UN PRIMER ACERCAMIENTO AL ESTUDIO DEL BRONCE FINAL Y HIERRO ANTIGUO EN EL RIBATEJO NORTE
(CENTRO DE PORTUGAL)

A FIRST OUTLINE OF THE LATE BRONZE AGE AND EARLY IRON AGE INVESTIGATION IN NORTHERN RIBATEJO (CENTRE OF PORTUGAL)

Paulo FÉLIX


Resumen
En este artículo se presenta una primera puesta al día de la investigación que venimos desarrollando en el Ribatejo Norte, una región del centro de Portugal encuadrada por el inicio del valle inferior del río Tajo y puente geográfico entre este y el estuario del Mondego, centrada en la valoración y reconstrucción de los procesos históricos que enmarcarían el final de la Edad del Bronce y la transición a la Edad del Hierro.

Palabras Clave
Bronce Final; Hierro Antiguo; Ribatejo Norte; centro de Portugal; procesos históricos.

Abstract
In this article, we present a first outline of the investigation that we are developing in Northern Ribatejo, a region in the centre of Portugal framed by the beginning of the Tagus lower valley and a geographic bridge between it and the Mondego estuary, centred in the assessment and reconstruction of the historical processes which would characterise the end of the Bronze Age and the transition to the Iron Age.

Key words
Late Bronze Age; Early Iron Age; Northern Ribatejo; centre of Portugal; historical processes.


1. ANTECEDENTES

Este estudio forma parte de un proyecto más amplio de investigación de los procesos históricos ocurridos en una región concreta ubicada en el centro-oeste de Portugal —que llamaremos de aquí en adelante “Ribatejo Norte” (Fig. 1)—, durante un periodo de tiempo determinado que se corresponde con lo que en el contexto de la investigación arqueológica se suele designar como “Bronce Final”, es decir, en cronología de años de calendario, entre mediados del segundo milenio antes de nuestra era  e inicios del segundo cuarto del primero. Aquí presentaremos una síntesis de los resultados conseguidos durante los ocho años en que hemos trabajado nuestros proyectos de investigación 1, sirviendo, esencialmente, como un avance de nuestra futura tesis doctoral y, por eso, sin demasiado desarrollo de los variados temas que la constituirán.

En el Ribatejo Norte, la investigación arqueológica de los últimos 25 años se viene realizando según un ritmo muy constante y con señales de un incremento cuantitativo y cualitativo muy importante a partir de mediados de la década de 1990. Iniciada con los trabajos de Salete da Ponte (1985, 1988, 1989) relativos a la identificación y caracterización de la civitas romana de Seilium, aún en la década de 1970 el área del valle del río Nabão recibió la contribución de otros equipos de investigación, resultando de ese esfuerzo la excavación, por ejemplo, de las cuevas de Caldeirão (ZILHÃO 1992, 1997) y de Cadaval (CRUZ y OOSTERBEEK 1985; OOSTERBEEK 1985, 1997; CRUZ 1997). Asimismo, João Zilhão retomaría la exploración del complejo de cuevas del nacimiento del Almonda, en el término municipal de Torres Novas (ZILHÃO et al. 1991; ZILHÃO 1997), mientras otros arqueólogos iniciarían la excavación de otras cuevas cercanas.

A partir de mediados de la década de 1980, Luiz Oosterbeek y Ana Rosa Cruz dan comienzo a un proyecto de estudio centrado en el proceso de “neolitización” del valle del Nabão, pronto ampliado hacia otras áreas de la región —valle del río Zêzere y, posteriormente, valle del Tajo—, culminando en la publicación de dos trabajos de síntesis (CRUZ 1997; OOSTERBEEK 1997). El final de la década asistió al inicio de la excavación del poblado de la Edad del Bronce de Agroal, en el término municipal de Ourém (LILLIOS 1991). En la década siguiente se produjo la multiplicación casi exponencial de la actividad arqueológica, en casi todos los dominios temáticos y entornos geográficos, en gran parte resultado del crecimiento y consolidación de lo que hoy día es el Instituto Politécnico de Tomar.

No obstante el desarrollo de la actividad de investigación arqueológica de la última década y media, los datos relativos al final de la Edad del Bronce e inicios de la Edad del Hierro surgieron casi siempre como expresiones residuales de proyectos cuyos propósitos fundamentales no contemplaban su inventario y estudio sistemático. Ante este panorama y con la conciencia de que la “imagen” que teníamos del Bronce Final y de la transición hacia la Edad del Hierro constituía una realidad extremadamente fragmentaria, si bien se previese muy compleja, hemos iniciado la tarea de sistematización de la información existente, a la vez que intentábamos la búsqueda de nuevos registros que pudiesen contribuir a responder de una forma más controlada y objetiva a una serie de cuestiones que nos parecían serían esenciales para el desarrollo de un proyecto de estudio coherente y anclado en el objetivo de reconstrucción de un proceso histórico concreto.


2. EL REGISTRO ARQUEOLÓGICO: LOS RESULTADOS PRELIMINARES
DE OCHO AÑOS DE INVESTIGACIÓN ARQUEOLÓGICA

Nuestra muestra consta de 56 registros, entre contextos de hábitat, presuntos contextos funerarios y hallazgos aislados, fechados entre el Bronce Pleno y el Hierro Antiguo, si bien algunos de estos contextos cuentan con diversas dificultades a la hora de interpretarlos convenientemente, sea porque su cronología está lejos de considerarse definitiva, sea porque su funcionalidad es todavía muy discutible. Debido a obvias razones de falta de espacio, haremos solamente un breve recorrido sobre aquellos que consideramos los más importantes, en especial los que han sido objeto de intervención arqueológica y, entre éstos, los que han sido excavados en el ámbito de nuestros proyectos de investigación.

