URBS IN RURE: NUEVOS DATOS SOBRE EL POBLAMIENTO ROMANO EN EL PIEDEMONTE DE SIERRA MORENA ORIENTAL. CARTA ARQUEOLÓGICA DEL TÉRMINO MUNICIPAL DE BAILÉN (JAÉN)

NEW INFORMATION ABOUT THE ROMAN SETTLEMENT PATTERN ON THE FOOTHILL OF EASTERN SIERRA MORENA. ARCHAEOLOGICAL MAP OF THE MUNICIPAL TERM OF BAILÉN (JAÉN)

Juan José LÓPEZ MARTÍNEZ*

Resumen

La realización de la Carta Arqueológica del término municipal de Bailén ofrece nuevos datos sobre el poblamiento romano en el piedemonte de Sierra Morena oriental. Se presenta un análisis diacrónico y espacial de las poblaciones que habitaron esta región, haciendo hincapié en los asentamientos documentados en dicha localidad. El estudio de estos vestigios, en conjunción con otra serie de fuentes históricas, ha permitido articular un discurso con el cual sugerir una serie de valoraciones generales y preliminares sobre cómo pudo desarrollarse este entramado habitacional vinculado a grandes núcleos regionales, tales como Castulo, Iliturgi, Isturgi o Cantigi.

Palabras Clave

Bailén, Organización territorial, Poblamiento rural romano, Sierra Morena oriental, Villae.

Abstract

The building of the Archaeological map Municipal Territory of Bailén offers new information about the Roman settlement pattern in the foothill of eastern Sierra Morena. A diachronic and spatial analysis of Roman culture that inhabited this region is presented, emphasizing in the sites documented. The study of these vestiges, together with several historical sources, have allowed us to articulate a discourse that lead to suggest a general and preliminary analysis of a settlement pattern linked to large regional centers, such as Castulo, Iliturgi, Isturgi or Cantigi.

Key Words

Bailén, Eastern Sierra Morena, Roman rural settlement Territorial organization, Villae

INTRODUCCIÓN

Los datos y reflexiones objeto del presente artículo parten, a modo de síntesis, de los resultados incluidos en el Trabajo de Fin de Máster titulado Paisaje y territorio en el Piedemonte de Sierra Morena oriental: Patrones de poblamiento romano en la Depresión Linares-Bailén. Un estudio tutorizado por el Dr. Luis Arboledas Martínez, cuyo objetivo está basado en plantear una serie hipótesis sobre los patrones de ocupación y explotación del piedemonte de Sierra Morena oriental en época romana, mostrando especial atención en aquellas poblaciones documentadas durante la elaboración de la Carta Arqueológica del Término Municipal de Bailén.

Dicho documento nace del convenio de colaboración firmado entre la Universidad de Granada y el Excmo. Ayuntamiento de Bailén, rubricado el pasado año 2016. Se inserta, además, dentro del Plan General de Investigación de la Junta de Andalucía “La minería romana en Sierra Morena oriental: formas de estructuración de un territorio a partir de la producción, consumo y distribución de metales”, que también dirige el Dr. Luis Arboledas Martínez. Proyecto, cuya primera fase ha consistido en la prospección superficial de los límites del municipio bailenense. Al inicio de la campaña se conocían solo quince asentamientos, como recoge el IAPH. Actualmente, se han constatado un total de 181 1 nuevos puntos de interés arqueológico, pertenecientes a diferentes horizontes culturales, cuyo génesis se remonta al paleolítico medio.

La fuerte antropización del paisaje, la orografía y la fragmentación en propiedades privadas, cercadas en algunos casos, ha impedido la prospección sistemática y extensiva de todo el territorio, optando por llevar a cabo en muchas ocasiones un trabajo selectivo y orientado. Debido a la extensión de la localidad, aproximadamente 117 km², se ha subdividido el área de trabajo en ocho sectores, cuyos límites corresponderían con delimitaciones naturales, ya fuesen hidrográficas, como los río Rumblar o Guadiel, así como otras artificiales, tipo camino, vía o carretera.

El trabajo ha sido efectuado en una zona que, en términos geomorfológicos, podría denominarse de frontera natural. Alberga entre sus límites diferentes formas paisajísticas -la cuenca del río Rumblar, la vega del río Guadalquivir y la depresión Linares-Bailén-, lo que posibilita contrastar los patrones de poblamiento observados en dichos lugares. Se trata, igualmente, de una región de notable interés estratégico, pues de ella parten numerosos corredores que han conectado tradicionalmente a las comunidades humanas del mediodía peninsular con las procedentes de la meseta castellana (CONTRERAS CORTÉS et al. 2000: 30) (Fig. 1).

