, producciones y capacidades de los hombres y mujeres en los grupos del pasado (SPECTOR 1999: 234).

Precisamente, en esta línea podemos entender cuales fueron los primeros y principales debates desde los movimientos feministas en arqueología, hacer visibles a las mujeres en el pasado como elementos de estudio (CONKEY y SPECTOR 1984). En este sentido, Jane Spector (1983) expresó que una de las principales preocupaciones de la arqueología feminista, tendría que ser poblar nuestro pasado mientras que Ruth Tringham (1991) fue un poco más allá, exponiendo la necesidad de poner caras a la gente de nuestro pasado en lugar de referirnos a él en términos despersonalizados. Ambos pensamientos, inciden en un mismo punto, valorar de igual forma las experiencias y las contribuciones de los hombres y de las mujeres. Para conseguirlo es necesario re-examinar la participación por parte de otros miembros del grupo social en los sistemas de subsistencia, la producción agrícola y su intensificación, las estrategias tecnológicas, etc., lo que instaba a poner la experiencia humana y la acción social en la vanguardia. Esto suponía y obligaba tener un mayor control o precisión de nuestros posicionamientos epistemológicos como metodológicos, es decir, ¿cuáles son nuestros objetos de estudio y de conocimiento? (CONKEY 2003: 869-873).

Envueltos en estos planteamientos epistemológicos, comienzan a desarrollarse en torno a los estudios de género y de mujeres en la prehistoria, una cadena de debates, líneas de investigación, temáticas, etc. (GONZÁLEZ MARCÉN 2006), cuyos frutos se han visto reflejados en el desarrollo de una metodología basada primordialmente en la proposición de ámbitos y formas en que las relaciones de género adquieren su máxima expresión. Para ello es necesaria la creación de nuevas estrategias metodológicas entre las que destacamos las actividades de mantenimiento entendidas como el conjunto de prácticas cotidianas que comprenden todas aquellas actividades básicas y necesarias para el sostenimiento y el mantenimiento del conjunto de los grupos sociales. Estas actividades engloban el conjunto de prácticas relativas al mantenimiento y al cuidado de cada uno de los miembros de una comunidad, como las prácticas relacionadas con el reemplazo generacional. Estos trabajos incluyen la preparación de alimentos, su distribución y consumo, la deposición o el almacenamiento. Además implican el cuidado de los miembros infantiles de la comunidad y de aquellos individuos incapaces de cuidar de sí mismos (temporal o permanentemente) por razones de edad y/o enfermedad (PICAZO 1997: 59-60) (Lám. 1). Además conllevan el conjunto de trabajos relacionados con la producción de útiles necesarios para llevar a cabo todo ese conjunto de actividades tales como la manufactura cerámica, útiles de piedra o la producción textil (SÁNCHEZ ROMERO 2002: 279; 2008a).

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Lamina 1. Organigrama de las actividades de mantenimiento (Elaborado a partir de González Marcén et al., 2007).

 

Nuestra investigación ha tenido como objetivo el estudio de las experiencias históricas y vitales de las mujeres en un periodo histórico concreto la prehistoria reciente. Este marco temporal, más que cualquier otro de la historia de la humanidad, ha sido perfilado como una etapa situada entre el mito y la historia, por lo que se ha convertido en un arma poderosa para la construcción, legitimación y deconstrucción de ideologías (GONZÁLEZ MARCÉN 2006: 16). La prehistoria ha sido y es utilizada como el mecanismo o instrumento de consolidación y legitimación de la situación y posición femenina en el presente, fundamentada tanto en la transmisión cultural como capacitada por la biología, por lo que creemos que una forma de deconstruir los parámetros institucionalizados del presente es deconstruyendo nuestra forma de interpretar y construir nuestro pasado.

Para ello necesitamos estudiar tanto la escala temporal como espacial en que se concretan las condiciones de vida y la identidad de las mujeres mediante categorías de análisis que las revelen. En nuestro caso, nuestra categoría de análisis ha sido el estudio de las actividades de mantenimiento en el registro arqueológico del poblado argárico de Peñalosa 1 (Baños de la Encina, Jaén).

Nuestro principal objetivo con este trabajo es poner de manifiesto la necesidad de analizar las actividades encargadas de gestionar la vida cotidiana así como la importancia de realizar investigaciones arqueológicas desde la escala de la cotidianidad. Entendemos que es precisamente en esta escala temporal donde se concentra y a la vez se expresa la experiencia histórica del ciclo vital de los seres humanos, por el acumulo de memorias, de experiencias, de conocimientos, de trabajos y producciones, etc. que tienen su reflejo en el registro arqueológico y la cultura material de cualquier yacimiento del pasado o del presente (González y Picazo 2005: 148). Así pues en el texto que sigue recogemos una síntesis de la caracterización de dichas actividades y su uso como categoría de análisis en el estudio de las sociedades del pasado.


APORTACIONES DE LAS MUJERES AL DESARROLLO HISTÓRICO, CULTURAL Y HUMANO

La realidad de la que partimos en nuestra investigación, es que a las mujeres no siempre se les ha considerado ni reconocido su valor e importancia en el desarrollo de las sociedades. Sin embargo, pensamos y entendemos que las mujeres a lo largo del tiempo y del espacio, han ocupado, creado y constituido unos campos específicos de su acción social derivados de sus actividades, funciones y conocimientos adquiridos, lo que nos permite investigar transhistórica y transculturalmente las tareas, los conocimientos y las visiones del mundo de un gran número de mujeres. Éstos los podemos agrupar en tres grupos o campos totalmente interrelacionados entre sí (JULIANO 2001: 51-58).