Empezando por la “zona occidental”, resaltamos el poblado fortificado de Serra de Alvaiázere, excavado por nosotros en 1997, 2000 y 2001 (FÉLIX 1999). José Leite de Vasconcellos (1917:147) fue el primer arqueólogo en referir la presencia en la cima de la sierra de Alvaiázere de una “fortificación grosera”, pero no mencionó otro tipo de estructuras o materiales arqueológicos. Aunque la región de Alvaiázere venga a ser bastante conocida en la bibliografía arqueológica como una de las más ricas en hallazgos de artefactos metálicos de la Edad del Bronce (COFFYN 1985), la existencia de un asentamiento del Bronce Final sólo se confirmó durante la década de 1990 (FÉLIX 1999). Desde nuestras primeras visitas a este yacimiento, hemos intentado conocerlo lo más profundamente posible, concretamente su secuencia de ocupación y organización espacial. Una de las facetas que casi inmediatamente nos llamó la atención fue su tamaño. Admitiendo que los derrumbes que circundan prácticamente todo la cima de la sierra son los restos de una estructura de fortificación fechada en el Bronce Final, el área contenida en este espacio es de cerca de 40 hectáreas, un tamaño obviamente fuera de lo que es la norma de los contextos del final de la Edad del Bronce del occidente peninsular, incluso de la Península Ibérica como un todo (Fig. 2). Una cronología más reciente fue brevemente admitida, pero distintas razones concurrieron para que se volviese más consistente nuestra opinión actual, como el sistema de construcción, la existencia de numerosas plataformas con cinco a diez metros de ancho a lo largo de las vertientes oeste y este de la sierra, limitadas por la citada línea de fortificación, y la homogeneidad general de los elementos de cultura material recogidos durante las varias prospecciones realizadas que apuntaban decididamente hacia una cronología dentro de la última fase de la Edad del Bronce.

La primera campaña de excavaciones se realizó en 1997 y se restringió a la apertura de un corte con ocho metros cuadrados que pudiese proporcionar información relevante al cumplimento de nuestro principal objetivo: determinar la secuencia de ocupación. Debido a esto, y teniendo en cuenta el tamaño del asentamiento, hemos decidido enfocar nuestros esfuerzos en una zona que llamamos “estructura circular” –Zona EC– correspondiente de la fortificación circular de una hectárea de superficie ubicada en el extremo norte de la sierra. La excavación de este corte –Corte EC/A–, que cubría simultáneamente la muralla y las zonas adyacentes, permitió establecer que la muralla poseía en este área casi tres metros de ancho, pero no conservaba mucho más de medio metro de altura. En la excavación de 2000, este corte fue ampliado para formar un cuadrado de 11 x 6 metros: desgraciadamente, ningún otro tipo de estructuras amén de la muralla fue detectado y el área de intervención muestra señales inequívocas de un alto grado de perturbación post-deposicional, sea por erosión superficial, natural y antrópica, sea debido al tan característico fenómeno propio de los medios calcáreos de “karstificación” y consecuente infiltración de los sedimentos por los intersticios del karst. Hacia el oeste del primer corte, en la zona donde debía estar una de las entradas del recinto, se abrió un segundo corte –Corte EC/B–, un rectángulo de 10x4 metros que confirmó la función de la discontinuidad detectada en la muralla y reveló, además, los restos de una estructura de regularización del acceso formada de un enlosado de lajas de caliza. La última campaña, realizada en 2001, no trajo ninguna novedad en la detección de restos de estructuras de construcción u organización del espacio del interior del recinto fortificado, a pesar de la apertura de un nuevo corte –Corte EC/C– y de una nueva ampliación del EC/A.

Los materiales recogidos se componen de fragmentos de cerámica, líticos de variados tipos –aunque la mayor parte de la industria lítica tallada de sílex se feche en momentos anteriores a la ocupación de la Edad del Bronce– y artefactos metálicos. Estos integran un fragmento de hoja de bronce que podría formar parte de un vaso metálico, varios fragmentos de anillos, un punzón y un fragmento de una fíbula de doble resorte.

Todo el inventario de la cerámica doméstica está compuesto de ejemplares que pueden incluirse en la tipología general de las producciones hechas a mano (Fig. 3). El examen macroscópico de las secciones y superficies de algunos fragmentos muestra evidencias del uso predominante de fuegos que promueven una cocción oxidante incompleta, apuntando hacia la utilización de sencillas estructuras abiertas. Los grupos de productos cerámicos ya determinados se restringen básicamente a dos (FÉLIX, 1999:69): 1) los recipientes de cocina y almacenamiento, hechos con pastas de dureza media o baja y una textura grosera o muy grosera, a menudo incorporando inclusiones calcáreas, y formas de mediano o gran tamaño; 2) la llamada “cerámica fina”, con fabricaciones mucho más delicadas que integran pastas más depuradas y acabados mejor conseguidos, con frecuencia recurriendo a la técnica del bruñido.

Hacia el sur de Serra de Alvaiázere, en la orilla izquierda del río Nabão, se ha excavado otro contexto de la Edad del Bronce, atribuido por la autora de las investigaciones, en función de dos fechas de 14C, al Bronce Antiguo (LILLIOS 1991). Este poblado se ubica en un espolón sobre el río y las fotografías aéreas muestran claramente la presencia de una línea de muralla, aunque en el terreno este hecho no sea tan evidente (Fig. 4). Las excavaciones de Katina Lillios en Agroal, realizadas entre 1988 y 1990, incidieron esencialmente en la parte baja de la vertiente occidental de un cerro adyacente al espolón, no se detectando ningún tipo de estratigrafía de depósito primario. Los materiales líticos y cerámicos recogidos fueron interpretados por la investigadora como demostrativos de la existencia de dos niveles de ocupación –Bronce Antiguo y Bronce Final–, el más importante perteneciente a la etapa más antigua de la Edad del Bronce. Sin embargo, los materiales que recogimos en nuestras visitas y los publicados por Lillios constan de algunos ejemplares de industria lítica mayoritariamente sobre lascas de sílex y cuarcita y de fragmentos de cerámica de fabricación manual que, debido a su morfología y tecnología general de elaboración, nos parecen más tardías que lo apuntado por aquella investigadora, fechándose en un Bronce Final sensu lato. De este modo, pensamos que la ocupación de Agroal, incluyendo el espolón y el cerro adyacente –y no sabemos porque Katina Lillios no excavó en el espolón, cuando ahí aparecen materiales prehistóricos en superficie–, será del Bronce Final, quizás de un Bronce Final que incorporaría una etapa temprana, todavía no muy bien individualizada y caracterizada, pero indiciada por algunos materiales cerámicos y por la pervivencia de una industria lítica sencilla de sílex y cuarcita, que podría corresponder al Bronce Pleno regional. Es posible, aún, la presencia residual de ocupaciones más antiguas, como sugiere A. R. Cruz (1997:193-197), pero una atribución al Bronce Antiguo en base de dos fechas 14C con desviaciones estándar muy altas y de cerámicas con morfologías y tecnologías de fabricación más conformes al Bronce Final creemos que no se puede mantener.