Fig. 1. Área aproximada de estudio

Desde una perspectiva histórica, el territorio que compone nuestro análisis puede presentar algunos problemas que, en función de los objetivos marcados en este estudio, no lo sean tanto. Una de las cuestiones más destacadas guarda relación con los límites de nuestra unidad de análisis -sin tener presente, por motivos obvios, su casco urbano-, que, pese a la insistencia de numerosas fuentes locales, no coincide con ninguna entidad territorial romana (Cotinae, Ardao, Beturia, etc.). Aunque no debemos descartar la existencia de entidades supra-aldeanas (vicus) en torno a La Toscana (J-B-95) o El Remolinillo (J-B-142). Más bien, debe insertarse en la órbita territorial de Castulo, Isturgi, Iliturgi o incluso Cantigi, aunque esta última presenta mayores conflictos a la hora de su estudio.

A pesar del enorme potencial del lugar, el conocimiento que se tiene del mismo ha sido bastante escaso y se reduce principalmente a los trabajos de prospección realizados por el Proyecto Peñalosa (CONTRERAS CORTÉS et al. 1987, 1993, 2000; NOCETE CALVO et al. 1987; LIZCANO PRESTEL et al. 1990, 1992; PÉREZ BAREAS et al. 1992a; 1992b). No obstante, en los últimos años están proliferando intervenciones e investigaciones que, poco a poco, están ayudando a dar luz a las formas de estructuración de esta región (CASADO MILLÁN 2001; GONZÁLEZ GALLERO et al. 2010; ARBOLEDAS MARTÍNEZ 2007, 2010; ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al. 2012, 2014; PADILLA FERNÁNDEZ 2010; PADILLA FERNÁNDEZ et al. 2011, 2017).

CRITERIOS DE CATEGORIZACIÓN TEMPORAL Y TIPOLÓGICA DE LOS YACIMIENTOS ROMANOS DE BAILÉN

La distribución territorial tras la conquista romana fue un fenómeno realmente enrevesado. Sometido a multitud de factores y condicionantes de diversa índole, desde geográficos hasta políticos, pasando por otros de tipo social, cultural, religioso, etc. Esta nueva coyuntura política distorsionó la realidad indígena, con la introducción paulatina de un nuevo modelo de dominio a través de la romanización, que acabó con la asimilación por parte de los sustratos locales de la idiosincrasia propia del mundo latino.

Antes de profundizar en afirmaciones, es preciso advertir que se trata de un estudio de carácter preliminar, por lo que conviene ser cauto a la hora de formular teorías o establecer patrones. Más aún si se tiene en cuenta que estos datos provienen de una prospección superficial, pudiendo derivar en muchos casos en errores de adscripción tipológica. Dificultades que se acentúan aún más en el estudio del mundo rural romano, el cual ha estado historiográficamente acaparado por el fenómeno villa (FERNÁNDEZ OCHOA et al. 2014: 112). No obstante, en las últimas décadas vienen efectuándose estudios que buscan superar la visión tradicional del ager romano, revelando la diversificada cantidad de formas de ocupación distribuidas a lo largo y ancho del paisaje (ROSELLÓ VERGER 1974; CURCHIN 1985; MARTÍNEZ GÁZQUEZ 2008, etc.).

Gracias a la recogida de material en superficie, hemos establecido la siguiente categorización habitacional:

Villae: espacios de tamaño superior a 1 ha., cuya característica principal es la abundante presencia de “vajilla fina”, “cerámicas comunes”, materiales de construcción, así como elementos asociados a labores agropecuarias (molinos, escorias procedentes de hornos, pesas de telar, etc.).

• Pequeños asentamientos rurales: entidades que no solían tener proporciones superiores a 1 ha. y que, por lo general, se emplazaban muy próximas a las villae. La profusión de “cerámicas comunes” contrasta con la escasez de Terra Sigillata.

• Centros asociados a las labores minero-metalúrgica: zonas insertas en el distrito minero o sus proximidades, cuyas particularidades morfológicas y organizativas difieren del entramado rural.

• Otros: lugares de extensión variable y que presentan materiales particulares. Nos referimos a necrópolis, centros de extracción de materias primas, un posible asentamiento militar, entre otros.

Conviene aclarar que dichas formas de ordenación no pueden aplicarse de manera homogénea a las diferentes etapas de ocupación romana, sino más bien corresponden al Alto Imperio. Por ejemplo, una villa fundada en la segunda mitad del siglo I d.C. es totalmente diferente a la que se sitúa en un contexto del siglo IV d.C., no solo en la forma organizativa, sino también en su forma de interrelacionar con el paisaje.

