EL POBLAMIENTO MEDIEVAL EN EL MAGREB OCCIDENTAL (SIGLOS VIII-XV): LOS ASENTAMIENTOS DE GHASSASA Y TAZOUDA EN EL RIF (MARRUECOS) Y SUS INTERACCIONES CON AL-ANDALUS

MEDIEVAL SETTLEMENT IN OCCIDENTAL MAGHREB (8th-15th CENTURIES): THE SITES OF GHASSASA AND TAZOUDA IN THE RIF (MOROCCO) AND THEIR INTERACTIONS WITH AL-ANDALUS

Yaiza HERNÁNDEZ CASAS*

Resumen

El presente artículo tiene por objeto la aproximación al estudio de dos de los yacimientos más destacados del Rif medieval a través de las fuentes escritas y arqueológicas: Ghassasa y Tazouda. Así, se presentan nuevos datos sobre estos asentamientos extraídos del análisis de sus estructuras emergentes y de su material cerámico de superficie, con los que tratamos de aportar información novedosa acerca de la evolución histórica del Rif en época medieval y de profundizar en las relaciones que se desarrollaron a través del comercio marítimo entre las costas del Magreb y al-Andalus.

Palabras clave

Rif medieval, yacimientos costeros, al-Andalus, interrelaciones, Arqueología

Absatract

The present article attempts an approach to the research of two of the most relevant archaeological sites of the Rif in the Middle Ages, Ghassasa and Tazouda, through written and material sources. New data about these settlements are reported, deduced from the analysis of their emerging structures and pottery of surface, in an attempt to contribute in the researches related to Medieval History of the Rif and to detect the development of relations based on commercial exchanges between the coasts of Maghreb and al-Andalus.

Key words

Medieval Rif, coastal archaeologycal sites, al-Andalus, interrelations, Archaeology

1. INTRODUCCIÓN

Pocos son los estudios dedicados a los numerosos intercambios comerciales que se desarrollaron en el Occidente Islámico medieval entre ambas orillas del Mediterráneo: el Magreb al-Aqsā y al-Andalus, así como a las interacciones socioculturales, religiosas y artísticas que en dicho escenario, el Mar de Alborán, tuvieron lugar.

Del mismo modo, la escasez e inexactitud de las investigaciones realizadas acerca de los asentamientos medievales del Rif, nuestra zona concreta de estudio, de los que apenas tenemos datos científicos, suponen un desconocimiento de los siglos medievales en el Magreb Occidental que mereciera ser estudiado en profundidad.

Es por ello que aquí nos proponemos, sin perder de vista las menciones que recogen las fuentes escritas, una introducción al registro arqueológico de superficie de dos de los yacimientos medievales del Rif más relevantes, Ghassasa y Tazouda, a partir de las estructuras emergentes y del material cerámico que conservan, los cuales tuvimos ocasión de visitar durante los pasados meses en el marco del «Proyecto I+D+i Poblamiento e intercambios en torno al mar de Alborán (al-Andalus-Magreb, siglos VIII-XV)» (HAR2014-56241-JIN) dentro del cual se inserta el presente trabajo, cuyas investigaciones también se enmarcan en el proyecto «El Bilād al-Sūdān y sus interacciones con el Magreb y al-Andalus» (PPJI2018.14).

Así pues, nuestros objetivos son claros: contribuir al conocimiento de la Historia y la Arqueología Medieval (siglos VIII-XV) en la zona del Magreb Occidental a través de las fuentes escritas y los restos arqueológicos, que, a pesar de encontrarse prácticamente sin investigar, resultan fundamentales para profundizar en las interrelaciones marítimas que se dieron en el período medieval entre al-Andalus y el Magreb Occidental dentro del contexto de intercambio cultural y comercial de gran magnitud que supuso el Mar de Alborán, fomentando con ello el estudio de al-Andalus más allá de los límites de la Península Ibérica.

2. EL RIF Y AL-ANDALUS EN LOS SIGLOS MEDIEVALES (VIII-XV): DE LOS BANŪ ṢĀLIḤ DE NAKŪR Y EL CALIFATO OMEYA DE CÓRDOBA A LA ÉPOCA MERINÍ

Durante la segunda mitad del siglo VII, los ejércitos árabes de assān b. al-Nuʿmān lograron pacificar el territorio y someter e integrar a algunas de las tribus beréberes dentro de la administración del califato omeya de Damasco, permitiendo su enrolamiento en el ejército. Poco después, Mūsà b. Nuayr, su sucesor, nombrado wālí de Ifrīqiya por el califa al-Walīd, planteó como nuevo objetivo de expansión el territorio más allá del Estrecho: Hispania, donde reinaban los últimos monarcas visigodos sumidos en una lucha que llevó a la intervención del ejército árabe en 711 (MANZANO MORENO 2006: 30-32).

Fue así como el Magreb al-Aqā y al-Andalus pasaron a formar parte del Occidente islámico a finales del siglo VII —principios del VIII para al-Andalus—, desarrollándose en ambos territorios los procesos de arabización e islamización que llevaron a la conformación de un gran mosaico de poderes musulmanes: en al-Andalus, el Califato omeya de Córdoba, y en el Norte de África, el reino de los idrisíes de Fez, de gran extensión, otras entidades como los Barghawata, los Banū Midrār y los Banū āli de Nakūr y, más hacia Oriente, el Califato fatimí de El Cairo (Fig. 1).