Siguiendo el curso del río Nabão, a pocos kilómetros al sur de Agroal, el complejo de cuevas del área de los “Canteirões” (Ibíd.) también proporcionó algunos datos relevantes para el conocimiento del Bronce Final e inicios de la Edad del Hierro de la región. En la cueva de Cadaval, Luiz Oosterbeek y Ana Rosa Cruz exhumaron dos niveles que atribuyeron a la Edad del Bronce, el más antiguo formado de varios materiales cerámicos sin asociación visible a ningún tipo de estructura y el más reciente representado por un conjunto de materiales cerámicos que se asociaba a un hogar con evidencias de la práctica de la metalurgia del hierro (CRUZ y OOSTERBEEK 1985; CRUZ 1997:137-140). Muy cerca de Cadaval, la cueva de Caldeirão, excavada por João Zilhão (1992:117), suministró algunos materiales cerámicos, fusayolas y una cuenta de vidrio, globalmente fechados en el Bronce Final y Edad del Hierro (Fig. 5), infelizmente procedentes de un estrato muy perturbado que, sin embargo, presentaba señales, según el autor, de algún tipo de asociación entre las cerámicas carenadas de la Edad del Bronce y un conjunto de huesos humanos aparentemente provenientes de un núcleo de tumbas en fosa destruidas por los animales excavadores. Los materiales del Hierro Pleno serían oriundos de un único contexto funerario de incineración, también destruido.

Del complejo de cavidades kársticas de la sierra de Aire, cerca de la ciudad de Torres Novas, nos interesan particularmente las informaciones entregadas por las excavaciones de la cueva del Almonda, realizadas en una primera fase por Afonso do Paço y, desde 1988, por João Zilhão. Los materiales de la Edad del Bronce de las excavaciones antiguas fueron recientemente estudiados por J. R. Carreira (1996b), quien los diferenció en dos grandes momentos cronológicos –algunas cerámicas se fecharían en una etapa avanzada del Bronce Pleno, mientras otras, compuestas por vasos con carena alta o media-alta, ollas con cuello alto cilíndrico y vasos con labios decorados y paredes tratadas “a cepillo” se fecharían en el Bronce Final, dos conjuntos que se repiten en la vecina cueva de Lapa da Bugalheira (CARREIRA 1996a). Los materiales de las excavaciones más recientes, formados por cerámicas negras con carenas y mamelones, están todavía sin publicar (ZILHÃO et al. 1991).

En la “zona oriental” destacamos dos sitios arqueológicos: el Cerro do Castelo da Seada y el Castelo da Cabeça das Mós. El Cerro do Castelo da Seada se localiza en el término municipal de Vila de Rei, muy cerca de la orilla izquierda del río Zêzere, y fue excavado en 1995-96 por Carlos Batata y Filomena Gaspar (BATATA y GASPAR 2000). El poblado presenta aparentemente dos líneas de murallas, la exterior asentando sobre un nivel de ocupación del Bronce Final –estrato 3–; las excavaciones se restringieron a la realización de cinco pequeños sondeos, uno de los cuales aprovechando un corte en la muralla exterior debido a la apertura de un camino forestal; los demás se distribuyeron por varias áreas interiores del recinto. La estratigrafía está compuesta por tres niveles, conteniendo los estratos 1 y 2 materiales del Bronce Final y otros que parecen ser algo posteriores –cerámicas manuales con bordes muy salientes, cuellos bajos y labios de perfil anguloso, comunes en los contextos de la Edad del Hierro de la región–; el estrato 3 proporcionó la obtención de dos fechas 14C, procedentes de carbones recogidos en contextos no especificados, indicando un intervalo calibrado a 2s de 1180-840 cal BC que los autores interpretan como evidencia de un posible episodio de incendio generalizado y abandono de la ocupación del Bronce Final del poblado, después de lo cual se instalan nuevas poblaciones de la Edad del Hierro. Nosotros hemos podido observar los materiales de las excavaciones: la presencia de cerámicas que fechamos ya en un momento de transición hacia la Edad del Hierro o, incluso, de sus inicios, presentes en el Castelo de Cabeça das Mós, nos plantea el problema de la cronología y fases de ocupación del poblado, no estando clara la existencia de hiatos, pese al inequívoco asentamiento del lienzo exterior de la muralla sobre el estrato 3; por otro lado, todos los materiales proceden de contextos secundarios, no siendo posible percibir si los dos grandes grupos de cerámicas proceden de niveles de ocupación diferenciados o de un único gran momento que muestra la evolución local de una ocupación del Bronce Final terminal hacia la Edad del Hierro y que la estratigrafía “enmascara” bajo la “falsa” individualización de varios niveles. Las fechas 14C no provienen de ningún contexto definido y se obtuvieron a partir de muestras de carbón integrantes de los sedimentos del estrato 3, constituyendo, como mucho, un conjunto de fechas post quem para la construcción de la muralla exterior, que podría, de este modo, haber sido edificada durante el Bronce Final sensu stricto y no significar el abandono del poblado, sino su reforma debido a razones que desconocemos totalmente.