Elaboraciones culturales de su especificidad biológica

Decir que la única tarea, trabajo o actividad asignable a un sexo determinado es la reproducción, la actividad de gestar, cuidar, parir y amamantar, no es ninguna falacia y tampoco es ninguna incoherencia, ya que es obra única de las mujeres, porque para cada una de estas acciones se requiere siempre a una mujer, aunque no sea la madre biológica (ESCORIZA y SANAHUJA 2001: 3). Esto implica la existencia de una maternidad biológica y otra social (BOLEN 1992: 49; DÍAZ-ANDREU 2005: 31).

Por ello, no extraña que la maternidad haya sido considerada como uno de los elementos definidores de las mujeres a lo largo de la historia de forma que, en numerosas ocasiones, su capacidad reproductiva ha sido el elemento fundamental en la construcción de su identidad de género (SÁNCHEZ ROMERO 2006: 118) y, en torno a la cual se ha articulado, en gran medida, su función social, en el imaginario colectivo y su representación a lo largo de la historia. Ejemplo de ello lo encontramos en el mundo griego donde la función principal de las mujeres y esposas consistía en proveer a sus maridos de hijos legítimos, mientras que en el mundo romano, parir ciudadanos romanos, hijos de Roma, era su máximo objetivo (MARTÍNEZ Y MIRÓN e.p.)

La maternidad, su valor y su control ha sido objeto de fuertes debates, de reflexiones filosóficas, científicas, religiosas, a lo largo de la historia y, cómo no, ha formado parte de los propios planteamientos feministas. Sin embargo, en pocas ocasiones se ha tenido en cuenta todo lo que supone a nivel individual para las mujeres. Éstas tienen que pagar una serie de costes, referidos no sólo al desarrollo de un mayor esfuerzo, trabajo, dedicación y cuidado de su propio cuerpo sino también de experiencias y adquisición de conocimientos, etc. Provocados por los cambios y modificaciones que sufren sus cuerpos durante y después del embarazo. Dichas transformaciones marcarán en cierta medida el desarrollo de sus relaciones y sentimientos, no sólo con respecto al nuevo ser que verá la vida sino que ampliara este mismo tipo de relación basado en el preocuparse por y cuidarse de al resto de individuos que integran el grupo con el que conviven (ESCORIZA y SANAHUJA 2002: 244; 2005: 116; SÁNCHEZ ROMERO 2006). Así pues, las mujeres comparten una dimensión más amplia de su cuerpo que los hombres en base a diferentes razones fundamentales y básicas (Lám. 2). Sólo su cuerpo tiene la capacidad de gestar vida, lo que les determina una manera de relacionarse vinculado con lo materno, pero que a la vez le provoca un sentimiento de miedo dada la vulnerabilidad de su propio cuerpo, pudiendo darse la posibilidad de ser agredidas sexualmente (BOCCHETTI 1996: 71-84).

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Lámina 2. Grabado del siglo XV de un parto (http://www.google.es/imgres?imgurl= http://3.bp.blogspot.com).

 

A pesar de que la maternidad es una reproducción básica en el desarrollo de las sociedades, pasadas, presentes y futuras, la estructura social tradicional o patriarcal ha hecho uso de ella como un mecanismo más de discriminación sexual y social hacia las mujeres (SANAHUJA 2007: 58). De tal manera, muchos autores han utilizado la maternidad como mecanismos de justificación biológica de la construcción de la identidad de las mujeres en base a los vínculos creados y a las relaciones de dependencia que establece. Al respecto, Almudena Hernando en sus diferentes estudios sobre la identidad de las mujeres (HERNANDO 2001; 2005), sitúa el origen de este tipo de identidad en las consecuencias derivadas de la pérdida de movilidad debido a los constantes cuidados que requieren las crías humanas, esgrimiendo a la maternidad como causa directa de la valoración de las mujeres. Su argumento radica en que las crías humanas son las más débiles del reino animal, producto de la prolongación de los tiempos de crecimiento que se produjo en el género Homo hace unos dos millones y medio de años, lo cual supuso la prolongación del periodo fetal a veintiún meses aunque de los cuales, solo nueve son intrauterinos. De esta manera, los seres humanos nos convertimos en seres dependientes dedicados, básicamente, a permitir que nuestro cerebro alcance la mitad del tamaño que tendrá en la vida adulta (DOMÍNGUEZ RODRIGO 1996: 157) (Lám. 3). Es, precisamente, esa necesidad de cuidado por parte de los individuos infantiles la que ha provocado la reducción de la movilidad de las mujeres, las cuales, tuvieron que articular nuevas formas de entender y organizar tanto el tiempo como el espacio en el que vivían, lo que terminó marcando de manera muy sutil, las primeras desigualdades entre hombres y mujeres y sus consecuentes valoraciones como seres humanos (HERNANDO 2005: 83- 90). Esta vinculación de los sentimientos implicaba una asignación social general en las distintas culturas, según la cual, las mujeres se especializan en las relaciones humanas, mientras que los hombres se especializan en las relaciones con las cosas. Del primer ámbito nace la vida social y, del segundo, la tecnología. El problema ha existido en que la explicación histórica de las sociedades ha superpuesto la segunda sobre la primera, cuando ambos campos son cuanto menos, igual de importantes para proveer de los sistemas necesarios que aseguren la supervivencia de los grupos humanos (JULIANO 2001).