Fig. 1. Mapa político del Magreb al-Aqṣā y al-Andalus hacia los siglos VIII-X. (Fuente: Yaiza Hernández).

Dentro de este contexto, nuestra zona de estudio concreta es el Rif, la cual, más allá de una entidad geográfica —montañas próximas al litoral Mediterráneo que conforman una región al norte de Marruecos— ha de considerarse como una entidad histórica que conserva su topónimo medieval: Rīf (pl. aryāf), “orilla”. Esta viene a coincidir con la franja litoral ocupada desde época preislámica por la confederación tribal de los Nafza, además de por la confederación tribal de los Gumāra, más al occidente, siendo significativo que a la orilla de al-Andalus también se le denominase Rīf al-Andalus, constituyendo en realidad ambas la más antigua estructura socioadministrativa instaurada en las costas del Estrecho (TAHIRI 2007: 34-35).

Ahora bien, ¿qué sucede en la costa rifeña durante los siglos medievales?, ¿por quién estuvo habitada?, ¿qué sabemos de su evolución urbana? Ya aludíamos a la presencia en el Rif de las confederaciones tribales beréberes de Gumāra y Nafza, y es precisamente por ello por lo que A. Tahiri distingue dos zonas diferenciadas dentro del propio Rīf al-Magrib: el país de Yebāla, calificado por algunas fuentes como Rīf Gumāra, en la extremidad noroeste del litoral Mediterráneo, y, la zona sobre la que se asentó la tribu de Nafza, posteriormente ocupada por el Reino de Nakūr.

Así, la primera de ellas, el Rīf Gumāra, se presenta, al igual que la segunda, como una zona costera con gran número de asentamientos urbanos, muchos de ellos antiguos núcleos (Tamuda, Tingis, Septem y Lixus) a los que se añadieron otros surgidos ya en época medieval, como Titāwen (Tetuán), Tišummas (Larache), Tārgha, Tigisās o al-Bara. Sin embargo, fue en la segunda zona, ocupada por la tribu de Nafza, donde se desarrolló una de las entidades políticas más remotas del Occidente islámico: el Reino de los Banū āli de Nakūr, cuya capital, Nakūr, responde al proceso de desarrollo urbano del Magreb Occidental entre los siglos VIII y X, del mismo modo que Agmāt (Alto Atlas) y Tāmdūlt (franja pre-sahariana), integradas todas ellas en un tejido tribal beréber (TAHIRI 2007: 11 y 34-35).

Se ha de señalar que sólo las crónicas posteriores hacen mención al emirato de Nakūr, como ocurre con los Rustémidas de Tahert y los Idrisíes de Fez, siempre con una tendencia a subestimar la importancia de los beréberes en la organización y el desarrollo de las regiones, como si el Magreb hubiese estado aguardando la llegada de las dinastías de Oriente. Sin embargo, al igual que en al-Andalus, la navegación en el Rif nunca fue interrumpida de manera total, ni antes ni después de la llegada de los árabes (PICARD 1997: 43).

Sea como fuere, el Reino de Nakūr fue fundado a principios del siglo VIII por el beréber Ṣāliḥ ibn Manūr, a quien, según Ibn Jaldūn, el califa omeya de Damasco había concedido este territorio en iqā’ en 709. Este residió y murió en la tribu de Timsaman, pero más tarde, su hijo Idrīs ibn Ṣāliḥ fundó un zoco intertribal de Banū Waryagal y Timsaman en la orilla del río Nakūr, lugar sobre el cual su nieto, Sa’īd ibn Idrīs, fundó la ciudad de Nakūr en una fecha nunca precisada por las fuentes escritas, pero que puede establecerse a finales de la primera mitad del siglo IX (ACIÉN AMANSA et al. 1998: 45-46).

Más allá de su capital, el dominio de la dinastía sālihí llegó a ocupar una gran extensión geográfica: entre los siglos IX y X, su territorio enmarcaba desde la ciudad de Bādīs, frente al actual Peñón de Vélez de la Gomera, hasta el río Mulūya, quedando como importantes castillos militares de frontera Kudiat el Baida y Colua Djara (sic), vinculadas respectivamente con Ghassasa y Tazouda (TAHIRI 2007: 175).

Nakūr no tardó en entrar en contacto a través del comercio marítimo con al-Andalus, teniendo Málaga a una jornada y media de navegación según al-Bakrī, reflejando tanto la fundación de la ciudad portuaria de Bādīs en 708 como la existencia del puerto de la capital, al-Mazamma, el vigor marítimo que llegó a alcanzar el emirato ṣāliḥí, conectando con ciudades como Málaga, Pechina, Almuñécar, Algeciras o Sevilla (TAHIRI 2007: 66). No obstante, no fueron estos los únicos puertos dependientes del Reino de Nakūr, sino que también lo fueron otros como Melilla o la propia Ghassasa, explicándose así el auge que alcanzó el emirato ṣāliḥí gracias a su papel de intermediario entre las zonas de interior del Magreb y su vecina al otro lado del Mediterráneo: al-Andalus, cuyos contactos influyeron tanto en la evolución histórica como en la cultura material del Rif (PICARD 1997: 44).