Localizado en el término municipal de Sardoal, junto a una importante ribera afluente de la orilla derecha del Tajo, el poblado fortificado del Castelo de Cabeça das Mós fue excavado bajo nuestra dirección en una sola campaña realizada en 1999. Esta excavación, que constó de la apertura de tres cortes, se restringió a la zona que hemos llamado “cabezo norte” –Zona CN–, donde se nos presentaba un espacio limitado por una muralla y muchos fragmentos de cerámica con fechas que iban desde el Bronce Final hasta los inicios de la Romanización (Fig. 6). El primer corte estaba formado por un rectángulo con 6x3 metros ubicado en el área más alta del cabezo, cerca de la sección sur de la línea de fortificación: fueron registradas cinco unidades estratigráficas, una de las cuales corresponde a los restos de los cimientos pétreos de una vivienda de planta circular con unos diez metros de diámetro. La ausencia de piedras en una sección con cerca de un metro de ancho puede significar la presencia de la entrada de la vivienda, pero la gran perturbación observada en la estratigrafía de este área hace muy difícil una asignación funcional definitiva. La recuperación de más de 70 nódulos de arcilla de enlucido que presentaban las características huellas de ramas, parece concordar con la hipótesis de la existencia de una estructura construida, reforzada por su contigüidad respecto a la muralla y la exhumación, en su interior, de 26 fragmentos de un vaso profusamente decorado con incisiones y de 23 fragmentos de otro recipiente sin decorar, con señales evidentes de fragmentación in situ.


El segundo corte fue abierto junto de la sección norte de la muralla, siendo originalmente un rectángulo de 8x3 metros, pronto ampliado hasta formar una figura poligonal con 48 metros cuadrados. Su secuencia estratigráfica fue descrita en 12 unidades, la mayor parte de ellas exclusivas de este corte. Las estructuras detectadas incluyen la línea de fortificación, dos muros curvilíneos, sus derrumbes y los cimientos de la pared de una construcción de probable planta rectangular y de cronología muy posterior. La excavación de una pequeña sección de la muralla demostró, a partir del análisis de los restos cerámicos inseridos en su relleno, una cronología de edificación posterior al Bronce Final, no pudiendo excluirse, sin embargo, porque no hemos podido llegar hasta los cimientos, un momento más temprano para su primera construcción. Además, aunque el sistema y la técnica general de construcción responda a los cánones regionales, algunas particularidades de esta muralla, como el tamaño, forma y regularidad de los bloques pétreos que la constituyen, la alejan significativamente de lo observado en los poblados fortificados de la Edad del Bronce, mientras apenas hay diferencias respecto los poblados con estructuras defensivas del Hierro Pleno. Los muros curvilíneos antes mencionados pueden pertenecer a un único conjunto, hipotéticamente una vivienda y un muro de delimitación de un patio o anexo. Los cimientos de un muro rectilíneo plantea otro tipo de problemas: posee cerca de metro y medio de ancho y un poco más de cinco metros de largo en el área excavada y se trata de una estructura completamente distinta de todas las otras exhumadas en el poblado. Siendo sus cotas más altas o, por lo menos, idénticas a las cotas más altas de los muros curvilíneos antes descritos y de los derrumbes correspondientes, y no quedando dudas de que esta estructura es un zócalo de una construcción, mostrando evidencias del solapamiento parcial y de la destrucción de niveles anteriores, podemos deducir que los contextos de ocupación correspondientes a esta estructura no son contemporáneos del contexto de que forman parte los muros curvilíneos y sus derrumbes. Sobre este zócalo no pudimos detectar ningún resto de la construcción a la que, presuntamente, daba soporte. Su anchura nos hace suponer que hubiera constituido una pared bastante gruesa, posiblemente de piedra, de un edificio que utilizaba un sistema constructivo bastante diferente de las prácticas tradicionales que se corresponden con el Bronce Final y la Edad del Hierro. Claro que nos hemos sentido animados en interpretar esta estructura como evidencia de influencias meridionales, como lo hace V. H. Correia (1995:242), cuando señala que las tendencias rectilíneas y el énfasis en la construcción de piedra presentes en la organización de los poblados del Hierro Antiguo reflejan conceptos derivados de sitios orientales. Siguiendo esta línea de argumentación, el zócalo rectilíneo del Castelo de Cabeça das Mós hubiera sido la más visible consecuencia de un proceso de cambio que afectaría a todo el cuadrante sudoeste de la Península Ibérica a partir del siglo VIII antes de nuestra era. No obstante, algunos problemas concurren para hacer muy difícil su interpretación: en primer lugar, no hemos recuperado ningún de los presuntos sillares, por cierto debido a su reutilización desde antaño, y, por eso, no tenemos ninguna constancia del grosor de la pared, del tamaño de los sillares, de su sistema de encaje o de la metodología de colocación, informaciones que serían muy útiles para determinar la cronología del contexto; en segundo lugar, de hecho nosotros no estamos siquiera seguros de que la pared se construyó con sillares, parcial o totalmente, y no podemos rechazar en este momento de la investigación la posibilidad de la utilización de otros tipos de materiales, especialmente adobe o tapial; en tercer lugar, no hemos podido localizar ningún nivel de ocupación que se asociase a esta estructura, probablemente ya destruido por la erosión y las labores agrícolas. Teniendo en cuenta todos los argumentos en favor y en contra, pensamos que el zócalo rectilíneo no representa los cimientos de una construcción de la Edad del Hierro: la secuencia estratigráfica muestra el solapamiento, con probable corte, de esta estructura en relación a los derrumbes y contextos de abandono de los muros curvilíneos; el hecho es que no es muy factible que lo que interpretamos como derrumbes de los muros curvilíneos y los sedimentos que los envuelven se hayan removilizado, la elaboración del zócalo rectilíneo aconteció en una época algo posterior a la destrucción y abandono de aquellos contextos, solo dañándolos en el área de la fosa de fundación. Esto implicaría el enterramiento completo o casi completo de aquellos niveles cuando el edifico asociado al zócalo rectilíneo fue construido, evento que apenas podemos inferir de la secuencia estratigráfica debido al alto grado de erosión que el yacimiento ha sufrido.