La delimitación temporal de los yacimientos ha sido establecida a partir del hallazgo de cerámicas propias de distintos periodos cronoculturales. Sin embargo, no debemos obviar factores que superan lo material, como las perduraciones en las vajillas o la resistencia de lo endógeno frente a lo exógeno (PADILLA FERNÁNDEZ 2017). Para el periodo republicano hemos tomado como referencia producciones importadas, principalmente barnices negros itálicos, prolongados entre los siglos III a.C. – I a.C. (ADROHER AUROUX y LÓPEZ MARCOS 1996: 12). En relación directa, un nutrido grupo de tipologías locales, como las cerámicas grises bruñidas republicanas isturgitanas, surgidas a imitación de las anteriores (RUIZ MONTES y PEINADO PEÑA 2012). Igual de relevantes son las producciones anfóricas, catalizadas por las Dressel 1 y sus diferentes subtipos (ROBERTO DE ALMEIDA et al. 2012), así como otras remesas importadas, del tipo grecoitálico (PY 1993). No obstante, las cerámicas indígenas pintadas acaparan el grueso del registro arqueológico. La proliferación del Kalathos es un indicador excepcional a la hora de contextualizar, ya que, aunque su presencia está activa en contextos de finales del siglo III a.C., no sería hasta la siguiente centuria cuando se estandariza (BONET ROSADO y MATA PARREÑO 2008: 156).

Entre finales del siglo I a.C. y comienzos del I d.C., aparecen las producciones más precoces de Terra Sigillata Itálica, Terra Sigillata Sudgálica y paredes finas, periodo que coincide con su aparición en nuestra área de estudio (PÉREZ BAREAS et al. 1992a: 93). El vasto estudio del complejo alfarero de Isturgi nos permite trazar una secuencia cronológica bastante rigurosa para el periodo comprendido entre el principado de Claudio y mediados del siglo II d.C. (FERNÁNDEZ GARCÍA y ROCA ROUMENS 2008: 311-312). Aunque sin obviar las cerámicas comunes y de cocina -especialmente para los pequeños asentamientos-, la Terra Sigillata Hispánica se erige como el principal delimitador cronológico. No podemos olvidarnos de materiales anfóricos, principalmente en las formas Dressel 20 y Beltrán IIB, que sirven de apoyo para establecer cronologías más precisas.

Para el siglo II d.C., los datos más rigurosos se hallan en las formas de Terra Sigillata Hispánica elaboradas por la tercera generación de alfareros isturgitanos (FERNÁNDEZ GARCÍA y ROCA ROUMENS 2008: 312). Por otro lado, comienzan a ser muy abundantes las importaciones de Terra Sigillata Africana, esencialmente el denominado subtipo “A” (Hayes 3/Lamboglia 4/36, Hayes 6/Lamboglia 23, Hayes 8/Lamboglia 1 Hayes 9/Lamboglia 2A, etc.) y cerámicas de cocina africana (Ostia 1270, Lamboglia 10B). En la siguiente centuria, aunque el flujo comercial se contrae, las remesas africanas afianzan su hegemonía productiva. En primera instancia, la denominada producción “C” (Hayes 50/Lamboglia 40, Hayes 52/Lamboglia 35, Hayes 83, etc.), cuyo desarrollo se prolonga entre los siglos III y IV d.C. Desde este último siglo hasta el VII d.C. aproximadamente, destacamos la presencia de la denominada TSA “D” (Hayes 58/Lamboglia52, Hayes 59/Lamboglia 51, Hayes 61/ Lamboglia 54, entre otras), que junto a la Terra Sigillata Hispánica Tardía Meridional (formas Orfila 1, 2 y 9, etc.) monopolizan el registro arqueológico.

Por otro lado, hemos optado por realizar una división cronológica que no atiende a la tripartita periodización tradicional -República, Alto Imperio y Bajo Imperio-, sino que, hemos atendido a la evolución espacial del territorio, de igual forma que hiciese en su momento el Proyecto Peñalosa (LIZCANO PRESTEL et al. 1990, 1992; PÉREZ BAREAS et al. 1992a, 1992b). Por lo que hemos preferido distinguir los periodos que se muestran a continuación.

EVOLUCIÓN DIACRÓNICA DEL POBLAMIENTO RURAL

Época Ibero-tardía y republicana (Ca ss. III - I a.C.)

Contamos en este periodo con un total de catorce enclaves, de los cuales siete serían fundados ex novo. (J-B-03, J-B-05, J-B-09, J-B-55, J-B-66, J-B-145 y J-B-150) 2. Solo tres (J-B-63, J-B-129 y J-B-135) de los veinticinco núcleos preexistentes en época ibérica sobreviven. Ligados a estos, en el contexto de las explotaciones mineras de Sierra Morena, se erigirían tres yacimientos (J-B-13, J-B-18 y J-B-72) vinculados a la extracción del mineral y la producción de metal. Por último, reseñar la existencia de un posible asentamiento militar (J-B-115), que pudo ser establecido en el contexto de la II Guerra Púnica y reutilizado una vez finalizada la contienda como elemento coercitivo contra las poblaciones locales (Fig. 2).