Estos contactos con al-Andalus se debieron, en parte, a las buenas relaciones existentes entre Córdoba y Nakūr; de hecho, la proclamación del Emirato Omeya de Córdoba fue posible gracias al consentimiento y apoyo logístico del Reino ṣāliḥí. Sin embargo, esta situación cambió radicalmente tras la proclamación del Califato cordobés en el año 929, pues el nuevo proyecto político del califa ʿAbd al-Ramān III al-Nāir buscaba incorporar los territorios del Magreb al poder califal por motivos estratégicos: impedir el avance del Califato Fatimí de Ifrīqiya hacia Occidente y acceder al control de las rutas de oro y esclavos existentes en el Oriente.

Fue así como en 931 la flota naval del Califato cordobés dirigió por vez primera sus conquistas hacia el sur, asaltando la ciudad de Ceuta, la cual fue fortificada por ʿAbd al-Rahmān III y transformada en base naval de la infiltración omeya al otro lado del Estrecho, y como en 936, Melilla, construida en tiempos de Idrīs ibn Ṣāliḥ (año 710) sobre la antigua Rusadīr por el emir de los Banū Yafran, fue tomada también por el Califato de Córdoba y fortificada por al-Nāṣir (TAHIRI 2007: 47 y 81).

El proceso de desintegración política del Califato cordobés no tardó, sin embargo, en producirse, lo que condujo en al-Andalus a la formación de los reinos de taifas (ṭawā’if) en el siglo XI. Paralelamente, en el Magreb Occidental, la desintegración del reino de los idrisíes de Fez y la caída de Nakūr, desembocaron en una etapa similar que concluyó con la conquista almorávide (GONZALBES CRAVIOTO 1987: 179), quedando Nakūr pronto convertida en una taifa en manos de los beréberes Azdāŷa a partir de 1019, al igual que Melilla, que pasó a ser una taifa liderada por un descendiente del emir omeya al-Ḥakam I.

Más adelante, en el periodo almorávide, muchas de las ciudades interiores son tomadas y destruidas —tal es el caso de la propia Nakūr, arrasada por completo por los almorávides en el año 1080—, mientras que puertos como Ghassasa y pequeñas aglomeraciones rurales como Bādīs se desarrollaron alcanzado el grado de ciudades, del mismo modo en que al-Mazamma pasó a sustituir a Nakūr (CRESSIER 1983: 46). Ya bajo el poder almohade, los puertos del Rif fueron sistemáticamente fortificados, como bien ocurrió con los asentamientos de Bādīs, al-Mazamma, Ghassasa y Melilla.

Dicho desarrollo urbano de la zona costera culminó bajo el sultanato meriní, alcanzando entonces su máxima expansión. Las ciudades portuarias adquirieron definitivamente un papel esencial en el comercio que el Magreb interior mantuvo con al-Andalus e incluso Italia y Oriente Medio, siendo muchas de ellas arruinadas tras la implantación castellana en puntos clave de la costa desde finales del siglo XV: Melilla fue tomada por los españoles en 1497; Ghassasa, en 1506; en 1508, se apoderaron del islote situado frente a la ciudad de Bādīs, posterior Peñón de Vélez de la Gomera, y en 1673, el Peñón de Alhucemas, frente a al-Mazamma (CRESSIER 1983: 50).

3. ASENTAMIENTOS URBANOS MEDIEVALES DEL RIF. APROXIMACIÓN A SUS ESTRUCTURAS EMERGENTES Y MATERIAL CERÁMICO DE SUPERFICIE: LOS CASOS DE GHASSASA Y TAZOUDA

Como pudimos comprobar con nuestras visitas, el patrón de asentamiento urbano de los dos yacimientos del Rif que aquí se tratan cuenta con una serie de características comunes: Ghassasa y Tazouda (Fig. 2). Así, responden a localizaciones estratégicas, con fortalezas en altura que dominan el territorio, sirviendo este como propia defensa natural —terrenos abruptos, línea de costa, paso de oueds o ríos— y permitiendo un control marítimo. Ello mismo ocurre en el caso de Bādīs, donde su «topographie particulière en a sans doute fait la forteresse dominant toute la vallée et separée de la ville par un abrupt accentué» (CRESSIER 1983: 48), así como el de la fortaleza aislada de Tazouda, también situada en altura y protegida por los fuertes desniveles del terreno además de por sus murallas.

Fig. 2. Mapa con la localización de los asentamientos de Ghassasa y Tazouda en el Rif (Marruecos). (Fuente: Yaiza Hernández).

Por su parte, las murallas son un elemento aún visible en estos enclaves, generalmente construidas en tapial sobre una base de mampostería, como sucede en Bādīs, provista en este caso de una torre, y en al-Mazamma y Ghassasa, si bien en esta última las torres son cuadrangulares, algo que también ocurre en Tazouda. En cualquier caso, habría que remarcar que las murallas de nuestros yacimientos de estudio no encerraban siempre a toda la ciudad por completo, sino que la presencia de arrabales exteriores queda atestiguada en el caso de Ghassasa (CRESSIER 1983: 46-48).