El último corte se hizo entre los dos anteriores, siendo igualmente un rectángulo de 6x3 metros. La secuencia estratigráfica era muy sencilla, registrándose únicamente como particularidad relevante una estructura que interpretamos como una rampa de regularización, construida de piedras, fragmentos de cerámica y restos de arcilla de enlucido debidamente imbricados unos con otros, semejante a una estructura excavada en el poblado del Bronce Final de Quinta da Pedreira.

Los materiales recogidos se componen de escasa industria lítica –una lasca de cuarcita no retocada, una “pesa de red” de cuarcita y una lasca de sílex retocada en “diente de hoz”–, fragmentos de molinos manuales y rotativos, nódulos de arcilla de enlucido, algunas fusayolas de cerámica, una de ellas decorada, cuentas de piedra, pasta vítrea, vidrio y cerámica, un objeto de hierro no identificado, nódulos de escoria de fundición del mismo metal, fragmentos de cerámica de construcción de época romana y/o posterior y miles de fragmentos de cerámica doméstica cubriendo el periodo comprendido entre el Bronce Final/Hierro Antiguo y la Romanización (Fig. 7). Una síntesis preliminar no exhaustiva de la cerámica doméstica del Castelo de Cabeça das Mós permite la descomposición de esta categoría artefactual en los siguientes tipos generales:

a) Recipientes de modelación manual con acabado bruñido, presentando normalmente formas carenadas, fechados en el Bronce Final/Hierro Antiguo; un fragmento está decorado con motivos geométricos bruñidos;

b) Recipientes de modelación manual con acabados no bruñidos y morfologías de cuello alto cilíndrico o subcilíndrico, a veces con labios decorados mediante impresiones e incisiones, fechados en el Bronce Final/Hierro Antiguo;

c) Recipientes de modelación manual con acabados alisados, incorporando formas que se corresponden con ollas y orzas de cuello bajo y bordes muy salientes, ocasionalmente decorados en la zona de transición entre el galbo y el cuello con motivos incisos, peinados, acanalados o estampillados, fechados en la Edad del Hierro;

d) Recipientes idénticos a los anteriores, pero modelados a torno, de la Edad del Hierro;

e) Recipientes modelados a torno con pasta gris o naranja y superficies grises bruñidas, sin formas reconocibles, fechados en la Edad del Hierro;

f) Recipientes modelados al torno con pasta naranja y acabado alisado, fechados entre la Edad del Hierro y la época medieval, donde se incluyen algunos fragmentos de ánforas romanas alto-imperiales;

g) Algunos fragmentos de sigillata hispanica, sin formas reconocibles, de época romana alto-imperial.

Ubicado en el tercer contexto geomorfológico de nuestra región, la cuenca cenozoica del Tajo, Quinta da Pedreira es el asentamiento del Bronce Final más intensamente investigado (FÉLIX 1997). Las siete campañas de excavación realizadas hasta la fecha proporcionaron un estratigrafía compleja, descrita en más de seis decenas y media de unidades de varios tipos, si bien algunas de ellas se correspondan con la misma matriz contextual: la multiplicación de unidades estratigráficas fue la consecuencia natural de una metodología que se desarrolló en función de la existencia de discontinuidades entre las áreas excavadas y de las dificultades impuestas por la constitución de los sedimentos. Las estructuras ya identificadas en el área investigada y los pocos vestigios que hemos podido recuperar o registrar cuando se construía la autopista A23, permiten hablar de esta zona como de un pequeño poblado, asentado en una cuesta de suave declive de la orilla derecha del Tajo, sobre terrenos de formación cuaternaria, del cual las estructuras excavadas son sólo una pequeña muestra. Hemos logrado la individualización de dos momentos distintos de ocupación en el área intervenida, ambos fechados en el Bronce Final, parcialmente superpuestos, pero comportando soluciones constructivas y de ordenamiento del espacio semejantes: se trata de dos construcciones de planta probablemente elíptica con zócalos constituidos por bloques de granito y cantos de cuarzo y cuarcita, sobre los cuales se elevarían unas paredes formadas de un entramado vegetal revestido con arcilla, apoyadas en una serie de postes de madera. Estas cabañas estarían circundadas por una estructura de tipo “rampa de regularización” con cerca de dos metros de ancho, constituida por cantos de cuarzo y cuarcita, restos de molinos, fragmentos cerámicos, nódulos de arcilla de enlucido y otros materiales desechados envueltos en una matriz limo-arcillosa –serviría a la vez de sostén de las tierras que circundaban las cabañas, que se encontraban en un nivel inferior al de la superficie topográfica existente en la época, y de desagüe del agua de las lluvias hacia el exterior de la zona habitada–. Es probable que, al menos en el caso de la más antigua, estas rampas estuviesen limitadas por un pequeño murete de cantos de cuarcita. A pesar de la destrucción provocada por la apertura de un canal de drenaje a mediados de la década de 1980, pudimos detectar un hogar exterior que se asociaba indudablemente a la cabaña más reciente, formado por arcilla, fragmentos de cerámica y cantos de cuarcita, con unos dos metros de diámetro y 20 centímetros de grosor, que se superponía a un más antiguo, de menor entidad pero bien estructurado, siendo un círculo de poco menos de un metros de diámetro, delimitado por cantos de cuarcita y conteniendo en su interior una capa de fragmentos de cerámica cubierta por una capa de arcilla. Su asociación estratigráfica no está muy clara, pero es posible que se relacionase con la primera cabaña. Hacia el este, en otra área de intervención, la concentración de algunos artefactos especiales, en especial un fragmento de un hacha de bronce, una tobera de arcilla, un canto de cuarcita con señales de utilización como martillo o machacador y docenas de nódulos de arcilla, la mayor parte de ellos quemados, sugiere la presencia cercana de un contexto asociado a la práctica de la metalurgia.