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Lámina 3. Terracotas de la tumba F-100 y L-127A de la necrópolis ibérica de La Albufereta (Alicante). Ambas representan a una mujer amantando a sus bebés (García Luque, 2008).

 

Por otro lado, la especificidad biológica de la maternidad no sólo consiste en dar a luz, sino que conlleva toda una serie de actividades y trabajos anexos, necesarios para mantener con vida a los niños y niñas que acaban de nacer y procurar su desarrollo. En base a esto, una tarea que desempeñan las mujeres desde el inicio de la humanidad, y que se conserva hasta nuestros días, es la crianza a través del alimento, el cuidado y la atención de hijas e hijos. Así lo dejaba claro Jenofonte cuando hablaba de la división de trabajos y espacios de hombres y mujeres, ésta era una tarea natural y divinamente encomendada al género femenino, pues las mujeres sentían mayor cariño hacia los bebés y porque su cuidado se llevaba a cabo bajo techo y, (…) era tarea femenina a ellas les correspondía 2 (MARTÍNEZ y MIRÓN e.p.).

Como podemos comprobar las prácticas maternales fueron desarrolladas en la mayor parte de las ocasiones y, al menos, durante los primeros años de vida del individuo infantil, por las mujeres, debido al hecho fundamental que constituyen las necesidades alimenticias 3 de los niños. Lo que nos permite decir que este campo es uno de los prinicpales ámbitos de actuación de las mujeres a lo largo de la historia (SÁNCHEZ ROMERO 2006). Si bien, esto no quiere decir que los padres no participen en algún momento de la crianza de los hijos. Uno de los pocos ejemplos que encontramos en las fuentes clásicas es la mención realizada por Homero en la Ilíada, sobre la actitud cariñosa que tenía Héctor con su hijo, Astianax 4 (HOMERO 22: 499-514). Igualmente encontramos sociedades etnográficas actuales (los Arapesh de Nueva Guinea) donde, tanto para hombres como para mujeres, el cuidado y crianza de los niños y niñas recién nacidos es la tarea fundamental y entorno a la cual gira todo su desarrollo y entramado social. Entre este grupo humano, la cooperación, la solidaridad, la ternura y los sentimientos constituyen sus principales valores (JULIANO 2001). Curiosamente, nos estamos refiriendo a todos aquellos apelativos y calificativos con los que se ha designado la identidad femenina y a la vez todas aquellas características utilizadas como mecanismos para proveer su infravaloración. Debemos recordar que, a pesar del gran valor humano que supone el trabajo reproductivo de las mujeres, éste en la investigación y consideración histórica ha sido poco valorado tanto social como económicamente, inclusive no se ha considerado como trabajo sino calificado como un rasgo de las mujeres impuesto naturalmente (TABET 1986).

Asignación social de tareas

Cuando estudiamos la asignación social de tareas y actividades en el pasado, siempre nos encontramos con una dicotomía, los hombres adscritos a la práctica de la caza mientras que las mujeres son vinculadas al conjunto de tareas que engloban la recolección. Una mirada al registro etnográfico nos muestra la existencia de excepciones a esta rígida asociación como sucede entre los miembros de la tribu aborigen australiana Tiwi 5 (ocupan las islas Bathurst y Melville, del Norte Australiano) donde las mujeres son las encargadas no sólo de cazar los animales terrestres sino que también de la recolección mientras que los hombres se dedican exclusivamente a la pesca (GOODALE 1971: 156-158). Otro ejemplo lo encontramos en la tribu de los Alakalufes 6 (ocupan la zona media y sur del derecho de Magallanes) donde las mujeres eran las que dedicaban gran parte del día al marisqueo, para lo que se adentraban en el mar buceando y con un canasto en la boca (Lám. 4). Por su parte, los hombres pasaban la mayor parte del tiempo en la playa, como centinelas, ataviados con su arpón y flecha dispuestos a realizar una caza eventual. Este ejemplo es curioso, porque el mar y su productividad formaba parte fundamental de su desarrollo y aún así las mujeres eran las únicas que sabían nadar, siendo las encargadas no sólo de remar sino también de dirigir el trayecto cuando era necesario utilizar canoas (tanto hombres como mujeres).

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Lamina 4. Mujer Alakufe en su canoa y realizando las labores de marisqueo (Fuente: http://www.limbos.org/sur/alak.htm)

 

Con estos ejemplos podemos comprobar como la asignación social de tareas no corresponde a una regla matemática y aunque lo fuese, el problema de la división sexual de tareas es que en las interpretaciones históricas, la caza, como actividad masculina, ha sobrepasado todos los límites de su valoración como actividad esencial en el desarrollo y supervivencia de los grupos humanos, mientras que la recolección ha sido considerada como una actividad meramente secundaria, carente de valor e importancia en la subsistencia de los humanos. Esto ha dado como consecuencia, no sólo una división sexual del trabajo sino también una división sexual del conocimiento marcado jerárquicamente por las producciones exclusivamente masculinas (CONKEY 1991: 100-101). Así queda reflejado en el conocimiento de las sociedades, que basan su subsistencia en ambas actividades, siendo reconocidos generalmente como pueblos de cazadores-recolectores, anteponiendo la primera sobre la segunda, y olvidándose que la mayoría de los alimentos subsistenciarios provienen de la recolección (CONKEY 1991; JULIANO 2001).