Fig. 2. Poblamiento romano en época republicana

Resulta complicado trazar una evolución diacrónica en esta época. La cultura material manifiesta lagunas que en muchas ocasiones impide su correcto estudio. Si encontramos desde el siglo II a.C. centros destinados a tareas minero-metalúrgicas. Tanto El Tentadero (J-B-13) como Cerro de los Atalayones (J-B-18) muestran producciones insertas en esta centuria. Subrayamos la presencia de un pie de barniz negro itálico (PADILLA FERNÁNDEZ et al. 2017) o ánforas del tipo Dressel 1, halladas también en otros focos mineros como La Loba (Fuente Obejuna) (BENQUET Y OLMER 2002: 323) o Finca Petén (Mazarrón) (BELLÓN AGUILERA 2009: 170). Además, la documentación de cerámicas iberopúnicas (Pellicer D) en el Cerro de los Atalayones podría ser una prueba de la explotación ininterrumpida de esta mina desde el siglo III a.C.

Estamos ante entidades que surgen al socaire del desarrollo de las explotaciones metalíferas en Sierra Morena. En un entorno abrupto y de grandes pendientes, el Cerro de Atalayones (J-B-18) se dispone como un poblado asociado a una rafa minera (J-B-72). Enlazando con los materiales referidos más arriba, en superficie se pueden identificar zócalos de estructuras de sillares y zonas de roca recortada. Dichos indicios, a los que habría que añadir el condicionante espacial -desde donde se controlan los asentamientos y minas en torno al curso alto y medio del río Guadiel- sugieren que este lugar pudo estar fortificado. Se trataría de un yacimiento de características muy similares a los definidos como poblados minero-metalúrgicos (ARBOLEDAS MARTÍNEZ 2010) o castilletes (GUTIÉRREZ SOLER et al. 2000).

Rio abajo, encontramos otro emplazamiento fortificado, El Tentadero (J-B-13), dedicado al control territorial y al tráfico de las materias primas procedentes de las minas. Se insertaría dentro de la política territorial romana, basada en la creación de fortines a lo largo de los ríos Jándula (PÉREZ BAREAS et al. 1992b) y Rumblar (LIZCANO PRESTEL et al. 1990; ARBOLEDAS MARTÍNEZ et al. 2012). De esta manera, cobra fuerza la idea de que Roma pretendió desplegar precozmente un férreo control sobre los ejes de comunicación y de gestión de recursos, construyendo instalaciones defensivas en puntos estratégicos.

La primera mitad del siglo II a.C. en el alto Guadalquivir estuvo marcada por las constantes revueltas y levantamientos indígenas, brutalmente sofocadas por Roma (Tito Livio, Ab. Ur. Con., XXXIII, 21). En este contexto encontramos un emplazamiento que pudo cumplir las funciones de campamento estacional (J-B-115). Espacialmente, se asentaría sobre un cerro amesetado de 21 has. de extensión –300 m.s.n.m.-, en un meandro de la margen derecha del Guadiel. Su situación, abierta hacia el valle de dicho río, posibilitaría la defensa en caso de posibles ataques. Por último, habría que añadir la escasa distancia con Castulo (9,5 kilómetros) y su proximidad con el Camino de Garrán, donde se aglutinan el grueso de yacimientos ibéricos (J-B-63, J-B-117, J-B-128, J-B-129, J-B-135, J-B-137, J-B-138). Según Villar Lijarcio (2017: 31), sería el sendero primigenio de la actual Cañada Baeza, que pudo ser un tramo de la vía Castulo-Oreto, como sugirió Corchado Soriano (1963: 16-17).

Se han documentado materiales fechables entre los siglos III a.C. y II a.C., como dos barnices negros itálicos –coincidentes con los subtipos A y B (ADROHER AUROUX y LÓPEZ MARCOS 1996)-. A lo que hay que añadir producciones anfóricas importadas, como un borde de ánfora grecoitálica, similar a las del campamento contemporáneo de La Palma (L’Aldea, Baix Ebre) (NOGUERA GUILLÉN 2008: 35). Asimismo, en superficie se pudieron registrar útiles propios de un ambiente castrense. Entre ellos, una tachuela, como las referenciadas por Rodríguez Morales et al. (2012: 152), munición de diverso tamaño, dos sagittae, un proyectil de catapulta, afín a reseñadas por Quesada Sanz (2008: 16) en Urso (Osuna), una moneda indígena indeterminada, plomo, etc. (Lám. 1).