Los materiales recogidos entre 1994 y 2001, totalizando cerca de 3500 piezas, están compuestos en más de un 80 % por fragmentos de cerámica doméstica, como sería de esperar, siguiéndoles los fragmentos de arcilla de enlucido (Fig. 8). Los componentes de industria lítica presentan un porcentaje muy bajo, estando constituidos, en su casi totalidad, por cantos tallados y lascas de cuarcita con una cronología a veces difícil de diferenciar entre el Paleolítico inferior/medio y el Epipaleolítico. Los restantes elementos, como los fragmentos de elementos de construcción de época romana y posterior y los restos de molinos manuales, existen en porcentajes casi insignificantes. La gran mayoría de los materiales puede, sin embargo, fecharse en el Bronce Final y la proporción entre cerámicas hechas a torno, cerámicas manuales no bruñidas y cerámicas manuales bruñidas es sugestiva, por un lado, del carácter residual del material posterior al Bronce Final, confinado a los niveles más superficiales de la estratigrafía del yacimiento, y, por otro lado, de la importancia de la técnica del acabado bruñido como un modo de tratamiento de las superficies de los recipientes muy excepcional, aplicada solamente a pocos vasos.

El estudio sistemático de la producción de cerámica doméstica de Quinta da Pedreira está ya bastante adelantado, contando con una metodología que reúne las contribuciones de los procedimientos analítico-tipológicos tradicionales y de la arqueometría al servicio de la caracterización tecnológica de este sistema de producción (COROADO et al. 2001). Podemos distinguir entre dos grupos principales de recipientes, con un alto grado de correlación entre la tecnología de producción y la funcionalidad, el primero constituido por los recipientes de tamaño mediano o grande, pastas groseras y morfologías donde dominan las ollas y orzas con cuello alto, a veces con labios decorados, recipientes destinados al almacenamiento y a la preparación de alimentos, el segundo formado de vasos de tamaño más pequeño, siempre carenados, pastas menos groseras y acabados donde predomina el bruñido, recipientes que se destinarían, presuntamente, al servicio de alimentos o a otras funciones más asimilables al universo “ritual” y “simbólico” de estas comunidades. El carácter excepcional de este segundo tipo de producciones cerámicas está demostrado por un porcentaje de recuperación que apenas supera los 3,5%. Podríamos decir lo mismo de la decoración, que, en Quinta da Pedreira, está presente en tan sólo poco más de 1% de los fragmentos computados, casi todos constituidos por labios decorados con impresiones digitadas e incisiones.


3. MÁS ALLÁ DEL REGISTRO: PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS DE LA INVESTIGACIÓN DEL FINAL DE LA EDAD DEL BRONCE Y LA TRANSICIÓN A LA EDAD DEL HIERRO EN EL RIBATEJO NORTE

Hagamos ahora una breve revisión de la investigación que venimos desarrollando en el Ribatejo Norte, buscando la construcción de un modelo de explicación de un proceso histórico que se adivina complejo. Siguiendo un esquema de base cronológica, el Bronce Pleno –aunque quede todavía mucho que hacer en la definición de esta etapa– está aparentemente bien representado en algunos contextos de cueva –Almonda y Bugalheira–, siendo también posible que esté presente en algunos de los poblados de aire libre –Agroal y Serra de Alvaiázere, entre otros posteriormente registrados. Los materiales diagnósticos de esta fase serían, más que nada, determinadas cerámicas carenadas con paredes normalmente más gruesas si las comparamos con la tendencia hacia su estrechamiento durante el Bronce Final y un diseño de la línea de carena que la coloca en un plano horizontal más bajo que en las producciones del Bronce Final. Podríamos añadir a estos elementos de definición la presencia más frecuente de decoraciones digitadas o incisas hechas sobre cordón plástico y de mamelones en recipientes de gran tamaño y la presencia de una mayor proporción de formas esféricas, que apenas existen en los contextos del Bronce Final.

En la sierra de Alvaiázere se localiza uno de los más grandes poblados de fines de la Edad del Bronce conocidos en la mitad occidental de la Península Ibérica, constituido por dos líneas de muralla que parecen definir dos fases distintas en la estrategia de ocupación del espacio: la primera estaría reducida a un espacio fortificado de apenas una hectárea de superficie en el extremo norte de la sierra, donde se han realizado las excavaciones, mientras la segunda supondría la expansión del área habitada/ocupada para comprender toda la mitad septentrional de la sierra, incluyendo su zona más alta, también limitada por una estructura de fortificación. En la primera fase, cuyos inicios podríamos colocar hipotéticamente a mediados o en el tercer cuarto del segundo milenio antes de nuestra era, tendríamos un pequeño poblado de contorno circular circunscrito por una línea de fortificación, ubicado en una zona de la sierra que privilegiaría el control inmediato de los pasos hacia y desde la cuenca superior del río Nabão y del ancho valle del “Campo de Alvaiázere”; en el segundo momento, se ampliaría el control de este valle, añadiéndose la vigilancia hacia el oeste y el sur. En la primera fase, se reproduciría un modelo de control estratégico del territorio en función de la ubicación del poblado en las cercanías inmediatas de las vías de tránsito y de los campos de cultivo, manteniéndose, a la vez, el poblado “escondido” –en el caso de Alvaiázere, el poblado no es visible a quienes de acerquen desde el sur o el oeste–, un modelo detectado igualmente más al norte en el poblado de Moinho do Ferradouro, todavía inédito, o al sur, en Agroal. La segunda fase vendría marcada por un cambio apreciable de la estrategia de control territorial, ahora mucho más conspicua y comprendiendo un área mucho más extensa, además de un cambio radical en el sistema de organización sociopolítica y económica que presupuso la concentración de una gran cantidad de población en un sólo lugar de hábitat, abandonándose los pequeños poblados de las cercanías y, probablemente, la mayor parte de los asentamientos de carácter unifamiliar que deberían de existir en la región y que Katina Lillios (1991) pudo señalar en el área de Agroal.