De esta manera, los posicionamientos tradicionales han pasado por alto la exigencia de conocimiento, experiencia, trabajo, esfuerzo, etc., que requiere esta actividad, dada la gran variedad de vegetales existentes en nuestra naturaleza. Es decir, en el caso de que las mujeres fuera o en la mayoría de los casos son (y en las sociedades etnográficas actuales son) las encargadas de llevar a cabo este trabajo, por ende, tenían que ser conocedoras de las propiedades y capacidades nutritivas de cada uno de los vegetales y frutos que recolectaban, así como las partes de las plantas que eran comestibles (raíces, tallos, hojas, flores o frutos) o cuáles directamente eran venenosas o tóxicas y también cuáles de éstas podían ser consumidas pero restringidas a una preparación y cocinado determinado (Lám. 5). Como podemos comprobar, el conocimiento que entraña esta práctica es equivalente a la caza dado que la producción de ésta era enteramente consumible. Además, la recolección suponía e implicaban largas horas de trasiego por los lugares cercanos, conocidos, lo que además entrañaba una marcada estacionalidad, que terminaba por originar un gran conocimiento en las mujeres no solo de las plantas sino también de sus ciclos vitales y características reproductivas. Esto las situaría en un lugar privilegiado para el desarrollo de la agricultura (JULIANO 2001).

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Lámina 5. Mujeres Azda recolectando con sus hijos a las espaldas (Fuente: http://www.google.es/images?q=mujeres+adza)

 

Esta ancestral aso ciación entre recolección y mujeres sería la explicación más coherente para explicar el desarrollo de la práctica agrícola y la horticultura, dado que eran ellas las que tenían un mayor conocimiento y control de la propia naturaleza. Sin embargo, como todas aquellas actividades de mantenimiento cuando pasan a la esfera de la especialización, innovación e invención, las mujeres son apartadas y aparecen las figuras masculinas. Un ejemplo de ello lo encontramos en la explicación del nacimiento de la agricultura en el Este de Estados Unidos (WYLIE 1999; 2001), donde dicho proceso ha sido explicado a través de las aportaciones y conocimientos de los denominados chamanistas (representados en las figuras masculinas), marcados por caracteres simbólicos y mágicos (PRENTICE 1986; citado por WATSON y KENNEDY 1991: 263) o bien explicada a través de la casualidad, carente de implicación humana, en el que las propias plantas se domestican así mismas (SMITH 1987) o directamente como una innovación propiciada por los hombres y expropiada a las mujeres (CONKEY 1991: 101). Sea cual sea la explicación o teoría utilizada para explicar el nacimiento de la agricultura, las mujeres siempre juegan un papel pasivo a pesar de que su vinculación con las semillas y con la recolección parece un hecho más que testado, tal y como ponen de manifiesto las informaciones etnográficas e incluso el sentido común.

Además, las prácticas recolectoras como agrícolas se relacionan con otra serie de trabajos que generalmente se han asociado con los campos de actuación de las mujeres, la preparación de alimentos, el cocinado y el mantenimiento de los alimentos. A este respecto, parece que no tengamos que justificar la vinculación de las mujeres con la preparación de alimentos, más que nada porque la historia y la tradición, ya se ha encargado de argumentar esta conducta, para lo cual no hay más que mirar quiénes realizan estos trabajos en el marco de la cotidianidad en la actualidad (WALLACE-HADRILL 1996). Lo cierto es que la preparación del alimento en materia orgánica lista para ser consumida también fue todo un descubrimiento. Es decir, la carne puede consumirse cruda, sin embargo, nuestro aparato digestivo no está preparado para consumir vegetales y semillas directamente, sin pasar por un proceso de transformación, a excepción de la fruta. Así, la alimentación con granos, hojas, raíces y semillas sólo es posible si se transforma mediante la cocción, tostación etc. En este sentido, el descubrimiento del fuego, el cual se ha asignado al ámbito de la casualidad, lo cierto es que nuestras antepasadas hicieron un verdadero uso de él, consiguiendo con su mediación convertir cereales en harinas comestibles y otros productos vegetales, ampliando notablemente y de una manera decisiva la adaptabilidad y variabilidad alimentaría de los seres humanos y, por consiguiente, sus posibilidades de supervivencia (JULIANO 2001: 54-55). Este descubrimiento junto con la producción de recipientes, motivaron no sólo el desarrollo de nuevas prácticas alimenticias sino la aplicación de innovaciones tecnológicas que han caracterizado nuestras vidas.