Ahora bien, las características que presentan este tipo de asentamientos urbanos medievales del Magreb Occidental no difieren de las de otras ciudades del Norte de África y de al-Andalus de la misma época, lo mismo que sucede con los materiales cerámicos que aparecen en superficie. Ello mismo puede verse en la serie de elementos constructivos asociados a dichos yacimientos, y es que hay que tener en cuenta que, además de todas estas ciudades portuarias y fortificadas con murallas y torres, tales como Bādīs, Melilla, Ghassasa o al-Mazamma, toda la línea magrebí contaba con una importante red de atalayas, si bien no tan numerosa como la de la costa andalusí, lo que no es ahora objeto de este trabajo.

Con todo, pasamos a continuación a la aproximación, desde el punto de vista arqueológico, de cada uno de los yacimientos, teniendo para ello en cuenta los datos aportados por las fuentes escritas así como los extraídos del análisis de sus estructuras emergentes y material cerámico de superficie.

3.1. Ghassasa

La ciudad de Ghassasa, localizada en la zona occidental del cabo de Tres Forcas, cerca de Melilla, destaca por su posición estratégica en primera línea de mar y a su vez elevada sobre la colina de El-Koulla (Fig. 3), desde donde se aseguraba un eficaz control marítimo y abastecimiento hidráulico al situarse en una especie de delta formado por los oueds Ihrzer Tirhazrin y Hâddouba (SARR 2018: 429).

Fig. 3. Vista de la colina sobre la que se asienta el yacimiento de Ghassasa desde el morabito de Sidi Messaoud. (Fotografía propia).

Aunque su consolidación como ciudad no viene fechándose hasta el siglo XIII, ya al-Bakrī en el siglo XI alude a dicho enclave —al que se refiere como la “colina blanca”— informándonos sobre sus pobladores: «Près de là sont des Matmata, gens de Kebdan, les Mernîça d’El-Kodïat-el-Beyda, “le tertre blanc”, les Ghassaça, habitants du mont Herek et les Beni Ourtedi de Colouê Djara» (AL BAKRĪ 1913 :181). Esta cita no implica que la ciudad existiera ya plenamente en el siglo XI, pero sí el hecho de que el asentamiento contase entonces con un poblamiento beréber: los Marnisa, a pesar de que el topónimo de Ghassasa proceda del grupo tribal de los Ighssassen (las cabezas), tribu Nafza asentada en la zona de los Guelaya (SARR 2018: 431).

Sea como fuere, parece verosímil que la ciudad fuese fortificada por Abū Muḥammad al-Nāṣir, hijo de Ya’qūb al-Manṣūr, en 1204, como otros de los puertos del Rif (CRESSIER 1981: 207), alcanzando a partir de época almohade su mayor desarrollo. Ya en el siglo XIV, llegó incluso a rivalizar con otras grandes ciudades portuarias como al-Mazamma, Badīs, Nakūr o Fez, lo que supondría que buena parte de las actividades comerciales de la región se habrían desplazado a esta, convertida en el principal puerto en el Mediterráneo del sultanato meriní de Fez (GONZÁLEZ ARÉVALO 2018: 382); importancia estratégica y comercial que mantuvo en época moderna, siendo ocupada por los españoles en 1506 (SARR 2018: 433).

En cuanto a los restos arqueológicos de Ghassasa, se ha de mencionar que presentan un precario estado de conservación, una continua exposición a los fenómenos erosivos y que, además, cuentan con una serie de intervenciones previas con efectos visibles sobre el terreno: la ciudad fue parcialmente excavada entre 1939 y 1942 por Rafael Fernández de Castro —intervención que tuvo por objeto descubrir la muralla exterior de la ciudad— y prospectada en los años 70 y en 2002 por el equipo de Patrice Cressier dentro de un programa global de prospecciones entre italianos y marroquíes.

Todas ellas aluden a la gran cantidad de mampuestos, calizas, cerámicas y cantos rodados que cubrían y cubren la práctica totalidad de la superficie del cerro, haciendo notar ya la presencia de dos zonas diferenciadas en el yacimiento, en función de las cuales organizamos actualmente nuestros análisis: la Zona I, que se corresponde con el núcleo más alto del cerro, a modo de reducto fortificado, y la Zona II, una extensión mucho mayor en la que se incluye toda la extensión de las laderas sur y este hasta la muralla exterior (SARR 2018: 432).

Así pues, la Zona I queda conformada por el fuerte crestón de arenisca natural ubicado en la cima del cerro al que se adosan algunas estructuras. A ello se suman la explanada abierta al sur y los numerosos restos de muros de mampostería —estos en mayor proporción— y de diversos aparejos de sillares. Bien es cierto que nos encontramos ante restos que podrían situarse entre los siglos XII y XIV, no pudiendo precisar si estos responden a la política de fortificación desarrollada por los almohades en el Rif o si se trata de una construcción meriní (LAOUKILI 2005: 113).

Mientras, la Zona II es la que, por su parte, presenta una mayor cantidad de estructuras visibles en superficie. De estas, los restos más destacados son, sin duda, los que constituyen la fortificación exterior de la ciudad, ya excavados durante las intervenciones de Fernández de Castro a mediados del siglo pasado, que vienen a constituir una serie de lienzos de muralla torreada construida en tapial en dirección norte y nordeste.