Una cronología precisa para enmarcar este proceso es, hoy por hoy, difícil de deducir, pero creemos no estaríamos muy lejos de la verdad si apuntáramos un periodo donde ya se hicieran sentir los efectos del establecimiento de los lugares permanentes de interacción entre el mundo fenicio-orientalizante y el indígena occidental en los estuarios del Tajo y del Mondego, quizás desde la primera mitad del siglo VII antes de nuestra era (ARRUDA 2000). Es posible que este proceso de concentración poblacional se hubiese producido únicamente debido a factores intrínsecos a la dinámica de las comunidades del Bronce Final de esta región, no dependiendo de la introducción de variables externas impuestas y/o tácitamente aceptadas por estas comunidades, resultando de la evolución interna de un sistema sociopolítico y económico básicamente autárquico y autosuficiente o, como mucho, con conexiones de dependencia política muy laxas, hacia una organización fuertemente centralizada y jerarquizada, en una etapa previa a la instalación de los emporios fenicio-orientalizantes. Pero no vemos razones lógicas plausibles como para que se produjera ese proceso de concentración y para que se justificaran los costes políticos que el desarrollo y consolidación de tal proceso acarrearían sin que hubiese por detrás un motivo muy fuerte que impulsase el rompimiento de los viejos y tradicionales lazos de solidariedad consanguínea y compensase las pérdidas que el advenimiento de un sistema de relaciones sociales más “impersonales” y teóricamente más desiguales aportaría a quienes detenían el poder, tenida cuenta el esperable aumento de las contradicciones sociales y de la resistencia al cambio.

Ese motivo, en el contexto específico que estudiamos, no podría ser otro que la evaluación que las elites de las comunidades locales del Bronce Final hicieron de los grandes beneficios que un cambio del sistema sociopolítico y económico impulsado entre bastidores por los comerciantes fenicio-orientalizantes les podría aportar. A estos les interesaba fomentar la intensificación de las actividades económicas, con vistas al incremento de la explotación de los recursos locales –fuesen minerales, agrícolas o ganaderos–, que sólo se lograría, desde el punto de vista de una racionalidad económica de mercado ajena a unas organizaciones con sistemas económicos no mercantiles, con la transformación de la estructura de relaciones sociales de las comunidades explotadas. Esto podría hacerse mediante la conquista de los territorios indígenas por medios militares, lo que parece poder descartarse para el occidente peninsular, incluso para toda la Península Ibérica, o induciendo los poderes políticos locales a la transformación “desde dentro” de sus sistemas de organización social y de relaciones políticas y económicas, una estrategia muy propia de un esquema de interacciones de raigambre colonial, donde, por lo menos en una primera fase de esas interacciones, el grupo colonial “compra” los favores de las elites políticas indígenas a cambio de una participación de éstas en los beneficios de la explotación económica que se va a establecer. Los mecanismos que las elites locales utilizaron para la consecución del proceso de concentración poblacional y fortalecimiento de su poder político y de la consecuente transformación del conjunto de las estructuras  sociales y económicas son actualmente muy difíciles de reconstruir, pero deberían de involucrar a dispositivos tales como la manipulación ideológica y la coerción física, no descartándose, en algunos casos, el uso de instrumentos extremos de dominación como la amenaza de exilio, la venta como esclavos e, incluso, la ejecución de los resistentes al cambio.

La transformación de las estructuras sociopolíticas y económicas características de las comunidades del Bronce Final en la región centro-occidental de la Península Ibérica en los albores de la Edad del Hierro, inaugurados los contactos con el mundo fenicio-orientalizante, también es visible en otros entornos amén del área de Alvaiázere. En el estuario mismo del río Mondego, la fundación del entrepuesto de Santa Olaia tuvo como consecuencia casi inmediata la creación ex novo de un gran poblado indígena en sus proximidades –el castro de Tavarede– y la multiplicación de asentamientos de tipo “granja” destinados a la explotación intensiva de los fértiles terrenos agrícolas de la zona. Es posible que, a la vez, el poblado del Bronce Final de Conímbriga haya crecido en tamaño, concentrando la población de su esfera de influencia, aunque aquí los vestigios materiales imputables a esta fase sean muy parcos, debido, sobre todo, a los intensos fenómenos de perturbación que supuso la continuidad de la ocupación del sitio hasta época tardo-romana, incluyendo la construcción de una gran ciudad romana; pero, la presencia de una cantidad muy apreciable de materiales fenicios o fenicio-tartesios de importación nos hace pensar que el asentamiento mantuvo su importancia como centro económico y político a lo largo del Hierro Antiguo. Ana Margarida Arruda (Ibíd.: 7/70-7/71) habla incluso de la probabilidad de que las poblaciones que ocuparon la orilla derecha del estuario, edificando el castro de Tavarede y las diversas unidades de explotación de tipo “granja” se hayan originado en Conímbriga. Pensamos que su origen puede que no esté totalmente dependiente de este sitio de la orilla izquierda del estuario, sino de otras áreas del valle inferior del Mondego, incluso en un poblado que, pese a la escasez de vestigios recuperados, hubiera existido en lo que es actualmente el campus universitario de la ciudad de Coimbra, donde, más tarde, se construyó el asentamiento romano de Aeminium.