Posición social de mediadoras

Estas actividades y su buen desarrollo, implican siempre la construcción y creación de redes sociales y humanas que frecuentemente asumen la forma de relaciones entre quienes prioritariamente profesan los cuidados y por quienes son recogidos. En su conjunto son formas de interacción que generan formas importantes de comunicación y conexión de la vida social y se gestan, superponen, interconectan e interrelacionan con otras formas de relación. Precisamente, dado que de forma mayoritaria han sido las mujeres las que han realizado dichos trabajos, también les corresponden a ellas esta virtud de ocupar una posición social como mediadoras e intermediarias, en primer lugar, entre sus hijos e hijas, biológicas o sociales y, seguidamente con su entorno, la naturaleza y con el conjunto de objetos que intervienen en el día a día.

Estos mecanismos y la posición de las mujeres se ha incentivado con el uso del lenguaje y la comunicación oral, mecanismo a través del cual las sociedades prehistóricas carentes de escritura realizarían la transmisión de tradiciones, costumbres, conocimientos y saberes, necesarios para el desarrollo de un sin fin de trabajos básicos para la supervivencia humana (JULIANO 2001: 55). En esta posición de mediadoras, la memoria como grupo o colectivo ha jugado un papel esencial en el desarrollo de sus vidas, porque la memoria (como la memoria histórica) no sólo es colectiva y personal, sino también subjetiva e individual, y se estructura a través del lenguaje, de las imágenes, de las ideas y experiencias que colectivamente comparten de generación en generación. Ésta, para convertirse en una memoria social debe ser transmitida y articulada a través de métodos de transmisión como pueden ser los discursos, rituales y el propio lenguaje del cuerpo marcado por las relaciones. Así pues, la memoria social es la expresión máxima de la experiencia compartida y colectiva que identifica a un grupo (ya sean de un mismo sexo o diferente), dándole sentido tanto a su pasado como a su presente y definiendo sus aspiraciones para el futuro (FENTRESS y WICKHAM 1992: 25). La memoria social está íntimamente unida a la identidad personal y a la de grupo, ya que aunque la experiencia es la que forma la memoria y la identidad personal, los grupos son un marco estable para la identidad y la memoria, porque proporciona al individuo la estructura necesaria para que éstas se sostengan (FENTRESS y WICKHAM 1992, recogido por SÁNCHEZ ROMERO 2008b: 31-32).

La creación, la organización y el mantenimiento de lazos sociales y humanos conllevan una gran carga de creatividad en términos comunicativos, además de técnicas de enseñanza, de comunicación y conocimiento (JULIANO, 2001), donde encontramos a muchas mujeres en una posición de mediadoras o intermediarias en la transmisión del conocimiento. Un ejemplo claro lo encontramos en su íntima y estrecha relación con los individuos infantiles desde que nacen y hasta pasados los primeros años de vida, entrando, posteriormente, en un nuevo periodo de la infancia marcado por el aprendizaje y la sociabilización, dado que tanto en las sociedades prehistóricas, históricas como actuales, la integración de los niños al mundo que les rodea se realiza a través de su educación, aprendizaje y enseñanza, campos que generalmente han estado y están en manos de las mujeres, sobre todo, en lo que respecta a las niñas.

Por todo ello debemos reconocer un gran aporte de las mujeres, como transmisoras de conocimientos y tecnologías. Estas pautas de conductas y comportamientos, los podemos encontrar no sólo entre las sociedades etnográficas actuales sino que también ha quedado reflejado en documentos etnohistóricos e históricos. Este es el caso de las mujeres aztecas, en México, donde las madres transmiten todos sus conocimientos a sus hijas en el arte de preparar las tortillas de maíz. Este trabajo, como veremos en apartados posteriores, se califica por ser un trabajo muy extenuante y laborioso, que implica fuertes inversiones de gastos de energía, tiempo, aplicación de conocimientos y saberes, conocimiento y uso de herramientas y útiles, producción y mantenimiento de los soportes necesarios para su desarrollo, como son los molinos, recipientes cerámicos, hornillos, morteros, hogares, a través de los cuales procesaban el maíz liberando la niacina de los cereales que los hacen compatibles con la digestión humana (BRUMFIEL 1991: 237).

Íntimamente relacionadas con las tareas de cuidar, educar y velar por los hijos para mantener su desarrollo se encuentran las tareas correspondientes con la higiene, la salud y los cuidados. Los campos que conllevan estos trabajos son diversos, desde procurar la alimentación necesaria e idónea en cada fase del crecimiento de los infantiles, pasando por la fabricación de ropas u otros elementos relacionados con la dimensión más objetiva de los cuidados hasta el desarrollo de prácticas curativas, necesarias no sólo para mantener con vida a los infantes sino también para procurar unas mejores calidades vitales a las personas de más edad.

Estos trabajos, como los anteriores, también parecen estar en el campo de actuación de una gran mayoría de mujeres, así nos lo transmiten las fuentes escritas de las que disponemos, las cuales nos muestran en la mayoría de las casos, mujeres nodrizas encargadas de velar por la salud de los infantes, propiciando diversos cuidados para los que tenían nociones de puericultura y, a menudo, aparecen como auténticas expertas en fármacos y drogas, aunque no siempre eran efectivas, así como en ensalmos que podían seguir empleando cuando la criatura había alcanzado la edad adulta (MARTÍNEZ y MIRÓN e.p.). Es más, esta actuación de las mujeres es una constante en nuestra sociedad, tal y como pone de manifiesto la propia antropología médica, quién ha apuntado que al estudiar el cuadro clínico de un paciente, se observa y admite que éste, con anterioridad, ya ha recurrido a variados tratamientos realizados como parte de las prácticas domésticas a partir de los cuales han clasificado los síntomas e, incluso, han realizado diferentes intentos por paliarlos con la intervención de medicinas caseras o fármacos con los que se tiene una experiencia previa. Como decimos, estas prácticas han sido una realidad durante toda nuestra historia y como en la actualidad, dada la intensa vinculación que las mujeres mantienen con los seres desprotegidos (sobre todo infantiles), se ha calificado nuevamente como una especialidad femenina, cargada de un alto nivel de conocimiento empírico el cual está marcado por la sabiduría que les da su experiencia como cuidadoras.