Por otro lado, más conflictivo resulta establecer una evolución de los núcleos de nueva planta. Si podemos señalar la pronta ocupación de El Camping del Villar (J-B-55), gracias a la documentación de varios fragmentos de Kalathoi. Pero, sobre todo, a la existencia de una pequeña pieza incluida en el repertorio del “Circulo de la Campaniense B”, que permite aportar una fecha post quem hacia mediados del siglo II a.C. El resto de las entidades para este periodo presentaría una producción totalmente local, lo que supone un problema a la hora de datar con exactitud. No obstante, encontramos en lugares como, Hacienda Albares (J-B-66) o El Remolinillo II (J-B-145) cerámicas que combinan formas indígenas con otras que imitan remesas importadas, propias del siglo I a.C.

Lám. 1. Los Lentiscares V (J-B-115): Virote de catapulta; (2) Tachuela; (3) Dos sagittae.

Desde un punto de vista físico, estos yacimientos se hallarían distribuidos en la zona central y septentrional del término municipal. Como característica general, se ubicarían en destacadas lomas, donde controlarían vastas porciones territoriales. No sería de extrañar que, por su cercanía con diversos poblados mineros, asentamientos como La Boquituerta (J-B-03), Casa de Don ángel (J-B-05), El Camping del Villar (J-B-55) o Hacienda de Albares (J-B-66) pudieran cumplir la función de abastecer a determinados enclaves del distrito minero.

Alto Imperio: De la dinastía Julio-Claudia a la Flavia (Ca. ss. I a.C. – I d.C.)

Es en torno al cambio de era cuando se vislumbran los primeros síntomas de la gran reestructuración territorial que culminaría en época flavia. Un tipo de reorganización basado en la sustitución de núcleos en altura por aquellos situados en llano y la consiguiente colonización de todo el entorno circundante.

A finales del siglo I a.C. aparecerán las primeras producciones del tipo TSI, TSG, y formas de paredes finas en Suroeste de Cerro Garrán (J-B-129) y Carablanca (J-B-135). Dicha peculiaridad evidenciaría de forma indirecta la incursión de estos lugares en circuitos comerciales supralocales. No obstante, estas entidades, que parecerían mostrar una situación jerárquica superior, no superarían la etapa Julio-Claudia, abandonándose totalmente a mediados del siglo I d.C. Periodo que coincide con el abandono de Plaza de Armas de Sevilleja (J-ES-01), asociada a Cantigi (CILA III, I, 75; JIMÉNEZ COBO 2010: 42), un yacimiento prerromano que en época republicana vivió su cénit poblacional. Empleado, según Contreras Cortés et al. (1987: 148), para el control de los vados sobre el Guadalquivir entre Isturgi e Iliturgi, alcanzando incluso el rango de pequeña ciudad (CASADO MILLÁN 2001: 253).

Como hemos mencionado más arriba, la sustitución del patrón ocupacional trae como consecuencia el abandono y transformación de algunos espacios republicanos, así como la fundación de otros en sus cercanías. Sirvan de ejemplo yacimientos como Hazas Largas (J-B-94) o la Boquituerta oriental (J-B-44), que sustituyen definitivamente a Carablanca (J-B-135) o La Boquituerta (J-B-03) respectivamente. Por su parte, El Remolinillo II (J-B-145) no es sustituido por El Remolinillo (J-B-142), fundado en torno al principado de Tiberio, sino que ambos conviven a lo largo del siglo I d.C., con la peculiaridad de que el primero pasaría a depender jerárquicamente del enclave de reciente fundación.

Alto Imperio: De la dinastía Flavia a la “crisis” del Bajo Imperio

(Ca. ss. I d.C.–III d.C.)

El edicto de ciudadanía promulgado por Vespasiano hacia el año 70 d.C., derivó en la creación de numerosos municipios de derecho latino. La apropiación del entorno circundante por parte de estas nuevas urbes, hasta ese momento ager publicus, se tradujo en una intensa forma de explotación el territorio. Explotación que trajo consigo la creación de un amplio número de asentamientos, observado en áreas como la campiña CASTRO LÓPEZ y CHOCLÁN SABINA 1988) o las subbéticas cordobesas (VAQUERIZO GIL et al. 1991). Sin ir más lejos, en nuestra área de actuación, hemos documentado un total de 58 entidades, fechadas entre la segunda mitad del siglo I d.C. y mediados del II d.C. A niveles cuantitativos, el poblamiento se multiplica por 5, conviviendo núcleos de diferentes tamaño, principalmente de dimensiones inferiores a 1 ha. y entre 1 y 2,5 has.

La población se hallaría dispersa a lo largo del término, exceptuando las estribaciones serranas, en el paraje natural de Burguillos, donde hemos documentado vestigios, aunque en relación con la extracción de materias primas. La mayor concentración se produce a orillas del Guadiel y los arroyos del Matadero, Martín Grande y la Muela, afluentes de este río. Asimismo, los arroyos de la Virgen, Levante y Mirabelas, tributarios del Rumblar, también albergan importantes concentraciones humanas (Fig.3).