De esta, hemos podido documentar, efectivamente, varias de sus torres cuadrangulares, corroborando sobre el propio yacimiento tanto recorrido como técnica constructiva: una muralla exterior construida en tapial real —si bien también se evidencian restos de mampostería en algunas zonas— con torres cuadrangulares adosadas en dirección norte hasta llegar a la segunda de sus torres, donde se desvía en dirección nordeste hacia la parte más elevada del cerro a modo de coracha, presentando, a nuestro juicio, ciertas similitudes con otras estructuras meriníes del Magreb Occidental, tales como las murallas de Ceuta o de la propia capital, Fez, ambas construidas en tapial y con torres de planta cuadrangular, y coincidiendo, en gran medida, con las reconstrucciones ya publicadas por Fernández de Castro (Fig. 4).

Fig. 4. Reconstrucción ideal de las murallas de Cazaza por M. Bartual (Fuente: Fernández de Castro 1943: 131) sobre la que se incluyen fotografías del estado actual de los restos arqueológicos: Zona I superior, parte de la coracha y una de las torres de la muralla exterior. (Fotografías: Pimalborán).

A grandes rasgos, son estos los restos de estructuras más destacados documentados durante nuestros trabajos de prospección, los cuales permiten hacer una idea del gran potencial arqueológico del yacimiento, acentuado por algunos de niveles de suelo y enlucidos visibles hoy en superficie.

Sin embargo, en cuanto a material cerámico, Ghassasa es el asentamiento prospectado que más información ha reportado. Ya en sus prospecciones por la zona del Rif en los años ochenta, P. Cressier hace notar la presencia de una cerámica abundante en Ghassasa con claros paralelos a los de otros enclaves medievales, como Bādīs, recogiendo una serie de tipologías: cerámica no torneada de tipo rural, cerámica a torno sin vidriar, con acanaladuras o sin ellas y de color beige; cerámica torneada, con vidriado verde o turquesa; estampillada; azul y blanca con decoración floral, etc. (CRESSIER 1981: 140). En la misma línea y sin ningún tipo de referencia cronológica a dichos materiales, más recientemente, M. Laoukili nos habla de una cerámica muy abundante, distinguiendo la producción de lujo de la común: «jarras sin tratamiento de superficie, bordes y fondos, superficie vitrificada en verde, cerámica lisa con engobe marrón, cerámica fina con esmalte marrón, fragmentos (…) en azul sobre fondo blanco, tapaderas, asas y elementos de prensión» (LAOUKILI 2005: 113).

Bien es cierto que muchos de los materiales cerámicos constatados en nuestra prospección coindicen con algunas de las tipologías aludidas, correspondiéndose la mayoría de ellos con modelos de época meriní del siglo XIV en adelante, de los cuales hemos podido rastrear paralelos tanto en otros lugares del Magreb como de al-Andalus, aquí también con piezas nazaríes. Sin embargo, es asimismo importante la proporción documentada de cerámica no torneada de tipo local beréber (Fig. 5), característica por el engobe marrón-rojizo que cubre su superficie con marcas de espatulado/alisado en sentido horizontal, más relacionada con producciones a mano de los siglos IX-X como las halladas en Nakūr (ACIÉN ALMANSA et al. 1998: 45-69) o en Melilla (SALADO ESCAÑO et al. 2004: 90-91), de las cuales aún perviven ciertas reminiscencias en las cerámicas que continúan produciéndose y vendiéndose en la zona del Rif.

Fig. 5. Cerámicas realizadas a mano de tipo local beréber y engobadas en su superficie. (Fotografías: Yaiza Hernández).

Así pues, podemos en cierto modo afirmar que con el conjunto cerámico de Ghassasa sucede algo similar a lo que ocurre en los niveles islámicos de Volúbilis (Fez): una perduración de las formas cerámicas entre la época antigua y los principios de la islamización, viendo cómo algunas de las cerámicas beréberes actuales reflejan esa continuidad relativa (AMORÓS RUIZ y FILI 2011: 40), a lo que se ha de sumar la existencia perfectamente documentada de un contexto de superficie mayoritariamente meriní (Fig. 6) —cazuelas de borde en ala, ataifores de pie quebrado, candiles de pie alto, etc.— y vinculado a un comercio con el Reino Nazarí.

Fig. 6. Dos ataifores (un repié de gran desarrollo y un perfil quebrado), dos de los fragmentos de cazuelas de borde en ala y dos fustes de candiles de pie alto documentados en la superficie de Ghassasa. (Dibujos: Yaiza Hernández).

En efecto, distinguimos diferentes técnicas de fabricación. En primer lugar, la cerámica modelada a mano o con ayuda de la torneta, que se presenta en una proporción mucho menor aunque importante, y, en segundo, la cerámica realizada a torno, mayoritaria, al igual que vuelve a suceder en el caso de Volúbilis (AMORÓS RUIZ y FILI 2011: 40), teniendo en cuenta que, mientras la primera aparece asociada a piezas de cerámica culinaria y procesamiento de alimentos —cazuelas, marmitas, anafres, lebrillos—, la segunda, la cerámica torneada, suele asociarse a piezas destinadas a la conservación, transporte y presentación de alimentos —jarras, jarritas, ataifores, jofainas, etc—.