Al sur de la región de Alvaiázere, junto al Tajo, hemos excavado durante varios años un contexto que,  a primera vista, podría considerarse como un buen ejemplo de la tipología “granja”: sin embargo, las informaciones que pudimos recoger cuando las máquinas removían las tierras para la construcción de la autopista A23, nos avalan una interpretación de Quinta da Pedreira más como pequeño poblado que como unidad unifamiliar de explotación agrícola. Este asentamiento, cualquier que fuese su tipología concreta, formaba parte de un sistema de organización territorial que incorporaba otros sitios semejantes y que estarían, a su vez, posiblemente dependientes del gran poblado de la Fortaleza de Abrantes, ubicado en un cerro prominente que domina directamente la comunicación este-oeste, siguiendo el Tajo, y el acceso a las tierras ricas en minerales del interior, en dirección norte. Los materiales que se han recuperado accidentalmente en unos escombros de la base del tramo oriental de la muralla del castillo medieval, junto con algunas informaciones todavía no confirmadas de la aparición de cerámicas del Bronce Final en unas excavaciones realizadas hace años en el interior de este mismo castillo, nos hacen pensar que aquí se localizó, a finales de la Edad del Bronce, un importante asentamiento aglutinador de la explotación de un territorio muy amplio y, desde el punto de vista del potencial económico, muy diversificado, un asentamiento que, muy probablemente, centralizó los esfuerzos de intensificación de las actividades económicas del mismo modo que lo hicieron Conímbriga, Tavarede o Alvaiázere. No obstante, tenemos muchas dudas respecto del modelo concreto adoptado: en Alvaiázere, la población se concentró en un único asentamiento y la razón de ser de este hecho nos parece clara –sacar el máximo rendimiento de unos centenares de hectáreas de tierras fértiles inmediatamente disponibles en el “Campo de Alvaiázere”–; en Conímbriga, donde esos terrenos no están tan cerca, es posible que se haya adoptado un modelo de diseminación de “granjas” por las tierras bajas de la orilla izquierda del estuario del Mondego, un modelo reproducido en la orilla derecha y centrado en el castro de Tavarede. En el área de Abrantes, no hay constancia de ni un sólo sitio de hábitat de tipo “granja” o poblado abierto de valle con una cronología posterior al Bronce Final, obviamente deducida a partir del análisis de los elementos de cultura material recuperados. Podemos plantear dos hipótesis para interpretar este hecho: en primer lugar, las “granjas” y pequeños poblados de valle se desocupan realmente en la etapa terminal del Bronce Final y la población se concentra en el poblado de la Fortaleza de Abrantes; o, en segundo lugar, esos asentamientos de valle siguen funcionando durante el Hierro Antiguo no siendo esta etapa detectable en la cultura material porque hay apenas cambios en la misma, debido, más que nada, a la incapacidad de adquisición de los nuevos productos por parte de los habitantes de esos asentamientos. desgraciadamente, aun no estamos en condiciones de decidir por cualquiera de las hipótesis anteriores.

Este problema también afecta a la interpretación de lo que sucedió en Santarém: aquí el modelo es aparentemente similar al de Alvaiázere –un importante poblado del Bronce Final en las “Puertas del Sol”, indicios convincentes de la existencia de una importante red de pequeños poblados y/o “granjas” en la otra orilla del río y, a partir del establecimiento de los contactos con el ámbito fenicio-orientalizante, desaparición de estos asentamientos y crecimiento del poblado de Santarém. La inexistencia o, por lo menos, la insuficiencia de vestigios seguros de ocupaciones de la Edad del Hierro en la orilla izquierda del Tajo nos sugiere que este área dejó de utilizarse de modo intensivo en ese periodo cronológico, habida cuenta de las dificultades que supondrían cruzar el río en esos tiempos, a no ser que se hubiesen mantenido en funcionamiento los antiguos contextos de hábitat del Bronce Final. Una vez más, estas cuestiones tendrán que dejarse abiertas.

Concentración de toda una población en un gran poblado, mantenimiento de las estrategias anteriores de explotación del territorio o traslado de parte de la población de uno o varios ámbitos, todos son modelos diversos de una misma clase de cambio sociopolítico y económico que surgió como respuesta de las elites indígenas a las demandas de una potencia que se instaló en puntos estratégicos de las costas del cuadrante sudoeste de la Península Ibérica con el objetivo bien definido de explotar lo máximo que fuera posible de los recursos minerales, agrícolas y ganaderos de las comunidades del Bronce Final. Este cambio implicó necesariamente una centralización creciente del poder y una reestructuración del sistema de relaciones interpersonales que resultaron en el incremento de la desigualdad y de la opresión sobre los segmentos menos favorecidos de la población, involucrando el uso, por parte de los segmentos dirigentes, de instrumentos de coerción que obligasen al grueso de la población a aceptar las nuevas relaciones. Las ventajas y los beneficios que las elites dirigentes indígenas percibieron al implicarse en un sistema de carácter colonial fueron, por cierto, mucho mayores que los costes de desmantelamiento, aunque parcial, de las tradicionales estructuras de solidariedad consanguínea. Sin embargo, la nueva estructura de relaciones se asentó sobre bases todavía muy frágiles y, desaparecida la presión del mantenimiento de un sistema de beneficios sociales y políticos basado en vínculos asimétricos con una potencia colonial, a partir de mediados o fines del siglo VI antes de nuestra era, o incluso un poco antes, se asiste, por lo menos en algunos casos del occidente peninsular más alejados de los grandes emporios del comercio fenicio-orientalizante, al retorno a una situación que pensamos semejante a la existente antes de los contactos. En el valle superior del río Nabão, el gran poblado de Serra de Alvaiázere es abandonado y se ocupan nuevas localizaciones de menor entidad, siempre con una superficie alrededor de la hectárea, no tan visibles, fortificados y regularmente distribuidos por el territorio, ya no controlando buenas tierras agrícolas, sino las principales vías de tránsito. Otras regiones peninsulares muestran trayectorias distintas, algunas caminando decididamente hacia la estructuración de sistemas que se acercan al esquema de relaciones propio de estructuras estatales, otras manteniendo y reproduciendo sin grandes cambios una herencia de un poco más de un siglo de explotación colonial.


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