Fig. 3. Poblamiento romano hacia finales del siglo I d.C.

Como principales vertebradores del territorio, surgen una serie de centros agropecuarios (J-B-22, J-B-48, J-B-52, J-B-67, J-B-95, J-B-117 -único ocupado en época prerromana-, J-B-124 y J-B-147) que, junto a los preexistentes (J-B-55, J-B-63 y J-B-142), podríamos insertar dentro del fenómeno villa. Modelo que viene a coincidir con la intensificación del poblamiento en los valles de la sierra y del Guadalimar-Guadalquivir (PÉREZ BAREAS 1992a). Quizá, el mejor ejemplo lo hallamos en La Toscana (J-B-95), un emplazamiento próximo a las 30 has. de dispersión de material, en el que aún podemos encontrar estructuras en pie o restos de una calzada. Los restos arqueológicos estudiados revelan una ocupación estable hacia la segunda mitad del siglo I d.C. 3 Las importaciones de officinae sudgálicas y tricias evidencian la sofisticación del lugar. Así, contamos con la aparición de una forma D-27 con un sello en el fondo del vaso, cuya marca correspondería al alfarero C. L. OF. (RÍO-MIRANDA ALCÓN, 2001: 16-17) (Lám. 2). Hemos documentado, además, mármoles, monedas alto y bajo imperiales, incluso teselas que hacen suponer la existencia de pavimentos musivarios.

Lám. 2. La Toscana (J-B-95): Fondo de vaso de la forma D-27 con sello de procedencia tricia C. L. OF.

El registro no solo revela la aparición de extensas villae mencionadas en el párrafo anterior, coexistirían espacios de similares características (J-B-04, J-B-10, J-B-45, J-B-61, J-B-73 y J-B-116), pero con un tamaño intercalado entre 1 y 2.5 has. Sin embargo, mostrarían una fase de ocupación breve, pues hacia la segunda mitad del siglo II d.C. todo rastro de actividad en muchas de ellas se difumina, adelantando el panorama del Bajo Imperio.

Dependientes de estas villae, observamos un nutrido aparato de establecimientos que no superarían la hectárea (J-B-02, J-B-06, J-B-08, J-B-14, J-B-20, J-B-24, J-B-25, J-B-49, J-B-60, J-B-62, J-B-139, J-B-146/J-GU-07, J-B-150, J-B-165, J-B-168, J-B-170, J-B-181), Cronológicamente las situamos entre finales del siglo I d.C. y comienzos del II d.C. A la hora de ubicarlas, detectamos dos posicionamientos distintos. Por un lado, los más septentrionales presentan una situación elevada -superior a los 350 m.s.n.m.-, derivada de la propia orografía y, en algunos casos, por su creación en tiempos republicanos (J-B-66). En contraste, los dispuestos en la vertiente sur se dispondrían en terrenos llanos, encajonados por los cerros aledaños.

A pesar de que más arriba hemos aludido a la nueva realidad territorial, caracterizada por la colonización hacia el llano, dicha peculiaridad solo puede atribuirse a las villae y ciertos enclaves rurales. Asistimos a una reocupación de antiguos asentamientos prehistóricos (J-B-24, J-B-78, J-GU/07/J-B-146, J-B-181) e ibéricos (J-B-19/20, J-B-21/22, J-B-91, J-B-154, J-B-169 y J-B-143/177). Estos últimos, cumplirían, además, una función totalmente distinta a la que tuvieron en el contexto de la II Guerra Púnica, en este caso, agrícola. Un proceso prácticamente idéntico al observado en Atalayuelas (Fuerte del Rey), donde entre los siglos I-II d.C. se habitan espacios prerromanos, actuando como centros campesinos (CASTRO LÓPEZ 1998, 2004).

Una peculiaridad propia de los yacimientos agropecuarios era la existencia en sus dependencias o cercanías de centros productivos. Para la Baetica, las manufacturas estarían monopolizadas por productos oleicos, destinados al abastecimiento de prácticamente todo el Imperio (ORFILA PONS 2016). Aunque esta zona se insertó en la Tarraconensis tras la reforma de Augusto, las estratégicas económicas no variarían en exceso, más aún en una zona de frontera. Se han inventariado una serie de instalaciones relacionadas con el procesado de diferentes materias primas del campo, fundamentalmente, cereal, aceite y vid. Destacamos Los Arenales de María Monsalve (J-B-85), una zona donde la aparición de una vasta rueda de molino, junto a numerosos restos de grandes contenedores y la carencia total de “vajilla fina”, hace suponer la existencia de un lugar de dedicado al aprovechamiento agrícola. Además, se hallaría encajonado entre varios caminos que confluyen hacia el río Guadalquivir, navegable durante la antigüedad hasta el Guadalimar mediante pequeñas embarcaciones -como señaló Estrabón (Geog. III. 2. III)-, por lo que no se descartan las remesas por vía fluvial desde este centro a Castulo u otras urbes cercanas como Isturgi.