Con todo ello, documentamos, en líneas muy generales, un contexto más variado tipológica que cronológicamente al tratarse en su mayoría de cerámica meriní y bajomedieval, encontrando representadas la mayoría de las categorías cerámicas establecidas para el ámbito medieval: cerámica de cocina y procesamiento de alimentos, de servicio de mesa y presentación de alimentos, de almacenaje y transporte, contenedores de fuego (anafres y candiles) y usos múltiples.

Dichos datos, teniendo en cuenta que han sido extraídos de una muestra selectiva del material cerámico de superficie de todo el yacimiento—, hacen referencia a un contexto sobre todo doméstico al abundar piezas de cocina y de mesa, así como contenedores de fuego que podrían aproximarnos al gran número de población que un día habitó la ciudad de Ghassasa.

3.2. Tazouda

El yacimiento de Tazouda (Fig. 7), también situado en el cabo de Tres Forcas, presenta una topografía similar al encontrarse elevado sobre el monte Gurugú en contacto visual con el mar, si bien más al interior, y con Ghassasa y Melilla. Su concepción primitiva lo convierte en un espolón en altura cerrado al este por una muralla rectilínea y al resto de frentes por un terreno abrupto y rocoso reforzado en sus zonas más vulnerables.

Fig. 7. Vista del Monte Gurugú sobre el que se asienta el yacimiento de Tazouda. (Fotografía: Yaiza Hernández).

A pesar de que P. Cressier considere Tazouda como una fundación meriní tomando a Ibn Jaldūn como la primera fuente conocida que lo cita (CRESSIER 1981: 179), son varias fuentes las que aluden a este emplazamiento con anterioridad al siglo XIV, aunque con una toponimia diferente, y es que el enclave de Tazouda vendría a corresponderse con el topónimo de Qalʿat Ŷāra (la fortaleza de Garet) hasta el siglo XIII, cuando este pasa a ser sustituido por el de Tazouda, “el plato” en rifeño, en clara alusión a su orografía ya descrita (SARR 2018: 426).

De dichas fuentes destaca al-Bakrī, quien se refiere a Tazouda en el siglo XI como «Colouê Djara “les châteaux de Garet?” […] place forte qui occupe le sommet d´une montagne et qui est absolument imprenable» (AL-BAKRĪ 1913: 178) y más adelante como «Colouê Djara, ville très peupleé (…) et qui est situeé sur une montagne, auprès d´un lac salé» (AL-BAKRĪ 1913: 290). Podemos extraer una serie de datos prestando atención a estas breves referencias: en primer lugar, la ubicación en altura del asentamiento y su gran potencial defensivo y, en segundo, su punto cercano de abastecimiento hidráulico, todo ello coincidiendo con las características que aún se aprecian en la actualidad.

También en el siglo XI, el historiador Ibn Ḥayyān, en su Al-Muqtabis V alude a la construcción del «castillo de Ŷāra» por parte de «an-Nāṣir» (IBN ḤAYYĀN 1981: 289-291), el cual hace referencia, seguramente, a la fortaleza de Tazouda, pudiendo establecerla, así, como «una fundación califal, realizada por mandato de ʿAbd al-Raḥmān III en el curso del siglo X con el fin de controlar un punto estratégico frente a los Banū Ṣāliḥ» (SARR 2018: 426).

Según A. Ghirelli, este castillo ya existiría en el siglo IX, perteneciendo a los Beni Urtedi, beréberes que ocupaban la región, y fue entregado como sumisión al general de los Banū Ṣāliḥ de Nakūr hacia el año 889. Sin embargo, hacia el año 1067, pasó a manos de los idrisíes, cuya dominación sobre la región de Tazuda duró poco tiempo, ya que «en el año año 1081 de J.C. el almoravita lusef ibn Taxefin ocupó Guercil, Melilla y el Rif, destruyendo definitivamente la ciudad de Necor (…), y, aunque los textos no lo especifiquen, también el castillo llamado Colué Yara…» (GHIRELLI 1930: 112).

Es en época meriní cuando Tazouda se convierte en centro estratégico contra los rebeldes Wāṭṭāsíes y cuando Ibn Jaldūn lo menciona como uno de los castillos más inexpugnables del Magreb, relacionándolo con la «Batalla de las Hojas» entre almohades y meriníes. No obstante, tras haber quedado en manos de los Wāṭṭāsíes en 1293 durante un breve período de tiempo, el emir meriní Abū Yaʿqūb la reocupó y destruyó para impedir que se asentaran de nuevo los rebeldes (SARR 2018: 427).

Ya en el siglo XVI, tanto León el Africano como Luis del Mármol Carvajal nos informan sobre cómo un capitán del sultán de Fez, de origen granadino, solicitó permiso para su reconstrucción con el fin de contrarrestar la toma de Ghassasa por los cristianos españoles en 1506 (EL AFRICANO 1999: 181-182 y DEL MÁRMOL CARVAJAL 1537: 157-158), adentrándonos pues en un yacimiento complejo desde el punto de vista cronológico en cuanto a diferentes ocupaciones, destrucciones y reedificaciones desde época califal hasta ya entrado el siglo XVI.