Sin embargo, como sucede en todos los campos importantes de desarrollo de la humanidad cuando pasan de su carácter de mantenimiento a la especialización, las mujeres son apartadas de ellas y acaparadas por los hombres, esto sucede con actividades como la molienda, la producción cerámica, la producción textil, entre otras y, también como no, con la actividad relacionada con la salud e higiene. Durante el siglo XVI en adelante, se produce la profesionalización de la medicina, lo que trajo consigo el desligamiento de las mujeres con estas prácticas. Este desligamiento entre el desarrollo de estas actividades y las mujeres ocasiona que, en muchas ocasiones, no se beneficien de los resultados de estos avances. Podemos decir que en el caso de la salud e higiene, probablemente, éstas no sólo no se beneficiaron sino que además tuvieron que pagar, en la mayoría de los casos, un alto coste, incluso con su vida, dado que muchas mujeres sanadoras fueron acusadas de brujería y apartadas de este campo sin tomar en consideración la gran labor que durante milenios habían venido desarrollando, y la gran capacidad de reacción obtenida por su sabiduría y experiencia que, además, habían ido transmitiendo de generación en generación (EHRENREICH y ENGLISH 1990; JULIANO 2001; 55-56).

Relacionado intrínsicamente con estos campos o ámbitos de carácter prominentemente femeninos, podemos argumentar que las mujeres realizaron y realizan una gran labor como transmisoras de conocimiento, experiencias y saberes, traducidos en patrones culturales y conductuales determinadas del grupo social y humano en el que se insertan.

Este aspecto es tan importante porque no sólo nos hace referencia a los comportamientos humanos y sociales, sino que también nos marca las pautas de las relaciones sociales, sistemas de cohesión del grupo o no, valores básicos que marcan cada sociedad o grupo humano, como también todo el conjunto de conocimientos, saberes y experiencias que ayudaran a generaciones venideras a su supervivencia y mejora de sus calidades de vida. En las sociedades prehistóricas, carentes de escritura, las costumbres, tradiciones y comportamientos se debieron transmitir por vía oral, costumbre conservada en la actualidad por muchas madres que ejercen como educadoras de sus hijas en las actividades básicas de la supervivencia humana. Dentro de las tradiciones o de la literatura oral (antepasada aún existente de la escrita) forman parte todo un conjunto de artes de convivencia, como son las cantos, música, danzas, etc. Estos elementos no sólo son fuentes de transmisión cultural sino también fuentes de conocimiento, expresiones de relaciones intra y extra-sociales, modos de vida, señas de identidad colectiva, etc. y, donde nuevamente encontramos un campo en el que, con mayor o menor capacidad, estuvieron presentes las mujeres.

Tras todo lo expuesto, no puede extrañarnos que en muchas culturas se considere que la sabiduría misma, en cualquiera de sus formas, era un principio femenino tutelado por diosas, como es el caso entre los griegos con Palas Atenea; Minerva entre los romanos o Sarasvati y Kundalini en los pueblos de la India. Todos estos ejemplos de la esfera mítica nos hablan de un reconocimiento temprano de las capacidades intelectuales de las mujeres, que ha medida que fueron conformándose las desigualdades sociales y discriminatorias entre hombres y mujeres, fueron cayendo en el olvido más absoluto o tomadas como actividades reconocidas como masculinas. Un buen ejemplo se halla en una de las representaciones míticas más simbólicas para las mujeres, nos referimos a la diosa ateniense Palas Atenea, quién a través de sus símbolos (la lechuza y la doble serpiente) representaba la sabiduría. Sin embargo, estos mismos símbolos terminaron convirtiéndose y transformándose en insignias malignas relacionadas con la brujería y maleficios (JULIANO 2001: 53-54).


REFLEXIONES FINALES

A pesar de las lecturas que se puedan verter sobre el conjunto de estos campos o, como nosotras hemos definido, sobre las actividades de mantenimiento humanas y sociales, lo cierto es que todas estas actividades comparten una serie de elementos, rasgos y características que las comporta como actividades fundamentales y necesarias para el desarrollo de cualquier sistema social, económico y político, ya sea pasado, presente o futuro.