Respecto a la minería, a grandes rasgos, no pareció mostrar signos de debilidad a lo largo del siglo I d.C. La aparición de una forma 15/17 de TSH isturgitana en El Tentadero (J-B-13) aporta una datación post quem de finales de época Julio-Claudia. En conexión, la abultada cantidad de cerámicas comunes del poblado minero-metalúrgico de Cerro de Atalayones(J-B-18), reflejan su intensa ocupación en estos momentos (Fig. 4). Incluso, en torno a esa fecha, aparecerían toda una serie de asentamientos, a lo cuales hemos aludido anteriormente (J-B-74, J-B-75, J-B-78, J-B-80 y J-L-08), orbitando en dicho entorno, que pudieron abastecer al aparato logístico minero-metalúrgico.

Fig. 4. Imagen LiDAR del Cerro de Atalayones. En rojo, poblado minero (J-B-18), en azul, rafa minera asociada (J-B-72).

Como hemos señalado más arriba, la decadencia del sector tiene lugar a finales de la primera centuria y principios de la segunda. El declive continuo se ha explicado con diferentes argumentos, entre ellos, la disminución de la ley del mineral, así como la incapacidad y dificultad que suponía su extracción de labores cada vez más profundas. A ello, habría que añadir también los propios intereses imperiales, los cuales virarían hacia otros distritos más rentables, como el suroeste peninsular o el británico (ARBOLEDAS MARTÍNEZ 2007: 1012-1013).

Bajo Imperio: Poblamiento rural entre los siglos III d.C. – V d.C.

El siglo III d.C. seria testigo de la consolidación definitiva del fenómeno observado desde el siglo II d.C. Esto es, la reducción a niveles cuantitativos de un amplio número de villae y, sobre todo, asentamientos de pequeñas dimensiones, que parecen adscribirse a aquellos que muestran evidencias de continuidad. El nuevo panorama territorial refleja la existencia de un total de 20 yacimientos activos desde el siglo III d.C. -a los que habría que añadir 4 en el tránsito los siglos IV d.C. y V d.C.-, lo que a niveles porcentuales se traduce en una contracción territorial del 66% con respecto a época flavia (fig. 5).

Fig. 5. Poblamiento romano durante el siglo III d.C.

Si se tienen en cuenta parámetros como la extensión o los materiales recuperados, la gran mayoría de los establecimientos del siglo III d.C. podrían incluirse dentro del modelo villa. Al igual que durante el Alto Imperio, el hábitat no se concentra en un lugar o zona determinada, sino que se presentan diseminados a lo largo del espacio. Se mostrarían configurando una red de núcleos con una distancia relativa a una millia passum, consecuencia de la interacción hombre-paisaje durante siglos, es decir, la apropiación del medio para articular un territorio local.

Por otro lado, la proliferación de TSA en lugares como J-B-22, J-B- 48, J-B-52, J-B-55, J-B-61, J-B-63, J-B-67, J-B-95 y J-B-142 revelaría el poder adquisitivo de los propietarios de dichas estancias. Su posesión determinaría la presencia de estas villae en circuitos comerciales en un periodo de languidecimiento (ORFILA PONS 2008: 547). Por otro lado, también se detecta la existencia de establecimientos de menor tamaño como J-B-05, J-B-20, J-B-45, J-B-91, J-B-116, J-B-124 y J-B-177, en los que las importaciones son escasas o directamente nulas. No obstante, el registro muestra importantes cantidades de producciones locales, las denominadas TSHTM, surgidas a imitación de las TSA. Si bien es cierto, aunque ya aparecen en contextos de mediados del siglo III d.C., su estandarización no llegaría hasta el siglo IV d.C. (ORFILA PONS 2008: 542).

A grandes rasgos, el transcurso del tiempo parece mostrar un marco estático en el que no se divisan modificaciones espaciales. En el siglo IV d.C., la villa sufre un proceso de monumentalización que, desgraciadamente, no apreciamos a niveles superficiales. Sin embargo, si atisbamos las primeras evidencias del cristianismo en la región. Junto a Castulo (BLÁZQUEZ MARTÍNEZ 2015) y La Venta de Guarromán (SERRANO PEÑA 2013-2014), surgiría en la Toscana (J-B-95) un edificio de rasgos monumentales que, según Corchado Soriano (1966: 307-308), se identificaría con una iglesia paleocristiana. El hallazgo en el momento de la excavación de un pequeño bronce con la efigie de Constantino II (337-340), ha aportado una fecha post quem en la segunda mitad del siglo IV d.C. Los materiales recuperados en torno a este edificio se retrotraen hasta el siglo I d.C. y se extienden, al menos hasta el siglo VI-VII d.C. Por lo que, en caso de que la afirmación de Corchado Soriano fuese cierta, estaríamos ante un lugar que no fue erigido ex novo en el siglo IV d.C., sino que sufrió una profunda reestructuración arquitectónica durante el Bajo Imperio, aprovechando las estructuras de un posible edificio altoimperial.