Desde el punto de vista arqueológico, hemos de establecer Tazouda como un asentamiento fortificado en altura —unos 650 metros— tanto por su emplazamiento sobre un terreno abrupto y rocoso que actúa como defensa natural como por la construcción de sólidas murallas en sus zonas más vulnerables. Dichos restos responden, en su mayoría, a estructuras murarias construidas en mampostería extraída del entorno cercano y unida con un mortero blancuzco, a veces ausente, entre las que no se aprecian restos de ladrillo ni tejas (CRESSIER 1981: 183).

En cuanto a su disposición en conjunto, esta destaca por su planta triangular (Fig. 8), en parte por adaptarse al terreno estratégico en que se sitúa, cerrada en su extremo este por una muralla rectilínea cuyos restos se encuentran notablemente desvirtuados —en realidad, constituyen un túmulo de mampuestos y vegetación— debido a los derrumbes y a la apertura del camino que hoy separa el yacimiento en dos mitades, para lo cual se derribó un fragmento del paño. A pesar de ello, pudimos documentar en el recorrido de la muralla E cuatro torres de planta cuadrangular —similares a las de Ghassasa pero, en este caso, sin estar construidas en tapial, sino a base de mampuestos—, formando parte una de ellas de un posible un acceso en recodo (Fig. 9).

Fig. 8. Vista aérea de la fortaleza de Tazouda, con indicación de su planta triangular. (Fuente: GoogleEarth).

Fig. 9. Muralla Este de Tazouda hacia el N, apreciándose una de sus torres. (Fotografía: Pimalborán).

Dicha configuración nos ha llevado, pues, a pensar en construcciones como la fortaleza omeya de Calatrava la Vieja (Ciudad Real), reconstruida por el emir Muḥammad I en 854, con la cual podemos establecer una serie de paralelos tales como su planimetría triangular adaptándose al terreno y cerrada por una muralla con torres cuadrangulares, así como el posible acceso en recodo, similar también al que encontramos en el Castillo de Gormaz, también omeya y con torres cuadrangulares.

Por su parte, los restos intramuros de Tazouda responden a paramentos de mampostería, más o menos regular y de tamaño mediano, que discurren en línea recta, creando habitualmente estancias cuadrangulares y rectangulares de difícil interpretación y adscripción cronológica, si bien, en ocasiones, no constituyen más que montículos de piedras aislados dispuestos a ambos lados del camino moderno que cruza el espolón.

Mientras, en relación con el material cerámico de superficie, se ha de destacar que «la cerámique non tournée à engobe de type berbère encoré utilisée actuellement est assez bien représentée» (CRESSIER 1981: 184). Así, son mayoría los fragmentos encontrados de estas piezas de tipo local beréber (Fig. 10), pastas groseras y paredes recubiertas con engobe marrón-rojizo como las documentadas en Ghassasa, de nuevo vinculadas a formas de cerámica común como lebrillos y cazuelas de gran diámetro que, además, presentan las mismas marcas en superficie de espatulado o alisado horizontal.

Fig. 10. Cerámicas de tipo local beréber como las documentadas en Ghassasa. (Fotografía: Yaiza Hernández).

Bien es cierto que la producción cerámica dominante en la superficie de Tazouda es esta realizada a mano de tipo local beréber, engobada y con piezas de gran tamaño vinculadas a la cocina y a usos múltiples. Esta elevada presencia de cerámicas de tipo beréber realizadas a mano habría de vincularse con los primeros siglos de ocupación medieval de Tazouda —más bien Qalʿat Ŷāra— en época de ʿAbd al-Raḥmān III.

Sin embargo, también se documentan en una proporción menor cerámicas realizadas a torno más vinculadas, en principio, con piezas de almacenaje y servicio de mesa. Ejemplo de ello son un fragmento de base de ataifor (Fig. 11) cuyas características remiten a modelos de tradición almohade de los siglos XIII-XIV hallados tanto en yacimientos de al-Andalus —Castril de la Peña, en Granada (CASTRIL BURGUEÑO 2002: 97 y 118)— como del Rif —como pudimos comprobar en el yacimiento de Targha— y un fragmento de tinaja decorado en azul y blanco que nos lleva a pensar en la cerámica nazarí en azul y blanco, e incluso en la loza en azul y dorado tan ligada a la misma dinastía cuya producción se traslada de Granada a Valencia en la segunda mitad del siglo XIV, siendo ello muestra, asimismo, de los continuos intercambios comerciales existentes entre ambas orillas.

Fig. 11. A la izquierda, fragmento de ataifor de Tazouda y, a la derecha, fragmento de ataifor hallado en superficie en el yacimiento de Targha. (Fotografías y dibujos: Yaiza Hernández).

4. CONCLUSIONES

A modo de reflexión final de carácter general, en este artículo hemos podido dar cuenta del abundante número de asentamientos medievales en la zona costera del Magreb Occidental —en particular, del Rif— que presentan una tipología defensiva similar, centrándonos en el análisis de Ghassasa y Tazouda: posiciones estratégicas en altura y con control marítimo, con abruptos terrenos que, a su vez, actúan como defensa natural, complementándose con importantes murallas y estructuras defensivas que, en ocasiones, sirven también para conducir el agua de los cursos fluviales cercanos a las zonas más altas e inaccesibles, como ocurre en el caso de la coracha de Ghassasa.