De tal manera, las actividades de mantenimiento se caracterizan por tener unos objetivos en común, definidos por su indispensabilidad en cualquier grupo social y humano, dado que su principal función es mantener y posibilitar la reproducción social, humana y económica de los grupos humanos, lo que las convierte en las únicas actividades transversales tanto en el tiempo como en el espacio. Además, todas comparten una temporalidad marcada por la constante repetición y reiteración de acciones, lo que las vuelve en actividades constantes, periódicas, puntales, estacionales, etc., para las cuáles se necesita el empleo tanto de conocimiento adquirido o aprendido como la utilización y aplicación tecnológica. Es decir, cada una de estas actividades conlleva la aplicación de instrumentos determinados no sólo por el tipo de actividad sino también por el contexto socioeconómico en que se desarrolla. Sin embargo, todos los instrumentos, herramientas, conocimientos y acciones primarias empleadas han sido asociados directamente con el ámbito de la cotidianidad y con las tecnologías domésticas y testadas, tanto etnográfica como etnohistoricamente y actualmente, con las tecnologías femeninas. Por lo tanto, podríamos decir que dichas tecnologías femeninas son uno de los núcleos tecno-sociales y simbólicos básicos de los grupos humanos. Unidas a todas estas razones, las actividades de mantenimiento también comparten, en la mayoría de las ocasiones, unos agentes sociales encargados de proporcionarlas y realizarlas, nos referimos a las mujeres y unos agentes sociales perceptores y beneficiarios de estos trabajos, el grupo humano donde se desarrollan. Así pues, debemos señalar que las actividades de mantenimiento, por su carácter social y humano, conllevan y desarrollan todo un entramado de relaciones, vínculos sociales y humanos.

Podemos resumirse diciendo que las actividades de mantenimiento son iguales entre los diversos grupos sociales en cuanto a los objetivos que persiguen, ya que son indispensables en cualquier grupo social y humano, dado que posibilitan la reproducción de los grupos humanos, de ahí su presencia constante y perdurabilidad en el tiempo y en el espacio. Se tratan de actividades que tienen una presencia constante, estacional, periódica, puntual, etc., con lo que su escala temporal es la cotidianidad y la micro-escala. Para su procesamiento requieren de la utilización de instrumentos y tecnologías que pertenecen al ámbito de la cotidianidad, relacionadas directamente con las mujeres. Por tanto, las tecnologías femeninas fueron y son el núcleo tecno-social y simbólico básico de los grupos humanos. En todo momento los beneficiados de estas actividades son el grupo social, tanto hombres, mujeres, individuos infantiles e individuos seniles, de distintas categorías y estatus sociales, etc. Por ello, si las mujeres son parte integrante de los grupos humanos, estas debieron participar en su desarrollo, por ende, su asociación se puede rastrear tanto transtemporal como transcultural y transhistóricamente.

Precisamente, todos estos elementos, características y rasgos comunes de las actividades de mantenimiento son los que nos permiten examinarlas, estudiarlas y analizarlas a nivel transhistórico y transculturalmente. Sin embargo, aunque el armazón y funciones principales sean comunes a lo largo del tiempo y del espacio, es cierto que en su estudio también encontramos diferencias. Dichas diferencias son marcadas, porque no olvidemos que cada sociedad o grupo social construye para sí misma un sistema de conductas, que la identifican y definen como grupo social determinado. El conjunto de estas actividad se interrelacionan no sólo con otras actividades o ámbitos de actividad (que variaran en función de aspectos socioeconómicos, medioambientales, etc.) lo que originan su especifidad y singularidad como grupo humano, sino que dichos aspectos incidirán en los instrumentos y aspectos tecnológicos necesarios, creados para la consecución del proceso que conlleva cada una de las actividades de mantenimiento. Es decir, las actividades de mantenimiento están presentes en todas las culturas a lo largo del tiempo y del espacio pero, cada una de estas culturas y sociedades contienen sus propias particularidades y singularidades que intervienen en los aspectos y en el empleo de unos determinados instrumentos u herramientas específicos para su desarrollo, lo que también condiciona el tipo de relaciones y de vínculos que éstas engendrarán, aunque en esencia, estas precisamente son similares entre una cultura y otra y a lo largo del tiempo. Por lo tanto, podemos decir que sus diferencias están marcadas en cuanto a la relación con otros ámbitos de actividad y con instrumentos y acciones secundarios.

Si bien, lo que es una realidad y una constante, es que buena parte de los sistemas sociales y de conducta de las sociedades son recreados a través de la articulación de las actividades de mantenimiento y como tales dejan su huella en el registro arqueológico (PICAZO, 1997; COLOMER et al., 1998; MONTÓN, 2002; SÁNCHEZ ROMERO, 2002; 2008a; ALARCÓN GARCÍA et al., 2008). Esto ha sido posible constatarlo a través de nuestra investigación en el poblado de argárico de Peñalosa donde hemos comprobado como el conjunto de las actividades de mantenimiento se complementan e interconectan en el conjunto social de este poblado, de tal forma que el espacio social de este poblado presenta diferentes usos y aspectos donde se integran elementos de diferente orden: aspectos de orden simbólico, actividades de producción y consumo y un lugar para la reproducción de las relaciones de sociales marcadas por la intercomunicación, es decir por los intercambios y conversaciones que pueden producirse entre los distintos miembros de la unidad familiar cuando están realizando actividades como el consumo de alimentos, descanso, producción metalúrgica, preparación de alimentos o la manufactura textil. Peñalosa es un poblado argárico donde la producción metalúrgica juega un papel central vinculada a una distribución que supera el marco del propio asentamiento. Concretamente, la producción metalúrgica juega un papel central en el poblado de Peñalosa, ya que presenta una distribución que supera el marco del propio asentamiento.