Durante el siglo IV d.C. se advierte una ligera reactivación de la minería. Tanto en el Cerro de Atalayones/Mina de Buenaplata (J-B-18) como en la rafa minera que recibe el mismo nombre (J-B-72) se han registrado materiales contextualizados en el siglo IV d.C. Este hecho vendría a coincidir con la puesta en marcha de otras minas en la región, aunque de tamaño reducido y sin alcanzar los niveles de explotación de los siglos anteriores (ARBOLEDAS MARTÍNEZ 2007: 971).

En las postrimerías del siglo V d.C. se vislumbran los primeros rasgos de un nuevo patrón de poblamiento. Se trataría del precedente del modelo de ocupación tardío y altomedieval, basado en la reactivación del hábitat en altura (ROMÁN PUNZÓN y MARTÍN CIVANTOS 2012: 59). El piedemonte de Sierra Morena, al igual que su interior, es testigo de la creación de un reducido número de asentamientos, (J-B-25, J-B-33), inferiores a la hectárea, en zonas amesetadas. En superficie se identifican numerosas estructuras de sillarejo que forman estancias, fundamentalmente, rectangulares, algunas de ellas de grandes dimensiones. En cuanto al material cerámico, la característica general es la ausencia de “vajilla fina”, en contraposición de las abundantes piezas “toscas” de gran tamaño, producidas mediante la técnica del torno lento o torneta. Por su ubicación y tipología de los restos existentes, estaríamos antes lugares con una estrategia orientada a la ganadería y la explotación de recursos forestales, ya que el terreno sería poco proclive para la práctica agrícola (ARBOLEDAS MARTÍNEZ 2010: 122-123).

CONCLUSIONES

Hemos señalado, a modo de recapitulación, las valoraciones y consideraciones originadas tras el análisis de los datos obtenidos en los trabajos de campo y laboratorio, esenciales para el conocimiento de la articulación territorial del piedemonte de Sierra Morena. Planteamientos y conclusiones que serán revisados, modificados e incluso vueltos a analizar de manera más extensa, ya que no hay que olvidar que este es un estudio de carácter preliminar. Por lo tanto, sirva este breve análisis como piedra angular para futuras investigaciones en las que, no cabe la menor duda, profundizaran en las hipótesis aquí expuestas.

A modo de conclusión, hay que señalar que la figura de Roma representó la imposición de una supremacía ideológica y cultural, intrínsecamente relacionada con el control y explotación de las comunidades indígenas vencidas. La romanización se convirtió en un vehículo de dominación, asimilado paulatinamente por las élites locales, siendo además un instrumento de la administración para el control de las aristocracias. De igual modo sucede con el grueso del cuerpo social, sometido como un grupo secundario. En definitiva, las poblaciones locales acaban por convertirse en romanas, aunque sin asumir los estereotipos de la Roma urbanita y togada, sino un tipo de romanidad compuesto por formas de reinterpretación y apropiación de los fundamentos culturales, los cuales acaban derivando en un mundo rural provinciano.

AGRADECIMIENTOS

Este trabajo jamás habría visto la luz sin la ayuda de los Dres. Luis Arboledas Martínez y Juan Jesús Padilla Fernández, así como todos los voluntarios que, en mayor o menor medida, han aportado su granito de arena en este proyecto.

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* Departamento de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada. lopezmartinez@correo.ugr.es

1. La continuación de los trabajos de campo ha permitido ampliar el número de puntos arqueológicos registrados desde la defensa de este TFM. Este momento contamos con un total de 181 lugares para todas las épocas y 66 para el periodo romano.

2. Los trabajos del proyecto Peñalosa (PÉREZ BAREAS 1992a: 92), atribuyeron a J-B-21 y J-B-22 una fase de ocupación republicana. La revisión que hemos efectuado de los mismos nos ha llevado a desechar dicha hipótesis. En función de los materiales recuperados, hemos situado el primero en el último cuarto del siglo III a.C. y el segundo en época flavia.

3. Juntos a producciones altoimperiales, en superficie se documentó un fragmento de cerámica ibérica estampillada del tipo B-II.28, estudiada por Ruiz Rodríguez y Nocete Calvo (1981: 361) y fechada entre los siglos IV – III a.C. No obstante, la cercanía al asentamiento ibérico J-B-152, hace suponer que pudiese provenir de ese lugar o que, incluso, perdurase hasta la fecha de actividad de este.