Estos yacimientos magrebíes cuentan, además, con algo en común: la falta de estudios histórico-arqueológicos en profundidad de sus restos conservados en línea con las menciones que de ellos recogen las fuentes escritas, a los cuales hemos tratado de aproximarnos con el fin de ir esbozando unas primeras hipótesis sobre las que continuar estudiando. De hecho, no han sido pocos los datos que hemos podido ir encajando entre la revisión de las fuentes más destacadas y la aproximación al estudio de sus estructuras emergentes y material cerámico de superficie, pudiendo establecer una breve evolución histórica del Rif en época medieval desde los primeros siglos de la expansión islámica hasta época meriní.

Así, podríamos establecer el surgimiento del emirato de los Banū Ṣāliḥ de Nakūr a principios del siglo VIII como el elemento dinamizador del urbanismo islámico en torno a la zona del Rif, momento a partir del cual las relaciones comerciales con otros puntos del Mediterráneo se acentuaron, más si tenemos en cuenta las buenas relaciones que, en un principio, entabló con los omeyas de al-Andalus, creando un marco de intercambios e interrelaciones de gran magnitud. Es así como nacen el puerto de al-Mazamma, por ejemplo, o la ciudad portuaria de Bādīs, que desde los primeros siglos medievales aparecen en numerosas ocasiones citados en las fuentes.

Pronto, con la instauración del Califato cordobés, será ʿAbd al-Raḥmān III quien materialice los nuevos intereses políticos del poder sobre el control del Magreb Occidental, el cual interesaba por su posición estratégica para frenar el avance de los fatimíes y para tratar de acceder al control de las rutas de oro y esclavos de Oriente. Fue así cómo se tomaron las ciudades de Ceuta y Melilla, contando ambas, pues, con un pasado remoto —aunque breve— andalusí, y también cómo se fundaron enclaves como el de Tazouda, una fortaleza perpetrada desde el poder omeya con el fin, también, de imponerse al emirato ṣāliḥí de Nakūr.

Fue posteriormente, en época almohade, cuando se procedió en el Rif a la fortificación sistemática de sus puertos, como ocurrió en los casos de Ghassasa, refortificada en 1204, y de Bādīs, cuya fortaleza más inexpugnable se corresponde con el momento de la ocupación almohade, en 1162. Más adelante, los meriníes no descuidaron el control de esta zona, pasando también a ocupar enclaves como el de Tazouda, desde donde proyectaron la derrota de los almohades o el de Ghassasa, en el cual hoy perviven restos destacados de sus murallas, en clara relación con las de otras ciudades de la misma época como Ceuta o Fez, la capital, siendo precisamente esta estructura la que mayor cantidad de datos cronológicos nos ha permitido extraer.

Esta breve evolución histórica del Rif medieval también puede extraerse del estudio cerámico de superficie de los que, entonces, estuvieron entre los enclaves costeros más destacados del Magreb Occidental, como hemos visto con nuestros tres yacimientos, encontrando piezas atribuibles desde los siglos IX-X hasta los primeros siglos modernos cuando españoles y portugueses, tras la caída del sultanato de Granada, se lanzaron a la conquista del norte de África, a lo que se debió, por ejemplo, la toma del Peñón de Vélez de la Gomera a principios del siglo XVI, suponiendo el fin de la dominación islámica en la ciudad de Bādīs.

Ahora bien, a la cerámica medieval del Magreb Occidental, como hemos podido comprobar, se le han dedicado escasos estudios profundos y de rigor científico, lo que se traduce en una falta de tipologías y de evolución cronológica a excepción de lo que ocurre para el período meriní, donde pueden reconocerse con mayor facilidad los modelos y formas cerámicas y sus paralelos con los ejemplares nazaríes de al-Andalus. Sin embargo, nosotros hemos podido recoger algunas de las tipologías más relevantes que aparecen en superficie en nuestros yacimientos, encontrándonos con esas producciones locales a mano tan propias del ámbito norteafricano que no aparecen, en cambio, en al-Andalus, y, por otro lado, con piezas como las cazuelas de borde en ala o los ataifores de borde quebrado que nos hablan de un contexto cerámico común al del poder nazarí y meriní.

Con todo ello, resultan necesarios más estudios que se dediquen a la investigación del Magreb medieval y, en concreto, a la zona del Rif, pudiendo avanzar en el conocimiento histórico de un territorio que no debería pasar tan desapercibido como lo hace, desafortunadamente, en la actualidad. De hecho, vemos que esto ocurre de manera más acentuada con anterioridad al siglo XII —ya aludimos a que el período meriní está bastante mejor conocido, en relación además con el reino nazarí—, dando como resultado un altomedievo enormemente desconocido al que sólo se puede acceder, de momento, desde las noticias que reportan las fuentes escritas; cuestión que podría revertirse si, algún día, se realizasen intervenciones arqueológicas de carácter científico que divulgasen sus resultados antes de que el avance masivo de las construcciones en la costa marroquí y los constantes expolios acaben por destruir irreversiblemente estos enclaves fundamentales para la Historia.

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* Universidad de Granada yaizaher@correo.ugr.es