Con nuestro análisis microespacial, contextual y de la cultura material (objetos y sujetos) hemos comprobado la existencia de una asociación e interacción entre las actividades de mantenimiento y la producción metalúrgica. En base a ello podemos decir que en el poblado de Peñalosa no se puede hablar de espacios segregados en base a la categoría de género. Así podemos decir que en algunos casos, determinados espacios serían ocupados durante más tiempo por hombres y otros por mujeres pero nunca podremos hablar de una separación del espacio a nivel funcional porque tanto la producción metalúrgica como las producciones de mantenimiento se encuentran totalmente interrelacionados, compartiendo en determinados momentos y fases productivas tanto espacios, estructuras y en algún caso probablemente también herramientas de trabajo y sujetos sociales que las realicen. Este es el caso de la molienda de cereal y la molienda del mineral. Ambas actividades parecen compartir mucho más que el desarrollo de una misma actividad, general e históricamente asociada con las producciones de las mujeres, llegando en muchos casos a estar tan relacionadas, que ambas materias primas (granos de cereal y mineral) aparecen entremezcladas en un mismo espacio y en completa asociación. Esta asociación e interrelación también ha quedado establecida entre el consumo de alimentos y las diferentes fases productivas de la metalurgia. En este sentido tenemos que decir que en todo este poblado hemos identificado una constante asociación. Esta relación nos podría hacer pensar que los alimentos se consumen principalmente en aquellos lugares donde se esta realizando el trabajo, trasladándose el alimento hasta las zonas de trabajo y no los sujetos a las zonas de consumo. Este aspecto es muy característico porque nos está hablando de un tipo determinado de recipientes de preparación de alimentos, de un tipo de recipientes para el consumo y de la gran adaptabilidad que esta actividad de consumo de alimentos tiene entre este grupo social.

Por tanto, las actividades de mantenimiento juegan un papel esencial, influyendo y siendo influidas por el conjunto de los cambios sociales que acontecieron a este grupo humano a lo largo de su vida (Lám. 6). Como decimos, en Peñalosa la actividad metalúrgica es una actividad cotidiana, inmersa en las unidades domésticas integradas por grupos humanos que pueden estar marcados por relaciones de consaguineidad o afinidad, de tipo familiar o no, pero que sus vínculos se establecen y reafirman a través de la vivencia cotidiana (Sanahuja, 2007:48). En este poblado de la Edad del Bronce, la interrelación de la producción metalúrgica con el resto de actividades de mantenimiento, con las que no solo comparten espacio sino también estructuras y cultura material, es una constante. Este hecho tiene un valor importantísimo para comprobar cómo se articula, como se desarrolla, como se negocia y como se distribuye el trabajo entre ambos sexos. La división sexual del trabajo es una estrategia que adoptan las distintas poblaciones para ser lo más eficientes posible en la producción y el mantenimiento de sus estructuras sociales y económicas, pero esta división no siempre se articula de la misma manera, cada sociedad las construye y las negocia de manera distinta dependiendo de factores diversos.

Alarcon fig6.tif

Lámina 6. Reconstrucción de la actividad en un poblado argárico ideal (fuente: proyecto los trabajos de las mujeres y el lenguaje de los objetos: renovación de las reconstrucciones históricas y recuperación de la cultura material femenina como herramientas de transmisión de valores (i+d+i 2007 exp.: 002/07)


AGRADECIMIENTOS

Desde aquí queremos expresar públicamente nuestro más sincero agradecimiento al Dr. Francisco Contreras Cortés y al Dr. Juan Antonio Cámara como directores del Proyecto Peñalosa y al primero de ellos como director de nuestra tesis doctoral. Asimismo dichos agradecimientos son extensibles a la Dra. Margarita Sánchez Romero por la ayuda y confianza mostrada en todos los momentos de la realización de nuestra investigación.


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1 Este trabajo, basado en nuestra tesis doctoral Continuidad y cambio social: las actividades de mantenimiento en el poblado argárico de Peñalosa, se enmarca dentro de la segunda fase del proyecto de investigación Proyecto Peñalosa, iniciado en 2001 y financiado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, bajo la dirección del catedrático de la Universidad de Granada Francisco Contreras Cortés y del profesor Juan Antonio Cámara Serrano.

2 Jenofonte, Económico, 7, 21, 24.

3 El amamantamiento que encierra el periodo de lactancia de los neonatos es necesario para la supervivencia de los mismos, dado que su organismo en el momento de su nacimiento no está preparado para la ingesta de alimentos directos. Recordemos que esta actividad podría ser realizada tanto por la madre biológica o por otras mujeres pertenecientes al grupo o, como sucede en el mundo griego, por nodrizas, pero siempre son mujeres ya que son el único ser humano que tiene dicha capacidad.

4 Se trata de la única imagen en la literatura griega donde se observa a un padre en una tierna y cariñosa actitud hacia su pequeño (HOMERO Ilíada, 22, 499-514).

5 Un dato característico sobre esta tribu, es que las mujeres tienen que permanecer casadas antes de su nacimiento y hasta su muerte.

6 Con respecto a esta sociedad etnográfica se puede encontrar toda la información referente a ella en la siguiente página web: http://www.limbos.org/sur/alak.htm.